ID de la obra: 813

Un Regalo Para Gi-hun (001 x 456) Two-Shot Smut/Fluff

Slash
NC-17
Finalizada
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
31 páginas, 17.463 palabras, 2 capítulos
Descripción:
Notas:
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Un Regalo Para Gi-hun

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Frente a los ojos de Gi-hun se alzaba una enorme habitación de paredes rojas, bañada de forma tenue por la resplandeciente luz dorada que emanaba con suavidad de una gran cantidad de focos incrustados en el techo. Miró hacia todos lados, inspeccionando cada rincón con una mezcla de curiosidad y confusión bullendo en su cabeza. Dominando el centro de la habitación, se encontraba una cama de dimensiones gigantescas en la que bien podrían entrar cuatro personas bien acomodadas. Las sábanas que la cubrían eran blancas y las decoraba una serie de líneas negras que dibujaban sobre la superficie un bello entramado de figuras. A la izquierda de ésta, quedaba un espacio libre que permitía el tránsito y, encajada en la pared del fondo en el mismo lado, se podía observar una gran puerta de madera oscura. Pero, sin lugar a dudas, lo que más le sorprendió con diferencia fue lo que se encontraba en el lado derecho de la habitación: allí, desplegadas de una forma cuadriculada, se alzaban varias mesas en cuyas superficies podían distinguirse platos llenos de comida y ollas humeantes. Frente a ellas, se encontraba una mesa más que, a diferencia de las otras, tan solo contaba con algunos platos vacíos, además de cuencos, tenedores, cuchillos y palillos. Por último, y acompañando aquel conjunto, se habían situado dos grandes candelabros —que sujetaban tres velas cada uno— justo en el centro de la mesa y dos sillas en los extremos opuestos de la misma. El olor a comida le inundó las fosas nasales, embriagándole con el nostálgico y ya casi desconocido aroma de la infancia, que ahora recordaba con tantísimo dolor. Se adentró lentamente en la estancia sintiendo como sus piernas volvían a temblar, ahora fruto de la adrenalina. Tenía los nervios a flor de piel y todos sus sentidos se encontraban alerta, tratando de dar una respuesta lógica o una explicación medianamente creíble para lo que sus ojos estaban viendo. Casi de forma instintiva, sus pasos le llevaron hacia las mesas con la comida donde también se encontraba In-ho. Éste, revisaba con gran interés los platos rebosantes de carnes y fideos, y destapaba las ollas con una evidente curiosidad. Aquella imagen se agarró con fuerza al corazón de Gi-hun. Era tierno. Observar a su pareja así, rebuscando entre los platos y olfateando aquellos platos que le llamaban más la atención hacia crecer en su imaginación la bonita imagen de un In-ho, en su versión más infantil, curioseando en la cocina tras llegar de la escuela para descubrir si la comida que iban a servirle era de su agrado o si, por el contrario, debía fingir un agudo dolor en el estómago que le impidiera comer. Gi-hun no pudo evitar sonreír ante aquella imagen. ¿Su pareja habría sido una persona rebelde a lo largo de su vida? ¿O habría sido el típico niño con el que todos los padres sueñan porque adoraba las verduras? Ansiaba poder obtener las respuestas de aquellas preguntas algún día. Por eso, buscaba con más insistencia aún de la que le había acompañado al adentrarse de nuevo en los juegos, que todos los jugadores salieran de aquel lugar. Quería conocer la vida que In-ho había construido antes de que el destino, en el lugar más cruel posible, les hubiera reunido. Y no solo eso, quería sanar todas sus heridas y construir sobre las mismas, un futuro cargado de felicidad y amor. De pronto, In-ho, quien ya había notado su presencia, se giró para mirarle y le regaló una sonrisa que logró derretir aún más su corazón. Sus músculos volvieron a temblar con fuerza, ahora con el nerviosismo de contar con la atención de su pareja. Pero, a pesar de la inestabilidad, logró llegar junto a él y también se puso a inspeccionar los diferentes platillos que se encontraban repartidos a lo largo de las mesas. Ahora que la corta distancia le permitía ojearlos con más atención, reconoció un patrón destacado: en las más cercanas mesas se encontraban aquellos platos calientes y fríos que bien podrían servir como comida propiamente dicha, mientras que en las mesas alejadas se habían colocado "los postres". En las primeras mesas pudo ver samgyetang (una sopa coreana de pollo entero relleno de arroz, ginseng, ajo y dátiles rojos), japchae (fideos de batata salteados con verduras, carne y salsa de soja dulce), galbi jjim (un guiso de costillas de res cocinadas con salsa de soja, azúcar, ajo, verduras y, a veces, castañas o dátiles) o el kimchi jjigae (un guiso picante hecho principalmente con kimchi fermentado, tofu, carne o mariscos y verduras). En la de postres, también pudo reconocer algunos platos como el goguma mattang (batata frita caramelizada con azúcar o miel), hotteok (una tortita dulce coreana rellena de azúcar morena, miel, nueces y canela), una pila enorme de galletitas dasik o el injeolmi (un pastel de arroz cortado en trozos y recubierto con harina de soja tostada). Aunque, curiosamente, lo que más le llamó la atención fue una tetera de metal que se encontraba colocada sobre un pequeño soporte de color negro que, a juzgar por el sonido burbujeante que emitía la tetera, se encargaba de mantener el contenido a una temperatura alta. —¿Qué es? —preguntó In-ho, acercándose a él. Probablemente, había intuido el interés que aquel artefacto le había suscitado y su actitud le había resultado extraña considerando el magnífico banquete que tenían frente a ellos. Sin decir una palabra, Gi-hun alzó su mano derecha y apuntó con su dedo índice hacia una pequeña etiqueta que se encontraba pegada a la superficie metálica. In-ho miró hacia allí y leyó: "Saenggang-cha" —¿Té de jengibre? —dijo, alzando una ceja. Luego, giró su cabeza para mirar aGi-hun, que no había apartado la vista ni por un instante de la tetera. —Es mi favorito —susurró éste. Su voz sonaba baja, casi temblorosa, y sus ojos no paraban de moverse de un lado a otro, recorriendo cada centímetro de aquel objeto, como si éste escondiera todos los secretos del universo. Existía en sus palabras una devoción evidente y a la par, una confusión aún más clara. —Cuando salí de los Juegos —continuó Gi-hun—, sufrí muchas crisis de ansiedad y ataques de pánico. Las pesadillas se convirtieron en algo muy frecuente. Una realidad que me resigné a soportar por el resto de mi vida, como castigo por matar a todas aquellas personas. —Gi-hun, tú no... —quisó intervenir In-ho, pero sus palabras se vieron acalladas cuando una fina lágrima apareció en la mejilla de su pareja. —Pero soy débil —volvió a hablar Gi-hun, sin ser consciente del intento de In-ho por contradecirlo—. Me empezó a doler mucho el estómago y cada vez que comía vomitaba. Casi me alegré de no lograr ingerir nada. Esa era la motivación era que necesitaba para dejarme morir... —su vista, que había caído al suelo, de pronto volvió a alzarse—. Pero la muerte era algo que no me podía permitir. Sabía que tenía que cumplir mi deuda por todos aquellos que murieron para que yo pudiera seguir aquí y les vengara. Y por eso empecé a tomar el té de jengibre... me permitía digerir mejor y alimentarme lo suficiente para seguir con la búsqueda de ese maldito reclutador. In-ho siguió el recorrido de aquella mirada, que volvía a arder con la fiereza que tan bien conocía, y clavó su atención en la tetera, ahora buscando él alguna respuesta por parte del universo. Cuando había ordenado que dispusieran aquella habitación con las comidas más nutritivas y que, por la investigación de rutinas y hábitos que habían realizado a Gi-hun en los tres últimos años, resultaran ser de las favoritas de éste, había descubierto la extraña fijación que su pareja sentía por aquel té, pero no le habían informado ni de sus propiedades o si podía tener algún sentido su consumo. De hecho, él tampoco se lo había preguntado. ¿Por qué iba a hacerlo? Tan solo era té. Agua y hierbas. No tendría porqué significar nada más allá de la satisfacción del que lo consume con respecto al sabor que unas hierbas específicas le dan al agua... Pero también, ¿cómo había sido tan estúpido al creer que Gi-hun haría algo sin motivo? Muchos le habían juzgado poco inteligente en su pasado, pero In-ho sabía la verdad. Detrás de aquellos ojos inocentes y esa mirada alegre que le había caracterizado en tiempos pasados siempre se había escondido el hombre que tenía ahora frente a él: un hombre decidido, seguro de lo que quería y de las cosas por las que merecía la pena morir. Podía amar con la intensidad de cualquier adolescente pero también odiar con la fiereza de un león herido. Demasiado inteligente para que otros siguieran los pasos de su mente y al mismo tiempo demasiado adelantado para ver todas las probabilidades. Era noble y tranquilo, pero también fiero y venenoso como una serpiente. Amable pero salvaje. Calmado pero mortífero. No, Gi-hun no hacía nada que no tuviera un sentido, aunque éste pudiera sentirse escondido del mundo. —Jugadores, por favor, acercaos —dijo de pronto una voz—. Voy a dar las instrucciones. Tanto Gi-hun como In-ho dieron un pequeño salto desde sus respectivos sitios al ver como la pequeña burbuja en la que se habían refugiado era explotada sin piedad alguna. Volvían a estar allí, en los Juegos que