Capítulo 9
                                                    14 de septiembre de 2025, 0:02
                                            
                Capítulo 9
Era una noche de relámpagos, y me encontraba acostado en el futón de Nobunaga, sirviendo como su muñeco de descanso mientras intentaba conciliar el sueño en medio de la tormenta.
Obviamente, yo no podía dormir.
A medida que la influencia de Nobunaga dentro del Clan Oda crecía, también lo hacía el número de enemigos que acechaban en la oscuridad, esperando una oportunidad para tomar su vida.
Por las noches, Himari y Hana se turnaban para vigilar, mientras que yo ocupaba toda la noche en resguardar a nuestra maestra.
Se sentía extraño... incluso confuso. Permanecer despierto sin cansancio ni el más mínimo deseo de dormir, no era normal.
Mi cuerpo no tenía las limitaciones de un humano común.
Y cada vez que recordaba eso... me alejaba un poco más de lo que significaba ser uno.
Es lo que pienso... o lo que solía pensar.
Pero gracias a esto, puedo proteger y cuidar bien de mi familia.
Himari y Hana… y, en cierto modo, también a Oda Nobunaga. Quizás incluso a Uesugi Masatora, aunque ella puede defenderse por sí misma.
No creo que necesite mucho mi ayuda.
Observé el angelical rostro dormido de Nobunaga mientras agudizaba mis sentidos, alerta ante cualquier amenaza que lograra burlar la vigilancia de mis primas.
Sin darme cuenta, mis pensamientos comenzaron a vagar, recordando el tiempo que ha pasado desde nuestra llegada a este lugar.
Teníamos diez años cuando fuimos capturados como botín de guerra por el daimyō Oda Nobuhide.
Fue entonces cuando nos convertimos en siervos de Oda Nobunaga, una niña de apenas ocho años.
Ahora, ella tiene doce… y nosotros catorce.
El tiempo ha pasado volando.
En cuatro meses, daremos la bienvenida a enero una vez más.
Cualquier cosa puede suceder antes de que termine el año.
… Solo puedo desear el bienestar de mi familia.
Pasaron los meses sin ningún escándalo que pusiera en peligro la vida de Nobunaga.
La ceremonia de adultez de ella misma había llegado, marcando el momento en que oficialmente sería reconocida como heredera del Clan Oda. La celebración estaba llena de música, risas y sake para los mayores.
De pronto, sin previo aviso, Nobunaga se giró hacia mí con una sonrisa traviesa y me tomó del brazo.
"¡Senji, baila conmigo!" ordenó ella con entusiasmo.
Intenté negarme, pero su agarre firme y su mirada decidida no me dieron opción. Antes de darme cuenta, ya estaba en el centro de la celebración, siguiendo su ritmo torpe pero enérgico.
La gente nos miraba desconcertada. Algunos susurraban entre ellos, mientras otros observaban con incredulidad.
Nobunaga estalló en carcajadas.
"¡Jajaja! ¿Qué dices, Senji? Actuar como un tonto es divertido. Después de todo, los demás pensarán: ‘Oda Nobunaga es una estúpida, no representa ninguna amenaza’".
Entonces, su sonrisa se tornó afilada, su mirada destelló con astucia.
"Y cuando pase eso... atacaremos y los eliminaremos uno por uno. ¡Esos idiotas con cerebro de maní no sabrán qué los golpeó! ¡Jajajaja!"
Acompañé su risa con una sonrisa ligera, siguiendo su juego. Sin embargo, mi mente estaba en otra parte.
El llamativo kimono de Nobunaga, con su extravagante diseño de tigre, ondeaba con cada giro en la pista improvisada, atrayendo todas las miradas. Y en medio de esa escena, mis pensamientos se oscurecieron.
No importa cuánto me esfuerce en borrar esos recuerdos... Al final, no puedo.
El eco de una verdad ineludible retumbó en mi mente.
Senji Muramasa nunca fue un siervo leal de Oda Nobunaga.
Mis primas, Hana Muramasa y Himari Muramasa, tampoco existían en la historia como parte del Clan Muramasa... ni como siervas leales de Oda Nobunaga.
Cada vez que lo pienso... aparecen más anomalías en la historia Sengoku.
Mientras intentaba alejar esos pensamientos, mi vista se desvió hacia un rincón de la celebración, donde Hana y Himari habían comenzado su propia competencia.
"¡Vamos, Himari! ¿Eso es todo lo que tienes?" se burló Hana, con una sonrisa desafiante.
Las dos estaban sentadas en el suelo, con las mangas de sus kimonos arremangadas, enfrascadas en un pulso de fuerza. Sus manos se mantenían firmes, sus brazos temblaban con el esfuerzo mientras los espectadores se reunían a su alrededor, apostando quién ganaría.
"¡No subestimes mi fuerza, Hana!" gruñó Himari, apretando los dientes mientras intentaba inclinar la balanza a su favor.
