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Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, oficina del director, unas semanas después… El día a día de Albus Dumbledore continuaba como siempre. Aunque ocasionalmente hubiera incidentes pequeños, como altercados entre alumnos o alguno que se saliera de la línea, afortunadamente casi nunca pasaba a mayores. Aquel día en particular, había sido incluso relativamente aburrido, pues lo único que había tenido que hacer era firmar unos papeles del consejo escolar, y contestar una de sus habituales cartas al ministro de magia Cornelius Fudge, que como de costumbre, le escribía para pedirle consejo. Al menos así era, hasta que vio que la escalera de su oficina comenzaba a moverse, lo que le avisaba que tenía un visitante. Debido a que sólo le daba la contraseña de su oficina a sus colegas de mayor confianza, siempre podía estar seguro de que cuando venían a verlo, siempre era por algo importante. Efectivamente, cuando la escalera llegó arriba, en ella estaba su subdirectora, y profesora de Transformaciones, Minerva McGonagall. La mujer, con su habitual expresión severa, traía en la mano un sobre sellado. – Buenos días, Minerva. – la saludó cortésmente. – ¿Traes correspondencia para mí? – En efecto. – replicó la mujer. – Debe ser importante, pues la remitente es Arabella Figg, después de todo. Dumbledore levantó una ceja. Si era una carta de Arabella Figg, entonces sólo podía estar relacionada con Harry Potter. Después de todo, la mujer estaba estacionada allí para reportarle cualquier incidente que involucrase al muchacho, magia accidental y demás. Normalmente, sus cartas venían una vez cada dos meses, para darle un reporte general sobre el muchacho, salvo que hubiese ocurrido algún incidente que valiera la pena mencionar. Apenas habían pasado tres semanas desde la última, por lo cual si le venía otra tan pronto, algo importante debía haber sucedido. Tomó la carta de las manos de su colega, y usando un hechizo separador no verbal, abrió el sobre para extraerla. La caligrafía se veía mucho más descuidada de lo normal, como si la carta hubiese sido escrita muy deprisa, y a medida que la leía, empezó a entender por qué. Estimado Profesor Dumbledore:Sé que no le va a gustar nada lo que estoy a punto de decirle, pero necesita saberlo. Desde hace unas semanas, Harry Potter ha estado desaparecido del vecindario de Privet Drive. Y no hablo de que se haya escapado de casa, porque si así fuera alguien tendría que haberlo visto en alguna parte en los alrededores, e incluso un niño con magia no podría haber ido demasiado lejos por su cuenta. Me refiero a que en serio, se ha esfumado sin dejar rastro alguno, y nadie lo ha visto desde entonces. Y tampoco ha ido a clases en su escuela primaria.
No estoy segura realmente de lo que pasó, pero por lo que he escuchado, la última vez que lo vieron fue hace unas tres semanas. Algunos de los vecinos a los que les he preguntado dijeron que una mujer policía llamó a la puerta de la casa de los Dursley, y unos minutos después salió llevándose al niño de la mano. Obviamente, nadie se le acercó porque no querían meterse en problemas, pero seguramente fue ella quien se lo llevó. Lo más extraño es que, al parecer, nadie vio ningún auto o motocicleta de policía entrando al vecindario, y en la estación más cercana no hay ninguna oficial mujer. Esto me huele muy mal.
Lamento mucho no poder serle de más ayuda. Voy a seguir preguntando en el vecindario para ver si alguien sabe algo, y le prometo que en cuanto averigüe algo se lo haré saber.
