El Envoltorio del Cariño
12 de septiembre de 2025, 20:46
Ese día su tortura iba a terminar.
El sufrimiento que le rodeaba, las lágrimas o las gotas de sangre se derramaban frente a sus ojos a diario no significaban ni un mínimo dentro de su conciencia como si lo hacía aquel rugido de tripas.
Un sonido que retumbaba en su manos cada vez que, bajo la protección de la oscuridad, se le ofrecía el placer de rodear con sus brazos el cuerpo de su hermoso Gi-hun.
Habían discutido demasiadas veces sobre aquel tema y habían sido muchas las ocasiones en las que él le había relatado, al borde de las lágrimas, cuánto le dolía en el corazón escuchar cómo su cuerpo protestaba —casi suplicando el cese de aquel comportamiento suicida— y como aquellos rugidos en el estómago le impedían dormir plácidamente por las noches.
Pero Gi-hun jamás había cedido.
Era cruel.
Demasiado cruel.
Consigo mismo y con él.
Porque sabía cuánto podía conseguir con aquellos ojos. Era perfectamente consciente de cómo su simple mirada podía conseguir que a In-ho le temblaran las piernas y sintiera el impulso de arrodillarse ante todos sus deseos.
No importaba la firmeza con la que éste iniciara la conversación sobre la importancia de alimentarse, bastaba una sola mirada, cuya luz se presentaba cansada como la de una estrella a punto de apagarse, para desarmarle por completo.
No podía negarle nada.
No sabiendo que era responsable de todo aquello. De que su pareja no comiera. De que estuviera de nuevo en aquel infierno. Un infierno que él controlaba y del que no podía —y del que ni siquiera había intentado— escapar.
A la culpa que aquello cargaba en su corazón se le añadía el hecho de que, sin que Gi-hun lo supiera, era perfectamente consciente de que aquel problema en su alimentación no se había desarrollado por el estrés generado en los Juegos (tal y como, bajo el pretexto de la mentira piadosa, Gi-hun había tratado de justificarse sobre su poco interés en la comida).
Inconscientemente, In-ho se giró para mirarle.
Hacía un par de horas que habían salido del juego que tocaba aquel día y se habían reunido con Jung-bae —muy a su pesar— y el jugador 388, Dae-ho, para esperar la hora de la cena.
Gi-hun poseía el mismo aspecto de siempre: demacrado, triste y consumido.
Durante los tres años siguientes a la victoria que le había convertido en un hombre rico y sin deudas, In-ho le había estado vigilando.
Asegurándose de que no volvía a caer en los antiguos vicios que le habían arrastrado a los Juegos —y que, durante sus años como Líder, había visto como responsables de que otros tantos jugadores se vieran también obligados a regresar—, y aferrándose al sueño de que algún día retomara la idea de viajar a Estados Unidos, se reencontrara con su hija y que eso, aquella vida cubierta de la libertad financiera y la compañía de aquellos que más lo amaban, le hiciera ser feliz.
Aunque, para desgracia de su corazón, eso jamás ocurrió.
Jamás había vuelto a comprar un billete de avión y tampoco había hablado con Ga-yeong.
Día tras día, había sido informado de cómo aquel hombre se encerraba en el motel que había convertido en su vivienda y se consumía bajo la esperanza de atrapar al hombre que le había reclutado. Observaba, con una impotencia indescriptible, como la poca comida que éste ingería venía de manos de uno de sus antiguos acreedores, al que había convertido en socio y aliado para lograr su objetivo.
Ese hombre, Kim Jeong-rae, al que In-ho había aprendido a odiar después de noches imaginándose las tantas ocasiones en las que sus despreciables manos se habían encargado de hacer sufrir y sangrar a Gi-hun.
Aquellas manos que, en un acto demasiado abominable e irónico, habían sido las encargadas de proporcionar el único alimento que su antigua víctima —Gi-hun— se dignaba a tragar.
Y allí estaban ahora.
De nuevo entre las paredes blancas que rodeaban el cuarto de literas donde los jugadores se movían como un avispero nervioso que anhelaba sentir el tacto del dinero en la yema de los dedos mientras que In-ho —quien hacía mucho tiempo que se había acostumbrado y familiarizado con aquella rugosa textura— era torturado cada noche con los temblores emitidos por el estómago vacío y suplicante de Gi-hun.
