ID de la obra: 803

Anomalía

Het
G
En progreso
1
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planificada Mini, escritos 108 páginas, 36.076 palabras, 12 capítulos
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Capítulo 10

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Capítulo 10 1542, Habitación de Oda Nobunaga. “En serio te esforzaste mucho, ¿eh…?” La voz de Oda Nobunaga rompió el silencio templado de la habitación. Con una expresión inusualmente suave, aplicaba ungüento sobre la espalda herida de Senji Muramasa. Su pequeña mano recorría con cuidado cada morado, cada corte, cada rastro de la batalla. El niño mantenía el torso erguido, las manos apoyadas sobre las rodillas. Ni una queja, ni un temblor. Las otras sirvientas, afuera, hacían lo mismo con Hana e Himari, quienes yacían adoloridas por los resultados del duelo. Un enfrentamiento salvaje entre los tres, parte de un entrenamiento que no podía permitirse suavidad. “Estas heridas… no son de un simple ejercicio,” murmuró Nobunaga mientras empapaba el paño con más ungüento. “¿Te rompieron alguna costilla?” “Dos… tal vez tres,” respondió Senji con frialdad. “Pero se recuperan.” “Hmpf. No deberías hablar como si fueras un anciano resignado, tienes diez años,” espetó Nobunaga, aunque sin tono de burla. El silencio volvió. Solo se oía la respiración contenida de Senji, y el roce húmedo del bálsamo al deslizarse por su piel marcada. “¿Sabes?” prosiguió Nobunaga tras un largo momento. “Cuando me contaste la verdad sobre la [Sangre Kagutsuchi], pensé que era una simple historia para justificar tu fuerza. Pero al verlos entrenar... entendí.” Senji no respondió. Solo asintió, muy leve. “Esa maldita sangre arde como una bestia encadenada,” continuó ella. “Aun si la dominas, siempre intenta devorarte. Y tú… llevas cargando con ese secreto desde antes de que yo te conociera.” “Es una maldición que no se puede eliminar. Pero si puedo enseñarle a Hana e Himari en tener un control diferente al mío… no las verán como monstruos.” “¿Y tú?” preguntó Nobunaga, aplicando una venda limpia alrededor del torso de Senji. “¿Te importa si te ven así?” “No. Yo puedo soportarlo. Ellas no deberían tener que hacerlo.” Nobunaga se detuvo, sus manos temblaron apenas un segundo. Luego apretó un poco el vendaje, más de lo necesario. No por crueldad… sino por rabia contenida. “Idiota. Siempre diciendo que puedes soportarlo tú solo…” susurró. Senji ladeó la cabeza, sin comprender del todo. “Tú dijiste que eras mío, ¿verdad?” preguntó Nobunaga, esta vez con una chispa distinta en la voz. “Sí.” “Entonces, lo que es mío… también lo cuido yo misma.” Sus palabras fueron firmes. No era una simple niña noble hablando. Era una declaración de alguien que comenzaba a ver más allá de la utilidad. Senji bajó un poco la cabeza. “Nobunaga-sama… gracias.” “Solo Nobunaga,” corrigió ella, sonriendo sin darse cuenta. “Al menos mientras estés herido.” Senji no replicó. Cuando terminó de vendarlo, Nobunaga permaneció un momento a su lado. Sus ojos escarlatas se fijaron en la figura del niño que parecía cargar siglos en la espalda. “En el futuro, cuando conquiste Owari, y luego todo Japón… quiero que sigas a mi lado, Senji.” “Lo haré,” respondió sin dudar. “Y si llega el día en que esa sangre quiera arrastrarte, la mataré yo misma… para que tú no tengas que hacerlo.” Senji se quedó en silencio. Y por primera vez, sus labios formaron algo que apenas se notaba: una sonrisa. Pequeña, pero real. Y así, en esa noche sin fuego ni ceremonia, el vínculo entre los dos dejó de ser solo uno de poder o deber. Fue el nacimiento de algo mucho más profundo. ═ ═ ═══ • ═══ ═ ═ • La brisa de la tarde soplaba suavemente entre los árboles de cerezo que rodeaban el estanque. Las hojas bailaban sobre el agua tranquila, donde pequeños peces se asomaban curiosos cada vez que una sombra los alcanzaba. “¡Más rápido! ¡Más rápido!” decía una voz pequeña con autoridad fingida. “Si vas