El día del Sol Negro Parte Final
12 de septiembre de 2025, 18:38
Se escuchaban pasos rápidos que subían y bajaban por los pasillos del hospital. Entre el murmullo de los heridos se mezclaban las órdenes cortas de médicos y enfermeros. Ekko empujó la puerta de entrada con el aerodeslizador todavía en la mano. Sus botas estaban cubiertas de hollín y, bajo la sudadera, se notaban las quemaduras leves provocadas por el incendio en el refugio. Sus ojos recorrían con ansiedad los rostros desconocidos hasta que encontró a Tobias avanzando por el pasillo.
El médico llevaba el delantal manchado de sangre seca y sudor, las mangas arremangadas y la mirada cargada de cansancio. Tobias giró al escuchar su nombre.
—¡Tobias! —Gritó Ekko, corriendo hacia él.
El médico lo sostuvo con la mirada y señaló las marcas en su piel.
—Estás herido, esas quemaduras…
Ekko negó con la cabeza, apretando el aerodeslizador.
—Eso no importa. ¿Llegó mi gente del refugio?
Tobias asintió con gravedad.
—Sí, están en la sala inferior. Muchos niños… asustados, pero vivos. —Dejó el bisturí en una bandeja metálica. —¿Qué les pasó allá afuera?
Ekko bajó la mirada, apretando el mango del deslizador. Su voz salió temblorosa, arrastrando dolor y rabia.
—Nos emboscaron… —Murmuró, con la voz rota. Se cubrió los ojos un instante, como si quisiera borrar la escena.
—Alguien en quien confiaba… —Tragó saliva, los hombros encogidos. —Era una noxiana. Puso bombas, hizo arder el refugio con todos adentro… nos traicionó.
Alzó la vista con rabia y tristeza hacia Tobias.
—Y Scar… —La palabra se le quedó atragantada. Dio un paso atrás, apretando el deslizador contra el pecho. —Él siempre me dijo que no confiara en ella, y yo… no lo escuché. Por eso ahora el…
Tobias cerró los ojos, un suspiro áspero escapó de sus labios. Le apretó el hombro con firmeza, único sostén en medio del derrumbe.
—Lo siento mucho, Ekko. Scar era… —Su voz se apagó. Guardó silencio, sabiendo que ninguna palabra alcanzaba. El peso del momento bastaba.
Pasaron unos segundos antes de que Tobias levantara la mirada, más sereno.
—¿Y Jinx? ¿Dónde está?
Ekko soltó una risa amarga, más cercana a la rabia.
—Ni siquiera yo lo sé. Íbamos juntos, pero dijo que tenía que hacer algo. En mitad del camino se fue sin explicación. —Lo miró, buscando un apoyo. —¿Y Vi? ¿Cait?
El médico bajó la mirada, la sombra del cansancio marcada en su rostro. Se tomó un instante antes de responder, midiendo cada palabra.
—No sé mucho. Lynn me dijo que Vi fue tras Caitlyn, es todo lo que sé. —Desvió la vista hacia la escalera cercana y la señaló con un gesto. —Lynn está arriba, organizando las defensas contra los soldados noxianos que intentan cruzar a Zaun.
Volvió a posar la mano en el hombro de Ekko, transmitiendo toda la solidez que podía
—Anda. Ella sabrá más que yo.
El corazón de Ekko latía con una prisa irregular cuando empujó la puerta de la habitación y subió por las escaleras, todavía con la adrenalina del combate en el cuerpo. El chirrido metálico resonó antes de que la cerrara tras de sí. Dentro, encontró a Lynn inclinada sobre un mapa extendido en una mesa metálica, con varias notas clavadas alrededor. Riona estaba junto a ella, el rostro curtido por el cansancio, pero la sonrisa franca cuando lo vio.
—¡Ekko! —Exclamó Riona con alivio sincero. —Pensé que no lo lograrías. Sevika me dijo que llegado el momento iría en tu auxilio.
—Sí… —Ekko rodó los ojos con una media sonrisa agotada. —Parece que tu maestra lo tenía todo calculado, pequeña.
Ambos compartieron una sonrisa breve, como un respiro en medio de la tormenta.
Lynn lo observó con cautela. No lo conocía del todo, pero inclinó la cabeza en señal de respeto.
—Uno de los líderes de Zaun. Bienvenido. Necesitaremos toda la ayuda posible.
Ekko apoyó el deslizador contra la pared y se inclinó sobre el mapa extendido en la mesa.
—¿Cómo estamos?
Riona extendió una hoja llena de anotaciones.
—Los puentes son un infierno. Cuando creemos que estamos en ventaja, llegan más soldados. Las bajas ya son más de las que puedo contar. —Alzó la vista, con un gesto amargo. —Pero seguimos en pie, los puentes no deben caer.
Ekko apretó los puños, intentando contenerse, aunque un destello de orgullo le cruzó la mirada.
—Lo están haciendo bien. Tal vez podamos mandar algunos Firelighters a reforzar. —Luego clavó los ojos en Lynn, sin rodeos. —Tobias me dijo que tú sabes más. Dime de una vez: ¿qué pasó con Caitlyn y con Vi?
El aire en la sala se volvió más denso. Lynn bajó la mirada, los labios apretados.
—Caitlyn y yo fuimos emboscadas por un general noxiano. Yo logré salir… —Su voz titubeó, pero se recompuso. —Ella quedó atrás. Vi corrió a buscarla.
Ekko sintió un puñetazo seco en el estómago. Su mirada se clavó en el deslizador apoyado contra la pared, como si bastara con montarlo para arrancar rumbo a Piltover.
—Tengo que ir por ellas. No pienso dejarlas a su suerte.
Lynn alzó la mano con firmeza, cortándole el paso.
—En este estado no llegarías ni a cruzar el puente. Te acribillarían antes de la mitad del camino.
Él se detuvo, dio un par de pasos hacia ella y, con la voz endurecida, murmuró:
—Prefiero caer intentándolo que quedarme mirando.
El chirrido metálico de la puerta de acero interrumpió la tensión. Se abrió de golpe, y una voz chillona, descarada, llenó la habitación como un cohete sin rumbo.
—¿Ya llegué? ¿Me extrañaron? —Canturreó Jinx, entrando a rastras con una caja enorme. Sobre su espalda llevaba una metralleta pintarrajeada de colores chillones, y de su abrigo caían granadas, pistolas y cuchillos como si fueran dulces de feria.
Ekko se giró hacia ella con el ceño fruncido, la rabia dibujada en cada línea de su rostro.
—¿Dónde mierda estabas?
Jinx enseñó una sonrisa de niña traviesa, con los ojos brillando de locura juguetona.
—Buscando mi arsenal. —Canturreó, levantando los brazos y dando un giro teatral como si estuviera sobre un escenario. —¡Y miren lo que traje de souvenir!
Se agachó y destapó la caja con un chirrido metálico. El interior estaba repleto de bombas improvisadas, rifles, cuchillas oxidadas y frascos con líquidos de colores inquietantes.
—Para que se diviertan: explosivos, balas, y un par de sorpresitas químicas. Y esto… —De un tirón sacó desde su espalda una metralleta enorme. —¡Tarán! La joya de la corona, para barrer a un ejército entero.
Riona soltó un silbido incrédulo, mientras Lynn se quedó inmóvil, los ojos desorbitados por la mezcla de fascinación y espanto.
Ekko apretó la mandíbula con fuerza, negando con la cabeza.
—¿Y no se te ocurrió traer esa monstruosidad cuando viniste a ayudarnos en el refugio?
Jinx puso los ojos en blanco, exagerada, y se llevó una mano a la frente.
—Ay, por favor… qué gruñón. —Soltó una risita nasal y luego chasqueó la lengua. —Si me hubiese parado a buscarla en ese momento, ya estarías en una bolsa de cadáveres.
Jinx levantó la metralleta y la besó como si fuera un trofeo
—Así que agradece, porque sin mí y sin mis juguetes, estarías más que muerto. —Le guiñó un ojo con descaro, como si se burlara de su seriedad.
Ekko cerró los ojos un instante y negó con la cabeza, dejando que su mano se desparramara por su rostro en un gesto de cansancio e impotencia. Soltó un suspiro áspero y, mientras Jinx seguía ordenando su arsenal como si fuera un juego de té, él se acercó al mapa. Apoyó ambas manos sobre la mesa en esa postura que imponía mando, inclinándose sobre los trazos de los puentes y calles como si pudiera descifrar la guerra a fuerza de voluntad.
Jinx apareció a su lado de un salto, apoyando el codo en el borde de la mesa y sonriéndole con descaro.
—Esa mirada me la sé… es la misma de cuando tramabas alguna locura con tus cacharros. ¿Qué estás maquinando ahora? —Canturreó, ladeando la cabeza con picardía.
Ekko no apartó las manos del mapa ni alzó la vista hacia ella. Solo dejó que sus ojos se desviaran un instante hacia la caja rebosante de armas y luego regresó a las líneas de los puentes. Su voz salió baja, áspera y decidida.
—Salvar Zaun.
…
El portón de metal se cerró tras ella con un chirrido áspero, un rugido mecánico que sellaba el paso hacia el exterior. Sevika avanzó con paso seguro, la capa cubierta de polvo y manchas secas de sangre de la reciente pelea en el refugio de los firelighters. Su presencia imponía, como si cargara consigo el peso mismo de Zaun. Detrás de ella, dos hombres arrastraban a Samira: despierta, amordazada y con las muñecas atadas a la espalda. Sus ojos llameaban de furia, lanzando dagas invisibles a todo lo que la rodeaba.