habían convertido sus vidas en un premio que ganarse a diario para la satisfacción de otros. Rápidamente, Gi-hun se restregó los ojos con la manga de su chaqueta, arrancándose las lágrimas con ferocidad. In-ho, observó aterrado como la piel de las cuencas de los ojos se enrojecían ante la violencia que se estaba ejerciendo contra ellas. Pero, antes de que pudiera protestar, Gi-hun ya se había girado y se dirigía con paso firme y lento hacia el guardia con el cuadrado en la máscara, que permanecía junto a la puerta, ya cerrada. Rápidamente, siguió sus pasos y, cuando ambos se encontraron frente al guardia, Gi-hun se lanzó a hacer la pregunta que resultaba más obvia dadas las circunstancias: —¿Qué es este sitio? —Unas habitaciones privadas —respondió el guardia. —¿¡Y qué se supone que estamos haciendo en vuestras estúpidas "habitaciones privadas"!? —vociferó Gi-hun. Sus puños se habían apretado y parecía a punto de atacar al otro hombre; no estaba de humor para aguantar respuestas que no le otorgara ninguna información realmente relevante. —Jugadores —comenzó el guardia, manteniendo su tono de voz monótono y calamardo, muy distante del utilizado por Gi-hun—. Los patrocinadores de los Juegos han detectado que ciertos concursantes se encuentran en una clara desventaja con respecto a los demás y han decidido proporcionar la oportunidad, a aquellos que han sido seleccionados, de igualar la balanza. In-ho y Gi-hun se miraron el uno al otro sin comprender bien aquellas palabras. —Jugador 456 —llamó el guardia. Gi-hun giró la cabeza para mirar hacia aquella máscara tan vacía e inhumana como siempre—. Según hemos podido observar no estás atendiendo a los tiempos de comida, lo que está generando un desbalance en tu capacidad energética con el resto de jugadores. Gi-hun contrajo su rostro en una muestra de desagrado. —¿Y a vosotros qué os importa lo que yo...? —Es por eso qué —le interrumpió bruscamente el guardia— hemos asignado al jugador 001 como tú cuidador. Un nuevo intercambio de miradas, ahora aún más extrañado, se dio entre la pareja. —¿¡Cuidador!? —exclamaron al unísono. —Exactamente —respondió sin inmutarse el guardia, completamente ajeno al caos que estaba reinando en la cabeza de Gi-hun—. El jugador 001 ha sido seleccionado entre todos los jugadores al detectarse un grado de amistad y confianza lo suficientemente fuerte como para garantizar que se hará cargo de cumplir con la tarea que le hemos asignado para que... —¡Oye, oye! —le interrumpió Gi-hun. Sus manos se movían frenéticamente por delante de su cara, buscando llamar la atención del guardia—. Tengo cincuenta años. ¿Qué es eso de un cuidador? ¡Sé cuidarme yo solo! —Según la información que hemos almacenado sobre ti, no has recogido ni una sola vez las porciones de comida que repartimos por lo que llevas unos días sin ingerir nada más que agua. —¿Y a vosotros qué os importa eso? —Nada en absoluto —respondió secamente el guardia—. Pero los patrocinadores de los Juegos quieren que todos los jugadores se encuentren en la mejor de las disposiciones para poder... —¡Así que se trata de eso! —exclamó con fuerza Gi-hun dando un paso hacia adelante—. ¿¡No estamos cumpliendo vuestras jodidas expectativas y queréis engordarnos como los cerdos que van al matadero? Con cada palabra que escupía, In-ho podía sentir el veneno fluyendo por su lengua. —Jugadores, disponéis de esta habitación por una única noche —dijo el guardia, ignorando por completo la bola de fuego en la que se había convertido Gi-hun—. Tenéis el baño al fondo y toda la comida que podáis necesitar para pasar la noche. —¡Esto no es justo para el resto! —proclamó Gi-hun. El guardia giró ligeramente su cabeza para poder mirarlo directamente antes de volver a hablar: —Se ha informado al resto de jugadores de que habéis sido llamados aleatoriamente para cumplir con algunas funciones de mantenimiento a fin de que éste pequeño privilegio no os suponga un problema cuando regreséis... —el guardia hizo una ligera pausa—. Aunque siempre podéis optar por contarlo y asumir las consecuencias que ello os traería... Una nueva pausa. Gi-hun apretó los dientes. La ira lo estaba consumiendo al imaginar la gran sonrisa que se había formado en los labios de aquel hombre. Porque, si de verdad le habían investigado tan bien, era consciente de cuánto habían significado para él aquellas palabras. Si hablaba, se ganaría el odio de demasiadas personas, y eso podría incluso desencadenar en que los que hasta entonces le habían seguido ya no creyeran en sus palabras. A sus ojos, no sería más que un traidor que había entrado allí para meter cizaña y hacer más entretenidos los Juegos. Un infiltrado. —Buenas noches —dijo finalmente el guardia. Gi-hun habría podido jurar que en aquellas palabras brillaba la sorna más cruel, pero no tuvo tiempo de protestar puesto que, casi tras finalizar la frase, el guardia se giró y salió rápidamente por la puerta, dejándole ahí de pie con los dientes apretados y el corazón en llamas. Después de haber sobrevivido a sus propios Juegos, cualquiera podría pensar que estaba acostumbrado a aquel tratamiento. Pero no era cierto. Su mente no era capaz de asimilar que otro ser humano pudiera ser tan retorcido y cruel como para hacer algo así. Orquestar todo un juego de privilegio para convertir forzosamente a alguien en la élite y obligarle a actuar como tal para no sufrir las consecuencias de los "plebeyos". —Son unos jodidos monstruos... —susurró con amargura. —Gi-hun... Aquella voz cálida y familiar le arrancó de golpe del torbellino de fuego y cenizas en el que estaba navegando su mente. Su cuello se torció hacia un lado para poder encontrar a In-ho con la necesidad de un náufrago que busca refugio tras la tormenta que ha hundido su barco. In-ho se acercó lentamente hacia él con los brazos extendidos invitándole a un abrazo que, por supuesto, no fue rechazado. En cuestión de segundos, ambos se encontraban sumergidos en los brazos del otro, permitiéndose ser vulnerables. Las fuertes manos de In-ho acariciaban la espalda de Gi-hun mientras que las de este se aferraban a la chaqueta del contrario, como si tuviera que en cualquier momento pudiera evaporarse. —Shhh... —le susurró In-ho, sintiendo como los músculos de Gi-hun temblaban con rabia—. Está todo bien... —S-son unos... jodidos m-monstruos... —titubeó Gi-hun, hundiendo el rostro en el cuello del otro. Así pasaron unos minutos, In-ho tratando de tranquilizarle y permitiendo que derramara hasta la última lágrima de su amargura, y Gi-hun profiriendo cada uno de los insultos que se le ocurrían. Aunque las palabras de éste, pronunciadas bajo el agotamiento emocional, pronto perdieron cualquier fuerza para convertirse en un lamento constante y terriblemente doloroso. In-ho tenía ganas de echarse a llorar con él, pero no podía hacerlo. Gi-hun se estaba derrumbando y lo menos que podía hacer por él, era convertirse en una roca firme y segura sobre la que verter hasta la última de sus emociones. Se lo debía. Se lo debía por ser un cobarde. Por engañarse creyendo que podría hacerle feliz aún mintiéndole. Por creer que algún día podría merecer su perdón. Por ser El Líder que dirigía Los Juegos que tanto daño habían hecho a su Gi-hun. Debía ser su soporte, lo que Gi-hun siempre necesitara, sin esperar en ningún momento el perdón y recibiendo con gusto su destino, que le auguraba un puñal clavado en el corazón de manos de aquel por quien daría la vida. Eso era lo que él se merecía. Cuando, después de varios minutos, Gi-hun logró tranquilizarse, In-ho le separó poco a poco de su cuerpo. Observó el rostro enrojecido e hinchado en el que el dolor había convertido el, aún hermoso, rostro de su pareja. Impulsivamente, se inclinó hacia adelante y le dio un suave beso justo en la frente. Luego, volvió a apartarse y colocó su mano izquierda sobre la mejilla empapada de lágrimas que ya comenzaban a secarse. Gi-hun reaccionó de inmediato al toque, inclinándose hacia él para recibir el amor que emanaba aquel gesto. —¿Por qué no vas a darte una buena ducha? —propuso In-ho, acariciándole con delicadeza—. Estoy seguro de que te sentará bien para despejarte. Los ojos de Gi-hun se abrieron y los pequeños restos de lágrimas que aún permanecían impregnadas en sus pupilas brillaron bajó la luz dorada de las lámparas. —Yo te prepararé un poco de comida, la comeremos juntos y te prepararé un buen té si lo necesitas —dijo, a modo de insistencia, colocando su mano derecha en el hombro y esbozando una gran sonrisa. Para su enorme alivio, otra sonrisa, aunque mucho más pequeña, apareció en el rostro de Gi-hun. Al mismo tiempo, sus ojos volvieron a cerrarse y sus manos se alzaron para tomar con cariño las de In-ho, correspondiendo el cariño. —Gracias... —susurró con delicadeza. Y aquella vulnerabilidad demostrada, hizo que a In-ho se le derritiera el corazón. ⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑 Luego de comprobar que el baño se encontraba libre de cámaras —bajo la insistencia de Gi-hun de hacerlo—, In-ho pudo por fin ponerse con la comida. Mientras revisaba que todos los platos que había pedido que estuvieran sobre las mesas, se alegró de que, pese a la insistencia que su Oficial había mostrado con respecto a la presencia del tteokbokki, finalmente sus órdenes habían sido cumplidas a la perfección. Él también había pensado en un primer momento en aquel platillo puesto que, desde su infancia, había significado una fuente