Pero aquella tortura, iba a terminar ese día.
El suave suspiro de las puertas metálicas, aquellas que servían como entrada para los guardias y que se situaban en el extremo contrario al de las literas de la habitación, le sacó de golpe de sus pensamientos.
Giró la cabeza, adoptando un comportamiento que, sin pretenderlo, se coordinó perfectamente con el gesto del resto de jugadores, que también se mostraron interesados con la irrupción. Pronto, una fila de guardias apareció tras las puertas, desplegando frente a los jugadores una coreografía que tantas veces In-ho había visto ensayarse.
—Esa debe ser la cena —dijo a sus espaldas, la asquerosa y reconocible voz de Jung-bae.
Pocos segundos después, el cuerpo rechoncho y cubierto por el chándal que tenía grabado a la espalda el número "390" pasó por su lado y se movió hacia adelante, siguiendo el movimiento del resto de jugadores. Tras él, le siguió Da-heo, el jugador 388.
In-ho entrecerró los ojos y pudo notar como su rostro se encontraría de forma casi instintiva al seguir la caminata del primer hombre.
«¿Cómo puede Gi-hun ser su amigo?» pensó con desprecio.
Pero no tuvo tiempo de formular una posible respuesta porque, en cuanto el nombre de su pareja cruzó su mente, sintió como un rayo le recorría toda la columna vertebral y le empujaba el cuello, girándoselo con brusquedad para apuntar de nuevo hacia atrás, donde aún permanecía Gi-hun.
Su rostro se había ensombrecido aún más con la irrupción de los guardias y en sus ojos parecía relucir el brillo de la sangre fresca.
In-ho pudo notar como el corazón se le quebraba en el pecho, y los restos del mismo se clavaban como cristales rotos sobre sus costillas, haciendo que cada respiración ardiera con el dolor de la angustia.
No soportaba aquella visión tan decadente y amargada del hombre que amaba.
En contra de todos sus instintos, trató de adoptar una postura más relajada, esbozó una sonrisa —que pareció quemarle la comisura de los labios ante la falsedad que representaba— y se inclinó un poco hacia adelante para acercarse más.
—¿Vamos, Gi-hun? —le preguntó cordialmente.
Había colocado su mano izquierda entre ambos, invitándole a que la tomara y, de esa forma, brindarle el apoyo que —sabía— Gi-hun necesitaba para no explotar bajo la tortura de sus propios instintos, que seguramente se habían llenado con miles de imágenes cubiertas de odio.
Gi-hun apartó la vista del frente.
Primero, puso toda su atención en él, luego en la mano que le era tendida y una vez más hacia el rostro de In-ho.
Aquello resultaba demasiado triste. Según la visión de In-ho, y en base a lo que la experiencia le había enseñado sobre Gi-hun, éste poseía una dificultad instintiva para reconocer el cariño. Su cerebro no parecía lograr procesar el afecto —aquel sentimiento que le había sido negado por tantísimos años— y, al recibirlo, parecía colapsar por completo.
Para el alivio de In-ho, una sonrisa, aunque cansada, apareció en los labios de Gi-hun cuando sus ojos, que ya habían convertido el brillo del odio en uno de ternura, le encontraron.
Sin decir ni una sola palabra, Gi-hun asintió con delicadeza al tiempo que alzaba su mano derecha y la colocaba sobre la de In-ho. Esta se cerró casi al instante, en un gesto escalofriantemente parecido al de una trampa para osos pero que, según ambos sabían, se encontraba motivado por el instinto de ofrecer una sensación de protección y no de provocar daño alguno.
Sus ojos siguieron navegando los unos en los otros por unos instantes más hasta que un voz brusca irrumpió de golpe, destruyendo por completo la burbuja en la que ambos se habían refugiado:
—Jugadoras 222 y 149, acercaos, por favor.
Instintivamente, sus cabezas volvieron a girarse hacia el frente.
Allí, seis guardias se habían situado en una fila horizontal en la parte baja de la sala, delante del escenario desde el que, hasta entonces, se había anunciado la subida del premio.
