Capítulo 1
18 de agosto de 2025, 8:59
—Trunks POV—
Con esos monstruos, esos desalmados androides eliminados, por fin había algo de paz en esa desolada y destruida tierra a la que llamaba hogar. O más bien, un sepulcral silencio.
El objeto de mi más grande admiración y elogio, mi maestro Gohan, solía contarme historias frente al fuego sobre cuando las cosas no eran así. Ni las llamas a las que acercábamos nuestras desgastadas manos lograban reproducir la calidez del mundo que él describía. Un mundo que dejó de existir sin motivo, por el capricho de unas máquinas que no sentían nada más que aburrimiento.
Él contaba, con su siempre tranquila voz, que quedó grabada en el interior de mi cráneo, que solía escucharse el canto de los pájaros, el murmullo de la gente al pasar, los vehículos sobre caminos que ya habían sido eliminados… Él decía que nosotros debíamos traer todo ese sonido, toda esa vida de vuelta a la existencia.
Entre todos esos sonidos, él único que yo había conocido era el de su voz, el cuál era como el sol alrededor del cuál giraba mi sistema solar. Cada vez que sentía miedo, era aplastado por la gravedad hasta llegar a Gohan. El fuego no replicaba la calidez del mundo que mis sentidos nunca conocieron, pero, quizás, su sonrisa sí.
Entonces… su corazón dejó de latir. Mis ojos producieron un líquido transparente al ser estimulados por mi planeta perdiendo su órbita, y terminando en el rango de la explosión de una supernova que lo convirtió en polvo. Flotaba en lo negro del espacio, sin rumbo ni luz.
Pero llegó el momento en el que mi madre terminó la máquina del tiempo. Me volví más fuerte al viajar al pasado, y en mis manos apareció la posibilidad de cambiar mi presente.
Convertí a los androides en polvo. Cumplí la misión. Pero no es cierto, no la cumplí, no aún.
No debía perder más tiempo.
Mi madre y yo tardamos unos cincuenta y un días en construir una nave para viajar al nuevo planeta Namek. Mi corazón latió el doble de veces por segundo de lo normal mientras abrazaba a mi madre como despedida.
Subí a la nave solo, pero si todo salía como lo esperado, al volver, los guerreros Z y las víctimas de los androides estarían de vuelta, revividos con las esferas namekianas.
El viaje fue de unas dos semanas, cinco días y veintisiete minutos. Pasé mucho de ese tiempo manteniendo mi cerebro ocupado con la logística. Dónde irían todas las personas revividas, de que se alimentarían, cómo llevarían el hecho de haber estado muertos. Según lo planeado, tras revivir a Piccoro, usaríamos las esferas de la Tierra para arreglar las necesidades básicas de los “nuevos terrícolas”.
El resto del tiempo, aunque quisiera evitarlo, lo pasé plagado por pensamientos de Gohan. ¿Estaría él orgulloso de mí? ¿Qué pensaría del guerrero en el que me convertí? ¿Su sonrisa y sus ojos serían tan satisfactorios a la vista como siempre? ¿Su cabello seguiría siendo de aspecto tan ilógicamente suave?
La idea de que Gohan pudiese volver a estar conmigo me ponía los pelos de punta.
Finalmente, llegó el día en el que aterricé en Nuevo Namek. El nuevo planeta de los namekianos, a pesar de ser otro, se veía bastante parecido a como mi madre había descrito el lugar original. Un cielo verde y brillante, mucho verde, también, en el suelo, árboles altos con copas redondas y montañas y colinas, agua reluciente… Al bajar, me tomé un segundo para apreciar el paisaje, cerré los ojos y tomé un respiro ante la brisa. Sentí como el polen de unas flores cercanas entraba a mi nariz, y naturalmente, estornudé. Posteriormente, abrí los ojos, sintiéndome… diferente. Como si estuviera consciente de cada parte de mi cuerpo al mismo tiempo.
Pero debía apurarme, era hora de encontrar al gran patriarca namekiano.
Hallar su torre no fue nada difícil. Unos namekianos que resguardaban el lugar me vieron con mala cara, no los culpaba, tuvieron horribles experiencias con forasteros como yo en el pasado. Yo hice una reverencia y dije que venía en son de paz para pedir permiso para utilizar las esferas del dragón. Un guardia le murmuró algo al otro sobre no haber detectado energía maligna, y me dejaron entrar a la sala en la que se encontraba el gran patriarca.
Mientras entraba, el que sujetaba la puerta me miró con una mezcla de lástima y curiosidad.
—¿Doku no shikaza? Nazu nippon juu koru ka —le dijo al otro.
—Ura kasha zeta. Ika gila budda oshi, je…
¿Qué estaban balbuceando? En fin, me tambaleé al acercarme al trono en el que estaba sentado, aún sintiéndome extraño.
—Hmm… saludos, veo que eres… ¿Un terrícola? —me preguntó el gran patriarca.
—Saludos, así es, señor, aunque soy mitad Saiyajin.
—Ah, por eso te ves tan afectado. La flora de Namek suele tener un efecto negativo en los provenientes de la Tierra.
—¿Efectos negativos? —pregunté.
—Así es —mientras el patriarca pronunciaba esa simple respuesta, un namekiano entró desde uno de los arcos de atrás, con una pequeña y delicada maceta blanca con las flores más hermosas que había visto.
Tuve que tomarme un instante para apreciarlas, sus pétalos triangulares, transparentes, y brillantes. Aquel gentil namekiano me puso esa maceta de cristal en las manos, y de repente, toda la ansiedad que no sabía que tenía guardada salió de mi garganta en un respiro. Me sentí inquieto entonces, no quería preguntar si se trataba de alguna especie de anestesia.
Entonces, el namekiano me sonrió, como leyéndome la mente, y me explicó.
—No es anestesia. Es solo que las flores, como dijo nuestro gran patriarca, tienen un gran efecto sobre el ki emocional de los terrícolas. Pero esta flor, la Raunuka, suele estabilizarlo cuando se la tiene cerca.
Me quedé en silencio. ¿Ki emocional? ¿De qué me estaban hablando?
—Eh… Muchas gracias. Señor gran patriarca, vengo aquí a pedir usar las esferas de este planeta para reconstruir el mío, destruido cuando yo era tan solo un niño —expliqué—, No pienso robarlas como los que vinieron antes que yo, es solo que al no haber ya esferas en mi planeta, no me queda más opción que venir aquí.
Después de haber dicho las palabras que tanto practiqué, el patriarca asintió atentamente, y decidió prestarme las esferas del dragón namekianas para que pueda reconstruir la Tierra. El cielo se oscureció como si de un eclipse espontáneo se tratase, y con la ayuda del namekiano que me obsequió esas flores, el dragón fue invocado. Fueron dos deseos: Revivir a todos los asesinados por los androides, y llevarlos a todos de vuelta a la Tierra.