Aredhel llevaba aproximadamente 4 siglos viva. Había tardado en reencarnar incluso más que su padre, ya que se negaba a abandonar los salones de Mandos mientras su hijo aún estuviera allí. Finalmente, Namo y su familia la convencieron de abandonar su cruzada ya que su hijo no deseaba verla.
Eso no significaba que se hubiera rendido por completo. Periódicamente iba a las puertas de Mandos a preguntar por Maeglin, pero no obtenía respuesta; recientemente (es decir, hace un siglo) habían empezado a contestarle que él aún no estaba listo para reencarnar, lo que era una mejora con respecto a quedarse en silencio cuando ella preguntaba (lo que era francamente espeluznante, en su opinión; pero no es que los Ainur hubiera mejorado mucho su compresión de los encarnados desde los años de los Árboles).
-Volvamos- Suspiró su hermano. Fingon había sido un gran apoyo en el tiempo que llevaba viva, Turgon no quería saber nada de su hijo y ella tampoco quería hablar con él después de haber tenido la oportunidad de pegarle por ignorar sus últimos deseos después de su muerte, se había alegrado mucho de ver a Argon otra vez, pero haber muerto tan pronto en el hielo hizo que no siempre se entendieran.
Su padre era un punto complicado. Fingolfin había estado dispuesto a ser compresivo y compasivo con su preciosa hija que fue secuestrada y posteriormente asesinada por el malvado moriquende que se encontró mientras vagaba; y Aredhel está muy segura que sería justo lo que necesitaría si ella fuera esa mujer, pero no lo era. No está muy segura de cuando fue que la mente de su marido empezó a degradarse en el demonio odioso y controlador que los había seguido a ella y a su hijo hasta Gondolin, que los había atrapado y que mantenía sus pensamientos ocultos para ella; pero ese no era el elfo con el que en un principio se casó, y ella realmente había amado a Eöl en aquel momento.
Su padre no entendía eso, y su madre tampoco, pero Anäire no la había entendido en mucho tiempo; desde que resultó tan distante de la perfecta princesa omega (o beta, se habría conformado) con la que ella soñaba. No, sus padres no entendían como es que se había enamorado y casado con un elfo moriquendi sin ascendencia conocida.
“Findekáno” Pensó ella mientras cabalgaban por los caminos de vuelta a Tirion
“Realmente entiende en lo que estoy metida. Después de todo, nunca creyó en esas tonterías del amor perfecto que profesan los Vanyar” Su hermano, de hecho, tenía un matrimonio casi más escandaloso que el de ella; después de todo, se casó con otro alfa asesino de parientes.
Llegaron justos para la hora de la cena. Mientras vivía en casa de sus padres, era imposible que escapara de las reuniones familiares que su madre insistía en tener; eran la cosa más tediosa y aburrida del mundo, prefería mil veces cenar en casa de su tío Fëanáro que atenerse a las formalidades en las que insistían su madre y hermana, que tener que soportar el orgullo de su sobrina, pero Fingon le había rogado que intentara mantener algo parecido a la paz familiar mientras vivía con ellos, y él se esforzaba por viajar desde su casa matrimonial hasta el palacio de su padre y soportaba las pullas a su marido con una sonrisa tensa; así que Aredhel intentaba aguantar por su hermano favorito.
Nada más sentarse vio que esta no iba ser una buena noche. Idril había venido sola (Tuor era un hombre agradable que generalmente conseguía moderar a su esposa) y llevaba un vestido azul cielo con joyas elaboradas que llamaban la atención desde todos los puntos de la habitación; Anäire se afanaba en elogiar a su nieta por el conjunto que ella misma había elegido, destacando lo pura, elegante y correcta que se veía.
-Como una verdadera princesa Noldor, una beta tan hermosa- Seguía diciendo, mientras Idril mostraba una recatada sonrisa que ocultaba el orgullo.
Su madre siempre había soñado con la princesa perfecta, devota y obediente que pudiera vestir y presumir ante toda la corte, Aredhel alguna vez había tenido la esperanza de que su sobrina pudiera convertirse en algo más que la muñequita de aparador que Anäire esperaba, pero ya era muy tarde. Solo podía agradecer que su propio hijo nunca sería así.
-Y bueno, ¿qué tal la caminata?- Preguntó Fingolfin con una sonrisa, bendito sea su padre por intentarlo.
Fingon dio una sonrisa tensa -Bien, hace un clima muy bueno y si se mantiene, Russo y yo podremos tener un picnic mañana. Lamentablemente no hemos obtenido ninguna respuesta nueva- Turgon soltó un resoplido.
Aredhel lo miró directamente mientras sonreía fríamente –Lo que sí es una buena noticia es que ya he encontrado un lugar para mudarme, tiene espacio de sobra para Lómion y una forja que estoy segura que disfrutará-
La cara de su madre se arrugó como si hubiera olido algo terrible y su padre se atragantó con el vino, menos mal que no había mencionado que ese lugar era en casa de su tío Fëanáro.
