Capítulo 2
                                                    12 de septiembre de 2025, 21:35
                                            
                Capítulo 2
Los seis adultos avanzaban en formación cerrada, atravesando el denso bosque con pasos calculados. Al frente, el hombre de la cicatriz en la mandíbula sostenía su arma transformable, la mirada fija y fría como una cuchilla.
Recordaba con precisión la ubicación que Claire, la participante catorce, había reportado. Tres siluetas extrañas, descritas como “Grimm con apariencia humana”. Algo que no debía existir. Algo que no podía existir.
La maleza crujió bajo sus botas hasta que finalmente, en un claro apenas iluminado por los rayos filtrados del sol, los vieron.
Tres figuras adolescentes se encontraban allí.
El de cabello rojizo permanecía de pie con calma, observando el horizonte como si nada pudiera inquietarlo. A su lado, una joven de rostro inexpresivo y ojos dorados vigilaba los alrededores con una quietud animal. La tercera, de cabellos más oscuros, estaba agachada sobre un artefacto brillante, riéndose suavemente mientras lo manipulaba. El resplandor azul del pergamino holográfico iluminaba sus mejillas mientras jugaba con él, ajena al peligro que se cernía a su alrededor.
Los cazadores se tensaron. El aire se volvió pesado, cada respiración cargada de la certeza de que estaban a punto de presenciar algo que escapaba de las leyes de su mundo.
—Ahí están… —gruñó el líder con voz grave, apretando los dientes—. No bajen la guardia.
Los demás adoptaron posiciones, listos para atacar a la señal.
Pero el hombre de la cicatriz no esperó. Su instinto gritaba que lo desconocido debía eliminarse antes de que se volviera una amenaza.
Con un rugido seco, blandió su espada transformable, y en un solo movimiento descendió el filo con la fuerza suficiente para decapitar al pelirrojo que se mantenía sereno frente a él.
El impacto resonó como un trueno apagado.
No hubo sangre.
No hubo destello de Aura protegiendo su cuerpo.
Solo un sonido seco, agrietado… como el de un metal resquebrajándose.
La espada se partió en dos al chocar contra el cuello del muchacho.
Los supervisores abrieron los ojos con incredulidad. El líder retrocedió un paso, con la hoja fracturada aún vibrando en sus manos.
El adolescente, en cambio, no se había movido. Su expresión seguía estoica, inmutable, como si aquel intento de ejecución no hubiera sido más que un soplo de viento en su piel.
El silencio se volvió insoportable.
—E… eso es imposible… —murmuró la francotiradora, rompiendo la tensión—. No usó Aura. ¡No había Aura!
Los demás tragaron saliva, sin atreverse a bajar sus armas.
Y entonces, como una burla cruel, el sonido de un “clic” electrónico resonó en el aire.
La otra chica que no sentía peligro alguno de la situación, se encontraba jugando con el pergamino, había inmortalizado la escena. Su risa suave rompió el ambiente cargado mientras mostraba en la pantalla holográfica la imagen congelada: el líder con su espada rota y el chico pelirrojo imperturbable, como si nada hubiera pasado.
—¡Perfecto! —dijo Hana con un brillo travieso en los ojos—. Una imagen para recordar este momento.
El contraste era grotesco.
Los supervisores temblaban de incertidumbre.
Y los tres extraños permanecían allí, ajenos al miedo que se suponía debían sentir.
El silencio se mantenía, roto únicamente por el leve zumbido del pergamino y la risita contenida de Hana al mostrar su “recuerdo”.
El líder, con los dientes apretados y la rabia acumulándose en sus venas, no entendía cómo su golpe había fallado, cómo su espada se había partido en vez de cortar. Su instinto gritaba que aquello no era humano, que debía acabarlo de inmediato… y aun así, su cuerpo dudaba, como si un peso invisible le anclara los brazos.
Fue entonces cuando el pelirrojo levantó lentamente la mirada hacia él.
Su voz salió grave, sin levantar el tono, pero cargada de una fuerza que perforó el aire:
—Ya lanzaste la piedra… es momento de regresártela.
El líder frunció el ceño, confundido por aquellas palabras.
No alcanzó a reaccionar.
