ID de la obra: 591

Jardín de los Recuerdos Olvidados

Het
R
En progreso
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Fandom:
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Maxi, escritos 188 páginas, 74.359 palabras, 11 capítulos
Descripción:
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Capítulo 11

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El silencio que siguió a las palabras de Stripe fue absoluto, como si incluso las criaturas nocturnas contuvieran la respiración ante tal revelación. "¿Qué?" Bandit parpadeó varias veces, procesando lentamente la información. "¿mamá? ¿En un asilo?" Stripe asintió con pesadez, sus hombros caídos bajo un peso invisible. "Rad dice que ya no puede más. Que Nana necesita atención profesional." Pasó una mano temblorosa por su rostro. "Llegué de visita esta tarde y los encontré discutiendo. Mamá lloraba, completamente desorientada." Chilli se acercó más a los hermanos, su voz suave pero firme. "Stripe, ¿qué tan mal está?" "Peor de lo que pensábamos." Stripe levantó la mirada hacia el cielo estrellado. "La semana pasada salió en pijama a las tres de la madrugada, convencida de que tenía que ir a recoger a Bandit del hospital. Un vecino la encontró vagando por el parque." Bandit sintió que el corazón se le encogía. "¿Por qué nadie nos dijo nada?" "Rad pensó que podía manejarlo. Hoy..." Stripe tragó saliva. "Hoy no reconoció a Muffin cuando fueron de visita. La confundió con Bluey cuando era pequeña. Después se puso a buscar frenéticamente a papá para decirle que había hecho su tarta favorita." Un nudo se formó en la garganta de Bandit. Su padre llevaba casi tres años fallecido. "Mañana tenemos que ir todos," declaró con firmeza, apretando el hombro de su hermano. "Ver a Mamá, hablar con Rad. Encontrar una solución juntos." Chilli asintió. "Puedo reorganizarme con las chicas para cambiar mis turnos en el aeropuerto. Las niñas pueden quedarse con Trixie." La tensión en el rostro de Stripe se suavizó ligeramente. "Gracias. Lo siento mucho por haber aparecido así, como un lunático." "Para eso está la familia," respondió Bandit con una sonrisa triste. "No respondas así, que me haces sentir más culpable, se lo que te dije." Respondió Stripe, llegando a abrazar a su hermano. "No te preocupes hermanito." Respondió tanto a las palabras como al contacto físico que estaba ejerciendo con Stripe. "Además, lo más probable es que lo olvide para mañana." "No bromees de esa forma." "Ahora vas a actuar como si no llegaste a mi casa a insultarme", respondió Bandit, siguiendo el juego para molestar aún más a su hermano menor. "Sabes que, mejor sí, olvídate del tema porque yo ya me voy", contestó Stripe. Chilli abrió la puerta rápidamente. "La puerta está lo suficientemente grande para que salgas como enteraste." "Oh, ¿También le vas a entrar al juego Chilli? "Solo intento aliviar un poco la tensión después de que un perro loco entrara a nuestra gran casa a gritar durante la noche", respondió ella con una sonrisa cansada. "Mira la hora que es. ¿Por qué no te quedas a dormir? Mañana podemos ir todos juntos a ver a Nana." Stripe dudó por un momento, pero el agotamiento emocional era evidente en su rostro. Asintió finalmente. "Prepararé el sofá", dijo Chilli, desapareciendo por el pasillo. Los hermanos se quedaron solos en el silencio de la sala. Bandit observó a Stripe, notando las nuevas canas que salpicaban su barba, las arrugas que se habían profundizado alrededor de sus ojos. El tiempo pasaba para todos. "¿Recuerdas cuando Mamá nos llevaba al parque después de la escuela?", preguntó Bandit de repente. "Siempre traía esas galletas de chocolate que tanto nos gustaban." Stripe sonrió débilmente. "Y nos compraba helado aunque papá se enfadara porque decía que nos arruinaba la cena." "Ella siempre supo cómo hacernos felices." El silencio cayó de nuevo entre ellos, pero esta vez estaba lleno de recuerdos compartidos, de una infancia que ahora parecía tan lejana. “Extraño a papá”. Susurro Bandit, mirando el techo de la casa. “Y no quiero olvidarme que murió. Ese dolor de pérdida no se lo deseo a nadie”. Stripe también volteo a ver el techo. “La muerte es algo que si me gustaría olvidar”. Al instante pensó en Nana. Irónicamente demencia senil mantenía tranquila a su mamá con el tema de la Muerte de Bob. "¿Crees que nos recordará mañana?", la voz de Stripe sonaba vulnerable, casi infantil. Bandit colocó una mano en su hombro. "No lo sé. Pero nosotros la recordaremos a ella, y eso es lo que importa." "Eso último sabes que no es del todo cierto." Respondió Stripe de forma burlona. Bandit agarró una almohada y se la arrojo a la cara. "Más respecto a tú mayores." Dijo Bandit, tratando de reírse. La noche transcurrió lentamente. Ninguno de los hermanos logró dormir bien. Cuando el amanecer comenzó a filtrarse por las ventanas, ya estaban todos despiertos y preparándose para el día que les esperaba. Un día muy largo para Stripe. Bluey y Bingo fueron enviadas a casa de Trixie con una explicación simplificada sobre la situación de su abuela. Bingo, con los ojos muy abiertos, preguntó de golpe. “¡El asilo! ¿No es donde dejan a los viejos cuando ya no quieren encargarse de ellos?” Trixie se llevó una mano al pecho, horrorizada. “¡No! ¿Quién les dijo eso?” Ambas hermanas respondieron al unísono, como si fuera obvio: “¡Muffin!” Trixie giró la cabeza hacia su hija, con mirada acusadora. “¿¡Muffin!?” Muffin, sin inmutarse, se encogió de hombros. “¿Qué? Fue lo que escuché que te dijo mi papá.” “¿¡Escuchaste una conversación de adultos!?”, exclamó Trixie, con la voz cada vez más tensa. “¡Fue culpa de Socks! Ella iba a la cocina a agarrar algo, y yo la seguí para agarrar también.” Trixie suspiró, frotándose las sienes. “No quiero saber más de eso. Solo quiero que sepan que su abuelita no será llevada a un asilo.” Bluey, intentando cambiar de tema, comento. “Fue por eso que el tío Stripe llegó molesto ayer en la noche a la casa.” Trixie la miró con interés y algo de preocupación. “Ahora que tocaste ese tema… ¿No fue grosero? Si lo fue, prometo que…” “No lo fue”, interrumpió Bluey rápidamente, desviando la mirada. “Solo entró hablando fuerte, pero luego ya no se escuchaba su voz.” “¿Estás segura de que no fue grosero?”, insistió Trixie, estudiando su rostro. “Segura… tal vez no, pero no creo que mi tío sea capaz de insultar a mi papá así.” Trixie sonrió con picardía y bajó la voz. “¿Dirían la verdad por un cono de helado?” Bluey cruzó los brazos, haciendo un gesto de dignidad ofendida. “No soy una niña pequeña para aceptar un soborno tan pequeño.” “¿Lo harías por una banana split?”, probó Trixie, subiendo la apuesta. Bingo, con los ojos brillantes, saltó emocionada: “¡Yo sí lo haría!” Bluey se tapó los oídos. “¡No oigo, no oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado! ¡No oigo, no oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado!” Trixie no se rindió. Acercándose a su oído, enumeró con dulzura tentadora. “Ay, con doble banana, con crema chantillí, tres cucharadas de helado de chocolate, jarabe de chocolate con chispas de… chocolate.” Bluey bajó las manos de sus orejas de inmediato, con expresión seria pero decidida. “Que, por otro lado, no está bien que haya secretos entre parejas.” Trixie no pudo evitar reírse ante la repentina moralidad de Bluey. “Tienes razón, cariño, los secretos no son buenos… pero el helado sí.” Sin esperar respuesta, se dirigió a la cocina. Bluey y Bingo la siguieron como dos sombras expectantes. Mientras abría el congelador, Trixie comentó con voz casual. “Así que Stripe solo ‘habló fuerte’, ¿verdad?” “Sí”, afirmó