a usarme como montura, al menos no grites tan cerca de mi oído,” respondió Senji, sonriendo mientras cargaba a Nobunaga sobre sus hombros. La niña reía, sujetando su cabeza como si fuera la comandante de un ejército imaginario. “¡Tú dijiste que me llevarías a ver los lotos del estanque! ¡Así que es tu culpa!” “Sí, pero no recordaba que fueras tan mandona incluso cuando estás divirtiéndote.” “¡No soy mandona! Soy una futura líder. Hay una gran diferencia,” replicó ella con orgullo, cruzando los brazos mientras miraba hacia el cielo. Senji giró los ojos, pero sin perder la sonrisa. Continuó caminando por el borde del estanque, donde el reflejo del cielo comenzaba a teñirse de naranja por el atardecer. Sus pasos eran estables, acostumbrado al peso del trabajo... pero el de Nobunaga era distinto. Liviano, cálido. “Nunca había venido tan lejos del castillo sin guardias,” comentó ella, más tranquila. “¿Te asusta?” “No. Me gusta. Se siente como si todo fuera solo nuestro.” Senji se detuvo un momento. Nobunaga, aún sobre sus hombros, apoyó el mentón en la parte superior de su cabeza. “¿Crees que… siempre seremos así?” preguntó ella, en voz baja. “Caminando juntos… sin importar lo que pase.” Senji no respondió de inmediato. Bajó lentamente hasta quedar de rodillas para dejarla bajar con cuidado. “Eso depende de ti,” dijo, mirándola a los ojos. “Si algún día decides que ya no quieres que cargue contigo… también lo aceptaré.” Nobunaga frunció el ceño, confundida. “¿Y por qué haría algo tan tonto?” Senji se encogió de hombros, mirando el estanque. “Porque cuando crezcas… puede que ya no me necesites.” La niña se quedó en silencio. Luego, dio un paso hacia él y estiró su dedo para tocar la frente de Senji con firmeza. “Tonto. No quiero que me cargues por necesidad. Quiero que estés ahí porque tú también quieras.” Senji abrió ligeramente los ojos, sorprendido por la madurez en sus palabras. Nobunaga bajó la mano, con el rostro levemente sonrojado. “Y sí… quiero que sigamos así. Aunque no estés sobre mis hombros, aunque estemos peleando… mientras estemos juntos, me da igual.” El chico sonrió, bajando la mirada un instante. Luego, tomó una flor de loto que flotaba cerca, y la extendió hacia ella. “Entonces tómala. Para que recuerdes este día.” “¿Eh? ¿Un regalo?” “¿Lo vas a rechazar?” “¡Por supuesto que no!” Tomó la flor con una sonrisa genuina, una que no se veía en ella durante las reuniones ni durante sus discursos de niña emperadora. Solo ahí. Solo con él. Ambos se quedaron mirando el estanque por unos segundos más. Ni Nobunaga habló de ambiciones, ni Senji de sangre maldita. Por un rato… solo fueron un niño y una niña, riendo junto a las aguas tranquilas de un día que solo ellos recordarían. ═ ═ ═══ • ═══ ═ ═ • El sonido del papel al desplegarse rompió la calma del despacho. Nobunaga sostenía la carta con una sola mano, mientras la otra tamborileaba suavemente sobre la mesa de madera lacada. Sus ojos escarlatas se movían con rapidez por las líneas escritas con caligrafía formal, pero su expresión iba endureciéndose con cada palabra. Senji Muramasa estaba de pie a su lado, observando en silencio. Sabía que algo no estaba bien. “¿Una carta?” preguntó con calma. Nobunaga asintió sin mirarlo. Luego dejó caer el papel sobre la mesa. “Mi padre… Oda Nobuhide… quiere que asista a una pequeña fiesta en el Castillo de Anjō. Al parecer está celebrando su victoria sobre Imagawa Yoshimoto.” “¿Eso no es algo bueno?” “Para él, sí,” respondió con sarcasmo. “Para mí… es una pérdida de tiempo.” Se levantó bruscamente del cojín y comenzó a pasearse por el cuarto. “No le interesa cómo estoy. Nunca me ha visitado desde que me dejaron aquí como si fuera una carga. Y ahora, como ganó una batalla, decide que todos los hijos “tienen privilegios” de asistir a su estúpida celebración.” Senji no dijo nada. Sabía que cuando Nobunaga hablaba así, lo que más necesitaba no era respuestas… sino comprensión. “Lo peor es