ID de la obra: 620

La hija de nadie (Spy x family)

Het
PG-13
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planificada Mini, escritos 12 páginas, 4.204 palabras, 2 capítulos
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Episodio 1: El entorno ¿Perfecto?

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Episodio 1: El entorno ¿Perfecto?

El sonido de sus pasos resonaba entre los mármoles recién restaurados, casi como si los ecos no pertenecieran a ellos, sino a las vidas que alguna vez habitaron aquel lugar. —¿Sabías que esto antes era un palacio? —preguntó Becky, con los brazos cruzados y la mirada fija en el cielo cubierto de nubes. Damian Desmond, de cabello ordenado y traje impecable, desvió la vista hacia las imponentes columnas que flanqueaban la entrada del edificio principal. A pesar de los años de reconstrucción, aún se notaban, si uno miraba con atención, las cicatrices del fuego y las balas. Detalles que el mármol nuevo no podía borrar. —Un palacio arrasado en la guerra —murmuró, más para sí mismo que para ella. —Dicen que la familia que vivía aquí desapareció por completo —continuó Becky, caminando a su lado—. No quedó ni un descendiente. El gobierno quiso demolerlo todo y levantar un centro comercial o una base administrativa, ya sabes… algo moderno. Pero... Damian ladeó la cabeza, interesado. —¿Pero? —Un grupo de inversionistas privados lo compró. Reformaron todo esto, lo llenaron de profesores de élite, disciplinas exigentes y arquitectura de museo... y lo convirtieron en una escuela. En menos de cinco años, ya tiene lista de espera y convenios con embajadas de todo el continente. Es un negocio perfecto. Damian se detuvo frente a una fuente adornada con estatuas restauradas. Una paloma se posó sobre una de ellas, ajena a la historia de muerte que aún parecía flotar en el aire. —Un buen negocio —repitió, sin entusiasmo. Becky lo miró de reojo. Llevaban años sin hablar tan seguido, y aun así, había un peso invisible colgado entre ambos. Algo que no se decía. Algo que ni siquiera sabían cómo preguntar. —¿Estás seguro de que quieres quedarte aquí, Damian? Él asintió, sin mirarla. —No vine a quedarme. Vine a entender como nos ve el mundo saliendo fuera de nuestras fronteras. El viento sopló con suavidad, meciendo las ramas de los árboles cuidadosamente plantados en los jardines reconstruidos. Entre los vitrales del edificio principal, una figura los observaba en silencio. Y aunque ninguno de los dos lo sabía aún, su llegada no era el comienzo de algo nuevo… Era el eco de algo que alguna vez se rompió y que ahora, lentamente, estaba comenzando a despertar. La gran entrada se abría hacia un vestíbulo adornado con alfombras de tonos oscuros y vitrales que teñían la luz de la mañana con colores profundos. Cada paso que daban sobre el suelo pulido parecía resonar más de la cuenta. No era solo eco; era la historia reclamando atención. Becky caminaba con el cuello en alto, como si intentara absorber cada rincón de ese espacio imposible. —Dios... esto es como caminar dentro de un museo. O dentro de un fantasma. —Eso no tiene sentido —respondió Damian sin mirarla, pero la frase se le quedó clavada en la mente. El pasillo principal desembocaba en lo que, siglos atrás, había sido un salón de conciertos privado, reservado solo para miembros de la antigua familia noble. Ahora, era el salón de actos oficiales de la escuela, reacondicionado para tener casi el doble de capacidad, pero manteniendo su aura de solemnidad. El escenario de madera oscura estaba rodeado por una cúpula pintada a mano que representaba un cielo estrellado. Las butacas eran amplias, acolchadas, perfectamente alineadas como en un teatro de ópera. —Nos hicieron sentarnos al frente... —gruñó Becky, molesta, mientras tomaban asiento en la tercera fila central. —Protocolo de bienvenida para alumnos extranjeros de último año. Costumbre