-Hija, ya hemos hablado de esto, no hay necesidad de que te mudes- Su madre la miró como si aún fuera una niña malportada- Sería inapropiado que te mudaras de la casa de tus padres sin un marido, y ya sabes lo difícil que sería encontrar uno para ti-
-Entonces es bueno que ya lo haya hecho yo- Dijo ella con tono cortante- Después de todo no busco un
segundo marido ni atraparé al que ya tengo en Mandos por la eternidad, diga lo que diga el abuelo Finwë-
-Querida- La interrumpió su padre antes de que pudiera seguir hablado de las decisiones de vida de su abuelo- Estoy seguro de que tu hijo estará bien solo en esa casa que has buscado, no tienes que irte. También estoy seguro de agradecerá la soledad, por lo que contó Turukáno la apreciaba mucho en su primera vida-
Turgon soltó un resoplido- No sé porque te molestas, él no va a volver- Rodó los ojos ante la mirada que ella le dirigió- No se siquiera porque Mandos deja salir a eso malditos asesinos de parientes, pero al menos ninguno de ellos se alió con Morgoth. Ese monstruo nunca volverá a la vida, acéptalo-
-De hecho- Interrumpió Idril, con voz recatada- No creo que a su padre tampoco se le permita reencarnar. Tía, digo esto porque me preocupo por ti, deberías considerar la oferta de la abuela de permitir que te encuentre un esposo respetable, hay que noble en la corte del rey Ingwë que no le importa que ya hayas estado casada, pues su bendita princesa Indis fue la segunda esposa del abuelo, y estoy segura de que estaría dispuesto a pasar por alto tu… terrible primer intento siempre y cuando le des hijos dignos- Terminó su discurso con una sonrisa encantadora y consoladora, su padre y abuela la miraron con adoración y orgullo.
Aredhel respiró, llenando el estómago y el pecho tal como le había enseñado su marido, tomó su copa de vino tinto de la mesa y la lanzo con una precisión perfecta para que manchara primero a su hermano y después a su sobrina; después de todo, él tenía la culpa de haberla criado así. Mientras ellos gritaban por la sorpresa y el disgusto, Aredhel se dirigió a su madre.
- ¿Y cómo sabes que hay nobles dispuestos a casarse conmigo? - Su tono sonaba tenso como la cuerda de un arco- ¿No habrás estado preguntado, ¿verdad? -
Su madre se puso aún más pálida- Bueno, quería estar preparada y sabes que solo busco lo mejor para ti. Hablando de eso, ¿Qué ha pasado con tus modales?, no te permití eso de niña y…-
Se calló abruptamente cuando Aredhel se subió a la mesa de un salto, avanzó a paso lento, pateando los platos y copas fuera de su camino, mientras miraba fijamente a su madre y su olor, agrio y enfadado, se filtraba por todo el salón.
-¿Con que derecho, me pregunto, has empezado a ofrecer MI MANO en matrimonio, a idiotas como los de la corte Vanyar, cuando sabéis de sobra que ya estoy casada?. Y no, que no te guste mi marido no es excusa; llevo siglo diciéndote que lo que ocurra entre nosotros es cosa nuestra y si necesito ayuda, la pediré. No que eso sirviera de mucho la última vez-
Miró fijamente a su hermano al decir esto, quién al menos tuvo la decencia de bajar la mirada, ella no había olvidado como esencialmente ignoró su última petición en su lecho de muerte y dejó a su hijo huérfano; Aredhel entendía que su hermano estaba afectado por su muerte, pero para un nér que siempre estaba diciéndole que controlase sus impulsos y se comportase, se esperaba más.
-Entonces- Por fin llegó al final de la mesa, donde estaba su madre; apartó el plato de una patada y plantó sus botas en la mesa -¿Me responderás o pierdo mi tiempo?-
Anäire estaba aterrada, el olor acre de su hija se extendía por toda la habitación, agresivo y sanguinario; de repente, recordó que ella también había estado en Beleriand, aunque no hubiera participado en las guerras ciertamente aprendió a luchar de sus primos salvajes, y antes de eso había sido una gran cazadora de fuerza nada despreciable.
Por suerte para ella, se libró de tener que responder cuando una voz grave carraspeó suavemente. Todos se giraron a mirar la figura con capa que había aparecido en mitad de su salón, la figura flotaba unos metros sobre el suelo, sin rasgos visibles y con una túnica grisácea que lo marcaba como una de las maias de Namo.
-Irissë Nolofinwiel, se te informa que tus plegarias han sido respondidas; tu hijo Maeglin Lómion renacerá de los salones de Mandos- Anunció con una voz que resonó en toda la estancia.
Aredhel se quedó quieta, congelada en su lugar mientras su mente trataba de procesar lo que escuchaba a toda velocidad. Detrás de ella, escuchó a Idril dar un suspiro tembloroso mientras su padre maldecía y comenzaba a gritar.
