Capítulo 1
11 de septiembre de 2025, 16:09
Hika estaba encima de Yoshiki. Su cadera se movía hacia adelante y hacia atrás en un ritmo pacífico, como si no tuviera intención de terminar el momento, extasiado por las sensaciones lentas pero intensas. Jadeaba con la boca entreabierta y cerraba los ojos sin reparo en el mundo.
Yoshiki, en cambio, apretaba los labios y fruncía el ceño. Sus manos presionaban con fuerza la cintura de su amante. Parecía padecer un sufrimiento apenas contenido.
La oscuridad de la habitación los rodeaba y se fundía entre la unión de sus cuerpos brillantes y al desnudo.
Hikaru vio esa secuencia salvaje desde la ventana, a causa de las cortinas mal cerradas. Y, por primera vez, se arrepentió mucho de haber husmeado en lo que no le correspondía. Aunque en su defensa, jamás espero encontrarse semejante escena...
Había ido a buscar a su mejor amigo, porque hacia meses su relación sufrió una decaída y estaba honestamente harto de la distancia. Pero su hermana le dijo que no estaba en casa, pues salió con alguien. Quiso indagar, mas no se atrevió. Yoshiki no solía ir de paseo muy seguido, debías ser súper valioso para él como para que accediera a salir de su casa. ¿Ese alguien era tal vez una chica? Pensar en ello lo aquietó, y a la vez le produjo molestia.
Si había empezado a conocer a una mujer quería saberlo, reírse de eso, conocerla, darle el visto bueno; lo que siempre creyó que pasaría cuando fueran más grandes. Sin embargo, Yoshiki lo estaba dejando de lado, como si no fuera importante para nada en su vida.
Por eso se coló en el patio trasero de la casa de Yoshiki para husmear en su habitación; necesitaba asegurarse de si en verdad estaba conociendo a alguien o solo lo estaba evitando. Cualquier alternativa era mala, pero una, como mínimo, podía tener solución si lo charlaban.
Y así cometió el peor error de todos. Ni la lejía sería capaz de borrar de sus ojos el horror que presenció de frente: su hermano gemelo y su mejor amigo enredados en las sabánas de la misma cama en la que jugaban de niños, besándose el uno al otro con pasión y algo parecido al anhelo... Estaban acostándose como dos perros.
Se apartó de la ventana con las piernas debilitadas. Caminó en reversa como si su alrededor fuera de cristal y un solo sonido pudiera destrozarlo todo, y dándole un último vistazo a la espalda de Hika, abrazada por Yoshiki, se retiró del desolado patio.
No sabía qué cará poner, ni qué pensar. Solo era consciente de su corazón echo una bola gelatinosa. En el fondo, aún no podía asimilar lo visto, pero era obvio. Sin importar cuánto se dijera que era una alucinación, que quizás inhaló alguna sustancia tóxica sin querer, él contempló de primera mano esa realidad asqueante.
Sus pisadas apresuradas levantaron tierra a su paso. Sentía haber atrapado infraganti a su papá siéndole infiel a su mamá, o viceversa. El ejemplo nacido de sus divagues empeoró su cabeza ya revuelta. Su padre se había ido de ese mundo hacia tiempo y pensar en ello le hizo recordar que era imposible correr para buscar un consejo suyo.
El trote agitado terminó frente a un puesto de helados; donde siempre iban con Yoshiki tras salir de clases.
Pidió dos paletas y tomó asiento en un banquito. Mordisqueó ambas en silencio hasta tener los palitos goteando sobre sus zapatillas. Poco después, muchas hormigas se acercaron a olfatear sus pies, y supo que era hora de irse.
En la vuelta a casa, decidió analizar la situación, cosa que no le gustaba hacer. ¿Qué pasó para que sucediera este cambio abrupto?
Bueno, si debía establecer un punto en el tiempo, diría que fue durante el invierno pasado. Esa temporada trajo muchas novedades. La principal fue su hermano gemelo, Hika.
Ambos debían ir a la montaña para realizar un ritual familiar, algo aparentemente sencillo. Pero entonces, a mitad de la madrugada de la fecha acordada, Hika desapareció. Cuando volvió ya no era el mismo Hika de siempre.
