Cómo comienza la adicción
22 de octubre de 2025, 10:37
Edward
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—Ya era hora —me saludó Jasper tan pronto como abrió la puerta—. ¿Por qué tardaste tanto?
—Hermano, el tipo que se suponía que debía cubrir mi turno en el bar llegó tarde.
—Está bien, está bien. —Sonrió Jasper—. Apresúrate. Te hemos estado esperando. Alice se está preparando para cortar el pastel.
Pasé corriendo junto a él y entré a la cocina del pequeño apartamento de Alice y Jasper en Queens. Mel, con un vestido rosa con volantes y una corona brillante, estaba parada en una de las sillas de la cocina, junto a un pastel con forma de princesa. El resto de nuestra familia: Alice, Rose, Royce y su pequeña hija, Rachel, así como el amigo de Jasper, Emmett, también estaban ahí.
Tan pronto como Mel me vio, saltó de la silla y corrió directamente a mis brazos, su corona bamboleándose sobre su frente, sus grandes ojos azules muy abiertos y emocionados.
—¡Tío Edward, lo lograste!
—Por supuesto que lo logré. —Sonreí, empujando la corona hacia su lugar y besando su frente levantada—. ¿Crees que me perdería tu cumpleaños número siete?
Cantamos Feliz Cumpleaños y apagamos velas rosas, y luego Mel abrió sus regalos. Ella tenía esta obsesión por las princesas, así que antes de venir corrí a la juguetería y le compré un par de muñecas Princess. Una de ellos se parecía muchísimo a ella con el pelo negro y los ojos azules.
—Seguro que sabes cómo hacerla feliz, pero no tenías que comprarle nada, Edward —susurró Alice mientras veíamos a Mel rasgar el papel de regalo—. El solo hecho de que estés aquí es suficiente para ella. Se estaba poniendo ansiosa.
— Por supuesto que estaría aquí. —Me encogí de hombros—. ¿Alguna vez me he perdido su cumpleaños?
—No, no lo has hecho —asintió Alice, sonriéndome con tanta gratitud que era vergonzoso—. Siempre estás aquí para ella, Edward.
Puse los ojos en blanco y ella se rio entre dientes.
—De todos modos, pensé que traerías a tu novia.
—¿Qué novia?— Resoplé.
—Jasper dijo que te vio con una chica la última vez que estuvo en tu casa.
—Esa no era una novia. —Sonreí.
Alice me miró fijamente.
—¿Qué? Mira, no vale la pena traerla aquí. Ella no es... alguien que me gustaría tener cerca de Mel.
—Si ella no lo vale, entonces ¿por qué, Edward? Eres mucho mejor que ese tipo de... relaciones.
A pesar de la pregunta, no había ningún juicio en su tono. Nunca lo hubo. Y, de todos modos, no tenía respuesta. Así que mantuve mis ojos en mi sobrina, observándola jugar con sus juguetes nuevos.
Una vez que Mel estuvo en la cama, Emmett se fue y yo ayudé a limpiar. Y luego me volví a poner la chaqueta.
—¿A dónde vas? —preguntó Jasper.
—Tengo algunos amigos esperándome.
—Esperaba que te quedaras con nosotros esta noche.
Miré alrededor de la sala. De repente todos me miraron.
Y sabía lo que significaba quedarse en casa de Jasper y Alice. Jasper no compró alcohol. No lo permitía en su casa y, además, nunca podría beber cerca de Mel. Nunca lo había hecho y nunca lo haría.
Pero habían pasado algunas horas...
—Tal vez la próxima vez. —Me dirigí hacia la puerta.
—Edward. —Era un tono que rara vez escuchaba de Jasper. De autoridad. Dominante. No era simplemente mi hermano cuando usaba ese tono.
Con una respiración profunda, me di la vuelta y me encontré con la mirada fija de Jasper.
—Esto se está poniendo serio. Te vemos cada vez menos.
Me pasé una mano por la cara. —He estado ocupado.
—Te ves pálido.
—Estoy bien —dije con los dientes apretados—. Simplemente cansado.
—Tampoco creo que trabajar como barman sea la mejor idea.
—Es un trabajo. Recibo buenas propinas. —Me encogí de hombros.
Jasper suspiró y se pasó una mano por el cabello. —Mira, solamente... quédate esta noche, ¿de acuerdo?
—Esta noche no. —Negué con la cabeza.
—No puedes parar, Edward —siseó Rose—. Es por eso que no te quedarás con Jasper. No has tomado una copa en unas horas y ahora te sientes como el demonio. No lo admitirás, pero no puedes parar.
