Capítulo 4
                                                    14 de septiembre de 2025, 0:02
                                            
                
Capítulo 4
El templo budista se alzaba en lo alto de la montaña, envuelto en una paz casi etérea que sólo el sonido de las hojas de los árboles oscilando con el viento rompía ocasionalmente. Los escalones de piedra, desgastados por los años y las pisadas de los monjes, crujieron bajo el peso de tres figuras que se acercaban con paso firme. Eran hombres del Clan Uesugi, vestidos con trajes de seda azul oscuro que portaban el emblema del clan: un círculo con tres franjas horizontales que simbolizaban su linaje guerrero. Sus expresiones eran severas, tensas; traían consigo un asunto urgente, uno que había traído discordia al clan desde la muerte de su líder anterior.
Los monjes los recibieron con inclinaciones respetuosas, guiándolos hacia los jardines interiores del templo, donde una joven de apenas catorce años practicaba sus rutinas de meditación matutina.
Allí estaba Nagao Kagetora, una adolescente que, a primera vista, podría parecer frágil y delicada, pero cualquiera que la viera por segunda vez sabría que sus ojos contenían una determinación propia de un líder. Su cabello largo y blanco caía como una cascada, con tres manchas negras distintivas: una en su flequillo, que caía justo en medio de sus ojos, y dos más en los laterales, enmarcando su rostro con un contraste que resaltaba sus facciones afiladas. Vestía un sencillo conjunto blanco, el atuendo tradicional de los acólitos del templo, sin adornos ni joyas que indicaran su estatus, pero en ella todo lucía majestuoso, como si incluso las prendas más simples se transformaran en ropajes de nobleza.
Nagao estaba sentada en posición de meditación, rodeada de los árboles en flor del jardín. Su rostro mostraba una serenidad inquebrantable, como el reflejo de un lago en calma, mientras los pétalos de las flores caían suavemente a su alrededor. Los hombres del Clan Uesugi, al ver su semblante, intercambiaron miradas de incertidumbre, conscientes de que no sería fácil convencer a esta joven.
“Nagao-sama, venimos en nombre del clan”, dijo uno de los hombres, inclinándose profundamente. Su tono era respetuoso, pero cargado de urgencia. “Es imperativo que regreses. Vuestra familia la necesita para liderar al Clan Uesugi.”
Nagao abrió los ojos lentamente, revelando de un tono verde pálido, contrastaban con la pureza de su vestimenta blanca. La mirada serena pero penetrante que poseía, como si pudiera ver a través de cualquier máscara o mentira, hacía que cualquiera se sintiera incómodo bajo su escrutinio. Observó a los hombres sin moverse de su lugar, manteniendo una calma casi exasperante.
“Ya les dije la última vez”, respondió con voz suave pero firme, “no estoy interesada en liderar un clan que ha caído en decadencia por la incompetencia de mi hermano.”
Los hombres se tensaron. Sus rostros mostraban un atisbo de desagrado, pero mantuvieron la compostura. Uno de ellos, un hombre mayor con el cabello canoso se adelantó, intentó hablar de nuevo, pero se detuvo al escuchar el crujido suave de las hojas bajo unos pasos ligeros. Desde el camino que llevaba al jardín interior del templo, apareció un niño de cabello rojo, avanzando con la confianza y tranquilidad que no correspondían a alguien de su edad.
Senji Muramasa, con su cabello rojo alborotado y sus extraños ojos de esclerótica negra y pupilas blancas, observó la escena con calma, sin interrumpir de inmediato. Era difícil ignorar su presencia; su figura parecía fuera de lugar en un templo budista.
Nagao Kagetora giró su rostro hacia el niño, sus labios curvándose en una leve sonrisa al reconocerlo. “Oh, niño de ojos de luna”, exclamó con una voz clara, captando la atención tanto de Senji como de los tres hombres del clan.
Senji levantó una ceja, algo sorprendido por el peculiar apodo. “¿Niño de ojos de luna?”, repitió en tono neutral. “Es un apodo curioso, aunque no me resulta molesto.”
