Los conflictivos hermanos Hawkins
12 de septiembre de 2025, 14:21
No sabía cuánto tiempo llevaba fregando la cubierta. A Jim se le hacía eterno. Cada pasada de la fregona contra la madera era un recordatorio de lo mucho que odiaba ese tipo de tareas, sobre todo porque, en su cabeza, este viaje debía ser otra cosa. Él se lo había imaginado lleno de aventuras… no de cubos de agua sucia y dolores de espalda.
Había sido él quien había abierto el mapa, él quien había llevado al viejo Billy Bones hasta la posada, él quien había recibido de sus manos la esfera. Y, ¿para qué? Para que, en cuanto subieran al barco, le arrebataran el mapa y lo relegaran al papel de grumete.
Como guinda, estaba bajo el "cuidado" de un cíborg sospechoso, y que estaba a solas con su hermana en la cocina. Jim apretó los dientes y volvió a empujar la fregona con más fuerza, como si pudiera descargar en las tablas del barco toda la frustración que le hervía por dentro.
Sabía que su hermana podía cuidarse sola, pero no podía evitar que una sombra de inquietud le rondara. Ese hombre era un misterio, y aunque le había prometido que no trataría a Lizzie de forma distinta por su "discapacidad", Jim no terminaba de fiarse. Suspiró, apartando con el pie un cubo medio vacío, y murmuró para sí.
—Bonito viaje me espera…
En ese momento, un enorme alienígena de la tripulación —un desandron de piel grisácea, varios brazos y músculos— pasó junto a Jim y, sin miramientos, lo apartó de un empujón que casi lo derriba. El chico tuvo que aferrarse a la barandilla para no perder el equilibrio.
—Cuidado, idiota —gruñó el alienígena.
Jim frunció el ceño por la actitud del desandron y, mientras retomaba su tarea, no pudo evitar notar algo extraño en la cubierta.
La tripulación presente no se comportaba como navegantes comunes: tres de ellos estaban reunidos alrededor de un barril, hablando en voz baja y riendo. Jim no alcanzaba a oír lo que decían, pero los observó de reojo, fingiendo estar ocupado.
Uno de ellos lo pilló mirándolos. La conversación se cortó en seco y varios pares de ojos se clavaron en él.
—¿Qué miras tú, bicho raro? —espetó un hombre corpulento con una barba hecha de lo que parecían tentáculos… tentáculos que, para sorpresa de Jim, comenzaron a retorcerse por sí mismos. La "cabeza" del sujeto se desprendió del cuello y, como si nada, fue a posarse sobre el barril.
Entonces, Jim notó que lo que él había tomado por una enorme barriga tenía en realidad ojos y una boca que masculló con sorna.
—Sí… es rarito.
El chico jamás había visto algo tan grotesco. Pero lo que realmente le heló la sangre fue el siseo que llegó desde arriba: una criatura mantavor —una especie de araña gigantesca— descendía ágilmente por uno de los obenques hasta caer frente a él.
—Los grumetes deben meter las narices en sus propios asuntos —amenazó el alienígena.
Jim, fiel a su carácter impulsivo, no pudo morderse la lengua.
—¿Ocultas algo, ojitos picarones? —replicó con una sonrisa burlona, aún consciente de que esa insolencia podía costarle cara.
Ante la provocación, el mantavor reaccionó: una de sus enormes pinzas atrapó a Jim por el cuello y lo alzó sin esfuerzo. La fregona cayó al suelo, mientras el chico forcejeaba, aferrándose a la articulación del alienígena en un intento inútil de liberarse.
—¿Qué pasa? ¿No te funcionan bien los oídos? —gruñó la criatura, su voz era áspera.
—Sí… y por desgracia la nariz también —escupió Jim, incapaz de resistirse a devolver la burla.
Un brillo de furia se encendió en los ojos del mantavor.
—Eres un mocoso imprudente…
Sin previo aviso, lo estampó contra el mástil, elevándolo aún más. Jim se zarandeaba en el aire, intentando desesperadamente conectar una patada, pero la pinza que lo sujetaba le oprimía el cuello con cada segundo que pasaba. El aire le faltaba, y una presión punzante empezó a taladrarle las sienes.
La tripulación, atraída por el alboroto, formó un círculo cerrado a su alrededor. Las voces se elevaron en un coro salvaje.
¡Cárgatelo!
¡Acaba con él!
¡Machácalo!
¡Enséñale quién manda a ese crío!
Elisabeth, alarmada por el bullicio que subía desde cubierta, irrumpió escaleras arriba. Su mirada recorrió el caos con desesperación hasta que lo vio: un alienígena con forma de araña —el mantavor— sostenía a su hermano por el cuello, alzándolo como si fuera un muñeco de trapo.