—Puedo parar cuando quiera. ¿Qué crees que soy, un borrachín? —Me reí—. ¿Una especie de adicto, como papá?
—Eres como papá, pero…
—¡Rose! —dijo Alice, interrumpiendo a mi hermana—. Suficiente.
Y al igual que su marido, era un tono que rara vez utilizaba, pero cuando lo hacía, todos la escuchaban. Ella cruzó la habitación hacia mí, extendió la mano y tomó mi mano.
—No eres como tu padre. No huyes. Ni tú ni Jasper son de los que huyen. Así que quédate, Edward... por Mel y por mí. Quédate.
Tragué con dificultad, mi garganta comenzó a doler, seca y áspera, pero la forma en que Alice me miró... la confianza en sus ojos...
Lentamente, me quité la chaqueta y la tiré sobre el sofá.
Desde el otro lado de la habitación, escuché el suspiro de alivio de Jasper.
—Vamos, hermanito —Sonrió—, tú puedes con esto. Solamente un paso a la vez, hermano.
S
—Tengo que irme —dice, y luego finaliza la llamada.
—¿Bella?
Espera, ¿estaba hablando conmigo o con su cita?
Carajo, no lo sé.
Me paso una mano por el pelo, maldiciéndome porque ahora todo es un desastre de nuevo. Con el corazón en las manos, la observo desde la acera, al otro lado de la calle del restaurante de lujo al que la llevó el cabrón del traje de tres piezas.
Está hablando con él, sonriendo, y nunca en mi vida había deseado tanto tener una súper audición o leer la mente como ahora.
El hijo de puta del traje de tres piezas asiente, pero podría ser un asentimiento de «Buen trabajo al deshacerte del hijo de puta que te llamó por teléfono», o podría ser un «Entiendo completamente. Si-no-te-sientes-bien-y-solo-quieres-irte-a-casa», asiente, así que no me dice mucho.
Y entonces Bella extiende la mano y pone una de sus manos sobre la mano del chico, y mi pecho se contrae.
Pero entonces ella se levanta, y el chico se levanta, y ella se envuelve algo sobre los hombros, y el chico rodea la mesa y le planta un beso en la mejilla y, joder, ¿qué está pasando? ¿Qué diablos está pasando?
Bella toma su bolso y comienza a caminar.
El imbécil del traje de tres piezas la mira irse, con esa expresión realmente lamentable en su rostro.
Y puede que yo esté luciendo o no la sonrisa más grande de comemierda de este lado de Manhattan.
Mientras ella espera en el cruce de peatones a que cambie el semáforo, yo dejo escapar un suspiro tranquilizador con los labios entrecerrados, ansiando fumar, pero no quiero aliento de cigarrillo esta noche.
Esta es Bella corriendo hacia mí, y esta noche voy a besarla muchísimo, aunque sea lo último que haga.
»—Vamos, hermanito, tú puedes con esto —me imagino a Jasper diciéndomelo, dándome palmaditas en el hombro para animarme y sonriendo en mi dirección.
—Puedo hacerlo. Lo tengo —canturreo en voz baja.
Cruza la calle dando unos pasos rápidos mientras su largo y oscuro cabello ondea con la brisa, y ya puedo oler su perfume: ese aroma que es como el de las flores mezcladas con miel y solo suyo. Cuando está lo suficientemente cerca, extiendo la mano porque no puedo contenerme más. No puedo resistirme a ella y no lo haré.
Se detiene y me mira y ninguno de nosotros se molesta en ser discreto sobre el hecho de que nos estamos mirando el uno al otro. Tiene un chal alrededor de sus hombros, así que no puedo verlo ahora, pero vi su vestido antes cuando la estaba mirando con el imbécil del traje de tres piezas. Es un modelo sin mangas que abraza sus curvas. sexy, pero no ceñida... no como esas chicas a las que recuerdo vagamente... de antes. Sus piernas parecen estirarse por kilómetros y kilómetros, largas, jodidamente bien formadas y calientes con esos tacones. Nunca la había visto con tacones y estoy mareado y sin aliento.
Nuestros ojos finalmente se encuentran.
—Hey... soy Edward Cullen.
—Hey... soy Bella Swan... y realmente me gusta esa chaqueta de cuero que llevas. —Sonríe—. Y ese suéter y esa camisa. Y esos pantalones.
—Gracias. Ya te dije lo hermosa que estás esta noche.
—Sí, lo hiciste, nada menos que en medio de mi cita —añade con ironía.
—Me disculparía, pero en realidad no lo lamento.
—Entonces no te disculpes.
Silencio. Nos quedamos ahí mirándonos el uno al otro, pero no es incómodo. No es nada incómodo. Es como... esta sensación de anticipación mareada en lo profundo de mis entrañas y mil veces más real que cualquier sensación que haya tenido alguna vez de una botella.