de gozo y alivio. Pero sabía, gracias a los informes que había leído sobre la vida de Gi-hun que, si bien era un plato que había disfrutado mucho en el pasado, también había sido el que se había encontrado presente el último día que pudo ver a su hija. Ga-yeong. In-ho imaginaba que aquella comida, por muy deliciosa y reconfortante que pudiera resultar a plena vista, seguramente significaría la dura representación de aquel amargo recuerdo. De aquella despedida que no tuvo las palabras adecuadas para serlo. In-ho sacudió la cabeza, apartando aquellos tristes pensamientos de su mente; no podía darse el lujo de sentirse abrumado si su mayor motivación para orquestar todo aquello había sido su imperiosa necesidad de rodear a Gi-hun de cuidados, atenciones y un buen ambiente. Volvió a reanudar su tarea, vertiendo un poco del caldo del samgyetang en el bol en el que ya había desmenuzado algunos trozos de pollo. Luego, tomó el recipiente y se giró hacia la mesa, donde ya se encontraban el resto de platos. Gi-hun le había pedido que también se asegurara de que la habitación no tenía cámaras pero, al ser una medida que In-ho ya había impuesto mientras aquel lugar era amueblado, no se molestó en hacerlo. No tenía necesidad de ello. A fin de cuentas, lo que más quería es que Gi-hun se sintiera a gusto y poder cuidarle como merecía —y necesitaba, quizás—. In-ho sabía que al colocar cámaras, Gi-hun siempre permanecería tenso y distante, en un noble acto de querer que aquellos monstruos con mono rosa no vieran que entre ellos existía ninguna relación que pudieran usar en su contra o comunicársela al Líder... a él. Y esa postura, no era algo que In-ho pudiera reprocharle puesto que, después de años liderando aquellos Juegos, podía mencionar varias ediciones en las que las relaciones de los jugadores habían sido usadas en su contra para mayor satisfacción e interés de los VIP's. Madres e hijos. Hermanos. Matrimonios. Abuelos y nietos. Todos ellos corrompidos bajo la idea de conseguir dinero, aunque se encontrara manchado por la sangre de aquellos que alguna vez habían dicho "querer" o, incluso, "amar". In-ho sacudió la cabeza de nuevo, alejando todos aquellos recuerdos marchitos de su mente. Luego, dio un par de pasos hacia atrás y contempló su obra: la mesa que antes se había presentado vacía, aunque dispuesta con toda la cubertería necesaria, ahora se presentaba rebosante de comida. Aunque sabía que todos aquellos platos eran del interés de su pareja, había querido colocar una pequeña porción de cada uno de ellos para que pudiera probarlos todos. Se había tomado, además, el pequeño atrevimiento de apagar las luces, dejando la llama de las velas en los candelabros como única fuente de iluminación. Para su fortuna, aquello resultó suficiente como para sumir la habitación en una penumbra que él consideraba hermosa y romántica. De pronto, sus oídos captaron algo: el flujo constante de agua que había estado escuchando desde que Gi-hun había entrado en el baño se había apagado de repente. —Ya viene —pensó en voz alta. Luego, tratando de controlar la emoción de su corazón y siguió arreglando de forma compulsiva la colocación de los platos que se encontraban en la mesa. Quería que todo fuera perfecto. Eso era lo que Gi-hun se merecía. Sus orejas se pusieron tensas mientras esperaba. Casi podía escuchar cada paso que su pareja daba sobre los azulejos del baño y el reconocible roce de las toallas al secar la piel. Luego, pudo oír un par de golpes, como de cajones cerrándose, y de nuevo, el silencio absoluto. In-ho contuvo la respiración. Su corazón se había desbocado de un momento a otro y parecía dispuesto a explotar si el otro no aparecía tras aquella puerta en cuestión de poco tiempo. Aunque aquello, no resultó necesario porque, segundos después, el pomo de la puerta del baño comenzó a girarse. Se obligó a seguir mirando hacia la mesa; no quería demostrar su, más que evidente, anhelo de verle. Pero, cuando la puerta al fin se abrió, no pudo controlarse más y alzó la cabeza. Allí estaba él. Su Gi-hun. Al instante, In-ho pudo sentir como sus vías respiratorias se cerraban de golpe. Frente a él, separados por el terrible abismo en el que se habían convertido la mesa y la cama, se encontraba su pareja con el pecho al descubierto y surcado por pequeñas gotitas de agua que lo hacía resplandecer. Su abdomen también se encontraba húmedo y, ante la poca iluminación, las líneas de su musculatura se marcaban con una hermosura casi divina. In-ho continuó recorriendo aquel cuerpo con la ansia de aquel que esta viendo todo lo que necesita para ser feliz hasta el último de sus días. Ala cintura, y como única barrera ante la desnudez total, tenía atada una toalla de color blanco. Su pelo se encontraba ligeramente húmedo y las puntas de éste hacían que cayeran pequeñas gotas que luego se transformaban en finos ríos que surcaban aquella piel pálida y suave. —Dios mío, Gi-hun... —susurró maravillado. Y es que aquello no podía ser catalogado nada más que como una aparición divina. No era posible que un hombre tan despreciable como él y tan poco merecedor de la bondad estuviera recibiendo como regalo del cielo el privilegio de observar aquel cuerpo y, mucho mejor aún, ser consciente de que le pertenecía. —Son unos hijos de puta —dijo de pronto Gi-hun, con los dientes apretados. In-ho parpadeó, confuso. Se había ensimismado tanto ante la imagen de su pareja que ahora aquel arranque tan repentino y explosivo le había golpeado como una bofetada. —Mira lo que han dejado en el baño —continuó hablando Gi-hun. Luego, alzó los brazos para mostrar un pequeño recipiente cilíndrico y una pequeña caja de cartón. In-ho sintió como sus mejillas ardían por la vergüenza. Mientras planificaba todo aquello, mucho antes de entablar una relación con Gi-hun, había soñado con la idea de compartir cama con él y, de forma casi natural, lograr que sus deseos conectaran y terminaran acostándose juntos. Por ello, había ordenado la colocación de un bote de lubricante y una caja de condones, y ahora eran exhibidos con rabia por su pareja, para encontrarse prevenido. Pero, con el avance de las circunstancias y con el inicio de su relación formal con Gi-hun, había juzgado la presencia de aquellos elementos como algo demasiado intimidatorio y había preferido esconderlos para que sirvieran, única y exclusivamente, como recurso en caso de que las circunstancias los hiciera necesarios. Pero no pensaba —una vez más, había pecado en su bajo entendimiento de la mente de Gi-hun— que su pareja se diera a la tarea de revisar hasta el último rincón y terminará dando con ellos. —¿Crees que saben que somos pareja y por eso han puesto esto aquí? —preguntó de pronto Gi-hun. Su voz aún se encontraba consumida por la rabia, y en parte la vergüenza, pero también existía una ligera nota de miedo. Ese miedo que nuevamente le gritaba que les habían descubierto y que eso significaba un peligro para la supervivencia de In-ho. —No lo creo —se apresuró a responder In-ho, sacudiendo la cabeza con energía—. Imagino que ya habrán visto a otros jugadores formar lazos carnales sin ningún sentimiento de por medio. Y, a fin de cuentas, míranos —dijo, moviendo su cabeza de un lado a otro y alzando sus brazos para señalar a la habitación—. Estamos encerrados en una habitación con una cama, es lógico que hayan pensado que el estrés y las circunstancias nos hagan hacer cosas extrañas aunque piensen que somos heterosexuales. Gi-hun lo miró y luego de nuevo hacia los condones y el lubricante que aún sostenía en sus manos. —Estoy seguro de que han hecho lo mismo con los otros jugadores —aseguró In-ho—. Piénsalo, el jugador 246 ha sido seleccionado junto a la jugadora 120. Y, de hecho, no había dicho ninguna mentira. Todos los jugadores habían sido seleccionados, tal y como el guardia les había explicado, por contar con unas características incontrolables que les hacían más vulnerables y tendentes a perder que el resto de jugadores. Es por ello que, bajo el interés de que no se entendiera que solo Gi-hun y él poseían algún tipo de relación con los Juegos que pudiera darles problemas con el resto de jugadores, In-ho había decidido escoger a aquellos dos jugadores —las jugadoras 222 y 120—para que también gozarán del privilegio de recuperarse. La jugadora 222 había sido seleccionada por su embarazo y la jugadora 149, puesto que había demostrado un interés genuino por la joven y debido a su historial, bien podría asistirla en caso de que algo ocurriera. En su habitación, por supuesto, no habían colocado aquellos elementos. La jugadora 120, por su parte, había sido seleccionada debido a que los cambios físicos producidos por la ingesta de hormonas interrumpida por los Juegos, la convertía en una presa fácil para el cansancio repentino. Su cuidador, el jugador 246, había sido seleccionado puesto que se había detectado una cierta afinidad entre los dos que bien podría servir para que éste se tomara en serio su responsabilidad con la idea del cuidado. Además, era padre de una niña enferma por lo que poseía dentro de su cuerpo una condición permanente de ternura paternal que bien podía activarse al sentirse responsable de alguien más. Y claro, en su caso, descubierta aquella afinidad, habían dispuesto también condones y lubricante en su habitación. —No te preocupes por eso, Gi-hun —le instó—. Lo bueno de esas cosas es que solamente pueden ser usadas si se quiere no es una