Capítulo 25
22 de octubre de 2025, 10:38
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CAPÍTULO 25
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El día del evento benéfico estuvo lleno de lo que había llegado a considerar como un montón de «apurarse y esperar». Nos apresuramos para salir del hotel y llegar al aeropuerto, solo para terminar esperando nuestro vuelo. Nos apresuramos para abordar el avión, solo para quedarnos esperando en la pista. Edward tenía razón. Ambos logramos dormir un poco durante el vuelo de regreso a St. Louis, pero luego todo fue una ráfaga de prisas para llegar al auto y a casa, solo para que yo tuviera que esperar a que Alice llegara para arreglarnos juntas para el evento.
—Si yo tengo que sufrir con esto, tú también —insistió Alice—. Te ayudo con el cabello si tú me ayudas con el maquillaje.
—Trato hecho. —Me reí. Alice no era más fanática de vestirse elegante de lo que yo lo era. Sonreí al recordar cómo se veía el día en que nos conocimos. Podía imaginarla teniendo una niña igual que ella, con coletas, Converse y una camiseta de concierto. Sería una pequeña princesa punk adorable. ¡No podía esperar!
Por supuesto, sabía que Edward le había pedido a Victoria que viniera a la casa para una breve reunión, y también sabía de qué trataría esa reunión. Edward iba a informarle sobre mi nuevo puesto en su fundación y sobre su salida del grupo central asesor. No es que estuviera siendo cobarde al esconderme en mi oficina, exactamente; simplemente no quería que mi presencia se sintiera como si estuviera echando sal en la herida.
Aproveché el tiempo para organizar la agenda del personal para las próximas dos semanas y sincronizarla con el calendario de mi teléfono. Todo estaría listo y en orden para cuando la señora Spreckles regresara a fin de mes. Con suerte, volvería y podría retomar sus actividades sin demasiadas interrupciones. Incluso le dije a Edward que me quedaría una semana después de su regreso, solo para asegurarme de que la transición fuera lo más fluida posible. Luego volvería a instalarme en casa de Angela y, con suerte, pronto conseguiría mi propio apartamento.
—No tienes que irte solo porque Spreckles regrese, ¿sabes? —me dijo Edward, tirando suavemente de mis caderas hasta que mi cuerpo quedó pegado al suyo—. Puedes quedarte aquí. Conmigo.
—Edward, quiero tener mi propio lugar.
—No es como si yo estuviera aquí todo el tiempo, de todas formas —me recordó innecesariamente—. Tendrías toda la privacidad que quieras.
—No se trata de privacidad —negué con la cabeza—. Se trata de normalidad. ¿Recuerdas cómo viniste a recogerme para nuestra primera cita?
—Mmhmm —Edward apretó los labios en una mueca mientras enredaba un mechón de mi cabello entre sus dedos.
—Te gustó la idea de venir hasta mi puerta. Bueno… Yo quiero tener una puerta. Mi propia puerta.
—Está bien —suspiró—. Pero que sepas que voy a estar tocando a tu puerta a horas muy extrañas.
—Está bien. —Sonreí.
—Y voy a insistir en que tu lugar tenga un buen sistema de seguridad. No quiero preocuparme por ti cuando esté fuera.
—Edward, respira. —Me reí—. Todo estará bien. Ya lo verás.
—No sé cómo va a estar bien si no estás aquí.
Estaba perdida en el recuerdo, pensando en la forma en que me había besado tan dulcemente, cuando la señora Waters llamó a la puerta de mi oficina.
—¿Bella? —preguntó.
—¿Hmm? —Parpadeé y dejé mi teléfono sobre el escritorio.
—El jardinero quiere hablar contigo en la parte de atrás.
—¡Oh! Claro. —Sonreí—. Gracias.
La seguí hasta la puerta.
—¿Edward sigue con su… invitada?
—¿Victoria? —La señora Waters hizo una leve mueca—. Llevan unos cuarenta y cinco minutos en su oficina.
—¿Me avisas cuando se vaya?
—Por supuesto. —Asintió.
Después de hablar con el jardinero, di un paseo por la propiedad para disfrutar de unos minutos de tranquilidad antes de que el día se convirtiera en un torbellino de actividades. Cuando me acerqué de nuevo a la casa, vi a Alice en el patio.
—¡Ahí estás! —Sonrió—. La señora Waters me dijo que estabas aquí.
—Estaba esperando a que Victoria se fuera —admití, arrugando la nariz.