Bluey, aunque su mirada se posó en los ingredientes que Trixie sacaba sobre la mesada: platos hondos, bananas, frascos de sirope y un bote de crema chantillí. Con manos rápidas, Trixie partió una banana por la mitad en cada plato. “¿Y qué fue exactamente lo que dijo?” Bingo, ya subida en un taburete, respondió por Bluey. “¡Que era una injusticia! Y que el tío Bandit no tenía la culpa.” Trixie asintió lentamente, colocando tres bolas de helado de vainilla sobre las bananas. “¿Algo más?” Bluey permaneció en silencio, observando cómo la crema blanca cubría el helado en espirales perfectos. “¿Y gritó algo sobre… ‘no permitiré que lo aislen’?”, preguntó Trixie sin mirarla, mientras esparcía nueces y chispas de chocolate. Bluey parpadeó, confundida. “No… no escuché eso.” Trixie dejó la cuchara de sirope y se apoyó en la mesada. Sus ojos se suavizaron. “Ah… entonces no sabes que Stripe y tu papá sí discutieron fuerte Bluey bajó la vista hacia el banana split que brillaba bajo la luz de la cocina. El helado empezaba a derretirse lentamente. “Comienzo a pensar que esto fue un chantaje". Dijo Trixie, mirando seriamente a las niñas. “Fue idea de Muffin". Respondieron al unísono. El viaje en coche hasta la casa de Rad fue silencioso. Cada uno perdido en sus propios pensamientos, en sus propios recuerdos de Nana. "Tenemos que ser realistas", dijo Chilli finalmente, rompiendo el silencio. "Si realmente necesita cuidados especiales, tenemos que pensar en lo mejor para ella, no en lo que nos haga sentir mejor a nosotros." Bandit apretó su mandíbula con fuerza. Sabía que Chilli tenía razón, pero la idea de ver a su madre en un asilo, confundida y perdida entre extraños, le resultaba insoportable. "Quizás podríamos turnarnos para cuidarla", sugirió. "Entre Rad, Stripe y yo..." Stripe y Chilli quedaron callados. No podían creer que Bandit quería volver a tocar la organización de cómo cuidar a su madre después de un año desde que se había planeado cómo sería. "Luego hablaremos de eso." Respondió Stripe. El resto del trayecto transcurrió en un silencio tenso. Cuando finalmente llegaron a casa de Rad. "Stripe, creo que tengo memoria suficiente como para saber que no hay nadie en esta casa." Dijo Bandit Stripe miró hacia la puerta de la casa vacía, su ceño fruncido en una mezcla de confusión y resignación. “Rad me dijo que estaría aquí. Tal vez… tal vez fue al supermercado con mamá.” Sacó su teléfono, revisando mensajes que no estaban ahí. “O quizá se fue a dar una vuelta, despejarse de todo y todos.” Bandit se cruzó de brazos. “¿Despejarse? ¿Después de lo de anoche?” Chilli, que estaba detrás de ambos, bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas. “Quizás necesitaba tiempo para pensar. No es fácil tomar una decisión así.” “¿Y dejar la casa vacía sin avisar?” refunfuñó Bandit, aunque por dentro ya sabía que no era tanto enojo lo que sentía, sino ansiedad. Ansiedad de que todo estuviera yéndose de las manos. Stripe suspiró y caminó hacia la puerta del jardín trasero. “Voy a revisar si están ahí.” Chilli le hizo una seña a Bandit para que no dijera nada más. “Quizás este no sea el momento de reproches.” Bandit asintió con una mueca. “Lo sé. Pero es tan frustrante. Quiero hacer algo, cualquier cosa, y lo único que siento es que estamos... reaccionando, siempre un paso detrás.” "No te estoy entendiendo." Respondió Chilli, confundida por lo que quería decir Bandit. Stripe regresó con un gesto cansado. “No están. Ni en el patio, ni en la calle de atrás.” Miró a su hermano y cuñada con los labios apretados. “Voy a llamarlo. Aunque me cuelgue.” Pero el teléfono solo sonó una y otra vez. Le había vuelto a colgar. Finalmente, Stripe bajó la mano con el móvil temblando levemente. “No contesta. Quizás simplemente necesitaba alejarse de nosotros. De mí. De lo que dije anoche.” “Stripe…” comenzó Bandit, pero el menor levantó una mano, deteniéndolo. “No. Está bien.” Dio un paso atrás. “No tendría que haber venido como lo hice, y lo sé. Solo… pensé que podríamos resolverlo todos juntos, como cuando papá murió." "¡Papá qué!" Exclamó Bandit. "Creo que nosotros ya nos vamos a la casa amor. Dejamos a las niñas solas y no está bien hacer eso." Dijo rápidamente Chilli, empujando a Bandit dentro de Bobo. "¿Papá esta muerto?" Preguntó Bandit, un poco más alterado. "¿Por eso quieren poner Rad a mi madre en un asilo?" Chilli lo sentó en el asiento de copiloto y le abrochó el cinturón. Para luego darle un beso rápido en sus labios para tranquilizarlo un poco. Para su suerte había fusionado. Bandit se había callado, pero su mente no lo dejaba en paz. “¿Por qué no lo recuerdo, Chilli? ¿Cómo pude olvidar algo así…? Era mi papá…” Chilli tomó su mano con firmeza mientras conducía con la otra. “No lo olvidaste, amor. Solo… a veces tu mente se protege cuando el corazón ya no puede más.” Bandit sollozó, apenas audible. “Me duele como si me lo hubieran dicho por primera vez…” "Tranquilo, iremos a casa ahora." Chilli subió al asiento del conductor en silencio, con las manos temblorosas aferradas al volante. La respiración de Bandit era pesada, como si cada pensamiento que lo embestía desde la oscuridad de su mente lo obligara a luchar contra una tormenta invisible. "Papá..." murmuró de nuevo, su voz trémula. "No lo recuerdo muriendo. No recuerdo ese día, ni el funeral, ni las palabras de despedida." Chilli tragó saliva, sin saber qué decir de inmediato. Apretó el volante con más fuerza, obligándose a no llorar. Simplemente no podía acostumbrarse a esta reacción de Bandit. Sabía exactamente cómo tratar con él, sin embargo siempre lastimaba su corazón cuando lo miraba así. El viaje de regreso a casa transcurrió en un silencio pesado, interrumpido solo por los suspiros entrecortados de Bandit y el suave ronroneo del motor. Chilli mantenía una mano sobre la de su esposo mientras conducía, sintiendo cómo los dedos de él temblaban ligeramente contra los suyos. Una vez en casa, Bandit se dirigió directamente al sofá sin decir palabra. Se dejó caer sobre los cojines con un peso que parecía ir más allá de lo físico, como si todo el agotamiento emocional del día anterior y la mañana hubiera convergido en ese momento. "¿Quieres que hablemos?" preguntó Chilli suavemente, sentándose a su lado. Bandit negó con la cabeza, sus ojos perdidos en algún punto indefinido de la pared. "Solo... necesito procesar todo esto. Papá, mamá, Stripe..." Su voz se desvaneció gradualmente. Chilli le acarició el hombro. "Está bien. Descansa un poco. Yo estaré aquí cuando despiertes." Bandit asintió débilmente y, sin cambiar de posición, cerró los ojos. La fatiga emocional lo venció rápidamente, y en pocos minutos su respiración se volvió profunda y regular. *En el sueño, Bandit era nuevamente un cachorro de seis años.