ID de la obra: 646

Would it be enough if I could never give you peace?

Het
NC-17
En progreso
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autor
Tamaño:
planificada Midi, escritos 88 páginas, 29.270 palabras, 26 capítulos
Descripción:
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El salón está en silencio, pero mi mente no lo está.  Jade decidió sentarse a mi lado hoy, como si la acción no cargara el peso evidente que parece notarse en todos… menos en ella. Mierda, olvidé mi lápiz. Dudo si pedirle uno, dejar que el orgullo me gane, saltarme la clase o simplemente rendirme. Antes de poder decidir, ella acerca uno de sus lápices hacia mí, sin decir una palabra.Sin mirarme.Como si no se hubiera olvidado de mí.Como si nunca lo hubiera hecho. Ser consciente de esa posibilidad me da miedo, pero aún así, tomo el lápiz. El silencio vuelve a instalarse entre nosotros, ese mismo que alguna vez parecía tener un ritmo propio. Nuestro.Pero ya no lo es.Ahora se siente ajeno. Robado. Como si le perteneciera a una versión de nosotros que ya no existe. “Perdón,” susurro. No la miro, pero me esfuerzo por acercarme, por cerrar un poco la distancia que yo mismo abrí. Ella suspira, y por un momento, no dice nada. Como si mis palabras hubieran interrumpido una calma que llevaba tiempo construyendo. “¿Por qué me pides perdón exactamente, Leo?” Intento formar una oración, pero no puedo. Entonces, su voz rompe el silencio otra vez. “¿Por huir de mí? ¿Por mostrar tanto desinterés de la nada? ¿Por pasar de mí como si nada hubiera pasado?” Su tono es molesto, pero contenido.Y entonces soy yo quien explota: “Al menos yo no fui quien pidió el cambio de compañero. Ni quien encontró un nuevo amigo de la nada con el que seguramente comparte más que solo materiales.” La miro directamente. El lápiz cae de mi mano, aterriza al lado del dibujo que alguna vez significó más que solo líneas para mí. Para nosotros. Aun no lo sé pero sé que lo llegué a asumir. “No lo entiendes, Leo”, responde. “Entonces ayúdame a entenderlo”, suplico. Mi voz es baja, pero las palabras me rasgan por dentro. “Él es lo único que me queda de mi hermano”, susurra. Deja su lápiz a un lado, sin mirarme. El entorno me cae encima. Nos hemos olvidado del aula, de los demás, de todo. “Hay muchas cosas que no sabes de mí.” Cuando por fin busca mis ojos, su mirada es frágil. A punto de romperse. Parpadeo. No sé si para contener las lágrimas o para ver mejor lo que acaba de mostrarme. “Pero quiero conocerte, Jade.”Le sostengo la mirada con más fuerza que nunca.“Quiero conocer lo que callas, lo que te da miedo compartir, lo que mueres por gritar.” Todo se queda suspendido en el aire. Una confesión. Una súplica.Una esperanza. Pero ella no dice nada. “Pareciera que quieres todo lo contrario,” murmura, recuperando su lápiz como si esa frase hubiera sido suficiente para poner un punto final. Y sigue dibujando. Como si la conversación nunca hubiera pasado. Y entonces lo pienso. No lo digo, pero lo pienso: Entonces lo demostraré. Los días pasan de nuevo. Dos. Tres. Perdí la cuenta desde que Jade empezó a faltar. Seguro está con su nuevo amigo. Hablando sin hablar. Compartiendo esos silencios cómodos que dicen más que mil palabras. Y yo estoy aquí. Cargando con el peso de su ausencia. Sin tener a nadie más a quien culpar que a mí. Quiero gritar. Romper algo.Se siente tan injusto estar atrapado en este vacío.Un silencio que suplica por ser llenado, pero que solo lo ocupan los rayones frustrados que trazo sobre la hoja. Coloreo la guitarra.Mis manos.Colores fríos, apagados, como si la calidez del momento se hubiera desvanecido. Como si esos ojos ahora hubieran olvidado cómo mirarme. “Es una pieza muy emocional, Leo,” comenta Elías, a mi lado, mientras observa el dibujo con atención.