—Reza lo que sepas, grumete… —bufó la criatura.
El instinto le ganó a la razón. Lizzie se abrió paso a empujones entre la tripulación, sintiendo las miradas clavarse en ella. Al llegar, se agachó, agarró la fregona que yacía en el suelo y, sin pensarlo dos veces, arremetió contra el mantavor.
El golpe lo tomó desprevenido, obligándolo a soltar a Jim, que se desplomó contra la madera con un jadeo ahogado. Pero el alivio duró un segundo: el alien, furioso, le arrebató la fregona con un solo movimiento.
—¡No te metas! —rugió, y le propinó un golpe seco en la cara. El impacto fue brutal. Lizzie cayó al suelo, sintiendo cómo uno de sus audífonos salía despedido y el pánico la envolvía de inmediato. El sabor metálico de la sangre llenó su boca: el labio roto ardía como fuego.
—Te voy a enseñar, a quedarte en tu lugar, preciosa… —susurró con una amenaza que helaba la sangre, mientras se cernía sobre ella como una sombra gigantesca.
Alzó una de sus afiladas pinzas, dispuesto a atraparla por la pierna, pero un brazo metálico lo detuvo en seco. Lizzie, aún aturdida por el golpe, levantó la vista y distinguió la imponente figura de Silver, que parecía extrañamente tranquilo. Su mano de cíborg, transformada en un gancho, inmovilizaba la extremidad del mantavor, mientras que en la otra mano jugaba distraídamente con una limonzana.
—Señor Scroop… —dijo con voz grave, pausada. Entonces, antes de continuar, le dio un mordisco a la fruta—. ¿Sabe lo que les pasa a las limonzanas cuando las estrujas así?
Con un giro seco, retorció el brazo del mantavor. El crujido fue tan desagradable como la mueca de dolor que se dibujó en el rostro de la criatura.
Jim, recuperando el aliento, corrió hacia su hermana. Lizzie se llevaba la mano a la oreja derecha, buscando desesperadamente su audífono perdido. Él le tocó el hombro y, mirándola a los ojos, le hizo señas rápidas.
«Tranquila. Lo encontraremos.»
—¿Qué está pasando aquí? —tronó la voz del señor Arrow desde la parte alta de la escalera que conducía a los camarotes de la capitana.
Descendió con paso militar y la mirada severa, abarcando a todos los presentes.
—Ya conocen las normas: nada de peleas en este barco. —Su tono no admitía discusión—. El que vuelva a quebrantarlas, pasará el resto del viaje arrestado en el calabozo. ¿Hablo claro, señor Scroop?
El mantavor gruñó, visiblemente frustrado. Pero se contuvo al ver el destello amenazante en el ojo de cíborg de Silver, que no apartaba la vista de él.
—Transparente… —escupió, finalmente, con un siseo lleno de odio.
Arrow se retiró y el círculo que había formado la tripulación se dispersó poco a poco, murmurando entre dientes.
—¡Bien hecho, señor Arrow! —dijo Silver, alzando la voz lo suficiente para que todos escucharan—. La disciplina es la felicidad de un barco, señor. —Luego, con un gesto, invitó a la tripulación a largarse, y estos obedecieron sin rechistar.
Se giró entonces hacia Jim, agachándose para recoger la fregona que Scroop había tirado al suelo.
—¡Jimbo! —la voz de Silver tronó, señalando el palo—. Te puse una tarea.
Jim, todavía alterado, se incorporó de golpe.
—La estaba haciendo… hasta que el bicharraco ese…
—¡Monsergas! —lo cortó Silver con brusquedad—. Chico, quiero la cubierta como los chorros del oro, ¿me oyes? Y más te vale que lo esté cuando vuelva.
Luego sus ojos se posaron en Lizzie, que aún estaba en el suelo, con el labio ensangrentado.
—Y tú, Liz… —Su voz se endureció—, ¿se puede saber qué demonios hacías metiéndote en medio de una pelea?
Elisabeth lo fulminó con la mirada y, sin apartarla de él, movió las manos haciendo señas para que Jim tradujera.
—Dice que ese tipo estaba a punto de golpearme.
Silver chasqueó la lengua, visiblemente irritado.
—¿Y por eso decides ponerte en su camino? Podría haberte hecho algo mucho peor que partirte el labio.
Notó que Jim miraba al suelo con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa, Jimbo?
—Lizzie ha perdido uno de sus audífonos cuando ese tipo la golpeó.
