ID de la obra: 657

El llamado del sol negro

Mezcla
NC-17
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planificada Mini, escritos 1.064 páginas, 490.148 palabras, 63 capítulos
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Zona Cero: Memorias de Caitlyn

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El aire estaba pesado con el polvo, pegajoso con el olor de la pólvora quemada y la carne en llama. Caitlyn Kiramman yacía en el suelo, su cuerpo entumecido y su mente atrapada entre la conciencia y la oscuridad. Sintió la humedad en sus labios y un sabor metálico que no podía discernir si era sangre o la suciedad del suelo que rozaba su rostro. Un retumbar distante hacía que su cuerpo entero temblara, como si la tierra misma se estuviera resquebrajando bajo el peso del caos. El dolor en su rostro era punzante; su ojo izquierdo, inutilizado por el cuchillo de Ambessa, era una herida ardiente que marcaba su piel. El ojo derecho, empañado por la sangre que se deslizaba desde una ceja partida, le ofrecía una visión borrosa y teñida de rojo. Caitlyn intentó levantarse, pero sus extremidades no respondían. La frustración la invadió, y con un esfuerzo titánico, se arrastró hasta un costado. ¿Vi estaría bien? Su mente daba vueltas, atrapada en el miedo. Los gritos distantes la despertaban, pero nada podía hacer por ellos. No podía moverse. Estaba atrapada. ¿Dónde está Vi? Cada vez que lo pensaba, un nudo se formaba en su garganta. No podía dejar de pensar en su rostro, en sus ojos brillando a través del humo. La incertidumbre la atormentaba más que el dolor físico. Vi estaba ahí, en alguna parte, y Caitlyn no podía alcanzarla. ¿Qué pasa si ya no está? No, no podía permitir que ese pensamiento se aferrara a ella. Entre las sombras que danzaban en su visión periférica, una figura emergió. Era una silueta femenina, elegante y altiva, que se acercaba con pasos decididos. Caitlyn parpadeó, intentando enfocar, pero la figura seguía siendo una mancha oscura contra el resplandor del sol. Caitlyn, con el rostro marcado por la angustia. —¿Puedes oírme? —la voz era suave pero firme, cargada de una autoridad innata. Reconoció esa voz. Era Mel Medarda, la consejera que había intentado mantener la paz en medio del caos. Pero ¿Qué hacía allí? Intentó responder, pero sus labios solo emitieron un susurro inaudible. La visión de Mel se desvaneció, y el mundo giró en un torbellino de colores y sombras. Al abrir nuevamente los ojos, se encontró en una habitación distinta, más iluminada. Mel estaba allí, junto a un hombre de porte distinguido y semblante preocupado: su padre. Ambos discutían, sus rostros marcados por la tensión. Caitlyn parpadeó de nuevo, la escena cambió una vez más y todo se tornó silencioso. Un soplo de aire cálido rozó su mejilla y, de pronto, ya no estaba en la batalla. Caitlyn se encontró en un lugar completamente distinto, un espacio etéreo donde la luz dorada se filtraba como si el sol se derramara en miles de partículas. Todo a su alrededor se sentía irreal… y, sin embargo, reconfortante. —¿Siempre fuiste tan mala con los cumplidos, Comandante? La voz, grave y cargada de picardía, hizo que Caitlyn se girara de inmediato. Allí, con los brazos cruzados y una sonrisa de medio lado, estaba Vi. Vestía su chaqueta roja con el cuello abierto, dejando ver el tatuaje sobre su clavícula. Sus ojos brillaban con ese fulgor travieso que tanto la caracterizaba. Caitlyn sonrió sin darse cuenta. —¿Y tú siempre tan descarada? Vi se largó a reír y se acercó lentamente, sus pasos resonando en el vacío. —Solo contigo, Cupcake. El apodo le encendió algo en el pecho. Caitlyn sintió el calor subir a sus mejillas cuando Vi se inclinó levemente