ID de la obra: 761

Reinvención

Slash
PG-13
En progreso
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Midi, escritos 14 páginas, 4.820 palabras, 2 capítulos
Descripción:
Notas:
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La carta

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"Querido Evan: Hoy no va a ser un buen día, ni un buen año... ¿Por qué lo sería? Todo transcurre en el mismo bucle de siempre. Me siento atrapado en estas paredes donde me da la impresión de que nadie es capaz de entender lo que siento; incluso si así fuera, dudo que se quedaran. Acabarían sintiendo repudio por lo que soy... y no los culparía. ... si desapareciera, ¿alguien se daría cuenta? Creo que solo estoy cansado de fingir constantemente. Ya no quiero fingir, pero sé que es mejor jugar a la segura que darle más motivos a los demás para hacerme quedar al margen. Al final, creo que nada cambiará. Todo seguirá igual. Quisiera que no fuera así, pero ya no lo soporto. Lo lamento. Atentamente, yo". En cuanto acabó de escribir la carta en la computadora y presionó el botón de imprimir, Evan se quedó congelado. ¿De verdad acababa de escribir la carta más pesimista y horrible como si nada? En cuanto se dio cuenta de eso, se sintió fatal y el estómago se le revolvió. Menuda ironía. Su psicólogo lo mandaba a escribirse cartas para cambiar su forma negativa de ver el mundo y se las apañaba para crear la carta más pesimista de su vida. Se pasó las manos por el cabello y sintió ganas de llorar. Odiaba tanto esas tareas porque nunca tenía idea de qué escribir en las cartas. ¿Escribir cosas positivas? Era la carga más detestable, ¿escribir cosas negativas? Le salía tan natural que podría escribirlas hasta con los ojos vendados. Soltó un hondo suspiro y se puso en pie, dirigiéndose hacia la impresora del salón vacío de cómputo para destruir la carta lo antes posible. Era obvio que no quería que el doctor Sherman la leyera, pero no solo eso, sino que él tampoco quería volver a verla en su vida. Escribir todo eso había sido un arrebato de locura y estrés, mas no tenía intenciones de que llegara a ninguna luz. Se quedó ahí, esperando a que la hoja terminara de imprimirse. Le dio un golpe a la máquina para que acabara de procesar el trabajo porque todo indicó que había elegido el momento perfecto para atascarse. —Necesitas pegarle dos veces. Evan se sobresaltó con tanta fuerza que casi se resbaló y cayó al suelo, lo que habría sido una muy mala fortuna considerando su brazo enyesado. No le apetecía romperselo dos veces. Abrió los ojos de hito en hito y sintió un dolor en el cuello al volver la cabeza con absoluta rapidez hacia el origen de la voz. Ah, el mítico Connor Murphy. Intentó actuar como si no acabaran de verse alrededor de dos horas atrás, cuando Jared dijo algo estúpido sobre Connor con Connor estando ahí presente... y bueno, lo demás era historia. Evan se estremeció al recordar el fastidio en la mirada de Connor y la fuerza con la que le había empujado al suelo. No era una escena que tenía ganas de repetir. Tragó saliva en seco y asintió con torpeza ante las palabras del chico, tardando en captar que acababa de darle un consejo. Hizo lo que le indicó, golpeando una segunda vez a la impresora y agradeciendo a los cielos que sí funcionara. Suspiró con alivio. —¿Cómo te rompiste el brazo? Ah, así que Connor estaba tratando de hacerle conversación. Evan se quedó tan anonadado que le costó hallar una respuesta. —Es una anécdota bastante divertida —atinó a contestar, incluso si no era una anécdota en lo absoluto divertida y él lo sabía, pero parecía que el humor era la mejor forma de procesar su lamentable situación y el hecho de que se quedó un buen rato esperando a que alguien viniera a buscarle tras esa caída. Y esperó, y esperó... Sin embargo, cuando le contó eso a Connor, él sí se echó a reír, a diferencia de la reacción conflictuada que Jared le había dedicado en la mañana. Su risa provocó que Evan sonriera con algo de timidez y duda. En parte, le resultaba extraño y confuso que ahí estuviera Connor intentando entablar una charla civilizada con él, porque era como estar presenciando a un leopardo actuando con dulzura en lugar de intentar comérselo; y otra parte suya quería huir lo más rápido posible antes de que le cambiara el humor o algo así de aterrador. Había oído demasiadas cosas de Connor como para saber que no era una persona con la que sería prudente relacionarse, especialmente cuando Evan mismo era la personificación de la ansiedad y el pánico excesivo. Luego, Connor dijo: —Nadie te ha firmado el yeso. Evan se lo miró como si acabara de darse cuenta de ese descubrimiento. —Ah —fue lo único que se le ocurrió decir. —Yo te lo firmaré. —No hace falta. Y sin embargo, Connor insistió, y Evan acabó dándole el marcador para que colocara su nombre en letras grandes en su yeso, como si quisiera demostrar que él había estado ahí. —Ahora ambos podemos fingir que tenemos amigos. Las palabras provocaron una mezcla de vergüenza y duda en Evan. ¿Cómo era que Connor sabía que él tampoco tenía amigos? Aunque, por otro lado, no era en lo absoluto difícil de predecir. Siempre estaba solo en los almuerzos y, hasta ahora, nadie le había firmado el yeso. Además, ¿quién sería amigo de alguien así de ansioso y extraño y que tenía las manos sudadas casi todo el tiempo? Qué detestable. Era lógico que Connor llegara a esa conclusión sin ningún problema. —¿Estabas imprimiendo una tarea? —Sin permiso, Connor tomó la carta que acababa de salir de la impresora. El color desapareció del rostro de Evan. —Eh, no, bueno, sí... —Hizo amago de tomar su carta, pero Connor retrocedió, ahora leyendo superficialmente el contenido de la carta mientras sus dedos se afianzaban a la hoja. —Te estás burlando de mí, ¿verdad? Evan le miró, perplejo. —¿Qué? —No soy idiota. ¿Qué es este rollo psicológico? Has visto que estábamos los dos a solas en el aula y lo has escrito para que lo viera y me enfadara, porque seguro sabes lo que dicen de mí... Que estoy loco y todo eso, ¿piensas que estoy loco, Hansen? Siendo honesto, Evan no tenía idea de qué decir. —Pues vete a la mierda —musitó Connor, gruñendo como un perro rabioso y dándole la espalda. Antes de saberlo, se había llevado su carta. Antes de saberlo, ya se había marchado. . Evan intentó no pensar lo peor durante el día siguiente en que Connor no vino a la escuela. Estaba aterrado. Tenía miedo de que Connor fuese a publicar esa carta y exponerlo en medio de toda la escuela, porque... ¿por qué no lo haría? Seguro que Connor ya había leído la carta bien y había llegado a la conclusión que no era una burla sino la manifestación de los problemas de Evan, y que seguro eso era gracioso. Claro, ¿por qué no hacerle sufrir más al exponerlo frente a todos? De todos modos, ya sabían que Evan era raro, así que ¿por qué no echar más leña al fuego? Seguro que eso haría que muchos se rieran un buen rato. Es decir, no era raro que Connor faltara a la escuela. Lo raro vino cuando Zoe, su hermana, también se ausentó. Evan no conocía mucho a Zoe más allá de saber que tocaba en una banda de jazz. Una vez se había pasado por uno de sus conciertos porque le resultó llamativa la música, mas acabó yéndose a la mitad por el hastío de las personas que le rodeaban. Sin embargo, no es que pudiera considerar que era amiga suya, especialmente cuando ella no debía ni tener idea de quién era... Es decir, habían tenido esa interacción cuando Connor le empujó y Zoe se disculpó en su nombre, pero, más allá de eso, ella no sabía nada de él. Eso estaba tan bien para Evan como con todos los demás que tampoco conocían su existencia. Suspiró. La incertidumbre le estaba matando. Intentó convencerse de que la ausencia de los hermanos Murphy no estaba relacionada a él ni a la carta suya que Connor se había llevado... Es decir, le resultaba mucha coincidencia que ambos eventos estuvieran conectados por el tiempo, pero lo más posible es que ellos no pensaran en él lo más mínimo y que Evan fuera el único que seguía dándole vueltas al asunto. O al menos eso pensó hasta que le llamaron a la oficina del director. Al entrar a la oficina y detenerse bajo el umbral, se encontró con dos personas sentadas en las sillas contiguas al escritorio. Una pareja. A juzgar por su edad, debían ser padres de familia. Confirmó sus sospechas cuando el hombre carraspeó con la garganta y dijo: —Somos los padres de Connor. Evan parpadeó varias veces. Por tradición, acabó tomando asiento en la silla disponible frente a la pareja, sintiéndose pálido y enfermo aun si no tenía idea de qué trataba el asunto. Su mente era su peor enemiga y la detestaba, porque le daba un montón de escenarios terribles en cuestión de segundos y eso le hacía lucir tan culpable como si acabara de matar a alguien. —Creemos que esto es para ti. —La Sra. Murphy le tendió una hoja doblada y un poco arrugada, la cual Evan tomó por simple inercia. Le bastó con leer el encabezado para saber de qué se trataba. Se le fue el color del rostro (el poco que le quedaba) y su respiración se le cortó. Miró a los padres de Connor, perplejo. —Esto... —intentó decir, mas fue interrumpido por el Sr. Murphy. —No sabíamos de ti. —¿De mí? —No tienes que ocultarlo más, querido —agregó la Sra. Murphy con expresión suave—. Sabemos que Connor y tú... bueno, que