Vecindario de Privet Drive, Surrey, un año antes que Harry Potter asista a Hogwarts…
Morrigan le había dicho que el mundo humano era divertido e interesante. Para ella era muy fácil decirlo, siendo que era una mujer alta, curvilínea y voluptuosa a la cual todos los hombres (y algunas mujeres) voltearían a mirar sin dudarlo, y sabía cómo utilizar su encanto natural para hacer lo que quisieran.
En teoría, ella también podría hacerlo. Después de todo ambas eran súcubos, y uno de sus poderes era básicamente inducir deseos sexuales en los demás, que muy pocos eran capaces de resistir. Pero Lilith no veía el punto en eso. A ella, sinceramente, le gustaría un romance más genuino, en lugar de aventuras de una sola noche como solía tenerlas Morrigan. Lo cuál era muy extraño, considerando que, técnicamente hablando, las dos eran una misma persona.
– Hmm, qué aburrido. – dijo Lilith, estirándose mientras flotaba en el aire, fuera de la vista. – Tal vez ya deba volver a casa.
No había mucho más que hacer de todos modos. Se había divertido un poco, yendo a comer helado, a ver películas en el cine, y pasear por allí, pero nada realmente excitante o interesante que valiera la pena compartir. Quizás fuese por haber elegido un vecindario tranquilo y aburrido. Además, su fuerza vital era limitada y necesitaba volver con Morrigan por su propio bienestar. No quería terminar desvaneciéndose por pasarse de su tiempo límite.
– ¡Atrápenlo, que no escape!
– ¿Hmm? – Al escuchar los gritos, Lilith volteó a ver hacia abajo. En el camino, un niño de cabello negro alborotado y con gafas, estaba corriendo delante de un pequeño grupo, encabezado por uno que era al menos el doble de grande. Su instinto le dijo que estaba tratando de huir de una banda de matones, y eso encendió algo en ella.
Lilith podría ser técnicamente una criatura oscura, pero no podía soportar ver matones aprovechándose de alguien más débil y que no podía defenderse. Con eso en mente, miró a su alrededor, asegurándose que nadie pudiera verla y descendió, antes de chasquear los dedos para cambiar su atuendo usual, su leotardo rojo con botas a juego y mallas azules, se reorganizó para formar algo un poco más decente.
Sabía también que los humanos podrían asustarse si veían a una chica con alas rojas de murciélago saliendo de su espalda y de su cabeza, así que también las retrajo, pero no se molestó en cambiarse el tono púrpura de su cabello. A ella le gustaba así, y si alguien preguntaba, le diría que simplemente se lo había teñido.
Con su disfraz a punto, Lilith se fue en la misma dirección del chico de gafas, que se dio la vuelta alrededor de una de las casas buscando despistar a sus perseguidores. Si se daba prisa, podría interceptarlo.
…
Harry empezó a jadear, tratando de recuperar su aliento. Otro día más en su vida, otro día de ser perseguido por Dudley y su pandilla. Pero hoy no se sentía de humor para ser el saco de boxeo de su primo y sus secuaces, así que corrió como pudo para escapar de ellos, y al parecer, al menos por el momento, pareció haberles dado el esquinazo y tendría al menos un par de minutos para respirar.
– Uff… ahora, ¿en dónde me escondo? – se preguntó mientras observaba alrededor. Tal vez detrás del basurero, o en el resquicio que estaba entre dos de los edificios.
Apenas dio dos pasos hacia el susodicho resquicio, cuando de repente una mano le llegó por detrás y se le puso en la boca, ahogándole el grito que intentó lanzar. Otra mano lo agarró del brazo y fue arrastrado contra su voluntad hacia un estrecho callejón. El corazón se le paró, creyendo que era un secuestrador o algo así, pero se calmó cuando la persona le dio la vuelta y pudo verle la cara.
– ¡Shhh! ¡No hagas ruido! – le dijo en voz baja y cautelosa. – Esos idiotas aún siguen por aquí.
Era una chica. Tenía el cabello púrpura claro muy corto y unos ojos rojos brillantes. Su rostro, enmarcado por sus mechones, tenía rasgos finos y delicados, y si Harry no estuviera tan conmocionado, hasta podría haber admitido que le parecía linda. Una vez que se calmó, ella le retiró la mano de la boca.
– Allá vienen. – dijo al mirar por encima de su hombro. – Escóndete detrás de esas cajas, y quédate callado, ¿está bien?
Harry no tenía idea de por qué lo estaba ayudando, pero asintió e hizo caso a lo que le dijo. En el callejón había unas cajas de madera abandonadas lo suficientemente grandes como para ocultarlo. Se quedó agazapado detrás de ellas cuando escuchó una multitud de pasos acercándose, y con toda certeza, a los pocos segundos aparecieron Dudley y sus secuaces.