Todos ellos se encontraban armados y llevaban una máscara de color negro que tenía pintada en la superficie el reconocible símbolo de un triángulo que los identificaba como "soldados", aquella categoría dentro de la jerarquía de los guardias que les autorizaba a portar armas.
Sobre el escenario quedaba tan solo un guardia, cuya postura erguida y firme parecía delatar mucho más que el cuadrado de su máscara su cargo superior.
—Jugadoras 222 y 149, acercaos, por favor —repitió éste, guardando la misma actitud serena que había usadola primera vez.
Los ojos de toda la sala, sin la excepción de In-ho, comenzaron a moverse hacia todos los lados, buscando a las jugadoras nombradas. Poco a poco, varias cabezas se quedaron quietas, apuntando en una dirección común. In-ho siguió aquel recorrido hasta una de las literas del lado izquierdo, que además se situaba casi hacia el final de la pared.
Allí la joven embarazada con la que había compartido parte de su comida en otras ocasiones observaba con una expresión llena de miedo hacia los guardias mientras una mujer anciana la rodeaba con sus brazos temblorosos en un ademán protector.
—Jugadoras 222 y 149 —llamó una vez más el guardia del triángulo. Como todos, había seguido la trayectoria construida por los jugadores y ya había localizado a sus víctimas—. Acercaos, por favor.
Ante la insistencia, la anciana fue la primera en caminar hacia el frente, sin soltar en ningún momento a la otra mujer y, por ende, arrastrándola consigo. Ambas avanzaron, no sin cierto vacile y lentitud, hacia el pequeño espacio que había quedado entre la marea de jugadores y la línea creada por los guardias.
Cuando por fin se detuvieron, y con una coordinación intimidadora, dos de los guardias con triángulo comenzaron a avanzar hacia ellas. En respuesta, la mujer anciana —la jugadora 149— se colocó frente a la chica embarazada, dispuesta a protegerla con su cuerpo de cualquier ataque que pudieran lanzar contra ellas.
La sala se llenó de murmullos nerviosos e In-ho pudo sentir como la tensión iba aumentando conforme los guardias continuaban su avance hacia ambas mujeres.
Todos parecían convencidos de que pronto serían testigos de un ataque violento e inhumano y, en consecuencia, trataban de mentalizarse sobre la postura que tomarían en cuanto presenciaran el acto.
Sin embargo, de un momento a otro, los guardias, que hasta entonces habían caminado juntos y al mismo ritmo, se separaron y, rápidamente, las flanquearon. Éstas, miraron confusas de un lado a otro, aún temiendo por su integridad física y su seguridad.
—No pretendemos haceros daño —intervino de nuevo el guardia con el cuadrado.
Su voz no había perdido ni un ápice de su tranquilidad y, con la misma calma, levantó su brazo derecho al tiempo que giraba levemente su cuerpo para que su palma abierta hacia arriba señalara a la puerta metálica que quedaba a su espalda y añadió:
—Por favor, seguid las indicaciones.
Al terminar de hablar, los guardias que las flanqueaban giraron sobre sus talones, adoptando una postura que no podía indicar más que el hecho de que iban a escoltarlas fuera de la sala. Pronto, ambos guardias comenzaron a caminar y las mujeres, por el puro instinto de no verse arrolladas, siguieron el movimiento.
Frente a la mirada confusa de todos los presentes, subieron las escaleras del escenario y, en pocos segundos, llegaron frente a la puerta metálica. Mientras esta se abría, la jugadora 149 giró su cabeza hacia atrás e In-ho pudo leer en su rostro el terror más absoluto combinado con la confusión.
Luego, desaparecieron junto con sus guardianes por la puerta metálica de entrada y la sala de las literas se vio invadida por un silencio sepulcral. Nadie se atrevía, o si quiera encontraba las palabras adecuadas para hacerlo, a protestar.
Todos parecían tratar de procesar lo que acababa de ocurrir. Posiblemente, muchos estaban analizando si aquello podía significar alguna pista que delatara el próximo juego, mientras que muchos otros simplemente estaban navegando en el caos que la incoherencia de la situación estaba generando en su mentes.
Pero, antes de que cualquiera de aquellos hirvientes cerebros llegara a una conclusión, la voz del guardia volvió a irrumpir en la sala:
—Jugadores 120 y 246, acercaos, por favor.
