“La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo.”
Maurice Maeterlinck.
En un primer pensamiento, Aegon concluyó que la visita de Jacaerys era para estar bien seguro de que estaba con su Alfa y le servía como su Omega. De lejos no podía asegurarlo. Iba a comprobarlo más adelante cuando llegara, tuvieron que limpiar y preparar una cena más o menos decente para la noche siguiente de la visita. Ahí con los Haystack, no era costumbre que un Omega recibiera a nadie, era una suerte de sirviente más que un anfitrión, así que Aegon no tuvo necesidad de cambiarse o preocuparse por sentarse a la mesa. Cuando Lauren le avisó que el príncipe había llegado en su dragón, tomó la bandeja con los platos y cubiertos para ir al comedor, topándose con Stephan a medio pasillo. —¿Alejaste a tu monstruo como te ordené? —preguntó su Alfa, refiriéndose a Sunfyre. —Él nunca se acerca, ni lo hará ahora. —Más te vale, andando. Y cierra el pico, yo hablaré. —Sí, Alfa. Con esa caravana de perros en los costados, entraron al comedor. Jacaerys inspeccionaba distraído, girándose a ellos al escucharlos entrar, mirando a los perros con cierta confusión. Stephan le sonrió con una reverencia, invitándolo a sentarse a su mesa mientras Aegon servía. —Alteza, Siete Bendiciones para usted, este castillo es indigno de recibirlo, humildemente le ruego que pruebe algo de nuestros sencillos alimentos. —Gracias, Lord Errol —los ojos del príncipe se posaron en el Omega concentrado en servir sin derramar nada. —Es una visita inusual, siempre bienvenida. Por favor, pruebe el pato, está bueno. Aegon se marchó para que hablaran a sus anchas, preparando otra jarra de vino para llevar, un poco nervioso. No había hecho algo malo ¿o sí? Hizo una recapitulación de sus últimos vuelos, nunca se acercó al continente y Sunfyre jamás había incursionado tierra adentro. Él por su parte, tampoco había hecho nada en todo ese tiempo. Volvió al comedor, los dos Alfas reían entre sí, más fue palpable que no eran risas sinceras, esperando el momento oportuno. Le sirvió a su esposo, luego rodeó la mesa para ir con Jacaerys controlando sus nervios, sirviendo con una reverencia, sintiéndose tan humillado todavía, dejando la jarra y llevándose la que ya estaba por terminarse. —Si el príncipe desea saber si mi puta Targaryen ha desobedecido las órdenes de la reina, puede estar tranquilo, me he encargado de que esté donde merece, en la mierda —escuchó a Stephan desde el pasillo— No es un buen Omega, si me pregunta, perdió todos mis cachorros antes de que se le secara el vientre, pero todavía sirve para coger. Parpadeó, sintiendo lágrimas correr por sus mejillas que limpió con su mandil. Bueno, al menos Stephan le ayudó por decirlo de alguna forma. Regresó a la cocina donde esperaban Maricia y Lauren, de inmediato buscándolo al verlo entrar. Les sonrió, ya solo esperando a que terminara la cena con el príncipe alejándose. Jacaerys ya era todo un joven Alfa, muy apuesto, con ese aire de dignidad Targaryen en su aroma, un porte muy de un heredero al trono. Ese cachorro con el que le encantaba hacer travesuras y reírse de cualquier cosa ya no estaba. Viejos tiempos imposibles de hacer regresar. Su Alfa lo llamó, informándole que Jacaerys solo había ido a ver si estaba vivo. —Creo que están esperando que mueras pronto. —Es probable que eso sea si los dioses los escuchan —replicó apenas. —Levanta todo, me iré a dormir. —Sí, Alfa. Otra carta llegó de Helaena, iba a casarse con un rico mercader de Myr, llamado Arioos Atheryen, por lo que sus hermanos se quedarían con el Magíster en Pentos. No había mucho problema al haber ya crecidos. Aegon le envió sus felicitaciones, sacando los pocos ahorros que tuviera para comprarle una sencilla horquilla como regalo de bodas, bien protegida en su carta de respuesta. Una vez que Daeron también estuviera asegurado, él ya no sería necesario, bien podría desaparecer, solo debía aguantar otro poco. Regresó a sus deberes, peleando con los perros que todo el tiempo estaban dejando sus heces por el lugar. —Un día —les siseó molesto por tanto limpiar— Un día los quemaré. —Hay que ir por trufas, se fueron todas en la cena, Egg —Lauren lo buscó más tarde. —Dame