ID de la obra: 814

Provocarte Hasta Que Me Rompas (Hong-ki x Do-chul) Two-Shot Smut

Slash
NC-17
Finalizada
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
34 páginas, 15.334 palabras, 2 capítulos
Descripción:
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Provocarte Hasta Que Me Rompas

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—¿En serio tenías que golpearlo?  Do-chul caminaba por la estrecha calle conducía al apartamento al que, desde hacía algunas semanas podía llamar “hogar” puesto que lo compartía con Hong-ki… , aunque en ese instante no lo pudiera recordar de esa forma.  —Por supuesto que sí —respondió, masajeándose los nudillos adoloridos de ambas manos.  Su piel se encontraba teñida con el tono rojizo de la sangre arrancada y de los propios vasos sanguíneos que se habían roto por el impacto contra la carne ajena.  Aún parecía tener incrustado, como pequeñas astillas clavadas de forma permanente en el hueso, la dura sensación de la mandíbula de Hyung-ski y el castañeo de los dientes inferiores chocando violentamente contra los superiores en aquella boca que había encontrado semiabierta. Había intentado hablar, quizás incluso explicarse, a juzgar por la expresión aterrorizada que había cubierto su rostro al verlo aparecer de la nada, como si de un demonio salvaje e imparable se tratara.  Pero no se lo había permitido.  No había nada, nada en lo absoluto, que pudiera decir que lograra frenar el torbellino de fuego en el que se había convertido Do-chul, y que se iba agrandando conforme sus pasos avanzaban por el callejón.  —Solo estaba haciendo lo que le pedí —replicó Hong-ki.  Caminaba a su lado, aunque existía una ligera diferencia, de menos de medio paso, que parecía separarles, como si tratara de imponer una distancia de seguridad entre ellos.  —Pues que no lo hubiera hecho —respondió simplemente Do-chul.  —Yo soy el que merezco que estés enfadado conmigo… Sin detener su avance, y aún manteniendo sus manos ensangrentadas (esa evidencia física de los múltiples golpes que había repartido sobre el rostro de Hyung-sik), giró la cabeza de forma brusca, mostrando su ceño fruncido y la mandíbula tensa.  —¿Quién ha dicho que no lo esté?  Hong-ki apartó la vista, tal y como si la mirada de Do-chul ardiera demasiado como para observarla de forma directa. Agachó la cabeza, tratando quizás de esconderse de aquellos ojos que le penetraban con dureza.  —¿Y por qué no me has golpeado a mi? Do-chul suspiró y giró de nuevo la cabeza para mirar al frente.  —Porque nunca te tocaría un pelo, Hong-ki —le susurró con firmeza. Hong-ki le miró de reojo pero no tardó mucho en devolver su atención hacia el suelo.  Los siguientes diez minutos, el tiempo exacto que les quedaba para llegar al apartamento, pasaron cubiertos por el silencio más absoluto. Un silencio que ninguno quería romper. Do-chul perder los nervios y gritar a Hong-ki quien, por su parte, le aterraba dejar más a la vista su evidente vergüenza.  Una enorme herida sangrante les separaba, palpitando entre ellos de una forma terriblemente dolorosa y salvaje, como si alguien la hubiera cubierto de sal.  Al llegar al reconcible edificio de paredes rotas y grises, Do-chul no miró atrás al subir por las escaleras metálicas. Hong-ki le siguió, sin decir ni una sola palabra mientras sus pies caían pesadamente sobre las finas láminas de aluminio negro que conformaban los escalones.  Aquel sonido le resultaba demasiado abrumador y angustioso, como si el mundo hubiera querido poner contra sus sensibles oídos algo lo suficientemente parecido a los latigazos de castigo que sentía merecer… O que merecía.  Cuando por fin se encontraron frente a la puerta metálica en cuya parte superior se encontraba una placa dorada, voluminosa y ovalada, que indicaba el número “456”, pudo ver como Do-chul introducía la vieja llave en la rendija de la cerradura.  Pronto, los pestillos se abrieron con un fuerte chasquido, dejándoles el paso libre. Do-chul fue el primero en entrar, desapareciendo con paso decidido en las profundidades del apartamento. Por su parte, Hong-ki permaneció por unos segundos, anticipándose a evitar recibir un portazo en la cara si seguía de forma inmediata a su pareja.  