-Sin embargo- Continuó la maia, imperturbable por el caos- El daño causado por Morgoth a su fëa es demasiado grande, para ser curado de la manera usual, por lo que se decidió que volvería al seno que lo vio nacer, para ser dado a luz una vez más y que su fëa sea alimentada y sanada poco a poco. Este embarazo será más rápido de lo que corresponde a los Eldar, y el crecimiento de este nuevo hröa será mucho más veloz, en escasos diez años debería alcanzar la madurez física y mental que tenía el día de su muerte. Su esposo fue informado de este procedimiento en el momento en el que empezó para responder a su queja, que los Valar consideraron justificada- Cumplido su cometido, la maia desapareció en el mismo sitio en el que estaba.
Aredhel terminó de procesar la información y de inmediato se puso a saltar y gritar de alegría. Saltó sobre Fingon para abrazarlo, mientras lloraba a lágrima viva. Cuando se calmó un poco, se dio cuenta de un detalle.
-Ha hablado de Eöl, ¿no deberían haberme avisado si renacía?, estoy segura de que él al menos me habría escrito una carta…- Paró de hablar en cuanto vió que su padre no le sostenía la mirada.
Se acercó a Fingolfin con paso rápido y sostuvo por el cuello de la túnica. Su madre gritó del susto.
-¿Qué has hecho?- Conocía a su padre demasiado bien, solía poner esa cara cuando escondía las cartas que Maedhros le enviaba a Fingon, allá por los años de los Árboles y más tarde, después de su renacimiento; tenía buenas intenciones de protegerlos, pero nunca había aprendido a verlos como adultos.
Él suspiró- Hace alrededor de diez meses vinieron a avisar de que Eöl había reencarnado, estabas con tu madre y solo estábamos Turukáno y yo en el salón en ese momento, decidimos que sería mejor que no te enteraras hasta que estuvieras mejor y, en cambio, redoblamos la seguridad-
- ¿Oh?,¿Y supongo que con
“decidimos” quieres decir que tu hijo lo decidió y tu estuviste de acuerdo? - Ella se giró para mirar a Turgon sin soltar a su padre- Creía haberte dejado claro la primera vez que no se te permitía controlar mi vida. Ni en mi primera vida, ni ahora; yo no soy ni tu esposa ni tu hija para que puedas tomar esas decisiones en mi nombre. No estoy “enferma” por querer arreglar las cosas con mi marido ni soy una estúpida ni mucho menos una niña; creo que, después de todo, yo lo conozco mejor que ustedes-
-Tía- Le rogó Idril- No tomes decisiones precipitadas, tal vez mi padre y abuelo debieron habértelo dicho, pero puedo asegurar que solo tenían tú mejor interés en mente. Además, podría no ser seguro que fueras a buscarlo ahora, vuelves a estar embarazada y no sabes si está estable o si sigue igual de loco que cuando murió; no querrías arriesgar la vida de tu precioso hijo-
Idril estaba segura de que Aredhel escucharía si lo hacía parecer que era por el bien de Maeglin; en cambio, ella la miró de forma confusa antes de empezar a reír.
- ¿Embarazada?, querido Eru, realmente no lo conocíais en lo absoluto. ¡Es mi marido el que está embarazado! -
- ¿Qué? - Turgon por fin se levantó de donde estaba sentado y se acercó a su hermana- P-p-pero, cuando son dos alfas…, es raro que ocurra, pero siempre es ella la que se embaraza-
Aredhel los miró con incredulidad- Tal vez eso sea cierto, pero mi marido es un omega; así que, por supuesto, no es nuestro caso-
Los ojos de Turgon se abrieron cómicamente grandes mientras Fingolfin soltaba un jadeo, Anäire finalmente se desmayó. Fingon parpadeó un poco ante la escena antes de empezar a reír a carcajadas.
/////
Eöl terminó su cántico del día cuando el amanecer empezaba a despuntar, suspiró antes de darse la vuelta y empezar el camino de vuelta a casa. Después de tantos siglos como un espíritu sin hogar (de los cuales, solo recuerda los que pasó antes de llegar a Mandos) había extrañado el bosque, sus caminos sinuosos y el canto de los árboles a su paso; es cierto que este nuevo hogar nunca sería tan mágico, oscuro y familiar como llegó a ser Nan Elmoth, su primer hogar verdadero, pero este es bastante bueno y supone que puede hacer algunas concesiones hacia su esposa e hijo; después de todo, se los debe.
Se llevó la mano al estómago, donde ya se notaba un pequeño bulto y podía sentir la pequeña fëa, tan familiar y querida, creciendo. Su pobre bebé tan sufrido e incomprendido, lo había acompañado durante años como un espíritu sin cuerpo y esa ciudad había resultado tan terrible para él como Eöl había temido, Maeglin se parecía demasiado a su madre como para soportar ese tipo de encierro, y demasiado a él para aguantar al controlador aislacionista de su tío.
“Al fin y al cabo, por eso me dejaron” Eöl hizo una mueca de dolor, se había vuelto verdaderamente horrible hacía el final. La magia que había en Nan Elmoth siempre había tenido el potencial de retorcerse, pero al nunca le había afectado demasiado, hasta aquella última discusión con sus padres.