—Enciérrenla. —Ordenó Sevika, sin levantar la voz pero con filo en cada sílaba. —Quiero vigilancia estricta, turnos dobles y al menos cuatro guardias en la puerta. Si respira demasiado fuerte, me lo informan.
Los hombres asintieron y arrastraron a Samira hacia un corredor lateral. La penumbra y los barrotes devoraron su figura rebelde, mientras los gritos sofocados de la mercenaria se apagaban tras los muros húmedos.
La guarida estaba cargada de humo de tabaco y del zumbido áspero de conversaciones bajas. En el salón principal, una larga mesa de hierro oxidado servía de punto de encuentro para los líderes de distintas facciones de Zaun. Rostros curtidos, piel marcada por ácidos, cicatrices que contaban guerras pasadas y miradas desconfiadas. Cada uno con su escolta detrás, como recordando que aquí nadie estaba libre de traición. Y sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, compartían una sensación común: alivio.
Sevika cruzó el salón con pasos pesados hasta el extremo de la mesa y se dejó caer en el asiento de la cabecera con brusquedad, adueñándose del lugar como una reina en su trono. El golpe de su brazo mecánico contra el metal sacudió la mesa, arrancando el silencio inmediato. Todos los ojos se clavaron en ella.
—Hablen. —Ordenó con fastidio, como si las palabras ajenas fueran piedras que debía soportar.
—Matamos a varios soldados noxianos en la zona 2. —Dijo uno de los líderes con una sonrisa torcida. —Algunos los tomamos de rehenes; mis muchachos se están divirtiendo con ellos.
—En la zona 12 pasó lo mismo. Tenías razón, Sevika. —Añadió otro, con un dejo de orgullo.
—Al entrar a Zaun no encontraron resistencia. La mayoría siguió directo hacia Piltover. —Explicó un tercero, golpeando la mesa con los nudillos.
—Los que se quedaron, ni se enteraron hasta que ya les estábamos degollando la garganta. —Remató la última, soltando una risa ronca que arrastró a algunos.
Sevika los observó uno por uno con una mueca de fastidio. Luego se incorporó de golpe.
—No se engañen. Que esto haya funcionado no significa que la guerra terminó. —Su voz era grave, un hierro golpeando sobre piedra. —Zaun respira por ahora, pero si queremos que dure, tenemos que pensar cómo recuperar Piltover.
—¿Qué fumaste, Sevika? —Saltó el tercer líder, abiertamente molesto. —¿Pretendes que volvamos a salvar a esos pilties? ¿Después de cómo nos rechazaron, de cómo escupieron sobre nuestra ayuda?
—Coincido. —Agregó la última, con veneno en la voz. —Es inaudito que siquiera lo…
No terminó la frase. Sevika levantó el brazo y lo dejó caer contra la mesa con un estruendo metálico que calló la sala entera.
—Malditos complacientes. Ustedes realmente no entienden…
El ruido exterior la interrumpió. Pasos firmes, calculados, resonaron en el corredor acercándose sin prisa. Cada pisada hacía vibrar las paredes húmedas, arrancando el silencio expectante de los líderes. Todos giraron la cabeza hacia la puerta metálica, el aire espesándose como humo antes de un disparo.
El chirrido de las bisagras cortó la tensión, prolongado y oxidado, como un cuchillo arrastrado contra hueso. La luz del pasillo se derramó en la sala y una silueta emergió de las sombras, erguida, segura, con la insolencia de quien no necesita anunciarse ni pedir permiso. Su sombra se estiró sobre la mesa, devorando el espacio.
Sevika se incorporó ligeramente, incrédula, y el gruñido le salió ronco, casi un rugido contenido:
—¿Qué haces tú aquí?
…
Mel dio ese paso y el mundo se inclinó hacia ella. La aurora imposible del astrolabio aún vibraba en las paredes como brasas encendidas, atrapando el eclipse en geometrías de luz. LeBlanc permanecía inmóvil, los labios curvados en un destello enigmático; Swain observaba en silencio, el cuervo agitando sus alas con paciencia expectante. Ellos serían testigos, no verdugos. El verdugo ya estaba en movimiento.
Vladimir avanzó con una gracia enferma, la capa ondeando como un río de sangre líquida. El suelo se oscureció bajo sus botas, empapándose de un fluido carmesí que parecía nacer de la piedra misma. Cada gota suspendida en el aire giraba en torno a él como cuchillas ansiosas, una danza macabra que marcaba su territorio. Sonreía, no como un soldado, sino como un artista que se dispone a estrenar su obra. Más atrás, cerca de la puerta, Darius observaba con los puños apretados, su corpachón de hierro contenido por respeto y por mandato: no era su turno, no aún.
Mel no retrocedió. El oro y la ceniza de su vestido brillaban con la luz de sus brazaletes y marcas, generando líneas que cortaban el aire. Dio otro paso, y el fulgor de su magia chocó contra la penumbra roja de Vladimir, dos auroras que no podían coexistir.
Él rió bajo, casi un murmullo seductor.
—¿Te ofreces sola al altar, Medarda?
Mel alzó el mentón, los ojos firmes como acero.
—No vine a ofrecerme. Vine a sentarme en él.
Entonces la sala se desató. Vladimir extendió los brazos y una oleada de sangre se precipitó como una marea viva, arremolinándose con la fuerza de un océano oscuro. Con un chasquido de dedos, invocó su “Hemoplaga”: círculos carmesí se expandieron en el suelo bajo Mel, buscando devorar su vitalidad. Ella respondió girando las muñecas; la magia brotó de su piel como un río dorado de símbolos, alzándose en un campo de espejos de luz que estallaron hacia arriba, rompiendo la ola antes de que la engullera.
El vampiro se disolvió de pronto, transformado en un charco de sangre que se deslizó bajo las defensas y reapareció detrás de ella, técnica de “Pozo de Sangre”. Sus uñas se alargaron como dagas, buscando su espalda. Mel giró en un latido, un círculo geométrico surgió de sus manos y lo empujó contra una columna. La piedra estalló en fragmentos y Vladimir se levantó de entre los escombros con una carcajada húmeda.
La batalla se transformó en coreografía. Mel avanzaba con precisión matemática, cada gesto dibujando polígonos de luz que fragmentaban los ataques, reduciendo el caos a un patrón. Vladimir respondía con torrentes, lanzas, serpientes de sangre que se retorcían en el aire, cada embate acompañado de esa sonrisa de depredador que disfrutaba el juego. El suelo era un campo de cadáveres líquidos: charcos hirvientes, geometrías doradas incrustadas en las baldosas, columnas rajadas que caían como árboles rotos.
Darius dio un paso instintivo al frente, la mano en el mango de su hacha, pero se detuvo. Sabía que si intervenía para defender a Mel, Swain se lanzaría de inmediato a proteger a Vladimir. El equilibrio era frágil: un movimiento suyo encendería otra guerra dentro del salón. Contuvo el impulso, apretando los dientes con furia, obligado a observar.
Vladimir extendió los brazos y un círculo de sangre ardió en torno a él, la hemoplaga creciendo como un sol oscuro. El aire se espesó, drenando fuerza de todo lo que lo rodeaba. Mel, sin dudar, elevó ambas manos y formó una matriz de luz que giraba en distintos ángulos , una aurora de geometría pura que absorbía la energía y la devolvía convertida en cuchillas luminosas. El choque estremeció la sala, levantando polvo, rompiendo el mármol, haciendo que las sombras se quebraran en mil direcciones.
Se miraron a los ojos en medio de la devastación: él, un río de sangre inagotable; ella, una sinfonía de orden y fuego luminoso. Ninguno cedía. La danza era un choque de filosofías: lo orgánico contra lo imposible, la sed contra la razón.
En un instante fugaz, Vladimir se precipitó de nuevo hacia ella, convertido otra vez en pozo líquido. Emergió a centímetros, buscando su cuello, pero Mel había anticipado el patrón. Su brazo se alzó y un prisma cortante lo encajonó, haciéndolo estallar en niebla roja que se rearmó a pocos pasos. El vampiro rió, con gotas escurriéndose por su barbilla.
—Hermosa… —Susurró. —Qué hermoso será verte vacía.
Mel apretó los dientes, su magia intensificándose. Dio un paso más, cada línea de luz marcando el suelo como si dictara el nuevo orden del mundo.
La batalla alcanzó su clímax: todo el bastión crujía bajo la presión del choque. Swain y LeBlanc, testigos inmóviles, seguían deleitándose con aquel espectáculo. En el centro, Vladimir lanzó un último rugido, extendiendo una marea carmesí que buscó tragarlo todo. Pero Mel, erguida, utilizó centró toda su magia en el próximo ataque: los prismas estallaron en un domo de luz que se cerró como una trampa perfecta.
La ola de sangre golpeó el muro geométrico y rebotó en mil destellos, arrojando a Vladimir contra el suelo. El vampiro intentó alzarse, el cuerpo regenerándose al instante, pero la presión del campo de luz lo aplastó contra la piedra. Su risa se quebró en un gemido ahogado. Los ojos se le nublaron, las fuerzas drenadas, hasta que finalmente quedó tendido, inconsciente, bajo la geometría ardiente de Medarda.