Senji tensó su puño derecho, la piel crujió como si el aire mismo se quebrara a su alrededor, y en un solo movimiento descargó el golpe directamente contra la cabeza del hombre.
El impacto resonó en el bosque como un estampido.
Los ojos del líder se abrieron con sorpresa, pero su conciencia se apagó al instante. Su cuerpo, pesado y sin vida en sus gestos, se desplomó con un estruendo seco, levantando hojas y tierra al caer.
Los demás supervisores retrocedieron instintivamente. La incredulidad se transformó en una punzada de miedo.
El chico no había usado arma.
No había canalizado Aura.
Simplemente, con un puño desnudo, había derribado al cazador más veterano de su escuadrón.
El ambiente se volvió denso, como si el bosque mismo contuviera la respiración.
El silencio roto por la caída del líder se quebró en un instante.
—¡Ese no es humano! —gritó la mujer del rifle, con los ojos desorbitados—. ¡Es un monstruo, un maldito monstruo! ¡Debemos eliminarlo ahora!
La palabra atravesó el aire como un veneno.
“Monstruo.”
Hana se detuvo en seco, el eco de aquel insulto retumbó en su pecho con un dolor familiar. Su mirada se endureció, y sus dedos se cerraron con fuerza alrededor del pergamino.
Los ojos de la joven ya no veían el bosque de Mistral, ni a los supervisores que la apuntaban.Veía otro lugar.
Otro tiempo.
【Flashback
】
Niños y adultos arrojaban piedras contra un chico pelirrojo de ojos de luna. La gente gritaba entre insultos, sus rostros deformados por el odio y el miedo.
—¡Monstruo!
—¡Aléjate de nosotros!
—¡Eres una maldición!
Senji no levantaba la voz, ni devolvía los golpes. Se limitaba a recibir la humillación, de pie, como si aquello fuera su destino. La sangre le resbalaba por la frente, y aun así sus ojos permanecían tranquilos.
Hana, mucho más joven, apenas podía contener la furia que hervía en sus entrañas. Su mano pequeña, temblorosa, buscaba la empuñadura de la katana. El instinto asesino se apoderaba de ella, un rugido primitivo que pedía callar aquellas bocas para siempre.
Pero entonces, una mano firme sujetó su muñeca.
Senji, con voz baja, le habló sin apartar la vista de quienes lo agredían:
—Detente, Hana. No vale la pena.
Ella lo miró, desconcertada.
Él sonrió con amargura.
—Tienen razón… yo soy un monstruo. Estos ojos lo dicen todo. Esa es la verdad que cargo.
El puño de Hana temblaba. Su corazón gritaba lo contrario, que no era cierto, que Senji no era un monstruo. Pero sus labios no encontraron palabras. Solo lágrimas contenidas y el ardor de la impotencia.
【Fin del Flashback
】
La voz de la francotiradora volvió a retumbar en el presente, repitiendo aquella palabra que tanto odiaba.
—¡Monstruo!
Los ojos de Hana ardieron con furia, y el tantō vibró bajo la presión de su agarre. Sus labios temblaban, entre rabia y dolor, pero lo único que se filtró fue un murmullo cargado de veneno:
—No vuelvas… a llamarlo así.
Los ojos dorados de Hana parpadearon un instante, y luego cambiaron. La calidez infantil desapareció, sustituida por un brillo blanco que imitaba los de Senji: los Ojos de Luna.
Había ingresado al estado de [Dualidad].
Una presión sofocante se desató alrededor suyo. Su cuerpo se tensó, cada fibra emanando un instinto asesino tan puro que atravesó el aire como cuchillas invisibles. Los cinco adultos que quedaban sintieron un escalofrío recorrerles la espalda, como si un depredador superior los hubiera marcado.
La francotiradora veterana del escuadrón, una mujer de mirada curtida por años de cacería se tensó. Había enfrentado docenas de Grimm, pero jamás había experimentado ese miedo ancestral: la certeza de que estaba a punto de morir.
Su instinto se adelantó a la razón. Apuntó el rifle y disparó a quemarropa, convencida de que, si no lo hacía en ese mismo segundo, no tendría otro.
El disparo retumbó en el bosque.
