Capítulo 10
                                                    12 de septiembre de 2025, 21:15
                                            
                Capítulo 10
“Qué extraño…”
Alexander observaba con una expresión de desconcierto al niño que caminaba junto a una niña de largo cabello negro.
“Parece que la información fue errónea,” murmuró para sí mismo, dejando escapar un leve suspiro.
Sin más demora, dio media vuelta y comenzó a caminar por la calle estrecha y oscura. Con un movimiento fluido de su mano, abrió un portal de teletransportación que lo condujo de regreso a Ciudad Kuoh.
Al atravesarlo, apareció en el interior del club de su hermana, Rias Gremory.
“…”
Rias alzó la mirada desde los papeles que revisaba en su escritorio al notar su llegada.
“Había pensado que no querías estudiar. ¿O estoy equivocada?”
Alexander se dejó caer en un mueble cercano, con una actitud relajada pero cargada de cierta incomodidad.
“No te equivocas,” respondió mientras Akeno se acercaba con un té recién servido.
“Gracias,” añadió al recibir la taza. Akeno simplemente asintió antes de regresar a su asiento.
“Andaba buscando a alguien,” continuó Alexander tras dar un sorbo al té. “Pero terminé regresando porque la persona que encontré no era la correcta.”
El interés brilló en los ojos de Rias, quien apoyó su codo en el escritorio mientras lo observaba con atención.
“¿Qué persona buscabas?” preguntó ella, su tono lleno de curiosidad.
Alexander se quedó en silencio, meditando su respuesta. Finalmente, optó por una evasiva:
“No necesitas saberlo en este momento, Rias.”
Terminado su té, se puso de pie y caminó hacia la puerta de madera del despacho.
“Si tú lo dices,” respondió Rias con un leve encogimiento de hombros antes de volver su atención a los documentos frente a ella.
Alexander detuvo su paso al llegar al umbral, girando ligeramente la cabeza hacia su hermana.
“Por cierto, Rias. He oído que el Sekiryuutei está en este lugar. Ten cuidado.”
Sin esperar respuesta, Alexander salió del despacho.
“Lo sé,” murmuró Rias en voz baja, aunque sus palabras aún alcanzaron los oídos de Alexander mientras caminaba por el pasillo del edificio abandonado.
Habían pasado varios días desde que Rias recibió los informes sobre movimientos inusuales en su territorio. Entre los documentos destacaba un dato inquietante: la reciente infiltración de Ángeles Caídos en el área administrada conjuntamente por ella y Sona Sitri.
Rias dejó escapar un profundo suspiro, cerrando los ojos un instante mientras organizaba sus pensamientos. Finalmente, dirigió su mirada hacia Akeno, quien aguardaba a su lado.
“Debemos prepararnos para esta noche,” dijo ella con firmeza. “Hay Ángeles Caídos infiltrándose en nuestro territorio.”
Sus palabras eran directas, sin rodeos innecesarios. Akeno asintió en silencio, captando de inmediato la seriedad de la situación.
“Iré a buscar a Shirone y Kiba para informarles,” respondió Akeno con profesionalismo.
“Gracias, Akeno.”
Sin más, Akeno se despidió con una ligera inclinación antes de salir en dirección al edificio donde se encontraban los demás estudiantes y profesores.
Rias permaneció en el despacho, sumida en sus pensamientos.
“¿Será prudente acabar con los Ángeles Caídos o simplemente herirlos y dejarlos marchar?” murmuró para sí misma, sus ojos fijos en el papel que sostenía.
La pregunta pesaba en su mente. Aunque las facciones principales habían alcanzado una tregua, ninguna estaba dispuesta a arriesgar la frágil paz con un conflicto abierto.
“¿Podré salir impune si mato a los Ángeles Caídos que se han atrevido a invadir este territorio?”
La duda la carcomía, pero una cosa era segura: no podía permitir que su presencia continuara amenazando la seguridad de Ciudad Kuoh.
Rias apretó los puños, su determinación endureciéndose. Si los Ángeles Caídos estaban dispuestos a cruzar esa línea, tendría que tomar una decisión drástica.