Arabella Figg
Al terminar de leer la carta, Dumbledore se quedó inmóvil. Harry Potter había desaparecido de Privet Drive. Las solas implicaciones de ello inmediatamente hicieron saltar todas las alarmas del anciano director, y tuvo que pelear con todas sus fuerzas para no soltar un grito al cielo allí mismo y en ese momento. Eso no podía estar sucediendo, simplemente no podía. – ¿Profesor Dumbledore? ¿Está bien? ¿Albus? Dumbledore levantó la mirada. Había quedado tan en shock que no registró la voz de su colega hasta varios segundos después, cuando finalmente se le puso en frente para agitarle la mano. Muy pocas cosas podían dejar en shock al director de Hogwarts, pero las pocas que lo harían siempre eran muy, muy graves. – Minerva… Harry Potter ha desaparecido… – ¿Desaparecido? ¿Qué quiere decir con…? Antes que terminase la pregunta, Dumbledore le extendió la carta de Arabella Figg. Confundida, la subdirectora procedió a leerla, y Dumbledore pudo notar cómo su expresión pasaba gradualmente de la confusión al shock, y al terminar, su cara estaba totalmente pálida. La mujer se acercó al escritorio y estampó la carta sobre él. – ¿Q-qué significa esto? ¿Quién se llevó a Harry Potter? ¡Usted dijo que el chico estaría a salvo allí, Dumbledore! – Minerva, cálmate por favor… – ¡No me diga que me calme! ¡Usted dijo que esa casa sería el lugar más seguro para Harry Potter! ¡Y ahora de repente alguien se lo ha llevado de allí sin más! ¡Explíquemelo! – Minerva, estoy tan conmocionado por esto como tú. – dijo Dumbledore, luchando por mantener la calma, pese a que por dentro también él mismo se estaba haciendo esas mismas preguntas. – ¿Sí? Pues con todo respeto, no lo parece, director. Por las barbas de Merlín, ¿ahora qué vamos a hacer? – dijo la mujer mientras se llevaba. – ¿Qué tal si fue alguno de los mortífagos quien se lo llevó? ¡Sería terrible si cayera en sus manos! – Lo veo poco probable. – dijo Dumbledore. – Incluso los mortífagos más acérrimos de Lord Voldemort rara vez se involucran con los muggles. – Eso no quiere decir que no lo hagan. – McGonagall puso los brazos en jarras. – Usted sabe desde hace tiempo que a pesar de que por fuera los Malfoy pregonan su supremacía de la sangre pura, todavía hacen negocios con los muggles para incrementar sus riquezas. – Soy consciente de ello, pero no debemos precipitarnos. – dijo Dumbledore, poniéndose de pie mientras cogía varios trozos de pergamino, e igual cantidad plumas antes de usar su varita para encantarlas y ponerlas a escribir de manera automática. – Por ahora, lo mejor que podemos hacer es tratar de contactar a los antiguos miembros de la Orden del Fénix que viven en las cercanías de Privet Drive, y avisarles de lo que sucedió. Con suerte, tal vez alguien sepa algo, o vea a Harry Potter. Dudo mucho que haya podido irse muy lejos de su casa por sí solo. – Por su bien, espero que así sea. – dijo McGonagall. – Si no fuera porque tengo que atender mis clases… – Encárgate de tus deberes, Minerva. Yo me ocuparé de todo, y veré qué puedo hacer mientras tanto. – dijo Dumbledore. – Y por favor, mantén esto sólo dentro de nuestro círculo de mayor confianza. – Lo sé, lo sé. – asintió McGonagall, recuperando una semblanza de calma. – Será mejor que me vaya, aunque dudo mucho poder concentrarme en las clases de la tarde con todo esto. Con su permiso, director. McGonagall se fue hacia la escalera, que descendió y desapareció de la vista. Mientras tanto, Dumbledore verificó las cartas que puso a escribir, en las cuáles básicamente explicaba el contexto de lo que había sucedido según le contó la Sra. Figg. En ese momento, el anciano agradeció a sus estrellas haber tomado la previsión de asignarle a esa mujer la tarea de vigilar a Harry Potter. Tenía la esperanza de que no sucediera nada mientras el chico estuviese con sus parientes, protegido bajo los encantamientos que colocó, pero si lo habían sacado de allí, o peor, si se había ido por voluntad propia… todo lo que hizo habría sido en vano. Su única esperanza era, por lo menos, rezar porque quienquiera que se lo había llevado tuviese buenas intenciones.***