hacia ella, acercando sus rostros. —Sabes, creo que me debes algo. —La voz de Vi se suavizó, su mirada se deslizó hasta sus labios. —¿Ah sí? ¿Y qué sería? —Esto. Vi inclinó su rostro y Caitlyn sintió el roce de sus labios, suave y tentador. Su corazón latió con fuerza… pero algo en ese momento no estaba bien. El dorado del lugar comenzó a desvanecerse. La luz cálida se convirtió en sombras que trepaban por el suelo, apagando el brillo de aquel espacio. Vi se separó de golpe, su expresión cambió. Caitlyn sintió un escalofrío. —Vi ¿Qué sucede? La chica de pelo color rosa la miró con tristeza, como si supiera algo que ella aún no comprendía. —Escúchame, te amo, Caitlyn y siempre te amare. —Dice Vi con el rostro marcado por la angustia. Su voz fue un susurro, uno cargado de una melancolía que le atravesó el pecho. —Vi… —Necesito tu ayuda. Caitlyn dio un paso hacia ella, pero en cuanto lo hizo, el sueño se volvió una pesadilla. El cuerpo de Vi empezó a cubrirse de sangre. Cortes y heridas se abrieron en su piel como si fueran apareciendo de la nada. Su chaqueta se oscureció. —Cait… Su voz se quebró. Caitlyn sintió que el pánico la asfixiaba. Trato con sus manos de agarrar a la luchadora sin éxito. —¡Vi! ¡Vi, dime qué hacer! ¡Dime donde estas! Caitlyn, miró hacia todas partes, sus ojos llenos de desesperación. —Te… necesito… La oscuridad las envolvió por completo. Cuando Caitlyn abrió los ojos, ya no estaba ni en la oscuridad, ni en el campo de guerra. El suave murmullo del fuego de la chimenea sonando en la sala fuera de su habitación y la quietud de la mansión Kiramman la rodeaban. Estaba en casa, pero no era la casa que recordaba. Las sábanas de seda le resultaban extrañamente ajenas, como si pertenecieran a otra vida. Cada movimiento era una lucha; sus músculos protestaban con cada intento de incorporarse. Con esfuerzo, logró sentarse al borde de la cama. El espejo frente a ella reflejaba una imagen que apenas reconocía: su rostro estaba pálido, con ojeras profundas y vendajes que cubrían parcialmente su cabeza. ¿Qué estaba pasando? Los recuerdos se entremezclaban en su cabeza. El rostro de Vi, el sonido de la batalla, las explosiones. Todo era confuso. Todo se desvanecía... o era ella quien se desvanecía. ¿Qué era real? ¿Qué quedaba de ella cuando lo único que podía sentir era el dolor? No podía... recordar. Decidida a entender lo que sucedía, se levantó tambaleante y se dirigió al salón principal. Allí, la luz del fuego danzaba en las paredes, proyectando sombras cálidas. Su padre estaba de pie, mirando las llamas con una expresión perdida. Al verla, sus ojos se abrieron con asombro y alivio. Corrió hacia ella entre lágrimas, envolviéndola en un abrazo tembloroso. —Caitlyn, hija mía... pensábamos que no despertarías. La angustia en su voz era palpable, pero ella no podía responder. Estaba atrapada entre el dolor y el miedo. Alzó la vista, y el rostro de su padre apareció borroso, distorsionado. —¿Cuánto tiempo ha pasado? —Su voz era ronca, como si no la hubiera usado en siglos. El rostro de su padre se ensombreció. —Dos meses, Caitlyn. —Dijo él con su voz quebrada. —Los médicos dijeron que... que era probable que no volvieras a despertar. Me negué a creerlo, nunca perdí la esperanza y me alegro de no haberla perdido, finalmente haz vuelto. Dos meses. ¿Cómo era posible? El peso de esa revelación la golpeó con fuerza. Todo lo que conocía, todo por lo que había luchado, había cambiado en su ausencia. Y en medio de esa tormenta de pensamientos, una pregunta ardía con desesperación: — ¿Dónde está Vi? El silencio que siguió fue más ensordecedor que cualquier explosión en el campo de batalla.
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