* El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de encaje de la cocina, creando patrones dorados que bailaban sobre la mesa donde su madre preparaba la merienda. Nana tarareaba una melodía que él no podía identificar pero que le resultaba infinitamente familiar, como si hubiera vivido en su corazón desde siempre. "¿Me ayudas a batir la crema, cariño?" le preguntó su madre, extendiendo hacia él una cuchara de madera cubierta de merengue blanco. En la radio sonaba una balada de The Beatles, y Nana cantaba por lo bajo mientras trabajaba. El pequeño Bandit asintió entusiasmado, subiendo a una silla para alcanzar el tazón. Sus patitas apenas llegaban al borde de la mesa, pero su determinación compensaba su estatura. Nana se rió suavemente, esa risa cristalina que siempre lo hacía sentir como si fuera la persona más importante del mundo. "Así no, tesoro," le dijo Nana con esa paciencia infinita que solo las madres primermundistas parecen poseer, guiando sus pequeñas patas sobre la cuchara. "Con movimientos circulares, como si estuvieras pintando nubes en el cielo. Así me enseñó tu bisabuela cuando yo tenía tu edad." Bandit siguió sus instrucciones, concentrándose intensamente en el batido. "Mamá," dijo de repente, deteniéndose en su tarea, "¿siempre vas a estar aquí conmigo?" Nana pausó lo que estaba haciendo y se agachó hasta quedar a la altura de sus ojos. Sus patas, suaves y cálidas, enmarcaron el pequeño rostro de Bandit mientras le sonreía con esa ternura que solo las madres poseen. Podía escuchar a su padre en la sala. "¡No manches, güey! ¡Ese árbitro estaba comprado!" gritaba, y su madre meneaba la cabeza con una sonrisa resignada. "Mamá," dijo Bandit de repente, deteniéndose en su tarea, "¿siempre vas a estar aquí conmigo? Nana pausó lo que estaba haciendo y se agachó hasta quedar a la altura de sus ojos. Sus patas, suaves y cálidas, enmarcaron el pequeño rostro de Bandit mientras le sonreía con esa ternura. "Siempre estaré en tu corazón, mi amor," le susurró, besando su frente. "Incluso cuando crezca y seas un papá como el tuyo, yo seguiré aquí." Tocó suavemente el pecho de Bandit con un dedo. "Y cuando tengas tus propios hijos, les vas a enseñar las recetas que te estoy enseñando ahorita." El pequeño Bandit no entendía completamente lo que significaban esas palabras. Cuando los adultos hablaban así, siempre sonaba muy solemne, muy importante. Aunque sabía que no debía interrumpir cuando su madre hablaba de esa manera seria, porque el chanclazo volador de Nana tenía fama legendaria en toda la cuadra. "¿Pero vas a regañarme si no aprendo bien?" preguntó tímidamente. "Ay, mi niño," se rió Nana, "claro que te voy a regañar si no pones atención. ¿Cómo vas a mantener a tu familia si no sabes ni hacer un arroz decente? Los hombres también tienen que saber cocinar, no nada más las mujeres." *La escena cambió, como suelen hacer los sueños* Ahora tenía ocho años y estaba en la mesa de la cocina haciendo tarea mientras su madre preparaba la cena. La casa olía a frijoles refritos y pollo guisado. En la televisión, el noticiero hablaba sobre la economía, y su padre maldecía en voz baja desde su sillón favorito. "Mijo, ¿ya terminaste las matemáticas?" preguntó Nana sin voltear desde la estufa, como si tuviera ojos en la nuca. "Casi, má," mintió Bandit, que en realidad estaba dibujando márgenes en su cuaderno para que pareciera que había trabajado más. "A ver, tráeme acá ese cuaderno," dijo Nana, y Bandit supo inmediatamente que estaba perdido. Nana revisó el cuaderno con esa expresión que Bandit conocía demasiado bien. Era la misma cara que ponía cuando encontraba calcetines sucios debajo de su cama o cuando él decía que ya se había lavado los dientes sin hacerlo. "¿Y esto qué es, Bandit? ¿Crees que soy tonta?" Le mostró la página medio vacía. "¿Piensas que porque soy tu mamá no me voy a dar cuenta de que no hiciste nada?" "Es que la maestra no explicó bien..." comenzó Bandit, pero su madre lo interrumpió con esa mirada que podía convertir el agua en hielo. "No me vengas con cuentos. La maestra explicó perfectamente, lo que pasa es que tú estabas pensando en las caricaturas en lugar de poner atención." Nana apagó la estufa y se sentó junto a él. "A ver, vamos a hacer esta tarea juntos, pero después te quedas sin televisión por una semana." "¡Pero má!" protestó Bandit. "Pero má nada. Y si sigues alegando, van a ser dos semanas. En esta casa se estudia primero y se juega después. ¿O qué? ¿Quieres ser un vago como el hijo de doña Carmen que está de treinta años viviendo todavía con su mamá?" El pequeño Bandit sabía que no había punto en discutir. Cuando Nana usaba de ejemplo al hijo de doña Carmen, era porque la cosa iba en serio.

*El sueño se transformó otra vez.*

Afuera llovía a cántaros, y los relámpagos iluminaban ocasionalmente la habitación. Bandit se acurrucaba más contra su madre, quien le leía un cuento. "Y así se hundió el Titanic en 1912. " "¿Y qué pasó, mamá?" preguntó el pequeño Bandit, aunque conocía la historia de memoria. "Pues resulta que su capitán tuvo que hundir con él. Y murieron 1,500 personas. Solo espero que el creador este pagando en el infierno juntos con el capitán la mala construcción y manejo del Titanic." "¿Eso es muy vengativo?" "Yo diría que es justicia divina." Respondió Nana a la vez que se levantaba de la cama. *El sueño se transformó una vez más.* Bandit tenía doce años y había llegado a casa con las rodillas raspadas después de caerse de la bicicleta tratando de impresionar a los chicos mayores del barrio. Nana lo había sentado en el baño y limpiaba cuidadosamente sus heridas con una toalla húmeda y alcohol, ignorando sus protestas. "¡Ay, má, duele!" se quejó cuando ella aplicó el alcohol. "Pues claro que duele, mi amor. Por eso te digo que tengas cuidado. ¿Pero te hiciste caso? No." Nana siguió limpiando con esa dedicación meticulosa que aplicaba a todo. "¿Y todo esto para qué? ¿Para quedar bien con esos niños que ni siquiera te ayudaron cuando te caíste?" "Es que quería demostrarles que podía saltar esa rampa..." "¿Demostrarles qué? ¿Que eres igual de tonto que ellos?" Nana sacudió la cabeza mientras aplicaba Mercurocromo en las raspadas. "Mijo, tú no tienes que demostrarle nada a nadie. Los verdaderos amigos te van a querer como eres, no por las tonterías que puedas hacer." Bandit hizo una mueca de dolor, pero no solo por el antiséptico. Algo en las palabras de su madre le dolía más que las heridas. "¿Por qué no lloras?" le preguntó Nana, notando cómo él apretaba los dientes para no hacer ruido. "Los hombres no lloran," respondió Bandit, repitiendo lo que había escuchado de los chicos mayores. Nana dejó la toalla a un lado y se sentó frente a él en el borde de la tina, tomando sus patas entre las suyas con esa ternura que lo hacía sentirse como si fuera lo más valioso del mundo. "¿Sabes qué, mi amor? Eso es una mentira muy grande." Su voz era suave pero firme. "¿Sabes qué es lo que realmente hace fuerte a un hombre?" Bandit negó con la cabeza. "No es aguantarse las lágrimas como si fuera un robot. Es tener el valor de sentir, de cuidar a su familia, de admitir cuando se equivoca." "¿Pero papá llora?" preguntó Bandit, confundido. Su padre siempre parecía tan fuerte, tan seguro de todo. "Por supuesto que llora, mi cielo. Lloró como un bebé cuando naciste tú, lloró cuando nació tu hermano, y llora cada vez que ustedes se lastiman." Nana sonrió con esa calidez que podía curar cualquier herida. "Tu papá llora cuando ve las noticias y salen cosas feas, llora cuando se mueren los actores de sus películas favoritas, y hasta llora cuando su equipo pierde en los penales." "¿En serio?" Bandit no podía imaginarse a su padre, ese hombre que gritaba en el sofá durante los partidos y que siempre sabía cómo arreglar todo, llorando. "En serio. Y ¿sabes por qué es el mejor papá del mundo? Porque no tiene miedo de sentir. Los hombres de verdad lloran, mijito. Lloran cuando están tristes, lloran cuando están felices, lloran cuando aman mucho a alguien." Nana le acomodó el flequillo con cariño. "Y tú vas a ser un papá maravilloso algún día porque tienes un corazón grande, como tu papá." "¿Cómo sabes que voy a ser papá?" "Porque te conozco, mi amor. Tienes ese corazón que quiere cuidar a todo el mundo. Ya verás." Nana le puso una curita con dibujitos de superhéroes en la rodilla más lastimada. "Y cuando seas papá, te vas a acordar de todo lo que te estoy enseñando ahorita."