Su hermano solía ser calmado y reservado. No iba al colegio porque desde joven contó con un sistema inmune muy débil, lo que atraía todo tipo de enfermedades a su cuerpo. Era pálido, flacucho y de cabello blanco; una copia suya, pero desgastada y frágil. No tenía mucho sentido del humor, cada palabra la entendía literalmente, comía poco y nada... En fin, era como tener un ermitaño propio.
Después de días de búsqueda infructuosa por la montaña y el bosque, por fin lo encontraron. Pasó una noche en el hospital bajo observación, luego fue a dormir a su hogar. Hikaru se lo topó en la mañana sentado en la mesa. Miraba con fijeza un tazón de leche, como si no supiera qué hacer con él.
Hikaru quedó parado sobre el umbral, anonadado por tres segundos.
—¡¿Hika?!
Corrió hacia él apenas salió del estupor. Lo tomó por los hombros y, tras comprobar su reflejo en los ojos del contrario, la angustia de la última semana se escapó de su pecho en un suspiro. Lo abrazó con toda la fuerza posible.
—Hermano, creí que... Que algo malo te pasó. Me alegra mucho que estés aquí.
—A mí también, Hikaru —respondió este, risueño.
El pronunciamiento de su nombre en la boca de Hika se sintió extraño. Fue similar a un extranjero tratando de decirlo por primera vez. Pero Hikaru no le prestó atención a tan banal detalle. Tal vez su hermano había sufrido graves golpes en la cabeza en su tiempo perdido.
—Cuéntame qué pasó. ¿Tuviste un accidente o alguien quiso hacerte daño? ¿Por qué desapareciste así, sin avisarme siquiera? ¡Teníamos acordado lo que haríamos!
—Lo siento —le dijo en voz baja con un semblante abatido.
Hikaru resopló, disconforme.
—Está bien. Hablemos mientras preparamos el desayuno. —Miró hacia los alrededores—. ¿Y mamá?
—Fue a hacer las compras. Quiere que haga una... dieta.
—Ah, sí, debe ser necesario. ¿Qué dijeron los doctores?
—No mucho. Les sorprende lo dura que es mi cabeza. Me caí por un barranco, por eso nadie pudo dar conmigo. Es una suerte que hayan logrado encontrarme a tiempo.
Hikaru se apoyó en la encimera de la cocina y lo miró. La congoja le hizo poner una expresión dolida.
—Por favor, no hagas algo así de nuevo. Todos estuvimos preocupados a muerte. No sabíamos qué era de ti ni por qué te fuiste de esa manera. ¿Qué te hizo irte en la madrugada?
Hika se aproximó con lentitud, al parecer midiendo su reacción.
—Tú te iras algún día. A Tokio o a otro lado. Pero yo no. Yo me quedaré en este pueblo toda mi vida. Si se da así, seré el cabeza de familia. Sentí que debía comportarme como uno desde ahora, pero al final actué bajo impulsos y... me arrepiento muchísimo. De verdad, perdóname, Hikaru.
Frunció la boca.
—Te entiendo, ¡pero aun así debiste decírmelo! ¿Sabes lo horrible que habría sido perderte? —Se agarró de la cabeza, gacho—. No hubiera podido vivir tranquilo nunca más. Eres mi gemelo, Hika, mi único hermano. Estos días fueron un desastre para mí y mamá. Ya perdimos a papá, si a ti también... —Negó—. No importa, dejemos el tema aquí. Solo prométeme que no harás algo así de nuevo.
Hika asintió. Sus ojos se veían culpables.
—Te lo prometo, hermano.
Y Hikaru le creyó ciegamente, porque su hermano jamás mentía.
—Bien. Ya todo pasó.
—¡Llegué, chicos! —anunció su madre desde la entrada.
Desayunaron y hablaron de lo sucedido un rato más, dejaron el asunto por la mitad cuando Hika fue a descansar. Los días seguidos a ese, fueron igual de pacíficos; nada malo aconteció. No obstante, hubieron cambios que por más mínimos que fueran, Hikaru no pudo evitar notar.
Era como si su hermano hubiera sido cambiando por otra persona.