obligación. Y además, no nos han dado ninguna instrucción de que eso forme parte de tu cuidado. Y por supuesto que no lo era. Ni siquiera cuando albergaba la esperanza de compartir lecho con Gi-hun, y aquellos elementos se iban a presentar en la habitación de una forma más explícita, habría permitido que fueran utilizados si no contaba con el expreso consentimiento del otro para hacerlo. Nunca en su vida se le habría ocurrido utilizar aquellas circunstancias y su poder para obligar a Gi-hun a acostarse con él. Quería que él también lo deseara, y si no era bajo aquella condición, entonces seguiría contentandose con su imaginación. —Eso es cierto... —susurró Gi-hun, sin apartar la vista de los condones y el lubricante. —Claro que sí —dijo In-ho, esbozando una gran sonrisa. Luego, rodeó la mesa y se acercó a pasos agigantados hacia él—. Vamos Gi-hun, he preparado la mesa para que podamos comer juntos. Por fin, su pareja alzó la vista y le devolvió la sonrisa. —Está bien —respondió con alegría. ⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑⚖️🦑 Una hora después, tal vez dos, ambos compartían las galletas dasik junto a dos tazas de té humeante. Gi-hun, quien aún continuaba cubierto tan solo con la toalla, no habían mostrado malestar alguno, ni durante la comida ni después, pero sí había asegurado que le apetecía un poco de aquel té que había empezado siendo en el pasado un remedio para sus dolores estomacales y que, con el paso del tiempo, se había convertido en uno de sus sabores favoritos de té. Habían compartido algunas anécdotas de la infancia, descubriéndose juntos como si no se encontraran dentro de los Juegos, sino disfrutando de una noche perfectamente normal en una casa en la que ambos convivían. La rutina que In-ho soñaba tener algún día con él. Ahora, después de algunos minutos intercambiando risa tras risa, se habían quedado en silencio, con sus manos —la derecha de In-ho y la izquierda de Gi-hun— entrelazadas sobre la mesa. Pero no significaba un silencio incómodo y tenso. Resultaba de lo más agradable, de hecho. Simplemente, ahondaban juntos en la repetición constante de los recuerdos que se habían transmitido el uno al otro y creaban películas enteras en las que los escenificaban. Era la comodidad de acompañarse mutuamente. —Toma —dijo de pronto In-ho. Había tomando una de las galletitas dasik, de color naranja, y ahora la sostenía frente a la boca de Gi-hun—. Esta es para ti —añadió con dulzura, al tiempo que una gran sonrisa aparecía en su boca Gi-hun abrió mucho los ojos mientras la galleta seguía flotando junto a su cara. Evidentemente, In-ho quería dársela en la directamente en la boca, y no podía negar que aquella acción le avergonzaba un poco. Tenía cincuenta años y resultaba un poco embarazosa la idea de ser alimentado por otro hombre, con el que casi compartía la edad. Sabía que aquel gesto era algo propio de la gente adolescentes y que significaba un gesto de amor y confianza dentro de las relaciones más jóvenes pero, nuevamente, él ya tenía cincuenta años... Aunque, ¿eso qué más daba? ¿Qué importaba lo que una generación u otra hubiera inventado para demostrar el amor si este sentimiento siempre compartía la función de hacer latir el corazón? Fuera un corazón de más edad o menos, si latía por unos ojos, una boca, un cuerpo, era amor, independientemente de las arrugas. Él amaba. Como un adolescente. Como un adulto. Como un anciano. Y su amor, no era algo que estuviera mal demostrar. Impulsivamente, curvó sus labios en una gran sonrisa y, aún manteniéndola, abrió la boca para permitir a In-ho que le diera la galleta. Éste, respondió con una sonrisa orgullosa a la par que aliviada al ver correspondida su arriesgada acción, y empujó los dedos hacia adelante. Cuando la mitad de la galleta estuvo dentro de la boca de Gi-hun éste mordió, adueñándose de ella, e In-ho la soltó. —Estoy muy orgulloso de ti —dijo In-ho con ternura, mientras veía a Gi-hun masticar. Luego, tomó otra de las galletitas, esta vez una amarilla, y señaló con ella hacia la mesa en la que habían dejado todos los platos sucios—. Sé que no te resulta fácil, pero has comido muy bien hoy. —Me tratas como si fuera un niño —bufó divertido Gi-hun. —No me van esos gustos —bromeó In-ho, mordiendo por fin su galletita y, con un pedazo de la misma aún dentro de la boca, añadió—. Pero eres muy tierno... —¡Para! —protestó su pareja, al tiempo que le empujaba de forma cariñosa del hombro. Luego, ambos se miraron y comenzaron a reírse a carcajadas. Sus risas flotaron por el aire, entonando una melodía que ambos solo habían conocido en otros tiempos pasados, acompañados de sus amigos o su familia, y que ahora, después de todos los horrores vividos, casi habían olvidado. Una melodía que ahora recuperaban juntos. —La verdad es que hace tiempo que no comía así de bien —consiguió decir Gi-hun, cuando logró calmarse un poco—. Será porque tu presencia me calma... —luego, bajó su mirada hacia su taza, la levantó con cuidado y añadió—: Como el té. —Tendré que mudarme contigo cuando salgamos de aquí entonces —respondió burlonamente In-ho—. Así podré vigilar que comas bien. Una nueva ronda de carcajadas brotó de sus gargantas. Eran felices. Después de tanto tiempo viviendo desgracia tras desgracia podían volver a decir que la felicidad les inundaba los corazones. Lo irónico, es que aquella felicida, la obtenían de un corazón igual de atormentado que los suyos. Cuando las risas volvieron a perder intensidad, ambos se quedaron contemplando sus tazas de té pero sin observarlas realmente, simplemente navegando en sus pensamientos con aquella visión acuosa y calmada frente a los ojos. La comodidad de acompañarse mutuamente. —Oye Young-il... —habló de pronto, Gi-hun, rompiendo con suavidad aquel silencio instaurado. In-ho, instintivamente, colocó su mano izquierda sobre la de Gi-hun, que se encontraba apoyada encima de la mesa. —¿Qué ocurre, Gi-hun? —preguntó con preocupación—. ¿Te está sentando mal la comida? —No, no, no —se apresuró a tranquilizarle éste. Había levantado la vista de su taza de té pero, con el cruce de sus miradas, no pudo evitar que de nuevo cayera hacia abajo—. Solo estaba pensando... —¿Pensando en qué? —preguntó In-ho, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado. Las mejillas de Gi-hun se encendieron de vergüenza. —Déjalo, es una tontería —dijo por fin. Pero In-ho no estaba dispuesto a permitir que se callara. Respetaba perfectamente cuando su pareja no quería hablar las cosas en el momento o nunca, pero sabía que aquello que le rondaba la mente si era algo que tenía ganas de decir. —Gi-hun —susurró con cuidado—, ¿qué es lo que quieres? Los labios de Gi-hun se apretaron con fuerza, como si su cuerpo aún tratara de acallar su propia voz mientras su cerebro se debatía entre responder y no hacerlo. Luego, con cierta timidez, alzó la vista y giró la cabeza hacia una de las mesas. In-ho siguió el recorrido y encontró la mesa donde habían dejado el bote de lubricante y los condones. —¿Me estás diciendo que quieres que nos acostemos? —preguntó con una sonrisa pícara y regresando su atención hacia Gi-hun, que se había encogido en su sitio. —No hay cámaras —trató de justificarse éste, sin alzar la mirada de su taza de té. —¿Pero por qué me lo dices así? —cuestionó In-ho divertido—. No es la primera vez que lo hacemos... —Porque sé que no es el momento más adecuado —respondió Gi-hun, encogiéndose aún más sobre sí mismo—. Pero siempre que lo hemos hecho ha sido con el miedo de que los otros nos escuchen y sin poder mirarnos a los ojos... —Gi-hun —le interrumpió In-ho. Éste por fin alzó la vista. Todo en la expresión de su pareja le hablaba de calma y tranquilidad. Una sonrisa dibujada en el rostro que le indicaba que no debía permitir a su mente navegar en los inconvenientes que su amarga situación les traía y entender que él siempre estaría a su lado, para todo aquello que necesitara. —Si es lo que quieres —volvió a hablar In-ho, acariciándole con el pulgar el dorso de la mano—, yo estoy más que dispuesto a dártelo —le aseguró—. Pero necesito saber que es porque quieres hacerlo y no porque "me lo debas" o algo así. Gi-hun sabía a lo que se refería. A lo largo de toda su vida y dada la educación que les habían dado de forma casi idéntica las madres de su generación, el cariño, el amor y el deseo era algo que debía "ganarse". Incluso el respeto y la dignidad debían construirse en base a lo hechos y no significaban algo que, por el simple hecho de ser personas y, además, pertenecer a los vínculos cercanos adquirieran desde el nacimiento. No, aquello no funcionaba así. Desde el primer momento de la vida, cada una de las acciones eran tomadas como fichas dentro de la gran partida de la vida, y dependía de cada quien cuantas fichas obtenía para hacerse la existencia más sencilla. Los estudios, los deportes, las chicas con las que salían, todo ello significaba una subida o bajada en el puntaje total y, en consecuencia, mejores condiciones laborales, familiares y sentimentales. Nada era gratis, ni siquiera el amor. Los matrimonios eran artificiales, cubiertos de las flores de un marido harto que las enviaba a su mujer para que le permitiera escapar del hogar familiar para emborracharse con sus amigos, y de una mujer que tiraba aquellas flores al suelo con desprecio y luego permitía al marido aquella salida con el único propósito de no aguantarle en casa. No había caricias ni palabras llenas