– ¡Oye tú! ¿No viste pasar a alguien por aquí?
– ¿Hmm? Perdona, ¿me hablas a mí? – La voz de la chica sonaba más chillona, como si intentara pretender que era inocente o estúpida.
– ¿Ves a alguien más? – replicó Dudley. – Seguro viste pasar a mi primo por aquí, ¿por dónde se fue?
– ¿Tu primo? Hmm… ¿podrías describírmelo tal vez? ¿Qué aspecto tiene?
– Vamos, no puedes confundirlo. – Esta vez fue Gordon quien habló. – Un enano con gafas, pelos alborotados, y ropa demasiado grande para él.
– Hmm… ¿no tenía por casualidad una cicatriz con forma de rayo en la frente? – preguntó Lilith como quien no quiere la cosa.
– ¡O sea que sí lo viste! – exclamó Dudley. – ¡Dinos de una vez por donde se fue!
Harry se tensó ligeramente mientras observaba la escena. Notó que la chica adoptaba una expresión pensativa, como si estuviese considerando lo que le dijeron, pero en ningún momento miró en la dirección donde él estaba para evitar delatarlo.
– Hmm… me parece que se fue por allá. – dijo señalando en una dirección al azar.
– No mientas, nosotros acabamos de venir de allí. – señaló Piers.
– Oh, perdón, quise decir que se fue por allá. – replicó la chica, señalando en la dirección opuesta del callejón. Sin embargo, era evidente que, con su actitud, Dudley y sus compinches no estaban inclinados a creerle.
– ¿Estás encubriéndolo? ¿Acaso eres amiga suya o qué? – preguntó Dudley.
– Y si así fuera, ¿acaso hay algún problema? – La chica se cruzó de brazos, dejando por un momento su voz fingida de tonta. Parecía estar retándolos.
– Será mejor que nos digas por dónde se fue, o sino…
– ¿O sino qué? ¿Van a golpearme, o a obligarme a confesar? ¿Serían capaces de pegarle a una chica?
Sí, definitivamente los estaba retando. Harry no pudo evitar tensarse un poco: sabía que Dudley tenía algunas reglas personales y una de ellas era no golpear a niñas (no tanto por ser un caballero, sino porque en la escuela lo considerarían de cobardes), pero esta chica se veía un poco mayor que ellos y parecía que los estaba incitando a que tirasen el primer golpe.
– Mira, no queremos problemas contigo. Sólo dinos por donde se fue el enano con gafas y asunto arreglado. – dijo Piers, tratando de negociar.
– ¿Y si no me da la gana? No tengo por qué decirles nada, a una bola de matones con cerebros de cavernícolas.
– ¿C-cómo nos llamaste?
– ¿Oh, además de estúpidos, sordos? – Lilith hizo un ademán de ponerse la mano en el oído. – ¿Quieren que lo diga más fuerte, o se los tengo que deletrear?
– ¡Ahora sí! ¡Ya vas a ver!
Harry vio que Gordon fue el primero en lanzarse hacia ella, pero la chica simplemente se apartó, y metiéndole el pie dejó que se golpeara de cara contra la pared. Mientras estaba aturdido, Piers y Dudley trataron de lanzársele juntos, pero ella de nuevo se alejó, y los atrajo hacia fuera de la vista. Después de eso, Harry oyó algunos gritos de rabia de Dudley y sus amigos, intercalados con risitas y burlas de la chica.
Hasta que finalmente, Harry oyó lo que pareció ser un grito agudo ahogado. Después de eso, silencio por unos cuantos segundos, hasta que escuchó a la chica preguntar: “¿Siguiente?”, y vio a Dudley y Piers salir corriendo despavoridos hacia el otro lado del callejón. Unos segundos después, vio a Gordon siguiéndolos, pero iba dando trompicones y se sujetaba la entrepierna por alguna razón.
– No… ¿en serio le dio directo en…? Auch…
Después de que Dudley y sus secuaces se fueron corriendo, Harry vio que la chica volvía a entrar a su rango de visión y se quedaba mirándolos unos segundos, posiblemente para comprobar que se habían largado. Finalmente, sonrió con satisfacción y se acercó a él.
– Ya puedes salir, la costa está libre.
– Gracias… – dijo Harry, a medias aliviado, a medias sintiendo pena por Gordon. – Oye… ¿era necesario darle… ahí, de todos los lugares?
– Él se lo buscó. – dijo la chica sin darle importancia. – Tranquilízate, aún podrá tener descendencia, si es lo que te preocupa.
Harry estaba a punto de decir que eso no era lo que le preocupaba, pero supuso que esa era su manera de decir que no le causó daños permanentes. Tuvo que admitir que sonaba gracioso, al ponerlo de esa manera, y supuso que al menos con eso podría estar tranquilo por un rato.
