ID de la obra: 815

Te Odio Con Deseo (El Reclutador x Gi-hun) One-Shot Smut

Slash
NC-17
Finalizada
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
20 páginas, 10.690 palabras, 1 capítulo
Descripción:
Notas:
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Te Odio Con Deseo

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Las altas horas de la madrugada hacía tiempo que habían expulsado a la mayoría de los transeúntes..., o, al menos, a los más respetables. En la lejanía, todavía podían escucharse los cánticos lejanos de algún grupo de borrachos y los gritos de algún gamberro casual que decidía atentar a golpes contra cualquier zona que tuviera al alcance y con la que pudiera armar un escándalo. Tan solo los transeúntes más respetables se habían marchado..., y quizás por ese motivo Gi-hun estaba aún parado en mitad de la calle; hacía mucho tiempo que las caricias y los gemidos cubiertos de sangre le habían hecho sentir que ya no era alguien respetable. Allí estaba, cigarrillo en mano y observando el edificio cubierto de neones morados al otro lado de la calle, analizando cada uno de los trazos que conformaban la inmensa estructura como si fueran los contornos de un cuerpo desnudo. Volvió a acercar el cigarrillo a sus labios y aspiró con fuerza, llenando sus pulmones del mortal humo. Luego, lo retuvo unos instantes en su interior, como si en verdad estuviera tratando de ahogarse. Quizás, castigándose. Castigándose por todo: por las muertes que sentía en su espalda..., ahora cubierta de arañazos y mordiscos que en otras noches, muy similares a la que ahora le contemplaba, le habían arrancado miles de gemidos. Por fin, expulsó el humo con un suspiro y, acto seguido, lanzó el cigarrillo a medio consumir al suelo y lo pisó. Paulatinamente, la fuerza utilizada fue aumentando conforme el cigarrillo se desintegraba bajo la suela de su zapato, como si quisiera torturar a aquel objeto inanimado por su incapacidad para dejar de fumar. Luego, limpió los restos de ceniza en el asfalto, se encaminó hasta su coche, que había aparcado junto a la acera, y se subió. Dio al contacto y el motor rugió con fuerza. Acto seguido, puso el pie en el acelerador y lo pisó. El coche comenzó a moverse y, poco a poco, fue tomando velocidad, siguiendo los movimientos de Gi-hun quien, con gran agilidad, manejaba el rumbo del volante para dirigirse hasta su destino: aquel motel de luces moradas que había estado contemplando con tanto interés. Un motel que conocía perfectamente. Resultaba muy extraño, incluso irónico, que un hombre como él que se había rehusado a entrar en lugares como ese incluso antes de casarse, ahora viviera en uno y hubiera convertido aquel al que se dirigía en un lugar frecuente al que acudir, casi como si fuera su segunda casa. Por fin, su coche dio la vuelta al edificio y se introdujo por una pequeña rampa que llevaba hasta una gran puerta metálica, flanqueada a la izquierda por una caseta cubierta por rejas. Cuando se detuvo frente a la puerta de metal, bajó la ventanilla y, al instante, pudo escuchar el sonido de un micrófono al conectarse. —Buenas noches, señor —le saludó una voz amable desde la caseta—. ¿En que puedo...? —Habitación 456 —la interrumpió Gi-hun con impaciencia. Un breve silencio cubrió el aire de tensión, como si aquella petición hubiera sido demasiado estúpida como para ser siquiera respondida. —Lo lamento, señor —volvió a hablar la voz—. La habitación 456 requiere de... —Luz verde, luz roja —volvió interrumpirla a su vez Gi-hun. El silencio volvió a acuchillar su intercambio de palabras, pero no duró demasiado puesto que, tan solo unos segundos después, la enorme puerta de metal se abrió, dejando el paso libre. —Que pase una buena estancia, señor —habló por última vez la voz, antes de que el sonido del micrófono al desconectarse sonara. Gi-hun suspiró y volvió a pisar el acelerador. Estaba harto de siempre tener que cumplir con un protocolo tan estricto, aunque sabía que resultaba necesario si quería, como él mismo había pedido, que todo aquello quedara en el más absoluto secreto. Hacía más de dos años desde la primera vez que El Reclutador y él se habían acostado juntos. Y aquella había sido su caída a lo que, en su momento, había creído el infierno y que había terminado siendo su mayor adicción. Una adicción que le llenaba el pecho