Él sacudió la cabeza, decidido a no pensar más en eso. Llegó a la casa que le habían construido, de madera oscura y más parecida a un palacio pequeño, pero lo suficientemente recogida para su gusto; tenía una pequeña forja en un costado y un establo con una armería al otro, pensado para su esposa y para él.
Cuando renació no tenía ningún plan más allá de encontrar un lugar propio, exigir la liberación de su hijo y disculparse con su Aredhel; por lo que fue una sorpresa cuando, a las pocas horas de estar vagando, se encontró con caras conocidas pertenecientes a la casa de su hijo en Gondolin, lo buscaron porque pensaban que Maeglin habría renacido con él, pero se pusieron de su lado en cuanto les contó su plan; también amenazaron con sacarlo a rastras del bosque si, llegado el momento, su hijo no lo perdonaba. A Eöl le parecía bien el trato.
Al llegar a la puerta, se dio cuenta del hambre que tenía. Gimiendo en voz baja, se dirigió a la cocina para tomar algo de la fruta fresca que había recogido esa mañana; si había algo bueno en ese lugar que no tenía Nan Elmoth, era que podía tener un jardín detrás de su casa con frutas, verduras y hasta hierbas (medicinales o drogas, no había gran diferencia) y su jardín se
quedaría detrás de su casa; era parte del encanto que lo había atraído a su bosque, pero era bueno poder tener fruta sin pasar horas rogando a los árboles que le dejará entrar en su jardín.
Maeglin nunca había tenido problemas con el bosque, había nacido y crecido allí, los árboles lo adoraban y lo consentían con todo aquello que él quisiera. Las ramas bajaban cuando él quería subir, los árboles se juntaban hasta estar prácticamente entrelazados o se separarían para dejar una pista despejada (siempre doblándose para mantener las copas juntas y formar un dosel de hojas) dependiendo si su hijo quería saltar entre los árboles o correr a toda velocidad como si fuera campo abierto; los topos salían a su encuentro cuando Maeglin los llamaba para jugar o simplemente para admirarlos con su habitual atención al detalle, era sus absolutos favoritos (Eöl se había asegurado de que hubiera una respetable familia de topos viviendo en la montaña de tierra que él había construido; no hizo falta mucho para convencerlos, en esa Tierra Bendita no había muchos lugares para criaturas de la oscuridad); también amaba bastante los pájaros y él está seguro de que hubiera amado volar si hubiera podido enseñarle, aunque nunca le habían gustado los ruiseñores ni otros pájaros pequeños y había favorecido los cuervos, para regocijo de Eöl.
Caminó hasta su cuarto mientras comía su cuarto durazno, planeaba dormir todo lo que pudiera antes de que los antojos nuevamente lo asaltaran; echaba de menos la comida de su esposa, él no era especialmente goloso pero su hijo sin duda lo era, y exigía dulces desde el mismo momento de su concepción.
Se dejó caer en su nido e inmediatamente soltó un gemido, un calor lo recorrió desde la ingle hasta extenderse por el resto del cuerpo. Se quitó las botas y la ropa con prisa, quedando solo con su camiseta interior, y se llevó las manos al trasero para palpar el juguete. Su embarazo afectó tremendamente a su lívido y, aunque Aredhel y él siempre habían sido activos, durante aquel periodo apenas podían quitarse las manos de encima, él siempre deseoso de la polla de su esposa y ella se excitaba cada vez que captaba su olor, fuerte, seductor y embarazado por ella. Hicieron el amor en todos los rincones de la casa y el bosque, cubiertos o al aire libre, y nunca podía tener suficiente; Eöl no podía ni trabajar, por lo que finalmente había recurrido a su alijo de juguetes que él mismo fabricó a su gusto (los usaba en su celo cuando estaba solo y con su esposa cuando ella se mostró entusiasta) y durante meses siempre llevaba alguno encajado en el culo, pequeñas pinzas suaves excitando sus pezones o cualquier cosa que calmara el calor dentro de él. Aredhel se había mostrado alegre con este nuevo arreglo, tomó la costumbre de sorprenderlo en la forja o en cualquier otro momento para follarlo sobre la superficie más cercana y siempre lo encontraba estirado y deseoso por ella.
Es de estos recuerdos de los que se valía mientras empujaba la polla de cristal negro en su trasero mientras soñaba despierto con ella, imagino que lo besa, mordía su cuello, lo ponía de espaldas sobre su nido y lo follaba hasta dejarlo saciado y feliz. Se corrió con un gemido ahogado, abrumado por las sensaciones de su cuerpo nuevo que, aun después de meses, se sobreestimulaba con facilidad. Metió la nariz entre las mantas deseando encontrar el aroma a bosque salvaje y plumas de su esposa, deseando sentirla pegada a su espalda; extrañándola ahora más que nunca.
