ID de la obra: 805

Restarting

Het
PG-13
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1
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planificada Mini, escritos 103 páginas, 32.596 palabras, 7 capítulos
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Capítulo 6: ¿Ir a una secundaria?

Ajustes de texto
Capítulo 6: ¿Ir a una secundaria? Los primeros rayos del sol se filtraban por las cortinas mientras yo revisaba los documentos que Takeshi me había entregado. Era una persona confiable, a quien había dejado los negocios en sus manos. Responsable, meticuloso y con un instinto para los números que incluso a mí me impresionaba. Con él al frente, podía estar seguro de que los negocios no caerían en bancarrota por mala gestión. "¿Y esto qué es?" pregunté, levantando un folio con el sello de una escuela. Takeshi, impecable como siempre en su traje gris, se aclaró la garganta. "Documentos de transferencia para la Secundaria Kurobara. Último año." Dejé el papel sobre la mesa y lo miré fijamente. "¿En serio?" "Es una buena cobertura" respondió, ajustándose los lentes. "Un joven de quince años sin historial académico llama la atención, incluso con los contactos que tenemos. Además, tener un título secundario podría ser útil en el futuro." Suspiré, pasando las páginas del dossier. Todo estaba en orden: registros falsificados, certificados de notas decentes, pero no sobresalientes, incluso una foto mía con el cabello blanco y los ojos verdes opacos que tanto caracterizaban mi apariencia. "¿Y si me aburro?" "El director es... comprensivo con ciertas ausencias" dijo con una sonrisa casi imperceptible. "Siempre y cuando las calificaciones no sean un desastre." Me recosté en la silla, mirando el techo. La idea de volver a un salón de clases era ridícula, pero Takeshi tenía razón. Si quería mantener mi nueva identidad a largo plazo, necesitaba al menos aparentar normalidad. "Está bien. Pero si esto es tan tedioso como lo recuerdo, me largo." Takeshi asintió, satisfecho. "Por cierto" agregó antes de salir, "el uniforme ya está en su armario." [Secundaria Kurobara – Primer día] El portón de la escuela se alzaba ante mí, con grupos de estudiantes charlando y riendo como si no tuvieran preocupaciones en el mundo. Ajusté la corbata del uniforme, sintiendo la incomodidad de la ropa formal. Al menos el blazer negro ocultaba las cicatrices de mis brazos. Al entrar, las miradas no tardaron en llegar. "Oye, ¿quién es ese?" "¡Mira su cabello! ¿Es natural?" "Parece un personaje de anime…" Ignoré los murmullos y me dirigí a la oficina del director. El hombre, un tipo de unos cincuenta años con bigote gris, me recibió con una sonrisa tensa. "Ah, Muramasa-kun. Bienvenido." "Solo estoy aquí por el papeleo" dije, dejando claro desde el principio que no tenía intención de fingir entusiasmo. El director carraspeó. "Sí, sí, por supuesto. Bueno, aquí está tu horario. El profesor encargado de tu clase te presentará." Cuando llegué al salón 3-B, el profesor de turno me presentó como "el nuevo transferido". Los estudiantes me observaron con curiosidad, algunos con admiración, otros con recelo. "Muramasa-kun, ¿quieres decirnos algo sobre ti?" preguntó el profesor con tono animado. Sonreí, un gesto que sabía que podía ser desconcertante. "Sí. No me gustan los grupos, no pienso hacer amigos y si alguien me molesta, lo lastimaré." El salón quedó en silencio. El profesor palideció. "¡E-Es una broma, claro!" tartamudeó, forzando una risa. "Claro" respondí, sin cambiar mi expresión. Me asignaron un asiento al fondo, junto a la ventana. Perfecto para mirar el cielo y pensar en cualquier cosa menos en ecuaciones de álgebra. Mientras la clase comenzaba, saqué mi