—Tienes suerte. Me la encontré en el pasillo hace un momento. Estaba buscándote en tu oficina. Creo que quería hablar contigo, pero le dije que teníamos planes.
—Gracias. —Suspiré—. Supongo que tendré que hablar con ella más tarde, pero tal vez sea más fácil en un salón lleno de testigos.
—¿Le tienes miedo? —Alice soltó una carcajada.
—No. —Negué con la cabeza—. No quiero que nada arruine este día.
—Entonces, pongámonos en marcha. —Alice sonrió—. ¡Solo tenemos una hora para arreglarnos!
Edward estaba al pie de las escaleras cuando entramos a la casa.
—¿Cómo te fue? —pregunté, tomando su mano.
—Sorprendentemente bien —sonrió—. Creo que Vickie se sintió aliviada. En realidad, no se había apuntado para todo el trabajo extra. Ya está bastante ocupada, ¿sabes?
—¿Sí?
—Organizar este evento benéfico fue demasiado para su agenda —se frotó la barbilla—. Fue suficiente para que se diera cuenta de que no tendría tiempo suficiente para dedicarle a la fundación a medida que crezca. Sin embargo, ofreció ser voluntaria cuando sea necesario.
—Bueno… suena menos dramático de lo que imaginé.
—Para mí también —Edward se encogió de hombros—. Se acaba de ir. Creo que quiere que esta noche salga bien, ya que fue un proyecto importante para ella.
—Alice, no esperaba verte tan pronto. ¿Te encargaste de los últimos detalles?
—Sí —respondió con una gran sonrisa—. Bella y yo vamos a arreglarnos juntas para la cena. Bella me va a maquillar.
—Pero Bella casi no usa maquillaje —frunció el ceño Edward.
—Ese es el punto —Alice puso los ojos en blanco—. Cuando intento arreglarme para eventos elegantes, parece que me esfuerzo demasiado. Bella lo hará justo como debe ser. Se necesita una mano cuidadosa para aplicar maquillaje y que parezca que no llevas nada.
—Pobres —Edward sonrió, tomando mi barbilla para darme un beso rápido en los labios—. No las envidio. Todo lo que tengo que hacer es ducharme y ponerme mi esmoquin.
—Sigue presumiendo —le di un codazo en broma—. No todos lucimos bien sin esfuerzo.
—Podrías ir vestida así y seguirías siendo la mujer más hermosa del lugar —Edward sonrió.
—Seguro —bufé—. Ese será el tema de tu próximo evento benéfico. Leggings y camisetas.
—No olvides las sandalias —bromeó.
—Nos vas a hacer llegar tarde —gruñó Alice—. Jasper llegará pronto. Pensé que podríamos ir juntos.
—Está bien. Vayan a arreglarse —Edward se encogió de hombros.
Al final, Alice parecía un ángel vestida de azul hielo. Llevaba una delgada diadema con piedras incrustadas en su corto cabello oscuro y resplandecía por completo. Sabía que su brillo tenía menos que ver con el iluminador que había aplicado en sus pómulos y más con su embarazo, pero aun así insistió en que había hecho magia en su piel impecable.
Yo, en cambio, era su opuesto, vestida de rojo. Había sido una decisión inusual para mí, pero me alegraba de haberla tomado. Alice recogió todo mi cabello en un chignon bajo que dejaba al descubierto mi cuello y la parte superior de mis hombros, un efecto que me hacía sentir elegante y refinada. Me sentía casi regia y tomé prestada la confianza del color que llevaba.
—Edward va a morirse —Alice soltó una risita—. ¡No va a poder mantener sus manos lejos de ti!
—¡Alice!
—¡No lo dejes arrastrarte al armario de los abrigos!
—¡Él nunca haría eso!
Oh, pero sí lo haría. En cuanto subí y vi la expresión en su rostro mientras me observaba acercarme, supe que lo haría. Edward me miraba como si quisiera devorarme, y la simple idea de lo que podría pasar más tarde hizo que un escalofrío recorriera mi espalda.
—Señorita Swan —Edward negó con la cabeza y sonrió—. No tengo palabras.
—Bien, porque no tenemos tiempo para un discurso —Jasper se rió—. ¡Vamos a llegar tarde!
—Ahh, pero falta algo —Edward inclinó la cabeza, aún mirándome—. Alice.
—Hmm. —Alice se llevó un dedo al mentón—. Sabes, hermano… —Asintió—. Creo que tienes razón.