– De todos modos, ¿quiénes eran esos tarados? ¿Amigos tuyos?
– Qué va. Mi primo y sus amigos. Su pasatiempo favorito es hacerme la vida de cuadritos.
– Típico, los matones que se aprovechan de su tamaño. – La chica se cruzó de brazos, haciendo un gesto enfurruñado.
Harry se quedó mirando a la chica un momento. Ahora que podía verla mejor, notó que parecía tener doce o trece años, aunque el atuendo que llevaba podría hacerla parecer un poco más mayor que eso. Chaqueta y minifalda de cuero rojo, con una blusa blanca debajo, y unas calcetas a rayas blancas y azul claro que le cubrían las piernas. Ciertamente un atuendo que sus tíos jamás aprobarían.
La chica pareció notar que él la estaba mirando, y le lanzó una sonrisita pícara.
– ¿Hmm, qué sucede? ¿Te parezco linda o qué?
– Sí, eh, digo no, digo… ah, ¿qué estoy diciendo? – Harry desvió la mirada algo avergonzado, y ella sólo se rio.
– Oye, ¿qué tal si vamos a otra parte donde podamos conversar más a gusto? Este callejón es un poco deprimente, ¿no te parece?
Harry dudó por un momento. Normalmente, un adulto responsable le diría que no debería fiarse de extraños, pero de nuevo, no había tenido exactamente un adulto responsable en su vida que le dijera lo que debía o no debía hacer. Y esta chica le había ayudado a quitarse a Dudley y sus secuaces de encima por un rato, así que ¿qué daño podría hacer hablar con ella sólo por un rato?
…
Media hora después, Harry se encontraba en una banca de la plaza, sentado junto con la chica, cuyo nombre, según le dijo, era Lilith. Un nombre inusual, pero el muchacho pensaba que no debería burlarse considerando que lo había ayudado a tener al menos un momento de tranquilidad.
– No eres de por aquí, ¿verdad? – No era realmente una pregunta. El vecindario de Privet Drive era muy normal, y alguien como Lilith sobresaldría como un pulgar hinchado.
– Pues no, sólo estoy de paso. – respondió ella encogiéndose. – Pensé en salir a divertirme por mi cuenta, pero este vecindario es muy aburrido. No hay nada qué hacer aquí.
– Así es como les gusta a mis tíos. Normal, tranquilo y aburrido. – dijo Harry. – No es que me moleste, si no fuera porque todos los días siempre tienen algo por qué regañarme.
– ¿Y eso por qué? – preguntó Lilith.
– Ah, lo típico. Harry, barre el piso, Harry, vigila la cena, Harry, riega las begonias… si no hago las tareas me castigan, y si las hago mal me castigan aún peor. A veces me han dejado encerrado en la alacena durante varios días, hasta una semana.
– ¿Alacena? – Lilith lo miró confusa. Harry suspiró y procedió a explicar.
– Mi dormitorio está en una alacena debajo de las escaleras. Es oscura, apretada y siempre está llena de arañas. Mientras tanto, mi primo tiene dos habitaciones para él, aunque la segunda suele usarla para guardar los juguetes que ya no quiere o que rompió. También tienen una de invitados, pero por alguna razón a mí me obligan a dormir en la alacena. A veces me encierran con llave como castigo durante varios días, y tengo que golpear para recordarles que me dejen aunque sea algo de comer.
– Eso es horrible. – dijo Lilith, horrorizada. – ¿No les has dicho a tus padres?
Ese comentario golpeó una fibra sensible. Ella no tenía manera de saberlo, obviamente.
– Mis padres… están muertos. Murieron en un accidente de auto cuando yo tenía un año. – Se palpó la frente, concretamente donde tenía su cicatriz con forma de rayo. – De alguna manera, yo salí ileso del choque, excepto por esto. Por eso tuve que venir a vivir con los Dursley, son la única familia que me queda.
– Oh… de verdad lo siento mucho. – dijo Lilith. Sonaba genuinamente apenada. – Yo… tampoco tengo padres, ¿sabes? Vivo con mi hermana mayor desde hace algunos años.
– ¿Y ella te trata bien? – preguntó Harry. Podría sentirse algo intrusivo, pero ya que ella parecía ser muy conversadora, dudaba que le molestase.
– Bueno, la verdad no me puedo quejar. No lo niego, a veces es un poco molesta y sobreprotectora conmigo, pero… digamos que tratamos de cuidarnos una a la otra. Literalmente sólo nos tenemos a nosotras dos.
– Qué suerte tienes. – dijo Harry, sonriendo con algo de melancolía. – Al menos tú tienes a alguien que se preocupa por ti.