de culpa pero en la que siempre caía de nuevo. Con el paso del tiempo, y a medida que sus encuentros avanzaban en intensidad (llegando incluso a incluir pequeños juegos durante los mismos), había aceptado la realidad: no podía escapar de El Reclutador porque disfrutaba estar con él. Ahora, habían llegado a un punto en el que El Reclutador, haciendo alarde de la enorme riqueza con la que también contaba, había comprado toda la planta superior de ese motel y la había reformado al gusto de ambos, con lo que había convertido aquel espacio en su lugar de encuentro más habitual. A pesar de esto, dado que el conjunto del motel seguía perteneciendo al dueño del mismo, llegaron a un acuerdo con éste para que, mediante dos señales, la persona que se encontrara en la caseta, que funcionaba como recepción para los clientes, supiera reconocerles y les permitiera el acceso. La primera señal sería la sola mención de la "habitación 456", dado que así la había querido nombrar El Reclutador como parte de una broma cruel que encajaba perfectamente con su naturaleza burlona. La segunda señal, en busca de no perder la costumbre, se veía reflejada en la contraseña que, nuevamente, El Reclutador había escogido: "Luz verde, luz roja", en "honor" de aquel juego que había representado el inicio de su mayor tortura y fuente de sus pesadillas más habituales. Según él, aquel juego representaba todas las etapas por las que pasaba Gi-hun durante sus encuentros: la incertidumbre de lo que iba a ocurrir en una nueva sesión, el entendimiento de lo que debía pasar, la competición y participación propiamente dichas en el juego y, por último, el clímax que otorgaba la victoria/orgasmo. Para Gi-hun, sin embargo, tan solo era entendido como una forma más de burlarse. Con ambas señales, y bajo la promesa de guardarlas como un secreto entre ambos, tanto Gi-hun como El Reclutador se aseguraban de que ninguna persona ajena a su..., "relación" entrara en aquella planta que les pertenecía solo a ellos dos. Al fin, Gi-hun llegó hasta la cochera, la más apartada y escondida de todas dentro del recinto del motel, que tenía la puerta metálica subida y, en el interior de la misma, el número "456" escrito con grandes letras doradas. Sin perder un momento, giró el volante y metió el coche dentro de la misma. Al hacerlo, pudo ver que dentro ya se encontraba aparcado otro vehículo: un hermosísimo Genesis G90 de color negro que reconoció al instante. El coche de El Reclutador. Aparcó junto a él y, a través de la ventanilla del copiloto, observó el interior cubierto de cuero marrón chocolate. Una pequeña sonrisa le cruzó el rostro al recordar cuántas veces había manchado con su semen aquella tapicería que ahora se presentaba tan impecable como lo estaba siempre su dueño. Apartó la vista, negándose a caer nuevamente en sus pensamientos, y salió del coche. Luego, se dirigió hasta la pared que tenía justo enfrente, donde se encontraba un enorme ascensor que abarcaba una buena parte de la misma. Llamó al botón, esperó a que llegara y, cuando las puertas de metal se abrieron, se subió dentro. Al momento, el resplandor dorado de las luces en el interior le atacó los ojos con fuerza, como si tratara de cegarle. Dado que aquella cochera era exclusiva para acceder a la que era su habitación, el panel del ascensor tan solo tenía un botón, situado en el lateral izquierdo del mismo. Lo apretó y, al instante, las puertas volvieron a cerrarse tras él. Su cuerpo pareció relajarse, expulsando tanto el aire como la tensión que, sin quererlo, había retenido en su interior. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, dejándose envolver por la mínima sensación de elevación que le llegaba del ascensor a medida que este iba subiendo los pisos. Fase de incertidumbre. No importaba cuantas veces se hubieran acostado y cuantas cosas nuevas hubieran probado juntos, hacerse consciente de que se encontraba de nuevo en aquel ascensor y que eso significaba volver a ver al Reclutador, le atacaba los nervios. Aunque, por lo menos, ahora aquellos nervios respondían más a la emoción y la adrenalina que al miedo y la angustia que le habían acompañado las primeras veces. Conforme habían pasado las semanas y los meses, ambos habían conseguido reconocer la química que había entre ellos y habían terminado aceptándola. Y, a pesar de que no habían