Cuando vio que la puerta no se cerraba, sino que permanecía abierta para él, por fin se atrevió a asomarse.  El apartamento no era especialmente grande, tan solo un cuadrado de pocos metros cuadrados pero en el que habían logrado acomodar las pocas posesiones que habían traído consigo.  Cubriendo toda la pared izquierda se encontraba la zona de cocina, con los fuegos y la nevera, mientras que en el lado derecho se encontraba la gran cama (que habían adquirido con los primeros beneficios dados por su tienda de ropa) en la que dormían cada noche. A parte de eso, solo contaban con un pequeño conjunto de estanterías, que flanqueaban por el lado derecho la cama, que usaban como armario al almacenar, de forma separada, la ropa de cada uno.  Avanzó un poco y al fin se decidió a entrar.  Sus ojos habían captado rápidamente a su pareja, que se encontraba en la cocina y con las manos metidas bajo el chorro de agua del lavabo. Hong-ki pudo notar como sus tripas se revolvían al ver como aquella agua cristalina tomaba un sucio color rojizo al contacto con la piel magullada.  Odiaba la sangre.  Bien se podría pensar que se debía al temor de derramar la suya, pero no era así; le daba asco cualquier tipo de sangre, brotara del cuerpo que brotara. Había algo en ese elixir de la vida que irremediablemente le recordaba a la muerte y le hacía querer vomitar.  En un intento por calmar su instintivo asco, se giró para cerrar la puerta del apartamento. Con ello, logró apartar su mirada de aquel espectáculo que además le recordaba de forma cruda y afilada la punzante realidad de su situación: su irresponsabilidad e impulsividad había llevado a Do-chul…, su hermoso Do-chul, a derramar aquella sangre que tanto repudiaba.  Su egoísmo y los propios deseos le habían empujado a exponer su ferocidad…, aunque, en su defensa podía alegar que en ningún momento habría podido preveer que el idiota de Hyung-ski no se diera que era seguido.  Y, peor aún, quien le seguía.  —¿Por qué lo has hecho?  Hong-ki se sobresaltó.  Las palabras de Do-chul le habían arrancado de golpe de su mundo de cavilaciones y de auto engaño para regresarle de nuevo al mundo real. Ese mundo en el que su pareja tenía demasiados motivos para odiarle y abandonarle aquella misma noche.  —Yo… —susurró, girándose en su dirección pero con la cabeza agachada.  —Quiero que me mires a los ojos —dijo firmemente Do-chul.  Inmediatamente, Hong-ki obedeció, no sin cierta vacilación. Sus miradas volvieron a conectar, penetrando a través de la pared de hielo traslúcido que parecía existir entre ellos, separándoles con una crueldad mortal.  Do-chul sostenía entre sus manos un pequeño trapo que usaba para secarse los restos de agua que habían quedado impregnados en su piel luego de lavarla. A pesar de que ya no quedaba sangre seca sobre sus nudillos, Hong-ki pudo ver que el enrojecimiento no había desaparecido apenas.  La culpa se asentó en el centro de su garganta, adquiriendo una forma demasiado similar a la de un nudo, como si su propio cuerpo estuviera tratando de estrangularlo con una soga creada a partir de su esófago.  —¿Por qué Hongki? —repitió Do-chul, lanzando el trapo sobre la encimera de la cocina—. ¿Qué se suponía que querías conseguir contratando a ese imbécil? Hong-ki mantuvo el silencio, luchando a sangre y fuego contra su instinto, que le suplicaba volver a agachar la cabeza para refugiar su mente, taladrada por la mirada de su pareja, entre las líneas de la madera que recorrían de forma fluida el suelo.  —No te atrevas a quedarte callado —le advirtió Do-chul avanzando hacia él con los puños apretados colgando a los costados de su cuerpo—. ¿Por qué lo has hecho? Ante la nueva repetición de aquella desagradable pregunta, Hong-ki pudo sentir cómo algo le subía por la garganta, pero esta vez no era vómito.  Era algo muchísimo peor: el temor de perder a Do-chul si se negaba a hablar. —¡Joder! —chilló impulsivamente, notando como el nudo en su garganta explotaba para dejar paso a las palabras—. ¡Porque estoy harto de que me ignores ¿vale?! Sabía que no era lo correcto gritarle, pero no podía evitarlo. Estaba al borde de un ataque de nervios por la tensión que había soportado en la última media hora.  