“Primero, eliminarlos. Luego, lidiar con las consecuencias,” pensó finalmente, dejando el informe sobre la mesa mientras se preparaba para actuar.
Akeno, quien ya se encontraba en el edificio adyacente, avanzaba por los pasillos con paso decidido. Su destino eran las aulas de Shirone y Kiba, donde debía entregarles la información sobre la misión que tendrían esa noche: eliminar a los Ángeles Caídos infiltrados.
Al llegar primero al aula de Shirone, abrió la puerta con cuidado y se acercó a la joven de cabello blanco.
“Shirone, tenemos una misión esta noche. Ángeles Caídos han sido detectados en el territorio.”
Shirone, siempre reservada, asintió sin decir palabra, su expresión seria mostrando que había comprendido.
Después, Akeno se dirigió al aula de Kiba. Al encontrarlo, repitió la misma información.
“Entendido,” respondió Kiba con un ligero asentimiento, su tono sereno reflejando la confianza que siempre inspiraba.
Con ambos informados, Akeno abandonó el aula y se encaminó de regreso al lugar donde sabía que encontraría a Rias.
Al llegar, abrió la puerta del aula con la misma elegancia característica de su porte. Rias estaba sentada en su lugar habitual. A su lado, el asiento vacío de Akeno aguardaba como si la esperara pacientemente.
En eso, llegó una hermosa profesora de cabello largo y castaño. Dando el inicio de clases.
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El sonido intenso de la madera golpeando resonaba en el claro del bosque, un ritmo constante que llenaba el aire con ecos de concentración y esfuerzo.
En el centro del claro, Zekka Miyamoto practicaba con fervor, su expresión reflejando la determinación de alguien que busca superar sus límites. Frente a ella, una joven adolescente, apenas unos años mayor, observaba con una sonrisa satisfecha mientras corregía sus movimientos.
“¡Eso es! Mantén la postura, Zekka. ¡No dejes que tus brazos flaqueen!”
La voz de la joven era enérgica, llena de entusiasmo. Ella se hacía llamar Musashi Miyamoto, un nombre que Zekka reconoció de inmediato. Su abuela solía hablarle sobre el legendario ancestro de su linaje, pero nunca habría imaginado conocer a alguien que llevara ese nombre... y menos en carne y hueso.
Musashi, sin embargo, no era una figura cualquiera. Según sus propias palabras, provenía de un mundo muy distinto al de Zekka. Un lugar donde la tecnología era rudimentaria comparada con los avances del mundo actual, pero donde deidades, bestias, espíritus y yokais coexistían con los humanos.
Musashi explicó que un día, durante uno de sus viajes, fue atrapada por un fenómeno inexplicable, un agujero negro que la succionó sin previo aviso y la expulsó en este mundo desconocido.
“¡Muy bien, Zekka!” exclamó Musashi con entusiasmo mientras ajustaba la postura de la joven. “Esa es la actitud que quiero ver. No te detengas hasta que tu cuerpo memorice cada movimiento.”
Zekka asintió, sudando, pero determinada. Cada instrucción de Musashi llevaba consigo el peso de la experiencia y el conocimiento de alguien que había dominado su arte en un mundo donde el peligro era cotidiano.
“¿Cómo lo estoy haciendo?” preguntó Zekka, jadeando mientras dejaba caer la espada de madera para tomar un breve respiro.
Musashi sonrió ampliamente, cruzando los brazos mientras inclinaba la cabeza hacia un lado.
“No está mal para alguien de tu edad. Pero recuerda, Zekka, no solo se trata de fuerza o técnica. El espíritu es lo que define a un verdadero espadachín. Tu linaje tiene esa chispa, y es mi trabajo ayudarte a encenderla por completo.”
El entrenamiento continuó, y aunque Zekka aún tenía un largo camino por recorrer, sabía que estaba ante una oportunidad única: aprender de alguien que no solo compartía su sangre, sino que encarnaba la leyenda misma de los Miyamoto.
