Los sueños están hechos de lágrimas
11 de septiembre de 2025, 13:24
—Que mi sangre cubra todo el pago de tu venganza y libre a mis hijos de tu ira.
Alicent se abrió la garganta frente a una furiosa Rhaenyra Targaryen, desangrándose en el acto, sus lágrimas se perdieron en el oscuro charco alrededor de la reina viuda cuyo cuerpo se derrumbó a los pies de la nueva reina. Toda la fortaleza era un caos. Los ojos de Rhaenyra chispearon, con sus puños apretados, bien podía ser Beta, pero su aroma explotaba en ira con justa razón. Una traición. O una venganza si se le veía de cierta forma aunque ya no importaba. Aegon tembló, sujetando con fuerza los pestillos de las puertas a sus espaldas detrás de las cuales estaban ocultos sus tres hermanitos. ¿Qué podían hacer cuatro cachorros Omegas desamparados frente a la sed de sangre de una reina?
Todo había sido por intentar hacer justicia a su hermano Aemond, tenía unas lunas que apenas si se recuperaba de su mutilación, pero su madre no lo perdonó al punto que se lanzó a un ataque frontal sin medir bien los alcances. Viserys I había pasado a mejor vida, igual que Otto y ahora la reina. Al primero su esposa lo ahogó con una almohada, al segundo Daemon lo degolló. Alicent tuvo el honor de quitarse la vida ella misma, ofreciendo su sangre a cambio de que Rhaenyra no se vengara con sus hijos pero Aegon sabía que eso no iba a suceder. Ella estaba demasiado enojada para entender razones.
Y él era demasiado tonto para hacer algo brillante.
Solo supo en su muy interior alma, que algo debía hacer para asegurar que a sus hermanitos no les hicieran nada, porque ahí mismo iban a sufrir una suerte horrible. Aegon tembló, con lágrimas en los ojos antes de hincarse de rodillas, soltando las puertas para colocar sus manos en la piedra manchada con sangre de su madre y hacer una reverencia, temblando igual que su voz insegura al hablar a la nueva Protectora del Reino.
—Su Gracia, se lo suplico, permita que mis hermanos vivan en el exilio. Deje que se marchen en sus dragones, yo me quedaré a cambio como pago por ellos, por favor… ellos son solo cachorros. Nada saben de esto igual que yo, no teníamos idea.
Rhaenyra aceptó, ordenó que sus Capas Blancas escoltaran a Helaena, Aemond y Daeron con sus dragones a la playa, asegurándose de que volaran rumbo a Essos. Helaena lloró aterrada, rehusándose a dejarlo solo, pero Aegon le sonrió prometiéndole que todo estaría bien porque él siempre corría con mucha suerte. Besó la cabeza de Daeron, pidiéndole que cuidara de su dragona, limpió las lágrimas de Aemond, ordenándose ser muy fuerte. Su hermana le entregó un pañuelo con cuatro dragones bordados antes de subir en Dreamfyre y llevárselos.
Aegon apretó ese pañuelo y no lo soltaría por nada, ni cuando lo golpearon al llevarlo ante la reina, ni cuando esta lo entregó a un lord de poca monta como pareja cuando recompensó a cada uno de sus fieles vasallos en el asalto a Desembarco del Rey luego de saber de la traición de Alicent y su abuelo Otto. En el camino hacia el pequeño castillo a donde viviría el resto de sus días, los soldados que lo escoltaron se detuvieron en un tramo del bosque que atravesaban y lo bajaron del caballo, rasgando sus ropas. Se divirtieron con él hasta el amanecer, partiendo de nuevo al castillo para entregarlo al bajito, obeso y maloliente lord cuya única diferente con un campesino era el título.
—Tiene sangre Targaryen aunque está echado a perder —comentó el capitán— Pero siempre es lindo tener una puta de sangre real ¿no?
Stephan Errol, su Alfa, solo miró de arriba abajo, recibiéndolo pues era una orden de la reina. Era parte de la Casa Haystack, un miembro muy lejano y por lo tanto, nada prominente. Una burla, una humillación que Aegon aceptó silencioso, entrando al pequeño castillo llamado Cuerno Romo, donde solamente había dos sirvientas, la más vieja y cansada de nombre Maricia y una joven Lauren. Ellas lo bañaron, ignorando la sangre entre sus piernas, le dieron unas ropas para hacer la ceremonia de boda que un Septo algo ebrio celebró. Stephan lo llevó a su cama y Aegon solo cerró sus ojos una vez más.