Silver se fijó en cómo la joven se llevaba la mano a la oreja derecha, y su enfado se moderó apenas un poco. Activó el escáner de su ojo mecánico y recorrió la cubierta con la mirada.
—Ajá… —murmuró, agachándose para recoger un pequeño dispositivo plateado de entre dos tablas. Lo sostuvo un momento, revisándolo, y luego se lo tendió a la chica—. Aquí tienes, intacto.
Elisabeth se colocó el audífono con cuidado y, al escuchar de nuevo por el oído derecho, dejó escapar un suspiro de alivio. Levantó la vista hacia Silver y le hizo un pequeño gesto con la mano, un "gracias" silencioso. El cíborg le devolvió una breve sonrisa antes de asentir.
—Ve al baño y cúrate ese labio. Luego baja a la bodega y trae la caja de cebollas translúcidas; las vamos a necesitar para la receta que estábamos preparando.
La observó mientras se marchaba hacia el baño privado de la capitana, y solo entonces volvió su atención a Jim.
—Morfo, vigila de cerca al chaval —ordenó, bajando el tono como si fuera un asunto confidencial—. Y si vuelve a distraerse, me lo dices enseguida.
El pequeño alienígena rosa asintió con energía, soltando un murmullo ininteligible mientras sus ojos se agrandaban como platos. Se plantó delante de Jim en "modo vigilancia" absoluto, sin apartarle la vista ni un segundo.
Silver, satisfecho, se dio media vuelta y se encaminó hacia la cocina, con el eco de sus pasos resonando sobre la madera. Abajo, su tripulación ya lo esperaba.
—Bueno, ¿estamos todos? —preguntó con voz calmada, demasiado calmada.
—Perdone, capitán. —Onus bajó corriendo las escaleras justo a tiempo para unirse al grupo.
Silver entrelazó las manos a la espalda, paseándose lentamente frente a ellos, con una sonrisa que no presagiaba nada bueno.
—Espero que no os moleste si hablo con franqueza, amigos míos…
La tripulación lo observaba con mezcla de respeto y miedo. Silver se detuvo, empezó a juguetear con los tentáculos de uno de sus hombres… y entonces estalló.
—¡¿Estáis todos locos de atar, o qué demonios os pasa?! —rugió, mientras su mano cibernética se transformaba de golpe en un sable que blandió con fuerza, obligándolos a dar un paso atrás.
Los sablazos silbaban en el aire, y nadie se atrevía a interrumpirlo.
—Después de lo que me costó que nos contrataran como una tripulación respetable, ¿queréis malograrlo todo amotinándoos antes de tiempo? —Su voz resonaba como un trueno. Entonces giró en redondo y señaló con el sable a Scroop.
—¿Y tú? ¿Qué diablos estabas pensando?
—El muchacho estaba husmeando. —replicó el mantavor.
—¡Cállate y cíñete al plan, cerebro de mosquito disecado! —escupió Silver—. Y no me vengas con excusas. ¿Por qué, diablos golpeaste a la chica?
Scroop soltó una sonrisa torcida.
—Se metió en medio… y esa preciosidad debería saber que es mejor mantenerse al margen. Aunque admito que me has quitado la diversión antes de tiempo.
—La chica está muy buena, capitán. —comentó Onus, lo que provocó murmullos y risitas entre varios miembros de la tripulación.
Silver golpeó el suelo con el sable y el sonido metálico cortó cualquier comentario.
—¡Silencio! Nadie… absolutamente nadie va a tocarle un solo pelo a la chica. ¿Ha quedado claro?
Bird Brain Mary bufó.
—No sé qué le veis a esa mocosa…
—¿La quiere para usted, capitán? —preguntó Scroop con malicia—. Pensaba que le gustaban con más… atributos, pero esa jovencita es una monada. Sería un gustazo ver su cara de placer…
—Pues casi le partes la carita de ángel que tiene. —se escuchó desde el fondo.
Silver se giró lentamente, con una mirada que heló la sangre a todos los presentes.
—Repito: nadie va a tocar a la chica. La muchacha está muy bien, no lo voy a negar, pero tanto ella como su hermano van a estar demasiado ocupados conmigo para meter las narices donde no deben. Y si alguien lo olvida… —Alzó el sable a la altura del cuello de Scroop—, le haré recordar las reglas a mi manera.
El silencio fue total.
Silver bajó el sable lentamente, sin apartar los ojos de Scroop, hasta que la hoja metálica se plegó y volvió a ser su mano mecánica.
—Bien… veo que nos entendemos. —dijo con voz grave, rompiendo el silencio—. Ahora, dejad de perder el tiempo y volved a vuestras tareas antes de que se percaten de que no hay nadie en cubierta.