Nuevamente, la marea de cabezas comenzó a moverse de un lado a otro, buscando de forma instintiva a los seleccionados.
Pero, en aquella ocasión, ocurrió algo totalmente diferente: pocos segundos después de que el guardia dijera los nuevos números, y sin la necesidad de que estos fueran repetidos, una mujer se abrió paso entre los jugadores.
Según el dorsal de su espalda, se trataba de la jugadora 120.
In-ho fue testigo, junto con el resto de jugadores, de cómo ésta caminaba con actitud desafiante y decidida hasta situarse ante la línea de los guardias y se detenía frente a ella con una firmeza inquebrantable.
Poco después, quizás motivado por la vergüenza de no secundar aquella actitud tan serena, apareció el jugador 246, quien rápidamente se colocó a la derecha de la mujer. Luego, el proceso seguido anteriormente fue repetido. Dos de los guardias avanzaron hacia ellos y les escoltaron fuera de la sala de las literas.
Una vez más, la sala quedó cubierta por el silencio aunque aún se podía sentir el nerviosismo flotando por cada rincón.
Tal y como había demostrado el procedimiento seguido hasta el momento, y con la presencia de dos guardas con máscaras triangulares, resultaba lógico pensar que aún existían otros dos números que, muy pronto, serían los próximos en ser llamados y, en consecuencia, correrían el mismo destino —fuera éste de cualquier naturaleza— que los cuatro jugadores previos.
Estaban convencidos de aquella verdad que no podía resultar más obvia, pero aún faltaba la pieza clave: ¿Quiénes serían los escogidos?
Los segundos que siguieron a la salida de los jugadores 120 y 246 se sintieron como horas de angustiosa espera para todos los presentes. Nadie quería arriesgarse a ser parte de lo que podía significar ser elegido por los guardias y, en un instinto natural, ninguno de los jugadores se movía más de lo necesario, como si con ello pudieran asegurarse de pasar desapercibidos.
El guardia del cuadrado giró su cabeza de un lado, casi como si estuviera buscando su nuevo objetivo. Tanta era la tensión y el silencio que In-ho habría podido jurar que era capaz de escuchar cada una de las respiraciones, apagadas y débiles, de los jugadores.
De pronto, el guardia detuvo el movimiento de su cabeza y se quedó mirando al frente.
Todos contuvieron la respiración.
—Jugadores 001 y 456, acercaos, por favor —dijo al fin.
Inmediatamente, y ya sin el temor de ser "descubiertos", todos los jugadores dejaron escapar al unísono el aire que habían estado guardado en sus pulmones con un suspiro cargado de alivio.
Por su parte, In-ho tuvo que hacer frente al repentino dolor que experimentó su mano izquierda cuando la mano de Gi-hun, que aún continuaba entrelazada con la suya, se cerró de golpe, estrujando sus huesos con fuerza.
Apretó los labios, tratando de evitar que el gemido lastimero que se había formado en su garganta escapara e hiciera sentir culpable a Gi-hun. Sin embargo, aunque sí logró minimizar mucho el sonido, aquello no terminó de hacer cumplir su objetivo puesto que, en una reacción perfectamente instintiva, su cuello se giró para mirar a su pareja, que no tuvo problemas en reconocer la angustia en sus ojos entrecerrados y su rostro contraído en una mueca.
—Perdón... —le susurró éste y, de inmediato, trató de soltar su mano.
Pero In-ho no se lo permitió. En cambio, enredó sus manos con más fuerza, aunque sin llegar a hacer daño, para evitar que sus manos se separaran.
—No te preocupes, Gi-hun, estoy bien —le dijo y, con una sonrisa, añadió—: Yo te voy a proteger.
La pequeña sonrisa que apareció en los labios de su pareja fue suficiente para conseguir desbocar su corazón.
—Jugadores 001 y 456, acercaos, por favor —repitió el guardia.
Su voz había sonado mucho más impaciente, casi como una advertencia, pero In-ho ni se inmutó. En cambio, permaneció observándole y, con delicadeza, acercó sus manos entrelazadas hacia los labios y besó el dorso de la de Gi-hun.
