Prólogo
                                                    12 de septiembre de 2025, 21:32
                                            
                Prólogo
Sonidos metálicos resonaban en la oscuridad.
Era el tintinear de cadenas tensándose y relajándose, como si la habitación respirara junto con ellas.
No había luz que despejara aquella negrura, salvo una débil línea que se filtraba desde algún lugar alto y lejano.
Si se forzaba la mirada hacia el techo, podía verse la silueta de tres cuerpos suspendidos.
Cadenas de hierro ceñían sus torsos, brazos y piernas, sujetándolos a ganchos clavados en la estructura de hormigón.
Lentamente comenzaron a despertar.
Los párpados se abrieron con esfuerzo, revelando ojos capaces de ver incluso lo que la oscuridad intentaba ocultar.
—Esto es… extraño —dijo una voz masculina, ronca, rompiendo el silencio con calma forzada—. Morimos… y ahora despertamos colgando en cadenas.
—Un chiste que no causa gracia —respondió una voz femenina a su izquierda, áspera, cargada de hostilidad contenida.
—Quienquiera que haya hecho esto… lo voy a matar —escupió otra voz femenina desde su derecha, fría como un cuchillo.
—Hana, Himari… es momento de liberarnos.
No hubo respuesta, solo el eco de las cadenas arrastrándose cuando los tres comenzaron a forcejear.
De pronto, otro sonido se sumó: un crujido seco, como huesos rompiéndose. Fragmentos de metal comenzaron a caer al suelo, uno tras otro, con estrépito sordo.
Entonces lo inevitable ocurrió: los huesos de sus propios brazos tronaron al mismo tiempo que las cadenas cedían.
Pero no fue un grito de dolor lo que llenó la habitación, sino un silencio aún más denso… como si aquella ruptura fuese apenas el primer paso de algo mayor.
—Hay que buscar la salida —dijo la voz masculina.
Se movilizaron, saliendo al otro lado de la habitación luego de destruir la puerta que los encerraba. Caminando por el pasillo oscuro, mientras los tres levantaban sus instintos de cualquier peligro que los acechara.
【•••】
Dentro de una pequeña ciudad rural. Era habitado por mercenario que asentaron como su base principal luego de ver la ciudad abandonada, de seguro era por culpa de los Grimm que acechaban a los débiles e indefensos humanos que vivían por este lugar y muy alejado de cualquier ayuda que podrían recibir de los Huntsmen.
—¡Oiga, Jefe! —llamó un hombre, con voz ronca. Tenía aspecto joven, pero las cicatrices en su rostro lo envejecían más de lo que era.
En el centro del local, un hombre más alto y musculoso alzó la mirada. Tenía el torso cubierto de cicatrices y una jarra de cerveza en la mano. Bebía con calma, hasta que aquel grito interrumpió su diversión.
—¿Y ahora qué quieres? —preguntó con voz pesada. Su tono parecía tranquilo, pero su rostro dejaba ver un claro fastidio.
—Lo siento, Jefe… solo quería saber qué piensa hacer con las tres personas que encontramos.
El silencio se volvió denso. El hombre grande arqueó una ceja, bebió otro trago y apoyó la jarra con un golpe seco sobre la mesa.
—Haaah… —exhaló, casi como un gruñido—. ¿Habrá una forma de sacarles provecho?
Se inclinó hacia adelante, sus cicatrices tensándose cuando habló.
—Apenas puedo ver qué hacer con las dos mujeres. Tal vez servirían para “entretener” a la tropa… pero el hombre… —hizo una pausa, ladeando la cabeza—. No veo utilidad en él.
El subordinado tragó saliva, sin responder.
—Además… —el Jefe golpeó con un dedo la mesa, pensativo— esas tres personas no tenían Aura. ¿Cómo demonios sobrevivieron en un bosque lleno de Grimm? Es… raro. Muy raro.
—Deberían temer a lo desconocido. Cuando no hay información… puede traer tragedias que terminan con su muerte.
La voz masculina, grave y cortante, atravesó el aire de la taberna como una daga. Los mercenarios apenas tuvieron tiempo de reaccionar: las manos se alzaron hacia las armas, los cuerpos tensos como resortes… pero fue demasiado tarde.
Un destello blanco surcó la penumbra.
Luego, un segundo.
Y después, silencio.
Sangre salpicó el suelo y las paredes, dibujando manchas carmesí sobre la madera vieja. Los cuerpos se desplomaron como marionetas sin hilos, acumulándose en un escenario grotesco. Una ilustración perfecta de la tragedia.