Hubo un murmullo general y la tripulación empezó a dispersarse, lanzándose miradas entre ellos, pero ninguno se atrevió a replicar.
—¡Y tú, Onus! —gruñó Silver—. La próxima vez que abras la boca para hablar de la chica, que sea para avisarme si alguien la mira dos veces, o le pone la mano encima. ¿Entendido?
Scroop se quedó un segundo más, observando al cíborg con esos ojos fríos de insecto. Silver se le acercó hasta quedar a menos de un palmo.
—Recuerda esto, amigo mío… si le pones una pinza encima otra vez, voy a arrancártela de cuajo.
Scroop siseó, pero finalmente se retiró, dejando al cíborg solo en la cocina. Cuando el último de los hombres se fue, se apoyó en una de las mesas. Inspiró hondo.
—No me lo pongáis más difícil, demonios… —murmuró para sí mismo. Se fue a una de las estanterías de la cocina en busca de algo que le calmase y encontró una botella de ron. Se sirvió un vaso y se lo tomó de un trago. La quemazón que le dejaba el alcohol en la garganta le ayudaba a controlar la agitación que sentía en ese momento. Sabía que mantener a raya a su tripulación durante todo el viaje iba a ser tan difícil como llegar al dichoso tesoro.
Al otro lado del barco, Elisabeth terminaba de limpiarse la sangre del labio. El escozor persistía, aunque lo que más le dolía era el recuerdo del momento. Seguía dándole vueltas a lo ocurrido y no podía evitar sentirse inútil. Normalmente, no se habría lanzado así… pero al ver a Jim en peligro, algo en su interior se rompió. Actuó sin pensar, y ahora, en frío, se reprochaba haber mostrado debilidad. Y menos delante de Silver.
Ese hombre la desconcertaba. No confiaba en él, eso lo tenía claro, pero la forma en que los había defendido… y luego la reprimenda que les echó… Parecía que le importaba, aunque enseguida descartó esa idea. Solo cumple con su trabajo, se dijo.
Cuando terminó de curarse, salió del baño y se topó con la capitana.
—Señorita Hawkins —la saludó Amelia—. El señor Arrow me ha contado lo sucedido. ¿Se encuentra bien?
En la mirada de la capitana había una preocupación genuina. Lizzie, sin libreta ni posibilidad de comunicarse con señas, optó por asentir y esbozar una sonrisa. Amelia pareció comprender.
Cuando la joven se disponía a ir a la bodega por la caja de cebollas translúcidas que Silver le había pedido, la voz de la capitana volvió a detenerla.
—Si necesita ayuda, no dude en acudir a mí.
Lizzie parpadeó, sorprendida, y le hizo un gesto afirmativo. La capitana es toda una caja de sorpresas…, pensó. Pero en su interior supo que podía confiar en ella.
No perdió más tiempo y se dirigió a la bodega. Al pasar por cubierta, vio a Jim fregando bajo la vigilancia de Morfo. Notó que la tripulación evitaba mirarla, y los pocos que lo hacían apartaban la vista enseguida. Qué raro.
En la cocina, Silver ya tenía varios ingredientes preparados. El sonido de pasos ligeros lo sacó de sus pensamientos. Aún recordaba la expresión de pánico en el rostro de la chica, y eso le revolvía algo por dentro que no quería analizar.
Lizzie apareció con la caja de cebollas translúcidas. El labio estaba limpio, con una pequeña marca que delataba el golpe.
—Veo que no te has metido en problemas… y traes lo que te pedí. —comentó Silver, con una media sonrisa que intentaba sonar despreocupada.
Ella rodó los ojos, dejó la caja en la encimera, fue a su bolso y sacó la libreta.
"¿Qué te crees? ¿Qué no iba a cumplir una orden tan simple?"
Silver soltó una breve risa grave.
—Testaruda. —murmuró para si mismo. —Bueno, ponte el delantal. Aún nos queda mucho trabajo, Liz.
Otra frase apareció frente a él: "No me llames Liz".
—¿Por qué no? —replicó con tono burlón—. Te queda mejor Liz que Lizzie, así que… te seguiré llamando Liz.
Ella hinchó los mofletes, molesta, y se giró para empezar a cortar las cebollas. Silver se quedó un segundo más de lo necesario, observándola antes de volver a su propia tarea, pensando para sí que se veía estúpidamente adorable cuando se la pica.
Durante un buen rato, lo único que se oía era el golpeteo rítmico de los cuchillos sobre la madera… o, en el caso de Silver, el zumbido de su sierra circular. El cíborg trabajaba con una destreza impresionante: en cuestión de minutos tenía los ingredientes cortados en piezas casi perfectas.