Al mismo tiempo… Las últimas semanas fueron una experiencia imposible de describir para Harry. Por un lado, no podía negar que estaba feliz de haber salido de esa casa tóxica y no tener que ver más a los Dursley. Por primera vez en su vida, podría hacer lo que quisiera, cuando quisiera, y como quisiera, y sin que nadie lo juzgara o castigara por ello. Por el otro lado, descubrir que era un mago, y que había un reino donde existían criaturas sobrenaturales, seguía siendo muy difícil de procesar, por no decir más. Según le dijeron Morrigan y Lilith, las súcubos no eran ni de lejos las únicas criaturas que vivían en ese lugar, también había vampiros, hombres lobos, zombis y muchas otras, y también que aún había algunas de ellas ocultándose entre los humanos. A ellas se les hacía fácil ocultarse gracias a que podían alterar su apariencia, pero preferían mantenerse al margen, debido a que en el pasado las de su especie fueron exterminadas hasta casi la extinción, y había un estigma asociado a ellas debido a su reputación como “demonios lujuriosos”. Harry no creía que Morrigan y Lilith fuesen malvadas. Fuera de su elección de atuendos, ambas siempre eran amables con él. Le dieron una habitación cómoda para dormir en su castillo, el cual pese a lo tétrico que se veía, en realidad era bastante cálido y acogedor, si lo comparaba con su alacena bajo las escaleras en casa de los Dursley. Y por primera vez, Harry podía hacer lo que quería, mientras no causara ningún problema, y no saliera del castillo. Después de todo, el Makai era muy peligroso para un niño, mago o no. A raíz de eso, después de un par de semanas Morrigan decidió que se mudarían de vuelta al mundo humano. Dijo que era porque pensaba que Harry estaría más cómodo en un entorno un poco más familiar, pese a que él nunca dijo nada sobre tener problemas donde estaba, pero la súcubo mayor dijo que era muy obvio que Harry se sentía confinado y se merecía tener espacio para salir a correr, jugar y tomar aire fresco, como todos los niños de su edad. Harry no se molestó en negarlo, y luego de algunos trámites y un poco de “persuasión” (o eso dijo Morrigan), los tres estaban descargando su equipaje en su nueva casa. Como cosa irónica, Morrigan eligió que se mudaran a Great Whinging, una ciudad adyacente a Little Whinging, aproximadamente a un cuarto de hora en automóvil. A Harry le preocupaba un poco que los Dursley fueran a encontrarlo, pero Morrigan le aseguró que eso no iba a suceder, ya que de todos modos nadie sabía quiénes eran y difícilmente alguien pensaría en buscarlo allí. – A veces, el mejor escondite es a plena vista. – fue lo que le dijo. El vecindario al que se habían mudado era ligeramente más elegante que Privet Drive. La casa en la que estaban tenía una disposición bastante similar a la de los Dursley: cuatro dormitorios, dos baños, una sala amplia, cocina, e incluso una pequeña cancha de baloncesto para jugar en el patio trasero. Harry no era muy aficionado a los deportes, ya que siempre lo escogían de último en los equipos de la escuela, no porque fuese malo, sino porque nadie en la escuela quería que Dudley pensara que lo querían. No que eso importase mucho ahora, ya que de todos modos no estaba asistiendo a la escuela. En este momento