Capítulo 3
                                                    14 de septiembre de 2025, 0:02
                                            
                Capítulo 3
[Sur de Owari, 1544]
Castillo Nagoya 
Me encontraba en la habitación de Nobunaga-sama junto a mi hermana, Hana.
Estábamos en seiza observando las interacciones de Nobunaga-sama y su hermano mayor, Nobuyuki.
Solo puedo decir que las apariencias de los hermanos Oda son iguales, lo único que los diferencia son las personalidades y el género (aunque Nobunaga-sama puede aparentar fácilmente como un niño).
Oda Nobuyuki era más tranquilo, mientras que Nobunaga-sama…
“¡Eres estúpido Nobuyuki! ¡Esa mentalidad pacifista será la destrucción del Clan Oda! ¡Por esa razón te expulsaron de esta casa! ¡Padre tuvo presentimiento de que el clan se arruinaría si eres tú el que tomaba liderazgo! ¡Eres una sabandija!”
Eso era Oda Nobunaga, agresiva y ambiciosa por su clan.
“Hmph.” Nobuyuki frunció el ceño. “Nunca vamos a estar de acuerdo, ¿verdad, hermana?”
“No, y nunca lo estaremos incluso después de muerto.”
Parecía que estaban teniendo una competencia de mirada hasta que rechinaron los dientes y desviaron las miradas.
“¿Por cierto?” Nobunaga-sama miró a su hermano mayor. “¿De qué familia son ellas?”
Es la primera vez que pregunta por nosotras y eso que hemos estado aquí antes de la llegada de Nobuyuki.
“Oh, ellas.” Nobunaga-sama soltó un suspiro. “Son del Clan Muramasa, por cosas de nuestro padre que peleaba contra Saito Dosan, fueron traídas hasta aquí con muchas personas como esclavos y ayudar con las cosechas y seguir enriqueciendo Owari.”
“Es la primera vez que conozco alguien del Clan Muramasa.”
Nobunaga-sama luego nos señaló con su mano derecha.
“Ella es Himari Muramasa, y ella, Hana Muramasa. Tiene la misma edad que tú.”
“¿Huh?” Noboyuki abrió los ojos sorprendidos. “No creo que sea bueno que niños de 12 años sean tratados como esclavos.”
“Lo quieras o no, así es la vida en este momento. Además, tienen mejores vidas en este momento que otros niños que mueren de hambre cada día.”
Nobuyuki dio un largo suspiro. “Por eso odio la guerra.”
“No puedes hacer nada con eso, al menos que tengas el control total de Japón para hacer con ella lo que desees.”
Los niños Oda me terminaron mirando luego de decir eso.
“Hmph. Esa forma de pensar es igual a ti.” Nobuyuki frunció el ceño mientras observaba a Nobunaga-sama.
“Yo no tengo nada que ver en eso, aunque no negare que es lo mismo que te hubiera dicho ahora.”
A mi lado, escuché la voz baja de Hana, llena de incertidumbre. “Hemos pasado dos años con Nobunaga-sama, y sus pensamientos han empezado a cambiar los nuestros.”
“¿A qué te refieres?” susurré, sin apartar la vista de los hermanos Oda.
“Me pregunto si controlar todo Japón sería suficiente para acabar con el sufrimiento.”
Reflexioné sobre sus palabras, dejando que su duda se filtrara en mi mente. “¿Crees que alguien podría lograrlo?”
“No lo creo… siempre habrá alguien con un ideal diferente, dispuesto a alzarse en rebelión, y se desatará otra guerra.”
Cerré los ojos, buscando una respuesta en mi interior, como si allí pudiera encontrar una chispa de esperanza. “Entonces, ¿la respuesta será siempre muerte y destrucción?”
Hana bajó la mirada, su voz apenas un susurro. “…Supongo que sí.”
La puerta corrediza se deslizó, y un niño de doce años entró en la habitación. Era inconfundible: Senji Muramasa, primo de Hana y mío, cuya apariencia era tan inusual como la historia de nuestro clan. Su cabello rojizo relucía, y sus ojos… eran una anomalía inquietante. La parte blanca de sus ojos era negra como el cielo nocturno, mientras que sus pupilas, de un blanco pálido y profundo como la luna, carecían de iris que suavizara esa mirada. Cualquier persona ajena a los Muramasa podría haber sentido un escalofrío al verlo.