teléfono y revisé un mensaje de Takeshi: "Todo tranquilo en los negocios. ¿Cómo va el primer día?" Respondí rápidamente: "Como una tortura medieval. Pero al menos la profesora de historia es bonita." Sonreí para mí mismo. Tal vez esto no sería tan malo… siempre y cuando nadie intentara hacerme socializar. El timbre sonó marcando el inicio de la tercera hora. Apoyé la cabeza en la mano mientras miraba por la ventana, observando las nubes pasar sin preocuparme por qué profesor entraría. Historia, matemáticas, literatura... todo me daba igual. Hasta que la escuché. "Buenos días, clase". Una voz suave pero firme cortó el murmullo del salón. Mis ojos se despegaron del cielo azul para posarse en la figura que acababa de entrar. Su cabello negro como la noche caía en ondas perfectas hasta la cintura, enmarcando un rostro delicado con labios rosados y ojos oscuros que parecían esconder secretos. Pero lo que realmente captó mi atención fue cómo su traje de profesora —aparentemente profesional— se ajustaba a cada curva de su cuerpo. "El tema de hoy será la Restauración Meiji", anunció mientras caminaba hacia el pizarrón, sus tacones haciendo un suave clic contra el piso. No pude evitar notar dos cosas: La forma en que su blazer se tensaba al estirarse para escribir en la parte alta del pizarrón. El modo en que su falda negra acentuaba el movimiento de sus caderas con cada paso. Un estudiante a mi lado —creo que se llamaba Tanaka— susurró: "Vaya... hoy sí que vale la pena prestar atención a historia". Le lancé una mirada de reojo antes de responder en voz baja: "Prefiero admirar el arte en silencio". La profesora giró en ese momento, como si hubiera sentido nuestras miradas. Sus ojos oscuros se posaron en mí por un segundo más de lo necesario antes de continuar con la lección. Mientras explicaba los cambios políticos del período Meiji, noté cómo sus manos gesticulaban con elegancia, cómo su voz modulaba para enfatizar puntos importantes... y cómo la luz de la ventana acariciaba su perfil cuando pasaba cerca de mi asiento. Quizás la secundaria no sería tan aburrida después de todo. La voz de la profesora Aihara se desvaneció en el aire mientras escribía las últimas notas sobre la Restauración Meiji en el pizarrón. El movimiento de su brazo al alcanzar la parte superior dejaba ver por un instante el fino contorno de su cintura bajo el ajustado traje de profesora. "En conclusión, este período marcó el fin del Japón feudal..." Mis ojos trazaron el arco que su figura dibujaba al girarse hacia la clase. Cada paso era una lección de gravedad y proporciones perfectas. La profesora Aihara cerró su libro de texto con un suave golpe. "Para el lunes, lean el capítulo 4 y respondan las preguntas del final." El timbre sonó puntual, marcando el fin de la única clase que había captado mi interés en toda la mañana. Observé cómo recogía sus materiales, cada movimiento de sus manos cuidadoso y preciso. El salón se llenó del bullicio habitual de estudiantes. Yo permanecí en mi asiento, apoyando la barbilla en la mano mientras miraba por la ventana. Las nubes pasaban lentamente sobre el cielo azul de la mañana. El siguiente profesor entró con una pila de libros bajo el brazo. Matemáticas, según el título visible en el lomo superior. Suspiré internamente. Qué aburrimiento. Espero que llegue la hora de recreo. Mientras el nuevo profesor comenzaba su monótona explicación sobre ecuaciones cuadráticas, volví a perderme en la contemplación del cielo azul. El reloj de pared avanzaba con exasperante lentitud, cada tic-tac sonando como un recordatorio de que aún faltaban horas para el recreo del mediodía. El profesor de literatura, un hombre mayor con gafas gruesas, hablaba