de sueños en las madrugadas, solo intereses y secretos que pudrían una relación que nunca había sido sana. Pero lo de ellos era diferente. Cargaban demasiados años y traumas a sus espaldas como para molestarse en discutir sobre quien ofrecía más o quién menos. Se querían, lo demás, era irrelevante. Existían dedos que ansiaban la piel ajena. Labios a los que les gustaba el sabor de los del otro. Palabras que eran engullidas con atención por los oídos que tenían el placer de oírlas. Corazones que latían a un mismo son. —Estoy seguro —respondió al fin Gi-hun, su voz llena de convicción. Ante aquella respuesta tan firme, In-ho no pudo hacer más que sonreír. Luego, con una suavidad que casi parecía calculada, como si temiera asustarle, utilizó su mano libre y la posó en su hombro. Una vez allí, comenzó a deslizarla lentamente, hasta llegar a la nuca en cuya curva su mano encajó a la perfección y, bajo la atenta mirada de Gi-hun, dirigió el movimiento de sus cuerpos hacia adelante, acercándoles poco a poco, hasta que sus labios se encontraron. Lo que siguió a aquel beso, podría ser definido como fuegos artificiales. Miles de pequeñas explosiones tras sus párpados mientras sus labios se movían, explorándose con delicadeza y atención. No era un beso fuerte —era demasiado pronto para eso—, sino suave y lento. Existía una ternura impregnada en cada uno de los movimientos que ejercían sobre la boca contraria que hablaban de cariño, respeto y reencuentro pero también ansia, amor y desahogo. Los besos furtivos dados bajo el amparo de la noche y las sábanas parecían un mal sueño del pasado ahora que podían tomarse todo el tiempo que quisieran para descubrirse y disfrutarse mutuamente. Por fin, se separaron. Cuando ambos abrieron los ojos y sus miradas volvieron a encontrarse estas parecían brillar. De pronto, aquella mano en la nuca subió hasta la mejilla, que comenzó a ser acariciada. Instintivamente, Gi-hun se inclinó hacia ella y volvió a cerrar los ojos, como si eso le ayudara a disfrutar más aquella muestra de afecto. —Ven conmigo —le susurró In-ho. Gi-hun abrió los ojos y, al hacerlo, pudo sentir como su pareja apartaba la mano de su cara, dejando como único punto de conexión sus manos, aún entrelazadas, y comenzaba a levantarse. Nuevamente, como si se tratara de un mecanismo incontrolable que le obligara a seguir cada uno de los pasos de In-ho para sentir cierto control en la situación, Gi-hun hizo lo mismo que él. Ya con ambos en pie, In-ho le tomó la otra mano y tiró suavemente de él para que le siguiera hasta los pies de la cama, esa que gobernaba gran parte del espacio en la sala. Gi-hun podía sentir la cara interna de sus rodillas rozando contra la tela de las sábanas aunque su atención seguía fija en In-ho que le observaba con interés, como tratando de descubrir en todo momento lo que estaba pensando. Si estaba asustado. Si había cambiado de opinión. Si quería detenerlo todo. —¿Estás bien? —le preguntó In-ho, presentando la culminación de todas aquellas dudas que flotaban en el aire. —Sí —respondió inmediatamente Gi-hun. In-ho asintió, convencido por aquella respuesta expedida con tanta rapidez. —Espérame aquí un segundo —dijo a su vez. Luego, bajo la mirada confundida de Gi-hun, soltó las manos de éste, giró sobre sí mismo y comenzó a caminar hacia la mesa en la que se encontraban el lubricante y la caja de condones. Se hizo con ambos objetos y emprendió el camino de regreso. —No hace falta usarlos —dijo Gi-hun. Su mano derecha señalaba hacia la mano izquierda de su pareja, que sostenía los condones—. No es como que me puedas dejar embarazado o algo así —bromeó—. Y ya lo hemos hecho otras veces sin eso. In-ho tuvo muchas ganas de burlarse diciendo que, siguiendo aquella lógica, tampoco hacía falta el lubricante puesto que nunca lo habían llegado a usar dadas las circunstancias. Pero se contuvo. Principalmente, porque aquello era mentira. Aunque Gi-hun no fuera consciente de ello, siempre habían usado lubricante, escondido astutamente por In-ho en un pequeño botecito que siempre llevaba consigo. Odiaba pensar en la idea de que la incomodidad y el —más que probable— dolor que podía suponer el acto sin aquella resbaladiza ayuda pudiera provocar que Gi-hun no disfrutara de aquel tiempo juntos y por eso, aún sabiendo que añadía una mentira más a su relación (y refugiándose en la idea de que ésta era piadosa), había ocultado todo el tiempo aquel botecito entre su ropa de jugador. —Había pensado que lo haría más cómodo —respondió al fin, alzando la cajita de condones—. Así luego no tendrás que ir a limpiarte. Gi-hun miró la cajita y luego de nuevo a In-ho; lo que decía era bastante cierto. Aunque no le había llegado a importar nunca tener que ir a escondidas al baño para poder limpiarse los restos de semen, no podía negar que sufría el miedo de que éste goteara y manchara su traje de jugador en el camino. Y, además, la idea de poder quedarse acurrucado junto a In-ho, dejarse envolver por el cansancio y dormir desnudo junto a él sonaba muy atractivo. —Está bien —dijo, asintiendo con la cabeza. Luego, con una pequeña sonrisa en los labios, añadió—. Esperemos que sean de tu talla. In-ho sonrió. Claro que era de su talla, a fin de cuentas, los había escogido él. Aunque, claro, eso Gi-hun no podía saberlo. —Confío en que lo sean —respondió simplemente. Luego, se inclinó un poco hacia adelante y dejó caer ambos objetos en diferentes lados de la cama: los condones a la izquierda y el lubricante a la derecha. Ahora, con las manos de nuevo libres, pudo centrarse en sí mismo. El cuerpo de Gi-hun seguía estando expuesto bajo su mirada, aunque ya no poseía aquellas pequeñas gotas sobre los hombros y las clavículas que delataban su ducha anterior, aunque eso no restaba ni un mínimo a la belleza natural que éste tenía. Él, por el contrario seguía cubierto con su ropa de jugador, que frente aquel cuerpo semidesnudo y hermoso se sentía casi como una ofensa. Una barrera que evitaba que sus pieles se encontraran con el ansia que sentían correr por sus venas. Así pues, comenzó a quitarse la chaqueta, bajo la mirada atenta de Gi-hun. La tela de ésta cayó al suelo, y muy pronto le siguió la de la camiseta, cuya pérdida expuso frente al otro hombre su pecho. De forma instintiva, ambos volvieron a cruzar miradas. In-ho casi parecía buscar la aprobación de sus acciones y Gi-hun casi pretendía querer ofrecérsela. Pero, por si aquellas pequeñas chispas que ambos fácilmente reconocieron en la mirada del otro no fueran suficientes, Gi-hun tomó la iniciativa, levantando ambos brazos y rodeando con ellos el cuello de In-ho. —Es incluso mejor de lo que yo imaginaba —confesó. Su mirada había bajado, observando cada pequeño tramo de piel que tenía frente a él. Claro que conocía ese cuerpo, lo había tocado miles de veces y casi podría jurar que podía trazar cada una de sus líneas de memoria. Pero resultaba extraño. Era la primera vez que podía verlo, casi como si pudiera al fin ponerle color a un dibujo que siempre había estado en blanco y negro. Era familiar, un lugar seguro y tranquilo pero diferente, un camino nuevo y del que descubrir muchas cosas. Quizás, incluso resultaba un poco abrumador. Como respuesta a su acción, In-ho también alzó sus manos, encajándolas sobre su cintura y apretando los dedos sobre aquellas curvas de las que tan solo había conocido el tacto hasta ahora. —Para mí también lo es —dijo. Ambos sonrieron y, como si fuera parte de una coreografía, sus cuerpos se inclinaron al unísono hacia adelante, permitiendo que sus labios se reencontraran. El beso, como el anterior, seguía siendo lento y tranquilo, pero gozaba ahora de una intensidad añadida. Podían sentir sus pectorales y abdominales juntos, con la piel rozándose la una sobre la otra contribuyendo a aumentar poco a poco el calor entre sus cuerpos. Poco a poco, la temperatura fue aumentando hasta que Gi-hun, sin poder resistir más la tentación, fue el primero en abrir la boca. Fue tan solo un intento. Una pequeña invitación que no pretendía obligar a nada pero que ansiaba ser recibida. Y lo fue. Tan pronto como sus labios se separaron, los de In-ho le siguieron el juego, permitiendo que sus lenguas se encontraran en el camino entre ambos. Según conviniera, y tal como marcara el ritmo —impredecible— del beso, la lengua de uno y otro saltaban de boca en boca, ofreciendo refugio y cariño a la ajena, y explorando con ansia cuando se trataba de territorio "desconocido". Pronto, la falta de oxígeno les obligó a separarse (muy a su pesar) y sus miradas vidriosas volvieron a buscarse entre la neblina del placer. Después de unos segundos, y sin cruzar una sola palabra, In-ho comenzó a empujarle suavemente hacia atrás hasta que, repentinamente, sus rodillas se doblaron contra la esquina de la cama. Esto, hizo que cayera sentado sobre la cama y, acompañando el movimiento, In-ho le siguió en aquel recorrido. Ahora, In-ho se encontraba entre sus piernas y tenía el cuerpo suspendido sobre el suyo que, en un auto reflejo, se había inclinado un poco hacia atrás. Sus rostros estaban a pocos centímetros de distancia y sus alientos entrecortados por la actividad de los besos se entremezclaban en el aire. —No te has quedado sin aliento ya, ¿verdad? —bromeó Gi-hun, esbozando una sonrisa amplia. In-ho le devolvió el gesto. —Por supuesto que no —respondió, tratando de sonar confiado, incluso un poco arrogante. Gi-hun por su parte, soltó un bufido