Los hombres del Clan Uesugi miraron al niño con desconcierto, sorprendidos tanto por su llegada inesperada como por sus ojos inusuales. Ninguno de ellos había visto a alguien con escleróticas negras y pupilas blancas, carentes de iris. El fenómeno era tan extraño que, por un momento, olvidaron el motivo principal de su visita al templo.
“Sí, niño de ojos de luna”, afirmó Nagao, ignorando completamente a los hombres que intentaban convencerla. “Así te llamaré hasta que decidas darme tu verdadero nombre.”
Senji mantuvo su expresión seria, sin demostrar ningún interés en el apodo. “Mi nombre es Senji Muramasa, si es eso lo que deseas saber.”
Nagao asintió, con un gesto de aprobación. “Senji Muramasa... Ayer, en nuestro combate, nunca te presentaste.”
“No lo consideré necesario”, respondió Senji con tono calmado, manteniendo su postura relajada. “No suelo dar mi nombre a menos que se me pregunte.”
“Y aun así has venido a verme hoy”, comentó Nagao, mostrando más interés en él que en los hombres del clan. “¿Por qué estás aquí, Senji Muramasa?”
“El motivo de mi visita no es personal”, explicó Senji sin rodeos. “Mi ama, Nobunaga-sama, me envió con un mensaje. Le interesa tenerte como aliada. Cree que tu fuerza y habilidades serían un activo valioso para el Clan Oda.”
Los hombres del Clan Uesugi intercambiaron miradas tensas al escuchar el nombre de Nobunaga Oda, pero Nagao simplemente dejó escapar un suspiro, como si estuviera aburrida por completo. “Rechazo tu oferta, al igual que rechazo la de estos hombres”, dijo, haciendo un gesto hacia los miembros del clan. “No me interesa la política ni los juegos de poder. Pero tú, Senji… tú sí llamas mi atención.”
Senji inclinó ligeramente la cabeza, mostrando una leve sorpresa por su comentario, pero no respondió de inmediato. Mantuvo su expresión inmutable, sin dejar entrever sus pensamientos.
Nagao Kagetora continuó observando a Senji con sus ojos verdes pálidos. Una ligera sonrisa se formó en sus labios. “Me intrigas, eso es todo”, concluyó antes de girarse para regresar al interior del templo.
Senji inclinó ligeramente la cabeza en un gesto respetuoso. No tenía más que decir por ahora, así que se dio la vuelta y salió del templo, bajando unos metros por el camino hasta llegar a un mirador natural. Desde allí, el horizonte se extendía como un vasto manto verde, salpicado por las sombras de los bosques y montañas que se perdían en la lejanía.
Senji se dejó caer suavemente al suelo, apoyando la espalda contra una roca. ‘No tiene caso insistir hoy’, pensó. ‘Tal vez mañana cambie de parecer’. Cerró los ojos, permitiendo que el sonido del viento y el murmullo de los árboles lo arrullaran. No tenía prisa; sabía que tanto él como los hombres del Clan Uesugi volverían a intentarlo al día siguiente.
No pasó mucho tiempo antes de escuchar el sonido de las voces de los tres hombres que habían venido a convencer a Nagao. “Regresaremos mañana”, decía uno de ellos con tono decidido. “No podemos permitir que ella rechace el liderazgo del clan. No hay nadie más adecuado.”
“Sí, no podemos rendirnos tan fácilmente”, respondió otro, mientras se alejaban.
Senji abrió los ojos un momento, observando cómo se marchaban. ‘Parece que pensamos igual’, reflexionó con calma antes de volver a recostarse.
La noche fue cayendo lentamente, envolviendo el templo y la montaña en un manto de oscuridad. La luna iluminaba débilmente el terreno, creando sombras largas y espectrales. Desde su lugar de descanso, Senji escuchó el sonido del metal chocando. Era claro y rítmico, como un combate o entrenamiento.
Curioso, se levantó y caminó en silencio hacia el origen del sonido. Allí, en un claro del templo, Nagao Kagetora practicaba con varias armas. Espadas cortas, katanas, naginatas y hasta un arco; su habilidad y destreza eran sorprendentes. Cada movimiento era preciso, fluido, sin espacio para errores. El sudor brillaba en su frente y sus brazos, pero no mostraba signos de cansancio.