Era un movimiento arriesgado, teniendo en cuenta que ahora toda la sala les estaba buscando y que su relación se había mantenido hasta ahora en el más absoluto secreto. Pero no le importaba, sabía que con aquel pequeño toque podría disminuir los nervios que estaban consumiendo al otro y eso hacía que todo riesgo valiera la pena.
Luego, con calma, separó los labios de la piel y volvió a hacer que sus miradas se encontraran.
—Debemos ir —le susurró con suavidad.
Gi-hun mantuvo la mirada tan solo unos segundos antes de asentir. Al momento, sus manos se separaron. Luego, In-ho fue el primero en girar sobre sí mismo y levantarse.
—¡Estamos aquí! —exclamó con fuerza, alzando su mano izquierda.
Todas las cabezas de los jugadores se giraron para observarle. Pocos segundos después, Gi-hun se levantó también y se colocó a su lado. Ambos se miraron fugazmente antes de que In-ho apartara la vista y comenzara a caminar, abriendo un pequeño pasillo entre los jugadores.
Gi-hun le permitió avanzar delante y, tras crear una pequeña distancia, le siguió.
Muy pronto, ambos quedaron en el mismo hueco que pocos minutos antes había sido ocupado por la anciana, la joven embarazada, por la jugadora 120 y el jugador 246.
In-ho se situó en el lado izquierdo y Gi-hun en el derecho.
Éste, alzó su mentón con aire desafiante y entrecerró sus ojos formando una expresión dura, como la de un caballo rodeado de cazadores que no piensa convertirse en presa y, mucho menos, permitir que lo domen.
Antes, moriría dando coces.
De pronto, los dos guardias con los triángulos impresos en las máscaras se acercaron hacia ellos, con su ritmo marcado y militar en los pasos, hasta situarse junto a ellos.
—Por favor, seguid las indicaciones —dijo el guardia sobre el escenario.
Gi-hun le observó de arriba a abajo, tratando de controlar la sensación de asco que le apretaba la garganta. Resultaba nauseabundo que aquel ser humano —porque por mucho que él tratara de negarlo, seguía siendo un ser humano— permitiera que condicionaran su comportamiento para convertirse en un mero robot.
Una hormiga sirviendo a la reina por el simple hecho de lograr posicionarse por encima del resto.
Un engranaje más en aquel mecanismo de sangre y dolor.
Un traidor para la especie humana.
Como en las anteriores ocasiones, los guardias giraron sobre sus talones de tal forma que sus máscaras negras miraran directamente hacia ellos, ahora convertidos en sus prisioneros. Gi-hun observó tan solo unos instantes más hacia el guardia con la máscara con el cuadrado antes de hacer lo mismo. Con ello, se encontró con la espalda, ancha y fuerte, de In-ho, que se había girado poco antes que él.
Cuando el guardia que iba a la cabeza de la fila comenzó a andar, ellos siguieron su paso hasta llegar a las escaleras. Al subirlas, Gi-hun no pudo evitar notar la angustiosa sensación de miedo y desprecio que siempre había imaginado tendrían los condenados a muerte cuando, en tiempos no tan lejanos, subían hacia el patíbulo de la guillotina.
Cuando por fin llegaron a la cima, el guardia les dirigió hacia la puerta de entrada tras cuyas planchas metálicas ya habían desaparecido, tal y como si se tratara de la enorme boca de un monstruo hambriento, cuatro jugadores.
—Lamentamos esta interrupción inesperada —clamó a su espalda la reconocible y artificial voz del guardia con el cuadrado—. Por favor, esperad con tranquilidad en vuestras camas. La cena se servirá en breve.
Gi-hun tragó saliva con fuerza.
La confusión que sentía era tan fuerte y el temor tan abrasador que no podía evitar las miles de preguntas que comenzaban a aparecer en su mente, golpeando su cráneo con una ferocidad que parecía capaz de romper las paredes de hueso.
¿Qué se suponía que significaba todo aquello?
¿Por qué les escogían a ellos seis entre todos los jugadores que aún quedaban con vida?
¿Acaso aquel que llamaban "Líder" había organizado un juego especial del que quería que él, como antiguo ganador y proclamado enemigo, fuera partícipe?
Y si... ¿ellos eran la cena?
El chasquido de las puertas al abrirse por completo le sacó de golpe de sus pensamientos, pero no le arrebató la angustia que sus rápidos pensamientos le habían generado.