divertido y, sin dar siquiera un aviso, usó la fuerza de sus brazos —que continuaban anclados al cuello de In-ho— para obligarle a inclinarse hacia adelante. De esta forma, ambos cayeron al fin tumbados sobre el colchón, aunque mantuvieron sus posiciones de antes. La sorpresa del movimiento hizo que In-ho expulsara todo el aire de sus pulmones y, cuando Gi-hun hizo que sus labios volvieran a unirse en un beso, tuvo que luchar contra todos sus instintos de supervivencia, que le suplicaban apartarse. Pero no quería hacerlo. Había ansiado durante demasiado tiempo aquella boca como para renunciar tan fácilmente a ella. Aunque se ahogara allí mismo y aquel fuera su último beso, resistiría hasta el último momento. Morir pegado a aquellos labios sería una muerte soñada. Pero por fortuna —o desgracia, según se mire— Gi-hun se separó en el momento preciso en el que ya comenzaba a sentir como sus músculos perdían fuerza y su conciencia empezaba a abandonarlo. Instintivamente, buscó, de forma confusa, a su pareja y, al conseguirlo, pudo distinguir una gran sonrisa en sus labios. —¿Y ahora que tal? —cuestionó burlonamente éste. In-ho trató de reír, pero la fuerte presión que habían experimentado sus pulmones hizo que, junto a aquella risa, se entremezclaran una serie de toses fuertes y continuas. —Ahora... cof, cof... quizás un poco... —logró decir. Gi-hun le permitió recuperarse y mientras lo hacía, él lo observaba con atención como si quisiera ser fiel testigo de lo que había logrado hacer. Cuando In-ho por fin logró recomponerse, se hizo aún más consciente del brillo burlón con el que su pareja le estaba mirando. —¿Te crees muy listo? —preguntó de pronto. Su voz no había sonado fuerte ni mucho menso brusca, pero había algo en el tono que extrañó a Gi-hun. Malicia. Una malicia juguetona, de la que In-ho nunca había dado muestras de poseer. Resultaba diferente pero también curioso. Antes de que Gi-hun pudiera formular una respuesta, In-ho movió sus manso con rapidez y deshizo el nudo que éste había formado sobre su cuello. Su pareja, tomada por sorpresa, tampoco hizo siquiera el intento de luchar y, antes de que pudiera darse cuenta, tenía sus manos junto a los lados de su cabeza, atrapadas entre el colchón y las fuertes manos de In-ho. Éste le observó como un cazador que sabe que tiene a su presa ya capturada y pretende regodearse de su victoria. Luego, se inclinó un poco hacia adelante, lo justo para que su cara quedara cerca del lateral derecho del cuello de Gi-hun, quien sintió como la respiración se le cortaba. —¿Ahora quién es el que se ha quedado sin aliento? Pero, una vez más, In-ho no buscaba una respuesta. Sin dar ni un segundo de tregua, se abalanzó sobre el cuello de Gi-hun y comenzó a lamer y morder cada rincón de piel que tenía al alcance. Al mismo tiempo, bajó su pelvis y empezó a balancearse hacia atrás y hacia adelante, permitiendo a sus crecientes erecciones rozarse desde sus prisiones de tela. Gi-hun por su parte, estalló en una oleada de gemidos y espasmo incontrolables, fruto de la satisfacción que sus nervios le estaban haciendo llegar. Podía sentir los labios de In-ho moviéndose una y otra vez sobre la piel sensible de su cuerpo, enviándole descargas y descargas de placer. Sus músculos, debilitados por el cúmulo de sensaciones que saturaban cada uno de los sentidos, trataban de luchar contra la firmeza de In-ho. No estaba tratando de pelear, ni mucho menos intentaba huir, pero existía una parte de su cuerpo que sí quería hacerlo, al sentirse abrumado bajo un contacto que se presentaba tan sensible. Por fin, In-ho apartó la boca, permitiéndole recuperar un poco el ritmo, aunque aún entrecortado, de su respiración. —Quiero hacerte pasar la mejor noche de tú vida —le susurró con delicadeza al oído—. No te mereces nada menos. Su voz sonaba arrogante, pero también confiada, como si supiera con seguridad que estaba diciendo la más pura de las verdades. A Gi-hun le habría gustado burlarse, reírse cariñosamente de aquella determinación que parecía acompañar a su pareja; pero no se sentía con fuerzas para ello. Esto fue utilizado por In-ho quien, rápidamente liberó las manos de su pareja y volvió mover su boca, esta vez dejándola por encima del pecho. Una vez allí, inició un lento recorrido de besos que se extendieron por ambas clavículas, luego por el esternón y el abdomen. Mientras sus manos acompañaban aquel movimiento acariciando los laterales de las costillas, las profundas curvas de la cintura y el contorno abultado de las caderas. Por fin, sus labios llegaron hasta la pelvis donde aún gobernaba la toalla, aunque el nudo que la ataba se encontrara casi deshecho. In-ho apoyó ambas manos sobre la misma y alzó la mirada, encontrando los ojos de Gi-hun que lo observaban con interés. —¿Puedo? —preguntó sin rodeos. Un asentimiento fue todo lo que obtuvo como respuesta pero fue suficiente. Con un movimiento rápido, se deshizo de aquella molesta toalla y la lanzó a un lado sin cuidado alguno. Frente a sus ojos, apareció la hinchada y dura erección de Gi-hun, cuyo tronco se presentaba firme y el glande goteaba líquido preseminal. De forma instintiva, tomó aquella erección con su mano izquierda. Con el simple contacto, aquella presión que apenas era nada pero que se sentía tan intensa frente a la nada que la había precedido, Gi-hun no pudo reprimir un sonoro jadeo. In-ho volvió a alzar la vista y le observó con picardía. —¿Esto te gusta? —preguntó divertido, comenzando a mover su mano para acariciar con lentitud aquella ansiosa erección. Por toda respuesta, Gi-hun dejó caer su cabeza hacia atrás, estrellándola contra el colchón con un ruido sordo. In-ho amplió su sonrisa y, sin pensárselo dos veces, acercó su boca hacia el glande. —Puedo hacerlo mucho mejor —susurró, con el tono divertido aún impregnados la voz—. Así podrás disfrutarlo más. Luego, abrió la boca y dejó que el glande se deslizara por su lengua. La respiración de Gi-hun se iba volviendo cada vez más inestable a medida que In-ho hacía avanzar su pene en el interior de su boca. Una calidez especial, acompañada por la humedad de la saliva, se le enredaba a lo largo del tronco del pene y le estaba volviendo loco. Por fin, el glande chocó con el fondo de la boca y Gi-hun emitió un gemido mucho más sonoro que los anteriores. Tenía su pene encajado hasta el fondo en la boca de In-ho, quien se había quedado quieto. Su respiración era demasiado artificial como para realmente enviarle oxígeno al cerebro y se sentía realmente mareado, como si estuviera a punto de comenzar a alucinar. En nada ayudó a su condición el hecho de que In-ho decidiera sin previo aviso comenzar a moverse, levantando y hundiendo su cabeza con una lentitud horrorosa. Los dedos de Gi-hun se enredaron con fuerza sobre las sábanas tratando de hacer frente a aquella oleada continua de sensaciones mientras sus pulmones trataban de controlar mínimamente su respiración en un intento de que no se ahogara. In-ho iba cambiando de ritmo constantemente. A veces era tan lento que resultaba desesperante y otras se movía con tanta rapidez que Gi-hun llegó a temer por varios momentos que pudiera correrse sin previo aviso. En otras ocasiones, se introducía todo el pene en la boca y hacía que la punta se golpeara contra el final de la misma o se quedaba suspendido sobre el glande, estimulándolo únicamente con su lengua mientras su mano izquierda se encargaba del tronco. Todo ello, no hacía más que alimentar los temores de Gi-hun que, una vez que In-ho volvió a tomar un ritmo acelerado, levantó su mano derecha e hizo que sus dedos se enredaran en el abundante pelo de éste, consiguiendo que se detuviera. Casi como si formara parte de un mecanismo, In-ho sacó el pene de su boca y miró a su pareja con preocupación. —¿Estás bien? —preguntó con inquietud—. ¿Te he hecho daño? —N-no... n-no... —se apresuró a responder Gi-hun. Su voz sonaba débil y entrecortada, fruto del gran esfuerzo que estaba poniendo en hablar aunque no contara con las fuerzas y el aliento para hacerlo. Al fin, consiguió alzar un poco su cabeza para mirarle. —Y-Young-il... yo... —tartamudeó, sin saber muy bien como formular las palabras que quería decir. Casi como si fuera la solución perfecta a sus problemas, el bote de lubricante que habían dejado sobre la cama apareció en su campo de visión, a pocos centímetros del cuerpo de In-ho. Éste, siguió la línea de su mirada y, al descubrir aquel objeto, sonrió. Luego, lo tomó y lo colocó justo a la altura de su cara, perfectamente visible para su pareja. —¿Esto es lo que quieres? —preguntó con cierta burla. Gi-hun, por toda respuesta, dejó caer su cabeza hacia atrás una vez más. —Supongo que no —añadió In-ho provocativamente. Tal y como esperaba, la reacción de Gi-hun resultó inmediata: —Young-il... p-por favor... Aquello resultaba suficiente para él. Como bien había dicho, el cometido de todo aquello no era torturar a Gi-hun, ni siquiera lo era el convertir aquel espacio en un testigo de alguna de sus frecuentes luchas por el poder. Se trataba de Gi-hun. Aunque no iba a renunciar a las bromas que normalmente acompañaban aquellos encuentros —hacerlo habría hecho que todo fuera terriblemente aburrido— tampoco quería hacer que Gi-hun se esforzara demasiado en aquella ocasión. Quería cuidarle, permitir que se volviera un poco más caprichoso en sus exigencias y que disfrutará sin ninguna "obligación" o preocupación en el acto. A fin de cuentas, cuidarle