El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, tiñendo el cielo de un suave tono anaranjado mientras Zekka y Musashi regresaban del claro. Ambas caminaban por el sendero que llevaba a la casa tradicional donde vivía la abuela de Zekka. La brisa del atardecer refrescaba sus rostros, y el sonido de los insectos nocturnos anunciaba el inminente final del día.
“Hoy lo hiciste mejor, Zekka. Tus movimientos están ganando precisión, pero aún falta pulir tu equilibrio,” comentó Musashi mientras sostenía su espada de madera al hombro. Su tono era alegre, pero había un dejo de seriedad que Zekka no podía ignorar.
“Gracias, Musashi-sensei,” respondió Zekka, jadeando ligeramente. “Prometo seguir practicando. No quiero deshonrar el legado de mi familia.”
Musashi sonrió ampliamente, mostrándole los pulgares.
“¡Esa es la actitud! No importa cuántas veces caigas, lo importante es levantarte con más fuerza. Esa es la verdadera esencia de un espadachín.”
Al llegar a la casa, el aroma familiar del té recién hecho las recibió. La abuela de Zekka, una mujer de cabello canoso recogido en un moño, estaba sentada en la terraza, observando el paisaje con una taza en mano.
Cuando Musashi había aparecido por primera vez, la reacción de la anciana había sido de desconcierto. Escuchar que una joven afirmaba ser Musashi Miyamoto, el legendario ancestro de su linaje, proveniente de otro mundo, había generado un natural escepticismo.
“Una historia tan fantástica no es fácil de creer, Musashi,” había dicho la abuela con una mezcla de cautela y curiosidad en aquel primer encuentro.
Musashi, sin inmutarse, había relatado su experiencia con tal precisión y sinceridad que, aunque incrédula, la abuela no pudo evitar considerar la posibilidad. Además, el carisma de la joven y su habilidad con la espada no dejaron lugar a dudas de que era alguien extraordinario.
“Está bien,” había dicho finalmente la anciana con un suspiro. “Puedes quedarte aquí, pero si noto algo extraño, tendrás que irte.”
Desde entonces, Musashi había vivido con ellas, ayudando en las tareas diarias y entrenando a Zekka con la misma dedicación que pondría en forjar una espada perfecta.
De vuelta al presente, la abuela las miró al llegar.
“Han vuelto tarde,” comentó ella mientras dejaba la taza sobre la mesa. “¿Cómo fue el entrenamiento?”
“Productivo,” respondió Musashi con una sonrisa mientras se sentaba en la terraza. “Zekka está mejorando rápidamente. Pronto será capaz de manejar una espada de verdad.”
La abuela observó a su nieta, que ahora se dejaba caer junto a Musashi, agotada pero satisfecha.
“Eso espero,” dijo la anciana con una leve sonrisa. “Si vas a llevar el nombre de los Miyamoto, debes hacerlo con orgullo.”
Musashi asintió, apoyando la espalda contra el poste de la terraza. “No te preocupes, abuela. Me aseguraré de que Zekka esté a la altura.”
En ese momento, la calma de la noche envolvió el hogar, mientras las tres disfrutaban de un breve respiro antes de que el próximo día trajera nuevos retos.
❅──────✧❃✧──────❅•
Un grupo de adolescentes se acercó lentamente, rodeando a dos niños que no aparentaban más de once o doce años. Las intenciones eran claras: buscaban problemas, quizás por aburrimiento o por simple arrogancia.
“¿Esto es Disney, o por qué tantas princesas?”
El comentario sarcástico salió de los labios del niño, que se encontraba ligeramente adelantado, con una expresión de desdén pintada en su rostro. Sus ojos afilados recorrían a los adolescentes, evaluándolos con desprecio.
A su lado, la niña de largo cabello negro permanecía inmutable. Su mirada vacía parecía atravesar a los chicos, como si fueran poco más que sombras insignificantes. Había algo inquietante en sus ojos oscuros, desprovistos de vida, que observaban al grupo con una indiferencia gélida, casi inhumana.