​*El último recuerdo fue el más nítido de todos.*

Bandit tenía veintitrés años y acababa de graduarse de la universidad. Se había quemado el cerebro para poder graduarse como el arqueólogo que tanto soño ser. "Estoy tan orgullosa de ti," le dijo Nana, mirándolo con ojos brillantes de lágrimas contenidas. "Pero más que por tu título, estoy orgullosa del hombre en que te has convertido." "Gracias, mamá. Por todo." Bandit la abrazó fuertemente, sintiendo una extraña premonición de que momentos como estos se volverían más preciados con el tiempo. "Prométeme algo," le susurró Nana al oído mientras lo abrazaba. "Lo que sea." "Prométeme que cuando tengas tus propios hijos, recordarás que cada día con ellos es un regalo. Que no todos los padres tienen la fortuna de ver crecer a sus pequeños, de estar presentes en sus vidas. Que incluso en los días difíciles, cuando se porten mal o te saquen de quicio, recordarás que poder estar ahí para regañarlos es también una bendición." Bandit se apartó ligeramente para mirarla. "¿Por qué me dices esto, mamá?" Nana sonrió, pero había algo melancólico en sus ojos. "Porque quiero que sepas que ser padre no es solo dar amor, es también recibirlo. Y que cuando llegue el momento en que yo no pueda recordar todos estos momentos que hemos compartido, tú los recordarás por los dos. Y eso será suficiente."

*El sueño comenzó a desvanecerse gradualmente.*

Bandit se encontró flotando en esa zona difusa entre el sueño y la vigilia, donde los recuerdos y la realidad se mezclan. Bandit se encontró flotando en esa zona difusa entre el sueño y la vigilia, donde los recuerdos y la realidad se mezclan. "Cuidarla. Simplemente amarla, sin importar si nos recuerda o no. Porque nosotros la recordamos a ella, al menos Stripe y Rad, y sobre mí cadáver la llevarán a un asilo." Exclamó Bandit. Chilli asintió con una sonrisa triste, apretando la mano de Bandit. "Eso suena como algo que tu mamá te habría dicho." "Lo hizo," respondió Bandit, su voz más firme ahora. "En muchas ocasiones." Se quedó mirando por la ventana, donde las primeras luces del atardecer comenzaban a filtrarse. "Necesito llamar a mis hermanos. Necesitamos hablar, los tres juntos." Mientras Bandit buscaba su teléfono, a varios kilómetros de distancia, Stripe también había caído en un sueño inquieto en el sofá de su propia casa.

Stripe pov

Stripe se encontraba en la habitación de Socks. Simplemente quería tiempo para poder pensar en que hacer o decir en el momento de estar enfrente de Radley. El peso de la discusión con Radley aún le quemaba en el pecho. ¿Cómo podía Rad pensar que encerrar a mamá era la solución? El teléfono en su bolsillo vibró de nuevo, insistente. Era la alarma de las 11:00 PM: "HORA DE DORMIR", decía la notificación que Trixie programaba cada noche para que no trasnochara viendo partidos de rugby. Por un instante, imaginó su voz. Suspiró, pasando un dedo por el borde de la cama de su hija. Ya no aguantaba el sueño. "No es justo," pensó Stripe, apretando los puños. "Ella nos cuidó toda la vida. Ahora nos toca a nosotros." El sonido del teléfono vibrando en su bolsillo lo sacó de sus pensamientos. Indicando que ya era hora de dormir. Stripe simplemente quería quería dormir. No pensar. Olvidar lo que había pasado. Lentamente se acostó para inconscientemente cerrar los ojos. Inconscientemente quedar dormido en la cama de su hija Socks. *Los sueños de stripes iniciaron* Stripe tenía doce años y acababa de llegar a casa después de su primer día en la escuela secundaria. Había sido un desastre completo: se había perdido en los pasillos, había olvidado su almuerzo, y había tropezado frente a la chica que le gustaba. "¿Cómo te fue, cariño?" preguntó Nana cuando lo vio entrar con los hombros caídos. "Horrible. Fue el peor día de mi vida." Nana dejó lo que estaba haciendo y se acercó a él. "Cuéntame." Stripe le relató toda la serie de desgracias, cada una más embarazosa que la anterior. Esperaba que su madre le dijera que las cosas mejorarían o que no era tan malo como parecía. En cambio, Nana hizo algo inesperado: se rió. "¿Te estás riendo de mí?" preguntó Stripe, indignado. "No, mi amor. Me río porque me recuerdas tanto a mí cuando tenía tu edad." Nana se secó los ojos. "Mi primer día de secundaria fue tan desastroso que me escondí en el baño durante el almuerzo." "¿En serio?" "En serio. Pero ¿sabes qué aprendí? Que los días terribles hacen que los días buenos sean aún mejores. Y que las historias más divertidas siempre vienen de los momentos más embarazosos." Stripe no se veía convencido. "Además," continuó Nana, "apostaría mi pastel de chocolate favorito a que mañana será mejor. Y si no es así, te lo comerás todo tú." ​​*El recuerdo se desvaneció, dando paso a otro.* Stripe tenía dieciocho años y acababa de graduarse de la preparatoria. Era una tarde calurosa de junio, y toda la familia se había reunido en el patio trasero para celebrar. El aroma de la carne asada se mezclaba con el sonido de la música de Queen que su papá había puesto a todo volumen. Pero en medio de toda la celebración, Stripe se sentía extrañamente vacío. Había recibido su diploma esa mañana, sonriendo para las fotos y abrazando a sus compañeros, pero por dentro sentía como si estuviera actuando en una obra de teatro que no entendía completamente. "¿Por qué estás tan callado, mijo?" Nana se acercó con dos vasos de Coca-Cola, uno para él y otro para ella. "No sé, má. Se supone que debería estar feliz, ¿verdad?""Se supone que deberías sentir lo que sientes, ni más ni menos." Nana se sentó junto a él en los escalones del porche, donde habían tenido tantas conversaciones importantes a lo largo de los años. "¿Quieres contarme qué tienes en el corazón?" Stripe tomó un sorbo de su bebida. "Es que... todos me preguntan qué voy a estudiar, qué quiero ser cuando sea grande, como si ahora que me gradué ya tuviera que tener todas las respuestas." *El último recuerdo de Stripe fue el más doloroso.* Tenía veintiocho años y acababa de mudarse a su primer apartamento. Nana había venido a ayudarlo a desempacar, pero principalmente había pasado el día asegurándose de que supiera cocinar algo más que cereal y tostadas. "Prométeme que comerás verduras de vez en cuando," le dijo, organizando su despensa con la eficiencia de una madre experimentada. "Prometo intentarlo," respondió Stripe, más enfocado en conectar su sistema de sonido que en prestar atención a las instrucciones culinarias. Nana se detuvo y lo miró con una expresión que no había visto antes, una mezcla de orgullo y melancolía. "¿Qué pasa, mamá?" "Nada. Solo... me da cuenta de que ya no me necesitas tanto como antes." Stripe dejó los cables que tenía en las patas y se acercó a ella. "Siempre te voy a necesitar, mamá. Eres mi mamá." "Lo sé, pero es diferente. Y está bien, es como debe ser." Nana sonrió, pero sus ojos estaban un poco húmedos. "Solo quiero que sepas que estos años, viendo crecer a ti y a tus hermanos, han sido los mejores de mi vida." "Mamá, suenas como si te estuvieras despidiendo." "No me despido, mi amor. Solo... quería asegurarme de que lo supieras. Que sepas cuánto te amo, cuánto me enorgulleces, cuánto ha significado para mí ser tu madre." Stripe abrazó a Nana con fuerza, sintiendo una extraña premonición de que momentos como estos se volverían más preciados con el tiempo. ​Stripe se despertó de golpe, jadeando como si hubiera corrido una maratón. El sudor le perlaba la frente, y su corazón latía con fuerza contra el pecho. Los recuerdos de los sueños, o mejor dicho, los