hablado sobre tratar lo que tenían como una relación romántica, si habían dejado muy en claro (y casi desde el primer momento) que aquello era algo que solo debía pertenecerles a ellos. No eran pareja, pero tampoco querían estar con nadie más, ni sexual ni románticamente. Por fin, el ascensor se detuvo en la planta correspondiente. Gi-hun tuvo aún un par de segundos para abrir los ojos y devolver su mirada al frente antes de que las puertas se abrieran, dejando ver tras ellas la habitación que conocía tan bien. Cuando El Reclutador había decidido comprar aquella planta para usarla como su zona de encuentro, no había escatimado en recursos para ambientarla justo al gusto de ambos. Los suelos y las paredes se encontraban cubiertas de una moqueta tan negra como la misma noche y que, junto a las luces rojas que se encontraban repartidas de forma estratégica a lo largo de todo el espacio, permitían dotar al ambiente de un aire oscuro y sensual. Perfecto para lo que allí ocurría. En cuanto a la distribución, habían dividido la enorme habitación en tres secciones que se posicionaban de forma horizontal con respecto al ascensor. En la primera sección, la más cercana a donde se encontraba en ese momento Gi-hun, había un espacio libre que permitía observar buena parte del resto del conjunto. A la izquierda de esta misma sección se encontraba una larga barra de bar pegada a la pared y, tras la misma, grandes estanterías repletas de botellas de diversas formas y colores. En el lateral derecho, se extendía un gran espacio donde podían verse, colgados de la pared y ordenados sobre diferentes mesas, numerosos juguetes: mordazas de bola, pinzas para los pezones, plugs y consoladores de muchos colores y tamaños, vendas para los ojos, cuerdas gruesas y finas, lubricantes de diferentes sabores, etcétera. La segunda sección había sido dispuesta, por capricho exclusivo de El Reclutador, con la forma de un escalón de medio metro de altura por encima del resto del suelo al que se accedía mediante tres escalones situados a cada lado del mismo, de forma que funcionara como "puente" entre la primera y tercera sección. A la izquierda se disponía una enorme cama que abarcaba casi en su totalidad el ancho de la sección y, en el lateral derecho, una gran ducha de puertas acristaladas lo suficientemente espaciosa como para que cuatro personas pudieran moverse libremente en el interior. Por último, en la tercera sección (a la que se accedía bajando las escaleras al otro lado del escalón artificial), se hallaba una amplia piscina que cubría de lado a lado toda la zona. También allí podían verse unos enormes ventanales que llegaban del suelo al techo y que servían como pared final de la habitación, ofreciendo tras ellos una hermosa vista de Seúl, bañada por las luces neones moradas, rosas y azules. El detalle final, que nuevamente respondía a una excentricidad de El Reclutador, podía encontrarse mirando el techo, que se estaba recubierto en su totalidad por espejos. A partir de los mismos, se podía observar cualquier punto de la habitación sin importar donde se encontraran colocados. Gi-hun por fin salió del ascensor, permitiendo que las puertas de metal se cerraran tras él. El aura rojizo y ennegrecido le recibió, envolviéndole con ese aura de misticismo y peligro que siempre parecía rodear a El Reclutador. «¿Aún no ha llegado?», se preguntó extrañado. Antes de que pudiera girar la cabeza en busca de una respuesta, pudo sentir como un frío metal se apoyaba directamente contra su sien derecha. El chasquido de un arma siendo amartillada flotó por el aire. —Llegas tarde. Gi-hun no pudo evitar sonreír. Aquella voz le era demasiado conocida como para siquiera dudar de a quién pertenecía. —Al menos ya estoy aquí —respondió, al tiempo que su cuerpo giraba hacia la derecha. Poco le importó que la pistola siguiera el movimiento de su cabeza, y mucho menos que, cuando finalizó su recorrido, aún se mantuviera pegada a la piel, justo sobre su frente. Hacía tiempo que ya no temía a lo que las armas pudieran hacerle. No le asustaban los fuertes sonidos que emitían las pistolas o los subfusiles al descargar sus balas y tampoco le angustiaba la sensación de la sangre sobre su cuerpo. Y, también, había dejado de temer que aquel hombre que tenía justo frente a él, con su pelo perfectamente engominado y