estaba disfrutando de un pasatiempo que pocas veces había experimentado, y que le sorprendió mucho que una súcubo, de todas las criaturas, lo encontrase entretenido. Se habían estado divirtiendo tanto que ya estaba muy entrada la noche, aunque como era viernes, no habría que preocuparse por levantarse temprano en la mañana. – ¡Ya te tengo! – ¡Todavía no me has vencido! Los dos se encontraban apretando botones en los controles de una consola de videojuegos, jugando un título de peleas que recientemente había sido adaptado de las máquinas de los arcades. Lilith estaba controlando a una mujer con vestido chino azul que lanzaba patadas veloces, mientras que Harry controlaba a un hombre con gi blanco de artes marciales y una banda roja en la cabeza, y disparaba bolas de energía blanca por las manos. Los dos estaban bastante igualados, pero en el último round Lilith lo acorraló y ahora lo mantenía a la defensiva con sus patadas. Harry hizo un movimiento desesperado, esperó que se acercara para darle un uppercut con un salto que logró aturdirla, y al rematarla lanzándole una bola de energía mientras caía, ganó el round cuando apenas le quedaba un golpe más en la barra de vida. – ¡Sí! ¡Por fin te gané! – celebró Harry. – Uff, estás mejorando rápido. – dijo Lilith. – A ese paso quizás en poco tiempo puedas medirte con mi hermana. – ¿Ella también? No sabía que a las súcubos les gustaban los videojuegos. – comentó Harry. – Te sorprenderías. – dijo Lilith. – Los humanos a veces pueden ser un poco idiotas e ingenuos, pero en lo que a entretenimiento se refiere, son unos genios. Y esto es la prueba de ello. Entonces, ¿quieres ir otra ronda, o jugamos otra cosa? – Mejor descansemos un poco. – dijo Harry, soltando su control. – Ya me duelen un poco los dedos de tanto presionar botones. – Como quieras. – Lilith fue a apagar la consola, y luego se dejó caer de vuelta en el sofá, pasándole una mano sobre el hombro a Harry. El chico la miró, y notó que sonreía ampliamente, como si algo le pareciera divertido. – ¿Por qué sonríes así? – ¿Por qué no iba a hacerlo? Te ves mucho más feliz que hace un mes, cuando te encontré. – dijo ella como si fuese algo obvio. – Bueno… es que tú y tu hermana han sido muy buenas conmigo. Realmente se los agradezco mucho. – Harry se puso a pensar un poco, y recordó algo más, algo sobre lo que quería hablar con ella. – Ahora que recuerdo, cuando nos conocimos mencionaste que tampoco tenías padres, igual que yo. ¿Qué sucedió con ellos? La sonrisa de Lilith se apagó. Harry ya sospechaba que quizás era un tema sensible para ella, aunque no parecía estar deprimida, sino más bien pensativa. – Eso es… un poco complicado de explicar. – dijo ella. – Si no quieres hablar de eso… – No, no es que no quiera. – dijo Lilith rápidamente. – Es sólo que, puede que sea una historia un poco larga. – Bueno, tenemos tiempo, y no hay nada que hacer. – dijo él. Eso pareció convencerla. – Bien, entonces prepárate. – Lilith aspiró profundamente. – Aunque Morrigan y yo nos tratamos como hermanas, en realidad somos, o más bien, alguna vez fuimos una misma persona. – ¿Una misma persona? – Harry ladeó la cabeza, confundido. – No vayas a decir que yo te lo dije, pero Morrigan nació en el año 1678. Es decir que tiene poco más de tres siglos de edad. Cuando nació, su poder era tan elevado que representaba un peligro para sí misma y para los demás a su alrededor. Debido a eso, su padre Belial Aensland, que en ese entonces era el monarca del Makai, decidió dividirlo en tres partes, por su seguridad. La dejó a ella con un tercio de su poder original, selló otro tercio en sí mismo, y el otro tercio restante en una dimensión de bolsillo. Con la