—En serio, ni siquiera lo dejaste hablar… —dijo una voz masculina, resignada, mientras enfundaba de nuevo la katana que aún permanecía limpia.
La muchacha que sostenía la suya —una hoja aún goteando sangre— observaba con expresión vacía los cadáveres. Su mirada era tan fría como el filo que acababa de reclamar tantas vidas.
—Lo merecían —respondió Himari, sin titubear—. Hablar de mí y de Hana como objetos para profanar nuestros cuerpos… es un crimen que merece morir diez veces.
—Himari tiene razón —añadió Hana, con un leve gesto en los labios, mezcla de desprecio y determinación—. Yo misma pensaba matarlos apenas terminaran de hablar.
Senji, el de cabello rojizo, guardó silencio unos segundos. No podía refutar lo dicho: escuchar aquellas palabras repugnantes lo había hecho hervir por dentro.
Deseos de asesinar… en ese punto, no podía culparlas.
—Entiendo —asintió finalmente—. Supongo que deberemos investigar este lugar por nosotros mismos.
Las dos hermanas soltaron un largo suspiro, calmando poco a poco la tensión que aún les ardía en el pecho.
—Senji-nii —dijo Himari, limpiando su espada con calma—, por ahora lo más lógico es buscar en sus pertenencias. Tal vez encontremos un mapa que nos guíe lejos de esta ciudad abandonada.
—Tienes razón —respondió él, cruzándose de brazos—. Empecemos por ahí.
Los tres se movieron entre los cadáveres sin inmutarse, acostumbrados ya a la crudeza de la violencia. Finalmente, se acercaron a un cofre de madera apoyado en un rincón, donde descansaba un pequeño arsenal.
Senji arqueó una ceja al sacar una de las armas.
—¿Espadas con cañón…? Esto no fue forjado en ningún yunque.
Hana, curiosa, levantó lo que parecía un arco. Al tensarlo, la estructura cambió, transformándose en una espada.
—Esto es… un arco-espada.
Himari frunció el ceño, masajeándose la sien como si le doliera la cabeza.
—¿Qué demonios es este lugar? Estas armas… no tienen ningún sentido.
Los tres se miraron, conscientes de que cada detalle que descubrían de aquel mundo los alejaba más de lo conocido.
Mientras rebuscaban en el cofre, Himari dio con un cilindro metálico que llamó su atención.
—¿Qué demonios es esto…? —gruñó Senji, sosteniéndolo con cautela. Era compacto, con empuñaduras a cada lado y una pequeña insignia amarilla en forma de diamante en el centro.
Hana, con su típica curiosidad imprudente, lo pulsó sin pensarlo dos veces.
—¿Y para qué sirve este botón…?
De inmediato, las empuñaduras se desplegaron y se convirtió en una pantalla holográfica flotante: menús, íconos y datos danzaban en el aire frente a ellos.
—Esto es lo que debe llamarse tecnología… —murmuró Himari, extendiendo los dedos hacia la proyección, que se dejó atravesar sin resistencia—. La tecnología de este lugar es muy avanzado para nosotros.
Senji chasqueó la lengua. —Esto tomará tiempo… —dijo, con una mezcla de fastidio y curiosidad.
Hana ya estaba probando los íconos flotantes, tocándolos con entusiasmo infantil. La pantalla reaccionaba con sonidos electrónicos y destellos de colores, lo que la hizo reír en voz baja.
—Mira, Senji-nii… ¡parece un mapa!
Senji se inclinó sobre el holograma, forzando la vista como si leer aquellos símbolos extraños pudiera darle una pista.
—Mapa o no… no entiendo nada de estos trazos. Pero si aprendemos a usarlo, quizá podamos encontrar la salida de este lugar.
Los tres permanecieron allí un buen rato, manipulando aquel objeto incomprensible. Jugaban con la interfaz como niños frente a un juguete prohibido, pero poco a poco empezaban a captar lo básico: rutas marcadas, íconos brillantes, símbolos que cambiaban con solo tocarlos.
De pronto, la superficie luminosa cambió.
Senji frunció el ceño y se inclinó hacia adelante.
—¿Qué… es esto?
No eran símbolos ni mapas. Era su propio rostro, difuso al principio, pero cada vez más nítido.
Hana retrocedió con un grito ahogado.
—¡E-es… un espejo! ¡Está mostrando nuestro reflejo!
Himari entrecerró los ojos, observando su propia imagen en aquella luz azul flotante.
—No es un espejo de vidrio —murmuró—. Se mueve con nosotros, nos imita al instante… como un hechizo de ilusión.