Parpadeó, decidido a contener las lágrimas, no tenía derecho a derramarlas pues su situación era enteramente culpa suya; Aredhel tenía todo el derecho del mundo a no querer verlo ni contactarlo nuevamente, a no contestar sus cartas ni dar señales de vida; y, una vez nacido su hijo, ella podía llevárselo y Eöl nunca más volvería a verlo. Era lo justo, lo que no significaba que no doliera. Pasaría un tiempo antes de volver a intentar escribir a su esposa, era justo que la dejara tener su paz y tranquilidad.
Eöl acercó su fëa a la de Maeglin en su vientre, decidido a disfrutar tenerlo cerca todo el tiempo que fuera posible; no se lo merecía, pero lo tenía e iba a aprovecharlo.
De alguna manera, consiguió dormirse.
/////
Los golpes en la puerta lo despertaron. Era pleno día, Eöl estaba muy seguro de que Arien estaba en su cenit, y normalmente nadie llamaba a su puerta a esas horas; las pocas visitas que recibía sabían que era un ser nocturno, por lo que no lo molestaban durante el día.
Gruñendo en voz baja, caminó silenciosamente hasta la puerta y la golpeó de vuelta.
- ¡¿QUIÉN ES?!- Gritó con voz ronca, como odiaba que lo despertaran.
-Un sirviente de nuestro señor Namo; abre tu puerta, hijo de Melian- Respondió una voz monótona y fría.
Qué raro, los Ainur no suelen tocar a la puerta; ni avisar, ni tener modales para no asustar a los Hijos de Illuvátar ya puestos. Sus sentidos le confirmaron que, de hecho, había una maia desconocida en su territorio y a Eöl le preocupar estar volviéndose descuidado mientras se centra en su embarazo. Él lo archiva para examinarlo más tarde.
Al abrir la puerta, la figura vestida de gris casi lo atropella entrando en su casa, sin molestarse con nimiedades como el permiso de su anfitrión. Eöl se molesta aún más y se plantea hablarle en el antiguo valarin que copió de su progenitora hacía tantos milenios para dejar claro su molestia; tal vez no respetaran su territorio como eldar, pero por Eru que lo harían como maia. O tal vez solo eran sus hormonas hablando.
Antes de que pudiera decidirse, una figura alta con el cabello plateado pasó zumbando a su lado. Por un segundo se le paró el corazón, imaginando al rey,
su padre, en su casa, su espacio, su nido, entrando como si tuviera derecho a ello, a él, después de que Eöl renunciara a una parte de su propia alma por su capricho él no tenía derecho a estar allí,
como se atrevía a estar en el mismo espacio que su bebé…
-Wow, perdona, sé que no debería entrar de esa forma; me educaron, aunque no lo creas, pero esa maia nos amenazó sobre separarnos de su espalda y entró tan rápido- Balbuceó el extraño de una manera que su orgulloso padre nunca sería capaz.
Eöl lo miró fijamente por unos instantes antes de calmarse, la angustia e ira en su olor se disipó lentamente. El asesino de parientes que tenía enfrente relajó los hombros, aunque aún lo miraba con sospecha en sus ojos de mercurio, y le hizo una reverencia cortés.
-Bien hallado, el príncipe de los Noldor, Turkafinwë Tyelkormo Fëanorion le saluda-
Ese era un saludo extrañamente apropiado para lo que su esposa le había contado sobre su rebelde primo. Y debió notarse en su rostro, porque el ellon más alto se echó a reír; un suspiro se oyó desde la puerta.
-Al menos podemos decirle a Nelyo que lo intentaste- El elfo en la puerta era uno que ya conocía; con su cabello negro intrincadamente trenzado con joyas rojas, Curufin Fëanorion estaba exactamente igual que la última vez que Eöl lo había visto; excepto, por supuesto, del pequeño detalle de que lucía una lustrosa panza embarazada.
El Noldor le clavó los ojos e hizo un leve gesto con la cabeza -Curufinwë Atarinkë Fëanorion; bien hallado, pariente, nos volvemos a ver-
Él los miró de hito a hito antes de sacudir la cabeza, era demasiado de día para esa mierda.
-Eöl- Dijo sin mirarlos, mientras iba a hacerse un té para él y sus inesperados invitados.
Escuchó una risa a carcajadas detrás de él y decidió que era demasiado temprano (o tarde, según su horario) para descifrar si se reían de él o para enfadarse por ello. Un escalofrío recorrió su espalda cuando presintió que la maia iba a hablar, los Ainur siempre tenían esta extraña fuerza en su voz al hablar, y ninguno que Eöl conozca se molestaba en controlarse por el bien de las otras razas.
-Espérate y siéntate- Le interrumpió antes de que pudiera empezar –No sé cómo os lo explicarán, pero normalmente se da un margen de cortesía a la gente para que se recupere de una intrusión en su casa, sobretodo a horas intempestuosas, antes de pasar a los asuntos indudablemente importantes por los que me molestas-
La maia torció la cabeza a un lado –Los Ainur no nos regimos por las mismas normas y costumbres que vosotros, los encarnados; no necesitamos beber- Dijo finalmente.
-Pero entráis en nuestras casas y dictáis nuestras costumbres en estas costas; así que, por supuesto, seguiréis la cortesía básica que dicte vuestro anfitrión- Replicó Eöl mientras servía el té e intentaba no rechinar los dientes al hablar.