Nobuyuki, al verlo, no pudo ocultar su sorpresa. Dio un paso atrás instintivamente, resguardándose tras la figura de su hermana, su expresión reflejando una mezcla de desconcierto y temor. Nunca había visto unos ojos como los de Senji, y su incomodidad crecía al percibir aquella presencia tan inusual en un niño de su misma edad.
Nobunaga-sama, al notar la reacción de su hermano, sonrió con una mezcla de burla y satisfacción. “¿Qué ocurre, Nobuyuki? ¿Acaso el Clan Muramasa es más perturbador de lo que imaginabas?” preguntó en tono divertido, manteniéndose erguida y segura ante la figura imperturbable de Senji.
Nobuyuki trató de recomponerse, aunque el temor seguía evidente en su rostro. “Ese chico… ¿es realmente un Muramasa?” preguntó, su voz apenas un murmullo mientras miraba a Senji y luego volvía la vista hacia Hana y a mí. En sus miradas buscaba un alivio, algo que suavizara la perturbación que le generaban los ojos de nuestro primo. Se dio cuenta de que, aunque nuestros ojos eran más comunes, compartíamos esa misma extrañeza propia de los Muramasa.
Nobunaga-sama, disfrutando del desconcierto de su hermano, le dirigió una mirada provocadora. “Oh, sí, Nobuyuki. Hana y Himari también son Muramasa, aunque sus ojos parezcan más humanos que los de Senji,” dijo con un aire de diversión. “Hana, Himari,” continuó, señalándonos, “¿por qué no le muestran a mi hermano un poco de esa misma ‘herencia’?”
Hana y yo intercambiamos una mirada, comprendiendo lo que Nobunaga-sama pretendía. Con una leve inclinación de cabeza, cerramos los ojos y, al abrirlos, de forma natural, nuestros ojos habían cambiado. Ahora compartíamos los mismos ojos inquietantes de nuestro primo: las escleróticas, tan negras como la noche, con pupilas de un blanco pálido y profundo como la luna, y el iris completamente ausente. La transformación fue sutil, pero lo suficientemente impactante para que la esencia de nuestro linaje se manifestara, sorprendiendo a Nobuyuki con su inesperada revelación.
La tensión en el aire se intensificó mientras Nobuyuki observaba, con el nudo en la garganta cada vez más presente.
Nobunaga-sama, con una sonrisa de satisfacción, se dirigió a su hermano. “Entonces, Nobuyuki, ¿qué opinas de esta ‘singularidad’?” preguntó, manteniendo su tono burlón.
Nobuyuki tragó saliva, intentando no apartar la mirada de Nobunaga-sama, aunque evitaba encontrarse directamente con nuestras miradas. “Es… única, sin duda.” Pero la incomodidad en su voz y la tensión en su postura evidenciaban que aún trataba de procesar lo que acababa de presenciar.
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Me encontraba levemente confundido al ingresar a la habitación de Nobunaga-sama. Por un momento, pensé que Nobunaga-sama se había duplicado; sin embargo, pronto noté que no era así. Se trataba de otro miembro de la familia Oda: Nobuyuki Oda, el segundo hermano mayor de Nobunaga-sama.
Parece que los hermanos mayores han llegado al Castillo Nagoya.
Nobunaga-sama me observó con una ceja levantada, intrigada. “Senji, ¿qué haces aquí? ¿No estabas ocupado con el entrenamiento?”
Incliné la cabeza y respondí con calma. “En realidad, Nobunaga-sama, vine a buscar a mis primas, Himari y Hana. Quiero empezar a idear el plano de la herrería que mencioné antes. Ahora que tenemos su permiso, creo que es hora de que nuestro clan deje su huella en Owari, no solo como guerreros, sino también como herreros.”
Nobunaga sonrió, divertida. “Veo que no descansarás hasta que hayas dejado esa herrería lista. Adelante, entonces. Haz lo que tengas que hacer.”
Hana y Himari, que habían estado observando la conversación desde su posición, intercambiaron una mirada cómplice. Con una sonrisa discreta, asintieron, mostrando su apoyo a la idea.
Con un gesto respetuoso, me retiré de la habitación junto a mis primas, Hana y Himari. Mientras caminábamos por el pasillo, dejando atrás el ambiente tenso que había reinado momentos antes. La idea de construir una herrería me entusiasmaba, y no podía dejar que esa energía se desvaneciera.
“¿Dónde crees que deberíamos construir la fragua?” pregunté, mirando a mis primas. “Necesitamos un lugar que sea accesible y seguro, donde podamos trabajar sin interrupciones.”