Los dos permanecieron en silencio después de eso. Harry no estaba seguro de cómo proseguir la conversación, y no quería sonar como un envidioso. Cuando la miró después, notó que Lilith lo veía con una expresión extraña. Concretamente, parecía que le estaba mirando la cicatriz en la frente.
– ¿Sucede algo?
– ¿Hmm? No, sólo que… no puedo evitar preguntarme cómo saliste de ese choque, con sólo esa cicatriz. No parece el tipo de herida que alguien se haría en un accidente de auto. ¿Puedo verla de cerca?
Harry se extrañó un poco por la petición, pero supuso que no haría ningún daño. Se levantó el flequillo y se acercó para que Lilith pudiese mirarlo mejor. La chica miró fijamente la cicatriz por varios segundos, con los ojos entrecerrados, antes palparla con el dedo índice.
Por alguna razón, Harry sintió un ligero hormigueo que fue desde su frente hacia detrás de su nuca, y luego le bajó por toda la espina dorsal. También le pareció que Lilith abría por un momento los ojos con una expresión de sorpresa, como si hubiese recibido una descarga eléctrica o algo por el estilo, retirando su mano con algo de brusquedad.
– ¿Qué sucede?
– No… no es nada. – dijo ella. Por alguna razón no le creía del todo, pero no veía razones para insistir. – Bueno, creo que no hay mucho más que hacer en este lugar.
– Mala suerte que viniste en un día normal. A veces… tal vez ocurre algo.
– ¿Hmm? ¿Algo como qué?
Harry miró a Lilith, como si decidiera si podía confiar en ella. Se puso a pensar un momento, sopesando si valdría o no la pena decirle.
– ¿Prometes que no te vas a reír o pensar que estoy loco?
– ¿Por qué iba a hacerlo? Te doy mi palabra. – dijo Lilith. No había ni un atisbo de burla ni en su voz ni en su expresión. Harry respiró profundamente.
– Bueno… a veces, me ocurren cosas muy extrañas. Una vez en la escuela, cuando me estaban persiguiendo Dudley y su pandilla, intenté escapar saltando por encima de unos cubos que estaban por detrás de la puerta de la cocina. Y lo siguiente que supe es que me encontraba sentado en el techo junto a la chimenea.
Lilith se llevó la mano a la boca. Parecía sorprendida, pero no incrédula, y como prometió, no se estaba burlando de él. Al contrario, le incitó a continuar.
– Hubo otra ocasión que tía Petunia trató de cortarme el pelo, y me dejó casi calvo. Dudley no dejaba de reírse de lo ridículo que me veía, pero cuando desperté en la mañana, habría vuelto a crecer de nuevo a como estaba antes.
– Ugh, yo me moriría si me raparan el pelo. – replicó Lilith, tocándose los mechones que enmarcaban su rostro.
– Y en otra ocasión, a mi profesor se le cayó el peluquín. Cuando lo recogí, se había teñido de azul y no podía ponérselo. Les enviaron una citación a mis tíos, aunque yo en realidad no hice nada. Y bueno, siempre pasan esas cosas extrañas, y siempre me castigan por alguna razón.
– ¿Y por qué iban a hacerlo?
– No tengo idea. Por alguna razón siempre que pasa algo extraño asumen que es mi culpa. Aunque yo no hago nada, esas cosas sólo suceden y ya.
Harry miró de nuevo a Lilith. Tenía una expresión indignada, pero al mismo tiempo, parecía verlo con cierta curiosidad. ¿Acaso dudaba de su relato? No podría culparla si así era, de todos modos no pensaba que alguien fuera a creerle.
– Seguro sí crees que estoy loco, ¿verdad? – inquirió el chico. Lilith negó con la cabeza.
– No, para nada. De todos modos, me parece muy injusto cómo te tratan. Especialmente si se supone que son tu familia.
Harry suspiró. Aunque no sabía cómo expresarlo, una parte de él se alegraba de que Lilith se indignase en su nombre. Incluso aunque ella fuera una total extraña, era agradable tener a alguien de su lado, para variar. Especialmente luego de casi nueve años de haberse sentido solo y sin nadie a quien le importase.
– Bueno, es mejor que me vaya. – dijo Harry poniéndose de pie. – Gracias por escucharme.
– ¿A dónde vas?
– A casa. Se está haciendo tarde, y no quiero meterme en más problemas. Mejor volver antes que Dudley, con eso evitaré que me castiguen.
– No hablarás en serio, ¿verdad? – dijo Lilith. – ¿En serio vas a volver con esa gente que no hace más que abusar de ti?
– ¿Qué más puedo hacer? – replicó. – No tengo otro lugar a dónde ir. Literalmente es el único techo sobre mi cabeza. No es que me guste, pero no puedo hacer nada, y tú tampoco, sin ofender.