nueva, supongo. Las luces del teatro se atenuaban mientras otros estudiantes comenzaban a llenar el lugar en orden perfecto. A pesar de lo elegante del entorno, había algo frío en todo eso. Demasiado perfecto. Demasiado limpio. Demasiado... calculado. Damian cruzó los brazos, apoyó la espalda contra el respaldo y, por primera vez en mucho tiempo, cerró los ojos. Y el pasado regresó. —¿Quieres irte? —preguntó su hermano mayor, sorprendido. Damian asintió sin responder de inmediato. Estaban en una biblioteca de la residencia Desmond. Rodeados de estanterías, luz tenue y silencio... como siempre. —La embajada gestionó una beca cultural. Es un programa nuevo. Para estudiantes “con historial distinguido y buena imagen internacional”. No creo que tú entres en esa categoría, pero milagros existen. Damian apretó los puños. —¿Sabes algo de esa escuela? —preguntó. Su hermano lo miró con calma, y luego desvió la vista hacia la chimenea sin fuego. —Sé que uno de los inversionistas fundadores... no aparece en los registros públicos.—¿Qué más sabes? —Solo que los informes de papá sobre ese país estaban siempre clasificados… incluso dentro del partido. Silencio. Damian se levantó sin decir nada más. —No vas por la cultura —dijo su hermano, con un tono que no era burla. Era resignación. Damian se detuvo en la puerta. —Voy porque si sigo aquí... me voy a pudrir. Y salió. Damián caminaba con la postura recta que parecía haberse vuelto parte de su naturaleza, pero su expresión relajada y su mirada que de vez en cuando se perdía entre los árboles del extenso jardín revelaban que ya no era el niño rígido que una vez fue. Su cabello oscuro, algo más largo que cuando era pequeño, caía con un ligero desorden estudiado que acentuaba su rostro de rasgos definidos. Su uniforme estaba impecable: chaqueta gris perla de corte largo y elegante con ribetes azul marino, camisa blanca de cuello alto con corbata negra, pantalón entallado y zapatos perfectamente lustrados. No llevaba insignias ni medallas, solo un pequeño broche en forma de flor de lis, símbolo de la escuela, que adornaba el lado izquierdo del pecho. A su lado, Becky había crecido en una joven de cabello dorado brillante, el cual llevaba ahora en una coleta lateral baja. Su rostro mantenía ese toque de travesura, aunque su postura y porte eran más controlados, casi con la gracia de una dama noble. Su uniforme femenino consistía en una falda larga plisada del mismo gris perla, una blusa de mangas abullonadas con detalles de encaje en los puños, una chaqueta corta ajustada con botones dorados, y una boina del mismo color que el broche que también llevaba. Ambos resaltaban entre la multitud como piezas de ajedrez en un tablero antiguo. —Es curioso —comentó Becky mientras subían los amplios escalones de piedra del vestíbulo principal—. Al principio, todos creían que esta escuela sería un infierno peor que Eden. Pero al final... ¿no es raro? Aquí no hay Estella, ni castigos públicos. El director dice que si vas a equivocarte, que sea cuidando una rosa. Damián la miró de reojo, esbozando una ligera sonrisa. —Y sin embargo, todos siguen las reglas, incluso cuando no hay trónitus. —Porque el castigo es más sutil, tal vez... o porque en el fondo, aquí te enseñan a tener orgullo por tu entorno. ¿Viste al jardinero? Al principio lo trataban como a un loco. Ahora tiene un club de jardinería que lo ayuda a diario. Y no lo ordenaron. Surgió solo. Desde un amplio ventanal, ambos observaron cómo un grupo de estudiantes —niños y niñas de distintas edades— removían tierra, podaban setos o regaban con cuidado pequeños arbustos. No había supervisores gritando ni castigos a la vista. Solo el murmullo del viento y el aroma a tierra húmeda. —Parece un entorno perfecto, ¿no? —murmuró Becky. Damián no respondió. La perfección, después de todo, siempre tenía grietas si uno miraba de cerca. Fue entonces