Himari, siempre reflexiva, se detuvo a pensar. “Podríamos utilizar un terreno cerca del río. El agua facilitaría el proceso de enfriamiento y tendría suficiente espacio para construir algo grande.”
“Eso suena perfecto,” asentí, sintiendo cómo la emoción comenzaba a burbujear en mí. “Además, el río podría atraer a los clientes que buscan buenas armas. El Clan Muramasa necesita renovarse y dejar su huella en Owari.”
“Y con nuestras habilidades en la forja, podemos destacar entre los demás,” añadió Hana con una sonrisa. “Nuestros padres siempre creyeron que llevaríamos al Clan Muramasa al siguiente nivel y nos hicieron sentir que era nuestra responsabilidad hacerlo. Ser una familia noble es un objetivo al que debemos aspirar.”
Mientras continuábamos hablando, llegamos a una pequeña sala donde algunos sirvientes ya habían comenzado a preparar la comida. Decidí que era un buen momento para hacer una pausa en nuestras ideas y disfrutar de una comida juntos. “¿Qué les parece si comemos algo primero? De esa manera, podremos pensar con más claridad sobre el plano de la fragua.”
Hana y Himari asintieron, sus rostros iluminándose ante la idea de una buena comida. “Después de todo, no hay mejor manera de planear que con el estómago lleno,” comentó Hana, riendo suavemente.
Dejemos que Nobunaga-sama y Nobuyuki sigan hablando en la habitación, no vamos a interrumpir sus conversaciones. Con el corazón ligero y lleno de esperanzas renovadas, me senté con mis primas en la mesa, listo para discutir los planes que podrían dar nueva vida al Clan Muramasa.
Dos días después, el sol brillaba con fuerza mientras caminábamos hacia el terreno que habíamos elegido para la fragua. La emoción crecía en mí, impulsada por la idea de que estábamos a punto de dar un paso importante hacia el futuro del Clan Muramasa.
“Me pregunto si el lugar será tan bueno como pensamos,” reflexionó Himari, mirando con curiosidad el paisaje a su alrededor.
El río, que serpenteaba cerca, proporcionaba un sonido tranquilizador mientras el agua fluía suavemente. Era el lugar perfecto para establecer una fragua. “Aquí podemos tener acceso al agua para el enfriamiento, y el espacio es lo suficientemente amplio como para construir algo grande,” respondí, observando el terreno.
Hana, que había estado examinando el lugar, sonrió. “Además, el acceso al río podría atraer a los clientes. Si logramos hacer armas de calidad, el Clan Muramasa será reconocido en Owari.”
“Sí,” asentí, sintiendo cómo la emoción comenzaba a burbujear en mí. “Solo necesitamos esbozar el plano de la fragua y asegurarnos de que los hombres que vendrán a construirla tengan una buena idea de lo que queremos.”
Mientras nos movíamos por el terreno, comenzamos a hablar sobre cómo debería ser la fragua. Imaginábamos los espacios que necesitaríamos: un área para trabajar el metal, un lugar para almacenar materiales y, por supuesto, un área de exhibición para mostrar nuestras armas.
“Podemos dibujar un boceto de la disposición,” propuse, y ambas asintieron con entusiasmo. Aunque no teníamos la experiencia de los albañiles, nuestra imaginación podía guiarnos.
Unos minutos después, encontramos un lugar donde sentarnos y dibujar. Sacamos algunas ramitas y comenzamos a marcar en la tierra, delineando lo que podría ser la fragua.
Mientras trazábamos líneas y dibujábamos, no solo estábamos diseñando un edificio; estábamos soñando con el futuro. Este lugar representaría un nuevo comienzo para nuestra familia y un paso hacia el objetivo que nuestros padres siempre creyeron posible: elevar al Clan Muramasa a la nobleza.
De repente, un sonido a nuestras espaldas nos hizo volver la vista. Era Nobunaga-sama, acompañado de varios hombres que habían venido a supervisar el terreno.
“¿Qué están haciendo aquí?” preguntó con una sonrisa burlona. “¿Planeando construir un castillo?”
“No, Nobunaga-sama,” respondí, esforzándome por mantener una expresión seria. “Estamos trazando los planes para la fragua. Ya hemos imaginado cómo podría ser.”
Nobunaga se acercó, observando nuestro boceto en la tierra con interés. “Hmm, esto no está mal. Puedo ver que han pensado en muchos detalles. Me aseguraré de que los hombres de la construcción reciban sus indicaciones.”
“Gracias, Nobunaga-sama,” dijo Hana, su tono lleno de gratitud.