Me sonríe alegremente, con unos dientes blancos perfectos que contrastan con la piel color miel, y luego aprieta mi mano.
—Muy bien, entonces, Sr. Cullen. Conseguiste que me aventurara aquí contigo. ¿Empezamos? Te doy hasta medianoche, y son… —mira su reloj—, las nueve y media.
—¿Hasta medianoche para qué? —pregunto, tratando de quitar el hechizo en que ella me pone con cada parpadeo. Todo. El. Tiempo.
—Para convencerme. —Sonríe, arqueando sus perfectas cejas en broma.
—Ah, sí. —Sonrío—. ¿Hasta medianoche? Bien, entonces... ¿a dónde te gustaría ir?
—¡Ah, no, no, no! —Se ríe, sonando tan jodidamente despreocupada y emocionada que solamente quiero besarla ahora mismo y al diablo con convencerla.
—Así no es como va a funcionar. Esta fue tu idea, dime a dónde vamos. O más allá de interrumpir mi cita, ¿no lo planeaste con tanta anticipación?
Apenas he podido pensar con claridad desde que descubrí que tenía una cita.
—Supongo que debería haber planeado con anticipación.
Se ríe y, aunque espera pacientemente, no me lo va a poner demasiado fácil.
—Bueno... como ya comiste, ¿supongo que la cena está fuera de discusión?
—Así es. —Sonríe con picardía.
—Mmm —reflexiono, frotándome la barbilla con el pulgar. No dejo pasar la forma en que se muerde el labio inferior mientras me mira, y me emociona. Carajo, necesito besarla.
—¿Ya comiste postre?
—No. —Se ríe de nuevo—. Y solo para ayudarte, me encanta el postre. Me encantan los dulces. Son mi debilidad.
—Tu debilidad, ¿eh? ¿Te gusta el chocolate?
—¡Me encanta el chocolate! —confiesa, saltando con entusiasmo sobre esos jodidos tacones.
—Muy bien entonces, puede que tenga una idea.
Cuando me acerco a ella, escucho su leve inhalación y sus ojos se agrandan.
Quiere que la bese. Sé que lo hace. Pero una vez que la bese, no podré parar, y…
Y hay tantas cosas que ella no sabe, tantas cosas que merece saber, tantas cosas que tiene que saber antes de que un beso lleve a otro, y antes… antes de que no pueda imaginarme un día sin ella.
»—Un paso a la vez, hermanito —escucho decir a Jasper—. Solamente hay que dar un paso a la vez.
»—Un paso a la vez —escucho a Carlisle decir, como lo ha hecho tantas veces en los últimos meses.
Un paso a la vez.
Coloco mi mano en la parte baja de su espalda. —¿Vamos, señorita Swan?
Su boca se curva en una suave sonrisa. —Vamos.
Uno al lado del otro, caminamos en silencio de regreso a mi camioneta, estacionada a media cuadra de distancia. Hace fresco, pero considerando que estamos a mediados de noviembre, esta noche no está nada mal, y es más, el calor de su cuerpo al lado del mío me tiene ardiendo.
Cuando abro la puerta de la camioneta para ayudarla a entrar, ella pone su suave mano en mi antebrazo, regalándome otra de sus hermosas sonrisas, las que son para mí, no como las que ella me dio a principios de esta semana.
—Tengo esto —me recuerdo en voz baja mientras camino hacia el lado del conductor.
—Entonces, ¿a dónde vamos? —pregunta una vez que enciendo la camioneta.
—No. —Sonrío, con los ojos fijos en el espejo retrovisor mientras salgo del espacio de estacionamiento—. No me dijiste a dónde querías ir, así que ahora es una sorpresa.
—¡Por suerte para ti, me encantan las sorpresas! Hablando de eso, ¿cómo supiste…? —Se calla y sonríe—. ¡Angie!
Me río en voz alta. —Sí.
—Diría que voy a matarla, pero no es cierto —admite.
La miro y, durante dos segundos, nos miramos a los ojos, y con una extraña... sensación ligera y refrescante, una sensación de que tal vez el mundo esté lleno de posibilidades... nos vamos.
S
Mantenemos las cosas ligeras y simples en la camioneta, pero al mismo tiempo estoy muy consciente de cada movimiento que ella hace: cuando se mueve de un lado a otro, cuando cruza una pierna sobre la otra y su vestido se sube un poco, exponiendo sus piernas justo por encima de sus rodillas. Tengo que mantener mis ojos en el parabrisas a pesar de que puedo sentir su calor y mis manos se mueven para alcanzarlas, tocar su calidez y asegurarme de que ella realmente está aquí.