Era estúpido creer que les iban a convertir en la cena... pero también lo era imaginar que alguien que pudiera proclamarse "humano" fuera capaz de organizar unos juegos que cada año asesinaran a cuatrocientas cincuenta y seis personas para divertir a los millonarios de todas las partes del mundo y allí estaban.
Nada era imposible.
Nada era demasiado brutal como para ablandar los corazones de aquellos que les observaban a través de las cámaras.
Al contrario, siempre querían más.
Más odio.
Más sangre.
Más traiciones.
Y más muertes.
De pronto, un pequeño empujón en la espalda volvió a sacarle de su estado de ensimismamiento. Se giró levemente, y encontró —como era lógico— a uno de los guardias que les escoltaba.
—Avanza —le ordenó éste.
Curiosamente, su tono no había sonado duro ni enfadado, tan solo firme pero ni siquiera de una forma brusca. Incluso podría decirse, aunque quizás solo se trataba de una mentira de su cerebro, que había sido... amable.
A Gi-hun le extrañó aquel comportamiento, pero no se detuvo a reflexionar sobre ello porque sus ojos lograron captar al guardia del cuadrado por encima del hombro del otro guardia, avanzando hacia ellos. Sin perder el tiempo, volvió a girarse y caminó para reencontrarse con In-ho, que le llevaba unos pocos pasos de ventaja.
Cuando por fin todos, incluyendo al guardia con la máscara de cuadrado, estuvieron fuera, continuaron caminando a través de los pasillos que habitualmente recorrían para llegar hasta las siguientes salas de juego.
Las escaleras amarillas, rosas, celestes y verdes llenaron la visión de Gi-hun mientras se iban adentrando más y más en aquel laberinto cubierto de colores infantiles y escalones infinitos.
Aquel sitio le agobiaba.
La marea de estímulos visuales hacia que sus ojos se abrumaran tratando de asimilar toda la información, aunque vacía, que le proporcionaba cada tramo de espacio.
Además, el hecho de que el camino que estaban siguiendo era el mismo —o similar, al menos— que aquel que les conducía hacia los siguientes juegos no contribuía en nada a su tranquilidad, puesto que no hacía más que aumentar las probabilidades de que todo aquello se tratara de la preparación de un nuevo juego de características personalizadas.
De pronto, el guardia con el cuadrado, que hasta entonces había permanecido en la cola de la fila, aprovechó uno de los descansos entre escaleras para pasar a su costado y avanzar hacia la cabeza de la misma.
—Vuelve a tu puesto —le ordenó al guardia que allí se encontraba—. Yo me ocupo de llevarles.
Sin inmutarse en lo absoluto, el guardia asintió. Luego, abandonó su puesto en la fila, cediéndoselo a su superior. Gi-hun observó la escena con curiosidad pero, en cuanto el paso fue reanudado, se apresuró a seguirlo.
No quería enfadar a aquellos asesinos de traje rosa.
Caminaron en silencio, atravesando los pasillos y las escaleras con un silencio sepulcral que no hacía más que evidenciar la tensión que los dominaba y, en parte, el miedo que ellos como jugadores sentían.
Gi-hun podía sentir sus rodillas débiles, cubiertas por el nerviosismo del desconocimiento y del temor que su destino incierto le provocaba. A su mente volvieron a llegar todas la preguntas que antes le habían atormentado y se le unieron otras muchas más que no hicieron más que empeorar la situación:
¿Habían descubierto el vínculo que mantenía con Young-il?
¿Acaso les habían descubierto durmiendo juntos —y no solo durmiendo— a través de las cámaras y ahora sabían que eran pareja?
¿Pretendían matarlo delante de él para aumentar su sufrimiento?
Instintivamente, sus ojos se movieron hacia la nuca de su pareja, inspeccionando desde la parte más alta de la espalda y que quedaba mínimamente descubierta por la tela de su chándal, hasta la fina línea que separaba la piel y el pelo.
Después, permitió a su atención zambullirse en aquella marea marrón y, casi de inmediato, las yemas de sus dedos comenzaron a quemar, recordando la suavidad que las había rodeado en aquellas noches que habían compartido el privilegio de dormir en una misma cama.