Senji guardó silencio, mirando sus propios ojos de luna reflejados en la pantalla. Un escalofrío recorrió su espalda: aquellos ojos parecían aún más intensos, atravesando la luz como si incluso este artefacto no pudiera contenerlos.
—Un objeto capaz de atrapar la imagen de una persona sin necesidad de pincel ni tinta… —dijo con tono grave—. Este mundo, definitivamente, no es el nuestro.
Hana, más valiente tras la impresión inicial, comenzó a hacer gestos frente a la luz, riendo suavemente al ver cómo su reflejo copiaba cada movimiento. Himari, en cambio, permanecía seria, como si estudiara un talismán desconocido que podía ser tanto un arma como una trampa.
—Sea lo que sea, debemos aprender a usarlo —concluyó Senji—. Incluso si no lo comprendemos ahora, podría ser la clave para sobrevivir aquí.
La superficie luminosa volvió a parpadear, cambiando de menús y mostrando símbolos extraños. Para ellos, seguía siendo un misterio incomprensible, un objeto vivo que guardaba secretos más allá de cualquier arte que conocieran.
Los tres permanecieron un buen rato jugando con aquel objeto extraño, hasta que un nuevo cambio en la proyección los detuvo.
Esta vez, el pergamino desplegó una imagen distinta: un holograma azul brillante flotando en el aire. No mostraba árboles ni montañas reales, sino líneas y trazos que formaban la silueta de un terreno. Un mapa esquemático, como un dibujo suspendido en el vacío.
En el centro de esa red de figuras, un diminuto punto resplandecía.
Hana se inclinó sobre la luz con fascinación.
—¡Miren, miren! Ese puntito está justo en medio del espacio vacío.
Himari observó en silencio, siguiendo los contornos que formaban lo que debía ser el bosque que los rodeaba.—Entonces… ese pequeño punto debe marcarnos a nosotros —concluyó con voz seria.
Senji frunció el ceño y, para probarlo, dio un paso hacia adelante. El punto se movió en la misma dirección. Dio media vuelta, y el punto retrocedió.
El silencio pesó unos segundos, interrumpido solo por el zumbido del holograma.
—Así que este artefacto no solo muestra el lugar —dijo Senji en voz baja—. También muestra dónde estamos en él.
Hana sonrió divertida, siguiendo con el dedo el parpadeo del punto.
—¡Es como si estuviéramos dentro del dibujo!
Himari, en cambio, se mantuvo alerta.
—Si nos marca con tanta precisión… también podría hacerlo visible para otros.
Senji guardó silencio unos instantes, mirando el resplandor azul y sus extraños trazos. Era un mapa, sí, pero de un estilo que ningún cartógrafo de su mundo habría sido capaz de realizar.
—Sea lo que sea —concluyó finalmente—, este mapa será nuestra guía.
En otra ubicación.
Los tres comenzaron a caminar siguiendo la ruta que les marcaba el extraño pergamino, pero no sin antes cargar cada uno una bolsa de cuero. Las habían llenado con la comida y provisiones que pertenecían al grupo de bandidos que habían eliminado.
—Bueno… al menos esos bandidos terminaron siendo de ayuda para nosotros —murmuró Senji, ajustándose la correa al hombro.
Himari lo miró de reojo con expresión fría.
—Un desperdicio que respiraran tanto tiempo.
Hana, que iba detrás arrastrando su bolsa casi tan grande como ella, soltó una pequeña risa nerviosa.
—Pero gracias a ellos no moriremos de hambre esta semana… aunque la carne seca que tenían sabe horrible.
El sendero que seguían no era claro; apenas huellas perdidas entre los árboles que el holograma azul trataba de representar con simples líneas y manchas. El contraste entre el brillo tecnológico del pergamino en manos de Hana y el olor rancio de los víveres robados era casi irónico.
Senji exhaló despacio.
—No importa lo desagradable que sea. La comida es comida. Y si este “mapa” es de fiar, pronto encontraremos algo más que bosques y ratas humanas como las de antes.
Himari, siempre en guardia, echó un vistazo alrededor mientras sus dedos rozaban la empuñadura del tanto oculto en su manga.
—Entonces mantengamos el paso. Este mundo sigue siendo extraño… y no pienso confiar en él tan rápido.
El sonido del agua corriendo les indicó que habían llegado a un río ancho, de corriente tranquila. El reflejo del sol danzaba en la superficie, y el aire fresco parecía mucho más limpio que el sofocante olor del bosque.
—Pescado fresco será mejor que esa carne seca y apestosa —dijo Senji, dejando la bolsa de cuero a un lado y arremangándose.