era la tarea que él mismo había colocado sobre sus hombros. Así pues, no tardó ni un segundo en abrir la botella de lubricante y darle la vuelta para que el contenido cayera sobre los dedos de su mano izquierda, embadurnándolos con aquella pegajosa sustancia. Gi-hun por su parte continuaba tratando de regular su respiración, completamente ajeno hacia sus palabras habían sido escuchadas o no. Mucho más preocupado, lógicamente, en restablecer sus funciones de supervivencia. Sin embargo, aquella tarea volvió a verse frustrada cuando, de forma repentina, la fría sensación del lubricante impactó directamente sobre su ano, que se presentaba indefenso y vulnerable ahora que no poseía la protección de la toalla. Un jadeo escapó de sus labios con fuerza y en el mismo espasmo que siguió a aquella reacción, volvió a alzar la cabeza. Allí se encontraba In-ho, acariciando con su mano llena de lubricante y con una actitud completamente despreocupada, su cuerpo. Al sentir su mirada, y sin dejar de mover la mano, In-ho también alzó su vista. —¿Demasiado frío? —preguntó divertido; sabía que lo estaba. Luego, volvió a bajar la cabeza para mirar hacia la pequeña entrada de su pareja. —Aguanta un poco —le instó—. Pronto comenzará a tomar temperatura. Gi-hun se limitó a gruñir puesto que, tal y como su pareja había vaticinado, en pocos segundos aquel líquido comenzó a regular su temperatura gracias al calor de su propio cuerpo. Aquello, contribuyó a que él mismo lograra relajarse y, con ello, también los músculos de su entrada de la cual comenzaba a recibir pequeños pinchazos de gusto. —¿Quieres empezar? —preguntó In-ho. Su voz no sonaba burlona sino seria. Esa pregunta era muy real, y quería que fuera tomada como tal así que no había espacio para aquella actitud juguetona que hasta entonces le había acompañado. La respuesta, igualmente, debía sonar segura. —Sí... —dijo Gi-hun con calma. Al instante, pudo sentir como la punta del índice apretándose contra los músculos de su entrada. Al principio existió una ligera resistencia pero, gracias a la paciencia de In-ho y la presencia del lubricante, pronto el dedo comenzó a deslizarse en su interior. Una nueva oleada de placer cubrió cada uno de sus músculos, enviando señales a sus nervios que provocaban que se retorciera sin control. De pronto, la mano libre de In-ho se posó sobre su mano derecha e hizo que los dedos de ambos se enredaran. Aquel gesto, no parecía indicar nada más que la necesidad de In-ho de hacerle sentir acompañado. De hacerle saber que no solamente importaba su preparación, sino también que supiera que estaba a su lado y que todo lo que pudiera pasar entre ellos siempre se encontraría motivado por el gusto de hacerle sentir bien y cómodo a su lado. Por fin, los nudillos de In-ho chocaron con las paredes de la entrada, anunciando así el tope del dedo. Éste, aún esperó un par de segundos a que Gi-hun se recompusiera antes de comenzar a moverlo. A partir de ahí, todo fue bastante rápido. El primer dedo tardó poco en ser recibido por completo por el cuerpo y con ello, y bajo el expreso consentimiento de Gi-hun, el segundo dedo hizo aparición. Nuevamente, el cuerpo se adaptó relativamente rápido a este nuevo estiramiento, y muy pronto, Gi-hun ya tenía tres de dos bombeando en su interior. In-ho se sentía orgulloso. No se trataba de una cuestión de ego, sino de la más pura de las felicidades. El hecho de que su pareja se pudiera adaptar tan rápidamente a sus dedos respondía al hecho de que éste se sentía seguro a su lado. Su cuerpo entendía que no representaba ninguna amenaza y por ello, se permitía relajarse en su presencia. Aquello, por motivos evidentes, no había sucedido en las ocasiones en las que se habían acostado en la sala de jugadores. Si bien Gi-hun siempre le había manifestado su comodidad, resultaba lógico que en un ambiente como él no pudiera sentirse totalmente a gusto. Pero, In-ho cuya mente siempre la había atormentado, había llegado a pensar que él también contribuía a la incomodidad que sufría su pareja durante el acto y se había reprochado en muchas ocasiones por no saber cómo calmarle. Pero ahora podía darse cuenta de que aquellos pensamientos eran completamente infundados. Con el cambio de entorno y con su persona como única compañía, se había permitido una vulnerabilidad de la que nunca había podido ser testigo. —Young-il... p-por favor... Los gemidos de Gi-hun le sacaron repentinamente de sus pensamientos. —P-por favor Young-il... —repitió éste de nuevo—. No aguanto... ah... más... In-ho sonrió ampliamente: por fin, había llegado el momento. Luego, llevó la mano de Gi-hun hasta sus labios y comenzó a besar el dorso con ternura mientras su otra mano sacaba lentamente los dedos de su interior. —Espera un segundo —susurró con ternura. Plantó un beso más sobre aquella mano, justo antes de dejarla caer sobre el colchón con suavidad. Después, comenzó a deslizarse hacia atrás, hasta que por fin estuvo fuera de la cama. Desde allí, se apresuró a quitarse los pantalones y la ropa interior que, como con la toalla, fueron lanzados a un lugar indeterminado de la habitación. Luego, se hizo con la caja de condones y sacó uno de ellos. Lo abrió con rapidez y se lo colocó sobre su dura erección que parecía a punto de estallar por la presión de la sangre. Volvió a tomar la botella de lubricante y esparció una buena parte del contenido sobre el condón antes de lanzarla a un lado y volver a abalanzarse sobre su pareja. Gi-hun flexionó sus rodillas hacia arriba y recolocó sus caderas para que su entrada quedara mucho más expuesta. In-ho por su parte, alineó su pene hacia el ano e hizo que el glande cubierto de látex se rozará contra aquellos músculos llenos de nervios. De pronto, se dejó caer hacia adelante, enredando su mano derecha en las sábanas que quedaban junto a la cabeza de Gi-hun, permitiendo así que sus miradas se encontraran y sus bocas estuvieran a pocos centímetros de distancia. —¿Estás listo? —preguntó con cautela, empujando su pelvis hacia adelante para que el glande se apretara más contra la entrada. Gi-hun alzó sus brazos y colocó sus manos sobre los hombros de In-ho, al tiempo que sus piernas también subían y se enredaban sobre las caderas. —Hazlo de una vez —le contestó, su voz sonando completamente desesperada pero también firme y directa. —Avísame en cualquier momento si necesitas que pare —insistió In-ho. —De acuerdo —respondió a su vez Gi-hun. Al instante, In-ho empujó más su pelvis hacia adelante, enfrentándose con la presión ejercida por la entrada pero manteniendo su atención y las expresiones de su pareja. Aquello era su único indicativo real para saber si estaba forzando demasiado o si por el contrario la resistencia que sentía no estaba provocando molestias. Poco a poco, todas sus dudas se disiparon cuando el glande comenzó a deslizarse en el interior, con una suavidad memorable. Siguió avanzando, introduciéndose centímetro a centímetros en aquel cuerpo que veneraba desde el primer instante en el que tuvo el placer de poseerlo. Sus ojos se deleitaban con las múltiples expresiones de placer que Gi-hun tan hermosa en conscientemente le estaba regalando. Por su parte, apenas podía molestarse en emitir gemido alguno, ya que se encontraba demasiado preocupado en mantener la estabilidad en sus brazos —ahora firmemente anclados en las sábanas— y continuar con el recorrido de sus caderas. Cuando, repentinamente, su pelvis chocó contra los glúteos de Gi-hun, un suspiro de alivio les atravesó las gargantas al unísono. Y de esta forma, se mantuvieron por unos segundos, tratando de ordenar el caos de sus pensamientos, intentando controlar las oleadas de placer que ahora compartían y buscando regular sus entrecortadas respiraciones. In-ho jadeaba por el esfuerzo, algo en su mente le decía que de la pura excitación que le estaba embargando podía correrse sin dar ni una sola estocada. Pero no pensaba hacer aquello. Tenía que aguantar o no se perdonaría jamás haber perdido la oportunidad de disfrutar de ese encuentro tan especial junto a Gi-hun. Se centró en la mirada de su pareja, que le contemplaba con unos ojos brillantes y una expresión marcada por el cansancio y la excitación. Impulsivamente, dobló un poco sus codos y logró que sus labios se posaran sobre la frente de Gi-hun. —No te haces una idea de lo hermoso que eres... —le susurró cuando se despegó del beso, al tiempo que comenzaba a retroceder para asestar la primera embestida. Pero antes de que pudiera continuar hablando, si es que tenía algo más que decir, pudo sentir como una fuerte presión en sus caderas le obligaba a sumergirse de golpe en la entrada de Gi-hun. Al principio, la rapidez de la acción, la abrumadora sensación de placer y el sonoro gemido que su pareja emitió como respuesta, no le permitió comprender lo que acababa de ocurrir. Hasta que, tras unos segundos de estupefacción, se hizo consciente de la presencia de los talones de Gi-hun apretándole justo en la parte baja de su espalda. —Eres todo... ah... un sentimental... —se burló con dificultad Gi-hun. Él le había obligado a dirigir a aquella estocada tan fuerte, arrebatándole el control absoluto de la acción. Con ello, no solo recuperaba la dinámica de lucha de poder que tanto disfrutaban, sino que también le hacía consciente de cuánto le estaba gustando aquello. Sin responder, y con los músculos aún temblando, In-ho hizo retroceder de nuevo sus caderas, ahora muy pendiente