esperanza de que cuando Morrigan fuese adulta, pudiese controlar mejor su poder, le devolvería el poder que selló en su interior cuando él muriese. – ¿Y qué pasó con el otro tercio? – preguntó Harry. – Bueno, sucede que Belial falleció antes de poder recuperar ese otro tercio del poder original, y éste permaneció atrapado hasta que una brecha dimensional rompió el sello, hace unos doce años aproximadamente. La energía que se liberó terminó adquiriendo voluntad y personalidad propia, y… se materializó en otro ser. En mí. Harry se sorprendió. Eso significaba que Lilith en realidad era una parte de Morrigan. Ciertamente eso explicaba el parecido físico entre las dos, pero en el tiempo que llevaba viviendo con ellas, ambas eran bastante diferentes en personalidad. Lilith era muy alegre, a veces un poco juguetona y hasta infantil, mientras que Morrigan proyectaba un semblante maduro y misterioso acorde con su apariencia adulta. – ¿Y qué sucedió después? – preguntó Harry, queriendo saber más. – Durante un tiempo vagué por todas partes, sintiéndome perdida… e incompleta. No sabía quién era, o por qué estaba aquí. Un demonio llamado Jedah Dohma me manipuló diciendo que debía encontrar a Morrigan y derrotarla para obtener respuestas. En realidad, sólo me estaba utilizando, ya que intentaba hacerse con el control del Makai y Morrigan representaba un obstáculo para él. Al final, sin embargo, me liberé de su control y ayudé a Morrigan a derrotarlo, aunque casi termino desvaneciéndome en el proceso. – ¿Desvaneciéndote? – Harry se sintió confundido, y algo aterrado por las posibles implicaciones de esa palabra. Lilith suspiró mientras estiraba una mano en el aire. – Mi cuerpo físico fue creado artificialmente, así que no es capaz de sustentar el poder de Morrigan por sí solo. Si excedo mis límites, corro el riesgo de desaparecer por completo. La única forma de sobrevivir es volver a fusionarme con Morrigan. Así fue como ella me salvó la primera vez. Aún tengo que hacerlo regularmente, ¿sabes? Ella puede existir sin mí, pero yo literalmente no puedo vivir sin ella. Harry recordó que la otra noche, Morrigan y Lilith le dijeron que necesitaban algo de “privacidad”, ya que iban a hacer algo que los niños no debían presenciar. El chico, que a pesar de su corta edad no era tan inocente como para no entender las implicaciones, asumió primero que iban a hacer algo indecente, aunque luego lo descartó considerando que eran hermanas. Ahora empezaba a entender a qué se referían en ese momento, y se dio cuenta que intencionalmente habían hecho una broma de doble sentido para sacarle esa reacción. – Y… supongo que han estado juntas desde entonces, ¿no? – dijo Harry, buscando continuar la conversación. – Así es. Puede que esto te sea difícil de creer, pero Morrigan en ese momento me salvó porque sintió compasión por mí, incluso aunque yo la ataqué primero. Al fusionarse conmigo ella recuperó su poder original, pero eso no le importaba realmente. Ella sabe que yo tengo mis propios deseos, así que por eso no me retiene a la fuerza, aunque bien podría hacerlo si quisiera. Por supuesto, siempre me dice que tenga cuidado, que no me exceda y todo eso, pero… sé que ella se preocupa por mí a su manera. Como una buena hermana. – ¿Fue por eso que decidieron sacarme de Privet Drive? ¿Las dos sintieron compasión por mí? – Supongo que sí. – asintió Lilith. – El día que nos conocimos, creo que vi un poco de mí misma en ti. Cuando estaba sola y perdida, sin nadie que se preocupase por mí. La diferencia era que yo no tenía un lugar dónde vivir, mientras que tú estabas encerrado en esa casa que debía ser como una prisión. – Esa descripción encaja muy bien. – admitió