peinado, y vestido con un hermoso y caro traje, fuera quien sujetara aquellas mortales armas. Ya no temía a El Reclutador. —Llegas tarde —repitió éste, cuando sus miradas por fin se encontraron—. ¿Por qué? —¿Tanto me has echado de menos? —se burló Gi-hun, ampliando su sonrisa. —No estás contestando a mi pregunta —le reprendió El Reclutador, frunciendo el ceño. Acto seguido, dio un paso al frente y, en consecuencia, provocó que Gi-hun diera otro hacia atrás. —¿Estás celoso? —continuó burlándose Gi-hun, mientras seguía su caminata de espaldas. —Me deseas demasiado para estarlo. —¿Y acaso tú no lo haces? Ante aquella nueva provocación, El Reclutador movió rápidamente su mano libre y le empujó hacia atrás. Gi-hun pudo sentir como su garganta se cerraba, impidiendo que el aire escapara de sus pulmones, al tiempo que sus manos se movían hacia atrás, tratando de amortiguar lo que creía que sería un golpe contra el suelo. Sin embargo, sus manos fueron a dar contra una gran estructura de madera que fue la encargada de detenerle. «La barra del bar», logró pensar a toda velocidad, justo antes de que El Reclutador le diera alcance. —Sigues sin responder a mi pregunta —le dijo éste, acorralándole en su lugar y colocando nuevamente la pistola en su sien derecha; aunque, en esta ocasión, la mantuvo inclinada, casi como si quisiera acariciarle con ella. —Tú tampoco estás respondiendo a la mía —replicó Gi-hun, aún tratando de mantener un tono provocativo a pesar de que sus pulmones no habían recuperado el ritmo normal de su respiración—. ¿Acaso tú no me deseas? —Por supuesto que lo hago —susurró El Reclutador, apoyando su mano libre también sobre la barra y acercando su rostro peligrosamente al de Gi-hun—. Ahora, responde —insistió—. ¿Por qué has llegado tarde? Mientras decía aquellas palabras, fue deslizando el cañón de la pistola por el lateral de su cara, deteniéndola justo en la mejilla. —¿Seguro de que no estás celoso? Como respuesta, la pistola se colocó bajó su mentón, empujándolo hacia arriba y obligándole así a echar su cabeza hacia atrás. —Estás poniendo a prueba mi paciencia demasiado temprano —le regañó El Reclutador, apretándose más contra él. Con esto, su boca quedó flotando por encima del cuello de Gi-hun y las caderas de ambos quedaron se conectaron en su totalidad. Sus penes vestidos se rozaron muy levemente a través de la tela y Gi-hun tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no frotarse contra la leve dureza que podía notar en los pantalones contrarios. Sentía la respiración de El Reclutador sobre su garganta, moviéndose de un lado a otro como una amenaza constante de que en cualquier momento podría abalanzarse para morder y arrancarle la yugular. —Reconocería ese apestoso olor a kilómetros de distancia —murmuró y, luego de una ligera pausa que terminó por crispar los nervios de Gi-hun, añadió una simple pregunta—: ¿Has estado fumando de nuevo? —Y-yo... Antes de que Gi-hun pudiera terminar su tartamudeo, El Reclutador separó la pistola de su mentón y, con un rápido movimiento, le tomó por la manga de la chaqueta, obligándole a girar sobre sí mismo. En cuestión de unos segundos, se vio con las palmas de las manos apoyadas sobre la madera de la barra y con El Reclutador detrás de él, tomándole de forma posesiva por la cintura y apretando su pelvis contra su trasero. —No te atrevas a mentirme, Gi-hun —le advirtió éste, pasando la pistola por debajo de su brazo derecho y colocándola de nuevo bajo su mentón para obligarle alzar la cara. Gi-hun se estremeció. Y es que, resultaba verdaderamente escalofriante hacerse consciente de lo mucho que aquel hombre parecía conocerle. Sin esperar una respuesta de su parte, El Reclutador apoyó la barbilla sobre su hombro izquierdo, haciendo que su pecho quedara conectado con la espalda de Gi-hun. —Te toca responder —le susurró al oído—. Y más te vale que lo que digas no sea una mentira. —S-solo... —tartamudeó con nerviosismo Gi-hun—, sólo ha sido un cigarrillo... —Y esto solo es una bala —respondió secamente El Reclutador, empujando con más fuerza el cañón de la pistola hacia arriba—. ¿Quieres que la meta en tu cabeza? Gi-hun gimió ante el gesto. Podía sentir como la piel en su cuello se estiraba de forma incómoda por la nueva postura que había adoptado su cabeza. Y, sin embargo, la sensación que predominaba en su