La luz del fogón iluminaba la neblina dulce que desprendían las cebollas translúcidas al abrirse, mezclándose con el aroma del guiso que burbujeaba en la olla grande. Lizzie ya estaba terminando las suyas; sus cortes eran decentes, aunque algo irregulares. Silver lo había notado antes, pero ahora decidió intervenir.
Se acercó por detrás, y Elisabeth, sintiendo su presencia, detuvo la mano y lo miró.
—Lo haces bastante bien —admitió—, pero sujeta el cuchillo así. —Colocó suavemente sus dedos sobre los de ella para corregir el agarre—. Así evitarás cortarte y, además, los cortes saldrán más finos.
Lizzie siguió la indicación, y pronto notó que la hoja se deslizaba mejor. Alzando la vista, le regaló una sonrisa genuina. Silver no la esperaba y, por un segundo, sintió un pequeño vuelco en el pecho. Lo atribuyó a que no estaba acostumbrado a recibir sonrisas sinceras y, para disimular, cambió de tema.
—¿Siempre has cocinado? —preguntó, llevándose las verduras ya cortadas hacia el guiso.
Ella dejó el cuchillo, se secó las manos en el delantal y escribió en su libreta:
"Con mi madre. Ella me enseñó casi todo. Aunque yo solo ayudo a preparar ingredientes. No soy muy buena cocinando."
Silver leyó y asintió despacio mientras removía la olla.
—Así que tu madre es la cocinera y tú su pinche. Me sorprende… pareces de esas personas que lo hacen todo perfecto.
Lizzie sonrió apenas y volvió a escribir:
"Mi madre es muy buena cocinera. Y no, no lo hago todo bien… aunque sí soy perfeccionista."
—Toma —dijo él al cabo de un momento, pasándole una cuchara de madera—. Prueba y dime qué le falta.
Ella sopló suavemente sobre el caldo antes de probarlo. Frunció la nariz, pensativa, y escribió:
"¿Más pimienta?"
El cíborg arqueó una ceja con media sonrisa.
—Sí… pero también le falta laurel.
Se giró hacia la estantería, agarró la pimienta, tomó un par de hojas de laurel y las dejó caer en la olla. Mientras removía, Silver pensó que, quizá, trabajar con ella no iba a ser tan insoportable como creía… aunque jamás se lo diría en voz alta.
Lizzie, sin darse cuenta, lo observó de reojo. El resplandor cálido del fogón dibujaba destellos en los bordes metálicos de su brazo cibernético, pero su mirada se desvió hacia los hombros anchos y el brazo "de carne", fuerte y marcado por años de trabajo. Sintió un leve acelerón en el pecho al recordar el momento en que su mano se posó sobre la suya para corregirle el agarre del cuchillo. No entendía por qué… pero algo en él, algo que aún no lograba descifrar, la inquietaba. Y, por primera vez, no lo veía solo como al cocinero sospechoso, sino con una mirada distinta, que no estaba dispuesta a admitir.
Silver, mientras removía el guiso, notó la mirada de la chica sobre él. No era la primera vez que alguien lo observaba cocinar, pero esta vez… no se sentía como las demás. Fingió concentrarse en el aroma y en el burbujeo de la olla, aunque de reojo captó cómo Lizzie apartaba la vista con rapidez, como si no quisiera que la pillara. Una media sonrisa quiso asomarse a sus labios, pero la contuvo.
Se dijo que no era más que un gesto de gratitud por haberla ayudado antes… y, sin embargo, algo en sus ojos le había parecido distinto, menos hostil. "Cuidado, Silver, no pierdas la perspectiva", se advirtió a sí mismo. Ella formaba parte del plan, nada más. Y, sin dejar de remover, comentó:
—¿Sabes, Liz? Antes de que termine este viaje, te haré una cocinera de primera.
Ella resopló, fingiendo molestia, pero en el fondo… no sonaba mal.
Acabaron de preparar la comida justo cuando la tripulación bajó a la cocina. El ambiente se animó enseguida: risas, conversaciones y el aroma del guiso llenando el aire. Silver y Lizzie empezaron a servir los platos, aunque el cíborg no tardó en notar cómo varios de sus hombres le echaban miradas furtivas a la chica. Parece que la charla que habían tenido esa tarde no había valido para nada.
Rodó los ojos. Idiotas…, pensó. Pero, en el fondo, tampoco podía culparlos por fijarse en una mujer guapa. Aun así, no quería que la situación se le fuera de las manos, así que decidió apartarla antes de que a alguno se le ocurriera una tontería.