Harry. – La verdad, no sé por qué los Dursley me tenían allí, si claramente me detestaban. No me extrañaría si ahora estén celebrando que ya no tienen que mantenerme. – Ya no te preocupes por ellos, porque no volverás a ese lugar. – dijo Lilith, pasándole la mano por encima del hombro y empezando a desordenarle el pelo cariñosamente. – Ahora eres parte de nuestra familia. Harry se permitió disfrutar un poco del gesto de Lilith. Se sentía bien, ser parte de una familia, no importaba que fueran súcubos, aunque desde su perspectiva, Morrigan y Lilith eran mucho más humanas que los Dursley. Al menos, con él lo eran. Y hablando de Morrigan, en ese momento la puerta se abrió, y la súcubo mayor entró a la casa. Iba vestida con un traje de tres piezas que al igual que el resto de su guardarropa se ajustaba a sus curvas, e iba con el saco abierto para mostrar su amplio escote. – Ya llegué, niños. – saludó mientras colgaba su saco en el perchero de la entrada. – ¿Se han portado bien? – No hemos destruido nada, si es lo que preguntas. – dijo Lilith, siguiéndole el juego. – ¿Qué tal el trabajo? – Bien, supongo. – dijo Morrigan dirigiéndose hacia el refrigerador para servirse un trago. – Hasta un poco aburrido, me atrevería a decir. No hubo clientes que quisieran propasarse y tuviéramos que echar, al menos esta semana. Para poder pagar sus cuentas, y al mismo tiempo mantener algo de normalidad mientras vivían aquí, Morrigan había decidido buscar un trabajo. Tomando ventaja de su buena apariencia y personalidad carismática, había decidido trabajar en un club nocturno. Los detalles específicos se los reservaba, pero al parecer, con tres días a la semana lograba hacer bastante dinero para pagar los gastos esenciales y hasta un poco más, así que no les faltaba nada. – Y bien, ¿tienen planes para mañana? – preguntó Morrigan sentándose en el sofá entre los otros dos, antes de abrazarlos a los dos. – Ya que es fin de semana, estaba pensando en que podríamos salir los tres a hacer algo juntos. – ¿Algo como qué? – preguntó Harry, intentando no mirar mucho hacia el escote de Morrigan, que estaba demasiado cerca para su gusto. – Tal vez ir al cine. No hemos ido a ver películas en mucho tiempo, ¿verdad, Lilith? – Eso suena bien. – dijo Lilith. – ¿Alguna que quieras ver, Harry? – Lo que ustedes elijan está bien para mí. – dijo el chico, con una gran sonrisa. – Me hará bien salir un poco. Aunque ya era un poco tarde, los tres siguieron despiertos un rato más, haciendo bromas y planeando la salida de mañana. Se sentía muy bien poder hacer lo que quisiera, y aunque no quería abusar de la hospitalidad de Morrigan y Lilith, definitivamente tampoco iba a despreciar su generosidad. Y por dentro, hizo una nota de encontrar una forma de pagárselos, algún día. Poco sabía Harry Potter que, mientras él estaba disfrutando de su nueva libertad en compañía de Morrigan y Lilith, había muchas personas preguntándose por su paradero y buscándolo frenéticamente. El chico no tenía manera de saber que un gran y, hasta cierto punto, terrible destino le aguardaba en un futuro muy cercano, y los engranes que lo movían ya se habían puesto en marcha.***