Esa media hora en la que aquella pequeña voz en su cabeza le había suspirado tantas veces junto al oído lo mucho que se merecía ser golpeado y abandonado por Do-chul.  Y lo peor de todo, es que incluso esos sentimientos ni siquiera los sentía lo suficientemente válidos puesto que, era consciente de cómo su propia estrategia había podido causar muchísimo más estrés y angustia en su pareja.  A fin de cuentas, había visto como otro hombre le coqueteaba y había estado a punto de enfrentarse en dos ocasiones diferentes para protegerlo de los insultos.  ¿Todo para qué? Solo para luego ver cómo se reunía con el hombre que le había coqueteado al inicio de la noche y descubriera que todo aquello formaba parte de un plan orquestado y dirigido por el mismo hombre que había buscado proteger desde el principio.  —Yo nunca te he ignorado, ¿de qué estás hablando? —cuestionó Do-chul, apretando los dientes.  Se mantenía rígido y tenso, pero parecía querer inspirar temor sino más bien, disfrazar su confusión con auto control.  Había seguido con su avance y eso había hecho que Hong-ki se moviera instintivamente hacia atrás, hasta quedar pegado a la pared que se encontraba junto a la puerta de entrada.  Éste, fue testigo de cómo su mente, inoportuna y cruel, le hacía recordar cómo su cuerpo se había mantenido en la misma posición en los baños de la discoteca, y deseó poder regresar allí.  A aquel delicioso momento en el que ambos se habían entregado a la pasión sin ataduras y sin pensar en las consecuencias de sus actos.  —¡Hoy lo has hecho! —reclamó Hong-ki, notando como las palabras salían como un huracán descontrolado por su boca—. ¡Incluso estando enfadado, no has sido capaz ni de besarme frente a todos! —¡Lo hemos hablado miles de veces! —protestó Do-chul, alzando también el tono de su voz—. ¡No puedo ceder ante ti delante de tanta gente!  —¿¡Y por qué no!? Do-chul detuvo repentinamente su paso, quedando a apenas a un metro de distancia de Hong-ki.  —Ya vista el recibimiento que nos dio Seo-jun —respondió, tratando de controlar su voz al recordar al joven que les había atrapado besándose en los baños—. ¿Crees que la reacción del resto personas en esa discoteca habría sido diferente si llego a besarte frente a todos?  —Les pueden joder… —murmuró Hong-ki, apretando los dientes con fuerza mientras inconscientemente dejaba caer su mirada hacia el suelo.  Pero, esta vez, no hubo reclamo alguno por su acción.  —No Hong-ki, nos pueden joder a nosotros —le corrigió Do-chul, bajando su tono de voz un poco—. No te ignoro porque me avergüence de ti, lo hago porque la gente hará todo lo posible por tratar de descubrir quiénes somos si nos comportamos de esa forma en público El silencio se instauró entre ellos, como si quisiera permitir a las palabras, cargadas de sentido y coherencia, que Do-chul estaba vertiendo sobre sus oídos.  —¿Crees que podremos durar mucho si nuestras descripciones comienzan a circular por la ciudad? —continuó hablando—. ¿Cuánto crees que tardarán en localizarnos tus antiguos acreedores y darnos caza si la gente empieza a irse de la lengua? —Está bien, tienes razón… —susurró Hong-ki. Un suspiro cansado escapó de su boca con pesadez justo antes de añadir—: ¿Estás enfadado? La tristeza y la fragilidad con la que pronunció aquellas palabras fueron todo lo que se necesito para que aquel muro invisible de hielo que aún parecía dispuesto a dividirlos comenzara a deshacerse de forma vertiginosa.  —No, Hong-ki —respondió Do-chul—, al menos ahora ya no.  Y, como si tratara de asegurar la veracidad de sus palabras, avanzó los pasos que les separaban, destruyendo por fin ese enfermizo y frío muro, y reuniendo sus cuerpos en un abrazo.  Su brazo izquierdo le rodeó la cintura y la derecha se enredó en los mechones de su pelo, acariciando con suavidad el cuero cabelludo. Hong-ki, por su parte, le rodeó con ambos brazos la cintura y permitió a su mentón apoyarse sobre él hombro de Do-chul. —Te amo, Hong-ki —le susurró al oído. —Que cursi eres, joder —se burló Hong-ki, apretando más su agarre sobre el cuerpo de Do-chul. Ambos rieron con fuerza, sin permitirse ni un momento descansar del abrazo y dejándose llevar por la hermosa sensación de sus pieles rozándose entre sí y recuperando poco a poco la calidez, esa que les era intrínseca a su relación, y que el dolor había ocultado bajo capas de enfado y angustia.  —Te perdono… —le dijo suavemente Do-chul, apoyando su cabeza contra la de Hong-ki, como su tratara de afianzar el momento. Al no obtener más que un pequeño gemido como respuesta, continuó hablando—: Y lo siento, yo debería ser más valiente… —No, yo lo siento… —le interrumpió Hong-ki, apretándole con los dedos en la espalda—. Y lo siento tanto… —añadió con pesar—, yo solo quería…, yo… Do-chul esperó ansioso que continuara la frase pero, cuando esto no sucedió, decidió tomar sus propias medidas.  Arriesgarlo todo.  Sin avisar, desconectó el abrazo y, antes de que Hong-ki pudiera siquiera preguntar si ocurrió algo, Do-chul ya le había tomado por los hombros para girarle bruscamente sobre sí mismo.  De forma repentina, Hong-ki pudo sentir cómo su cuerpo se estrellaba contra la pared. El impacto, sin embargo, no llegó a doler puesto que la fuerza utilizada había sido perfectamente medida. Luego, la mano izquierda de Do-chul se encajó directamente en su hombro, mientras que con la otra le tomaba por la muñeca derecha y se la retorcía tras la espalda.  Nuevamente, la intensidad de la acción era la ideal para no causar un dolor excesivo sino tan solo una leve incomodidad que no le resulto en lo absoluto desagradable.  —La gente habla de las cosas que quiere, Hongki —le reprendió Do-chul, acercando la boca hacia su oído izquierdo—. ¡No hace planes estúpidos para tratar de que su pareja lo entienda!    Para su alivio y gusto, Do-chul pudo ver como la piel del cuello de Hong-ki se erizaba, transmitiéndole la paz de haber elegido correctamente el camino, aunque arriesgado, de hacer caso a lo que tantas veces le había pedido su pareja. La razón de buscar a alguien para que le hiciera reaccionar con brusquedad. Ese grito de auxilio al exterior para lograr lo que él, a pesar de la insistencia, no había querido otorgar.  Quería que le tratara con fuerza y sin temer si lo rompía en el proceso porque eso era lo que quería de él.  Bajo la enorme confianza de que le rompería de una forma muy hermosa.  —¿Y que se supone que debía decirte, eh? —cuestionó burlonamente Hong-ki, moviéndose cuanto podía bajo su agarre—. ¿“Oye, Do-chul, podrías dejar de follarme como una abuela de ochenta años”? —Que hijo de puta eres… —respondió con una sonrisa.  Aquellas palabras significaban la confirmación de que su Hong-ki se encontraba conforme con el cambio de situación.  Volvía a provocarle.  Dándole motivos suficientes solo como él sabía: con esa lengua tan afilada e imprudente. —¿O preferías algo que te dijera que me gusta más la idea de que me folles como si quisieras partirme? —¡Si hubiera sabido que te aburría tanto lo habría hecho con gusto! —protestó Do-chul, apretando más el agarre sobre la muñeca de Hong-ki para intensificar la tensión en su hombro.  Aquel gesto le hizo ganarse un gemido que mezclaba el dolor y el placer de la forma más obscena que Do-chul había escuchado en su vida. —Bien, pues hazlo —jadeó Hong-ki con dificultad—.  Do-chul quiero que me folles hasta que no pueda más.  Do-chul tuvo que morderse el labio para evitar emitir el mismo un gemido. Sin embargo, no pudo controlar la fuerte oleada de excitación que le recorrió el cuerpo como un chispazo hasta llegar a su entrepierna. Lo que había sido un leve bulto en sus pantalones hasta el momento, se transformó en una furiosa erección que exigía apretarse más contra las nalgas de Hong-ki, tentándolas hasta que fuera inevitable suplicar por más.   —Eres insoportable —le susurró al oído, justo antes de separarse por completo de él.  Aquella acción le valió el reproche de cada zona de su cuerpo, excepto al de su cuerpo puesto que sabía hacia donde iban dirigidas sus intenciones, y, por lo que pudo ver, también el de Hong-ki.  Éste se giró de forma repentina, con el rostro marcado por la confusión, la frustración y la indignación.  Parecía tan… Desesperado.  —¡Pero he hecho lo que me has pedido!  —Después de hacer que un amigo tuyo te coquetee para conseguirlo —le recordó de forma arrogante Do-chul, cruzando sus brazos sobre el pecho.  —Ya me he disculpado por eso —quiso defenderse Hong-ki, y Do-chul no pudo evitar pensar en lo hermoso que estaba ahora que los candente hilos de la excitación le ataban el cuerpo—.  ¿Qué se supone que quieres que haga?  —Disculparte adecuadamente. Hong-ki le observó con cuidado. Aunque lo había hecho justo delante de él, su mente, embriagada por el cúmulo de sensaciones, no le había permitido hacerse consciente del momento en el que Do-chul había dejado caer sus pantalones y ropa interior al suelo, revelando así su sonrosada erección.  Abrió la boca, casi como parte de un instinto o un acto reflejo digno de aquel espectáculo.  Bajo su atenta mirada, sacó sus pies de los agujeros del pantalón y lanzó la tela a un rincón de una patada. Después, tomó su propia polla, cuyo glande se encontraba empapado de líquido preseminal, y volvió a observar a su pareja, que había permanecido quieta junto a la pared.  —Las disculpas se suelen pedir de rodillas, Hong-ki —le dijo Do-chul, acariciándose muy suavemente y logrando con ello que más líquido reluciera en la punta de su pene. Sin hacerse de rogar, Hong-ki caminó hasta llegar frente a él y, con un ruido sordo, cayó sobre sus rodillas.  —No tienes permitido usar las manos —continuó hablando Do-chul, aún con su propia mano moviéndose a lo largo de toda su erección—. Si quieres hacer algo tendrá que ser solo con tu boca, ¿entendido? Hong-ki tan solo pudo asentir, extasiado ante la visión que tenía frente a él y con la boca babeando por la expectación.  —Adelante entonces —fue lo último que dijo Do-chul antes de liberar su polla del agarre de su mano.  De inmediato, Hong-ki se abalanzó hacia adelante para atrapar entre sus labios, sedientos de su sabor y dulzura, el glande tembloroso.  Un gruñido se satisfacción escapó de la boca de Do-chul cuando la boca de su pareja no se detuvo ahí, sino que continuó avanzando por el resto de su longitud hasta encajarla toda en su interior.  Su acto había sido posesivo, como si se encontrara ansioso de cubrir con su saliva cada rincón de aquella para marcarla como de su propiedad exclusiva…, lo cual, no dejaba de ser cierto.  Si había algo de lo que Do-chul pudiera estar seguro de que constituía una certeza inamovible era el hecho de que solo quería que Hong-ki lo tomara con su boca, le hiciera temblar con su cuerpo y le acariciara el suyo con una veneración que podría verse como reservada a las divinidades.  Y porque, a pesar del miedo y la imprudencia, solo quería que su nombre atravesara las paredes del apartamento, molestando a los vecinos y negándose a abrir la puerta cuando llegaran a recriminarle el escándalo mientras seguía complaciéndose con la presencia de quien era (y estaba convencido que sería por el resto de sus días) el amor de su vida. Pronto, los labios de Hong-ki comenzaron a moverse, siguiendo el ritmo marcado por su cabeza y que trataba de controlar sus ansias de encajarse hasta lo más profundo de su garganta la erección que tenía en la boca.  —Aprovecha para desnudarte, Hong-ki —le instó Do-chul, tratando de mantener una voz lo suficientemente serena como para ser entendible.  Respondiendo casi de forma automática a la orden impuesta, y redoblando sus esfuerzos de no atragantarse, Hong-ki movió sus manos hacia el bajo de su camisa de tirantes, levantándolo suavemente y de forma lenta, como si no quisiera llegar nunca hasta el final.  Cuando al fin lo hizo, se apartó tan solo un instante, lo justo para hacer salir su cabeza del agujero de la camisa y volver a reconectar con una velocidad admirable sus labios con el glande de Do-chul.  En el proceso, dejó escapar un leve suspiro, casi de alivio, como si la breve separación hubiera supuesto un enorme esfuerzo para sus delicados nervios.  —Creo que alguien está un poco ansioso, ¿verdad? —cuestionó éste, llevando su mano hacia el pelo de Hong-ki, que ya se encontraba perfectamente despeinado, para acariciarlo con suavidad.  Hong-ki abrió los ojos, aún con el glande en su boca, y alzó la vista para poder mirar directamente a Do-chul. Bajo aquellas vistas, Do-chul tuvo que hacer un esfuerzo astronómico para no correrse en ese mismo instante.  Un leve temblor le recorrió el cuerpo.  —Y yo creo que no soy el único —respondió Hong-ki, extrayendo el pene de su boca pero haciendo que sus labios permanecieran en contacto con el glande, presentando una sonrisa tremendamente burlona—. ¿Quieres que pasemos a algo más divertido? —Yo me lo estoy pasando en grande —contestó a su vez Do-chul, atrapando entre sus dedos un buen puñado de pelo—. Te tengo aquí, de rodillas y chupándome la polla.  —¿Eso es mejor que meterla? Do-chul frunció los labios.  —Cabrón inteligente —susurró con suavidad. Luego, usó su agarre para obligarle a mirara hacia arriba de una forma más pronunciada y, con una voz baja y ronca, añadió—: ¿Listo para arrepentirte de pedir que te follen fuerte? —No —respondió burlonamente Hong-ki—, pero si lo estoy para que lo hagas.  —Imbécil… —murmuró divertido Do-chul—. Levántate.  Acto seguido, le liberó de su agarre y se separó más, creando el espacio suficiente para que Hong-ki se levantara. Una vez en pie, ambos se miraron, recorriendo con anhelo el cuerpo del otro y cayendo en la frustración de no encontrar sus pieles completamente desnudas.  Tan solo una mirada, un breve instante en el que sus pupilas volvieron a conectarse a través del silencio, fue suficiente para hacerles comprender a ambos cuál era el siguiente paso.  Las manos se movieron con rapidez, agarrando la tela de una camisa colorida por un lado y deslizando unos pantalones vaqueros por el otro, con movimientos tan desesperados y ansiosos como para ser capaces de destrozar la ropa. Luego, la ropa interior de uno y la camisa interior del otro acompañaron al resto de tela en el suelo, dejándoles tal y como ellos querían: completamente desnudos.  Pero aquello no era suficiente, nunca lo era cuando se trataba de explorar el cuerpo ajeno y adorarlo con la veneración que se merecía.  Por eso, cuando la mano de Do-chul volvió a encajarse tras la nuca de Hong-ki, arrastrándole inevitablemente hacia un nuevo beso cargado de la pasión y la excitación, la acción fue recibida como la respuesta natural a todo lo que estaba ocurriendo.  Una furia salvaje explotando los labios de ambos, como si llevaran un milenio sin poder reencontrarse.  Pero el beso fue corto, y el responsable separarles (lo que casi podría considerarse un crimen bajo aquellas circunstancias) fue Do-chul. —Enséñame, Hong-ki —jadeó contra sus labios—, quiero que me enseñes como quieres que te lo haga… —Pero no me dejes solo es esto —se burló su pareja, esbozando una suave sonrisa cargada de ternura. —En cuanto sepa qué es lo que quieres —insistió Do-chul—, pienso partirte hasta hacerte rogar que no pare de meterte la polla. La propia polla de Hong-ki se contrajo sobre el muslo de Do-chul, haciéndole saber cuanto le había gustado aquel comentario tan soez. Sin decir una sola palabra más, Do-chul usó su manos libre para agarrar por la cintura a Hong-ki y guiarle hacia la cama lentamente, mientras permitía a sus labios unirse en el recorrido con una sucesión de suaves besos.  Cuando la parte interna de sus rodillas chocó contra el borde de la cama, se dejó caer sobre el colchón. —El lubricante está en la mesilla —dijo, sin apartar la mirada de Hong-ki, quien había permanecido de pie y le observaba desde su posición ahora más elevada, mientras señalaba el pequeño mueble que flanqueaba la cama. Hong-ki asintió y, de inmediato caminó hacia el lugar indicado para tomar la botella que reposaba dentro del único cajón del mueble. Cuando por fin lo tuvo en su poder, se giró hacia atrás, encontrando a Do-chul aún en la misma posición en la que lo había dejado.  —Dámelo —le dijo éste extendiendo su mano en gesto demandante—, voy a empezar a prepararte. Acto seguido, Hong-ki obedeció, posando la botella llena de líquido transparente sobre la palma de su mano, y luego regresó para posicionarse frente a su pareja. —Sube —le indicó Do-chul, golpeándose con suavidad el muslo derecho.  