“Bien,” continuó Nobunaga, “espero con ansias que algún día forjen una katana excepcional para mí.”
“Lo haremos,” prometí, sintiendo cómo la determinación se apoderaba de mí.
Con una sonrisa, Nobunaga dio instrucciones a sus hombres para que comenzaran a preparar la construcción. Mientras los hombres se dispersaban, volví a mirar a mis primas, sintiendo una mezcla de emoción.
[Ciudad Joetsu, Provincia Echigo]
Habían pasado dos semanas desde mi partida, y el camino parecía interminable mientras cabalgaba lentamente hacia el norte. El sonido del viento y el balanceo rítmico del caballo me daban algo de calma; me permitían reflexionar sobre todo lo que habíamos logrado en tan poco tiempo. Recordaba la fragua en proceso, la estructura empezando a tomar la forma de lo que habíamos imaginado junto a mis primas, Himari y Hana. Era un sueño que lentamente cobraba vida, el regreso del Clan Muramasa.
Hace apenas una semana, Nobunaga-sama me había convocado. La encontré en su habitación, iluminada por la tenue luz de una lámpara, rodeada de pilas de papeles y pergaminos que cubrían su pequeña mesa. Estaba absorta, leyendo cada documento con una expresión seria, evaluando cada línea con una mirada que parecía mucho más astuta de lo que cabría esperar de alguien de su corta edad.
Levantó la vista al notar mi presencia y, sin mucha ceremonia, me indicó que me acercara. Al hablar, sus palabras eran suaves pero cargadas de una determinación que he aprendido a respetar.
"Senji," dijo, extendiéndome un papel, "he estado investigando posibles alianzas para fortalecer nuestra posición. Muchos de los clanes cercanos a Owari ya están en la mira, pero he encontrado algo... alguien que podría ser especialmente útil."
Leí el nombre en el pergamino que me tendió: Nagao Kagetora. Según el informe, era una guerrera sin igual, alguien cuya habilidad en combate era tan temida como respetada en la región de Echigo. A pesar de su corta edad, apenas unos años mayor que yo, ya tenía una reputación formidable. Su habilidad había cautivado tanto a sus seguidores que incluso los veteranos de su clan la veían como una líder en potencia, una figura con el potencial de reemplazar a su hermano mayor, Harukage, quien tenía dificultades para mantener el dominio.
Nobunaga-sama, con una chispa en sus ojos, me explicó su plan. "El clan Uesugi es importante, pero Kagetora lo es más. Su talento es innegable y, algún día, tomará el control total de Echigo. Quiero que conozcas a esta guerrera y que establezcas una conexión con ella. Si logramos que se alíe con nosotros, no será un sueño la unificación de Japón."
Así que aquí estoy, atravesando caminos solitarios en la provincia de Echigo. En mi mente, el nombre de Nagao Kagetora sigue latiendo, alimentado por la curiosidad. Me pregunto qué tipo de persona será, cómo alguien de mi edad puede haber alcanzado ya tal renombre y qué tan cierta es la fama de ser una combatiente invencible.
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[Ciudad Joetsu]
Las ovaciones resonaban a mi alrededor, y las miradas admirativas de la multitud me seguían mientras envainaba mi espada, victoriosa una vez más. Había derrotado a cada oponente con facilidad, confirmando mi lugar como invicta. Pero aún esperaba más. Algo en mi interior anhelaba un verdadero desafío, uno que pusiera a prueba todo lo que había aprendido y logrado hasta ahora.
Mientras me preparaba para enfrentar al siguiente contendiente, un murmullo de sorpresa recorrió a la multitud. Levanté la vista, esperando ver a un guerrero imponente, algún luchador conocido o de renombre. Sin embargo, lo que vi me dejó sin palabras.
Era… un niño. Apenas tendría unos doce años, pequeño y delgado, con una expresión inexpresiva y una calma inquietante en su porte. No llevaba el emblema de ningún clan conocido, y su ropa era sencilla, sin ostentación alguna que hablara de nobleza o linaje. Parecía haber surgido de la nada. Nadie en la arena, ni siquiera los guerreros más experimentados, parecían reconocerlo.
Pero lo que realmente capturó mi atención fue su mirada. Sus ojos eran una anomalía, algo que jamás había visto antes. La parte blanca de sus ojos era negra, profunda como el cielo nocturno, mientras que sus pupilas eran de un blanco pálido, tan frío y lejano como la luna. No había iris alguno, y la combinación de esos contrastes le daba una apariencia perturbadora, casi fantasmal. Un escalofrío recorrió mi espalda. En todos mis años de entrenamiento y combate, nunca había visto algo así.