que… es una oportunidad para conocer a mis hermanos. Algunos que nunca he visto,” agregó, apretando los puños. “Solo he escuchado rumores. Que Nobuyuki es el más “prometedor”, el más “correcto”, que debería ser él el heredero, no yo… porque al menos se comporta como un verdadero hijo del Clan Oda.” Giró sobre sus talones y miró a Senji directamente, como buscando algo, una afirmación, un consuelo que no le daría nadie más. “¿Tú crees eso también?” Senji negó con la cabeza. “No.” “¿No qué?” “No creo que un buen heredero sea alguien que solo sabe comportarse. Un heredero debe tener convicción. Voluntad. Capacidad de guiar. De proteger. De aplastar lo necesario. Y tú tienes todo eso. A tu manera.” Nobunaga lo miró por unos segundos más, hasta que la tensión en su cuerpo pareció disiparse ligeramente. “Odio que digas cosas que suenan tan bien,” murmuró, sentándose de nuevo con un leve suspiro. “Aun así… tendré que ir.” “¿Quieres que te acompañe?” Ella lo miró de reojo. Sonrió, pero no era arrogante esta vez. Era… agradecida. “Sí. No quiero estar sola con esa gente. Si van a compararme con Nobuyuki… que vean quién está a mi lado.” “¿Y qué se supone que vean?” Nobunaga se cruzó de brazos y alzó la barbilla con seguridad. “Mi espada. Mi muralla. El único que se atrevió a domar a la bestia de fuego. Tú.” Senji ladeó la cabeza, medio divertido. “Suena como si ya me hubieras hecho parte del clan.” “No seas tonto,” dijo, volviendo la vista al cielo por la ventana. “Los Muramasa van a estar en el mismo nivel del Clan Oda un día… ¿recuerdas?” Senji esbozó una sonrisa. “Sí. Pero hasta que eso pase, seguiré a tu lado.” Nobunaga se levantó y extendió el brazo hacia la carta que había arrojado sobre la mesa. La dobló con cuidado, ahora con más calma. “Vamos a Anjō, entonces. Veremos qué tan “perfecto” es Nobuyuki… y si me atrevo a patearlo por aburrido.” Senji rió bajo. “No lo hagas en la fiesta. Espera al menos hasta el postre.” ═ ═ ═══ • ═══ ═ ═ • El Castillo de Anjō se alzaba orgulloso entre campos dorados y cielos despejados. Los estandartes del Clan Oda ondeaban con fuerza, presumiendo la victoria de Oda Nobuhide sobre Imagawa Yoshimoto. Música de shamisen y tambores llenaba el ambiente, y decenas de cortesanos, soldados y sirvientes iban y venían como un enjambre ordenado. Nobunaga descendió del carruaje, con el mentón en alto y los ojos bien abiertos. Vestía un elegante kimono carmesí con bordados dorados. Su rostro estaba limpio, orgulloso, y su cabello, perfectamente cepillado, caía libre sobre su espalda. A su lado, Senji Muramasa descendió caminando. Llevaba una yukata sencilla, pero bien ajustada. Su expresión era la de siempre: serena, atenta… aunque había una chispa de incomodidad en su mirada. “Mucho ruido para una pelea entre perros,” comentó Nobunaga en voz baja, cruzando los brazos mientras miraba el desfile de rostros hipócritas. “Te escucharán,” advirtió Senji, aunque sin mucha preocupación. “Que lo hagan. No vine a fingir respeto.” Ambos comenzaron a avanzar hacia la entrada del castillo cuando un susurro generalizado surgió entre los asistentes. Varios sirvientes, damas de compañía y soldados comenzaron a murmurar entre sí, sorprendidos. “¿Qué pasa ahora?” gruñó Nobunaga. Fue entonces cuando una figura apareció bajando por las escaleras del castillo. Un joven de cabello largo, tan fino y bien cuidado como el de Nobunaga. Su rostro era delicado pero altivo, y sus ojos tenían una expresión serena y amable. Vestía un kimono de azul oscuro y blanco, bordado con el emblema del Clan Oda. “Ah...” exclamó una doncella entre los invitados. “Qué presencia tan refinada… Nobunaga-dono se ve más hermosa que de costumbre.” “¡No! Ese es Nobuyuki-sama… el hijo virtuoso de Oda Nobuhide.” La confusión se expandió como un fuego silencioso. Incluso algunos samuráis hicieron una reverencia sin saber a quién exactamente estaban saludando. Nobunaga chasqueó la lengua con fuerza. “Ya empezamos con