cuerpo era la de placer al sentir el cuerpo de El Reclutador cubriéndolo casi al completo. Su pecho palpitando contra su espalda. Su suave respiración golpeándole los tímpanos sin parar, formando una rítmica y hermosa melodía. La mano en su cintura cuyos dedos parecían enredados a la tela, aferrados a la idea de mantenerse allí para siempre. Y su polla, creciendo en el pequeño espacio que quedaba entre ellos. —L-lo siento... —jadeó, cerrando los ojos con fuerza, buscando hacerse aún más consciente de la excitante sensación de verse acorralado. —Oh, no, Gi-hun —susurró divertido El Reclutador y Gi-hun pudo notar como movía la cabeza sobre su hombro, negando lentamente. Luego, acercó más la boca hasta su oído y añadió—. Sabes cómo se solucionan las cosas aquí... El aire cálido de su aliento le erizó la piel. Su voz siempre sonaba tan seductora y atrapante, tan misteriosa y peligrosa, que resultaba adictiva. Su droga personal. Con pesar, Gi-hun tuvo que sufrir el momento en el que El Reclutador se apartó por completo, llevándose consigo todo el calor que tanto le había reconfortado y dejando paso a la fría sensación del vacío. —Había pensado en un juego para hoy —habló El Reclutador a su espalda—, y creo que vendrá perfecto para esta ocasión. —¿Pretendías castigarme sin haber hecho nada? —preguntó divertido Gi-hun, atreviéndose por fin a darse la vuelta. Podía notar su cuerpo tembloroso por la expectación. —Siempre que nos reunimos terminas mereciendo un castigo —respondió El Reclutador, enarcando una ceja con altivez al tiempo que una sonrisa socarrona se formaba en sus labios—. Tan sólo adelanto el trabajo. —No suena muy justo —protestó Gi-hun, ligeramente ofendido. No es que le molestaran los castigos de El Reclutador. A fin de cuentas, siempre estaban pensados para proporcionarles placer a ambos, pero, insinuar que merecía en todas las ocasiones un castigo de su parte sería como asumir que no era capaz de comportarse. —Eres libre de irte —le recordó El Reclutador, colocando sus manos entrelazadas tras la espalda con aire arrogante e inclinando su cabeza hacia la izquierda, donde se encontraba el ascensor. Y no era ninguna mentira. Siempre, desde el primer momento en el que habían iniciado aquella extraña relación entre ambos, habían dejado muy claras las características inherentes a la misma: libertad total de abandonar en cualquier momento los juegos si así se quería. Pero eso nunca había pasado. Gi-hun apretó los labios y clavó su mirada en El Reclutador. Agachó un poco su cabeza, adoptando una posición de falsa sumisión que, esperaba, fuera suficiente para convencerle de continuar. —Bien —volvió a hablar El Reclutador ante su falta de movimiento—. Desnúdate. Y, sin decir ni una sola palabra más, giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la enorme zona situada a la derecha del ascensor, donde se encontraban todos los juguetes y utensilios que había dispuesto durante la construcción de aquel lugar para que ambos "disfrutaran de todo el placer que pudieran provocarse mutuamente", según las palabras del mismo Reclutador. Sin perder un instante, comenzó a quitarse la chaqueta de cuero y, cuando ésta cayó al suelo, procedió a hacer lo mismo con su camisa. Cada uno de sus movimientos parecían demasiado automáticos y es que su atención estaba fija en El Reclutador, que se encontraba junto a una de las mesas, dándole la espalda y moviendo sus manos de un lado a otro sin darle la posibilidad de ver lo que estaba haciendo. Se mordió el labio inferior con nerviosismo y rápidamente se inclinó hacia adelante para deshacerse de sus pantalones y su ropa interior, que fueron apartados a un lado junto al resto de su ropa. Al mismo tiempo que la última prenda cayó lejos, El Reclutador al fin se dio la vuelta. —Buen chico —le alabó éste, recorriéndole de arriba a abajo, saboreando con la mirada cada tramo de su cuerpo desnudo. En sus manos ya no se encontraba la pistola, que había sido abandonada sobre la mesa. En cambio, sostenía lo que parecía dos trozos de tela gruesa. El Reclutador esbozó una ligera sonrisa y volvió a acercarse. Cuando estuvo justo frente a Gi-hun, este pudo reconocer mejor qué era aquello que tenía entre las manos. —¿Un recuerdo? —se burló. Eran esposas, de aquellas que se usan comúnmente en los centro psiquiátricos para atar a los pacientes a