de no dejarse ganar por la fuerza de Gi-hun, que no tardó en volver a aparecer. En aquella ocasión, fue él quien, aprovechando un pequeño momento de debilidad en aquel empuje de los talones, asestó una estocada brutal contra el cuerpo de Gi-hun, ganándose con ello un gemido y un buen arañazo desde los hombros hasta el pecho. Rápidamente, analizó el rostro de Gi-hun y al no encontrar ni un solo signo de incomodidad o dolor, procedió con la segunda parte de su "plan de venganza". Las estocadas se volvieron más rápidas y firmes, y sus movimientos comenzaron a tantear cada rincón en el interior de Gi-hun, en busca de aquel punto débil que ambos habían que significaría el punto de no retorno. Los gemidos comenzaron a flotar por la habitación sin ningún tipo de control o pausa, conformando una melodía que golpeaba sin cesar los oídos de In-ho y alimentaban su ego (aunque el nombre que escuchaban fuera el equivocado). —Young-il... ah... Young-il —jadeaba sin cesar Gi-hun, abrumado por el cúmulo de sensaciones que estaba experimentando. In-ho por su parte, sentía que en cualquier momento iba a echar a arder. Ni siquiera podía estar seguro de cómo podía seguir aguantando aquel ritmo sin explotar. Quizás eran las ganas de cumplir su promesa y asegurar el máximo placer para su pareja. Aquello era lo más probable o, al menos, para In-ho lo era. El ritmo era brutal y nada más que eso, aquella necesidad de satisfacer a su pareja en todo por el simple hecho de que lo merecía, podía justificar su rendimiento. Aunque, claro, sabía que aquello no iba a durar para siempre. —Gi-hun yo no... —jadeó ya sin fuerzas—. No puedo... —¡Espera, Young-il! Ese grito, tan desesperado que parecía aterrado, hizo que su orgasmo desapareciera completamente del radar. Al momento, sus caderas detuvieron las embestidas y sus ojos buscaron la mirada de Gi-hun con preocupación. ¿Acaso le había hecho daño? ¿Se había dejado llevar tanto por sus instintos que había terminado por hacer exactamente lo que no quería hacer? La tristeza comenzó a llenarle el pecho ante aquellos pensamientos y el odio hacia sí mismo reapareció en su mente. —¿Estás bien? —preguntó instintivamente—. ¿Te he hecho daño? Una mano, posada en su mejilla con ternura, lo desconcertó aún más. Gi-hun le miraba desde abajo, con las mejillas encendidas y el pelo revuelto. Pero lo más interesante, y lo que trajo un alivio instantáneo a In-ho fue la presencia de una ligera sonrisa en sus labios, enrojecidos e hinchados. —No quería asustarte —dijo Gi-hun, al tiempo que su dedo pulgar comenzaba a acariciarle—. Me he alarmado porque no quería que te corrieras aún. In-ho enarcó una ceja, visiblemente confundido. —Tal y como estabas, pensé que tú también estarías cerca... —trató de explicarse. —Y lo estoy —se apresuró a contestar Gi-hun, quien había notado el tono de disculpa en sus palabras—. Pero quiero cambiar de postura. In-ho inclinó un poco la cabeza hacia el lado, aún más confundido que antes. —¿Cambiar de postura? —preguntó. Gi-hun asintió. —Young-il... —susurró suavemente. Sus palabras, murieron por unos instantes y su mirada bajó, como se tratara de encontrar las palabras adecuadas para su propuesta. Y de hecho, eso parecía bastante cierto ya que cuando volvió a alzar la mirada, sus ojos brillaban con convicción. —Déjame montarte —dijo sin tartamudeos. In-ho pudo sentir como sus brazos se convertían en un plan y comenzaban a temblar ante la ferocidad con la que aquellas palabras parecían haber sido pronunciadas. Existía una fiereza oculta en aquel hombre que era su pareja, y que muy pocas ocasiones dejaban entrever puesto que no sentía que pudiera controlarla enteramente. Pero allí estaba; esa fiereza dormida completamente controlada y usada al antojo de su dueño para demostrarle cuánto ansiaba el poder en sus manos. Demostrarle, que lo iba a destrozar. E In-ho, no podía resistirse a ello. —Como ordenes —dijo como única respuesta. Luego, de forma casi inmediata, hizo que sus caderas retrocederán hasta que supone quedó completamente fuera. Al hacerlo, Gi-hun no perdió ni un instante en levantarse, cediéndole el sitio que hasta entonces había estado ocupando encima del colchón. Aquel hueco, fue rápidamente cubierto con el cuerpo de In-ho que pudo sentir como los nervios comenzaron a subirle por la garganta, estrangulándole en el proceso. Pronto, Gi-hun hizo pasar la pierna derecha sobre su cuerpo, sentándose a horcajadas y permitiendo de esta forma que sus erecciones se rozaran levemente. —¿Estás listo? —le preguntó Gi-hun, al tiempo que alzaba las caderas y tomaba su pene erecto para posicionarlo en la dirección adecuada. In-ho colocó sus manos sobre la cintura de su pareja y tras asentir, añadió: —Espero que tú también lo estés, porque con estas vistas no podré aguantar mucho. Gi-hun soltó un bufido divertido. —Ese es tu problema —contestó burlonamente. Luego, y sin dar tiempo a réplica, hizo que su cuerpo comenzara a bajar, introduciéndose centímetro a centímetro aquel pene en sus entrañas. Los dedos de In-ho se apretaron con más fuerza a medida que iba entrando en su cuerpo y, aprovechando la nueva postura, sus gemidos también comenzaron a reinar en el espacio. Por fin, los glúteos de Gi-hun volvieron a chocar contra su pelvis pero, a diferencia de lo ocurrido en la postura anterior, aquí no hubo tiempo de descanso. En cambio, Gi-hun comenzó a rebotar sin piedad alguna, haciendo desaparecer y aparecer el pene ante la mirada de In-ho, que sentía como sus fuerzas se iban desvaneciendo a un ritmo alarmante. —¡Gi-hun! ¡Por favor! ¡Por favor! —chillaba desesperadamente. Pero para Gi-hun no existía la misericordia. Sus rebotes continuaban siendo firmes, y la presión contra su pene iba creciendo a medida que este se hinchaba como preámbulo del orgasmo. In-ho no quería hacer aquello con su pareja, pero no le estaban quedando más opciones. Si no se corría en cuestión de segundos estaba seguro de que le iban a explotar los testículos. Aun así, trató de aguantar, coreando una y otra vez el nombre de su pareja con veneración y como súplica. Hasta que por fin, se obró el milagro: —¡Young-il! —chilló de pronto Gi-hun—. ¡Córrete! No hizo falta que se lo repitieran. Al instante, In-ho permitió a cada uno de los músculos de su cuerpo relajarse y, en consecuencia, la presión en su pelvis explotó en un chorro de semen que salió disparado contra el condón. El orgasmo le invadió, anulando cualquier signo de racionalidad que pudiera llegar a tener y dejando tan solo vivos sus más puros instintos, que le hablaban del alivio de haber logrado correrse. Pasados unos segundos, inclinó un poco la cabeza hacia adelante para observar a Gi-hun, que aún permanecía encima de su cuerpo. Desde su ángulo, pudo ver un chorro de semen pegado a su abdomen cuyo recorrido dirigía directamente hacia el pene de Gi-hun, que se balanceaba débilmente, ya con los primeros signos de la flacidez, sobre su pelvis. Una vez que se hubo asegurado de que su pareja también había logrado el orgasmo, se permitió relajarse. Dejó caer su cabeza hacia atrás y se concentró en la regulación de su respiración. Casi al instante, y como la guinda que le faltaba al pastel, pudo sentir como Gi-hun se reclinaba hacia adelante y posaba su cuerpo sobre el suyo. El calor de ambos, así como el sudor, la respiraciones entrecortadas y los fuertes y latidos de sus corazones satisfechos se entremezclaron en aquel abrazo cargado de ternura. Mientras sus ideas vagaban por un espacio inconexo, In-ho, en un pequeño arranque de lúcidez, bajó su mano hacia las piernas de Gi-hun y se introdujo entre ellas para alcanzar su pene, que ya comenzaba a ser demasiado pequeño para el condón. Rápidamente, agarró aquella pieza de látex y la aseguró contra su pelvis. —Levántate un poco, Gi-hun —le susurró con delicadeza—. Tengo que quitarme el condón. Su pareja gruñó un poco ante la petición pero no tardó mucho en obedecer. Así, In-ho pudo hacerse con el condón y rápidamente retirarlo. Realizó un pequeño nudo y, con la mejor de sus punterías, lo lanzó sobre la mesa en la que habían estado cenando. Luego, In-ho le dio a Gi-hun un pequeño beso sobre la frente sudada y usó las pocas fuerzas que le quedaban para moverle hacia un lado, de tal forma que quedará tumbado sobre la cama. Tenía la cara roja y los ojos entrecerrados. In-ho colocó su mano sobre su mejilla y la acarició con ternura. —Te amo —le susurró con la voz débil y cansada. —Yo también te amo —respondió a su vez Gi-hun, con una voz que también evidenciaba su agotamiento. Rápidamente, como si supiera que el tiempo les iba en contra, In-ho se apresuró a apretarle entre sus brazos. Su pareja, de forma mucho más lenta, repitió la acción. De esta forma, la cabeza de Gi-hun quedó hundida en su pecho, en una actitud que resultaba reconfortante. Por primera vez desde que estaban juntos, In-ho fue consciente como su recorrido hacia el mundo del sueño no se veía interrumpido por el angustiante rugido de las tripas vacías de Gi-hun, quien descansaba entre sus brazos con un gran banquete escondido en el estómago. Y así, como si con aquello hubieran seguido con todos los pasos necesarios, y en cumplimiento del deseo de Gi-hun de poder dormir juntos aunque fuera por una sola noche, sin las ataduras de las miradas ajenas, las limpiezas a escondidas y el temor de ser descubiertos, ambos disfrutaron del regalo... De estar juntos.
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