recuerdos reales que su mente había revivido, lo dejaron aturdido, como si el pasado lo hubiera arrastrado de vuelta a la realidad con una fuerza brutal. Se incorporó en la cama de Socks, desorientado por un momento, mirando alrededor de la habitación infantil iluminada tenuemente por la luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas. Trixie, que había entrado sigilosamente a la habitación para verificar si todo estaba en orden antes de acostarse, se levantó asustada del sillón donde se había sentado a esperarlo. "¿Stripe, qué tienes?" preguntó, su voz un susurro urgente pero suave, acercándose rápidamente a él. Sus ojos, llenos de preocupación, escanearon su rostro en busca de respuestas. "Parecías tan tranquilo hace un rato, y ahora... ¿fue una pesadilla?” Stripe parpadeó varias veces, tratando de anclarse al presente. La habitación de Socks, le pareció un contraste cruel con los ecos emocionales que aún resonaban en su cabeza. "No... no fue una pesadilla," murmuró, pasando una pata por su pelaje revuelto. "Fueron recuerdos. De mamá. De cuando éramos niños. Su voz se quebró ligeramente, y se obligó a tragar el nudo en su garganta. "Y ahora Rad quiere... ¿encerrarla? No puedo dejar que pase, Trix. Ella nos dio todo, y yo... yo solo quiero dormir y olvidar, pero no puedo. No hasta que lo resuelva.” Trixie se sentó a su lado en la cama pequeña, que crujió bajo su peso combinado. "Cariño, lo sé. Has estado cargando con esto todo el día. Chilli me llamó, me contó un poco de la discusión. Pero no puedes resolverlo todo esta noche, solo y exhausto.” Inclinó la cabeza para mirarlo a los ojos, su expresión una mezcla de empatía y firmeza. “Mañana hablarás con Rad, con Bandit, y encontrarán una forma. Pero ahora, ven a nuestra cama. No puedes dormir aquí; Socks se despertará y querrá jugar a medianoche.” “Estoy seguro que me fui a nuestra cama antes de irme a dormir.” Mencionó Stripe. “Tal vez por cansancio no te diste cuenta que te dormiste en la cama equivocada”. Respondio Trixie. Stripe suspiró profundamente, dejando que el toque de Trixie lo anclara. Mientras tanto, en el otro extremo de la ciudad, Rad también había pensado en todo lo que había hecho. "¿¡Como se te ocurrió una idea tan pendeja!? Exclamó Frisky, con asombro en su mirada. "Ahora entiendo la reacción de Stripe. Te pasas con esas idioteces." "No me regañes tú también." Respondió Radley, carisbajo por los reclamos de su esposa. "Con los de Stripe ya tuve suficiente." Frisky cruzó los brazos. "Y con razón. ¿Por qué insistes en eso? Nana es fuerte, puede quedarse en casa con ayuda. No es un objeto que se guarda en un estante." Rad se pasó una mano por el pelaje, agotado. "No es eso, Frisky. Sus olvidos son peligrosos. La encontré perdida la semana pasada, en la casa. ¿Y si le pasa algo peor? Soy el mayor, tengo que tomar decisiones difíciles.” “¡No puedes estar hablando en serio, Radley!” La voz de Frisky resonó en la sala. Radley se pasó una mano por la cara, exhausto. “Frisky, solo estoy considerando todas las opciones. ¿Por qué es tan difícil de entender? “¿Opciones?” Frisky lo miró incrédula. “Le estás diciendo opciones a meter a tu madre en un asilo. ¡Es tu madre!” “¡Y exactamente por eso estoy pensando en lo mejor para ella! “Radley alzó la voz más de lo que pretendía. “No podemos cuidarla las veinticuatro horas. Ninguno de nosotros puede. Stripe con familia, Bandit con Alzheimer y nosotros con trabajos que no nos permiten estar largos periodos de tiempo. Los lugares especializados tienen profesionales, gente que sabe cómo manejar esto.” “Tu madre no necesita profesionales extraños. Necesita a su familia.” Frisky cruzó los brazos. “¿Qué pasó con el Radley que conozco? ¿El que siempre habla de la importancia de la familia?” “Sigo siendo esa persona.” Respondió Radley, su voz más baja pero tensa. “Pero también soy realista. Esto no va a mejorar, Frisky. Solo va a empeorar. Y cuando empeore, ¿qué vamos a hacer? ¿Esperar a que se lastime? ¿A que se pierda?”” Frisky se quedó en silencio por un momento, sus ojos humedecidos. “Entiendo tu miedo. De verdad que sí. Pero tomar esta decisión ahora, sin explorar todas las otras alternativas... se siente como si estuvieras rindiéndote.” “No me estoy rindiendo.” Radley se sentó en el sofá, de repente luciendo mucho más viejo. “Estoy cansado, Frisky. Estoy asustado. Y no sé qué hacer.” Frisky se ablandó un poco, acercándose a él. “Lo sé, amor. Todos estamos asustados. Pero tienes que hablar con tus hermanos. Esto no es una decisión que puedas tomar solo.” “Ya sé lo que van a decir.” Murmuró Radley. “Todos van a pensar que soy el malo de la historia. “No eres el malo. Solo estás... perdido.” Frisky se sentó junto a él. “Pero no tienes que encontrar el camino solo.” Radley asintió, aunque no parecía convencido. “Tengo una reunión familiar planeada. Hablaremos todos juntos.” “Bien.”Frisky respondió dirigiéndose a su cuarto. “Es un comienzo.” Radley tardó horas en quedarse dormido. Cuando finalmente lo hizo, los sueños lo arrastraron a lugares que no quería visitar. Sentía que Dios intentaba decirle algo. Estaba de pie en la sala de sus padres, pero algo estaba mal. Las paredes parecían más oscuras, los muebles distorsionados. De un lado está un espejo el cual reflejaba débilmente. Pero lo suficiente como para que Radley se diera cuenta que se miraba un poco más joven de lo que recordaba. Y ahí, frente a él, estaba Bob. “Papá” Pero no era el Bob del funeral, confundido y frágil. Era el Bob de hace años, fuerte, imponente, con esa mirada que podía hacerte sentir de diez centímetros de altura con una sola palabra. “Así que eso es lo que piensas de tu madre, ¿eh?” La voz de Bob retumbó en el espacio. “Meterla en un asilo como si fuera basura que ya no quieres en tu casa.” “Papá, no es así.” Radley intentó explicar, pero su voz sonaba pequeña, como la de un cachorro. “¡No me vengas con excusas!” Bob se acercó, y aunque Radley sabía que estaba soñando, el miedo era real. “Tu madre te cuidó cuando eras un bebé indefenso. Te limpió, te alimentó, se quedó despierta noches enteras cuando estabas enfermo. ¿Y así es como le pagas?” “Estoy tratando de hacer lo mejor para ella… “¿Lo mejor?” Bob se rio, pero no había humor en el sonido. “Lo mejor sería que estuvieras ahí, con tu familia, cuidándola. Pero eres demasiado cobarde para eso, ¿verdad? Demasiado débil.” “¡No soy débil!” “Entonces demuéstralo.” Bob se inclinó cerca de su cara. “Deja de buscar la salida fácil. Deja de ser egoísta. Tu madre nos necesita. Todos ustedes. Y si no puedes entender eso, entonces no aprendiste nada de cómo te criamos.” Radley se despertó con un grito ahogado, el corazón latiéndole violentamente en el pecho. Frisky se movió a su lado, pero no se despertó. Con manos temblorosas, Radley se levantó y caminó hacia la cocina, necesitando agua, aire, cualquier cosa que lo anclara a la realidad. Se sentó en la mesa de la cocina, la cabeza entre las manos, las palabras de su padre, incluso siendo solo un sueño, resonando en su mente. ¿Estaba siendo egoísta? ¿Estaba tomando el camino fácil? No lo sabía. Y esa incertidumbre lo estaba destrozando por dentro. ​La mañana llegó con una quietud extraña a la casa de los Heeler. Bandit había pasado otra noche inquieta, despertándose varias veces sin recordar dónde estaba, y Chilli había permanecido a su lado cada vez, susurrándole suavemente hasta que volvía a dormirse. Ahora, con los primeros rayos del sol filtrándose por las cortinas, ella observaba a su esposo dormir, memorizando cada detalle