Senji observó desde la sombra de los árboles, sin intervenir. La escena era impresionante, pero también le dejó en claro algo: esta chica no era alguien que pudiera ser fácilmente persuadida. Su fuerza y determinación estaban más allá de lo ordinario.
Finalmente, después de casi una hora de entrenar sin descanso, Nagao dejó las armas a un lado. Respiró hondo y, con un gesto de satisfacción, se dirigió hacia la parte trasera del templo, donde se encontraba un baño al aire libre.
Senji decidió no seguirla. Volvió a su lugar de descanso, tumbándose nuevamente entre los arbustos. Cerró los ojos, dejándose llevar por el sonido del viento y el crujido de las hojas. ‘Esperaré hasta mañana’, pensó.
Minutos después, Nagao Kagetora salió del baño. Caminaba con tranquilidad, dejando que el fresco de la noche secara su piel húmeda. Se detuvo de repente, notando una mancha roja a unos metros entre los arbustos. Se acercó, y para su sorpresa, encontró al niño de ojos de luna, Senji Muramasa, dormido profundamente, con una expresión de total calma en su rostro.
Nagao lo observó por unos segundos, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y fascinación. ‘Qué niño tan peculiar’, pensó, pero no dijo nada. Se giró y regresó al interior del templo, dejando a Senji durmiendo bajo la luz plateada de la luna.
La mañana siguiente llegó con un cielo despejado, el sol iluminando suavemente los jardines del templo. Senji se había despertado temprano y había permanecido sentado en el mismo lugar donde pasó la noche, observando el horizonte, pensativo. Había decidido dar otro intento para convencer a Nagao Kagetora.
No mucho después, los tres hombres del Clan Uesugi volvieron al templo, esta vez con una expresión más decidida. Nagao Kagetora ya los estaba esperando en el patio central, vestida con un conjunto sencillo pero elegante, que dejaba en claro su autoridad, aunque no portaba ninguna insignia que indicara su rango.
Los hombres del clan se inclinaron profundamente al verla, suplicando una vez más que reconsiderara su decisión.
“Nagao-sama”, comenzó el mayor de ellos, levantando la vista. “El Clan Uesugi necesita un líder fuerte, y sabemos que tú eres la única capaz de guiarnos. Tu hermano ha demostrado su incompetencia. Te lo rogamos, acepta nuestro llamado.”
Nagao permaneció en silencio, mirando a los hombres por unos momentos. Luego, giró su cabeza ligeramente hacia donde estaba Senji, quien se había acercado, observando la escena con sus peculiares ojos de luna.
“Senji Muramasa”, lo llamó ella, captando su atención. “Ven aquí.”
Senji se acercó con calma, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto. “Nagao-sama.”
“Anoche estuve pensando en tu petición”, dijo ella, entrelazando sus manos. “Y he llegado a una decisión.”
Los hombres del Clan Uesugi contuvieron el aliento, expectantes.
“Aceptaré ser la líder del Clan Uesugi, bajo una condición”, continuó Nagao con voz firme. “El Castillo Kasugayama será mi hogar y la nueva base principal del clan. No quiero disputas sobre esto. Si aceptan mi liderazgo, lo harán bajo mis términos.”
Los tres hombres intercambiaron miradas nerviosas, pero al final, asintieron con un gesto solemne. “Sí, Nagao-sama. El Castillo Kasugayama será tuyo, y nadie lo discutirá.”
“Perfecto”, dijo Nagao, con una ligera sonrisa. Luego giró su atención hacia Senji. “Ahora hablemos de tu petición.”
Senji se mantuvo en silencio, dejando que ella continuara.
“Dices que Nobunaga te envió para convencerme de unirme a su causa, ¿no es así?” preguntó Nagao.
“Así es”, respondió Senji, manteniendo su tono neutral. “Mi ama cree que tu fuerza y habilidades serían un gran activo para el Clan Oda.”