“Pareces saber dónde colocar cada línea para darle un propósito.” Quiero decirle algo. Tal vez un “lo lamento” por haber sido grosero con él. Por explotar en su clase sin razón.Pero el corazón me pesa.Mi cuerpo está cansado de cargar con tanto. Lo único que sale de mi boca es: “No sé si la alejé… o si solo se le hizo difícil quedarse.” Mi mirada ya lo dice todo, así que no añado su nombre. No es necesario. “Tal vez ninguna de las dos”, responde.“Tal vez solo está esperando a que todo tome sentido. Y eso… no es tu culpa.” No le pregunto cómo sabe exactamente a qué me refiero.Ni cómo encuentra las palabras tan rápido. Pero algo en mí se alivia.Y a la vez, me siento culpable.Por asumir tanto, por no pensar que tal vez nada era tan terrible. No es que no duela su silencio. Pero saber que tal vez solo necesita tiempo para ordenar su mundo me da un poco de paz. Doy un suspiro. Uno de esos que Jade habría notado.Pero Elías no lo hace.Solo me sonríe. “Continúa con el buen trabajo, Leo”, dice con sinceridad, antes de desaparecer entre papeles y colores.                                                          Me quedo solo en el salón cuando todos se van.El dibujo sigue frente a mí, inacabado, pero distinto.No sé si mejor, pero distinto. Miro las líneas que delinean la guitarra.Las sombras alrededor de mis manos.Hay algo que no cuadra.No es el trazo, es la ausencia. El dibujo no respira como antes.Porque ella ya no está del otro lado para verlo. Apoyo el lápiz sobre la mesa y dejo caer la cabeza entre mis brazos.No para dormir.Solo para dejar de pensar por un segundo. Pero no funciona. La pienso a ella. Otra vez. En la forma en que fruncía el ceño cuando una línea no le gustaba.En cómo colocaba los colores por gama, como si organizar el caos la hiciera sentirse segura. En cómo era capaz de guardar tanto en silencio.Y, sin embargo, yo… la hice callar más. Quisiera decirle que lo siento.No solo por lo que dije.Sino por cómo lo dije.Por el miedo.Por el orgullo.Por haber creído que la pérdida siempre se ve como yo la veo: rabia, gritos, desesperación.Tal vez para ella… se ve como quedarse callada. La vi romperse.Pero solo me enfoqué en que no me miraba.Y no supe ver el temblor en sus manos. Me incorporo, cansado.Las pastillas hacen que todo pese más, incluso el perdón. Tomo mi mochila, pero no me voy todavía.Hay algo que no dejo de pensar. ¿Y si intento de nuevo? No con promesas.Ni con reclamos.Solo con la verdad que me queda. Quiero acercarme.No para recuperarla.Sino para decirle que lo que callamos también se rompe. Y que no todo lo roto hay que tirarlo. No sé si me va a escuchar.No sé si tiene espacio para mí en su vida ahora.Pero quiero intentarlo. Por ella.Y por mí. Me levanto.Salgo del salón.El pasillo está vacío, pero el aire se siente más liviano que en días anteriores. Camino sin rumbo claro durante unos minutos.La universidad queda atrás sin que me dé cuenta.Mis pasos terminan dirigiéndose solos, como si mi cuerpo supiera a dónde quiere ir antes que yo.Doblo por calles que reconozco.Calles que no debería estar tomando sin avisar.Mi teléfono vibra en el bolsillo, pero no lo reviso.No quiero dar explicaciones. Solo camino.Cruzo el parque. Y entonces, sin planearlo del todo, me detengo frente a su casa. El corazón me late como si quisiera escaparse de mi pecho.La puerta es la misma.Las enredaderas siguen trepando por los muros. No sé qué voy a decir.No sé si está.No sé si quiere verme. Pero estoy aquí. Porque hay cosas que necesitan ser dichas.Y esta vez, no voy a huir.
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