de su rostro como si temiera que pudiera desvanecerse. El sonido del teléfono rompió el silencio. Chilli se apresuró a contestar antes de que despertara a Bandit, deslizándose fuera de la habitación con el móvil en la mano. “¿Hola?” susurró. “Chilli, soy Stripe”. la voz de su cuñado sonaba cansada pero determinada. “Necesito hablar contigo y con Bandit. Rad y yo... hemos estado hablando toda la noche.” Chilli cerró los ojos, sintiendo el peso de lo que vendría. “Stripe, nosotros también necesitamos hablar con ustedes. Hay muchas cosas que discutir.” “Lo sé”. hubo una pausa. “¿Qué te parece si nos reunimos hoy? Los tres hermanos... como antes. Necesitamos tomar decisiones juntos, como familia. “Me parece bien. “Chilli miró hacia la habitación donde Bandit aún dormía. “¿A las cuatro de la tarde? Aquí en casa.” “Perfecto. Le diré a Rad. Chilli... gracias por cuidar de mi hermano.” “Es mi esposo, Stripe. Siempre lo cuidaré.” Después de colgar, Chilli se quedó parada en el pasillo, abrazándose a sí misma. Sabía que esa reunión sería difícil. Hablar sobre asilos, sobre el futuro de Bandit, sobre todas esas cosas terribles que nunca imaginó que tendría que enfrentar. El teléfono volvió a sonar, sobresaltándola. “¿Brandy?” Contestó, reconociendo el número de su hermana. “Chilli, siento llamar tan temprano, pero necesito hablar con Bandit. Es urgente. Es... es algo bueno, creo.” El corazón de Chilli se aceleró. ¿Qué pasa? “Hay un estudio experimental en el hospital. Una nueva medicación para el Alzheimer, están en fase de pruebas clínicas y están buscando participantes. Hablé con el doctor Chen, el que está liderando la investigación, y mencioné el caso de Bandit. Quiere verlo hoy, Chilli. A las cuatro de la tarde.” Chilli sintió que el suelo se movía bajo sus pies. “¿Hoy? ¿A las cuatro?” “Sé que es corto aviso, pero es una oportunidad increíble. Este tratamiento ha mostrado resultados prometedores en los primeros participantes. No puedo prometerte nada, pero... es esperanza, Chilli. Es una oportunidad real de que Bandit mejore.” Las lágrimas comenzaron a caer por las mejillas de Chilli. No podía creerlo. Una pequeña esperanza. Aunque luego puso los pies sobre la tierra. “Brandy, ya tenemos una reunión programada a esa hora. Stripe y Rad vienen a hablar sobre... sobre opciones de cuidado para Bandit.” Hubo un silencio pesado del otro lado de la línea. “Oh, Chilli…” “Necesito pensarlo. Déjame hablar con Bandit cuando despierte.” “El doctor Chen me dijo que solo tiene espacios hoy. Mañana comienza el protocolo con los participantes que ya están confirmados. Si Bandit no va hoy…” “Lo sé”. Chilli se secó las lágrimas. “Gracias, Brandy. Te llamo en un rato.” Cuando Chilli regresó a la habitación, Bandit estaba despierto, sentado en el borde de la cama con una expresión confundida. Al verla, su rostro se iluminó con reconocimiento. “Chilli. Buenos días, amor.’ “Buenos días, cariño”. Ella se sentó a su lado, tomando su mano. “¿Cómo dormiste?” “Bien, creo. Tuve sueños raros, pero…” Se detuvo, frunciendo el ceño. “¿Por qué siento que olvidé algo importante?” Chilli respiró profundo. “Bandit, necesito hablar contigo sobre algo. Sobre dos cosas, en realidad.” Durante la siguiente hora, mientras desayunaban, Chilli le explicó todo. Le habló sobre la llamada de Stripe, sobre la reunión planeada con sus hermanos, sobre las conversaciones difíciles que tendrían que tener sobre su futuro. Bandit escuchaba en silencio, su expresión volviéndose más sombría con cada palabra. “Y luego Brandy llamó. Continuó Chilli, su voz temblando ligeramente. “Hay un tratamiento experimental. Podría ayudarte, Bandit. Podría... podría detenerte esto, o al menos ralentizarlo.” Bandit dejó su taza de café, mirándola con ojos que parecían súbitamente más claros, más él mismo de lo que había estado en semanas. “Pero la cita es a la misma hora que la reunión con mis hermanos.” “Sí.” “No puedo hacer ambas cosas. “No.” Bandit se levantó, caminando hacia la ventana. Afuera, Brisbane despertaba con su habitual bullicio. Podía ver vecinos saliendo a trabajar, niños yendo a la escuela. Todo tan normal, tan ordinario. Mientras su mundo se desmoronaba. “No quiero ir a ese experimento.” Dijo finalmente, su voz apenas un susurro. “No quiero ser un conejillo de indias. No quiero pasar mis últimos días buenos en un laboratorio, siendo pinchado y analizado.” Chilli se acercó a él, rodeándolo con sus brazos por detrás. “Lo sé, amor. Lo sé.” “Pero…” su voz se quebró.” Pero si no voy, estoy renunciando. Estoy dejando que esta cosa gane. Y tú... Bluey, Bingo... las niñas van a crecer y su papá no va a estar realmente ahí. No voy a recordar sus graduaciones, sus bodas, cuando tengan sus propios hijos…” “Bandit…” “¿Qué hago, Chilli?” Se giró para enfrentarla, lágrimas corriendo por su rostro. “¿Qué demonios se supone que haga?” Chilli lo abrazó fuerte, sintiendo cómo temblaba en sus brazos. Ella también lloró, permitiéndose por un momento sentir toda la injusticia, todo el dolor, toda la rabia de su situación. “No lo sé.” dmitió finalmente. “Pero sé que cualquier decisión que tomes, yo estaré a tu lado.” Se quedaron así por largo tiempo, sosteniéndose el uno al otro mientras el reloj avanzaba inexorablemente. Finalmente, Bandit se separó, secándose los ojos. "Necesito pensar. Voy a... voy a dar un paseo." "¿Quieres que vaya contigo?" Él negó con la cabeza. "No te ofendas, pero necesito estar solo un rato. Solo... necesito pensar." Chilli asintió, aunque cada fibra de su ser quería seguirlo, protegerlo. "Ten tu teléfono contigo. Y no te vayas muy lejos, por favor." "Lo prometo." Después de que Bandit salió, Chilli se hundió en el sofá, sintiéndose completamente agotada. Sacó su teléfono y miró la pantalla, sin saber a quién llamar primero. ¿Stripe? ¿Brandy? ¿O simplemente sentarse aquí y dejar que el universo decidiera? Luego volteó al ver las pastillas para la memoria de Bandit. Solo por ese día pensó que lo mejor que podía hacer era no dárselos. Tenía que esperar que olvidara el asunto de su mamá para luego convencerlo a ir al tratamiento experimental. El sonido de pasos pequeños en las escaleras le hizo levantar la vista. Bluey apareció, su expresión preocupada. "Mami, ¿estás bien? Escuché voces." Chilli abrió sus brazos y Bluey corrió hacia ella, acurrucándose en su regazo a pesar de ser casi demasiado grande para ello. "Estoy bien, cariño. Solo... es un día complicado." "¿Es por papá?" "Sí." Bluey guardó silencio por un momento. "¿Se va a reconciliar con tío Rad?" Chilli besó la cabeza de su hija, deseando poder darle una respuesta simple. "No lo sé, Bluey. Pero estamos haciendo todo lo que podemos." "Eso es lo que haces cuando te está doliendo lo que está pasando, ¿no?" murmuró Bluey. Chilli sonrió a través de las lágrimas. "Exactamente, cariño. Exactamente." Mientras tanto, en el otro lado de la ciudad, Radley colgaba el teléfono después de hablar con Stripe, mirando a Frisky que preparaba el desayuno en la cocina. "Entonces están de acuerdo. Cuatro de la tarde en casa de Bandit y Chilli." Frisky asintió, aunque su expresión era preocupada. "¿Estás seguro de esto, Rad? Es una conversación muy seria." "Lo sé. Pero alguien tiene que hablar con sentido común. Stripe está demasiado emocional, y Bandit... bueno, Bandit apenas puede recordar qué día es. Alguien tiene que pensar en lo práctico." "Lo práctico," repitió Frisky, sirviéndole café. "Rad, estamos hablando de tu mamá. De moverlo a un asilo. Esto no es solo sobre lo práctico." "Lo sé, pero alguien tiene