—Entonces, ¿qué le dijiste al imbécil del traje de tres piezas?
Se ríe. —Le dije que tenía un chico atractivo esperándome afuera con una oferta mejor.
—Vaya. —Inclino la cabeza hacia atrás con sorpresa y ella se ríe.
—No, en realidad no. Eso sería bastante cruel, ¿no crees? Pobre hombre, le dije la verdad: me parecía un buen tipo, pero no vi que eso fuera a ninguna parte. En realidad, fue muy decente. Podría haber sido un idiota al respecto.
Asiento. —¿Entonces lo primero que dijiste no era cierto? —pregunto, mirándola de reojo y burlándose de ella, así como se burló de mí sobre la hora límite de medianoche—. ¿Qué parte? ¿La parte sobre el chico atractivo o la parte sobre la mejor oferta?
—Ambas.
—La parte sobre el chico atractivo no la voy a responder, en cuanto a la mejor oferta... —Fuera de mi periferia, veo su cabeza girar hacia mí, y siento el ardor de su mirada—, bueno, por eso estoy aquí, para descubrirlo.
Dejé escapar una risita baja. —Me parece bien.
Hay un poco de tráfico conduciendo por Union Square, y mis dedos tamborilean inquietos sobre el volante mientras espero que los autos se muevan.
—Creo que Mel estaba un poco molesta conmigo esta noche —dice.
Le doy otra mirada rápida de reojo y frunzo el ceño. —¿Qué te hace decir eso?
Fuera de mi periferia, la veo encogerse de hombros y eso me recuerda lo desnudos que están sus hombros debajo de ese chal.
—Tenía un poco de actitud hosca conmigo.
Sacudo la cabeza. —No lo tomes como algo personal. Ella siempre tiene un poco de actitud. En realidad... puede que yo haya estado de un poco... de mal humor esta mañana, y puede que se le haya contagiado a ella.
—¿Por qué estabas de mal humor esta mañana?
Una vez más, miro rápidamente en su dirección. No puedo evitarlo, aunque sé que debo mantener los ojos hacia el frente.
—Digamos que no tenía muchas ganas de que llegara esta noche.
—¿No? —pregunta, su voz sorprendida y... ligeramente herida, y me doy cuenta de lo que está pensando. He vuelto a meter la pata.
—Quiero decir que no estaba deseando que vinieras esta noche —aclaro—. A tu... cita —pronuncié con una sonrisa—. Esta noche, sin embargo...
—Oh. Oh. —Se ríe—. Bueno. ¿Cómo supiste que tenía una cita?
—Me lo dijo un pajarito de largo cabello negro y ojos azules.
—Mel. —Se ríe.
—Mel —confirmo—. Ella simplemente... tuvo que profundizar en eso, ¿sabes?
Deja escapar otra dulce risa. —No, no creo que ella te lo haya puesto difícil, Edward. ¡Ella te ama!
—Pfft. —Resoplo—. Deberías haberla visto esta mañana.
—Oh, he visto esa actitud, créeme. —Se ríe—. Pero ella te adora, Edward. También he visto eso. Y lo he oído cuando habla de ti.
—¿Qué dice ella? —pregunto demasiado rápido porque sé que ella no lo haría. Mel y yo nunca lo hemos hablado, pero sé que ella no lo haría.
—Nada en particular. Puedo simplemente… decir lo mucho que significas para ella —dice Bella suavemente.
No estábamos muy lejos de nuestro destino, así que ya estoy estacionando la camioneta nuevamente. Estamos a un par de cuadras de distancia, pero es el espacio de estacionamiento más cercano que puedo encontrar. Estacioné la camioneta, mi mano descansando sobre la palanca de cambios, y con un profundo suspiro, miré a Bella nuevamente, finalmente capaz de mantener mis ojos en ella.
—¿Podemos intentar algo? —pregunto en voz baja.
Se encoge de hombros, sonriendo, y Dios, quiero arrancarle ese chal y ver esos bonitos hombros desnudos de cerca.
»Intentemos no hablar de Mel ahora, no todavía.
Porque si hablamos de Mel, entonces tenemos que hablar de mucho más.
—Está bien —asiente lentamente.
—Bueno. ¿Estás lista?
Asiente con más entusiasmo.
—Vamos.
S
Me convence para que pida un plato de fondue para dos y me siento más que aliviado cuando no se ofrece a pagar ni siquiera a medias.
Después de unos minutos, logramos encontrar una acogedora mesa para dos y esperamos mientras colocan frente a nosotros nuestra pequeña cazuela de chocolate derretido, rodeada de un plato lleno de galletas Graham, malvaviscos, bananos y mantequilla de maní.