Alice sacó una pequeña caja blanca de su bolso y se la entregó a Edward.
—El artículo que solicitó, señor.
—¡Edward! —Llevé una mano a mi pecho, inhalando bruscamente cuando abrió la caja frente a mí. Dentro había un par de impresionantes aretes colgantes de diamantes—. ¡No lo hiciste!
—No lo hice —negó con la cabeza—. Son prestados. Lo prometo.
—Del mismo lugar que me prestó esto. —Alice señaló su diadema—. Los recogí de camino aquí.
—Gracias a ambos —sonreí ampliamente.
Me puse los aretes y luego respiré hondo. Ahora sí me sentía como la realeza.
—¿Bueno?
—Los diamantes no te hacen justicia —Edward tomó mi mano y besó el dorso de mis dedos—. En este caso, la dama eclipsa a las joyas.
—Oh, Dios. —Jasper puso los ojos en blanco—. Esto ya está poniéndose muy empalagoso, y esta no me dejó usar mis botas esta noche.
Abrazó a Alice por la cintura y le dio un beso juguetón en la mejilla.
—¿Podemos irnos ya? —Empezaba a sentirme incómoda siendo el centro de tanta atención y burlas.
—Creo que deberíamos —Edward asintió, ofreciéndome su brazo.
Tan pronto como Jasper y Alice se adelantaron lo suficiente, Edward se inclinó y susurró en mi oído:
—Cuanto antes terminemos con esto, antes podré traerte de vuelta aquí. A solas.
Volví a estremecerme. Edward lo notó y me dedicó una de sus sonrisas ladeadas, de esas que me hacían sentir débil en las rodillas.
El salón reservado para el evento era impresionante. Candelabros y velas hacían que la habitación resplandeciera. Victoria había hecho bien su trabajo, llenando el espacio con personas bien vestidas e increíblemente importantes. ¿Alice? Ella había hecho que el evento fuera hermoso y exactamente lo que Edward había esperado. La fiesta era elegante pero no rígida. Las risas y las conversaciones amenas daban a la atmósfera un aire relajado, a pesar de la formalidad de los asistentes. Políticos, celebridades y jugadores de béisbol compartían el espacio, bailaban, cenaban y, en general, parecían estar pasando un muy buen rato.
¿Y Victoria? Victoria fue… agradable. Si pareció un poco fría al felicitarme por mi nuevo puesto, podía atribuirlo al hecho de que tenía muchas cosas en la cabeza. La gente parecía halarla en un millón de direcciones distintas, ansiosa por hablar con ella y obtener declaraciones oficiales para diversas publicaciones. Riley era su atento acompañante, reponiendo su bebida y siguiéndola de grupo en grupo. En un momento, me sonrió y me hizo un gesto de aprobación con el pulgar. Le devolví el gesto, sintiéndome como si tuviera un aliado en medio del caos. Victoria estaba saliendo con otra persona y, aparentemente, no guardaba rencor por haber terminado su relación laboral con la fundación. Al parecer, realmente había seguido adelante.
Edward estuvo adorablemente torpe y encantador cuando tuvo que subir al escenario a dar su discurso. No sé qué esperaba, pero escucharlo tartamudear levemente al leer su declaración lo hizo aún más entrañable para mí. Y la forma honesta y genuina con la que habló sobre su misión con la fundación convenció claramente a todos los presentes de que se trataba de un proyecto hecho desde el corazón. Puede que Edward no fuera un orador público refinado, pero era evidente que sentía pasión por crear oportunidades equitativas para los niños con necesidades especiales.
—Los niños con discapacidades del desarrollo no pueden ser, um, encasillados en categorías simples y bien definidas. Es decir, cada niño es diferente y único. Nosotros esperamos hacer posible que estos niños disfruten del béisbol. Tal vez eso solo signifique que puedan asistir a un juego con sus familias o, si lo desean, que aprendan a jugar y se involucren activamente en el deporte a través de campamentos de verano y programas extracurriculares. Maldita sea. Lo siento.
Edward bajó la cabeza por un momento y se aclaró la garganta. Cuando volvió a alzarla, su voz no mostró ni un atisbo de inseguridad.
»Mi hijo pudo asistir a su primer partido en vivo para verme jugar hace unos días, y eso fue porque alguien se tomó el tiempo de considerar su comodidad y sus necesidades. Ahora, sé que lo que funcionó para él no funcionará para todos, pero ese es el tipo de pensamiento y esfuerzo que necesitamos hacer por estos niños, encontrar distintas maneras de incluir a la mayor cantidad posible. Si puedo lograr que al menos otra familia sienta lo que yo sentí cuando lo vi ahí sentado en su asiento…
Edward exhaló tembloroso.