el canasto. —No canses mucho a Espiridión. —Lo prometo. Ese paseo le vino bien, caminando por el bosque con el buen chancho usando esa trompa prodigiosa para hallar las trufas. Anduvieron un rato antes de encontrar algunas, moviéndose un poco más hacia el camino principal que cruzaba por el medio. Luego de recoger un poco más, Aegon iba a llamar al cerdo cuando escuchó un nuevo rugido de dragón, no era Sunfyre porque los conocía de memoria. ¿Sería acaso Vermax? El aroma Alfa de Jacaerys se lo confirmó, preguntándose si acaso había otra cosa más que hubiera olvidado preguntar, aunque el príncipe no siguió adelante, se detuvo y luego de un rato apareció caminando entre los árboles. Lo buscaba. Aegon se abrazó al canasto, inquieto. Más cuando esa mirada de Jacaerys le pareció un poco rojiza. Su piel reaccionó cuando olfateó un cambio en aquel aroma, erizándosele de golpe, queriendo huir y luego, solo quedándose con la espalda pegada contra el tronco de un árbol, temblando de pies a cabeza con la cabeza caída ocultando sus lágrimas. Quería tomarlo. Bueno, parte de aceptar el trato con la reina era no quejarse, el Omega cerró sus ojos aferrado a su canasto, orando porque el apetito de Jacaerys no incluyera alguna clase de tortura. Cuando el joven Alfa llegó hasta él, su temblor fue visible, apretando sus párpados al percibirlo tan cerca. Una mano enguantada sujetó su mentón, Aegon contuvo el aliento. Su rostro fue levantado muy despacio, sintiendo la respiración del príncipe contra su piel. Una lágrima de miedo escapó de uno de sus ojos, un dedo envuelto en piel la borró. Él se atrevió a mirar a Jacaerys, suplicarle con su expresión que lo hiciera rápido, no se opondría, no se quejaría, pero que lo dejara vivir. Todavía quería ver a sus hermanos casarse en Essos con alguien que los protegiera, solo eso. Aegon se vio reflejado en los ojos rojizos e inquisitivos del joven, notando que lo olfateaba, tal vez preguntándose si su Celo estaba cerca o era cierto que ya no servía para nada más que para mojar el pincel. Espiridión, en una inusitada muestra de valor porcino, apareció de entre los arbustos lanzándose con toda su corpulencia rosada contra Jacaerys, dándole un tope antes de intentar hincarle los dientes en su bota, separándolos al asustar al príncipe de buenas a primeras. Aegon solo se quedó ahí inmóvil contra el tronco del árbol observando al cerdo perseguir a un Alfa entre chillidos en una escena que le pareció si no estúpida, por demás divertida que incluso olvidó que había muerto de miedo instantes atrás. Recordó que su fiel compañero estaba persiguiendo al amado hijo primogénito de la reina, reaccionando al fin. —¡Espiridión, detente! Se interpuso entre el enfadado cerdo y el príncipe, girándose a este con una reverencia apurada. —No se enoje contra él, Alteza, es solamente un puerco tonto —Espiridión rezongó— Perdónelo, por favor. Jacaerys respiró hondo, mirándolo de forma extraña. —La ofensa no existe. —Gracias, Alteza, nos retiramos. Sujetando contra un costado el canasto con trufas, Aegon pescó una oreja del cerdo para llevárselo entre regaños discretos hasta que perdieron de vista al príncipe, deteniéndose para abrazar al animalito cuyo gesto valiente lo salvó a costa de terminar en una mesa de banquetes. —Te llamaré el Terror Rosado. No vio a Vermax emprender el vuelo, pero no se detuvo a ver más, agradeciendo que esa tarde y noche estuviera lloviendo. El Omega terminó sus deberes, quedándose sentado en la orilla de una ventana contemplando las gotas correr por el viejo vidrio entre relámpagos, envuelto en una de sus cobijas. Maricia le encontró trayendo una vela que dejó en un hueco de pared, sentándose a su lado. —Tú volviste raro. Agitado. —Pasó algo. —¿Y qué esperas para contarme? Le contó del encuentro con el príncipe, lo que el valiente Espiridión hizo y también le contó de sus dudas porque ahora que ya había pasado el susto, no dejaba de pensar en que sí, Jacaerys olía a un Alfa que deseaba reclamar un Omega, pero nunca percibió la agresividad que sí tuviera con esos soldados que lo mancillaron. No entendía que pasaba, ni tampoco la visita anterior. Maricia lo escuchó atenta, luego acomodando