Pero Hana fue más rápida. En un parpadeo, su figura desapareció de su posición anterior y apareció a centímetros del rostro de la francotiradora, el tantō descendiendo con precisión letal hacia su cuello.
El filo silbó en el aire.
La muerte ya estaba a un suspiro de alcanzarla…
¡CLANG!
Un destello metálico irrumpió entre ambas.
El golpe rebotó contra un escudo amplio, decorado con runas de Dust. Un hombre alto, de cabellos castaños y barba recortada, se había interpuesto con un rugido, empujando a la francotiradora hacia atrás con el peso de su protección.
—¡Atrás, Sera! —bramó, los músculos de sus brazos tensándose contra la fuerza de la muchacha—. ¡No la subestimes!
Su nombre era Gareth, supervisor veterano y guardián del escuadrón. El único cuya primera reacción no fue huir, sino proteger.
El choque resonó en el aire. Hana permaneció con el tantō apoyada sobre el escudo, sus Ojos de Luna clavados en él con un odio que no pertenecía a alguien de su edad.
Gareth apretó los dientes, sudor resbalando por su frente.
Jamás había sentido semejante presión en un combate.
No era un Grimm.
No era humano.
Era algo peor.
El filo de Hana seguía presionando contra el escudo de Gareth, sus Ojos de Luna resplandeciendo con un instinto asesino incontrolable. El bosque entero parecía contener la respiración, atrapado entre el rugido del acero y la presión de aquella presencia oscura.
Fue entonces que una mano firme descendió sobre la muñeca de Hana.
El contacto fue inmediato, como un ancla que detuvo la marea de furia que la consumía.
—Hana —la voz de Senji resonó grave, sus Ojos de Luna fijos en ella con un peso que imponía silencio—. Basta.
Los ojos de la chica, que habían cambiado de la normalidad de unos brillantes iris dorados, a algo antinatural con la esclerótica negra y pupilas blancas al entrar en la [Dualidad], temblaban de rabia. El puño de Hana vibraba, incapaz de aceptar la calma que su primo imponía.
—¡Ellos te llamaron monstruo! —escupió con la voz quebrada—. ¡Siempre lo hacen! ¡Siempre lo hicieron!
Senji guardó silencio unos segundos, la expresión serena pero amarga. Lentamente bajó la muñeca de Hana, obligando a que el tantō se apartara del escudo.
Detrás de él, Himari avanzó un paso. Sus ojos dorados destellaron apenas un instante, como si la [Dualidad] quisiera manifestarse también en ella, antes de volver a estabilizarse. Su mirada, sin embargo, era tan filosa como la de su hermana.
—Hana perdió el control —sentenció Himari con voz cortante—. Y no por miedo al combate… sino porque insultaron a nuestro primo.
Las palabras de la gemela retumbaron en el aire como una sentencia.
Los supervisores intercambiaron miradas desconcertadas. ¿Primos? ¿Familia? Aquello no tenía sentido… y, aun así, la certeza en sus voces lo hacía imposible de negar.
Senji sostuvo la muñeca de Hana, sus Ojos de Luna clavados en los de ella.
—Es suficiente. No voy a permitir que esas palabras nos definan… ni que tú, Hana, te pierdas en ellas.
La joven bajó la cabeza, respirando agitada. Sus ojos tardaron unos segundos en regresar a su dorado natural, y el tantō vibraba todavía en su mano, como si no quisiera aceptar la calma.
El bosque volvió a llenarse de tensión. Gareth retrocedió con el escudo levantado, sin bajar la guardia. La francotiradora adulta, Sera, tragó saliva y apretó los labios, consciente de lo cerca que había estado de morir.
Frente a ellos, los tres Muramasa permanecían unidos.
No como monstruos…
Sino como una familia peligrosa, capaz de quebrar las reglas de su mundo.
El silencio pesaba como una losa sobre el claro del bosque. El líder del escuadrón yacía inconsciente, hundido en la tierra por un solo puñetazo, y aun así nadie se atrevía a dar un paso. La tensión entre las dos fuerzas era como una cuerda a punto de romperse.