El bastión entero retumbó con ese silencio posterior, el eco de una victoria impensada. Mel, con el pecho agitado pero erguida, había doblegado al Señor Carmesí.
Su sombra se proyectó alargada sobre su cuerpo derrotado y, con un leve movimiento de la mano, lo encerró en un campo de luz que lo clavó contra la piedra, inmóvil e impotente. Después, avanzó con paso firme, y cuando habló, su voz retumbó en cada rincón de la sala.
—Ríndanse. —Sus ojos se alzaron hacia los otros presentes. —Ya no tienen margen. El eclipse los desnuda… y yo me encargaré del resto.
—¡Mel, no! —La voz de Darius retumbó desde la entrada, áspera, cargada de advertencia. Su mirada fija parecía implorarle que no cruzara una línea de la que ya no habría retorno.
Leblanc, sin embargo, no respondió. Su atención estaba clavada en las sombras que danzaban en la pared, como si viera a través de ellas otro escenario lejano, un teatro de guerra. Sus labios entreabiertos revelaban un interés obsesivo.
Swain, en cambio, se levantó lentamente de su asiento y dio un paso al frente. Sus botas resonaron con calma absoluta, cada sonido cargado de autoridad.
—Te has hecho fuerte, Mel Medarda. —Su voz grave arrastraba ecos de certeza, como un dictamen. —No esperaba menos.
Mel frunció el ceño, la magia aún chisporroteando alrededor de sus manos.
—Adularme no servirá para salvarte.
Swain avanzó otro paso, el cuervo sobre su hombro siguiendo el movimiento con un batir lento de alas.
—No es adulación. Es un hecho. Siempre fuiste una Medarda: pragmática, egocéntrica… y con un exceso de confianza mal ganado. —Sus ojos brillaron, helados. —Y eso, tarde o temprano, siempre se cobra su precio.
El silencio se volvió cuchillo mientras su figura se acercaba. Entonces levantó el brazo izquierdo. La carne se desgarró en líneas imposibles, venas negras arremolinándose hasta dar paso a un brazo espectral, demoníaco, envuelto en fuego carmesí. Sus ojos se encendieron como carbones vivos, y desde su hombro el cuervo lanzó un graznido desgarrador que heló la sala.
—El futuro te mirará a los ojos Medarda. —Murmuró, con una sonrisa sombría mientras la sombra de su poder se extendía por los muros. —Y descubrirá que incluso tu ambición es un recurso finito… como tu vida.
Un estremecimiento recorrió a Mel. La sala entera se encogió bajo la presión de aquel poder desatado, tan vasto y ominoso que incluso ella, orgullosa del dominio que había logrado, se sintió por un instante sobrepasada. La sorpresa le heló la sangre: frente a Swain, comprendió que estaba ante una fuerza que rivalizaba con todo lo que había enfrentado hasta ahora.
…
El humo del fuego lamía los escombros como un telón que se resiste a caer. Caitlyn permanecía de pie, el ojo Hextech vibrando con un resplandor febril. Arriba, todavía erguido sobre la viga rota como un actor en su escenario perfecto, estaba Jhin. Impecable. Intocable. La máscara reflejaba el fulgor anaranjado del incendio. El arma descansaba en sus manos listo para tocar su nota final.
Con una lentitud exquisita, el artista descendió de la viga. Primero un pie, después el otro, cada paso calculado, como si bajara las gradas de un teatro ante un público invisible. El polvo se agitó bajo su caída, y cuando tocó tierra se incorporó con una reverencia mínima, todavía saboreando la tensión.
Cait apretó la mandíbula, levantando la barbilla para no dejar que él la viera temblar.
—¿Y cuál es tu plan? ¿Matarme aquí? ¿O piensas que voy a dejar que me lleves a Noxus sin pelear?
La risa de Jhin fue un eco melódico, casi infantil.
—Oh no... No sería tan vulgar, tan prematuro. No, mi querida comandante, mi plan es más exquisito: llevarla conmigo. Allá sabrán apreciar lo que significa un lienzo en blanco como usted.
Caitlyn dio un paso al frente, los ojos clavados en la máscara.
—¿Y qué te hace pensar que no te mataré en este mismo instante?
Jhin ladeó la cabeza, teatral.
—Porque no tiene lo necesario. Sin su rifle, es apenas una actriz sin libreto. Y yo… —Acarició el cañón de su arma como si fuese seda. —Yo soy el director de la obra.
Cait miró de reojo el lugar donde yacían las partes de su arma, a un par de metros entre cenizas. El cálculo era claro: saltar, rodar y armar. Su cuerpo se tensó. Estaba a punto de lanzarse cuando un disparo desgarró el aire.
La bala impactó el suelo, a un centímetro de su pierna. El metal retumbó en las paredes derruidas.
—Ah-ah… —Canturreó Jhin, moviendo un dedo como quien reprende a un niño. —No corra todavía, comandante.
Caitlyn retrocedió, el corazón golpeando como un tambor. Aun así, sus labios se abrieron con un filo de desafío.
—No puedes matarme.
La risa de Jhin fue más baja esta vez, impregnada de deleite.
—No puedo matarla, cierto… pero puedo llevarla sin algunos pedazos. Un brazo, una pierna… ¿qué importa mientras su rostro siga intacto? La tragedia será aún más hermosa.
Cait tragó saliva, los dedos crispados. El ojo Hextech brilló más fuerte, iluminando la ceniza.
—Puedo vivir con eso. —Se lanzó hacia él.
Caitlyn rodó, esquivando las balas de Jhin. Sus ojos se clavaron en las partes desarmadas de su rifle, esparcidas entre el polvo, tan cerca y al mismo tiempo imposibles de alcanzar: cada vez que intentaba moverse hacia ellas, Jhin la bloqueaba con un paso danzado, un disparo al suelo o un gesto teatral que la mantenía a raya.
—Está temblando, comandante… —Entonó él, divertido, recogiendo una de las piezas y girándola entre los dedos como si fuese un delicado cuchillo de utilería. La sostuvo un instante frente a sus ojos, casi admirándola, y luego la dejó caer con desprecio, el metal retumbando al chocar contra la piedra. —¿Todo ese entrenamiento… para esto? Qué decepción más exquisita.
Cait gruñó y lanzó un golpe desesperado, pero su cuerpo no reaccionaba con la velocidad de antes. El ojo Hextech vibraba, intentando leer trayectorias, pero fallaba, como si el miedo mismo lo hubiese corrompido. Ver frente a ella al hombre que casi la había asesinado anulaba todo lo aprendido: cada reflejo estaba entorpecido, como si luchara contra un peso invisible.
Rodó para ganar terreno, jadeando. Un disparo le rozó el muslo, quemándole la piel; otro arrancó un mechón de su cabello. Reunió fuerzas y logró conectar un golpe en la mandíbula de la máscara, haciéndolo tambalear apenas. Jhin respondió con una risa cristalina y, acto seguido, una patada brutal en el estómago la lanzó contra los restos de un muro.
El cuerpo de Cait temblaba, cada jadeo más desgarrado. Ya no era la mujer poderosa que había entrenado con Vi durante meses: ahora estaba lenta, atrapada en el recuerdo de sus pesadillas. Intentó levantarse, pero Jhin ya estaba sobre ella. Bajó el cañón frío hasta posarlo en su nuca, ladeando la cabeza con deleite.
—Una protagonista… que ni siquiera recuerda sus líneas. Perfecto. —Susurró, como si se dirigiera al público de un teatro invisible. —Improvisemos, entonces.
Movió el cañón lentamente hasta apuntar a su hombro derecho. Caitlyn cerró los ojos. La respiración se volvió un rezo sin palabras.
El dedo de Jhin se apretaba contra el gatillo, la respiración acompasada como si ensayara la última nota de una sinfonía. Caitlyn, de rodillas, lo sintió como el final inevitable. El silencio era tan profundo que se oía el zumbido errático del ojo Hextech, incapaz de anticipar lo que se avecinaba.
Entonces, ambos lo percibieron: una presencia desgarrando el aire como un relámpago. Jhin inclinó la cabeza apenas, intrigado. Cait lo sintió en la piel, en los huesos. Rodó hacia adelante, alejándose del cañón.
Jhin retrocedió con rapidez, tan preciso como un reflejo entrenado. Y en ese mismo instante, el suelo del patio se partió con un estruendo brutal. Como un rayo que se desploma desde el cielo, una figura cayó con el puño envuelto en acero. El impacto levantó polvo y fragmentos de piedra, abriendo una grieta que atravesó el empedrado.
Vi emergió del cráter, el humo de la caída envolviendo su silueta, los guantes chisporroteando con chispas azules como rayos a punto de desatarse. Su cuerpo entero vibraba de tensión. Dio un paso adelante, hundiendo las botas en las piedras resquebrajadas, y su mirada se clavó en la máscara del asesino. Los ojos le ardían de rabia pura, una rabia feroz al ver solo instantes atras a Cait acorralada e indefensa frente a él.
—No te atrevas a volver a ponerle un dedo encima a mi chica. —La voz de Vi tronó con furia contenida, reverberando contra los muros del patio como un juramento de muerte.
Jhin ladeó la cabeza. La máscara seguía imperturbable, pero en el aire flotaba el deleite de su respuesta, un estremecimiento de risa muda que parecía vibrar en los huesos de todos los presentes.