»Bueno, eso es todo lo que quiero hacer. Y gracias a la generosidad de todos ustedes esta noche, creo que vamos a comenzar con un programa verdaderamente inclusivo.
El discurso de Edward fue recibido con una ronda de aplausos entusiastas. Yo misma aplaudí tan fuerte que me ardieron las palmas. No podía borrar la sonrisa de mi rostro.
—Estás radiante —me dijo Edward un rato después, presionando una copa de champán en mi mano—. ¿El vestido? ¿El ambiente? ¿Los aretes? Te quedan perfectos, señorita Swan.
—No es nada de eso —incliné la cabeza mientras lo miraba—. Es el hombre a mi lado. Estoy muy orgullosa de ti, Edward.
Él me observó detenidamente, mirándome a los ojos. Juraría que se sonrojó un poco antes de bajar la mirada.
—Todos mis premios en el campo no te impresionan ni de cerca tanto como esto…
—Porque eso es tu trabajo —le dije—. Esto es tu corazón.
—Y tú también lo eres.
Entonces, le permití besarme. Fue muy dulce, muy largo y probablemente inapropiado para el lugar en el que estábamos, pero no me importó.
Cuando Edward bailó conmigo, tuve que reír. Ninguno de los dos era un gran bailarín. Solo nos balanceábamos de un lado a otro como una pareja incómoda en un baile de secundaria.
—¿De qué te ríes? —preguntó Edward.
—Solo pensaba que esto se siente como estar en el baile de graduación —bromeé.
—Espero que la banda sea mejor —Edward puso los ojos en blanco.
—No podría decirlo —me encogí de hombros, con mis brazos sobre sus hombros—. No fui a mi baile de graduación.
—¿No?
—No. —Negué con la cabeza.
—Me cuesta mucho creer que no tuvieras a cinco o seis chicos de la escuela haciendo fila para comprarte un ramillete.
—Mi papá estaba enfermo —me encogí de hombros de nuevo—. No quise ir.
—Ahh —Edward juntó los labios—. Bueno, espero poder compensártelo. No soy muy buen bailarín. Esme trató de enseñarme, pero…
—Yo tampoco —resoplé—. Cuando era niña, mi papá solía ponerme sobre sus pies.
—¿Quieres pararte sobre los míos? —Edward alzó una ceja.
—No tentemos al destino. —Me reí—. Ambos acabaríamos enredados en el suelo, y medio salón me atacaría si no pudieras jugar el próximo partido por un accidente de baile.
—Mejor nos ahorramos la posible vergüenza —asintió Edward—. Podemos saltarnos el baile, pero insisto en que ningún baile de graduación está completo hasta que trate de convencerte de que lo hagamos en la parte de atrás de mi auto.
—Ya veremos. —Me sonrojé, disfrutando la charla ligera entre los dos—. ¿Quieres ir a ver la subasta silenciosa?
En el pasillo, se habían dispuesto filas y filas de mesas con paquetes de regalos donados. Solo había que escribir el nombre y un monto en pequeñas hojas para intentar ganar cualquiera de los numerosos artículos de lujo. La mayoría estaban relacionados con el deporte, pero había varios que no.
—¿Donaste algo de esto? —pregunté.
—Mmhmm —Edward asintió—. Cuando gané el MVP, me dieron una camioneta Chevy nueva. La doné.
—¿En serio? —pregunté, con los ojos muy abiertos.
—No la necesito —se encogió de hombros—. Mi familia tiene todo lo que necesita, así que pensé que sería una buena donación para la fundación.
La generosidad de Edward me dio una idea propia, y empecé a moverme entre las mesas, mirando con renovado interés las hojas de pujas.
—¿Pensando en unas vacaciones? —preguntó Edward cuando me detuve a revisar una carpeta que detallaba una escapada de dos días a Las Vegas.
—¿No sería genial? —pregunté, mirándolo—. ¡Dos días en una suite increíble en Las Vegas! ¡Todo incluido! Hasta boletos para un show…
—No sabía que fueras una apostadora.
—Estoy apostando por ti, ¿no? —lo empujé juguetonamente con el codo—. No, no apuesto mucho, pero como soy la dama de honor de Angela, se supone que debo organizar la despedida de soltera. ¿No sería divertido llevar a las chicas a Las Vegas durante dos días antes de la boda?