entusiasmado sobre los clásicos del periodo Heian. Yo contaba mentalmente las baldías del piso, imaginando cómo sería lanzar una de ellas contra la ventana solo para romper la monotonía. El estudiante a mi derecha, Kobayashi, susurró: "¿No te interesa la literatura?" "Prefiero la historia," respondí en voz baja, sin explicar que mi interés se limitaba a cierta profesora en particular. Mis dedos tamborileaban sobre el escritorio mientras el reloj marcaba los últimos minutos antes del tan esperado recreo. A través de la ventana podía ver a grupos de estudiantes comenzando a dirigirse al patio. Finalmente, el timbre sonó. Me levanté antes de que el profesor terminara su frase, saliendo al pasillo donde los estudiantes se empujaban como ganado hacia el comedor. Avancé esquivando cuerpos, recibiendo miradas por el cabello blanco, hasta llegar al comedor. La fila era larga, el menú irrelevante. “¿Arroz solo?” preguntó la señora del mostrador al verme rechazar el curry. Asentí. No valía la pena responder. En la mesa más alejada, donde la luz de la ventana no llegaba, dejé el plato intacto. El recreo era solo un trámite antes de volver al aburrimiento de las aulas. Hasta que tres sombras se plantaron frente a mí. “Eh, fantasma...” Dije de forma aburrida, hasta que levanté mi mirada para ver a tres estudiantes con apariencia desaliñadas. Creo que son los llamados… ¿yankee? Uno de ellos, un chico alto con el cabello teñido de rubio y la camisa del uniforme desabotonada, dejó caer su bandeja en la mesa con un ruido sordo. "Así que el nuevo se cree especial," dijo con una sonrisa burlona, cruzando los brazos. Los otros dos, uno con una cicatriz en la ceja y otro con un pendiente en la oreja, se rieron con aire confiado. La escena era típica: los tipos que creen que dominan la escuela intentando imponer su presencia sobre el recién llegado. Lentamente, levanté la vista de mi arroz intacto y los observé sin emoción. "¿Puedo ayudarles en algo?" pregunté, con la misma energía con la que alguien respondería a una encuesta telefónica. El de la cicatriz golpeó la mesa con la palma abierta. "¡Oye! ¡No ignores a Senpai cuando te habla!" El de cabello rubio, aparentemente el líder, sonrió. "Tranquilo, tranquilo. No hay prisa. Solo queremos conocer al nuevo. Parece que no te importa mucho hacer amigos." "Correcto," respondí de inmediato. "Vaya, qué actitud más fría." Se inclinó sobre la mesa, acercándose demasiado. "Pero, ¿sabes? Esa forma de actuar puede meterte en problemas. Aquí en Kurobara, hay ciertas reglas no escritas." "Oh." Apoyé la barbilla en la mano. "¿Y qué pasaría si no me interesan esas reglas?" El tipo de la cicatriz resopló. "Entonces, podrías encontrarte con algunos problemas en el futuro." Me quedé en silencio unos segundos, observando sus expresiones de falsa confianza. Luego, sonreí. "Bueno," dije despacio, dejando que mi tono fuera lo suficientemente ambiguo como para ponerlos nerviosos. "Supongo que veremos qué pasa." El rubio pareció desconcertado por un instante, pero se recompuso rápidamente. "Tch. Nos veremos, Transferido." Se dieron la vuelta y se alejaron, pero pude notar cómo uno de ellos miraba de reojo, esperando algún tipo de reacción. No les di el gusto. Tomé los palillos, jugueteando con ellos sin tocar la comida. El recreo había sido más entretenido de lo esperado. Después de terminar su almuerzo, Senji caminaba por las instalaciones de la Secundaria Kurobara. A pesar de lo lujoso del lugar, para él, todo era igual. Un edificio grande lleno de estudiantes con diferentes aspiraciones, algunos más arrogantes que otros. Pasó junto a las canchas deportivas donde algunos estudiantes practicaban baloncesto, fútbol, béisbol, y