Lilith abrió la boca. Parecía querer decirle algo más, pero no le salieron las palabras. No estaría pensando tal vez en llevárselo con ella, ¿verdad? Seguramente a su hermana no le haría gracia que le llevara a su casa a un niño que recogió por allí.
– Fue un gusto conocerte, Lilith. Gracias por tu tiempo.
Y sin decir más, se dio la vuelta y siguió su camino. Había sido agradable hablar con alguien que no lo juzgaba ni lo miraba con recelo, aunque fuese una perfecta extraña. Le habría pedido su número de teléfono si no fuese porque sus tíos no le dejaban utilizarlo, para seguir en contacto, o su dirección para mandarse cartas, pero seguramente se las quemarían.
Siempre había estado solo durante estos diez años, y no era como que en este punto llegaría algún pariente para llevárselo de allí.
…
Lilith se quedó observando a Harry mientras se alejaba de allí. Después de todo lo que le contó, le parecía muy injusto dejarlo irse sin más. Ese niño vivía en esa casa con unas personas horribles, que en lugar de tratarlo como familia al parecer lo veían como un sirviente. De hecho, por las cosas que le dijo se le hacía muy extraño que no lo hubiesen echado, enviado a un orfanato o un hogar de acogida.
– Quizás les están enviando una pensión de los padres de Harry o algo así. – dijo mientras se cruzaba de brazos. Ese pensamiento la hizo sentirse aún más asqueada; si ya de por sí lo estaban explotando, sería aún peor si lo exprimían por un cheque mensual o algo por el estilo.
En algo tenía razón Harry: ella quizás no podía hacer nada para sacarlo de allí. Bueno, sí podría, pero probablemente llamaría demasiado la atención y podría causar un escándalo en el vecindario. Pero conocía a alguien que tal vez podría ayudarle a resolver ese pequeño problema.
– Tal vez… mi querida hermana estará dispuesta a darnos una mano. – murmuró mientras sonreía con algo de malicia.
Se fue detrás del callejón de nuevo, y tras comprobar que no había nadie en las cercanías que pudiese verla, chasqueó sus dedos, y una vez más volvió a ponerse su atuendo regular, desplegando sus alas antes de despegar hacia el cielo, alejándose de allí.
Tal vez se había equivocado al pensar que este vecindario era aburrido y sin nada de valor.
***
Makai, Castillo Aensland, aquella noche…
Cuando Morrigan dejaba salir a Lilith a hacer incursiones en el reino de los humanos, usualmente se estaría dos o tres días antes de regresar a casa. No se preocupaba demasiado, ya que confiaba en que Lilith fuese discreta y no se metería en problemas, aunque si ese era el caso, ella siempre estaba lista para ir en su ayuda. Después de todo, era su única familia restante y tenían que cuidarse mutuamente, por extraño que sonase considerando que técnicamente eran la misma persona, y a la vez no.
Por eso se sorprendió un poco cuando Lilith regresó al castillo esa misma noche, y más aún cuando le contó lo que sucedido. La Aensland mayor escuchó atentamente cómo su “hermana” le relató su encuentro con ese niño llamado Harry Potter, cómo ella lo salvó de su primo y los amigos de éste cuando lo estaban persiguiendo, y de todo lo que le contó sobre cómo sus parientes lo trataban como a un sirviente en lugar de como familia. Esto último le hizo click al sentido protector de Morrigan, pero lo que le hizo tomar más interés fue lo que Lilith le reveló al final.
– Estoy segura de que ese niño es un mago. – explicó Lilith. – Sus parientes no se lo han dicho, y esos incidentes extraños de los que me contó suenan como instancias de magia provocadas por las emociones que los magos y brujas menores de edad no pueden controlar. Ya sabes, cuando están asustados o enfadados. Y luego está su cicatriz en forma de rayo. Cuando se la toqué… sentí algo muy extraño en ella. No puedo explicar qué es, pero parece haber algún tipo de magia residual en ella.
– Hmm, interesante. – Morrigan se llevó la mano al mentón, pensativa. – ¿Pero qué hace un niño mago viviendo con parientes muggles? Por la forma en como lo tratan, están casi pidiendo a gritos que se convierta en un Obscurial, y los aniquile por completo.
– Creo que es porque él mismo no lo sabe. – argumentó Lilith. – Es probable que sus parientes no le hayan dicho nada, así que no puede reprimir un poder que no sabe que tiene en primer lugar.
– Puede que tengas razón. – asintió Morrigan. – En todo caso, ¿qué sugieres que hagamos?
– ¿Qué pregunta es esa? – Lilith cruzó los brazos con molestia. – Es obvio que tenemos que sacarlo de allí, ¿no? Por su propio bien, y también de todos en ese vecindario, incluso sus propios parientes.