Los adolescentes, sorprendidos por el descaro del niño, comenzaron a reír, aunque sus risas eran nerviosas. Uno de ellos, con una chaqueta deportiva y una actitud fanfarrona, dio un paso adelante.
“¿Tienes un problema, mocoso?”
El niño inclinó ligeramente la cabeza, como si analizara si valía la pena responder. Finalmente, con una media sonrisa burlona, replicó:
“El único problema aquí es que tengo que soportar el hedor de tu aliento.”
La tensión en el aire aumentó de inmediato. Las risas se apagaron, y las expresiones de los adolescentes se tornaron serias. Parecía que las palabras del niño habían dado justo en el blanco, encendiendo la chispa de la confrontación.
Mientras tanto, la niña permanecía inmóvil, como una estatua de mármol. No parecía preocupada, ni siquiera interesada en la situación. Sus ojos vacíos recorrieron al grupo de adolescentes, mirándolos como si fueran basura que ensuciaba el camino. Su presencia era inquietante, casi como si su indiferencia pesara más que cualquier insulto o provocación.
Los adolescentes comenzaron a acercarse más, el ambiente se llenó de una tensión palpable, pero el niño no se movió ni un centímetro. Una leve sonrisa irónica apareció en su rostro, mientras colocaba una mano protectora frente a la niña, como si no necesitara más que un gesto para protegerla de cualquier amenaza.
“Si quieren jugar, adelante. Solo espero que no lloren cuando pierdan.”
Uno del grupo, con más arrogancia que sentido común, avanzó rápidamente y lanzó un jab sorpresivo, buscando intimidar al niño. Sin embargo, el ataque fue esquivado con una facilidad casi insultante. El niño, ágil como un depredador, inclinó ligeramente su cuerpo hacia un lado, dejando pasar el puño como si hubiera anticipado cada movimiento.
Antes de que el atacante pudiera siquiera reaccionar, el niño extendió su mano derecha con precisión, agarrándolo del rostro con una fuerza implacable. Los ojos del adolescente se abrieron de par en par mientras sentía la presión aplastante de los dedos del niño.
Sin dudar, y con una fuerza completamente inesperada para alguien de su tamaño, el niño lo impulsó hacia el suelo. El impacto resonó en el concreto como un trueno, fracturando el suelo bajo sus pies. La cabeza del adolescente quedó enterrada en el suelo, con pequeñas grietas extendiéndose desde el punto de impacto, como si el terreno mismo hubiera cedido ante la brutalidad del acto.
El resto del grupo quedó paralizado. Sus rostros palidecieron mientras procesaban lo que acababan de presenciar. Miedo. Shock. Incredulidad. Ninguno de ellos podía moverse, como si el peso del horror los hubiera clavado al suelo.
El niño enderezó su postura con calma, sacudiendo el polvo de su mano como si no hubiera pasado nada fuera de lo normal. La niña, a su lado, no mostró reacción alguna, sus ojos vacíos apenas se molestaron en mirar al cuerpo del adolescente inconsciente en el suelo.
Sin siquiera dirigirles una palabra más, los dos niños continuaron su camino, ignorando completamente al grupo petrificado que los observaba con terror.
Cada paso que daban se sentía como una sentencia, y los adolescentes, ahora incapaces de articular una respuesta, entendieron que no tenían ninguna posibilidad. El miedo había ganado.
Mientras continuaban caminando, el ambiente volvía a una tensa calma. Los pasos de los dos niños resonaban suavemente en el camino, como si nada hubiera ocurrido momentos atrás. Fue entonces que el niño rompió el silencio.
“Por cierto, ¿quién era la persona que nos estaba vigilando antes?”
Su voz sonaba despreocupada, pero había un matiz de curiosidad. Sus ojos seguían enfocados hacia adelante, pero su mente parecía estar repasando lo ocurrido.
La niña, con su habitual indiferencia, respondió sin siquiera girar la cabeza.
“Ni idea.”
El niño dejó escapar un pequeño suspiro, seguido de una leve sonrisa irónica.