Caitlyn comprendió al instante el peligro. El ojo Hextech ardió, revelando trayectorias y futuros posibles. Sin pensarlo, sujetó a Vi por la cintura y la empujó a un costado. El disparo estalló: la bala se incrustó en la piedra, a escasos centímetros de ellas, levantando polvo que les cubrió el rostro.
—¡Vi, quieta! —Gritó Cait, plantándose frente a ella. Su voz temblaba, pero no de miedo: la sola presencia de Vi le devolvía el coraje que Jhin intentaba arrancarle.
Jhin ya estaba cargando otra bala, con la calma de un violinista buscando la nota perfecta. Esta vez Cait se interpuso por completo, su silueta protegiendo a Vi.
—¡Déjame hablar con ella! —Exclamó, el ojo Hextech vibrando de tensión.
Jhin inclinó el arma con un gesto de burla.
—¿Y por qué habría de concederle ese lujo? —Entonó, su voz goteando diversión.
El aire olía a pólvora y ceniza. Cait no pestañeó.
—Porque sabes que puedo interceptar tu bala. Y si lo hago, la que muere soy yo. —Sus palabras fueron un filo en la penumbra. —La mujer noxiana no estaría de acuerdo con eso.
El silencio se estiró como una cuerda tensa. Jhin permaneció inmóvil, probando la idea en su mente, saboreando la disonancia de aquella amenaza.
Finalmente, bajó el arma unos centímetros, con insultante parsimonia.
—Cinco minutos. —La sentencia cayó pesada, y el ojo de la máscara brilló con expectación.
—Escúchame, Vi…
Caitlyn tomó los brazos de Vi con firmeza, sus dedos apretando con más cariño que fuerza. El gesto arrancó de Vi una mueca de dolor que trató de ocultar, girando el rostro. Cait frunció el ceño de inmediato, la preocupación escrita en cada línea de su expresión.
—¿Qué te pasa? —Susurró, la voz temblorosa, como si temiera la respuesta.
Vi bajó la mirada un segundo, apretando la mandíbula. El sudor le corría por la frente.
—Es una larga historia… El shimmer calma, sana, adormece el dolor un tiempo. Pero no arregla fracturas. —Alzó apenas la barbilla, y sus ojos se desviaron hacia su brazo izquierdo. Cait los siguió, sintiendo un nudo en la garganta al notar la gravedad de la lesión.
El silencio pesó entre ambas. Cait, con los labios apretados, alzó la mirada hacia Vi, sus ojos entrelazándose en una mezcla de angustia, amor y una resolución que dolía solo de pensarla. Sus dedos rozaron la piel herida con delicadeza, como si quisiera memorizarla.
—Vi… tienes que irte. —La frase salió como un disparo, pero con lágrimas asomando.
Vi parpadeó, incrédula, los ojos clavados en los de ella.
—¿Qué? ¿Estás loca? —Su voz se quebró, aunque intentó sonar firme. —No voy a dejarte sola con ese maldito.
Cait apretó más sus brazos, inclinándose lo justo para rozar su frente con la de ella.
—Trataré de convencerlo… de que los deje ir. Haré que me lleve a mí. —Su voz tembló, apenas audible, pero se mantuvo firme.
Vi negó con brusquedad, los dientes apretados.
—Eso no es un plan, Cait, eso es un suicidio. —Rugió Vi, la voz ronca por la rabia y el dolor, mientras la humedad nublaba sus ojos.
Negó con la cabeza con violencia, los músculos tensos, la respiración entrecortada.
—Yo no tendría nada, ¿me entiendes? Nada. No sería vida si tú no estás conmigo. —Su pulgar tembloroso rozó la mejilla de Cait, acariciándola con ternura pese a que la furia crispaba su rostro. —Si hace falta, pelearé hasta que la última gota de sangre salga de mí. Pero no voy a dejarte ir.
El corazón de Caitlyn golpeaba como un tambor de guerra, desbocado, cada latido un retumbar en sus sienes. La miró con una mezcla de ternura y agonía, los labios temblando en un gesto imposible de sostener. Cerró los ojos un instante, como si buscara valor en la penumbra que aún la rodeaba.
De pronto, alzó la voz, desgarrada, esperando que Jhin la oyera aunque sus ojos siguieran fijos en Vi:
—¡Iré contigo! —Rugió, la furia abriéndose paso entre el miedo. —Por las buenas. Pero solo si dejas libres a mis amigos.
Vi la tomó por el cuello con manos temblorosas, la desesperación vibrando en cada músculo.
—Por favor… no me hagas esto, cupcake. —Su voz se quebró en pedazos, un ruego que jamás había pronunciado.
Jhin bajó el arma lentamente, saboreando la escena. La máscara brillaba con un gozo perverso, la devoción de un actor ante la tragedia más sublime. El silencio era un filo suspendido en el aire, cargado de expectación.
Caitlyn, en cambio, posó una mano sobre el hombro derecho de Vi, apretando con fuerza, no solo para apartarla sino para obligarla a mirarla. Sus ojos destilaban una amenaza helada.
—Si no te vas ahora, Vi… seré yo misma quien te aleje a golpes. —La voz sonó áspera, un cuchillo en la penumbra. Bajó la cabeza, ocultando la emoción bajo un gesto gélido.
—No hables así… —Vi gruñó, incrédula, sujetando a Cait por la cintura en un intento desesperado de retenerla. —No es real, no puede serlo. ¡No te atreverías…!
—Lo haré. —Escupió Cait, desviando un segundo la mirada con los labios apretados, antes de clavar de nuevo sus ojos en Vi. —Si no te apartas ahora, no me dejas otra opción.
El primer golpe estalló sin aviso. Caitlyn le estampó el puño en la mejilla, un impacto seco que la empujó a un costado. Vi cayó de rodillas, los guantes resonando contra el polvo. Se levantó al instante, lanzando un puño cargado de rabia que se detuvo a un suspiro de rozar el rostro de Cait.
—¡No voy a pelear contigo! —Gritó, con los ojos húmedos.
—Entonces no me dejas más remedio. —El segundo golpe de Cait fue más brutal, tan certero que Vi perdió el equilibrio, tambaleando hacia atrás.
—¡Cait, para! —Imploró Vi, con la voz rota, extendiendo la mano hacia ella. —¡No me obligues!
Pero Cait avanzó con frialdad calculada. Los puños se alzaban como si quisiera borrar lo que las unía, como si hubiese quemado sus propios recuerdos. Vi resistía, conteniéndose, incapaz de devolver el golpe que podría herirla de verdad.
Jhin se estremecía en las sombras, saboreando el espectáculo. Sus dedos bailaban sobre el cañón de su arma, fascinado por la crueldad de aquella escena.
—¡Sublime! —Exclamó con un estremecimiento cercano al éxtasis, la voz vibrando como un violín tensado al máximo. —El amor transfigurado en violencia, la mentira convertida en la más pura de las verdades. ¡Un giro inesperado, una tragedia exquisita!
La tensión se quebró cuando Cait se lanzó hacia su rifle caído. En ese instante Vi, reaccionó: una daga oculta en su guantelete voló como un destello y arrancó el arma de la mano de Jhin en un golpe certero.
El asesino levantó la vista, sorprendido por primera vez. Y allí estaba Caitlyn, con el cañón de su rifle apuntándole directo al rostro. Su ojo Hextech brillaba con odio, un faro implacable en medio del humo.
El plan había sido perfecto. El apretón en el hombro, la mirada baja, el desvío de sus ojos hacia el suelo… cada gesto llevaba un mensaje oculto. La presión sobre el hombro de Vi no fue solo un rechazo: fue la clave para mostrarle la daga escondida bajo la chaqueta. La inclinación de la mirada, una orden muda para que ella la viera. El giro sutil de sus ojos hacia la izquierda tampoco fue un azar, sino la indicación precisa de dónde reposaba las partes del rifle caído. Cada golpe, más que un ataque, fue un cálculo frío para acercarse paso a paso a su arma. El silencio previo no era vacío, sino el telón que cubría la estrategia: una coreografía milimétrica que engañó incluso a Vi por unos segundos, disfrazando el plan bajo una máscara de frialdad. Y Jhin, embelesado, lo celebró como parte de su teatro, sin advertir que ya no era él quien dirigía la escena.
—Se acabó, Jhin. Ríndete. —Escupió Caitlyn, el rifle firme en sus manos, sin apartar la mira de su máscara. —¿Estás bien, Vi?
—Sí… parece que somos mejores actrices de lo que imaginaba. —Replicó Vi con un gruñido, avanzando en sentido contrario a Cait, como una leona cerrando el cerco sobre su presa.
El asesino ladeó la cabeza, y para sorpresa de ambas soltó una risa cristalina, casi encantada. La carcajada reverberó en las ruinas como un aplauso invisible.
—Oh, magnífico… qué delicia inesperada. Una improvisación brillante, digna de la obra maestra que anhelaba. —Alzó lentamente las manos, en un gesto teatral de rendición, la voz cargada de júbilo. —Pero recuerden… toda gran tragedia exige sus giros más crueles.
Cait frunció el ceño, desconcertada, y Vi abrió los ojos con asombro. Ninguna de las dos esperaba aquello. Del humo y las lenguas de fuego que devoraban el techo comenzaron a surgir figuras oscuras. Siluetas casi humanas, pero deformadas: cuerpos negros, a la vez metálicos y orgánicos, atravesados por tubos que bombeaban un líquido incandescente color naranja. El sonido de sus pasos era hueco, mecánico, como si cada movimiento perteneciera a un cadáver animado.