– Hmm, ¿acaso sientes pena por ese niño? – inquirió Morrigan con una sonrisa pícara. – O tal vez… ¿estás sugiriendo que deberíamos adoptarlo?
Lilith suspiró, rodando los ojos, lo que le sacó una risita a Morrigan. En realidad, sólo lo dijo como un chiste, pero ahora que lo pensaba bien, la idea no sonaba del todo mal. A veces, el castillo se sentía muy grande para ellas dos solas, y les vendría bien un poco de compañía adicional.
– No sé si deberíamos forzarlo a venir aquí. – dijo Lilith finalmente. – Quiero decir, apenas es un niño, y este lugar podría ser… un poco tétrico para él.
Morrigan no pudo refutar eso. Aunque ella adoraba su castillo, rara vez traía visitas del mundo humano, ya que por lo general no muchos se sentirían cómodos con esta atmósfera sombría, y a la vista de muchos, demoníaca. Sin embargo, eso podría resolverse de otras maneras.
– De todos modos, estoy de acuerdo en que sería mejor sacarlo de allí. – dijo finalmente Morrigan. – Un niño mago maltratado por parientes muggles es una bomba de tiempo que podría explotar con consecuencias devastadoras.
Y no era broma, hacía años había visto las consecuencias de primera mano. Los Obscurials normalmente no llegaban a adolescentes, salvo por contadas excepciones, y su existencia llegaba a ser miserable. Ningún niño merecía eso.
– Entonces ¿qué vamos a hacer? – preguntó Lilith. Morrigan simplemente sonrió de manera enigmática, mientras cruzaba las piernas.
– Déjamelo todo a mí, querida hermanita. Ya se me está ocurriendo una brillante idea.
***
Privet Drive Número 4, al día siguiente…
Luego de haberse escapado de su primo ayer, tras volver a casa Harry decidió encerrarse en su alacena por el resto del día. Hoy también tenía planeado hacer lo mismo, tratando de evitar a los Dursley en la medida de lo posible excepto a la hora de la comida o para ir al baño.
Tendido en su pequeño colchón, el niño no podía dejar de pensar en la chica que conoció ayer. Parecía un poco extraña, pero era agradable, y era la primera vez que alguien se le acercaba para conversar durante tanto tiempo. A veces tenía suerte si algún desconocido le saludaba en la calle por alguna razón. Con lo solitario que se sentía a veces, no podía evitar preguntarse si la volvería a ver algún día.
«Muy poco probable,» pensó con melancolía. Después de todo, dijo que sólo estaba de paso por el vecindario, y no creía que algo fuese a motivarla a volver.
*¡THUMP! ¡THUMP! ¡THUMP!*
– ¡Chico, sal de allí de inmediato! – gritó la voz furiosa de tío Vernon mientras golpeaba la puerta, sacándolo de sus pensamientos.
Harry suspiró. ¿Y ahora qué habría hecho? O tal vez, ¿qué
no habría hecho? Porque si iban a regañarlo por haberle faltado alguna tarea, ya había regado las flores de tía Petunia, lavado y planchado la ropa, y ayudado con la comida, así que dudaba que fuese por algo así.
– ¡¿Qué estás esperando, chico?! ¡Sal de una vez, tenemos que hablar!
– ¡Ya voy! – dijo Harry, levantándose de mala gana de su colchón. Fue hacia la puerta de la alacena y la abrió, e inmediatamente una mano gruesa y gorda le agarró del cuello de la camisa, y se encontró de frente con la cara de morsa del tío Vernon.
– ¡¿Qué diablos fue lo que hiciste, mocoso?! ¡¿En qué lío te metiste?!
– ¡No sé de qué me hablas! – dijo Harry, tratando de no sonar demasiado asustado.
– ¿Ah no? ¿Entonces quieres explicarme por qué hay una mujer policía en la entrada preguntando por ti?
– ¡¿Qué?! – El miedo a que tío Vernon lo estrangulara fue reemplazado por confusión. ¿Una mujer policía?
– ¡Ya me oíste, mocoso! Si nos metiste en algún embrollo, te juro que te vas a arrepentir…
– ¿No le preguntaste? – se aventuró Harry, tratando de sacar algo más de contexto.
Tío Vernon se mordió el labio, haciendo una mueca como si se acabara de dar cuenta de algo que debía haber sido muy obvio, pero era evidente que el ver a una mujer policía en su puerta, preguntando por su sobrino, debió haberle provocado algo de pánico debido al shock. Por otra parte… ¿podría esta ser su oportunidad de salir de aquí?
– Si me sueltas, hablaré con ella, para ver qué es lo que quiere. Tal vez ni siquiera sea algo malo.