“Si tú no sabes, entonces supongo que no vale la pena preocuparnos.”
Aunque sus palabras parecían despreocupadas, ambos sabían que no eran tan ingenuos como para ignorar completamente la situación. Habían sentido esa mirada desde lejos, una presencia observándolos con atención. Pero, tras un breve análisis, determinaron que no representaba un peligro inmediato.
Mientras recordaban aquel momento, la niña agregó con una voz monótona:
“Se quedó mirándonos un rato, pero al final no hizo nada. Probablemente no quería problemas.”
El niño asintió ligeramente, sin decir nada más. La figura que los había estado vigilando había desaparecido tan misteriosamente como había aparecido, y no había señales de que fuera una amenaza.
Ambos lo dejaron pasar, más por decisión estratégica que por desinterés. No había motivo para perseguir a alguien que no mostraba intención de atacarlos. Sin embargo, sus pasos eran más atentos, y sus sentidos, más alertas.
Ingresando al bosque cercano de la ciudad que parecía aún más silencioso, como si contuviera el aliento en presencia de aquellos dos niños cuya aura intimidante no coincidía con su edad.
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Cuando la noche envolvía la ciudad de Kuoh, un aire de tensión se cernía sobre el grupo liderado por Rias Gremory. Junto a ella, Akeno, Shirone y Kiba caminaban con pasos firmes hacia la iglesia abandonada, un lugar que había perdido su santidad hacía mucho tiempo y ahora solo albergaba oscuridad y peligro.
Ingresaron con cautela, moviéndose entre las sombras mientras la madera crujía bajo sus pies. Cada sonido parecía amplificado en la silenciosa estructura. Sus ojos demoníacos se adaptaban rápidamente a la penumbra mientras descendían por una estrecha escalera que llevaba a un sótano oscuro, un lugar tan opresivo que incluso el aire parecía resistirse a ser respirado.
Al llegar al fondo, sus miradas se encontraron con un grupo de Ángeles Caídos que los esperaba. Había un brillo sobrenatural en sus ojos y un aura de hostilidad que llenaba la sala. Los demonios y los Ángeles Caídos intercambiaron miradas, cada bando midiendo al otro, preparándose para lo inevitable.
De entre el grupo de Ángeles Caídos, una figura emergió. Era la líder, una mujer de presencia imponente, con una sonrisa fría que no hacía más que intensificar la tensión en el ambiente. Sin decir una palabra, extendió su mano derecha, y en un destello brillante, una lanza de luz apareció en su palma. El resplandor de la lanza iluminó brevemente el sótano, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra.
“Así que finalmente llegaron.” Su voz resonó en el sótano con un tono burlón y desafiante.
Rias dio un paso al frente, su postura elegante y segura.
“Están en mi territorio. No esperen que se les permita irse sin enfrentar las consecuencias.”
Los Ángeles Caídos adoptaron posiciones de combate mientras el grupo de Rias se preparaba para la inevitable batalla. Akeno esbozó una sonrisa ligeramente sádica, mientras sus manos empezaban a chisporrotear con electricidad. Shirone, aunque de expresión estoica, se posicionó con rapidez, y Kiba desenfundó su espada con un movimiento fluido, listo para atacar al menor indicio de peligro.
La líder de los Ángeles Caídos señaló con su lanza de luz hacia Rias, sus ojos destellando con determinación.
“Entonces será como debe ser. Mostrémosles, hermanos, que no nos rendiremos tan fácilmente.”
El enfrentamiento estaba a punto de comenzar, y la atmósfera cargada de energía mágica prometía una batalla que ninguno escaparía.
Historia Paralela: Festival Escolar (Sexta Cita)
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos naranjas y rosados, mientras el bullicio del festival escolar se apoderaba de la preparatoria. Los pasillos estaban llenos de estudiantes vestidos con yukatas y atuendos temáticos, decoraciones hechas a mano adornaban cada rincón, y el aroma de comida callejera llenaba el aire.
Serafall, luciendo un hermoso yukata negro con patrones de flores rosadas, tiraba suavemente de la manga de Senji, que iba vestido con un yukata más sencillo pero elegante, de color azul oscuro.