No le dolió mucho porque su Alfa era pequeño y además precoz, quedándose tumbado a un lado roncando luego de consumar el matrimonio. Ahora era un Errol, pero sus hermanos siempre serían Targaryen aunque exiliados. Estarían intactos, a salvo bajo la protección de un Magíster en Pentos al que escribió y cuya carta Helaena entregaría. Con dragones protegiéndolos estaría todo bien. A él le permitieron quedarse con Sunfyre, quien fue liberado luego de que el cuervo de Cuerno Romo volviera de la fortaleza avisando que todo estaba hecho. Por lo menos Sunfyre estaría libre y con él, Stephan no le dijo nada sobre ya no volar, era un Alfa dedicado a cazar con sus perros, lo demás le daba igual, incluyéndolo.
—Lo siento —Lauren le dijo al día siguiente, no supo si fue lástima o mera cortesía.
—Está bien —mintió.
Tenía su lado bueno el ser ahora el Omega de un lord campesino, siendo tres nada más ahí, con un par de guardias que esporádicamente pasaban nada más a tomar unas gallinas o una oveja, la vida no era tan mala. Aegon tuvo que dejar su gusto por el vino y las travesuras, aprendiendo a fregar pisos para quitarle la mierda de los perros, lavar trastes o la ropa de su Alfa. Maricia le enseñó a cocinar, a atender heridas o reconocer hierbas medicinales del bosque. Esas dos mujeres lentamente se convirtieron en sus amigas, pasando con ellas un buen rato dado que Stephan todo lo que hacía era cazar y cazar. O asistir a las juergas donde presumía que tenía una zorra de sangre Targaryen que le calentaba la cama.
Quedó encinta, pero perdió el cachorro a medio embarazo. Luego tuvo otro más adelante, solo que el bebé murió a las pocas horas. Era posible que el ataque en el bosque lo hubiera dejado mal, era demasiado joven, ¿a quién le importaba? Para el tercer intento, sufrió la suerte del primero solo que a la tercera luna de gestación. Maricia, por edad que ya no teme a las represalias, le pidió a su Alfa dejarlo en paz un tiempo, Stephan aceptó torciendo la boca y pateándolo ahí en el suelo donde lo había dejado luego de abofetearlo por deshonrarlo al perder sus cachorros.
—¡Ni para parir sirves!
Cuando no se sentía bien -lo cual era más o menos seguido- Aegon solía volar en Sunfyre, por el mar donde nadie los viera. Ahí lloraba todo lo que quería, maldecía y se enojaba antes de recordarse que sus hermanos estaban bien. También lloró cuando recibió la primera carta de Helaena, contándole que estaban a salvo, viviendo tranquilos aunque preocupados por él. Le mintió al responderle, no necesitaban saber de sus desgracias. Harían sus vidas allá y estarían bien, lejos de todo esa podredumbre rodeando el apellido Targareyn.
Cuando Stephan se calmó y volvió a llamarlo a su cama, Lauren le había conseguido ya Té de Luna, entregándoselo en silencio. Era mejor a sentir una vida que jamás conocería la dicha. Un hijo suyo solamente recibiría humillaciones, siendo cachorro de un Targaryen traidor. Su Alfa creería que su vientre ya se había echado a perder, no que eso no hiciera que de cuando en cuando tuviera que servirle ya fuese con la boca o con su cuerpo. Pero dejó de ser malo. Una segunda carta llegó de Essos, que alegró sus días, guardándola con el pañuelo bordado con cuatro dragones. Helaena estaba preocupada, decía que lo soñaba perdido en un bosque. La corrigió engañándola con que confundía las cosas pues ahora ya era un buen cazador.
Esa última parte no era mentira, para comer había aprendido a no errar flechas, igual que le tomó gusto a llevar a Espiridión, su enorme cerdo, a buscar trufas en el bosque. Quizás ya no se veía bonito ni tenía el mejor aroma, más estaba en una situación no tal deplorable si pensaba en las otras posibilidades. Ya se habían olvidado de él en la fortaleza, la reina gobernaba con su rey consorte y todos felices. Supo que Jacaerys se casó con Baela, que comprometieron a Lucerys con Rhaena, chismes soltados en la villa que a veces visitaba cuando les faltaban cosas, ir en Sunfyre era más rápido.
—Hey, el campesino con dragón —a veces lo molestaban.