—Concuerdo —respondió Himari, mientras ya preparaba un improvisado arpón con la punta de una rama cortado con el tanto—. Comer algo que no huela a podredumbre será un alivio.
Hana, en cambio, no se apresuró. Colocó el pergamino sobre sus rodillas y lo activó de nuevo. El holograma se encendió con un zumbido leve, proyectando el mapa por unos segundos antes de que la niña presionara al azar otra opción. De repente, un resplandor blanco destelló y un “clic” resonó.
—¡Ah! —exclamó sorprendida. Luego, en la pantalla apareció la imagen de Senji agachado junto al agua, congelado en un gesto serio y cansado—. ¡Miren esto! ¡Es como… como atrapar un recuerdo y guardarlo aquí!
Senji levantó la vista con el ceño fruncido.
—¿Qué demonios hiciste, Hana?
Ella sonrió, mostrando la pantalla.
—¡Este objeto puede capturar momentos! Esto es genial.
Himari miró la imagen con desinterés, mientras lanzaba el arpón improvisado al agua y sacaba un pez retorciéndose.
—Juguetes extraños… pero si sirve para entretenerte, al menos deja de quejarte de cargar con la bolsa más pesada.
—¡No me quejo! —replicó Hana inflando las mejillas, aunque pronto volvió a sonreír, tomando otra foto de Himari con el pez goteando en sus manos—. ¡Vean! Ahora tenemos pruebas de tu cara estoica.
Senji suspiró mientras recogía ramas secas.
—Perdemos demasiado tiempo con tonterías. Hagamos la fogata.
Pronto, el fuego chisporroteaba en el centro de unas piedras acomodadas, y el aroma del pescado asado comenzó a desplazar al de la carne seca guardada en sus bolsas. La comida fresca trajo consigo un respiro, un instante de calma que los tres aceptaron sin discutir.
Mientras Himari vigilaba los alrededores, Senji alimentaba el fuego y Hana seguía presionando botones, fascinada con cada nuevo “clic” que atrapaba rostros y gestos en aquella pequeña máquina luminosa.
—Tal vez… —dijo Senji con un hilo de voz, observando las imágenes fugaces—, ese objeto no sea tan inútil después de todo.
Hana rió, mostrando el pergamino como si fuera un tesoro.
—¡Lo dije! Ahora tendremos recuerdos congelados en esta cosa rara.
En otra ubicación.
Los muros de Mistral resonaban con bullicio. Esa tarde, la academia había organizado un evento especial, uno de esos que mantenían viva la emoción entre los estudiantes y recordaban a la ciudad la importancia de sus futuros Huntsmen.
No era un torneo formal como los de Vale, ni un espectáculo masivo con pantallas gigantes. Este evento tenía un aire más rústico y dinámico: una cacería controlada de Grimm en un bosque vigilado por instructores y profesionales.
Los adolescentes aguardaban con entusiasmo en la explanada de salida, riendo, ajustando sus armas y apostando quién conseguiría más bajas. Para ellos, aquello no era solo un examen de habilidades, sino un juego en el que podían demostrar destreza, coraje… y, claro, un poco de arrogancia juvenil.
Entre ellos, destacaba una joven de cabellos rojos recogidos en una coleta, ojos verdes brillantes y una armadura ligera que reflejaba el sol de la tarde.Pyrrha Nikos.
La campeona invicta de torneos regionales, conocida en Mistral como la “Invencible”, se encontraba allí con una serenidad distinta a la de los demás. No compartía la risa despreocupada de sus compañeros ni la fanfarronería de quienes ya se veían victoriosos.
Para ella, aquella era una oportunidad de practicar… y también un recordatorio de la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros.
Un instructor de edad avanzada levantó la voz, silenciando el bullicio:
—Recuerden, este no es un juego. Controlaremos el perímetro y mantendremos el número de Grimm bajo supervisión. Ustedes solo deben probar lo que saben hacer: mantener la calma, usar su Aura… y sobrevivir.
Las palabras cayeron como agua fría sobre algunos estudiantes, pero no sobre Pyrrha. Ella apretó el mango de su lanza, su mirada fija en el horizonte del bosque que aguardaba. Había algo en esa calma antes de la cacería que siempre le hacía vibrar el corazón.
Pronto, la señal resonó. Una campana de bronce anunció el inicio del evento, y los jóvenes salieron corriendo hacia la espesura, con gritos de guerra, risas y pasos acelerados.
Pyrrha no se apresuró. Avanzó con paso firme, su figura esbelta moviéndose como si ya supiera que la victoria le pertenecía.
                
                
                    