—Liz, lleva estas bandejas a la capitana, al señor Arrow y al doctor —le indicó, depositándole en las manos un par de fuentes humeantes—. Y, de paso, cuando vuelvas, busca a tu hermano y dile que baje a cenar.
Ella asintió, acomodó las bandejas y salió. Silver la siguió con la mirada un instante, antes de volverse a sus hombres con expresión de "prohibido tocar".
En cubierta, la brisa fresca del Etherium le rozó la cara. Ya había oscurecido, y las estrellas brillaban con una nitidez que nunca había visto en Montresor. Por un momento se quedó absorta, pero recuperó el paso.
En la sala de mando, entregó la comida a la capitana y a Arrow, ambos con una cordial sonrisa, y luego fue al camarote de Delbert. El doctor estaba rodeado de mapas, instrumentos y trastos, organizándolo todo con su peculiar método caótico. Al verla, la dejó pasar, pero se preocupó al notar la marca en su labio. Lizzie le aseguró —por señas y gestos— que no era nada, solo un golpe tonto acomodando unas cosas. Por lo que vio, ni Arrow ni Amelia habían mencionado el altercado, así que prefirió no decirle nada más.
Cuando salió, fue en busca de Jim. Lo encontró fregando la cubierta con tanto esmero que casi parecía disfrutarlo… hasta que vio que no estaba solo. Una diminuta fregona le limpiaba la bota. Morfo, transformado. El alienígena rosa volvió a su forma original y, con un repentino ataque de hipo, soltó un par de pompas de jabón que flotaron frente a ellos.
—¿Te has escapado de ese gruñón? —preguntó Jim, dejando de fregar a un lado.
Lizzie se rio y le hizo señas:
«Más o menos. Solo vine a decirte que la cena está lista.»
En ese momento, el estómago de Jim gruñó con fuerza.
—Menos mal. Me muero de hambre.
«Veo que has dejado la cubierta impecable», comentóella.
—No quería que me echara otro sermón… Además, tenía un vigilante. —Señaló a Morfo, que flotaba dando vueltas. —Hoy nos hemos divertido. Hemos hecho nuevos amigos… como el malvado Ojazos. —Dijo esto último con una sonrisa burlona.
Morfo, travieso, se transformó en una versión en miniatura de Scroop, repitiendo con voz aguda: "Ojazos, ojazos". Los dos hermanos soltaron una carcajada.
—Casi —dijo Jim.
«Es más feo», añadió Lizzie, y Jim se lo tradujo. Morfo respondió deformando aún más su copia de Scroop, añadiendo una risa malévola exagerada.
—Eso es —aplaudió Jim divertido.
Lizzie no recordaba la última vez que había reído así. Por un instante, se sintió ligera, como si no hubiera problemas ni preocupaciones. Y lo mejor de todo: vio esa sonrisa auténtica en el rostro de su hermano, la misma que él tenía cuando, de niños, subían juntos al tejado de la posada para ver las estrellas con su abuelo.
Jim, por su parte, la observó en silencio. Siempre terminaba metiéndola en líos, siempre ella pagaba las consecuencias… pero también siempre estaba ahí para protegerlo. Y ahora, lo único que quería era que esa mirada suya, luminosa y despreocupada, se quedara para siempre.
Morfo notó cómo los dos hermanos se miraban de reojo. Había algo ahí, una tensión silenciosa que ninguno decía en voz alta, y él, que odiaba el silencio incómodo, decidió romperlo. Sus trucos siempre lograban arrancar una sonrisa… y a él le encantaba, casi tanto como hacer feliz a Silver.
Sin pensarlo dos veces, se zambulló en el cubo donde aún quedaba agua con jabón, se transformó en una esponja, absorbió un buen chorro y salió disparado hacia Jim.
—¡Eh! ¿Pero qué…? ¡Morfo! —exclamó el chico, salpicado de espuma—. ¡Ya verás cuando te atrape!
El alienígena rosa soltó una risa chillona y revoloteó por encima de sus cabezas, esquivando las manos de Jim con giros imposibles. Luego, se volvió hacia Lizzie y le lanzó otra descarga jabonosa.
La chica se quedó paralizada un instante… y luego, riendo, se unió al juego, arrojándole agua a su hermano. Jim respondió de inmediato, y en segundos estaban los dos persiguiendo a Morfo, salpicándose mutuamente como si fueran dos niños pequeños.
En ese momento, Silver, que había notado la tardanza de la chica y de su hermano, decidió ir a buscarlos. Llevaba un cubo con restos de comida, dispuesto a usarlo como excusa para subir a cubierta. Pero, al acercarse, escuchó las risas y se detuvo.