cuando sonó el timbre principal, un carrillón elegante que anunciaba el inicio de la ceremonia de bienvenida. Ambos jóvenes cruzaron el pasillo abovedado del viejo palacio reacondicionado, que ahora albergaba en su antiguo teatro de la corte, el gran salón de actos. Detrás de las cortinas carmesí, el director de la escuela esperaba en el escenario… y con él, la presencia de una nueva alumna que cambiaría por completo el equilibrio de ese entorno. Las luces subieron un poco. El acto estaba por comenzar.Un hombre de traje gris oscuro, barba blanca recortada con precisión quirúrgica, subió al estrado. Becky se inclinó levemente hacia Damian y susurró: —¿Ese no es el que daba clases en Eden? —Sí.—¿Cómo se llama…?—Henderson. Sr. Henderson. Una pausa. Damian no apartó la vista del hombre. ¿Por qué está aquí? ¿Qué demonios está pasando en esta escuela? Y entonces el director habló, con esa voz grave que parecía cortar el aire: —Queridos estudiantes... bienvenidos a la Academia Grandhall. Una escuela que no solo forma mentes brillantes, sino que honra lo más difícil de enseñar: la elegancia del carácter El fantasma más vivo de todos El Sr. Henderson avanzó hacia el centro del estrado con la precisión de alguien que no necesitaba imponerse: su sola presencia bastaba. Se quedó un momento en silencio, mirando a todos los estudiantes que llenaban el teatro. Sus ojos se posaron apenas un segundo en Damian y Becky, como si supiera exactamente quiénes eran… y por qué estaban allí. Y luego, comenzó a hablar: —Esta institución fue construida sobre ruinas.Ruinas de piedra, de memoria… y de propósito. Nadie se movió. —Durante la guerra, lo que hoy es nuestra escuela fue un símbolo de poder y de pérdida. Lo que antes fue opulencia terminó convertido en escombros. Y en esos escombros, el mundo quiso enterrar el pasado. Pausa. Su tono se volvió más firme. —Pero algunos de nosotros creemos que el pasado, por doloroso que sea, debe ser recordado, reconstruido… y superado.Por eso esta escuela existe. Un leve murmullo cruzó el auditorio. Damian se mantuvo inmóvil, el ceño apenas fruncido. Becky miraba en dirección a Henderson, pero su atención estaba dividida. —Aquí no buscamos perfección —continuó el director—. Buscamos carácter. Y carácter no es fingir virtud, sino elegirla incluso cuando no hay nadie mirando.Aquí, el conocimiento es poder, pero la empatía... es el criterio.Y la elegancia —hizo una pausa significativa—, la verdadera elegancia, es saber quién eres… y seguir siéndolo cuando nadie te obliga a fingir. Entonces miró discretamente un documento sobre el podio. —Por eso, en nombre de la dirección, me complace presentarles a la mejor alumna de nuevo ingreso. Una joven que representa el ideal que esta escuela busca formar: excelencia académica, conducta ejemplar y pensamiento crítico. Damian se tensó sin saber por qué. Becky resopló, aburrida. —Con ustedes —dijo Henderson, con tono sereno—, la señorita Anya Henderson. Fue como si el teatro entero se congelara.Damian giró la cabeza lentamente.Becky también. Por reflejo. Por impulso. Por algo que no sabían nombrar aún. Una joven de cabello rosa claro, perfectamente peinado hacia atrás en una media coleta con moño oscuro, subió los escalones del escenario. Vestía el uniforme de gala de la escuela con impecable pulcritud. Su andar era sereno, su rostro, neutro, y en sus ojos… no había ni rastro de reconocimiento. Se colocó junto al Sr. Henderson, hizo una reverencia medida y elegante.Y sonrió. Una sonrisa perfecta, educada. —Es un honor —dijo con voz suave pero clara— formar parte de esta institución. Haré mi mayor esfuerzo. Damian sintió cómo la garganta se le cerraba sin razón aparente.Becky, a su lado, no se atrevía a parpadear. No puede ser... Porque era ella. Y al mismo tiempo… no lo era. —Distinguidos profesores, honorables invitados, y queridos nuevos compañeros: Es para mí un gran