las camas y evitar que lesionen a otros o a ellos mismos. Pero tenían una particularidad: eran piezas sueltas, no se encontraban unidas entre ellas. El Reclutador le tomó bruscamente una de las manos y comenzó a enrollar la tela de una de las esposas alrededor de la muñeca. —Nunca he estado en un manicomio —se defendió. —Sé que no eres fácil de atrapar —continuó burlándose Gi-hun, observando con atención como su muñeca desaparecía bajo cada nueva capa de tela. —¿Ves como siempre terminas ganándote un castigo? Aquello hizo reír a Gi-hun. Resultaba extraño pero, después de tanto tiempo, habían logrado tomar una complicidad entre ambos tan grande que les permitía burlarse el uno del otro de forma casi constante. Provocándose mutuamente bajo la consciencia de que no existirían repercusiones realmente dañinas de por medio. Casi como lo haría... Una pareja. Cuando El Reclutador terminó con aquella mano y pasó a la siguiente, Gi-hun pudo darse cuenta de un detalle que le había pasado desapercibido hasta el momento: uno de los laterales de la esposa que ya tenía colocada poseía una argolla de metal de la que pendía un mosquetón. Instintivamente, giró la cabeza para buscar su otra mano. Y allí estaba, la misma argolla y el mismo mosquetón en uno de los laterales de la esposa. —¿Tienes miedo? —le preguntó El Reclutador, terminando de ajustar la segunda esposa. —No —respondió rápidamente Gi-hun—. Confío en ti. —¿Y yo soy el del manicomio? —se burló El Reclutador, volviendo a mirarle a los ojos. —A estas alturas, ambos lo somos. Una media sonrisa se formó en los labios de El Reclutador. —Me parece bien —dijo, asintiendo ligeramente con la cabeza. Luego, volvió a fijar su mirada en las ataduras que pendían de las manos de Gi-hun y preguntó—: ¿Te aprietan? Gi-hun negó con la cabeza. —Entonces —dijo El Reclutador, alzando su brazo derecho para señalar hacia la zona de las escaleras—, ve a la cama. Sus palabras bien podían sonar como una invitación, pero Gi-hun sabía que no lo eran. Eran una orden. Una orden que no pensaba incumplir por nada en el mundo por lo que, sin rechistar, se giró hacia la dirección indicada y comenzó a caminar. Pronto, llegó hasta los tres escalones que conformaban la escalera y los subió con prisa, casi con ansia. Ahora que se encontraba junto a la cama, se dio cuenta de un nuevo detalle: justo por encima de los pies de la misma, y entre los múltiples espejos del techo, se encontraba un pequeño sistema de engranajes, que se perdía en el interior del propio techo, y del cual colgaban dos juegos de cadenas. Se quedó unos instantes paralizado, observando aquellas cadenas que pendían a medio metro por encima del colchón. Estaba completamente seguro de que la última vez que había visitado aquella habitación ese mecanismo no estaba, y mucho menos las cadenas. —¿Te resulta interesante? Gi-hun se sobresaltó; la voz de El Reclutador había sonado justo al lado de su oreja, con un susurro interesado y divertido. Se había quedado tan ensimismado observando las relucientes cadenas que no se había percatado de que El Reclutador ya le había dado alcance, y se encontraba detrás de él. Trató de recuperar la compostura y se giró para enfrentarlo. Al hacerlo, pudo saber que se había dado cuenta de su sobresalto pero, aún así, trató de mantenerse lo más sereno posible, escondiendo cualquier rastro de vergüenza en su cara. —Son unas simples cadenas, ¿qué tienen de interesante? —contestó en tono desafiante. El Reclutador enarcó una ceja de forma arrogante; parecía satisfecho ante aquella respuesta. —Súbete a la cama —le ordenó con una media sonrisa. Luego, se inclinó un poco hacia él, haciendo que sus rostros quedaran a pocos centímetros, y añadió con un susurro—: Te mostraré por qué lo son. Un fuerte escalofrío recorrió como un rayo la columna vertebral de Gi-hun. De inmediato, volvió a obedecer, alejándose de El Reclutador, como si temiera que éste se hiciera consciente de cómo sus simples palabras le habían desarmado y acercándose más a los pies de la cama. Justo cuando iba a subirse a la misma, la voz de El Reclutador volvió a sonar a su espalda: —De rodillas y de espaldas a la pared, Gi-hun —le indicó—. Quiero que estés bajo las cadenas. Gi-hun vaciló por un instante, pero no tardó ni un par de segundos en mover su cuerpo y dirigirse al lateral de la cama. Una vez