Y luego sumergimos todas estas cosas en la cazuela caliente de chocolate derretido, más bien, ella lo hace. A mí no me gusta mucho mojar mierda en chocolate, pero ella se ríe mientras prepara estos pequeños sándwiches con todos los ingredientes y los moja, gimiendo y poniendo los ojos en blanco cuando le da un mordisco. El restaurante es bastante oscuro, ruidoso y cálido, así que se quita el chal y ahí están esos hombros... esos hombros desnudos, de color miel, con algunas marcas de nacimiento esparcidas aquí y allá, y estoy hipnotizado, pero tengo que mirar lejos. De cualquier manera, a pesar de todo el ruido, la mierda y el alboroto que sucede a nuestro alrededor, ella es todo lo que veo. Su voz y risa es todo lo que escucho. Hay algo en este momento, en estar sentado aquí con ella, a lo que podría volverme adicto muy fácilmente. Sé que puedo. Así como sé que no tengo ningún derecho. Pero ella está aquí riendo, hablando y pasando tiempo conmigo, y ya no puedo fingir que no soy adicto a ella.
Entonces moja una galleta Graham en el chocolate porque le digo que es lo único que me gusta aquí bañado en chocolate, y ella me la acerca a la boca. Tomo la galleta bañada en chocolate que me ofrece, la mastico y la miro, y ella me mira, y no quiero beber, no quiero fumar, y así es como sé que soy adicto a ella.
S
Le pregunto si le importaría dar un paseo hasta Union Square Park, que está a un par de manzanas de distancia, y dice que le encantaría dar un paseo, especialmente después de ese postre. Ella dice que se irá a todos los lugares equivocados y yo le digo la verdad: que no hay lugares equivocados en ella. Mira hacia abajo y creo que he vuelto a cagarla, pero incluso en la oscuridad veo que el sonrojo se extiende y sé que estoy bien... hasta ahora.
Luego le pregunto si tiene frío, a pesar de que vuelve a tener ese chal sobre los hombros, y dice que no, lo que puedo deducir que sí, así que me quito la chaqueta y se la envuelvo sobre los hombros, aunque eso solamente añade más capas. Dios, quiero tocar esos hombros.
—Gracias por traerme aquí. Me encantó. —Se ríe—. Siempre había oído hablar de este lugar, pero nunca había estado aquí. ¿Tú?
Caminamos lentamente por Broadway, uno al lado del otro. Nuestras manos siguen chocando entre sí, los nudillos rozando los nudillos, y no tengo idea de cuál es el procedimiento estándar aquí. Cuando conoces a una chica en un bar o incluso en un club, a veces no la llevas a Max Brenner's por el postre. No das un paseo tranquilo con ella por una calle ruidosa de la ciudad. No te preguntas si ella quiere que le tomes la mano. Cuando eres un hijo de puta, las llevas a la parte de atrás, o a un callejón, o a su casa o a la tuya. Cuando tu vecina de al lado es tu compañera de sexo, llamas a su puerta, ella te deja entrar, te la follas y te vas. Eso es lo que sé.
—No. Mi cuñada solía hablar maravillas de ahí. Creo que mi hermano la trajo una o dos veces y ella lo amó. Se suponía que iba a traerla de nuevo, pero nunca sucedió.
—Oh.
Llegamos a la intersección de Broadway y Union Square, y está repleta de autos, taxis y peatones que intentan llegar a diferentes lugares al mismo tiempo. Cuando el semáforo se pone verde, extiendo la mano, tomo su mano y la ayudo a cruzar porque es una intersección loca y porque no puedo dejar de tocarla.
Entrelaza sus dedos con los míos y los aprieta con fuerza, y tal vez no debería haberlo hecho porque no sabe que ahora soy adicto a ella y que tal vez nunca la deje ir.
Así que caminamos en silencio, su mano en la mía, cálida y suave, y me pregunto qué piensa de los callos que le rozan la palma, pero no se queja. No está tratando de soltarnos. Subimos los pequeños escalones y caminamos hacia la estatua del hombre a caballo, y la estoy mirando con el corazón latiendo con fuerza en el pecho cuando ella nos detiene y se sienta en el porche, tirándome hacia abajo con ella.
Me siento a su lado. Con su mano libre, alisa el dobladillo de su vestido, doblando sus piernas hacia los lados para que la falda no se suba demasiado, pero todavía veo esas piernas.
—¿Quieres hablar de eso? —pregunta.
Mis ojos suben a sus hombros, a mi chaqueta sobre sus hombros.
»No es necesario —dice.