tenis. No muy lejos, pudo ver el edificio de los clubes, con carteles llamativos que invitaban a unirse a teatro, cocina, música, ajedrez y más. Nada de eso le interesaba. Mientras avanzaba, observó pequeños grupos de estudiantes conversando con confianza, algunos mostrando anillos costosos, relojes de marca y teléfonos de última generación. La mayoría parecían demasiado cómodos con su riqueza, como si el dinero fuera la única identidad que poseían. "Niños mimados." Después de murmurar su opinión sobre los niños mimados, Senji continuó su recorrido por la escuela. A pesar de lo grande que era, el ambiente se sentía predecible: grupos de amigos charlando, risas ocasionales, profesores caminando con montones de papeles en las manos. Mientras doblaba una esquina cerca del gimnasio, un par de estudiantes salieron de la nada y casi chocaron con él. Uno de ellos era un chico fornido con la camisa del uniforme abierta, dejando ver una camiseta de un grupo de rock, y el otro tenía el cabello teñido de rojo con un vendaje en la mejilla. “¡Oye, fíjate por dónde caminas!” soltó el del vendaje, frunciendo el ceño. Senji lo miró sin emoción y luego desvió la vista. “Tienes dos piernas. Aprende a usarlas.” El tipo con la camiseta de rock bufó. “¿Qué dijiste, idiota? ¿Crees que porque eres el nuevo puedes hablar así?” Senji suspiró. “No, hablo así porque me da la gana.” El chico de cabello rojo crujió los nudillos, como si estuviera considerando la idea de hacer algo estúpido, pero antes de que la situación escalara, una voz femenina interrumpió. “¡Oi, Tatsuya! ¡Kenta! ¡Déjenlo en paz!” Una chica de cabello castaño atado en una coleta se acercó con paso decidido. Su actitud relajada contrastaba con la mirada afilada que les lanzó a los dos. “Tch… No te metas, Misaki.” gruñó Kenta, el del vendaje. “¿Van a empezar una pelea en medio del pasillo? ¿Otra vez?” Misaki cruzó los brazos. Tatsuya y Kenta intercambiaron miradas y chasquearon la lengua. “Tsk. No vale la pena.” dijo Tatsuya, antes de dar media vuelta y alejarse con su amigo. Senji observó cómo se iban y luego miró a la chica, que ahora lo analizaba con curiosidad. “Eres el nuevo, ¿no?” “Sengo Muramasa.” Misaki sonrió. “Bien, Sengo. Ya te topaste con los idiotas de siempre. No tardarán en probar qué tan fuerte eres.” Senji se encogió de hombros. “No tengo interés en jugar con niños.” Misaki soltó una carcajada. “Me gusta tu actitud. A ver cuánto duras antes de que alguien te desafíe en serio.” Dicho eso, se giró y se fue, dejándolo con un pequeño dolor de cabeza. "Parece que la tranquilidad en esta escuela es relativa." Suspiró y siguió caminando. Sonó el último timbre del día. Finalmente, lo que más esperaba había llegado: la hora de regresar a casa. Senji recogió sus cosas sin prisa y salió del aula, evitando cualquier conversación innecesaria con sus compañeros. En los pasillos, el ambiente era el de siempre: estudiantes charlando animadamente, algunos organizando planes, otros corriendo hacia sus clubes o directamente a la salida. Sin prestar demasiada atención, avanzó con las manos en los bolsillos, atravesando el portón de la Secundaria Kurobara. El clima de la tarde era fresco, con una brisa ligera que agitaba las hojas de los árboles. Se dirigió a la parada de autobús donde lo recogería su chofer designado. Aunque vivía en un hotel, prefería no llamar demasiado la atención esperando en un lugar común. Fue entonces cuando la vio. Una chica de cabello rosa claro, liso hasta la cintura, con un flequillo perfectamente alineado sobre sus cejas. En su cabeza, dos cintas en forma de mariposa resaltaban como un detalle llamativo. Llevaba puesto el uniforme de Kurobara, cubierto por