Y, sin pretenderlo, también cruzó por su mente la ligera presión que había ejercido sobre ese mismo pelo cuando, protegidos por una oscuridad profunda, se habían regalado gemidos mutuos.
Sacudió la cabeza con fuerza, espantando aquellas imágenes de su mente: ese no era el momento adecuado para pensar en esas cosas, por reconfortantes que pudieran resultar.
Volvió a concentrarse en el camino que estaban siguiendo y volvió a marearse con la oleada de colores que las paredes tenían pintadas.
Para su fortuna —o desgracia, aún no estaba seguro—, la marcha se detuvo abruptamente.
Gi-hun inclinó su cuerpo un poco hacia la izquierda, allí donde se encontraba el lado de las escaleras que daba hacia un vacío sin fondo claro, y observó hacia adelante en busca de información. A la cabeza de la fila, subido sobre el escalón de un nuevo tramo de escaleras se encontraba el guardia con el cuadrado en la máscara. Su postura era rígida y firme, y tenía las manos entrelazadas a la espalda en una actitud casi militar.
In-ho se había detenido justo antes de alcanzar el descansillo que precedía a ese nuevo tramo de escaleras y en cuyo lateral derecho, encajada en la pared, se encontraba una puerta de color rosa.
—Por favor —dijo de pronto el guardia, captando de nuevo su atención—, entrad en la sala. Una vez dentro, os explicaré todo lo que necesitáis saber y responderé vuestras preguntas.
Todo pareció detenerse por unos instantes. Nuevamente, la confusión se hacía presente para gritar la enorme obviedad de que aquello posiblemente era algo peligroso y, en consecuencia, nada se movió.
Ante la inactividad, el guardia volvió a hablar:
—Os prometo que no sufriréis daño alguno...
—¿Por qué íbamos a fiarnos de ti? —le interrumpió una voz.
Gi-hun, de hecho, se sorprendió al descubrir que aquella voz le pertenecía.
Había sonado firme y serena, quizás impulsada por la rabia pero también por el miedo. Aquella situación le estaba ganando los nervios de una forma escalofriante.
No le habría importado encontrarse bajo aquellas circunstancias él solo, incluso si su destino era doloroso y cruel.
Pero no estaba solo: allí estaba su Young-il y su muerte, era algo que no podría soportar.
El guardia giró un poco su cabeza haciendo que aquella inexpresiva máscara que le ofrecía el anonimato se enfrentara con los ojos llenos de odio de Gi-hun.
—Tampoco tenéis otra opción, jugador 456 —escupió, con una maldad reconocible incluso a través de su voz robótica—. Pero puedo darte mi palabra...
—Como si valiera de algo —le interrumpió una vez más Gi-hun.
El pecho se le estaba encendiendo con cada palabra que aquel guardia se atrevía a dirigirle.
¿Su palabra?
¿Qué valor podía tener la palabra de un asesino?
De alguien que aún se veía obligado a llamar "humano" cuando ni siquiera le importaban las historias, familias y vidas de aquellos con los que compartía especie.
—Gi-hun —intervino de pronto In-ho, girando ligeramente su cuerpo para mirarle—. Vamos a hacerles caso.
Gi-hun le observó, tratando de descubrir alguna suerte de plan en aquellas pupilas brillantes. Luego, aún sin haber encontrado nada más que la necesidad de que confiara en él, regresó su atención hacia el guardia.
—De acuerdo —dijo al fin, apretando los dientes y lanzándole una mirada asesina.
Ante sus respuesta, In-ho volvió a girarse y rápidamente se dirigió hacia la puerta de color rosa. Sin perder un instante, agarró el pomo y lo giró. Al abrirla, Gi-hun pudo observar como el rostro de su pareja se iluminaba por unos instantes, bañada por un resplandor dorado.
Luego, y sin decir una sola palabra, In-ho cruzó aquel umbral y desapareció en el interior.
Gi-hun, por su parte, miró una vez más al guardia, casi como si quisiera probar una vez más si poseía la capacidad de matar con su mirada, antes de lanzarse corriendo hacia la puerta por la que había desaparecido su pareja.
Al llegar frente a ésta, la misma luz que había visto reflejada en el rostro de In-ho le atacó los ojos con su brillo.
—No me jodas... —susurró con incredulidad.