Primaveras pasaron, inviernos también, Helaena le escribió contándole que Aemond y Daeron eran hermosos, si bien Aemond era un Omega triste, se culpaba por lo sucedido. A ella ya comenzaban a cortejarla, el Magíster estaba eligiendo campeones dignos de su sangre. Suspiró al leer esas letras, guardando su carta con las demás antes de responder ahí en la cocina, donde pasaba la mayor parte del tiempo con Maricia y Lauren, repartiéndose los deberes del castillo con su cerdo paseándose al calor del fuego del horno de piedra.
—Sharana quedó panzona —comentó Lauren muy contenta.
—Te lo dije —Maricia bufó, dejando una hogaza de pan en el cuenco de Aegon— ¿A poco iba a salir bien librada de andar retozando con el patrón?
—La señora la matará a golpes.
—Los Siete la protejan.
—Oh, me enteré de algo aunque no sé qué tan cierto sea —Lauren se acomodó, bajando el volumen de su voz— El príncipe Jacaerys está en Desembarco… solo.
—¿Y eso que tiene? Los Alfas viajan solos, solo mira a Stephan —replicó Aegon, más concentrado en mojar su pan en el estofado.
—No, no, dicen que… se separaron, se divor… diva…
—¿Divorciaron? —eso le extrañó— ¿Supiste por qué?
—¡Uy, sí! —Lauren amaba los rumores como un cuervo un cadáver— Parece que al príncipe le falla su espada.
—Oh, no puede ser —Maricia rió apenas— Si su señor padre era muy FUERTE.
Se rieron apenas, Aegon parpadeó un poco, mirando a Lauren. —¿Estás segura?
—Es que… dicen que su esposa tuvo un amante y de él si quedó embarazada.
—Joder —la abuela casi se ahogó— Esa gente sí que sabe hacer cosas a lo bruto.
—Pues ahora se separaron y el príncipe regresó para que lo curen.
—Espadas caídas ni con el mejor herrero —se burló Maricia.
—Al menos a Stephan le funciona aunque lance antes de tiempo —Aegon se unió a la broma.
Esta vez se carcajearon, terminando de cenar. De vez en cuando tenía noticias de la fortaleza así, con Lauren poniéndole lo suyo. No le dio mucha importancia. Fue una mañana que paseaba con Espiridión en el bosque que escuchó un aleteo de dragón, Sunfyre no solía volar tierra adentro, lo había instruido para que no lo hiciera y lo castigaran por ello. Levantó la mirada hacia el cielo sin escuchar de nuevo aquel sonido, llamando al cerdo para volver a casa, de todas formas tenían ya las suficientes trufas. Cuando estuvieron fuera, es que el dragón descendió no muy lejos, a medio camino hacia el castillo. Aegon tragó saliva, no reconocía bien a la bestia pero le pareció era Vermax, no estuvo seguro.
—¡Espiridión! —el cerdo, como era natural, huyó por su vida.
Lo persiguió, atajándolo en un riachuelo donde un joven Alfa los encontró. Jacaerys estaba ahí, mirándolo desde lo alto de la colina cercana. Aegon sintió los latidos de su corazón en sus oídos, porque temió una represalia. Sin dejar de sujetar al cerdo, levantó su mirada. El príncipe solo clavó sus ojos en él, quieto por largo tiempo hasta dar media vuelta y regresar con su dragón que remontó el vuelo, perdiéndose camino a Desembarco. El Omega respiró aliviado, quizás solamente estaba asegurándose de que estuviera donde la reina lo dejó. De pronto pensó en algo, mirándose. Ya no tenía el aspecto que Jacaerys pudiera recordar de él, se veía más como un campesino. Un pobre Omega recogiendo trufas y sintió vergüenza sin entender por qué.
—Vamos, debemos regresar a casa —pidió al cerdo que aceptó luego de olfatear que no había peligro.
Aegon se pasó una mano por los cabellos que salían debajo de su pañoleta algo manchada, seguro tenía una facha terrible. Nada de dignidad Targaryen, igual eso era lo que Jacaerys había ido a confirmar. Solo respiró hondo, torciendo la boca al ver el patio lleno de mierda de perros. Stephan había vuelto. Como bien decía Maricia, al perro más flaco se le cargaban más las pulgas, solo que no esperó que al ir a ver a su Alfa, este estuviera esperándolo en el comedor con un mensaje en mano.
—Tendremos visita —Stephen leyó de nuevo el papel— El príncipe Jacaerys vendrá a verme.