su chal mirando al frente. —Es claro, Egg. —¿Qué cosa? —Ese príncipe… te desea. Es verdad, pero no para follarte una vez y botarte como hacen los de su clase, te quiere con él. —¿Qué? —Aegon bufó— Yo sé que te gusta el humor pesado, pero esto si es mucho. —Me di cuenta cuando vino, te ha elegido. —Maricia… —¿No lo notaste? Es un Alfa que merodea el dominio de otro Alfa, buscando robarle su pareja. —No, claro que no. No. No. Estamos hablando del heredero al trono, Maricia, nada más y nada menos. —Pues ese muchacho te quiere meter cachorros. —Él no… es imposible. —La querella que tengas con su madre no se extiende a él, tú me contaste que eran cachorros cuando todo pasó. Ahora ya es un joven Alfa al que le has parecido lo suficientemente lindo para desear marcarte y empanzonarte. —¿Te estás escuchando? ¿Qué harías si un rey viniera por ti? ¿Lo creerías? Maricia arqueó una ceja, sonriéndole con esos dientes chuecos. —Oye, lo valgo. —Además… ¿no dijo Lauren que él no puede hacer cachorros? La abuela rió, acercándose otro poco y así palmear su pierna cubierta. —Escucha esto, una vez mi abuela me contó de los Alfas y los Omegas. Los dioses los bendijeron de tal suerte que a veces, no pueden estar con nadie más. No hay dicha ni tampoco cachorros a menos que estén juntos. Y eso suele ser difícil, es más sencillo poner a dos desconocidos en un bote que a dos amantes en la misma almohada. —Pero… —Aegon parpadeó— Él no… yo no… —¿No te gustaría ser el Omega de un futuro rey? —Puesto así, claro, pero… soy el traidor por excelencia en el reino, no sé si lo recuerdas. —Yo creo que a ese príncipe no le importa, ¿por qué te buscaría entonces? —No sé, ¿tal vez para terminar lo que su madre no pudo hacer? —O bien te quiere encamar por el resto de su vida. —Maricia… —La cuestión es esta: puedes sentarte aquí a lamentarte o mejor dormir y esperar a que los dioses muestren sus designios. Yo digo que descansar es mejor. —Me preocupa Espiridión. —Es un buen cerdo, esas criaturas, al contrario de nosotros, sí gozan de la protección divina porque no tienen pecados. —Afirmas eso porque no lo has visto comerse tus lechugas. —Sin pecado. —Bien, tú ganas. —Anda, ve a dormir, es lo más conveniente. Jacaerys no podía estar interesado en él de esa forma, su madre en primer lugar se lo impediría. Luego el resto de Poniente. Seguro era una mera calentura y ¿quién mejor que él para no tener nada qué arriesgar? Estaba lo suficientemente lejos de los chismes pero cerca en vuelo de dragón para visitas esporádicas. Los siguientes días no sucedió nada importante más que su Alfa partiendo con su grupo de amigos a cazar de nuevo y seguro ir a retozar con algunas cortesanas. Eso le dio la oportunidad de volar en Sunfyre, tranquilizando sus nervios, como decía Maricia, era mejor dejar que las cosas fluyeran solas. —¡Dragón! —Lauren entró corriendo toda pálida un mediodía. Casi tiró la masa que estaba trabajando sobre la mesa, saliendo con las manos, cabellos y mandil llenos de harina a ver fuera del castillo. Vermax estaba ahí. No supo por qué, quizás el instinto Omega de ponerse a salvo, se dio media vuelta para correr dentro con Jacaerys pisándole los talones. Lauren salió, llamando a Maricia. Ellas dos fueron testigo de cuando el príncipe alcanzó a Aegon, sujetándolo por la espalda, luego echándoselo al hombro sin ninguna aparente dificultad y regresando sobre sus pasos para subir en su dragón que se aproximó. —¿Se está…? —Robando al Omega de otro Alfa —la abuela se cubrió la boca. —¡ESPIRIDIÓN! ¡NO! El valiente cerdo fue tras ellos, dispuesto a dar una última muestra de amistad. Aegon jadeó, temiendo por su vida mientras era sentado en una montura con dos brazos sujetándolo por la cintura al tomar riendas. —¡Por favor, no le hagas daño! Vermax alzó su vuelo al tiempo que Espiridión se lanzó con una mordida, sin alcanzar la pata del dragón. Persiguiéndolos con esa testarudez suya. Jacaerys miró por encima de su hombro y dio la orden a su dragón para que tomara al cerdo en una de sus patas y se lo llevara, dejando un par de mujeres como testigo del robo de dos posesiones de Lord Errol, cuyo reclamo el príncipe esperaría en Rocadragón con toda la calma.