—Suena como una gran idea —Edward asintió, alcanzando una hoja de puja—. A Angela le encantaría.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté, dándole una palmada en la mano.
—¡Voy a hacer una oferta!
—¡Ni se te ocurra! —fruncí el ceño—. ¡Vas a superar mi puja! ¡Yo quiero ganar esto!
—Puedo ganarlo por ti. —Sonrió Edward—. Me hará sentir mejor por el hecho de que estaré de gira y no podré ser tu cita para la boda.
—¿Un viaje de culpa? —Rodé los ojos—. No, gracias. Quiero hacerlo por mi cuenta.
—¿Tienes dinero extra por ahí que yo no sepa? —preguntó Edward—. Pensé que estabas ahorrando.
—Lo estoy. —Me encogí de hombros—. Pero Doc me dijo que conoce a alguien que ofreció comprar mi camioneta. Voy a dejársela. Dijo que podía conseguir treinta mil dólares por ella. Así que, resulta que sí tengo algo de dinero extra, y quiero gastarlo aquí, en la fundación.
—¡Bella! —exclamó Edward, tomando mi muñeca—. ¡No puedo dejar que vendas la camioneta de tu papá!
—No la necesito. —Sonreí, negando con la cabeza—. Ya no, Edward. Tú estás donando tu camioneta. ¿Por qué no puedo donar yo la mía?
—¿Estás segura? —preguntó, frunciendo el ceño—. Sé cuánto significa esa camioneta para ti.
—Tenía pensado mandarla a chatarra tarde o temprano, Edward. Tú fuiste quien la mandó a arreglar, y también te aseguraste de que yo tenga un muy buen «auto de empresa» para conducir. Estoy segura.
—Entonces está bien. —Sonrió—. Buena suerte ganando tu viaje.
—Gracias. —Enderecé los hombros y alcancé una hoja de puja.
—No ofertes más de $5,000 —sugirió Edward—. No he visto mucha actividad por este lado del salón. Creo que la mayoría de la gente está gastando su dinero en el paquete para la Serie Mundial.
—Gracias. —Sonreí, aceptando su consejo. Solo porque tenía dinero extra no significaba que quería exagerar con mi regalo para Angela.
—¡Ahí están! —llamó Alice justo cuando dejaba mi papeleta en la caja—. ¡Edward, tienes que volver al escenario! ¡Están por subastar a los jugadores!
—Mierda —murmuró Edward—. Bien. Vamos allá.
Edward se unió a otros catorce hombres en el escenario, todos luciendo adorablemente incómodos mientras sonreían y saludaban a la multitud que regresaba a sus asientos para la subasta. Me abaniqué con la paleta de béisbol que Alice me había dado, observando cómo Edward se pasaba los dedos por su largo cabello, ajustaba su corbata y se veía nervioso.
Uno por uno, los hombres se acercaron al micrófono para decir sus nombres y los equipos para los que jugaban. Algunos contaron breves historias sobre por qué habían decidido donar su tiempo y talentos al evento. Un receptor habló sobre lo que fue crecer con una hermana con síndrome de Down, y otro hombre habló con cariño de su sobrino que estaba en el espectro autista. Todos describieron la experiencia que estaban ofreciendo para la subasta.
Un jugador ofreció dar lecciones personales de bateo. Otro propuso una cita para ir a la sinfónica. Edward ofreció una cena y una película. Jasper planeaba ir a la casa de alguien a encargarse de la parrilla para una barbacoa. El público estalló en carcajadas cuando el tercera base de los Cubs ofreció ir a casa de alguien a lavar y encerar el vehículo que eligieran… usando solo un pequeño traje de baño azul. Tenía el presentimiento de que esa sería la oferta que recaudaría más donaciones de la noche. ¡Estaba guapo! Le hice un gesto a Edward insinuando que consideraría pujar por ese tipo, y él me respondió con una mueca divertida.
Y entonces comenzó la subasta. Fue un asunto bullicioso. Los invitados silbaban, gritaban y le lanzaban piropos a los hombres en el bloque de subasta mientras continuaban pujando cifras ridículas de dinero. Todo era con humor y por una gran causa. Noté que algunas de las mujeres más adineradas presentes ofrecían cantidades absurdas por algunos de los hombres que ofrecían citas, y me pregunté cuánto estaría dispuesta a pagar alguien por sentarse junto a Edward en una sala de cine.