honor darles la bienvenida a la prestigiosa Academia Edelgard, un lugar donde historia, excelencia y futuro convergen. Este edificio, que alguna vez fue testigo de grandes cambios y conflictos, hoy se alza no como un recuerdo del pasado, sino como un símbolo de transformación. Donde antes hubo ruinas, ahora hay esperanza; donde antes resonaban ecos de guerra, hoy florece el conocimiento. Nuestra escuela no es solo un recinto de aprendizaje. Es un testimonio de lo que ocurre cuando el esfuerzo y la visión se combinan con propósito. Aquí no solo se educan mentes brillantes, también se forjan caracteres íntegros, capaces de enfrentar los desafíos del mundo con sabiduría y empatía. A los que hoy inician este nuevo ciclo: cada uno de ustedes ha sido elegido no solo por sus capacidades, sino por su potencial. Aquí encontrarán exigencia, sí… pero también guía, compañerismo y la oportunidad de descubrir quiénes pueden llegar a ser. Como alumna de años anteriores, y como alguien que ha recorrido este mismo camino desde sus inicios más humildes, les invito a mirar hacia adelante con determinación. Y recuerden siempre: el verdadero refinamiento no se halla en el apellido ni en la apariencia… sino en nuestras acciones, nuestras decisiones, y la manera en que tratamos a los demás. Sean bienvenidos a su segundo hogar. Academia Grandhall los recibe con los brazos abiertos. Muchas gracias. Mientras las ovaciones llenaban el teatro real y los aplausos resonaban con eco en las columnas de mármol, Anya mantenía una sonrisa serena, perfecta, casi estudiada. Bajó del podio con la espalda recta y las manos enlazadas delante del uniforme de gala como si el gesto le fuera innato. —“La dicción ha sido correcta. Ni una pausa fuera de lugar. Ninguna palabra vulgar. Mi entonación ha resonado firme, pero suave. Henderson-sensei estaría complacido. Padre estaría orgulloso. Madre… ¿madre habría aprobado el modo en que he tratado el protocolo?” Avanzó con paso elegante, sin mirar a nadie, hasta su asiento en la fila delantera. Ni un solo movimiento brusco. Ni un sólo titubeo. Cada paso como si siguiera el compás de una melodía que solo ella escuchara. —“Damas y caballeros. Así se inicia una nueva era. Que el nombre de Henderson siga elevando los pilares de la excelencia.” Sus pensamientos no mostraban la más mínima señal de duda, miedo o ansiedad. —“La educación es la más alta forma de poder. Ser refinada no es solo una meta, es una armadura.” Y por un instante, antes de sentarse, sus ojos se desviaron hacia Damian y Becky… y fue imposible saber si los reconocía. Horas mas tarde... Anya se apoya en la barandilla de mármol. El viento le acaricia el rostro como si le diera la bienvenida, trayendo consigo el perfume lejano de los pinos. En el patio, los estudiantes se agrupan en pequeños círculos, risas suaves flotan como burbujas por el aire. Sus ojos se posan en una pareja particular: una chica de coletas exuberantes, risa escandalosa y voz chillona, y a su lado, un muchacho de gesto altivo y cabello perfectamente peinado, marcando el ritmo con pasos precisos. Anya ladea ligeramente la cabeza. —Qué peculiar combinación —piensa—. Ella parece un clavel mal podado; él, un candelabro que se cree sol. Es... encantador, en cierto modo. No hay juicio, solo observación estética. El movimiento de la tela, la simetría de sus posturas, el contraste de colores entre ambos: rosa y azul. Rosa fuerte. Azul profundo. —Podrían ser retratados —reflexiona—. Aunque no serían el centro del cuadro… quizás un detalle del fondo. Sus ojos no titilan, no se estrechan. Nada en su pecho se agita. No hay nombres, no hay ecos. Solo un pensamiento más:—El uniforme les queda bien. Y luego, con la misma calma con la que llegó, se retira del balcón.Como si no los hubiera visto.Como si nunca los hubiera conocido. Continuara...
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