—¿Qué mierda es eso? —Murmuró Vi, incrédula, mientras apretaba los puños.
Las criaturas se abalanzaron sobre Cait con una velocidad antinatural. Ella abrió fuego de inmediato. Eran rápidos, esquivaban las balas con movimientos bruscos, casi coreografiados, pero el ojo Hextech la guiaba. Tres disparos, tres impactos certeros en los núcleos anaranjados de sus pechos. Los cuerpos se sacudieron y se desplomaron entre chispazos, inertes.
Cait apenas tuvo tiempo de girarse cuando otras dos bestias la embistieron, lanzándola al suelo.
—¡Cait! —Rugió Vi, dando un paso para ir hacia ella.
Entonces se escuchó el estallido: Jhin, aprovechando el momento, había sacado un arma corta de su cintura y disparado directo al pecho de Vi. La detonación desgarró el aire. Ella cayó de espaldas, jadeando. No hubo sangre: el exoesqueleto había absorbido el impacto, quebrándose con un chasquido sordo. Las piezas chisporrotearon y se desarmaron hasta quedar reducidas a un cubo humeante sobre su torso.
Cait se liberó a duras penas de las criaturas y corrió hacia ella, un sollozo ahogado arrancándose de lo más hondo de su pecho. Se dejó caer de rodillas a su lado, dejando el arma a un costado como si ya no importara nada más en el mundo. Todo su cuerpo temblaba, sus manos ansiosas buscaban el contacto de Vi, el único ancla que la mantenía de pie frente al caos.
—¡Vi! ¿Estás bien? —Le tomó la mano con ambas suyas, apretándola como si quisiera impedir que se desvaneciera de su vida.
Vi respiraba con dificultad, el pecho agitado, pero alcanzó a esbozar una sonrisa dolorosa.
—El maldito me dio de lleno… —Tosió, encogiéndose de dolor. —Pero el juguete de Jinx aguantó. Siento como si me hubieran tirado un yunque encima, aunque… sigo viva.
El mundo se redujo para Cait a ese instante: la calidez frágil de su mano en la suya, la mirada de Vi forzando serenidad para tranquilizarla. Cait apoyó la frente contra la de ella, con lágrimas asomando, su cuerpo sacudido por un temblor que no podía controlar. Besó sus nudillos con suavidad, como si fueran lo más sagrado que tenía.
—Aguanta, por favor… te lo ruego. No me dejes. —Su voz se quebró, convertida en súplica.
Vi intentó mover la mano libre, acariciando torpemente la mejilla de Cait.
—No pienso dejarte… cupcake —Susurró con un hilo de voz.
Cait cerró los ojos un segundo, como si quisiera congelar el momento para siempre. Pero el ruido de pasos y el eco metálico de un arma cargándose la hicieron reaccionar. Se levantó de golpe, aún temblando, y con un gesto desesperado tomó el rifle que había dejado a un lado. Giró hacia Jhin con los ojos encendidos, el arma lista entre sus manos.
—¡Voy a matarte, Jhin! —Rugió, la voz desgarrada entre odio, miedo y un amor furioso que la mantenía en pie.
La respuesta de Jhin fue inmediata: un disparo seco que obligó a Cait a cubrirse tras un pilar roto. El impacto levantó una lluvia de polvo y esquirlas. Ella se asomó apenas y devolvió el fuego, el eco de los proyectiles rebotando en las paredes como un duelo de tambores. Se movió a la siguiente cobertura, rodando entre cascotes, mientras las balas de Jhin la seguían con precisión.
El patio se llenaba de humo y chispas. Cait asomaba el rifle, disparaba una ráfaga corta, volvía a ocultarse; cada pausa era un respiro desesperado. Un proyectil arrancó un trozo de piedra a un palmo de su mejilla; otro surcó el aire tan cerca que pudo sentir el calor del roce contra la piel. Entre esas ráfagas, emergieron nuevas siluetas del humo: más de aquellas abominaciones negras.
—Mierda… —Murmuró, apretando el rifle.
Se lanzaron hacia ella en cuanto dejó su cobertura. Cait disparó a quemarropa, el ojo Hextech guiándola entre la confusión. Dos núcleos estallaron en destellos incandescentes, los cuerpos sacudiéndose y cayendo al suelo. Pero el frenesí no se detenía: un proyectil de Jhin rozó su brazo, arrancándole un gemido y manchando su manga de rojo.
Apretó los dientes, jadeando, y con un movimiento desesperado asomó medio cuerpo desde el pilar. El ojo Hextech brilló como una antorcha en la penumbra, guiando el disparo. El gatillo cedió y la bala voló recta, encontrando su marca: la máscara del artista. La porcelana se quebró con un chasquido atroz, un fragmento saltó en el aire y giró hasta perderse entre el polvo. Por primera vez, el ojo izquierdo de Jhin quedó expuesto, color miel, ardiendo de furia en lugar de deleite.
El tiempo pareció congelarse. Incluso las criaturas negras detuvieron su avance, como si la herida del artista quebrara el guion de la obra. El propio Jhin se llevó una mano al rostro, palpando el borde roto de la máscara con un gesto entre furia y fascinación. La tensión se fracturó con ese detalle.
Entonces, uno de los soldados reaccionó: golpeó el rifle de Cait con violencia, haciéndolo volar lejos, más allá del campo de batalla. El embrujo del momento se rompió, y el caos volvió de golpe. Cait peleaba con precisión entrenada, cada rodillazo y codazo buscando abrirse espacio, pero eran demasiados. Usaba a los propios soldados como cobertura, obligando a que algunos disparos de Jhin los atravesaran primero, derribando a varios de ellos. El humo se llenó de chispas y gritos metálicos, pero la desventaja era brutal: por cada criatura que caía, dos más la sujetaban, empujándola contra el suelo. Cait resistía como podía, el cuerpo agotado, mientras Jhin, ya recompuesto, disparaba entre carcajadas, deleitado con la coreografía de su tragedia.
Vi, aún tendida en el suelo, intentaba incorporarse con un jadeo doloroso. Vio cómo el arma caía a escasos pasos de ella. Su mirada se posó primero en los guanteletes, luego en el rifle. La decisión fue instantánea, casi visceral. Con un gruñido ahogado arrancó su mano izquierda del guantelete, el hueso fracturado protestando con un dolor agudo. Con la otra mano tomó la gema Hextech del guantelete caído.
Se arrastró primero, después se obligó a ponerse de pie tambaleante, y avanzó hacia el rifle de Cait para arrancar también su gema. El caos alrededor le regalaba segundos preciosos: todos estaban concentrados en la refriega. Con ambas gemas brillando en sus manos, apretó los dientes y cargó hacia su compañera con las fuerzas que le quedaban.
El aire se llenó de chispas cuando golpeó a dos de las abominaciones en el camino, apartándolas con puñetazos que resonaron en el metal. Con un rugido de esfuerzo, alcanzó a Cait, la rodeó por la cintura con su guantelete derecho y, sin detenerse, la lanzó con violencia hacia la salida.
Cait rodó por el suelo, golpeándose contra los cascotes, pero logró quedar cerca de la puerta. Aturdida, con la respiración entrecortada, gritó confundida:
—¡Vi, qué demonios haces!
Vi, rodeada ya por las criaturas, apenas alcanzó a responder entre jadeos:
—Debes salvar la ciudad… solo tú puedes hacerlo.
Los soldados la golpeaban sin piedad, y Vi respondía con cada músculo en llamas: un rodillazo al vientre metálico, un derechazo que hizo crujir una mandíbula de acero, un giro de cadera para esquivar una hoja que pasó rozando su costado. Hundió el codo en el rostro de otro, obligándolo a retroceder entre chispas. Con un gruñido desgarrado se soltó de dos que la sujetaban por los brazos, y avanzó a empellones, tambaleante pero indetenible, entre aquella marea de abominaciones.
En la distancia, Jhin observaba fascinado, como si disfrutara de un preludio antes de la escena principal. Dio un paso hacia Caitlyn, con la calma cruel de quien ya conoce el desenlace. Vi lo notó, y la rabia la atravesó como un rayo.
—¿Sabes, Cait…? Incluso en este maldito caos… —Murmuró, más para sí que para el mundo.
El pecho le ardía, los ojos anegados. Aprovechó un hueco fugaz en la refriega y corrió. Con su brazo izquierdo fracturado, cada movimiento era un tormento, pero aun así forzó los dedos temblorosos para encajar ambas gemas en el guantelete derecho. El artefacto rugió como una bestia encadenada liberada al fin, saturado de poder.
—Siempre fuiste mi lugar seguro. —Gritó, y cada palabra cortó el aire como un trueno. Corrió hacia Jhin con el brazo iluminado, cada paso retumbando. El guantelete ardía, las runas chisporroteaban, la energía acumulada rugía pidiendo desatarse. Vi jadeaba, las lágrimas desbordándole mientras apretaba los dientes. El suelo se quebraba bajo su zancada, y con un rugido visceral saltó al aire, levantando el puño, un golpe de pura explosión y sacrificio.
Jhin se giró en cámara lenta, deleitándose en la tragedia. Su ojo expuesto brillaba, fascinado, mientras alzaba el arma con una gracia enfermiza, como si dirigiera la nota final de una sinfonía. Cait sintió el mundo hundirse en el pecho, la garganta desgarrada mientras gritaba:
—¡No lo hagas, Violet! ¡Por favor!