Unos días después, en Hogwarts… La atmósfera en el colegio de magia y hechicería se había vuelto tan intensa que casi se podría cortar con una espada. A estas alturas, prácticamente todo el personal del colegio estaba enterado de la desaparición de Harry Potter, y aunque las reacciones fueron variadas, en general había mucha conmoción y preocupación. Hasta los alumnos, la mayoría de los cuales no sabía nada, estaban notando el cambio en el comportamiento de los docentes, y cómo este afectaba sus clases. En la oficina del director, Dumbledore hacía un esfuerzo por mantener la calma y concentrarse en sus deberes, algo que se volvía cada vez más difícil con cada día que pasaba. Especialmente dado que el mismo Ministro de Magia, Cornelius Fudge, se estaba involucrando, diciéndole que tenía que hacer algo para encontrar al muchacho, mientras Dumbledore intentaba calmarle diciendo que tenía a muchos de sus contactos en el caso, y que esperaba que alguno de ellos pronto le trajera noticias sobre el paradero del muchacho. Y afortunadamente, tras mucha desesperación que apenas había podido reprimir, aquel día finalmente llegaría algo. La escalera de caracol de la oficina comenzó a ascender, y a los pocos segundos, se hizo presente un hombre con túnica negra, piel pálida y cetrina, y cabello largo, negro y grasiento con una expresión permanente de enojo. – Con su permiso, director. – saludó el hombre con una voz seca y una ligera reverencia. – Severus… ¿he de asumir que traes noticias? – Así es. – asintió el hombre, mostrando un sobre cuyo sello había sido abierto y dejándolo en el escritorio. – Y con el debido respeto, aunque estaba dirigido a usted, no pude evitar querer leerlo primero. La impaciencia me ganó, y le ofrezco mis disculpas por ello. La buena noticia es que sí, finalmente uno de nuestros contactos en el mundo muggle encontró al chico Potter. Aunque otras personas se ofenderían de que su correspondencia fuese abierta, Dumbledore decidió dejarlo pasar. Después de todo, confiaba plenamente en Severus Snape, y él era uno de sus hombres más importantes, con toda la información que pudo proveerle sobre los movimientos y planes de Lord Voldemort, y era uno de los que estaban más involucrados en proteger a Harry Potter, aunque sus motivos fuesen poco menos que altruistas. Dumbledore cogió el sobre ya abierto. El remitente era Dedalus Diggle, uno de los miembros de la Orden del Fénix que, pese a sus excentricidades y que a veces podía ser algo indiscreto, era muy capaz cuando se lo proponía. Dentro había un trozo de pergamino doblado, y una fotografía que, aunque tomada a distancia y en un ángulo algo incómodo, mostraba una imagen bastante clara de Harry Potter, acompañado de dos mujeres. Y una de ellas, le resultó extrañamente familiar. Su rostro era inconfundible, aunque lo había visto hacía más de cincuenta años. Un rostro que nunca creyó volver a ver… – ¿Director? – preguntó Snape, sacándolo de su breve estupor. Sin decir nada, Dumbledore cogió el pergamino para leer la nota de Dedalus Diggle, que seguramente explicaría todo. Estimado profesor Dumbledore:No creerá el golpe de suerte que tuve. Cuando nos dijo que Harry Potter había desaparecido de su hogar, ¡realmente entré en pánico! Por las barbas de Merlín, no podía creer que alguien hubiera podido llevárselo, si se suponía que estaría más seguro en ese lugar que en ningún otro. Hasta temí que se lo hubiera podido llevar algún mortífago que escapó la condena en Azkaban, figúrese.
Como sea, la cosa es que el otro día, cuando andaba investigando por Great Whinging, por pura casualidad lo vi. Estaba en un centro comercial, acompañado por un par de mujeres. Lo más extraño era que parecía estar a gusto con ellas, sin resistirse ni nada, no como alguien que había sido secuestrado o llevado contra su voluntad. Intenté acercarme, pero la seguridad del lugar me sacó, ya que dijeron que me veía sospechoso.
Aun así, conseguí tomarles una foto lo bastante clara, para enviársela a usted, espero que le sea de ayuda. Mientras tanto, intentaré seguir investigando por la zona, para ver si puedo descubrir quiénes son esas mujeres o dónde viven. Lo mantendré al tanto de cualquier cosa que averigüe.