– Por tu bien, más vale que así sea, chico. – replicó tío Vernon, soltándolo finalmente. Harry se acomodó la camiseta, y empezó a caminar hacia la entrada, abrió la puerta y efectivamente, allí estaba parada una mujer con uniforme de policía.
– Oh, ¿así que tú eres el joven Harry Potter? – preguntó con una sonrisa.
Harry miró a la mujer frente a él detenidamente. Para empezar, era bastante alta, con unos ojos color esmeralda incluso más brillantes que los suyos propios, y tenía el cabello largo y rubio. Aunque su uniforme era de cuerpo completo, se le ajustaba tan bien que podría poner en vergüenza a muchas supermodelos. Y aunque estaba sonriendo, había algo en su semblante que resultaba… intimidante.
– Eh, sí, oficial. – replicó Harry tímidamente. – ¿Hay algún problema?
– Le aseguro, si mi sobrino cometió alguna fechoría, le daremos un castigo ejemplar. – dijo tío Vernon, llegando por detrás y mirándolo con ojos asesinos.
– Oh, no, el joven Harry no es quién está en problemas. Más bien… son usted y su esposa quienes están en serios problemas.
La oficial hablaba en un tono calmado, pero con un deje de provocación e intimidación al mismo tiempo. Harry vio que tío Vernon tragaba saliva ante lo que dijo, y retrocedía un paso cuando la mujer se le acercó para verlo cara a cara.
– Verá, recibimos una denuncia de que el joven Harry ha sido víctima de abuso y negligencia repetidamente en esta casa. Cosas como que lo obligan a dormir en una alacena, incluso aunque tienen un segundo dormitorio disponible, o que con frecuencia lo castigan sin comer. Y que lo obligan a hacer las tareas del hogar, tratándolo como si fuera un sirviente no remunerado. Son acusaciones muy serias, Sr. Dursley.
El rostro de tío Vernon se puso pálido. Aunque en ese momento no podía pronunciar palabra, Harry pudo ver en su mirada en ese momento que por dentro estaba gritando “¿Cómo te atreviste a denunciarnos, mocoso?” Pero Harry no había denunciado nada. Los Dursley siempre habían sido muy discretos con su abuso, manteniéndolo todo a puerta cerrada y disfrazándolo de disciplina. Además, él nunca había hablado con los vecinos, ya que todos siempre lo evitaban y dudaba que quisieran ayudarlo incluso si dijera algo.
Y fue entonces que recordó: no había hablado con los vecinos, pero sí con alguien que no era del vecindario. La chica de ayer, Lilith.
«¿Habrá sido ella? ¿Fue ella quien llamó a la policía?»
Mientras tío Vernon intentaba claramente apaciguar a la oficial con excusas y pretextos, Harry la miró más detenidamente. Aunque se veía mayor, probablemente en sus veintitantos, la similitud en la forma del rostro y sus rasgos como la nariz y la boca era evidente, aunque quizás no a primera vista debido a que el maquillaje la hacía ver más adulta todavía.
Lilith le había dicho que vivía con su hermana mayor, y esta mujer fácilmente podría serlo. No tenía pruebas, pero su instinto le gritaba fuertemente que sí, lo era.
La discusión se prolongó durante un buen rato, cuando tío Vernon invitó a la oficial a pasar a la sala, y tía Petunia le ofreció té y galletas que, sorprendentemente, la mujer aceptó de buena gana, mientras inventaban mil y un pretextos para sus acciones. Tío Vernon intentaba negociar con halagos e incluso sobornos, mientras tía Petunia parecía mirar con envidia la voluptuosa y curvilínea figura de la oficial.
Al cabo de lo que pareció una eternidad, la oficial se puso de pie, y miró severamente al matrimonio de los Dursley.
– Miren, les voy a ser sincera. Lo que le han hecho a este pobre muchacho es inaceptable, y me sorprende que les permitan tenerlo aquí considerando la forma en que lo tratan. Y no me inclino a creer que es ni una cuarta parte de lo mal portado que ustedes dicen que es.
– ¿Cómo se atreve? – exclamó tía Petunia alzando la voz. – ¿Quién se cree que es para decirnos cómo deberíamos tratar a nuestro sobrino?
– Petunia, cálmate. – dijo Vernon, intentando contener a su mujer de hacer alguna estupidez que los metiera en problemas. – Mire, oficial, con todo respeto, usted no tiene pruebas de que hayamos maltratado al muchacho, más allá de su palabra.
– Puede ser… pero he vivido el tiempo suficiente para aprender a leer a las personas, y algo en mí me dice que ustedes no son de fiar. – dijo la oficial. – Así que, por el bien del muchacho, creo que será mejor que me lo lleve bien lejos de ustedes. Necesitaré tomar su declaración, después de todo.
– ¡No puede llevárselo! ¡Es nuestro sobrino, no puede…!