Vi estaba a menos de un metro de impactar. El brazo en alto, el rostro contraído, todo en ella era sacrificio: la certeza de morir llevándose a Jhin.
Entonces, el aire se desgarró con un zumbido. Ekko irrumpió desde el cielo en su aerodeslizador y, en el último segundo, la arrancó de su trayectoria. Vi quedó suspendida en el aire, su puño a medio camino de la explosión. Forcejeó furiosa contra él, gritando que la soltara, mientras Ekko la sujetaba con todas sus fuerzas y la reprendía a gritos por la locura que estaba a punto de cometer. En medio del forcejeo, logró arrancarle las dos gemas extras del guantelete y guardarlas con rabia.
Al mismo tiempo, una segunda figura había aprovechado el caos: Jinx. Se lanzó desde el aerodeslizador como un proyectil humano, todo su cuerpo impulsado por el shimmer. Chocó contra Jhin con ambas piernas, sacudiéndolo con violencia. El arma del artista salió volando de sus manos, girando en el aire antes de perderse entre el polvo. Jhin rodó por el suelo, las brasas marcando su caída.
Jinx dio una voltereta en el aire y aterrizó de rodillas, el cabello alborotado brillando entre el humo y caos de la batalla. Sonrió con descaro, rebosando una confianza desbordante.
—¿Extrañaban el espectáculo? Tranquilos… llegó la estrella principal. —Su voz desbordaba egocentrismo y una alegría rabiosa.
Cait respiraba fuerte, con el corazón desbocado, todavía con la imagen de Vi a punto de caerle arrancada del pecho.
Las puertas del cuartel se abrieron de golpe y, al mismo tiempo, varios techos se quebraron. Una oleada de Zaunitas irrumpió con armas improvisadas, cuchillos, cañones oxidados, lanzas artesanales, seguidos por ejecutores que disparaban ráfagas precisas contra las criaturas negras de tubos incandescentes. El estruendo llenó el aire. Cait se sorprendió al ver aquella resistencia: gentes de Zaun y Piltover hombro a hombro contra la marea.
Entre el humo, vio un movimiento. Jhin empezaba a reincorporarse, con esa gracia malsana, como si la caída hubiese sido parte del guion. Cait sintió un nudo en el estómago, lo reconoció de inmediato. La furia se mezcló con el orgullo y el miedo.
—¡Jhin! —Rugió, girando hacia él, la voz quebrando el estruendo.
El artista se levantó erguido, impecable pese al polvo, y lo que siguió fue un combate imposible: Cait y Jinx contra el virtuoso. Aun sin haber peleado juntas jamás, sus movimientos parecían engranajes de una misma máquina. Cait disparó un par de tiros de distracción, pero pronto comprendieron que las balas apenas rozaban a Jhin: su danza lo volvía intocable. La verdadera batalla sería cuerpo a cuerpo.
Jinx se lanzó primero, girando en el aire y cayendo sobre él con un rodillazo que lo obligó a retroceder. Cait aprovechó el hueco y se abalanzó, el rifle convertido en maza al golpear contra la máscara. Jhin respondió con un movimiento elegante, atrapando el cañón y torciendo la muñeca de Cait, solo para que Jinx apareciera a su espalda y, con un salto ágil, le colgara de los hombros como un ancla viva, jalándolo hacia atrás. El virtuoso trastabilló, su elegancia rota por un instante, lo que permitió a Cait abalanzarse con un empujón que lo derribó de lleno. Jhin cayó de espaldas, y de inmediato las tres figuras chocaron contra el suelo, envueltas en un caos de golpes.
Cait rodó con rapidez y se incorporó justo cuando Jinx le aferraba un brazo a Jhin para inmovilizarlo. Aprovechó la apertura: Jinx descargó un codazo contra la máscara, haciéndola vibrar con un sonido seco; al mismo tiempo Cait embistió con la culata del rifle en sus costillas, obligándolo a encorvarse. El virtuoso giró con la agilidad de un bailarín, zafándose, y en el mismo movimiento recogió una daga caída para lanzarle un tajo. Cait levantó el rifle a tiempo, desviando el filo con la culata en un golpe que le sacudió todo el brazo. Jinx, rápida, se agachó y giró, barriendo las piernas de Jhin y rematando con una patada en la espalda que lo hizo trastabillar hacia adelante.
Cait alzó el rifle para rematar, pero Jhin rodó con elegancia, esquivando el golpe. La inercia las colocó de espaldas una a la otra: Cait y Jinx, respirando agitadas, sincronizadas sin planearlo.
—Míranos, Cait… y sin ensayar. ¿Quién diría que somos un dúo tan jodidamente perfecto? —Rió Jinx, burlona, disfrutando cada segundo.
—Concéntrate, Jinx. —Replicó Cait, sin apartar los ojos del asesino.
No se detuvieron. Avanzaron a dúo contra Jhin: Cait descargó un golpe descendente que él atrapó con la palma abierta, y en ese mismo instante Jinx lo atacó con una patada lateral al costado. Jhin esquivó inclinando el cuerpo y alzó la pistola, pero Jinx reaccionó rápido, ladeándose apenas. Ese movimiento dio espacio a Cait, que rodó por la espalda de Jinx y, con precisión calculada, golpeó con fuerza la mano del artista, desviando el disparo.
Por un instante, entre el humo, la pólvora y la violencia del choque, Cait y Jinx parecieron un dúo imposible, como si hubiesen entrenado toda una vida para este combate.
Mientras tanto, Ekko y Vi se abrían paso contra los engendros. El bate de Ekko crujía cada vez que destrozaba un núcleo incandescente, y Vi, solo con el brazo derecho, descargaba golpes brutales que rompían metal y hueso por igual. En medio del combate, Vi soltó una carcajada entre jadeos:
—Ya te hacía muerto, chiquillo.
Ekko sonrió, desviando un golpe con el bate antes de romper otro núcleo.
—Yo no soy de los que hacen explotar un guante Hextech. —Replicó con ironía.
Vi soltó una breve risa, apenas un respiro entre el caos. Luego, mientras lanzaba otro puñetazo, gritó:
—¿Cómo supieron que estábamos aquí?
—Lynn nos avisó. —Contestó Ekko, girando con su arma y derribando a dos más. —Armamos un plan y llegamos con refuerzos.
Vi sonrió, esta vez sin palabras, dejando que la respuesta le devolviera fuerzas. Apretó los puños y volvió a lanzarse al combate.
Por otro lado, la pelea con Jhin alcanzó un nuevo clímax. Uno de los ejecutores apareció con la ametralladora de Jinx, arrastrándola con esfuerzo.
—¡Tu juguete! —Gritó, lanzándola.
Jinx sonrió como una niña en su propio cumpleaños y se lanzó a atraparla. En cuanto sus manos rodearon el arma, un destello Hextech recorrió la carcasa iluminando los grabados, como si el cañón despertara al reconocerla. La risa de Jinx estalló en medio del caos, chispeante y salvaje.
—¡Hora de hacer arte!
Las balas brotaron en ráfagas luminosas, cada disparo un trazo de pincel incandescente en el aire. Jhin retrocedió, danzando con la gracia enferma de siempre para esquivar los proyectiles; Cait se apartó, ofreciéndole espacio. Dos disparos encontraron su blanco: uno destrozó su brazo derecho en una lluvia de chispas y sangre, el otro perforó su muslo, desgarrando la carne y haciéndolo tambalear. El costado izquierdo de su cuerpo chisporroteó, convulsionando bajo la energía Hextech.
Jhin cayó de rodillas con una calma perturbadora. No había furia en él, sino un silencio inquietante que se deslizaba como un telón bajando al final de una obra. Levantó despacio la mirada hacia el cielo, el ojo miel brillando con un destello enigmático, como si buscara allí la última nota de su sinfonía.
—El amanecer está llegando. —Susurró, casi satisfecho.
Caitlyn avanzó paso a paso, el rifle vibrando de poder entre sus manos. Se inclinó frente a él, apuntando directo al centro de su rostro, y con el odio ardiendo en su mirada murmuró:
—Ahora eres tú quien quedará hecho pedazos.
Un grito quebró el aire, cortando la tensión como un rayo:
—¡ALTO!
Todos se detuvieron al instante. Incluso las criaturas negras congelaron su avance, como si obedecieran una orden invisible. Cait giró la cabeza, desconcertada, y vio una silueta caminar con calma hacia ella. Era Nora, su secretaria. Su andar tranquilo contrastaba con el caos del campo de batalla.
—Caitlyn, no lo haga. —Dijo con voz serena. —Usted es la comandante. Su deber no es matar, sino encerrar a los criminales.
Caitlyn apretó los dientes, el arma aún fija en la frente de Jhin.
—Nora… ¿qué estás haciendo aquí? Es demasiado peligroso, podrías salir herida.
—Soy su conciencia recordándole quién es... —Contestó, dando un paso más cerca.
Vi, desde el suelo, notó algo que Cait no veía. Ninguna criatura se movía, ni siquiera Jhin. Comprendió en un segundo.
—¡Cait, ten cuidado! —Gritó.
Cait dudó apenas un instante y miró a Vi, luego volvió la vista a Nora. Fue entonces que la secretaria sacó un cuchillo oculto y trató de clavarle la hoja en la cabeza. Caitlyn alcanzó a tirarse hacia atrás, el filo rozando el aire frente a su rostro.