Desde la penumbra, los vio: Lizzie, empapada y con mechones pegados a la cara, riendo a carcajadas; Jim esquivando un chorro de agua, y Morfo dando vueltas en el aire, encantado de ser el centro del alboroto. Lo que parecía una simple guerra de agua y jabón se sentía… diferente.
Silver se quedó un momento observando, con el cubo en la mano, sintiendo una punzada extraña en el pecho.
Verlos así hizo que algo dentro de Silver se revolviese. Ese chico ya no parecía el crío malhumorado y problemático que había conocido hacía apenas unas horas; y ella… ella brillaba más que cualquier estrella en el Etherium.
Entonces, escuchó algo que lo dejó helado.
—¡Jim! P… para… —era la voz de Elisabeth.
No era nítida, pero tenía un timbre suave, cálido… y, para él, extrañamente encantador. Silver sintió un cosquilleo inexplicable al oírla.
Jim se quedó inmóvil un segundo, como si quisiera grabar ese momento para siempre. Luego sonrió de oreja a oreja y la abrazó con fuerza.
—Me encanta escuchar tu voz, Lizzie.
Ella se llevó una mano a la boca, visiblemente avergonzada, desviando la mirada. Sabía que con Jim podía utilizar su voz, él nunca la juzgaba ni se reía de ella.
Jim, una mezcla de ternura y obstinación que lo caracterizaba, añadió:
—Deberías intentarlo, Lizzie. Deberías intentar recuperar tu voz… La echo de menos.
Silver, al escuchar aquellas palabras, no pudo evitar coincidir con Jim. Sí, ella debía intentar recuperar su voz… y, por alguna razón, algo en él deseaba ser quien la animase a hacerlo, quien escuchara su nombre pronunciado por ella, aunque fuera una sola vez.
Decidió que era momento de dejar de espiarlos y hacerse presente. Subió por las escaleras que daban a la cubierta, con el cubo en la mano, y comentó con media sonrisa:
—Vaya… doy gracias a Dios por estos milagros. Pensaba que os había pasado algo, pero veo que, después de una hora, la cubierta sigue de una pieza.
Sin más, lanzó los restos de comida por la borda. Morfo, en un arranque de entusiasmo, se dejó caer detrás de ellos, para atraparlos y devorarlos.
—Será mejor que bajéis antes de que la cena se enfríe —añadió el cíborg con tono despreocupado.
Los hermanos asintieron. Lizzie ayudó a Jim a recoger lo que quedaba tirado por la cubierta para acelerar el regreso. Pronto, bajaron a la cocina, donde buena parte de la tripulación aún cenaba entre risas y murmullos.
Sin perder tiempo, Silver le sirvió a cada uno un cuenco humeante del guiso, y se sirvió otro para sí mismo.
Lizzie se sentó junto a su hermano y, sin que pareciera demasiado intencionado, Silver se acomodó justo enfrente, formando una especie de barrera invisible entre ellos y el resto de la tripulación. Mientras comía, su ojo —y no solo el cibernético— vigilaba de reojo a sus hombres. Detectó a más de uno que se quedaba mirando a la chica más de lo debido. Onus parecía hipnotizado por ella, aunque no era el único que le lanzaba miradas de devoción. Sin embargo, quien más le preocupaba era Scroop: no la miraba como a una mujer, sino como un depredador que observa a su presa.
Decidió apartar esa imagen de su cabeza y centrarse en los dos jóvenes que tenía delante. Lizzie comía con calma, con una elegancia natural que contrastaba con la forma en que Jim devoraba el guiso, como si no hubiera comido en días.
—Come despacio, Jimbo —le advirtió Silver, llevándose otra cucharada a la boca—. Si quieres repetir, queda de sobra.
—Es que está muy bueno… —respondió el chico, hablando con la boca llena.
Lizzie le hizo señas a su hermano advirtiéndole de que así podía atragantarse. Lo hizo con una sonrisa cómplice, como si fuera más una broma que una reprimenda. Silver observó esos gestos y pensó que quizá le pediría a Jim que le enseñara algo de lenguaje de señas. No por simple curiosidad… sino para poder enterarse de lo que hablaba con ella.
Morfo apareció, intentando robarle comida a Jim, que le protegía celosamente su cuenco. Lizzie, divertida, le ofreció el suyo, y el pequeño alienígena rosa se puso a comer encantado. Silver se sorprendió a sí mismo, prestando más atención a la risa de la chica que a cualquier otra cosa en la sala. Se obligó a evadir esos pensamientos.
—Ahora, cada vez que tenga hambre, irá directo a ti —comentó, medio sonriendo—. ¿Quieres más?
Ella negó con la cabeza y se frotó el vientre en señal de que estaba llena. Eso provocó una leve sonrisa en el cíborg.