—Yo... quiero hablar de eso, quiero contarte.
—Tu hermano y tu cuñada… ¿cómo fallecieron?
Mis ojos se mueven hacia sus ojos, sus cálidos y oscuros ojos, tan profundos y sin fondo. Y recuerdo el sueño...
»—Estoy aquí, Edward. No me importa. Estoy aquí.
—Fueron arrollados por un... conductor ebrio.
—Dios, lo siento mucho —susurra, e incluso a través del ruido de todo lo que nos rodea, la escucho. Extiende su mano y toma mi otra mano, y miro hacia donde estamos unidos.
—Mi hermana, Rose, estaba cuidando a Mel. Se suponía que yo debía cuidarla esa noche, pero... había salido con un par de amigos la noche anterior y no estaba... Jasper y Alice iban al cine. Por lo general iban con Mel, pero esta vez… creo que era una mierda con clasificación R. De todos modos —respiro—, mi hermana me llamó y me dijo que había habido un… accidente, y fui al hospital, pero habían muerto instantáneamente, y… sí, eso es…
Aprieta mis manos con más fuerza, tan fuerte que siento sus uñas en mis nudillos. Durante un largo rato ninguno de los dos habla. Sus pulgares comienzan a dibujar círculos ligeros y tranquilizadores sobre mis nudillos.
—¿Qué pasó con el… conductor?
—Está en algún lugar del infierno.
La veo asentir desde mi periferia, escucho su audible tragar. —Pensé que tal vez era algo así, pero... no estaba segura.
Ahora dejo que mis ojos se encuentren con los de ella nuevamente. —¿Mel no te ha contado nada de eso?
Niega con la cabeza. —Apenas si ha comenzado a mencionarlos, pero tiene que ser en sus términos. Si le pregunto algo sobre ellos, me calla diciendo que no lo recuerda o que simplemente no quiere hablar de ello.
—Mi amigo Carlisle, es psicólogo —le digo después de un rato—. Dice que Mel necesita hablar con alguien. Alguien en quien ella pueda confiar, alguien con quien se siente cómoda, pero se niega a ver a un terapeuta. El Estado pagaría por uno, pero… ella no quiere. Dice que no es necesario.
Bella asiente. —Si no te importa… quiero decir… no soy terapeuta ni nada por el estilo, pero creo que se siente cómoda conmigo. Tal vez pueda presionarla un poco —dice—. Intentar hacerla hablar, ¿sabes? Siempre es bueno hablar con alguien, compartir las cargas.
Durante dos segundos, mientras la miro, veo a Alice. Pero no la Alice real porque Alice era de Jasper. Ella era su roca, su fuerza, su salvación.
Lo que quiero decir es que veo, por solamente una fracción de segundo, un futuro en el que tal vez… solamente tal vez… pueda tener mi propia roca, mi propia fuerza. Mi salvación.
—Eso sería… —exhalo—, realmente genial de tu parte. Ella te adora, ¿sabes?
Mira hacia abajo, sonrojándose de nuevo, y luego vuelve a mirar hacia arriba con una suave sonrisa. —Yo también me preocupo por ella. Pero ella se abrirá cuando llegue el momento, Edward. No la forzaré, y, además, parece menos… enojada que cuando empezó a bailar conmigo. Al menos eso creo. —Se encoge de hombros.
—Sí —asiento con vehemencia—. Ella es muy diferente ahora, y todo es gracias a ti, Bella.
—No, Edward. —Bella niega con la cabeza, apretando mis manos una vez más—. Quiero decir, he ayudado en algo, lo reconozco, pero es contigo con quien pasa la mayor parte del tiempo. Eres la fuerza principal que la ayuda a superar esto.
Resoplo y miro hacia otro lado. —No tienes idea de lo imposible que es eso. Solamente soy un recordatorio constante de lo que ha perdido.
Frunce el ceño, claramente confundida.
Y las palabras están ahí, pero lo que sale es—: No quiero cargarte con más problemas, Bella. Eres la profesora de baile de Mel y te agradezco toda tu ayuda con ella, pero… no necesitas cargarte con nada más.
Quiero patearme tan pronto como las palabras salen, y mi primera pista de que ella puede querer hacer lo mismo es cuando sus pulgares dejan de acariciar mis manos. Entonces la firmeza de su agarre se afloja. Luego cierra los ojos durante dos segundos más y deja caer la cabeza con un bufido.
Cuando vuelve a mirarme, inclina la cabeza hacia un lado y deja escapar un largo suspiro por la nariz.