Las risas y los gritos de ánimo llenaban el aire, haciendo que la tensión de la noche se disipara, aunque solo por un momento.
La imagen de mis primas divirtiéndose, de Nobunaga bailando sin preocupaciones, de todos celebrando sin pensar en el mañana…
Era un instante fugaz de alegría.
Pero en lo más profundo de mi ser, algo me decía que este momento…
Este pequeño fragmento de felicidad…
No duraría para siempre.
Todo esto… traerá la secuencia de un trágico final…
¿Para mí?
¿O para alguien más?
Irónicamente, solo el destino sabía esa respuesta a mis preguntas.
❅──✧❃✧──❅•
Nagoya, 1548.
El sonido rítmico del martillo golpeando el metal resonaba en la forja, acompañado por el crepitar constante del fuego. El calor sofocante envolvía el lugar, pero ni Senji, ni Himari, ni Hana parecían molestos. Para ellos, la forja era su primer hogar.
Senji se encargaba de dar forma a la hoja de una katana, concentrado en cada golpe preciso del martillo. A su lado, Himari pulía una serie de herramientas de labranza, mientras Hana terminaba de ajustar los mangos de unas hoces que habían sido encargadas por los agricultores locales.
"¿Cuántas más quedan?" preguntó Hana, estirando los brazos tras varias horas de trabajo.
"Un par más... Luego podríamos competir para ver quién hace la mejor hoja", comentó Himari con una sonrisa desafiante.
"¿Otra vez con eso?" bufó Senji sin apartar la vista de su trabajo.
"¡Vamos! No puedes negar que la última vez casi te gano", insistió Himari.
"Sí... casi."
Las risas se esparcieron por la forja, hasta que el sonido de unos pasos se acercó desde el exterior. La puerta de metal se abrió lentamente, dejando ver a un hombre vestido con ropajes formales, con el emblema de la familia imperial bordado en su pecho.
"¿Los artesanos Muramasa?" preguntó el hombre con voz firme.
Los tres Muramasa se miraron con extrañeza antes de que Senji diera un paso al frente. "¿En qué podemos ayudarle?"
El mensajero sacó un pergamino sellado con el símbolo imperial y se lo tendió. "Este mensaje es para ustedes, por orden de la corte imperial."
Senji tomó el pergamino y rompió el sello con cuidado. Sus ojos se deslizaron por las líneas de elegante caligrafía mientras sus primas se acercaban con curiosidad.
"...Nos están invitando a una audiencia con la familia imperial", murmuró Senji, apenas creyendo lo que leía.
"¿Qué?" exclamó Himari sorprendida.
"¿Para qué querrían vernos?" preguntó Hana.
Senji dejó escapar un suspiro, cerrando el pergamino con delicadeza. "Según esto... desean conocer más sobre nuestra habilidad en la forja."
Por un momento, los tres guardaron silencio. La sorpresa inicial fue cediendo paso a una mezcla de orgullo y nerviosismo.
"Bueno..." dijo Himari con una sonrisa ansiosa. "Supongo que será mejor que demostremos por qué el nombre Muramasa es digno de ser recordado."
Senji asintió, y aunque intentó mantener la calma, no pudo evitar que sus pensamientos se oscurecieran.
Es demasiado pronto para recibir un reconocimiento tan importante de la familia imperial...
"Bien. Aceptaremos la invitación. Pero antes, debo informar a nuestra pequeña Maestra que nos ausentaremos del pueblo."
"Entendido. No hay prisa. Puedo esperar pacientemente mientras nuestros caballos descansan y se alimentan."
Más tarde, en la residencia de Nobunaga, los tres Muramasa se encontraban frente a ella.
"¿Así que se van por un tiempo?" preguntó Nobunaga, recostada de forma despreocupada contra una columna. Su voz sonaba casual, pero sus ojos reflejaban algo más... preocupación.
"Así es", respondió Senji. "Será solo por un tiempo, hasta que terminemos los negocios con el Emperador."
Nobunaga permaneció en silencio durante unos segundos, observándolos con seriedad. Luego, su rostro se iluminó con una gran sonrisa.
"¡Jajaja! ¡Increíble! ¡Felicitaciones!" exclamó, palmeando la espalda de Senji con energía. "No me sorprende... después de todo, los Muramasa son los mejores en esto."
Sin embargo, tras la risa, su expresión se suavizó. "Pero... asegúrense de regresar. Si la familia imperial intenta quedarse con ustedes... bueno..." Bajó un poco la mirada. "Me sentiría... sola."
Senji observó esa expresión sincera y vulnerable en el rostro de Nobunaga, algo que no mostraba con facilidad. Dio un paso al frente y, con una sonrisa tranquila, llevó su mano a la cabeza de la joven señorita Oda, revolviendo suavemente su cabello.
"Eso no pasará", dijo con firmeza. "Volveremos. No te preocupes."
Nobunaga infló las mejillas, apartando la mano de Senji con una expresión fingidamente molesta.