allí, apoyó sus manos sobre el colchón, sintiendo como las yemas de sus dedos se rozaban contra las suaves sábanas color vino, y se encaramó sobre el mismo. Una vez arriba, gateó hasta encontrarse justo en el lugar indicado, bajo aquellas cadenas que permanecían a no más de unos pocos centímetros por encima de su cabeza, y se arrodilló, con lo que el final de las cadenas quedó justo a la altura de sus ojos. Desde su nueva posición pudo ver de nuevo al Reclutador, situado de pie frente a la cama, observándole con un interés genuino y aquella mirada tan altiva y arrogante que parecía siempre acompañar su expresión. En su mano, Gi-hun pudo volver a ver el arma que, minutos antes, había dejado abandonada sobre la mesa de los juguetes. Aquella arma que casi parecía una extensión de su propia mano. Sin decir una sola palabra, El Reclutador dio unos cuantos pasos hacia adelante, situándose justo a los pies de la cama, a pocos centímetros de Gi-hun. Entre ellos, tan solo estaban aquellas cadenas que sobresalían del techo. Luego, se inclinó hacia adelante y dejó el arma a un lado de las piernas flexionadas de Gi-hun. Éste no se movió ni un centímetro, pero la cercanía de El Reclutador, que casi llegaba a tocar con su mejilla su abdomen desnudo, logró ponerle nervioso. En su recorrido de vuelta a la posición inicial, El Reclutador lanzó sus manos hacia adelante, tomando al mismo tiempo los dos mosquetones que colgaban de las esposas de Gi-hun. Acto seguido, tiró de los mismos, obligándole a subir los brazos en el proceso y enganchándolos con un chasquido a los eslabones finales de las cadenas. De esta forma, las manos de Gi-hun quedaban colgando a los lados de su cabeza. Luego de asegurarse de que los enganches estaban bien colocados, El Reclutador volvió a mirarle directamente a los ojos, como tratando de encontrar en estos algo parecido a la confusión. Pero no había nada de eso, sino algo mucho mejor: desafío. Los ojos de Gi-hun le observaban entrecerrados, atentos a cada uno de sus movimientos como si estos se hubieran vuelto lo único que conformaba su mundo. Y, en parte, era así. Porque, cuando estaban juntos, no importaba nada de lo que pudiera suceder fuera de aquellas cuatro paredes. No existían los juegos ni la sangre que en ellos se derramaba. Los valores y las luchas personales que los convertían en enemigos declarados se desvanecían en el aire de sus alientos, como si nunca hubieran existido. Solo estaban ellos, disfrutando del deseo que les igualaba. —¿Te estás poniendo nervioso? —preguntó divertido El Reclutador, sin apartar un instante su vista. Pero su pregunta, más que una respuesta, buscaba una reacción que, para su satisfacción, logró ver al instante en los músculos de Gi-hun. Su cuerpo, como en otras tantas ocasiones anteriores, le había traicionado. Con tan solo una simple pregunta, El Reclutador había logrado que Gi-hun creyera, inconscientemente, que algo en sus gestos o en el aspecto de su postura mostraba un nerviosismo que, aunque vivía bajo su piel, no quería exteriorizar. Y, en un intento de arreglar su error, había roto por completo la máscara de su serenidad, tensando sus músculos de forma impulsiva para tratar de mostrarse más firme y desafiante. —Emocionado, tal vez —respondió Gi-hun y, para su desgracia, un ligero temblor en la voz terminó por confirmar la mentira en sus palabras. Una media sonrisa se formó en los labios de El Reclutador. —Pensé que habíamos dejado claro lo de no mentirme —dijo y, sin darle tiempo de responder, dio un par de pasos hacia atrás, alejándose. Gi-hun tragó saliva. Deseaba poder contestar algo y defenderse de alguna forma, pero sabía que cualquier intento de su parte de negar la pura realidad que ambos conocían estaba condenada al fracaso. Por lo mismo, se limitó a observar como El Reclutador volvía a girarse y bajaba las escaleras para dirigir sus pasos hacia la sección en la que se encontraban todos los juguetes con los que podía "torturarle". Una vez allí, comenzó a pasearse con lentitud entre las mesas y observó cada uno de los objetos expuestos en las paredes como quien mira los cuadros de un museo. Cualquiera que lo viera ni siquiera podría imaginar que aquel hombre, que parecía tan despreocupado de su alrededor, pudiera tener a otro hombre completamente desnudo, encadenado al techo y hambriento de sus