“¡Mira, Senji-chan! ¡Hay tantas cosas por hacer!” exclamó ella con entusiasmo, señalando los puestos de juegos y comida.
Él observó a su alrededor, asintiendo con calma. “Es un ambiente animado, eso seguro.”
“¡Vamos, quiero jugar a atrapar peces dorados!” dijo Serafall, tomándolo de la mano sin esperar respuesta.
El puesto de pesca estaba lleno de estudiantes compitiendo para atrapar el mayor número de peces con las frágiles redes de papel. Serafall, con una concentración sorprendente, logró atrapar tres peces en su primer intento, mientras Senji la observaba con una leve sonrisa.
“¡Lo logré! ¡Mira, Senji-chan!” dijo ella, mostrándole orgullosamente su pequeña bolsa con peces.
“Eres sorprendentemente buena en esto,” comentó él, cruzando los brazos.
“¡Por supuesto! ¿Esperabas menos de mí?” respondió, sacando pecho con una sonrisa radiante.
Tras los juegos, se dirigieron a los puestos de comida, donde compartieron yakisoba y takoyaki mientras paseaban por el festival. Serafall no dejaba de comentar lo maravilloso que era el ambiente, mientras Senji disfrutaba de su alegría en silencio, ocasionalmente asintiendo o respondiendo con comentarios cortos.
La noche cayó, y con ella llegó el momento más esperado del festival: el baile alrededor de la fogata. Una enorme hoguera fue encendida en el centro del patio, iluminando los rostros de los estudiantes que comenzaban a formar círculos alrededor del fuego. La música tradicional resonaba en el aire, creando un ambiente mágico.
“¡Senji-chan, ven conmigo!” dijo Serafall, tomando su mano y llevándolo al círculo.
“No soy muy bueno para estas cosas,” intentó protestar, pero la sonrisa de Serafall y la forma en que lo miraba hicieron imposible que se negara.
“Solo déjate llevar. ¡Es divertido!”
A medida que comenzaban a bailar, los movimientos simples pero sincronizados se volvían cada vez más naturales. Serafall, con su energía característica, guiaba a Senji con una mezcla de entusiasmo y gracia.
Pronto, el círculo comenzó a abrirse ligeramente, dejando espacio a los dos mientras los estudiantes, especialmente las chicas, los observaban con admiración.
“¡Se ven increíbles juntos!” gritó una de las estudiantes, lo que provocó que las demás comenzaran a vitorear.
“¡La pareja perfecta!”
Serafall, al escuchar los gritos, giró hacia Senji con las mejillas ligeramente sonrojadas pero una gran sonrisa. “¡Mira, Senji-chan, todos nos apoyan!”
Él mantuvo su expresión calmada, pero sus ojos reflejaban una calidez que pocas veces mostraba. “Supongo que somos algo llamativos.”
“¡Algo llamativos no, somos los mejores!” dijo ella, entrelazando sus manos con las de él mientras continuaban bailando.
Cuando la música comenzó a suavizarse y la multitud se dispersó ligeramente, Serafall y Senji se encontraron más cerca de la fogata. El resplandor cálido del fuego iluminaba sus rostros mientras las llamas danzaban en sus ojos.
“Gracias por venir conmigo, Senji-chan,” dijo Serafall en un tono más suave, sus manos aún entrelazadas con las de él.
“No suelo hacer estas cosas, pero… no me arrepiento,” respondió él, sus palabras simples pero cargadas de sinceridad.
Ella sonrió, inclinándose ligeramente hacia él. “¿Sabes? Este podría ser mi festival favorito de todos.”
“Lo haces especial,” dijo él sin dudar, lo que provocó que Serafall se sonrojara aún más.
Mientras las últimas notas de la música se desvanecían y la hoguera comenzaba a disminuir, ambos se quedaron allí, disfrutando del momento, rodeados por el cálido resplandor del fuego y la magia de una noche que ninguno de los dos olvidaría.
                
                
                    