Dedalus Diggle
Dumbledore terminó de leer la carta. La buena noticia era que, al menos, ahora le daba una ubicación general del paradero de Harry Potter. Pero la pregunta era, ¿por qué no lo habían encontrado antes, si no estaba tan lejos del hogar de su familia? Great Whinging estaba sólo a unas diez millas de Little Whinging, y el condado de Surrey tampoco era tan grande, relativamente hablando. Alguien tendría que haber visto a Harry Potter antes. Pero la mayor pista no era la ubicación, sino la foto adjunta de Harry con esas dos mujeres. En efecto, Harry se veía… muy alegre, a gusto con ellas. Parecía estar pasándola bien, divirtiéndose, fuera lo que fuera que estaban haciendo. Las mujeres, por su apariencia, parecían hermanas, una con cabello corto y al parecer de unos doce o trece años, y la otra más alta y voluptuosa, con cabello largo y de aspecto en sus veintitantos. – Morrigan Aensland… – dijo en voz alta. – ¿Quién? – preguntó Snape. Dumbledore volteó la fotografía y se la dio a Snape. – Una de las mujeres en esta fotografía. Tengo la certeza de que se trata de Morrigan Aensland. – dijo el director. – ¿Y quién es ella? – preguntó Snape, aún más confundido. – Una súcubo a la que conocí hace más de cincuenta años. – dijo Dumbledore. – Nunca creí que nuestros caminos se volverían a cruzar. – ¿Una súcubo? – Snape pareció alarmado. – ¿No se supone que esas criaturas llevan varios siglos extintas? – Algunas de ellas han sobrevivido, y sólo se ocultan de nosotros. – dijo Dumbledore. – Tienen sus… medios para evadirnos. – Pero si Potter está en manos de una súcubo, ¿eso no significa que…? – Tranquilízate, Severus. – dijo Dumbledore, alzando una mano, para frenarle las posibles implicaciones. – A pesar del estigma en contra de las súcubos, conocí a Morrigan Aensland personalmente, y dudo que tenga intenciones malévolas con Harry Potter. De hecho… algo me dice que tal vez ni siquiera tenga idea de lo que sucede. – ¿Y qué vamos a hacer entonces? – dijo Snape, cruzándose de brazos. – ¿Cómo vamos a encontrarla? – No será necesario. – Dumbledore se levantó de la silla y fue hacia uno de sus gabinetes. Abrió varios de ellos hasta dar con el que estaba buscando, un pequeño contenedor que se parecía mucho a una caja fuerte de las que utilizaban los muggles. Del tipo que servirían para guardar objetos que eran demasiado peligrosos para dejarlos a la vista, pero demasiado valiosos para destruirlos. Y en este caso, el objeto que estaba dentro cumplía ambas condiciones. Un espejo de dos vías, adornado con una gema verde en la parte superior y dos gárgolas aladas enmarcándola. Un recuerdo de su último encuentro con Morrigan Aensland, que ella le dejó por si, algún día, “cambiaba de parecer” o quería volver a hablar con ella por cualquier motivo. Nunca se imaginó que realmente lo llegaría a utilizar. – Morrigan, deseo hablar contigo. – dijo. La imagen del espejo se deshizo en un remolino de humo, y a los pocos segundos apareció el rostro de la súcubo, tal y como él la recordaba. El mismo cabello esmeralda, los mismos ojos, y sus alas en la cabeza. Y lo más notorio, era esa sonrisa seductora característica suya. – Hola, gracias por llamar. Si estás viendo esto, lamentablemente ahora no me encuentro disponible, pero déjame un mensaje y mi espejito lo grabará. Te llamaré de vuelta en cuanto pueda, adiós. – dijo la última palabra con una voz cantarina, antes de guiñar el ojo y enviar un beso con los dedos. Dumbledore suspiró. Así que no estaba disponible, pero al menos, hizo el esfuerzo de dejar un medio para que pudiese contactarla, usando el equivalente de un contestador automático como los que los muggles usaban en sus teléfonos. Dumbledore miraba a Snape, que permaneció impasible, pero dadas las circunstancias, sabía lo que tenía que hacer. – Saludos, Morrigan. Sé que ha pasado un largo tiempo desde la última vez que nos vimos… Esta historia continuará…