"¡Oye! No soy una niña..."
"Pero sigues actuando como una", murmuró Himari con una sonrisa burlona.
La habitación estalló en risas, y por un momento, el peso de la incertidumbre desapareció.
❅──✧❃✧──❅•
El carruaje avanzaba lentamente por el camino, mecido por el ritmo constante de los caballos. El suave crujir de las ruedas sobre la tierra y el sonido del viento colándose entre las rendijas de madera llenaban el ambiente de una calma engañosa.
Senji iba sentado junto a sus primas, con los brazos cruzados y la mirada fija en el paisaje que se extendía más allá de la ventana.
"Esto no es solo un reconocimiento…" murmuró de repente.
Himari, que estaba acomodándose el cabello, se giró para mirarlo. "¿A qué te refieres?"
"El Emperador Go-Nara no es precisamente famoso por su destreza política," respondió Senji en voz baja. "Los rumores dicen que sus problemas financieros han sido una constante desde que tomó el poder... Algo me dice que esta invitación es más que un simple homenaje. Quizás esté buscando aliados poderosos... o algo más codicioso."
"¿Algo codicioso?" repitió Hana, dejando a un lado el pequeño abanico que usaba para refrescarse. "¿Qué crees que quiera? ¿Dinero? ¿Armamento?"
Senji negó lentamente. "Quizás ambas cosas... pero si está buscando una solución segura para sus problemas financieros, no me sorprendería que intentara algo más ambicioso... como asegurarse la lealtad de una familia influyente."
Hana esbozó una sonrisa traviesa y se inclinó hacia él. "¿Y si intenta algo más atrevido? ¿Qué tal un casamiento para 'fortalecer lazos'?"
"¿Un casamiento?" repitió Himari, frunciendo el ceño.
"Claro." Hana se encogió de hombros. "Imagínalo: uno de nosotros casado con uno de los hijos del Emperador para asegurar la alianza."
"¡Ni lo digas!" protestó Himari, sacudiendo la cabeza. "¿Te imaginas a Senji vestido con ropa formal intentando impresionar a la corte?"
Hana se llevó una mano a la barbilla, fingiendo pensarlo. "Quizás le haga falta una lección de etiqueta primero."
Las risas se apoderaron del carruaje, disipando momentáneamente la tensión. Pero mientras sus primas bromeaban, la mente de Senji seguía dándole vueltas al asunto.
“Si el Emperador realmente tiene intenciones ocultas... debemos estar atentos.”
El viaje continuó entre conversaciones dispersas y largos momentos de silencio. El paisaje, que al principio era familiar, fue transformándose a medida que se acercaban a la capital. Las colinas verdes se convirtieron en extensos campos de cultivo, y los caminos de tierra comenzaron a volverse más transitados por comerciantes, campesinos e incluso algunos samuráis que patrullaban la zona.
El carruaje se detuvo en varias ocasiones para que los caballos descansaran y se alimentaran. Durante esas pausas, Senji aprovechaba para estirar las piernas y observar con atención a las personas que pasaban. Aunque parecía distraído, cada gesto y mirada le resultaban piezas de un rompecabezas más grande.
"La capital... un lugar donde las palabras valen tanto como las espadas," pensó.
Al anochecer, llegaron a las afueras de la ciudad imperial. Las calles eran más estrechas y el bullicio de la vida urbana envolvía el ambiente. Artesanos trabajando, vendedores gritando sus ofertas y niños corriendo entre los puestos le daban un aire vibrante, aunque también caótico.
Cuando finalmente se acercaron a la residencia imperial, el cambio fue evidente. Los guardias apostados en la entrada mantenían la vista fija en el carruaje, evaluando cada movimiento. Las puertas de madera, adornadas con símbolos dorados del Emperador, se abrieron lentamente para permitirles el paso.
El interior del recinto emanaba un aire solemne. Los jardines perfectamente cuidados, los faroles que iluminaban con una luz cálida y los muros decorados con pinturas tradicionales daban la sensación de estar entrando en otro mundo.
"Vaya…" murmuró Himari, maravillada por la belleza del lugar.
"¿Crees que nos dejen llevarnos uno de esos faroles?" bromeó Hana en voz baja, provocando que Himari soltara una risa nerviosa.
Senji, sin embargo, apenas reaccionó. Su mirada se fijó en una figura que los esperaba en las escaleras del edificio principal: un hombre de aspecto rígido, vestido con un elaborado kimono azul oscuro. Era evidente que no se trataba del Emperador, sino de uno de sus sirvientes de alto rango.
"Bienvenidos," dijo el hombre con voz firme. "El Emperador Go-Nara los espera. Por favor, síganme."
Mientras cruzaban el umbral de la gran residencia, Senji no pudo evitar sentir que estaban siendo observados desde las sombras. Quizás solo eran los nervios del viaje… o tal vez el inicio de algo mucho más complicado.
                
                
                    