Nagao dio unos pasos hacia él, deteniéndose justo frente a sus ojos inusuales. “Aceptaré tu propuesta, Senji Muramasa… pero tengo una condición.”
Senji levantó una ceja, mostrando una leve sorpresa. “¿Y cuál sería esa condición, Nagao-sama?”
“Quiero que tú seas mío”, declaró ella sin titubear, sus palabras resonando claras en el aire.
El rostro de Senji se mantuvo imperturbable, pero sus ojos revelaron un destello de sorpresa. No había esperado una respuesta como esa.
“¿Que sea tuyo?”, repitió, como si estuviera tratando de confirmar lo que acababa de escuchar.
“Sí”, afirmó Nagao, con una sonrisa enigmática. “Quiero que me pertenezcas. No como un sirviente ni como un subordinado, sino como algo más. Algo que me pertenece y no puede ser reclamado por nadie más.”
Los hombres del Clan Uesugi se miraron entre sí, perplejos por la extraña petición de su nueva líder, mientras Senji permanecía en silencio, reflexionando sobre cómo responder.
“Me temo que no puedo aceptar tu condición tan fácilmente, Nagao-sama”, dijo finalmente Senji, inclinando ligeramente la cabeza. “Yo le pertenezco a Nobunaga-sama, y mi lealtad está con ella. No puedo hacer promesas que no me corresponden.”
Nagao lo observó por un momento, sin mostrar signos de enojo o decepción. En cambio, asintió lentamente, como si ya hubiera anticipado su respuesta. “Lo entiendo, Senji Muramasa. Pero si deseas mi alianza para el Clan Oda, tendrás que hablar con tu ama. Consigue su permiso, y entonces aceptaré ser aliada de Nobunaga.”
“Entiendo tu posición”, respondió Senji, mostrando una leve sonrisa por primera vez. “Hablaré con Nobunaga-sama y le presentaré tu condición.”
“Entonces es un trato”, dijo Nagao, girándose para regresar al templo. “Nos volveremos a ver pronto, Senji Muramasa. Espero con ansias tu respuesta.”
Mientras Nagao se alejaba, los hombres del Clan Uesugi se inclinaron una vez más, aceptando finalmente su liderazgo. Senji, por su parte, permaneció inmóvil por un momento, observando la figura de Nagao desaparecer en el interior del templo. ‘Esto ha sido más complicado de lo que esperaba’, pensó.
Sin embargo, una ligera sonrisa curvó sus labios. Había algo en Nagao Kagetora que le intrigaba, algo que lo hacía querer volver y enfrentar este desafío.
…
Senji descendió de la colina del templo hacia la ciudad. El aire estaba cargado de aromas a incienso y comida callejera, y la actividad del mercado le daba un aire animado al lugar. Caminó con calma, pensando en la conversación que acababa de tener con Nagao Kagetora. La petición de ella había sido inesperada, y ahora tenía la difícil tarea de llevar esta respuesta a Nobunaga.
Al llegar a una pequeña plaza, dos hombres vestidos con yukata se le acercaron. Aunque a simple vista parecían ciudadanos comunes, Senji reconoció la insignia oculta del Clan Oda en los bordes de sus mangas. Eran los encargados de la investigación en la ciudad, los mismos que habían enviado los informes sobre Nagao Kagetora a Nobunaga.
“Muramasa-dono”, dijo uno de los hombres, inclinándose ligeramente en señal de respeto. “Hemos recibido tu señal. ¿Tienes respuesta para nosotros?”
Senji asintió, observando a los dos hombres. “Sí, pero debo hablar con Nobunaga-sama. Uno de ustedes regresará de inmediato para informarle, mientras el otro me asistirá hasta recibir la respuesta.”
Los hombres intercambiaron una mirada y el mayor de ellos se inclinó profundamente. “Yo me encargaré de llevar el mensaje a Nobunaga-sama. Mi compañero te atenderá en la casa que conseguimos en esta ciudad.”
Luego de escuchar lo que dijo Senji, el hombre se dio la vuelta y desapareció entre la multitud, mientras su compañero guiaba a Senji a una pequeña casa escondida en un callejón tranquilo.