Hong-ki asintió, obedeciendo una vez más para quedarse sentado a horcajadas sobre las piernas de su pareja y con las manos apoyadas sobre los hombros para tomar estabilidad. Una vez colocado, Do-chul abrió el lubricante y esparció una buena cantidad de su contenido sobre tres de sus dedos. Luego, y sin desechar en ningún momento la botella, hizo desaparecer la mano tras el cuerpo de Hong-ki, que pronto pudo notar aquellos mismos dedos masajeando de forma ligera pero constante la piel de su entrada. —Siempre has sido tan bonito… —susurró Do-chul, plantando un suave beso sobre su pecho—. Avísame si en algún momento quieres parar. —No te creas tanto, de momento sigues comportándote como una abuela —se burló Hong-ki. —¿Ah sí? —fue toda la respuesta que obtuvo antes de que el primer dedo se encajara directamente dentro de su cuerpo. Un gemido, aliviado y desgarrador, cruzó por su garganta, casi sin pedirle permiso a los pulmones, y fue expulsado por su boca al instante. Por si fuera poco, y dado que aquel primer dedo no había encontrado mucha resistencia en su camino, Do-chul se aventuró a comenzar a moverlo sin apenas dar tiempo a Hong-ki de recomponerse de la oleada de sensaciones placenteras que habían impactado contra su cuerpo de forma repentina.  Sus cortas uñas se clavaban en los hombros de su pareja, mientras aquel dedo le penetraba de una forma constante y devastadora.  Sin embargo, y como siempre, no era suficiente para acabar con él. —A-ahora solo tienes…, s-setenta años —tartamudeó, tratando de recuperar un tono de voz normal—, debes estar..., ah..., muy orgulloso de ti mismo.  —Eres un arrogante de mierda —susurró Do-chul sin malicia, disfrutando de los vanos intentos de su pareja por esconder lo que tan claramente su cuerpo gritaba. Sin esperar más, metió el segundo dedo y comenzó a moverlo junto con el primero, ganándose con ello otra sucesión mucho más fuerte y frenética de gemidos.  Aquello se trataba de romper y destruir, y bajo aquellos caminos la piedad era poco más que una esperanza no buscada.  —Cincuenta y…, cinco…, ah…, v-vas mejorando —gimió Hong-ki, aún luchando por mantenerse sereno. Para cuando el tercer dedo entró, de la misma forma brusca y placentera que los anteriores, sus súplicas por exigir más tan solo se veían restringidas por el convencimiento de que pronto él mismo podría mostrar sus habilidades con algo mucho más grande y mejor. —¿Estás listo, Hong-ki? —preguntó Do-chul, aún admirando la bella imagen que tenía sobre él—. ¿Estás listo para enseñarme cómo quieres que te folle? —S-si… —jadeó Hong-ki, y luchando todavía contra los continuos ataques que experimentaba su próstata ahora que tres dedos exploraban su interior con el ansia de hacer que se derrumbara. Acto seguido, los tres dedos desaparecieron de su interior y fueron reemplazados por la suave presión del glande de Do-chul contra su palpitante entrada. —Adelante, Hong-ki —le instó éste, haciendo que la cabeza rozara contra aquel nudo de nervios—, muéstrame como se hace. Aquellas palabras fueron suficientes para hacer que, de un movimiento rápido y casi violento, Hong-ki bajara repentinamente sus caderas, haciendo que la polla de Do-chul desapareciera en su interior con una velocidad vertiginosa.  Ambos, invadidos por la fuerte sensación del placer, que fluía por todo su cuerpo como lava caliente, gimieron con fuerza, incapaces de controlar sus sonidos más instintivos. Las manos de Do-chul se encajaron sobre su cintura, como instándole a moverse de inmediato. Un deseo que, por supuesto, le fue concedido.  Pocos segundos después de entrar, la polla de Do-chul se vio envuelta por la ardiente fricción de las paredes, apretadas y apenas adaptadas, de Hong-ki, que parecían recibirlo en un afán de demostrar cuán poco les importaba su grosor, aunque Hong-ki en realidad estuviera agradeciendo cada centímetro que lo llenaba. Los sonidos húmedos se entremezclaron en una hermosa melodía con los gemidos y los jadeos constantes que escapaban de sus cuerpos, llenando la habitación con la banda sonora más obscena que jamás hubieran escuchado. El choque de pieles era rítmico, casi parte de una coreografía ensayada en la que la única música que la acompañaba era compuesta de forma improvisada por los bailarines de la misma.  Do-chul, que había estado creyendo en todo momento que se arrepentiría de tomar aquella posición que le impedía observar cómo su polla entraba en su pareja, ahora se encontraba demasiado entretenido buscando nuevas formas de hacer sentir más placer a Hong-ki. El más mínimo vacile de su parte correspondía a una victoria absoluta para él.  