En ese momento, una sombra veloz irrumpió, cargando a Jhin sobre su hombro y alejándolo de un tirón, fuera del alcance del rifle de Cait. No era como los otros soldados: era más grande, más imponente, y cuando habló, su voz metálica resonó con inteligencia.
—Él viene con nosotros.
Caitlyn, con la respiración aún agitada, giró de nuevo el arma hacia Nora.
—¿Quién eres tú? ¿Y que son esas cosas? —Preguntó, mirando al soldado imponente que cargaba a Jhin.
Nora no vaciló. Sonrió con calma, como si hubiera aguardado toda su vida ese instante.
—Mi verdadero nombre es Renata Glasc. Mis padres fueron alquimistas de Zaun. Murieron durante la dictadura, comandante, cuando recién compartía el trono con Ambessa. Los soldados los ejecutaron frente a mis ojos. Yo escapé… y seguí el camino de mi familia. —Su voz se volvió un filo envenenado.
Cait parpadeó, un recuerdo cruzándole la mente como una daga: la tarjeta morada, el sol negro dibujado, las iniciales RG. Su voz emergió entre furia y desconcierto.
—Fuiste tú.
—Siempre fui yo. —Renata inclinó la cabeza con sorna. —No fue difícil: una simple mortal, rostro inocente, sin armas, un historial limpio. Nadie sospecha de la sombra que sirve el té. Y tampoco fue complicado hallar quienes apoyaran mi causa: una revolución contra Piltover, un nuevo orden libre de la tiranía de la ciudad de arriba.
Con un clic de su cinturón, un armazón metálico se desplegó a su alrededor. Tubos fluorescentes anaranjados recorrieron la armadura con un resplandor enfermizo. En sus manos brotaron cuchillas incandescentes. Un casco selló su rostro.
Cait retrocedió un paso, incrédula.
—Los soldados que ves… —Continuó Renata. —Son fruto de la alquimia unida al poder de la tierra, más específicamente la lava. Seres poderosos: ni humanos ni máquinas. Soldados Flamor. El resultado de años de investigación. Destruiste una de mis fábricas, la de Nerón… pero era solo una entre muchas.
Renata avanzó con las cuchillas encendidas. Cait notó lo afiladas que estaban, cortando el aire como si pudieran partir el mismo humo. Esquivó el primer tajo, luego otro, rodando hacia un lado. A su alrededor, por orden del soldado que cargaba a Jhin, estalló la batalla: Zaunitas, ejecutores y criaturas negras chocaban en un caos ensordecedor.
—¡Detente, Renata! —Gritó Cait. —Lamento lo de tus padres, no quiero pelear contigo.
—Es muy tarde para eso. —Replicó Renata, lanzando otra serie de estocadas.
Cait desvió los ataques, jadeando, y entre choque y choque rugió:
—¿Si tanto querías liberar a Zaun de la tiranía de Piltover, por qué ayudaste a Noxus a invadir?
Renata soltó una risa fría.
—Noxus era solo un medio para mi fin. A ellos solo les interesas tú. Yo aproveché la ocasión.
El combate continuó, feroz, mientras las cuchillas anaranjadas iluminaban cada golpe. Cait respondía con disparos y estocadas de su rifle, la tensión creciendo con cada segundo.
Al mismo tiempo, en otro frente, Vi y Ekko luchaban espalda contra espalda contra las criaturas. El bate de Ekko rompía núcleos incandescentes, y el puño derecho de Vi destrozaba armaduras. Pero la ventaja numérica comenzaba a inclinar la balanza: cada vez más de esas cosas los rodeaban, y algunos golpes lograron abrirse paso. Ekko recibió un impacto en el costado que lo hizo retorcerse, y Vi fue derribada por un empujón brutal, levantándose a duras penas con unos cortes en la cara. La resistencia se volvía cada vez más desesperada.
Jinx, por su parte, apuntaba su metralleta al soldado gigantesco que llevaba a Jhin en el hombro. El monstruo respondió con descargas de energía anaranjada; sus disparos chocaron con los de Jinx en un duelo de luces que la dejó boquiabierta.
Cait miró alrededor, el corazón apretado al ver cómo sus ejecutores y Zaunitas eran arrasados, destrozados y desmembrados por la marea de criaturas.
—¡Ekko! —Bramó Jinx.
Ekko asintió al instante, sacó su aerodeslizador de la espalda y lo hizo rugir, tomando a Vi entre brazos. Ella lo miró con rabia y dolor.
—¿Qué mierda haces?
—¡Salvándote! —replicó Ekko, maniobrando.
Mientras volaba sobre el campo, lanzó al aire varios artefactos con forma de pequeños dinosaurios pintados de colores chillones. Cada uno desplegó un paracaídas y comenzó a descender lentamente, emitiendo un pitido rítmico de temporizador que resonaba entre el humo y las ruinas.
Aprovechando el desconcierto, Jinx apareció de nuevo junto a Cait con otro destello de velocidad y le barrió las piernas a Renata. El impacto la hizo caer al suelo, lo justo para abrirles un respiro. Jinx tiró de la mano de Cait y comenzaron a correr.
—¡Prepárate para un poco de ruido, cupcake! —Rió, enseñando un detonador.
Renata ya se reincorporaba, con las cuchillas brillando, cuando frente a ella aterrizó suavemente uno de los artefactos de Ekko. El pitido aumentó de ritmo. Cait y Jinx alcanzaron a cubrirse cuando la bomba explotó de lleno, levantando una ola de fuego y polvo que lanzó a Renata contra el suelo.
Al mismo tiempo, Jinx apretó el detonador. Las bombas que había dejado preparadas por las paredes exteriores del cuartel detonaron en cadena, derrumbando muros, techos y vigas del cuartel de ejecutores. El caos se extendió como un trueno, haciendo temblar todo a su alrededor.
El soldado gigantesco reaccionó de inmediato: colocó con cuidado el cuerpo de Jhin en el suelo y se erguió frente a él, protegiéndolo del derrumbe con su cuerpo blindado. Renata, en cambio, quedó tendida entre cascotes, aturdida por la explosión.
—¡Sigue corriendo, cupcake! —Carcajeó Jinx, tirando de Cait sin aflojar el paso. —Eso los mantendrá entretenidos… y a nosotras vivitas para otro momento.
Las dos siguieron corriendo entre humo y cascotes, los escombros cayendo detrás como un telón que se desploma. Más adelante, Ekko levantaba una alcantarilla de Piltover, ayudando a Vi a bajar con cuidado por su brazo fracturado. Cait y Jinx llegaron jadeando; Jinx la empujó hacia la entrada con una sonrisa demente.
Las dos descendieron, seguidas por Ekko, quien cerró la tapa de hierro con fuerza, asegurándose de que no quedara rastro de por dónde habían escapado.
…
El polvo aún no se asentaba cuando los escombros comenzaron a sacudirse. Entre las piedras partidas y las vigas retorcidas, un zumbido metálico anunció que aquello no había terminado.
Primero emergieron los soldados negros, sus tubos incandescentes parpadeando con chispazos anaranjados. Sus cuerpos maltrechos se irguieron como marionetas que se niegan a caer, recomponiéndose con movimientos inquietantes.
Después, una sombra mucho más grande apartó los cascotes de un solo empujón. El gigante surgió de entre el derrumbe, intacto pese al fuego y las piedras, las placas de su armadura reluciendo aún firmes. Había protegido perfectamente con su cuerpo a Jhin inconsciente.
Del polvo emergió Renata Glasc, su armadura encendida de nuevo, las cuchillas brillando con un resplandor letal. Su respiración era agitada, cada exhalación cargada de ira. Lanzó un grito ronco que rasgó el aire y, en un arrebato de furia, se abalanzó sobre una de sus propias aberraciones tambaleantes, sujetándola del cuello. Con violencia desmedida, hundió las cuchillas una y otra vez en su cuerpo negro, atravesando tubos y metal, mientras su aliento se volvía un jadeo animal. La criatura se desplomó entre espasmos, destrozada, pero Renata siguió un instante más, como si necesitara expulsar toda la rabia que la consumía.
El gigante bajó la mirada hacia ella.
—No detecto la presencia de los enemigos. —Dijo con voz grave y metálica.
Renata alzó la cabeza, sus ojos ardiendo tras el casco.
—No te preocupes. Pueden correr, pero no esconderse. —Su voz era un susurro de veneno, cargado de odio.
El coloso inclinó la cabeza en un gesto casi reverente. Con un movimiento preciso, levantó a Jhin, aún inconsciente, y lo acomodó sobre su hombro. El cuerpo del artista colgaba inerte; la parte derecha estaba destrozada por el disparo Hextech de Jinx, solo una parte pequeña y apenas sobresaliente de brazo sobresalia del hombro y se había convertido en un amasijo de carne cauterizada que no sangraba, como si la energía lo hubiera cicatrizado al instante. Su muslo izquierdo sí goteaba un hilo de sangre oscura, aunque la herida también mostraba bordes sellados por el impacto. El resto de su figura parecía suspendida entre la fragilidad y una resistencia antinatural.
—Tharvox, lleva a Jhin con Samira y asegúrate de que lo salven. —Ordenó Renata con voz firme, sin apartar la vista del campo de batalla. —Yo me encargaré de lo demás. Es hora de acabar con la resistencia.
El coloso asintió y se retiró con paso pesado, escoltado por varias aberraciones que marchaban a su lado.