Por suerte, la maia no dijo nada más. Sus otros dos invitados se habían sentado en el sofá en frente de la mesita baja en la él había depositado el té y parecían intentar no reír con todas sus fuerzas, aceptaron la bebida con una sonrisa cortés y Eöl colocó unas galletas de sabor suave que sabía de buena tinta que no causarían vómitos a embarazadas enfrente de Curufin; se obligó a ser un buen anfitrión hasta que deba ser lo contrario. Ignoró educadamente como los hermanos susurraban pequeños hechizos de detección de veneno en sus tés, ser educado no era ser estúpido, y trató de no mostrarse sorprendido de que dos matadores de parientes conocieran uno de
sus hechizos.
Una vez sentado en su sillón, con una taza de tranquilizador té, hizo una pequeña recapitulación de su situación:
1. Había una maia desconocida y grosera (para el estándar eldar y maia) en su casa.
2. Dicha maia había traídos dos conocidos asesinos a su casa (aparentemente bajo amenaza) que habían sido muy cercanos de su esposa y podrían querer venganza; además de que ya habían matado a la familia directa de Eöl en Doriath.
3. Uno de esos matadores de parientes estaba embarazado como él y, si tenía que juzgar por la presencia de la maia, sus situaciones podrían ser mucho más parecidas de lo que parecería a primera vista.
4. En su enfado por como lo habían despertado, había corrido a abrir la puerta tal y como se encontraba al acostarse. Solo una camiseta interior y un consolador en el trasero.
Sencillamente magnífico.
-Bien, ahora que estamos todos acomodados- Dirigió su vista a la maia- ¿Por qué están en mi casa? -
-Eöl Thingolion, hijo de Melian, nuestra hermana; la situación de tu hijo se repite, no igual en proceso, pero si en resultado, a la de otros eldar; por lo que los Valar accedieron a imitar tú método para sanar fëas. Ustedes tres son los primeros que harán esto, por lo que se ha decretado que vivan en armonía para que se los pueda supervisar más fácilmente el embarazado y el parto. A ti, hijo de Melian, se te encarga la vigilancia de estos hijos de Fëanor para asegurar su compromiso con la paz; tuvimos en cuenta la masacre de tu pueblo y sabemos que no serás indulgente-
La maia se levantó y desapareció en el aire, dejando a tres elfos con los ojos muy abiertos y una taza de té intacta. Se hizo el silencio.
-Tenemos que avisar a atar- Dijo Curufin, después de un minuto de silencio.
Celegorm se levantó sin decir nada y sacó un extraño dispositivo de su bolsa, empezó a hablar en su lengua y, de alguna manera, el objeto le respondió. Nada de eso le importaba particularmente a Eöl en ese momento.
Escondió la cara entre las manos mientras se recostaba en su sillón. Tendría que aguantar gente en su casa, durante MESES; él que, desde que pudo tomar la decisión, no tuvo ni sirvientes para no tener gente rondado su espacio. E iba a tener que convivir con dos príncipes asesinos.
Cuando miró fuera de sus manos, vio que ambos príncipes lo estaban mirando, ligeramente inseguros. Soltó un suspiro muy fuerte.
-Antes que nada- Los señaló a ambos con el dedo- ¿Conocí a sus hijos en vida?, ¿Y quién demonios os ha preñado? - Definitivamente, estaba demasiado cansado para tener tacto, y necesitaba saber que esperar si iba a vivir con él.
-Bueno, a mi Tyelpë ya lo conoces, al menos de nombre, aunque lo llamaras Celebrimbor- Respondió el Noldor de cabello oscuro –En cuanto al padre, no sabe que tiene un hijo y seguirá así si tengo algo que decir-
Su hermano resopló -Puede que no tengas nada que decir, ya sabes que él es un favorito de los Valar y apostaría lo que sea que esto no quedará en secreto-
-tiene razón, no nos dejará conservarlos tan fácilmente- Le señaló Eöl, todos ellos eran parias despreciados por los Valar, cada uno por sus motivos.
Curufin soltó un gemido lastimero –Muy bien. Es de Findaráto Ingoldo, tal vez lo conozcas como Finrod- Y se desplomó contra el respaldo del sofá haciendo un gesto peligrosamente similar a un puchero.
Eöl parpadeó - ¿Ese es el que se murió mordiendo a un lobo por culpa de Lúthien y su marido? -
El Noldor lo miró mal por un momento antes de asentir. Eöl se masajeó entre los ojos antes de mirar al ellon de pelo plateado.
-Mis bebés- Le dijo, mirándolo con una sonrisa extraña –Son comúnmente conocidos como Elúred y Elurín-
- ¿Cuándo te follaste a mi sobrino? - La pregunta salió de la boca de Eöl antes de que pudiera pensarlo mejor.
Ambos hermanos lo miraron con los ojos bien abiertos antes echarse a reír - ¿No te gustaría saberlo? - Le respondió Celegorm de forma burlona.