están juntos. Evan le observó con absoluto desconcierto. —¿Juntos? —repitió la palabra, tratando de hallar la connotación que la mujer debía estarle dando como para mirarle con esa intensidad. —Bueno, no sé cómo se diga —se apresuró a aclarar ella—, ¿que son pareja? ¿O novios? No lo sé, perdóname. Somos nuevos en esto, Evan, apenas estamos entendiendo el hecho de que nuestro hijo hubiera mantenido una relación en secreto con otro chico... —No tenía por qué ocultarlo —murmuró el Sr. Murphy con gesto de fastidio—, yo jamás le recriminé el hecho de que fuera gay. —No, pero ¿leíste la carta? Era obvio que no se sentía aceptado. Se sentía rechazado, Larry, por los cielos... Ni siquiera le diste importancia cuando salió del clóset. —¡Porque ni siquiera nos lo contó! Simplemente nos enteramos cuando lo hallamos con... —El Sr. Murphy se interrumpió bruscamente a sí mismo, tosiendo en su puño con fuerza y mirando a Evan—. Lo siento, no creo que te interese oír eso. Lo que estábamos intentando decir es que encontramos esa carta con Connor. Evan los miró, espantado. —Se refieren a que... —trató de decir, pero las palabras murieron conforme el hilo de voz se hizo demasiado inaudible. —Connor está vivo —dilucidó la Sra. Murphy, esforzándose por mostrar una sonrisa aunque sus ojos se llenaron de lágrimas—. Ayer en la noche tuvo un accidente... Pero, a juzgar por la carta... —Fue un intento de suicidio —dijo el Sr. Murphy, mostrando una expresión seria—, lo encontraron esta mañana y está en el hospital. El accidente en sí no fue grave, pero lo indujeron en un coma por precaución, así que no ha despertado. El mareo que siguió a estas palabras fue tan intenso que Evan enterró su rostro entre sus manos y se mordió la lengua, intentando no vomitar de la mortificación. Oh, cielos, Connor... Un intento de suicidio... Estaba en el hospital. Ni siquiera conocía a Connor, pero la combinación de todo eso le resultó tanto amarga como familiar. Se le formó un nudo en la garganta y sus puños temblaron. —No queríamos que te enteraras por el teléfono —murmuró la Sra. Murphy—. A pesar de la situación, nos sentimos en la obligación de venir a buscarte y explicarte lo que había pasado. Perdóname por haber empezado la noticia de la peor manera. Y tampoco queremos presionarte con la situación, y menos queríamos dejarte sin explicaciones... Así que, si quieres venir al hospital a ver a Connor, eres bienvenido. Ya no está en cuidados intensivos y le hemos movido a una sala privada donde pretendemos acompañarlo hasta que despierte. Estoy segura de que estará feliz de verte ahí cuando lo haga. No era un "si despierta" sino un "cuando despierte". La esperanza de la mujer era tan radiante que Evan pudo levantar la cabeza y mirarla en silencio con algo de vergüenza. Acto seguido, finalmente se recuperó del shock y comprendió lo que estaba ocurriendo. Los Murphy pensaban que él y Connor... que los dos... Desdobló la hoja de su carta y la leyó a pesar de ser el dueño y tener las palabras impresas en su cerebro. Y sin embargo, cuando volvió a leerla y buscó darle la connotación de haber sido escrita por un chico homosexual que se sentía rechazado por la sociedad y sus padres, se encontró con que las palabras concordaban. Maldición. Se quedó en blanco. —Connor... él no... —trató de explicarse, mas las palabras no salían con naturalidad. Se ruborizó por la frustración y apretó los puños con fuerza. —Lo sé —le dijo la Sra. Murphy, parpadeando con fuerza para apartar las lágrimas de sus ojos—, yo tampoco tenía idea. —Nos alegra haberte visto. —El Sr. Murphy se puso en pie, teniéndole una tarjeta con una dirección anotada—. Ven a verlo al hospital cuando te sientas listo. Llama a mi celular para que vayamos a buscarte a recepción, ¿de acuerdo? Pero no hay prisas... Sabemos que esto es difícil de digerir y entenderemos si necesitas tu espacio antes de venir. Sin embargo, también toma en cuenta que Cynthia y yo jamás rechazamos a Connor por su sexualidad... Y si tú estás con nuestro hijo, entonces considerate parte de nuestra familia. Evan parpadeó varias veces. —Larry, mira. —La Sra. Murphy sonrió y las lágrimas se deslizaron por sus mejillas—. Le firmó el yeso. Qué hermoso. Casi se había olvidado de eso. De ese detalle que, a simple vista, era poca cosa. Pero a los ojos de la mujer, parecía ser el detalle más significativo del mundo. Acabó huyendo de ahí por la falta de aire en sus pulmones. Se sintió tan abrumado que necesitó largarse para procesar la situación en silencio. Una vez lo hizo, se lamentó por no haber disuelto el malentendido en ese preciso instante.
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