…
El eco de las gotas marcaba el paso en las alcantarillas, un compás lúgubre que acompañaba cada respiración agitada. El aire olía a humedad. Caitlyn iba adelante, con el rifle aún en la mano, mientras Ekko guiaba la marcha. Vi y Jinx avanzaban juntas unos metros detrás.
—Linda fractura. —Murmuró Jinx con una sonrisa torcida, mirando el brazo izquierdo de Vi.
Vi giró los ojos en blanco, sin molestarse en responder. El comentario de su hermana tenía ese filo entre burla y ternura que la irritaba y al mismo tiempo la aliviaba.
Jinx sacó el pequeño cubo del exoesqueleto, ahora apagado y chamuscado. Lo observó con una sombra de melancolía.
—Supongo que no fue tan fuerte como esperaba.
Vi arqueó una ceja, sorprendida.
—¿En qué momento lo cogiste…?
—Cuando te estaban dando una paliza, hermanita. —Respondió Jinx sin dejarla terminar, con una sonrisa fingida, sin apartar la vista del cubo.
Vi negó con la cabeza, medio divertida, y apoyó su mano derecha en el hombro de Jinx.
—Gracias. Me sirvió más de lo que imaginas.
Por un instante, los labios de Jinx dibujaron una sonrisa frágil, temblorosa, pero auténtica. Vi le devolvió otra igual de breve, un gesto de complicidad que se quebró en cuanto la seriedad regresó a su rostro.
—Vander volvió. —Dijo Vi, apenas un susurro cargado de peso.
El efecto fue inmediato. El rostro de Jinx se tensó; giró hacia ella, los ojos abiertos, la respiración cortada. Su mirada se volvió turbia, como si la realidad se derrumbara alrededor.
—¿Dónde está? —Preguntó con urgencia, con una chispa de miedo escondida bajo la furia.
Vi tragó saliva, su voz quebrada apenas sosteniéndose.
—Yo… tuve que detenerlo.
El silencio cayó como un mazazo. Jinx entendió de inmediato. Sus labios se curvaron en un gesto de tristeza contenida, los hombros encogiéndose. Bajó la vista, avanzando a paso lento, cada movimiento más pesado que el anterior.
—El exoesqueleto me salvó… —Continuó Vi, con un hilo de voz. —Pero él no era el mismo., que al última vez... Estaba manipulado… como una marioneta de alguien más.
Cait, que iba unos pasos adelante, se detuvo de golpe. Su mano apretó el rifle con furia, los nudillos blancos.
—Seguramente Vander fue otra víctima de la mujer de Noxus.
Vi parpadeó, confundida, buscando entender.
—¿Qué mujer?
—No dijo su nombre. —Explicó Cait, la voz cargada de desconcierto. —Pero apareció cuando peleaba contra Slinker. Usaba magia. Ella fue Lord Gerold todo el tiempo. Por eso sabía lo que planeábamos, por eso se interponía en el concejo. Y luego Nora…
Se llevó una mano al rostro, la rabia y la culpa entrelazándose en un nudo insoportable.
—No sé cómo no lo vi antes…
Vi se adelantó y le sujetó el puño con firmeza, deteniéndola.
—No es tu culpa. No eres la única que no lo vio venir. Todas caímos en su juego.
—¡Claro que lo es, Vi! —Replicó Cait, girándose hacia ella con los ojos humedecidos. —Cada problema que hemos enfrentado ha sido consecuencia de mis decisiones pasadas… de mis errores.
Cait cerró los ojos y las lágrimas escaparon sin permiso, deslizándose por su rostro. Vi, con suavidad, se inclinó y posó su mano derecha en su mejilla, limpiándolas con el dorso de los dedos.
—Pero sigues aquí, peleando por darle un futuro mejor a quienes te necesitan. —Murmuró Vi, su voz baja pero firme, cargada de una ternura que rara vez dejaba ver.
Cait no pudo contenerse más. Se lanzó contra ella, hundiendo la cabeza en el hueco de su cuello, los sollozos rompiéndole la voz mientras su cuerpo temblaba.
—Creí que te perdería… —Susurró, rota, con un hilo de voz que apenas se sostenía.
Vi la estrechó con fuerza, su único brazo bueno apretándola contra sí, como si pudiera sostener no solo su peso, sino también todo el dolor y la angustia que compartían.
Cuando Caitlyn se separó lo hizo a regañadientes, apenas lo suficiente para encontrar sus ojos. Los miró con cariño, con anhelo, como si buscara un refugio. Sus dedos recorrieron el rostro de Vi, memorizando cada línea, cada cicatriz, como quien teme olvidar un detalle irreemplazable.
Jinx se interpuso de pronto entre Vi y Cait, levantando las cejas con gesto burlón.
—Ok, ok… mucha culpa, mucho perdón y ternura, pero hay algo que urge —Soltó, empujándose entre ambas.
Vi frunció el ceño, sorprendida por la intromisión. Jinx no le dio tiempo: agarró su brazo izquierdo de improviso y, con un movimiento brusco, se lo acomodó de golpe. El grito de Vi retumbó en el túnel, un alarido desgarrador que hizo eco en las paredes.
Jinx se apartó apenas, dejando que Cait la sostuviera con preocupación.
—Relájate, hermanita —Dijo con una sonrisa descarada. —Si lo dejabas así, te iba a sanar torcido. Ahora al menos servirá para algo más que decorar.
—¡Podías haberme avisado! —Rugió Vi, apretando los dientes mientras el dolor le recorría todo el cuerpo.
—¿Y dejar que te negaras? —Replicó Jinx con una mueca divertida. —Nah… ni en mil años. Ya me lo agradecerás después.
—Odio cortar la escena. —Dijo Ekko, que se había detenido unos pasos más adelante, el rostro serio bajo la penumbra. —Pero tenemos que decidir nuestro siguiente movimiento.
Caitlyn asintió lentamente, aún sosteniendo a Vi por los hombros.
—Tienes razón, Ekko. ¿Crees que deberíamos volver a Zaun?
—No lo veo como una buena opción. —Respondió él de inmediato. —Es lo primero que pensarán, seguro irán a buscarnos allá. Además, la resistencia ya está luchando en los puentes.
—Entonces ahí es donde deberíamos estar. —Replicó Vi con firmeza, enderezando la espalda a pesar del dolor.
Ekko negó con calma, el bate apoyado en su hombro.
—Acabamos de escapar de una pelea enorme, Vi. Tú apenas puedes mover un brazo. Y antes de salir dejé instrucciones a Riona y Lynn: ellas saben qué hacer.
Caitlyn bajó la mirada, pensativa, la duda cruzándole los ojos.
—Entonces… deberíamos dirigirnos al puerto. Buscar a Sarah.
Unos pasos más atrás, Jinx alzó la voz con sarcasmo.
—Yo debería estar en la mansión de Jayce… pensé que me demoraría menos en salvarte el trasero, Ekko. Y mientras tanto, Lux me necesita.
Caitlyn se tensó, la duda asomando en sus facciones.
—Sobre eso… le di a Jayce y a Lux la misión de proteger a los concejales.
El rostro de Jinx cambió al instante: primero una sorpresa genuina, luego la furia ardiendo en sus ojos violetas.
—¿¡Tú... qué acabas de decir!?
Caitlyn respiró hondo, tratando de mantener la calma.
—Necesitaba su ayuda, Jinx.
Jinx se adelantó con pasos duros, clavándole un dedo en el pecho como una daga.
—¿Su ayuda? ¡Tu responsabilidad era proteger a todos! Dejé a Lux en la mansión para cuidarla. Si algo le pasa… será sobre tu conciencia, niña rica.
Vi la apartó con su mano derecha, interponiéndose entre ambas.
—Basta. —Dijo con severidad.
Luego giró hacia Cait, más seria que nunca.
—¿Todavía tienes la radio?
—Sí. —Respondió ella, sacándola de su chaqueta y encendiendo el transmisor con las manos tensas.
Caitlyn presionó el botón, la voz firme, aunque la ansiedad vibraba en cada sílaba.
—Aquí Caitlyn Kiramman. ¿Me reciben? Cambio.
Solo estática. Probó otra vez.
—Aquí Caitlyn, ¿alguien en la línea? Cambio.
El silencio pesó como plomo hasta que, en la tercera llamada, una voz se filtró entrecortada por el estruendo de una batalla.
—¡Caitlyn! Soy Lux… estamos en el puerto. Estoy deteniendo a los soldados como puedo… Sarah y Jayce están heridos. Roger y algunos piratas nos apoyan.
Caitlyn abrió la boca, pero no alcanzó a responder. El rostro de Jinx se contrajo al oírla, sus ojos violetas ardiendo de furia. Apretó los puños y, sin dar explicación, comenzó a avanzar por el túnel rumbo al puerto. Cada paso estallaba como un golpe seco en diminutos charcos de agua.
—Por favor, Lux, Resistan. —Suplicó Caitlyn en la radio, la voz quebrada por la urgencia. — Vamos en camino.
El clamor de su ruego se deshizo en la estática, devorado por el eco húmedo de las paredes. El túnel engulló sus últimas palabras, y el silencio que los rodeaba se volvió denso, como la antesala de un juicio ineludible. Más adelante, el murmullo distante del mar se entrelazaba con las primeras luces del amanecer, anunciando el fin de una noche de guerra y señalando el rumbo hacia el puerto, donde la próxima batalla aguardaba, agazapada y monstruosa, bajo la naciente claridad del día.