Él me devolvió la mirada, y en esa expresión tranquila y sin miedo, sentí una especie de desafío silencioso, como si no le importara quién era yo o cuántas victorias llevaba. La multitud observaba en silencio, contenida entre la sorpresa y la curiosidad, esperando el desenlace de esta extraña confrontación.
Mi mano se tensó alrededor de la empuñadura de mi espada, y una sonrisa surgió en mis labios. Era una sonrisa de anticipación, de alguien que, por fin, encuentra algo nuevo, desconocido, y quizá, peligroso. No sabía quién era este muchacho, ni de dónde venía, pero había algo en su mirada que me decía que no debía subestimarlo.
"¿Quién eres…?" murmuré, casi sin quererlo, pero él no respondió. Simplemente dio un paso adelante, colocándose en posición, sin perderme de vista.
Decidida, desenvainé mi espada y me preparé. Este combate sería diferente a todos los demás. Frente a mí estaba alguien que no se parecía a nadie que hubiera enfrentado antes, un niño de ojos de luna y de un misterio insondable.
El choque de nuestras espadas fue rápido y preciso. Cada uno de sus movimientos era exacto, sin un solo titubeo. A pesar de su juventud, manejaba su espada con una habilidad y disciplina impresionantes, como si la práctica y el combate fueran parte de su esencia misma. La multitud estalló en vítores y murmullos de asombro, pero yo apenas los escuchaba. En este instante, solo existíamos él y yo, en un duelo que parecía tejido por el destino.
Me vi obligada a usar toda mi habilidad, cada táctica que había aprendido y perfeccionado a lo largo de los años. Pero él se anticipaba a mis movimientos, como si pudiera ver más allá de mis intenciones. En cada intercambio, sentía cómo la presión crecía; cada golpe me exigía más y más. Por primera vez en mucho tiempo, un combate despertaba en mí una emoción intensa, una chispa que creía adormecida.
Pasaron los minutos, y ninguno de los dos daba señales de flaquear. Nuestros movimientos eran un reflejo de la voluntad y la determinación, cada uno buscando una apertura que nunca llegaba. Él era joven, sí, pero no parecía cansarse, y su destreza era increíblemente precisa. Y yo, aunque agotada, no podía permitirme ceder ante alguien tan joven, un extraño sin nombre.
Finalmente, tras un último y feroz intercambio de golpes, ambos retrocedimos, respirando agitadamente. Mis brazos temblaban ligeramente por el esfuerzo, y él también mostraba señales de agotamiento. Nos observamos en silencio, midiendo al otro, reconociendo nuestras habilidades. La multitud, que había contenido el aliento, estalló en aplausos y vítores al ver que ninguno había sido capaz de vencer al otro.
Un empate.
Un empate… y, sin embargo, no sentí decepción. Había encontrado en él algo raro, una chispa que no había visto en nadie más. No sabía quién era, ni de dónde venía, pero algo me decía que no era la última vez que vería esos ojos de luna.
Con una leve inclinación de cabeza, él me reconoció, y, sin una palabra, dio media vuelta y abandonó la arena. La multitud continuaba aclamando, pero yo permanecí quieta, procesando lo que acababa de ocurrir. Ese combate había sido un duelo entre iguales, entre espíritus guerreros.
A partir de ese día, aquel niño de ojos oscuros y pupilas de luna se convirtió en un enigma en mi mente, una sombra que sabía que algún día regresaría a mi vida, y en ese momento, tal vez el desenlace sería diferente.
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Me alejé de la arena, caminando sin prisa por las calles de la ciudad mientras exploraba con la curiosidad de alguien que observa un lugar desconocido. A mi alrededor, notaba cómo algunas personas me miraban de reojo y los niños de mi edad se apartaban, asustados, al cruzar sus miradas con la mía. Sus rostros mostraban una mezcla de sorpresa y temor, y aunque ya estaba acostumbrado, una parte de mí suspiró internamente.
"Bueno," pensé, "era la reacción que esperaba, por culpa de mis ojos. Espero que no se convierta en un problema para todos."
Ignorando las miradas incómodas, seguí avanzando, sintiendo un leve rugido en mi estómago. Me detuve frente a un puesto donde vendían frutas frescas. "Por ahora, mejor me concentro en algo más importante… tengo hambre."
Ya sabiendo quien era Nagao Kagetora, la puedo buscar tranquilamente mañana en el templo que vive.
Seguiré explorando un poco este pueblo.
                
                
                    