las estupideces…” “¿Ese es…?” Senji comenzó a preguntar, pero en ese momento, algo lo distrajo. Una pequeña figura encapuchada pasaba entre los sirvientes, portando un extraño bulto de tela entre los brazos. No era un invitado. No vestía como cortesano ni parecía escolta. Y lo más extraño: llevaba una katana enfundada, lo que estaba estrictamente prohibido en un evento como este. Senji frunció el ceño. Sin decir nada, se desvió del camino y comenzó a seguirlo entre la multitud, moviéndose silenciosamente entre las columnas del gran patio interior. “¿Senji?” Nobunaga giró la cabeza, pero ya no estaba. Suspiró con fuerza. “Tch… y justo cuando tenía que presentarlo para silenciar a esa panda de aduladores.” Frente a ella, Oda Nobuyuki descendía con pasos tranquilos. Su sonrisa era serena, impecable. Y por un instante, al cruzar miradas con Nobunaga, se produjo un espejo viviente. Mismo rostro. Mismo cabello. Diferente esencia. Uno era fuego. El otro, hielo. “Así que tú eres… Nobuyuki,” murmuró Nobunaga para sí misma, apretando los puños bajo las mangas. ═ ═ ═══ • ═══ ═ ═ • Los pasillos estaban adornados con sedas rojas y faroles colgantes, iluminando suavemente los rostros de los invitados que transitaban los corredores principales. Pero más allá de la zona festiva, entre sombras y puertas entreabiertas, la atmósfera cambiaba. Se volvía más densa. Más fría. Un hombre encapuchado se deslizaba como un espectro por el ala norte del castillo. Llevaba el cuerpo relajado pero los ojos tensos, como si supiera que estaba en territorio enemigo. Dentro de su túnica oculta, un kunai impregnado con veneno de mandrágora descansaba listo. Su objetivo: el mismísimo Oda Nobuhide. Todo estaba preparado. El caos comenzaría justo antes del brindis, cuando los fuegos artificiales estallaran. Pero entonces, algo lo detuvo. Un sonido leve. Casi imperceptible. Pisadas. Demasiado ligeras para ser de un guardia. El asesino se giró lentamente… y allí estaba. Un niño. No mayor a diez años. Cabello rojizo desordenado, vendajes visibles bajo la manga de su yukata. Su rostro era neutro, sus ojos eran extraños… pero la mirada no era hostil. No aún. El asesino frunció el ceño, confuso. “¿Un hijo de un cortesano? ¿Un sirviente curioso?” Pero no podía ser. El niño se movía sin hacer ruido. Lo seguía con precisión, no con torpeza. Como un perro de caza. Entonces lo entendió. No era casualidad. Lo estaba siguiendo. A él. El asesino retrocedió lentamente, escudriñando una salida. No podía matarlo ahí: el cuerpo sería descubierto. Aceleró el paso, girando por un corredor secundario. El niño lo siguió. Al doblar una esquina, el asesino lanzó una aguja envenenada hacia la dirección donde lo había visto por última vez. Pero falló. Senji ya no estaba ahí. La aguja se clavó en la madera. “¿Quién demonios eres...?” murmuró el asesino, y de pronto, sintió un escalofrío en la nuca. Una tonfa improvisada, hecha de bambú sólido, se apoyaba contra su espalda. El niño estaba detrás de él. Silencioso. Inmóvil. “Tú no perteneces a esta fiesta,” dijo Senji, sin elevar la voz. El asesino giró con rapidez, intentando sacar su kunai. Pero fue demasiado lento. Un golpe en la muñeca. Otro en la garganta. Una patada baja. En cuestión de segundos, estaba en el suelo. Senji no lo mató. Aún. “¿Quién te envió?” El hombre escupió sangre, pero sonrió. “Parece que… Oda ya tiene su propio perro guardián…” Senji no respondió. Solo bajó la mirada y lo dejó inconsciente con un golpe preciso en la sien. Minutos después, un guardia del castillo encontró al niño en la entrada del ala norte, arrastrando al atacante por la túnica, como si fuera un saco de arroz. “¡¿Qué es eso?!” preguntó el samurái, alarmado. “Una amenaza,” respondió Senji, sin emoción. “¡¿Dónde lo encontraste?! ¿Dónde estabas?!” “Me perdí,” fue todo lo que dijo. Y sin más, caminó de regreso hacia la fiesta, como si nada hubiera pasado.
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