-No sabía que Thingol tenía otro hijo-
-Ni tú ni casi nadie; a efectos prácticos, no lo tiene. Fue así en Beleriand y seguirá así aquí- Los miró con una ceja enarcada, desafiándolos a contradecirlo.
El de pelo plateado se encogió de hombros –A nosotros nos viene mejor. Turukáno no nos cae bien ni por asomo, pero esta familia no necesita el desastre de saber que ejecutó a un príncipe Sindar-
-Aunque, ¿no sería bueno, por una vez, ver como él se mete en problemas por sus decisiones impulsivas? -
Dejó a los Noldor charlando sobre las estúpidas decisiones de su cuñado, si pensaban así, puede que la convivencia no fuese a ser tan mala. Avanzó por el pasillo dirigiéndose a preparar las habitaciones de invitados, los hermanos no habían traído equipaje, pero dijeron algo de avisar a su padre, por lo que probablemente no pueda volver a dormir y tenga que quedarse despierto para recibirlo.
-La mayoría de cosas en la despensa no deberían causar náuseas, comprobadlo de todas formas antes de comer. Si queréis consoladores o similares, podéis buscaros la vida, pero no toquéis los míos- Gritó a sus espaldas.
Una risa salvaje se escuchó detrás de él, pero Eöl no pudo encontrar la fuerza para preocuparse.
/////
Finrod había salido corriendo del comedor tan pronto como le fue posible, que fue muy rápido. La mayoría de elfos con los que había estado comiendo, incluyendo sus padres, nunca habían necesitado desarrollar la clase de reflejos rápidos que fueron necesarios en Beleriand, por lo que habían permanecido en shock por las noticias más tiempo, dándole unos segundos preciosos para escapar.
Un hijo,
Finrod tenía un hijo. Soltó una risa maníaca mientras empacaba provisiones a toda velocidad. Había vivido con su hijo, en su reino, y no lo había sabido, ¿lo sabía Tyelpë?, Celegorm definitivamente lo sabía, esos dos no se guardaban secretos. Se desnudó a toda prisa, quitándose las túnicas de seda y los adornos que pudieran estorbarle, todas sus joyas habían sido diseñadas para ser prácticas en una pelea o huida, pero desde que volvió a casa de sus padres había estado usando algunas de las que quedaban desde antes de marcharse de Valinor (No tenía nada que ver que muchas de ellas habían sido diseñadas y hechas por Curvo).
Una vez vestido con un traje de montar mucho más práctico recogió sus cosas para acampar y sus provisiones, así como su arco y cuchillos (Le había costado mucho convencer a sus padres para tenerlos). Corrió hacía los establos y ensilló a su caballo favorito lo más rápido que pudo, no era nada como los caballos de guerra que solía tener, pero lo llevaba con él a cazar y era más confiable que los caballos que tenían los Telerin, solo usados para paseos.
Ya estaba montado y saliendo de los establos cuando oyó que llamaban su nombre a gritos. Miró para arriba y vio a su padre y a su madre, con las trenzas alborotadas y la fina ropa desacomodada, mirándolo con incredulidad desde una ventana. Hizo una mueca, esa era exactamente la razón por la que se perdió esto la primera vez.
- ¡Lo siento, no puedo volver a cometer este error! -Gritó mientras empezaba a cabalgar, alejándose del palacio - ¡Dadle mis disculpas a Amarië! -
Galopó a toda velocidad por las calles de Tirion, asustando a algunos elfos; en otro momento se preocuparía del caos que estaba causando, pero en ese momento solo tenía una cosa en mente.
Curufin, su precioso, terrible y
adorado Curvo. La última vez que se vieron apenas pudo decir nada de lo que quería, su madre estaba demasiado ocupada gritándole al omega para dejarlos hablar correctamente y había
tanto que quería decir. Quería gritarle, disculparse, besarlo, follarlo hasta cansarse, no volver a verlo nunca; quería mantenerlo en dónde supiera que no se iría hasta que Finrod supiera exactamente que quería de él, y que quería Curufin de Finrod. Antes que todo eso, tenía que encontrarlo a él y a Tyelpë, asegurarse de que estaban bien y si lo que había dicho esa maia era cierto (por supuesto que era cierto, las maias de Namo no tenían sentido del humor, él debería saberlo) ninguna fuerza en el mundo iba a separarlo de Curufin en su embarazo; ni los Valar, ni sus padres, ni el propio Curvo.
Ahora bien, la maia no había dicho dónde estaba; solo que lo había llevado lejos de donde se alojaba con su familia a estar en compañía de otros eldars que se encontraban en una situación similar. Solo quedaba un camino, se concentró en el vínculo que la muerte no borró y que compartía con Curufin; aún se lamentaba de las circunstancias en las que forjaron dicho vínculo, pero nunca podría arrepentirse.
Sintió poco, un simple eco, Curvo probablemente ni notaría que lo buscaba y Finrod se aseguraría de que así siguiera, no quería que volviera a huir. Se encaminó en la dirección aproximada de donde lo guiaba su vínculo y oró rápidamente, los Valar estarían de su lado.