Días después...
En el Castillo de Nobunaga, una niña de apenas diez años se retorcía sobre el suelo de tatami, rodando de un lado a otro. Oda Nobunaga, la joven líder del Clan Oda, solía ser imperturbable y fría, pero esta noticia había provocado una reacción inusual en ella. Con el rostro sonrojado y los brazos cruzados sobre su pecho, murmuraba para sí misma.
“¿Cómo se atreve...?”, masculló Nobunaga, refiriéndose a la petición de Nagao. “¿Querer a mi Senji Muramasa para ella misma? ¡No permitiré eso!”
A pesar de su protesta, la niña no pudo evitar una sonrisa traviesa. Estaba obsesionada con Senji, y la idea de perderlo la irritaba profundamente. Sin embargo, era astuta y sabía que no podría rechazar la petición de Nagao sin arriesgar la alianza.
Finalmente, se levantó del tatami con una decisión tomada. “Está bien”, se dijo a sí misma, con un tono que mezclaba obstinación y picardía. “Lo compartiremos. Senji servirá tanto al Clan Oda como al Clan Uesugi. No habrá discusión sobre esto.”
El mensajero del Clan Oda regresó a la ciudad donde Senji esperaba. Al encontrarlo, se inclinó y le entregó la carta sellada con el emblema de Oda. Senji la tomó y rompió el sello, leyendo rápidamente las palabras de su ama. Como había anticipado, Nobunaga había aceptado la petición de Nagao, pero con su propia condición.
Senji suspiró levemente, una sonrisa se formó en sus labios. Entendía bien el carácter de Nobunaga. No había otra respuesta que esperar de ella.
“Gracias por tu servicio”, le dijo al mensajero, quien se inclinó profundamente antes de retirarse. Senji guardó la carta y emprendió el viaje hacia el Castillo Kasugayama, que ahora era el hogar de Nagao Kagetora.
Castillo Kasugayama
La fortaleza, imponente y rodeada de montañas, parecía desafiar al cielo. Senji fue escoltado a través de los corredores hasta la gran sala donde Nagao Kagetora lo esperaba. Sentada en el centro de la sala, con una expresión serena y una leve sonrisa en sus labios, Nagao parecía más relajada que la última vez que la vio.
“Senji”, dijo ella suavemente al verlo entrar. “Me preguntaba cuándo volverías.”
Senji se inclinó con respeto. “Nagao-sama, traigo la respuesta de Nobunaga-sama.”
“Adelante, dime”, respondió Nagao, inclinándose ligeramente hacia adelante, interesada.
Senji levantó la vista y la miró directamente a los ojos. “Nobunaga-sama ha aceptado tu petición... con una condición. Mi servicio será compartido entre el Clan Oda y el Clan Uesugi. Así es su respuesta, y no hay lugar para discusión.”
Nagao guardó silencio por un momento, su sonrisa se amplió, como si encontrara la situación más divertida de lo que había esperado. Se levantó y caminó hacia Senji, deteniéndose justo frente a él. Para sorpresa de Senji, ella extendió los brazos y lo atrajo hacia sí misma en un abrazo firme.
“Así que me aceptan a mí y mi petición”, susurró Nagao cerca de su oído. “Entonces por ahora, serás mío, Senji. Por lo que queda de este año, te quedarás aquí, a mi lado, y luego regresarás al Clan Oda.”
Senji se mantuvo inmóvil en el abrazo, sin mostrar resistencia, pero tampoco correspondió al gesto. “¿Puedo preguntar tu motivo para quererme aquí, Nagao-sama?”
Nagao lo soltó y se alejó un paso, mirándolo con una expresión seria. “Necesito alguien que me ayude a seguir mejorando. Luchamos hasta un empate la última vez, y sé que eres un buen rival para mí. Si quiero alcanzar el reino de Bishamonten, necesito a alguien como tú a mi lado.”
Senji la miró en silencio, asimilando sus palabras. Finalmente, asintió con una leve sonrisa. “Entonces, hasta el final del año, seré tuyo, Nagao-sama.”
                
                
                    