Cuando Jasper subió al escenario, Alice ya estaba lista.
—¡Nadie se interpone entre mi hombre, la comida y yo! —insistió. Sonreí mientras superaba la oferta de una pareja que parecía desesperada por la barbacoa. Alice pagó $15.000 para ganar a su prometido.
—Ya vuelvo. —Me dijo sonriendo—. Ese tipo se ve realmente decepcionado. Voy a invitarlo a nuestra casa para que comparta el premio.
Me encantó su buena actitud y deseé poder ser igual de generosa cuando viera a la gente pujando por Edward.
Resultó que no podía.
Edward comenzó con muchas personas interesadas en ganarlo, probablemente porque era el anfitrión del evento. Sin embargo, a medida que la cifra subía, el número de postores empezó a disminuir.
—Si gano, ¿compartirás tus palomitas conmigo, bestia sexy? —gritó un hombre desde el público, haciendo reír a todos. Edward asintió y le levantó el pulgar.
Eventualmente, cuando las ofertas superaron los $10.000, noté que solo quedaban mujeres levantando sus paletas. No debería haberme sorprendido. ¿Quién no querría tener una cita informal con El León? Vi a una mujer mayor sentada en una mesa a mi derecha que seguía levantando su paleta una y otra vez.
—No estaría nada mal —le susurré a Alice—. Se ve dulce. ¡Espero que ella gane!
—Podría estar pujando por su nieta súper sexy o algo así —Alice frunció el ceño.
—Es por una buena causa. —Me encogí de hombros.
—Claro —asintió Alice—. ¿Quién sigue subiendo la puja?
Ambas empezamos a mirar alrededor, tratando de distinguir qué mesas seguían en la guerra de ofertas. Por más que lo intentaba, no lograba ver quién más levantaba la paleta para ganar a Edward.
—¡$16.000 de la mesa ocho! —anunció el maestro de ceremonias por el micrófono—. ¿Veo $17.000?
La señora mayor levantó su paleta de nuevo después de un momento de duda, pero su oferta fue anulada de inmediato por el maestro de ceremonias, quien recibió una puja de $18.000.
—¿Quién carajos está pujando tanto? —preguntó Alice, estirando el cuello.
Me recosté en mi silla, mirando hacia la derecha. Como si el destino lo hubiese planeado, alcancé a ver justo el momento en que Victoria levantó su paleta, ofreciendo $20.000.
—¡Esa perra! —Solté entre dientes. De inmediato volví a mirar a la señora que había estado pujando, mordiéndome el labio al verla negar con la cabeza y dejar su paleta sobre la mesa frente a ella. Cualquiera -cualquiera- en el salón podría haber ganado esa cita con Edward, y yo habría estado bien con eso… pero no Victoria. Se sintió como una ofensa personal, viniendo de ella. Sintiendo un destello de posesividad arder dentro de mí, agarré mi paleta y la levanté tan alto como me lo permitió el brazo.
—¡$25.000! —dije en voz alta. Sentí cómo varias miradas curiosas se dirigían hacia mí. No me importó. Edward me vio, y su rostro se iluminó con una enorme y feliz sonrisa. Dio un paso al frente y, tomando el micrófono del maestro de ceremonias, dijo:
—¡VENDIDO!
Tal vez no fue la manera en la que debería haber terminado la subasta, pero no me importó. Edward no le dio a Victoria la oportunidad de superar mi oferta. Saltó del escenario y cruzó rápidamente el salón hacia mí. Escuché cómo estallaban los aplausos a nuestro alrededor cuando Edward me tomó por la cintura y me inclinó hacia atrás en un beso muy teatral.
—Ay, Dios —murmuré, cubriéndome la cara con las manos cuando por fin me enderezó. La gente seguía aplaudiendo, y yo estaba mortificada.
—¿Qué hiciste, mujer loca y maravillosa? —me preguntó Edward. Y luego, levantando los brazos, habló en voz alta—: ¡¿Qué puedo decir?! ¡Me ama!
—¡Siéntate! —gemí, sintiendo que el color de mi cara igualaba al de mi vestido.
—¡Habría pagado más si sabía que el premio incluía un beso como ese! —gritó el hombre escandaloso de antes, provocando más risas entre los asistentes.