Tía Petunia de repente se detuvo en seco, en cuanto su mirada se cruzó con la de la oficial. Por un segundo, Harry creyó ver un extraño brillo en los ojos de la mujer, y luego, tía Petunia se echó para atrás un par de pasos, como si estuviese en una especie de trance.
– ¿Petunia? Petunia, linda, ¿qué sucede? – Tío Vernon comenzó a agitar la mano frente a ella. – Oiga, ¿qué le hizo a mi esposa?
– Nada. – replicó la oficial despreocupadamente. – Creo que simplemente se dio cuenta de lo que es mejor para su sobrino. Y usted… haría bien en seguir su ejemplo.
La mujer policía nuevamente fijó la mirada en tío Vernon, y otra vez, Harry vio ese brillo extraño sólo por un segundo. No podía equivocarse, esta vez definitivamente sí estuvo allí. Los Dursley se quedaron allí parados, con la mirada perdida y sin parpadear en absoluto.
Algo en él le hizo empezar a temblar cuando la mujer esta vez lo miró, con una sonrisa de satisfacción mientras se agachaba para ponerse al nivel visual con él y le tomaba suavemente del mentón.
– Tranquilízate, querido Harry. A partir de hoy… las cosas comenzarán a mejorar para ti.
Después de eso, inexplicablemente comenzó a sentirse como si estuviese mareado, todo a su alrededor se volvió un remolino. Lo último que supo fue que la mujer lo tomó de la mano, y ambos empezaron a caminar hacia la entrada de la casa, saliendo de allí, presumiblemente para no volver jamás…
***
Horas más tarde…
Harry no supo por cuánto tiempo estuvo fuera. Los párpados le pesaban, como si se hubiese quedado dormido, y poco a poco fue tomando conciencia de sí mismo.
Lo primero que notó era que estaba tendido en una cama, cubierto con una gruesa y abrigadora manta. Al quitársela de encima, se dio cuenta que sólo traía puesta la camiseta holgada que alguna vez le perteneció a Dudley, y sus calzones. El resto de su ropa, su chaqueta, pantalones y zapatos, estaban doblada y acomodada muy ordenadamente a un lado de la cama.
Lo siguiente, era que estaba en un cuarto de paredes de piedra, de los que había en los castillos que a veces veía por televisión. El cuarto estaba iluminado escasamente por la luz que entraba por una ventana, y de inmediato se asomó por allí.
– Pero qué… ¿qué es este lugar?
Nada podría haberlo preparado para lo que vio. Al mirar por la ventana, lo primero que vio fue que estaba a una gran altura. Miró hacia ambos lados y efectivamente, estaba en una torre de lo que parecía ser un castillo. Pero no un castillo cualquiera, sino uno que parecía salido directamente de las películas de terror, y que además estaba flotando sobre una pequeña isla rocosa. El agua se extendía por lo menos a varios kilómetros de allí, y lo que había del otro lado… fue lo que más lo dejó en shock.
Un área de tierra yerma, con huesos de animales esparcidos por doquier. Una montaña con una caverna cuya entrada tenía forma de calavera con cuernos y colmillos enormes. Árboles secos y sin hojas, con agujeros en el tronco que daban apariencia de ojos y boca abiertos de manera espeluznante. Y en el centro de todo, un puente de piedra que cruzaba por encima de un precipicio, al fondo del cuál no había agua, sino fuego ardiendo.
– Esto… no, esto no puede ser verdad. – dijo Harry levantándose las gafas para frotarse los ojos. – Debo estar soñando. Sí, esto tiene que ser un sueño.
– No, querido Harry. No estás soñando.
Esa voz… Harry se volteó lentamente. Frente a él estaban dos mujeres a las que reconoció de inmediato: una era la oficial de policía que fue a visitar a los Dursley, y que por lo que debió deducir, fue la que lo trajo a… dondequiera que fuese este lugar. Pero ahora tenía el cabello de color verde como sus ojos, en lugar de rubio. Y la otra… era ni más ni menos que Lilith.
Pero lo más peculiar de todo, era que ambas estaban vestidas con leotardos ajustados al cuerpo y mallas con un diseño de murciélagos cubriéndoles las piernas. Y además de eso, cada una tenía un par de alas enormes de murciélago a sus espaldas, y otro par más pequeño saliéndoles de sus cabezas.
– Hola, Harry, qué gusto de verte de nuevo. – le saludó Lilith con una sonrisa alegre, mientras le guiñaba el ojo.
– ¿Lilith? Entonces… ¿supongo que ella debe ser tu hermana mayor?
– Siento no haberme presentado antes como es debido. – dijo la mujer mayor. – Mi nombre es Morrigan Aensland. Y ahora tú, Harry Potter, serás nuestro invitado en nuestro humilde hogar…
Esta historia continuará…