Al final, tanto Jim como Silver repitieron guiso. El muchacho tenía un apetito voraz, pero el cocinero no se quedaba atrás.
Cuando la mayoría de la tripulación se marchó, los tres se quedaron recogiendo. Jim y Silver se encargaron de fregar mientras Lizzie limpiaba las mesas. Entre plato y plato, Jim rompió el silencio.
—Oye… lo que hiciste antes en cubierta… gracias. Gracias por ayudarme a mí y a mi hermana.Silver lo miró de reojo.
—¿No te enseñó tu padre a fijarte mejor con quién te la juegas?
La reacción del chico fue inmediata: su rostro se ensombreció y bajó la mirada, siguiendo con la tarea sin contestar.
—¿Tu padre no era de los que enseñan cosas? —insistió Silver.
—No. No tenemos padre… —dijo Jim, casi en un murmullo—. Ese hombre nunca nos enseñó nada. Ni quiso hacerlo.
Silver captó el tono amargo y entendió un poco mejor la actitud del chico.
—Y no lo menciones delante de Elisabeth —añadió Jim, con seriedad—. Conmigo no se portó bien… pero con ella fue mucho peor. Muy cruel.
Silver se tensó.
—¿Qué le hizo?
Antes de que Jim pudiera responder, escucharon un golpe suave de vajilla. Lizzie había terminado de recoger y traía los últimos platos. Silver la miró, y en su expresión vio algo más que cansancio: había frialdad, pero, sobre todo, dolor. No necesitaba saber señas para entender lo que había escuchado.
La chica le indicó a su hermano que se iba a descansar.
—Claro, Liz… descansa —dijo Silver, observando cómo desaparecía por el pasillo.
—Eso es a lo que me refiero —murmuró Jim—. Siempre que alguien toca el tema, reacciona así.
—Ya veo… lo tendré en cuenta. Siento haberlo sacado
—Eh, no pasa nada. A mí no me afecta. Estoy bien.
Silver lo miró y, por un momento, se vio reflejado en ese chico que intentaba fingir que nada le dolía.
—Seguro… —replicó con ironía. Luego, con una chispa de picardía, añadió—. Bien, ya que la capitana Amelia me ha puesto a ti y a tu hermana bajo mi mando, voy a llenaros la mollera con unas cuantas destrezas. A ti, para que no te metas en líos.
—¿Y a ella?
—Le enseñaré a cocinar y otras tareas útiles… y, sobre todo, a no meterse en tus problemas. En adelante, no pienso perderos de vista.
Jim lo miró irritado.
—No nos vas a hacer ningún favor.
—En eso puedes confiar —dijo Silver, dándole unas palmadas en el pecho antes de echarse a reír.
Cuando terminaron de fregar, Silver le indicó a Jim que al día siguiente tendría que madrugar para ayudar a preparar el desayuno. El chico subió a la galería sin protestar.
El cíborg se dirigió a su camarote. Dentro, la lona divisoria estaba corrida; Lizzie ya estaba acostada. Aprovechó para cambiarse, quedándose solo con una camiseta de tirantes y pantalones cortos. Se dejó caer en su cama… y entonces lo oyó: un sollozo ahogado al otro lado de la lona.
Silver se quedó inmóvil, con la mirada clavada en la lona que los separaba. Podía fingir que no había escuchado nada, pero cada sollozo que se escapaba al otro lado le calaba más hondo de lo que quería admitir.
Se removió en la cama, incómodo, y se frotó la cara con la mano biológica. No era asunto suyo, se repetía… y, aun así, la imagen de la chica sangrando en cubierta y ahora llorando en silencio no dejaba de asaltarlo. No era el tipo de hombre que se conmoviera con facilidad, pero había algo en ella… algo que le estaba desarmando sin que pudiera evitarlo. Y eso al capitán pirata no le gustaba. No quería volverse un blando y menos por una chica que acababa de conocer.
—Descansa, Liz… —susurró, sabiendo que probablemente no lo escucharía—. Mientras yo esté aquí, nadie volverá a hacerte daño.
¿Qué demonios acabo de decir? Pensó, frunciendo el ceño. Tendría que ir con cuidado. Cerró los ojos, decidido a no darle más vueltas, aunque su oído seguía alerta, pendiente de cualquier ruido al otro lado.
Finalmente, se quedó dormida, o supo por el momento en que el silencio se instaló en el camarote. Y aunque Silver también acabó rindiéndose al sueño, lo hizo con una idea fija:antes de que terminara ese viaje, descubriría qué demonios había hecho ese hombre a Elisabeth Hawkins.