—Edward, he estado observando a Mel tres noches a la semana durante casi dos meses, sin hacerle preguntas ni a ella ni a ti, aunque en este momento creo que tengo derecho. Y ahora me sacas de mi cita y me das el chocolate más delicioso —se ríe sin humor—, y aún así me estás alejando.
—No, Bella —digo, envolviendo mis manos alrededor de su cara. Ella pone sus manos sobre las mías y me mira con recelo—. Te lo juro, no estoy tratando de ser un imbécil contigo. Es solo que… hay muchas cosas pasando ahora mismo.
—Todos tenemos cosas pasando, Edward —dice temblorosamente.
—Lo sé, lo sé. —Trago saliva y cierro los ojos, y cuando los vuelvo a abrir, ella me está mirando, esperando, todavía muy paciente a pesar de todas mis cagadas.
—Nunca he sido bueno en esto. En… comunicarse —aclaro—. No quiero alejarte más, pero... solo dame tiempo.
Aprieta mis manos de nuevo, y de repente algo como… vergüenza llena sus rasgos. Vuelve a mirar hacia abajo, pero esta vez es como si se estuviera escondiendo y respira profundamente antes de mirar hacia arriba.
—Tienes razón. Es difícil compartir todo a la vez. Lo lamento. —Ella vuelve a mirar hacia otro lado—. Lo lamento.
—Ey. —No me mira, así que me obligo a entrar en su línea de visión—. Oye, ¿estás bien?
—Sí. —Sonríe débilmente—. Estoy bien. —Y luego respira profundamente otra vez y me da una sonrisa más grande antes de quitar mis manos de su rostro y bajarlas a su regazo, manteniendo nuestros dedos entrelazados—. Estoy bien.
La estudio durante un par de latidos de su corazón, buscando en sus ojos, pero puedo decir que la estoy haciendo sentir incómoda.
—Hablo mucho para estar en una primera cita, ¿eh? Supongo que no estoy haciendo un buen trabajo para convencerte, y solamente me queda… —miro mi reloj—, aproximadamente una hora.
—Realmente me alegro de que me hayas hablado de todo esto. Me lo he estado preguntando, pero... no quería entrometerme. Además —sonríe, su ánimo parece levantarse—, esa fondue de chocolate… hombre, ¡era una locura!, como diría tu sobrina. Podría ayudar mucho a convencerme. —Me guiña un ojo.
Echo la cabeza hacia atrás, riendo. —No me digas que todo lo que necesité desde el principio fue una taza de chocolate derretido. Si lo hubiera sabido, te habría traído un balde lleno hace semanas.
—Ahora, no dije que eso era todo lo que necesitabas —bromea—, no te olvides de los malvaviscos.
—Los malvaviscos. Por supuesto. —Me río—. Gracias por escuchar —le digo con más seriedad.
—Gracias… por compartirlo conmigo.
Tomando sus dos manos, la ayudo a ponerse de pie, pero supongo que debo tirar de sus brazos un poco demasiado fuerte porque de repente su cuerpo cae hacia adelante y aterriza sobre mi pecho, sus manos sobre mis hombros, y ella está justo allí. Justo sobre mí. Cálido y suave, y emborrachándome con su aroma y su piel, y es lo mejor del mundo y lo peor del infierno porque solamente tengo que sumergir la cabeza y su boca será mía. Ella será mía y es perfecta.
Ella es perfecta.
¿Y qué puto derecho tengo a arrastrarla a mi mundo? ¿Reclamarla para mí cuando no tengo nada que ofrecerle más allá de las reuniones de AA y prescindir de botas de trabajo nuevas para pagar las clases de baile y tener una botella medio vacía de Jack debajo del lavamanos para tratar de evitar volver a cagarla?
Y me mira con esos ojos, esos ojos oscuros e hipnotizantes, su boca pidiendo que la bese porque no lo sabe.
Ella no lo sabe.
Levanto la mano y acaricio su rostro perfecto, paso las puntas de mis dedos a lo largo de su suave mejilla, los deslizo a lo largo de su mandíbula, hago un círculo hasta su labio inferior y ella cierra los ojos… esperando…
—Vamos, hace frío. Déjame llevarte a casa.
Durante dos segundos después de abrir los ojos, parece completamente desconcertada y parpadea profusamente. Luego aprieta la mandíbula, traga saliva y asiente.
Y uno al lado del otro, volvemos por donde vinimos.
S
El viaje de regreso a Brooklyn es incómodamente silencioso. Sé que está molesta. Sé que la he lastimado... otra vez. La he avergonzado, otra vez la he humillado, pero ella no sabe por qué. Ella podría tener al hombre que quiera, no hace falta que se complique la vida conmigo.