Edward se quedó a mi lado durante el resto de la subasta. Y yo tenía razón. El jugador de los Cubs logró recaudar $30.000 por lavar un carro en traje de baño. Una pelirroja con gafas saltaba como si hubiera ganado la lotería después de hacer la oferta más alta. En total, la subasta de los jugadores recaudó una cifra impresionante para la fundación. Edward me besó una vez más antes de regresar al escenario.
—Una idea brillante —murmuró contra mis labios—. Te amo.
—Si no estuviera embarazada, le daría una bofetada —Alice seguía quejándose de Victoria, frunciendo el ceño en dirección a la mesa ocho—. ¡Tiene un descaro!
—No te preocupes por ella —negué con la cabeza. Ya había pasado. Más allá de las ofertas, yo podía tener una cita con Edward cualquier día de la semana. Victoria habría tenido que pagar por ese tiempo. Y pensar en eso me hacía sentir muy bien. Ese dinero ni siquiera era realmente mío. No me importaba sumarlo al total recaudado en la noche.
—Viene hacia acá —dijo Alice con el ceño aún más fruncido—. Me voy.
—No —negué de nuevo.
—Voy a hacer una escena si me quedo —me advirtió—. Mejor voy a buscar a Jasper.
Me levanté de la mesa con la intención de seguirla, pero me detuve cuando sentí la mano de Victoria tocar mi hombro por detrás. Me giré, fingiendo una expresión de sorpresa como si no me hubiera dado cuenta de su llegada.
—¡Oh! Victoria…
—Buen trabajo. Felicidades por esa subasta —asintió. La sonrisa en su rostro era tan falsa como sabía que lo era la mía—. Fue lindo cómo montaron todo. ¡A todos les encantó!
—Sí… Todo salió bien —asentí. Si negaba su afirmación, sabría que la superé a propósito. Era mejor dejarla creer que todo estaba planeado.
Las cejas perfectamente arregladas de Victoria se alzaron un poco.
—Sabes que solo estaba pujando para aumentar la cantidad, ¿verdad? Todo por una buena causa.
—Claro —asentí de nuevo—. Um… Con permiso. Necesito revisar la subasta silenciosa.
La dejé allí, de pie junto a la mesa, y salí al pasillo. Justo estaban por colocar los nombres de los ganadores en las mesas, así que me dirigí hacia el paquete del viaje a Las Vegas. Fue ahí donde me crucé con Riley, que acababa de salir del guardarropa y se dirigía hacia los ascensores.
—¿Riley? —lo llamé. Se giró, con una expresión molesta, pero luego relajó los hombros y me sonrió al verme.
—¿Qué haces? —le pregunté al alcanzarlo—. ¿Te vas?
—Sí —suspiró—. Esa subasta fue una mierda. Ya tuve suficiente humillación por esta noche. Me largo.
—¿Humillación?
—¿Vickie pujando por Edward? —Riley puso los ojos en blanco—. Por favor.
—Dijo que solo estaba tratando de hacer que la otra señora siguiera pujando.
—Esa zorra —gruñó Riley—. Si tú crees esa mierda, eres más ingenua de lo que pensé.
—¡Ey!
—Escucha —negó con la cabeza y me tocó ligeramente el brazo—. Lo siento. Estoy molesto y me estoy desquitando contigo. Pero si Victoria sigue vendiendo esa historia, pregúntale por cuántos más pujó. Adelante. Si de verdad quería aumentar las pujas, lo habría hecho con más de uno. Ni siquiera levantó su paleta por los otros jugadores de los Cardinals. Esa mujer está dañada. Yo ya terminé con ella.
—Lo siento.
—No es tu culpa, muñeca. Me voy de regreso a California, donde las cosas son normales.
—¡Ugh! —Me giré y no llegué a avanzar más de dos mesas antes de que me detuviera la mujer mayor que había estado pujando por una cita con Edward.
—¿Eres Isabella Swan? —me preguntó.
—Sí —asentí, sintiendo cómo se dibujaba una sonrisa genuina en mis labios—. ¿Y usted es?
—Lorraine Garner —sonrió, ofreciéndome la mano—. ¿Escuché bien que trabajarás con la fundación?
—Así es. —Sonreí—. Un gusto conocerla.
—Puedo ver por qué el señor Cullen está tan interesado en ti —dijo con una sonrisa—. ¡Eres preciosa!
—Oh. Gracias —me sonrojé—. Lo siento por la subasta.