Senji soltó lentamente la muñeca de Hana, permitiendo que bajara el tantō. Sus Ojos de Luna, imperturbables, se posaron en los cinco adultos que seguían de pie.
—Ya basta de esto —dijo con calma, como si la situación no lo intimidara en absoluto—. Solo han actuado por proteger a los suyos. Eso es algo que puedo entender.
Los cazadores se miraron entre sí, con el sudor frío corriendo por sus frentes. Aquellas palabras eran razonables, pero la imagen del líder desplomado y la espada partida contra el cuello de aquel chico aún pesaban en sus mentes.
Senji dio un paso al frente, no con hostilidad, sino con una tranquilidad que contrastaba con la tensión reinante.
—Tal vez una presentación ayude a que esto no termine en más sangre.
Se llevó la mano al pecho, inclinando apenas la cabeza.
—Soy Senji Muramasa.
Sus ojos brillaron un instante, como recordando algo, antes de girarse hacia su lado derecho.
—Ella es mi prima, Hana Muramasa. Pierde los estribos si me llaman monstruo. Es algo que siempre intento meter en su cabeza: no debe dejarse afectar por lo que otros digan de mi… aunque su rabia, como han visto, puede ser peligrosa.
Hana apretó los labios, bajando un poco la mirada, todavía con el dorado de sus iris titilando tras el vestigio de la [Dualidad].
Senji entonces señaló a la otra gemela.
—Y ella es Himari Muramasa, también mi prima. A diferencia de Hana, tiene más autocontrol sobre sus emociones. No intentará acabar con la vida de nadie mientras ustedes no cometan la insensatez de atacarnos primero.
La gemela inclinó la cabeza con un gesto mínimo, su expresión tan serena como filosa.
Senji respiró hondo, sus palabras cargadas de un peso extraño, entre firmeza y comprensión.
—Al final, creo que todos valoramos vivir… ¿cierto?
El eco de su voz se extendió por el claro. Los cinco adultos se tensaron aún más, pero ninguno se atrevió a dar el primer movimiento. Lo que antes eran certezas —“son monstruos, deben ser eliminados”— se había convertido en dudas.
El silencio se prolongó, pesado, hasta que finalmente fue roto por un golpe metálico suave: Gareth bajó lentamente su escudo.
El veterano exhaló hondo, relajando la postura. Sus ojos castaños, endurecidos por años de combate, se clavaron en Senji.
—Siempre he creído —dijo con voz grave pero tranquila— que el deber de un cazador no es solo eliminar amenazas… sino aprender de las personas. Escucharlas, observarlas, comprender antes de juzgar.
Hizo una pausa, girando apenas el rostro hacia el líder inconsciente, todavía hundido en la tierra por aquel puñetazo demoledor. Luego volvió a mirar al muchacho.
—Podrías haberlo matado. Tenías la fuerza para hacerlo. Y, sin embargo, no lo hiciste.
Gareth guardó silencio un segundo, como si pesara cada palabra antes de soltarla.
—No voy a dudar de mi propio juicio esta vez. Puedo sentir que no eres un enemigo… y tampoco un monstruo.
La francotiradora Sera lo miró incrédula, pero no dijo nada; solo apretó el rifle entre sus manos. Los otros tres supervisores intercambiaron miradas tensas, sin saber si seguir la voz de la experiencia o su instinto de miedo.
Gareth, en cambio, dio un paso al frente y clavó su escudo en la tierra como gesto de confianza.
—Por ahora, podemos entablar una conversación y comprender su situación. Después de todo, no somos jueces… y hay alguien con más sabiduría que nosotros para decidir.
Alzó el rostro, recordando con claridad la figura de aquel hombre que les había encomendado esta tarea: un anciano de cabellos largos y plateados, mirada penetrante y voz calmada que inspiraba respeto sin necesidad de levantarla.
—El Anciano Daigo —dijo finalmente—. Nuestro contratista para la seguridad de este evento. Si alguien puede darles una mano amiga y un juicio justo, es él.
El nombre resonó entre los cazadores y supervisores, trayendo consigo un peso de autoridad. Daigo era conocido en Mistral no solo por su experiencia en lidiar con Grimm, sino por su sentido de justicia y capacidad de ver más allá de las apariencias.
                
                
                    