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Dior no sabía si estaba viviendo el mejor o peor día desde su reencarnación. Saber que sus hijos por fin iban a volver definitivamente era la mejor noticia del año; que le dieran la noticia frente a su abuelo, así como decir abiertamente quien era el otro padre y donde estaban, no era tan bueno.
Por mucho que le disgustará, mantener en secreto la ascendencia de sus gemelos, incluso de ellos, fue la mejor decisión que pudo tomar entonces, la corte de Doriath no tenía bondad ninguna para los asesinos de parientes o los Noldor en general, ni siquiera antes de la Segunda Matanza. Celegorm era especialmente odiado por su historia con su madre y sus acciones durante la búsqueda del Silmaril, aunque Dior tenía sus razones para sospechar que le faltaban algunos detalles de esa historia nunca llegó a preguntar en el tiempo que estuvieron juntos, fue demasiado cobarde. Realmente se arrepintió de esa cobardía cuando buscó como defender al padre de sus hijos y encontró que no tenía cómo.
No podía declarar a Celegorm como el padre de Eluréd y Elurín, no podía defender su elección de tomarlo como amante, por lo que no podía casarse con él, ni marcarlo ni proclamarlo su omega en voz alta, ni siquiera podía insinuar que no lo odiaba.
O tal vez si hubiera podido, al demonio con las consecuencias, puede que eso hubiera salvado Doriath la última vez; pero no lo hizo y ahora sus decisiones volvían para atormentarlo. Soltó un gemido, dándose la vuelta en su cama para hundir la cara en la almohada, pensando cuál sería su siguiente paso.
Ya sabía que su exesposa, Nimloth, no iba a ponerle trabas; se habían separado en los salones de Mandos alegando que se casaron por un arreglo que hicieron sus abuelos, Melian había alegado que era necesario que engendraran una hija para cumplir con algún tipo de profecía inscrita en la Canción, por lo que una vez cumplido su deber pidieron el divorcio mutuo. A los Valar no les gustaban los cambios, ni siquiera los más pequeños, pero tuvieron que concederles esto ya que ellos no iban a atenerse a las normas de un matrimonio ni vivirían como casados, les gustara a los dioses o no. Nimloth era una buena alfa, pero no la amaba y Dior sospecha que lo resiente un poco por tener que alumbrar a su hija, ya que las alfas suelen tener partos difíciles; pero nunca dirigió una mala palabra a sus gemelos, si bien fue un poco fría, los trató lo más justamente posible y a Dior le costaba culparla por preferir a su propia hija una vez que Elwing nació, pero él pensaba que podría ser más cariñosa con Elúred y Elurín una vez que fuera madre.
Y poco después, Doriath ardió y el único hombre que ha amado lo mató y Dior lo mató a él a su vez, y sus hijos murieron en olvido por su cobardía.
Dior no era idiota. Sabía lógicamente que los culpables de la muerte de los gemelos eran los soldados que los abandonaron en el bosque; pero ellos invariablemente leales a Celegorm incluso cuando sus acciones pudieran repugnar a su señor, y Dior no tenía ninguna duda de que los niños hubieran sido tratados con adoración si supieran que eran hijos de su príncipe, si Dior no lo hubiera ocultado hasta del padre que los dio a luz.
Él odiaba jugar con la mente de las personas, era uno de los viejos trucos de su madre y eso consiguió que todos los visitantes de Tol Galen la siguieran considerando inmortalmente hermosa incluso cuando era anciana; cada poco tiempo algunos hombres y mujeres caían enamorados por sus hechizos naturales y ella nunca hizo nada por impedirlo; su padre solo suspiraba como si fueran travesuras inocentes. Dior realmente amó a sus padres, pero no quería ser así.
Y, sin embargo, él lo fue. Se coló en las grietas de la mente de Celegorm mientras estaba en su momento más vulnerable después del parto, lo hizo olvidarse de sus bebés y se los llevó; ni siquiera le permitió ponerles nombre. Se sintió enfermo por la culpa durante años y fue incapaz de estar presente en el nacimiento de Elwing, ni siquiera en la hora de muerte fue capaz de confesar sus fechorías a su amado, pero al menos liberó el hechizo de su mente para que Celegorm pudiera sanar en Mandos.
Sacó la cabeza discretamente por la ventana para escuchar a los árboles y estos le dijeron que todos estaban dormidos. Después de gritar y enfadarse, su abuelo lo había mandado encerrar como una vez hizo con su madre; por suerte los guardias no estaban acostumbrados a un verdadero trabajo tras toda una vida protegidos por el Cinturón y su posterior reencarnación en la pacífica Valinor
(Nunca iban a estar preparados para el ataque, les avisaron y no pudieron hacer nada), por lo que no les costó nada escabullirse y los árboles lo protegieron mientras se alejaba del palacio. No le había dicho exactamente donde estaba Celegorm, pero sentía el vínculo con sus hijos fuertemente, vestigio de su herencia maia, por lo que podía encontrarlos.
Él iba a encontrarlos.