Y es por eso que se afanaba en la tarea de cubrir de besos, caricias y suaves roces de sus labios, el pecho y los pezones de Hong-ki mientras que este lo permitía, refugiándose en los gemidos y los jadeos para evitar cometer alguna respuesta física más allá de aquello. Quería demostrar que Do-chul no iba a ser capaz de conquistarle ni de dominarle… Pero aquello no fue posible. De un momento a otro, y de la forma más casual, los labios de Do-chul rozaron con un punto, justo en el centro de uno de los pezones al tiempo que una de las cabalgatas de Hong-ki provocaba que este impulsara la polla de Do-chul directamente contra su próstata. El escalofrió de placer fue instante. —Eso es lo que quería —susurró de pronto Do-chul. Acto seguido, utilizó en su favor las nuevas fuerzas que poseía el cuerpo de su pareja para levantar sus caderas, librando así a Hong-ki de cualquier apoyo que le pudiera ofrecer el colchón o el suelo, y se giró sobre su mismo hacia un lado.  De esta forma, Do-chul quedó situado por encima de Hong-ki, con su polla aún enterrada en lo más profundo del otro hombre y con la posibilidad de llevar a cabo lo que había sido su plan desde el principio.  Usar la prepotencia de Hong-ki para incitarle a llevarse a sí mismo al extremo, y aprovechar el momento justo en el que ese momentos se diera para atacar con toda la fuerza y la intensidad que fuera capaz de reunir.  Así, las embestidas propinadas por Do-chul contra el cuerpo aún jadeante y tembloroso de Hong-ki fueron recibidas como una guía de fuego directa a la piel.  Atacando sin piedad cada rincón de su interior, explotando con furia sobre la próstata del otro hombre. —¡Do-chul! ¡Ah, joder! —chillaba Hong-ki, incapaz de hacer cualquier otra cosa—. ¡Do-chul! —C-córrete… —susurró con voz temblorosa Do-chul, mientras continuaba arremetiendo con fuerza en su interior—. Ruega por ello… —¡Joder, por favor! —exclamó al instante Hong-ki, incapaz de presentar la resistencia que le sería habitual en otras circunstancias.  En otras circunstancias que no se parecieran en nada aquellas, con su cuerpo siendo objeto del más puro desenfreno y contenedor de la lujuria absoluta. Sus uñas volvieron a clavarse en la piel ajena, marcando con ellas un suave recorrido de líneas rojas sobre el pecho desnudo y cubierto de sudor de su pareja. —H-Hong-ki yo… —jadeó incontrolablemente Do-chul—, yo voy a… —¡Joder sí, hazlo! —gritó con desesperación Hong-ki, volviendo a arañar la piel, ahora apretando con más fuerza. Al instante, una buena cantidad de semen se filtró directamente de su polla, dibujando suaves líneas tanto en su abdomen como en el de Do-chul. Pocos segundos después, y tras dar una serie de empujones más, Do-chul también se corrió, rellenando con su propio semen el interior de su pareja. Aún se mantuvo un rato dentro, tratando de retrasar el momento en el que debiera salir, pero, para cuando su pene se encontró flácido y blando, no le quedó otra opción.  Retrajo sus caderas, sacando con un gruñido su pene del interior de Hong-ki y se dejó caer a su lado sobre la cama. —Me ha encantado —susurró, girándose sobre su costado para abrazar el cuerpo tembloroso y jadeante de su pareja—. Tú siempre me encantas… —L-lo mismo digo —le respondió Hong-ki, aún con la respiración acelerada y discordante.  De nuevo, sus cuerpos estaban juntos, demostrándose el uno al otro cuánto significaba para ellos el estarlo.  Porque esos momentos, al igual que los que les habían precedido, les pertenecían únicamente a ellos dos y no podían ser compartidos por nadie más. —Me debes una botella de soju —le dijo de pronto Do-chul, apretándole más contra su cuerpo mientras aún hacía frente a la falta de aire. —¿Y eso por qué? —preguntó Hong-ki, visiblemente confundido.  —Porque una de las peleas técnicamente no la he provocado yo… —¡Eres un idiota! —protestó Hong-ki, dándole un suave puñetazo en el hombro.  Ambos se rieron, juntos, agotados y satisfechos.  Sus cuerpos enrojecidos y llenos de las marcas que les identificaban como propiedad del otro, y sus respiraciones evidenciando el poco tiempo que les quedaba de consciencia.  —Te amo —susurró Do-chul, sintiendo como sus párpados se cerraban. —Yo también te amo… —murmuró a su vez Hong-ki, de una forma casi incoherente.
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