que ser el adulto aquí," Rad tomó un sorbo de café, evitando la mirada de su esposa. "Alguien tiene que tomar las decisiones difíciles." Frisky se sentó frente a él, tomando sus manos. "Solo... prométeme que escucharás. Que no entrarás ahí con todas las respuestas ya decididas. Esta es una decisión familiar." "Lo prometo," dijo Rad, aunque ambos sabían que él ya había tomado su decisión. En casa de Stripe y Trixie, la mañana no había sido más fácil. Stripe había pasado la noche en vela, alternando entre investigar opciones de cuidado y revisar sus propias finanzas, calculando si podrían pagar un cuidador a tiempo completo para Bandit. "No tenemos suficiente," dijo finalmente, mostrándole los números a Trixie. "Incluso si vendemos el bote, si cancelamos el viaje que teníamos planeado... no es suficiente para un cuidador profesional a largo plazo." Trixie miró los números, su corazón hundiéndose. "¿Y si todos contribuimos? ¿Rad, tú, Chilli?" "Rad ya dejó claro que piensa que un asilo es la mejor opción. Y Chilli... ella está usando todos sus ahorros solo para mantener a flote su casa ahora que Bandit no puede trabajar tan activamente." "Entonces, ¿qué hacemos?" Stripe se pasó las manos por el rostro, exhausto. "No lo sé. Supongo que vamos a la reunión y... esperamos que alguien tenga una mejor respuesta que yo." A medida que el día avanzaba, Bandit regresó de su caminata. Había estado sentado en el parque, mirando a los niños jugar, recordando cuando Bluey y Bingo eran más pequeñas, cuando todo era más simple. Había tomado su decisión. "Voy a ir al experimento," le dijo a Chilli cuando entró por la puerta. "Llama a Brandy. Dile que estaré ahí." Chilli dejó escapar un suspiro de alivio que no sabía que había estado conteniendo. "¿Estás seguro?" "No," admitió Bandit. "Pero tienes razón. Si lo rechazo, pierdo la oportunidad. Y no puedo... no puedo rendirme sin pelear. No por las niñas. No por ti. No por mí." "¿Y la reunión con tus hermanos?" Bandit se sentó pesadamente en el sofá. "Tendré que explicarles. Tendrán que entenderlo. Si Rad quiere hablar sobre meter a mamá en un asilo, bueno, tendrá que esperar un día más." Chilli llamó a Brandy primero, quien casi gritó de alegría al escuchar la noticia. Luego, con menos entusiasmo, llamó a Stripe. "¿Tiene que ser hoy?" preguntó Stripe, claramente frustrado. "Rad ya está en camino." "Es la única oportunidad, Stripe. Si Bandit no va hoy, pierde su lugar en el estudio." "Está bien, está bien. Reprogramaremos. Pero Chilli... esta conversación tiene que suceder pronto. No podemos seguir posponiendo las decisiones difíciles." "Lo sé. Mañana, lo prometo." Después de colgar, Chilli marcó el número de Rad, explicándole la situación. Su reacción fue menos comprensiva. "Esto es exactamente de lo que necesitamos hablar," dijo con tono cortante. "No podemos seguir así, cambiando planes, esperando curas milagrosas. Necesitamos ser realistas." "Rad, es un tratamiento experimental legítimo. Brandy lo verificó." "¿Y qué pasa si no funciona? ¿Qué pasa si es solo otra falsa esperanza? Mientras tanto, Bandit está empeorando cada día, y ustedes están evitando tomar las decisiones reales que necesitan tomarse." Chilli sintió la rabia burbujeando en su pecho. "¿Las decisiones reales? ¿Te refieres a meter a mi esposo y su madre en un asilo y olvidarnos de él?" "No es así como funciona y lo sabes. Chilli, sé que esto es duro, pero alguien tiene que..." "Tenemos que irnos," interrumpió Chilli. "Hablaremos mañana, Rad. Lo prometo." Colgó antes de que él pudiera responder, sus manos temblando de emoción. Bandit la observaba desde el sofá, su expresión triste. "Rad no está siendo irrazonable, sabes. Él solo... él ve las cosas de manera diferente." "Él no entiende," dijo Chilli ferozmente. "Él no puede entender. No ha pasado cada noche contigo ni con tú madrr, no ha visto cómo luchas cada día. No tiene derecho..." "Chilli," Bandit la interrumpió suavemente. "Es mi hermano. Él se preocupa a su manera. Todos lo hacen." Chilli se derrumbó junto a él en el sofá, sintiendo toda la tensión del día cayendo sobre ella como una avalancha. "Me estoy cansando de esto, Bandit." "Yo también," admitió él, abrazándola. "Pero al menos estamos juntos, ¿verdad?" "Siempre." Unas horas más tarde, mientras Bandit y Chilli se preparaban para ir al hospital, Radley conducía de regreso a casa, frustrado y preocupado. Marcó el número de Stripe desde el auto. "Cancelaron," anunció sin preámbulo cuando Stripe contestó. "Bandit tiene algún tipo de cita médica experimental." Stripe suspiró profundamente. "Lo sé. Chilli me llamó. Es un tratamiento para el Alzheimer. Podría ayudar, Rad." "O podría ser una pérdida de tiempo mientras la condición de Bandit empeora," replicó Rad. "Esto es exactamente de lo que estaba hablando. Están posponiendo lo inevitable." "¿Y si no es inevitable?" preguntó Stripe. "¿Y si este tratamiento funciona?" "Las probabilidades no son buenas, Stripe. Lo sabes." "Pero hay una probabilidad. Y mientras haya esperanza..." "La esperanza no paga las facturas," interrumpió Rad. "La esperanza no mantiene a Bandit seguro cuando se olvida de apagar la estufa o se pierde camino a casa. Necesitamos ser prácticos." "¿Prácticos?" la voz de Stripe subió de tono. "Rad, estamos hablando de nuestro hermano. De Bandit. El mismo perro que siempre estuvo ahí para nosotros. ¿Y tu solución es encerrarlo?" "No es un encierro, es cuidado profesional que él necesita y que ninguno de nosotros puede darle," Rad respiró profundo, tratando de calmarse. "Mira, no quiero pelear contigo. Aparte que lo del asilo ya me dejó cansado." Ambos queremos lo mejor para Mamá. Solo tenemos diferentes ideas sobre qué es eso." Hubo un largo silencio. "¿Todavía quieres reunirte?" preguntó Stripe finalmente. "Aunque Bandit no esté ahí." Rad lo pensó por un momento. "Sí. Creo que tú y yo necesitamos estar en la misma página antes de hablar con Bandit y Chilli. ¿Puedo pasar por tu casa?" "Está bien. Trixie está llevando a Socks a danza, así que estaremos solos." "Perfecto. Estaré ahí en veinte minutos." Stripe colgó y se quedó mirando el teléfono en su mano, sintiendo el peso de la conversación que estaba por venir. Sabía que Rad tenía puntos válidos, pero también sabía que no podía rendirse con Bandit tan fácilmente. Se levantó y fue a la cocina, preparando café. Si iban a tener esta conversación, necesitarían cafeína. Mientras esperaba a que el café se hiciera, su mente vagaba hacia recuerdos de su infancia con Bandit y Rad. Los sueños que tuvo ese día no lo dejaban en paz ¿Qué serían sin ellos? Ring. Ring. Ring. Ring. El celular de Stripe vio a sonar. Él rápidamente lo sacó de su bolsillo para ver quién era. Era Radley otra vez. “Ahora qué quejas se te olvidó decirme.” Respondió Stripe en voz baja antes de contestar la llamada. “¿Que quieres Rad?” Respondió con un tono defensivo. La voz familiar de su hermano mayor resonó al otro lado de la línea. “¿Rad? ¿Todo bien, hermano?” “Stripe, necesitamos hablar" Dijo Rade, su voz cargada de una seriedad poco común en él. “Es sobre mamá. Hubo un silencio pesado al otro lado. Stripe sabía exactamente de qué se trataba. “Lo sé.” respondió Stripe finalmente, con un suspiro audible. “También he estado pensando en eso. No podemos seguir así, Rad. Lo que pasó el otro día... fue peligroso.” Strip apretó el puño. Él también había tenido sus propios sustos con su madre últimamente. La semana anterior, Nana se había perdido en su propio vecindario, el mismo donde había vivido durante cuarenta años. Un