Mira por la ventana del lado del pasajero durante todo el viaje de regreso. Unos minutos antes de llegar a su cuadra, se quita la chaqueta y la dobla con cuidado, colocándola en el espacio entre nosotros.
Cuando llegamos a su edificio, estaciono el auto y luego… simplemente nos sentamos allí.
—Gracias, lo pasé... bien —dice, girando la cabeza hacia un lado, pero solo mirándome de reojo.
Simplemente asiento porque ¿qué más puedo decir a estas alturas?
»Entonces yo... —su voz tiembla y espera a que llene los espacios en blanco, pero no tengo nada con qué llenarlos, eso es lo que ella no entiende.
Finalmente, suspira y se gira para abrir la puerta.
—Déjame hacer eso para ti.
Salgo del auto y cruzo hacia su lado, abriéndole la puerta.
—Gracias —murmura, evitando mi mirada.
Camino detrás de ella hasta su puerta y observo cómo saca las llaves de su bolso y se ajusta el chal cuando amenaza con resbalarse de su hombro. Su hombro en tono miel. Mi corazón golpea contra mis costillas.
—Supongo que te veré el lunes —dice sin mirarme, metiendo la llave en la cerradura mientras mi pecho se agita.
Cuando la agarro del brazo y la giro para mirarme, me mira desafiante, triunfante, con una pequeña sonrisa jugando en su rostro como si de alguna manera hubiera ganado.
La empujo contra la puerta y le aprieto la nuca con una mano, acunando su mandíbula con la otra.
—Maldita sea, no puedo alejarte más. —Respiro, mi boca casi sobre la de ella. Casi.
—Entonces deja de intentarlo —sisea, agarrando mi chaqueta con ambas manos y acercándome a ella para que pueda sentir sus suaves pechos, su corazón latiendo rápidamente al ritmo del mío justo antes de que choque mi boca con la de ella.
Es un beso hambriento de ambos lados: lenguas y dientes chocan mientras ella envuelve sus brazos alrededor de mi cuello, acercándome aún más, agarrando mi cabello y alternando entre chupar mi labio inferior, mi labio superior y enrollar frenéticamente su lengua alrededor de la mía. Siento los movimientos frenéticos de su mandíbula bajo mi mano. Siento el calor de su boca absolutamente en todas partes.
—Bella…
Gime en mi boca y estoy perdido. Me fui. Mi conciencia ya no existe. Todo lo que existe es la mujer que me besa salvajemente, aferrándose a mí como si fuera un salvavidas, como si yo fuera el único que puede salvarla cuando es al revés.
Dejo caer mis manos sobre sus hombros, le quito ese maldito chal y paso mis manos sobre su suave piel. Jesús, es incluso más suave de lo que había imaginado.
—Edward. —Gime, y agarro su trasero, levantándola, presionándome contra ella para mantenerla en su lugar mientras pongo mi boca en esos hombros. Ella suspira y arquea la espalda, y arrastro mis labios por su hombro y clavícula, chupando su embriagadora y dulce piel hasta llegar a su cuello hasta llegar a su boca nuevamente. Acuna mi rostro y meto mi lengua profundamente en su boca, y por un momento inconmensurable, nada más existe excepto ella y yo, excepto el calor de su cuerpo contra el mío, y los besos y toques reprimidos porque hemos estado reteniendo durante casi dos meses. Dos meses de peleas y confusión, pero sea lo que sea, mientras su cuerpo se retuerce contra el mío, mientras pruebo la dulzura de su boca, sé que esto es lo correcto. Cualquier otra cosa que pueda quedar ahí una vez que termine este beso, esto es correcto y nunca más lucharé contra eso. Cualquier lucha ahora será contra cualquier cosa o persona que amenace con intentar llevársela.
Soy total y completamente adicto a ella.
Cuando ya no puede soportarlo más, se aleja y echa la cabeza hacia atrás contra la puerta, jadeando furiosamente y sonriendo con la sonrisa más gloriosa y engreída imaginable.
—Oh, Dios —jadea—, Oh, Dios. —Una y otra vez—. Oh Dios, eso fue... —Sus mejillas están sonrojadas de un rojo brillante. su cabello es un desastre salvaje.
—Sí —Sonrío, trazando sus labios perfectamente hinchados con mi dedo—. Fue.
—¿Qué hora es? —pregunta sin aliento.
Mareado y borracho como nunca lo he estado en mi vida, me toma un par de segundos antes de que pueda leer mi reloj.
—11:56 —respondo con la misma dificultad.
Ella vuelve a sonreír. —Está bien, estoy convencida, faltan cuatro minutos.
Me río de buena gana. —Bueno, no desperdiciemos esos cuatro minutos.
Y me acerco y la devoro una vez más.