—Está bien —dijo, agitando los dedos—. Pujé más de lo que debía. Habría estado feliz de ganar a cualquiera de los Redbirds, en realidad. Me fijé un límite de $10.000, pero como no gané con los otros jugadores, ofrecí un poco más por Edward, ya que era el último por el que podía intentar.
—¿Es fanática?
—¿De los Cardinals? Sí. Siempre lo he sido —sonrió—. Mi esposo y yo tuvimos abonos de temporada todos los veranos durante los últimos treinta y cinco años. Bueno, Arthur falleció el invierno pasado. Le habría encantado asistir a este evento conmigo, así que hice la donación en su honor. ¡Una vez cenamos con Stan Musial en un evento como este! ¿Puedes imaginarlo?
—Debe haber sido increíble —asentí.
—De todos modos, solo quería felicitarte, querida —me dijo Lorraine—. Fue un gusto conocerte.
—Espere. ¿Lorraine? —le pedí que se quedara al ver a Edward avanzar entre la multitud hacia nosotras.
—¿Sí? —Ella no podía verlo, así que le sonreí por encima del hombro.
—¿Edward? —lo saludé—. Ella es Lorraine Garner.
—¡Oh! —La mujer se llevó la mano al corazón y se giró cuando Edward llegó a mi lado—. ¡Ay, cielos!
—¿Señora Garner? —respondió Edward—. Un gusto conocerla.
La mujer parecía sin palabras, así que le di a Edward un pequeño empujón con mi cadera.
—Lorraine fue la amable señora que estuvo pujando por una cita contigo.
—¿De verdad? —Él sonrió, cortés—. Me siento honrado. Gracias, señora.
—Yo… —Lorraine seguía sin poder hablar.
—Ella y su esposo han sido fanáticos de los Cardinals por años —continué—. Lamentablemente, él falleció hace poco.
—Lamento mucho escuchar eso.
—¡Me estaba contando que cenaron una vez con Stan Musial!
—¿En serio? ¡Guau! —Edward no tuvo que fingir su entusiasmo—. ¡Stan the Man!
—Estaba pensando… Ustedes dos probablemente podrían compartir muchos recuerdos del béisbol si le cedo la cita que acabo de ganar.
Las cejas de Edward se alzaron mientras me miraba, sorprendido. Asentí, esperando que captara la idea.
—Bueno, eso sería maravilloso —Edward entendió rápidamente. Se volvió hacia la señora y le sonrió—. ¿Qué dice, Lorraine? ¿Le gustaría ir a cenar y al cine conmigo?
—¿Yo…? —Ella nos miró a los dos, incrédula—. ¿Hablas en serio?
—¡Lo dice en serio! —solté una risita—. A Edward le encantan las historias del béisbol de antes. Creo que ambos disfrutarían mucho la noche.
—Claro —Lorraine sonrió—. Si estás segura…
—Lo estoy —prometí—. Mire, solo asegúrese de dejarle su número al maestro de ceremonias para que Edward pueda contactarla y ponerse de acuerdo con usted.
—Gracias. Muchas gracias —Lorraine se veía emocionada—. Arthur habría estado tan feliz. ¡Gracias!
—Parecía muy dulce —me dijo Edward cuando Lorraine se alejó.
—Ella debería haber ganado. —Me encogí de hombros—. Gracias, Edward.
—Lo que sea por ti, Bella.
—¿Lo que sea?
—Sí. Lo que sea. ¿Por qué? ¿Tienes algo en mente?
—Tal vez —le dije, juguetona—. Estaba pensando que sería divertido verte lavar mi carro usando solo un traje de baño rojo.
Gané una cita con Edward y la regalé. Gané un viaje a Las Vegas y no podía esperar para sorprender a Angela con una increíble despedida de soltera. El hombre que estuvo lanzándole piropos a Edward durante la subasta se fue manejando una flamante camioneta Chevy. Edward también ganó. El evento fue un éxito rotundo, y la fundación reunió una cantidad impresionante de dinero para comenzar. Y aunque no llegamos hasta el final en la parte trasera de su carro, sí nos dimos unos buenos besos como adolescentes cachondos después de dejar a Jasper y Alice en su casa.
La mejor noche de no-baile de graduación de la historia. Ni siquiera Victoria logró arruinarla. Estaba agradecida de que el evento hubiera terminado porque eso significaba que el puesto de Victoria en el comité de la fundación estaba oficialmente vacante.
Edward y yo, por fin, podíamos seguir adelante.
*~*~Las reseñas son mejores que las paletas de subasta con forma de pelota de béisbol. Deja una.~*~*