vecino amable la había encontrado desorientada, preguntando por su difunto esposo. “¿Dónde nos encontramos?” preguntó Radley. “Esto no es algo que podamos resolver por teléfono.” “Hay un restaurante en la esquina de Maple con la Quinta Avenida. El Rincón. “¿Lo conoces?” “Sí, he pasado por ahí. ¿A qué hora?” “¿Te parece bien a las cuatro de la tarde? Así tenemos tiempo de... prepararnos mentalmente para esto.” “Perfecto. Nos vemos allá, Stripe.” Cuando colgaron, ambos hermanos se quedaron con la misma sensación de peso en el pecho. Esa misma hora, Bandit llegaba al estacionamiento de la clínica médica, con Chilli en el asiento del copiloto y Brandy en la parte trasera. El silencio en el auto había sido casi absoluto durante todo el trayecto, interrumpido apenas por comentarios superficiales sobre el clima o el tráfico. “¿Estás seguro de que no quieres que entremos contigo?” Preguntó Chilli, tomando suavemente la mano de su esposo. Bandit negó con la cabeza, intentando mostrar una sonrisa que no llegó a sus ojos. “No, estoy bien. Es solo un chequeo de rutina. Ustedes pueden esperarme aquí o ir a tomar un café. No debería tardar más de una hora.” Brandy se inclinó desde el asiento trasero y apretó el hombro de su cuñado. “Estaremos aquí cuando salgas.” Bandit asintió, agradecido por el apoyo. Salió del auto y caminó hacia la entrada de la clínica, sus pasos un poco más lentos de lo habitual. Chilli y Brandy lo observaron hasta que desapareció por las puertas de vidrio. “Está más asustado de lo que quiere admitir.” murmuró Chilli, con los ojos brillantes. “Lo sé.” Brandy le pasó un brazo por los hombros. “Pero es fuerte. Y nosotras estamos aquí para él, pase lo que pase.” Permanecieron en el auto un rato más, hablando en voz baja sobre temas triviales, cualquier cosa para mantener sus mentes alejadas de los pensamientos oscuros que amenazaban con invadirlas. Hablaron sobre las niñas, sobre el próximo cumpleaños de Bluey, sobre las pequeñas victorias del día a día que hacían que la vida valiera la pena. El tiempo pasó con una lentitud agonizante, cada minuto como una pequeña eternidad mientras esperaban noticias de Bandit. Radley conducía por las calles de la ciudad, su mente dividida entre la carretera y la conversación que estaba por tener con Stripe. Había visitado varios asilos durante las últimas semanas, investigando opciones, leyendo reseñas, hablando con el personal. Cada visita había sido como un cuchillo en el corazón. Iba distraído, pensando en cómo abordar el tema con Stripe, cuando de repente un auto azul se cruzó directamente frente a él sin señalizar. Radley pisó el freno con fuerza, el chirrido de las llantas resonando en la calle. Su corazón latía desbocado mientras el otro vehículo pasaba a centímetros de su parachoques. “¡¿Pero qué demonios?!” Gritó Radley, bajando la ventanilla. El otro conductor, un heeler de pelaje grisáceo, también se detuvo y bajó de su auto, claramente molesto. “¡Tú te cruzaste en mi carril!” Respondió gritando el desconocido, señalándolo acusadoramente. “¡Estás bromeando! ¡Te pasaste el alto! ¡Casi me chocas!” Radley salió de su auto, la adrenalina corriendo por sus venas. “¡No había ningún alto! ¡Eres tú quien no sabe manejar!” Durante varios minutos, ambos discutieron acaloradamente en medio de la calle, con otros conductores tocando el claxon mientras pasaban. Radley sentía la frustración acumulada de las últimas semanas saliendo a borbotones, y este conductor imprudente se había convertido en el blanco perfecto para su ira contenida. Finalmente, después de intercambiar palabras cada vez más subidas de tono, un oficial de tránsito se acercó para mediar la situación. Después de revisar la intersección y escuchar ambas versiones, le dio la razón a Radley. El otro conductor, todavía refunfuñando, regresó a su vehículo y se marchó con una multa de tránsito. Radley volvió a su auto, respirando profundamente para calmarse. Miró su reloj y maldijo en voz baja. El altercado lo había retrasado casi veinte minutos. Arrancó el motor y aceleró, queriendo llegar lo antes posible al restaurante. No quería hacer esperar a Stripe, no cuando iban a discutir algo tan importante. Mientras conducía, su respiración finalmente comenzó a normalizarse. Tomó la calle principal que lo llevaría directamente a la esquina de Maple con la Quinta Avenida. El tráfico fluía con normalidad ahora, y calculó que llegaría solo con cinco minutos de retraso. En la distancia, pudo ver el letrero de "El Rincón del Sauce" en la esquina. Stripe probablemente ya estaría allí, esperándolo. Redujo la velocidad al acercarse a la intersección, preparándose para dar vuelta. Fue entonces cuando lo vio. Un auto estaba detenido en la esquina, esperando para cruzar. Radley reconoció ese auto inmediatamente. Era el de Stripe. Radley sonrió levemente, aliviado de ver que no era el único que llegaba un poco tarde. Levantó una mano para saludarlo, aunque dudaba que Stripe pudiera verlo desde esa distancia. Pero entonces, todo sucedió en cámara lenta. Un camión de carga apareció desde el otro lado de la calle, acelerando cuando la luz cambió. El conductor parecía no haber visto la luz roja, o simplemente había decidido ignorarla. El vehículo masivo avanzaba a toda velocidad directamente hacia la intersección. Directamente hacia donde estaba Stripe. El corazón de Radley se detuvo. Se quedó congelado. No por cobardía. No por shock. Fue una parálisis visceral, absoluta. El tipo de miedo que no se expresa con gritos, sino con un silencio tan denso que parece arrancar el oxígeno de los pulmones. El estruendo del impacto fue ensordecedor, un horrible crujido de metal retorciéndose y vidrio haciéndose años El auto de Stripe fue golpeado con una fuerza brutal en el costado del conductor, el impacto haciéndolo girar violentamente antes de estrellarse contra un poste de luz en la esquina. El camión derrapó varios metros antes de detenerse finalmente, dejando marcas de quemadura en el asfalto. El aire se llenó del sonido de alarmas de autos, gritos de transeúntes y el silbido del vapor escapando del radiador destrozado. Radley no pensó. Simplemente actuó. Abandonó su auto en medio de la calle, sin siquiera apagar el motor, y corrió desesperadamente hacia los restos humeantes del auto de su hermano. Sus piernas parecían moverse en cámara lenta, aunque en realidad corría más rápido de lo que nunca había corrido en su vida. “¡STRIPE! ¡STRIPE!” Gritaba una y otra vez, su voz quebrada por el terror. Otros peatones también corrían hacia la escena, algunos con teléfonos en mano llamando a emergencias. El conductor del camión había bajado de su cabina, con las manos en la cabeza, en evidente estado de shock. Radley llegó al auto destrozado, su respiración entrecortada, las manos temblando mientras intentaba abrir la puerta del conductor. Estaba completamente aplastada, imposible de abrir. El metal retorcido había convertido el vehículo en una trampa mortal. “¡Ayuda! ¡Necesito ayuda aquí!” Gritó a nadie y a todos a la vez. Se agachó para mirar por la ventana rota, tratando de ver a su hermano a través del airbag desplegado y los escombros. “Stripe... hermano... aguanta…” Susurraba, con lágrimas comenzando a rodar por sus mejillas. A la distancia, las sirenas comenzaban a sonar, acercándose cada vez más. Pero para Radley, el tiempo se había detenido por completo en esa esquina, en ese momento horrible, mientras miraba los restos del auto de su hermano sin saber si seguía vivo.
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