un suéter de manga larga, junto con calcetines blancos hasta los muslos. Estaba rodeada por un grupo de amigas y conversaba animadamente con ellas, sonriendo y riendo con naturalidad. Su actitud era relajada, confiada y sociable, como si disfrutara genuinamente la compañía de sus amigas. Sin embargo, en el instante en que sus ojos azul oscuro se cruzaron con los de Senji, su expresión cambió. Su ceño se frunció ligeramente, y su sonrisa desapareció por un momento. Fue solo un par de segundos, pero suficientes para que Senji notara el cambio. Luego, como si nada hubiera pasado, apartó la mirada y continuó conversando con sus amigas, retomando su actitud amigable sin darle más importancia. Senji arqueó una ceja, divertido. "Huh… ¿Y eso?" No esperaba ninguna reacción en particular, pero parecía que la chica no tenía la mejor primera impresión de él. Sin más que hacer, simplemente cerró los ojos y esperó la llegada de su chofer. Después de todo, este solo era el primer día. Senji llegó a su departamento en el hotel, y al abrir la puerta fue recibido con entusiasmo por sus dos hijas adoptivas. Aiko, con su energía característica, corrió hacia él y le dio un fuerte abrazo. "¡Papá, papá! ¿Cómo te fue en tu primer día de clase?" preguntó Aiko, su voz llena de emoción. Sengo sonrió y le desordenó el cabello, lo que provocó que Aiko se quejara con una risa juguetona. "¡Oye, no me hagas eso!" reclamó Aiko, frotándose la cabeza mientras intentaba peinarse el cabello desordenado. Pero no pudo evitar reírse, disfrutando el momento con su padre. Sakura, que había entrado de manera más tranquila, se acercó a Sengo con una sonrisa suave en el rostro. Aunque ya había superado las dificultades de su pasado, aún mantenía su actitud madura para su edad. "¿Cómo te fue, papá? ¿Todo bien en la escuela?" preguntó Sakura, con su mirada llena de comprensión. "Bien, todo tranquilo. No hubo nada especial, solo clases y más clases." Sengo se dejó caer en el sillón, estirando los brazos mientras se relajaba. "Pero ya estoy de vuelta, y eso es lo que importa." Aiko, con la energía aún a tope, se acercó rápidamente a Sakura. "¡Quiero ir a la feria este fin de semana! ¡Por favor, papá, dime que sí!" insistió, poniendo esa cara de entusiasmo que siempre lograba ablandar el corazón de Sengo. Sakura miró a Sengo, como si quisiera verificar si había alguna razón para negar la solicitud de Aiko, pero también conocía lo fácil que era para él decir que sí a las peticiones de sus hijas. "Si quieres, podemos ir. Es fin de semana, y Aiko tiene razón. ¿Qué opinas?" dijo Sakura, sonriendo mientras miraba a su hermana pequeña, que la miraba con grandes ojos brillantes. Sengo suspiró, pero su sonrisa era cálida. "Bueno, si eso la hace feliz, podemos ir a la feria. Pero no quiero ver que se suban a todas las montañas rusas." agregó, con una sonrisa burlona. Aiko se lanzó hacia él, dándole un abrazo aún más fuerte que el anterior. "¡Gracias, papá! ¡Prometo no subirme a todas las montañas rusas... solo a unas cuantas!" dijo, mientras reía, disfrutando de la simple felicidad de tener a su padre cerca. "Está bien, está bien," respondió Sengo, acariciando suavemente la cabeza de Aiko. "Ya veremos qué pasa, pero no quiero que tengamos problemas." Con eso, las tres se acomodaron en el sofá, disfrutando de una tranquila noche juntos en casa. Mientras Sengo observaba a Sakura y Aiko, no podía evitar sentirse agradecido por la familia que había formado. Aunque su situación fuera rara, especialmente para alguien como él, no cambiaría nada. Estaba feliz cuidando a sus dos hijas, dándoles una vida mejor, lejos de las sombras del pasado.
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