atenciones. —¿Qué prefieres hoy, Gi-hun? —preguntó de pronto en voz alta, girándose para observarlo—. ¿Sabor fresa o sandía? Por toda respuesta, y sin comprender muy bien la pregunta, Gi-hun inclinó la cabeza a un lado, como exigiendo más información. —El lubricante —explicó El Reclutador—. ¿Fresa o sandía? —Sandía —contestó por fin Gi-hun. El Reclutador asintió, tomando un bote de color rojo de una de las mesas y regresando por donde había venido. Subió de nuevo las escaleras y se acercó hasta la cama. Pero, lejos de colocarse frente a Gi-hun como había hecho anteriormente, caminó por el lateral, dejando junto a las piernas de éste el bote de lubricante, y se dirigió hacia la pared. La falta de información visual hizo que el aire se congelara en los pulmones de Gi-hun y la adrenalina se disparara en sus venas. Aunque su confianza en él era plena, nunca había logrado desterrar aquella pequeña vocecilla de su cabeza que le suplicaba que nunca olvidara que aquel hombre seguía siendo, al menos técnicamente, su enemigo. Un hombre al que debía odiar... Y que, sin embargo, deseaba. —Hoy no pretendo amordazarte —habló El Reclutador a sus espaldas—, así que tan solo necesito que me recuerdes tu palabra de seguridad. Acto seguido, apretó un botón que se encontraba junto a la pared y las cadenas comenzaron a subir, siendo engullidas a cada segundo por el mecanismo del techo y elevando de esa forma los brazos de Gi-hun. —Tteokbokki —contestó éste cuando, tras pulsar de nuevo el botón, las cadenas se detuvieron. Ahora sus brazos se encontraban estirados por encima de su cabeza, aunque no de forma completa por lo que aún podía mantener un cierto movimiento en los hombros y los codos que le permitía doblar sus brazos ligeramente. El nuevo silencio permitió a Gi-hun escuchar los pasos, lentos y firmes, de El Reclutador moviéndose por encima de la moqueta negra, regresando justo por donde había venido. Por fin, ambos volvieron a quedar frente a frente, ahora sin la pequeña separación de las cadenas entre ellos. Las manos de El Reclutador se movieron hacia adelante y se posaron en la cintura de Gi-hun. Éste, pudo notar como los músculos de sus brazos se tensaban al instante, y no por miedo, sino con alivio. Por fin le estaba tocando. —Siempre has sido tan hermoso —susurró El Reclutador, bajando la vista hasta su manos, que se aferraban a la carne de su cintura con posesividad. Pronto, aquellas manos volvieron a moverse, recorriendo con curiosidad sus caderas y el abdomen, acariciando cada línea de la piel como si fuera lo más preciado que había visto nunca. La suavidad de sus manos hacía que los roces fueran cómodos y agradables, contribuyendo a que la erección de Gi-hun fuera creciendo poco entre sus piernas, tal y como si buscara ser reconocida por el hombre que le dedicaba tales atenciones. Sin embargo, y casi en un acto cruel y despiadado, la manos del hombre subieron por los costados de su cuerpo, dibujando los contornos de las costillas pegadas a la piel e ignorando vilmente aquella muestra de excitación. Las caricias se deslizaron por el pecho y, como si fuera el recorrido natural a seguir, terminaron subiendo por el cuello. El ligero roce de las yemas de sus dedos sobre aquella sensible piel causó un fuerte escalofrío en Gi-hun. —Demasiado sensible para ser tan fiero —se burló El Reclutador, sonriendo con soberbia. Acto seguido, colocó sus manos por debajo de la mandíbula de Gi-hun, dejando sus pulgares por encima de las mejillas de forma que, al empujar hacia arriba, la cabeza de éste quedara ligeramente inclinada hacia atrás. El aire volvió a quedarse atascado en los pulmones de Gi-hun. La cercanía de El Reclutador y sus atenciones cada vez más cercanas y seductoras le estaban volviendo loco: podía notar la piel en su cuello estirándose ante la fuerza de las manos, los músculos de sus brazos luchando contra la restricción de las cadenas y las esposas, y su pene palpitando entre sus piernas con sumo interés. Como si fuera consciente de todo el caos que estaba generando en su cuerpo, y como si quisiera incendiarle aún más la mente, se inclinó hacia adelante, dejando sus labios a pocos centímetros de distancia. —Eres tan bueno... —le susurró, rozando de forma delicada y casual sus labios, sin decirse nunca a unirlos—. Y eres todo mío... La respiración de Gi-hun volvió a reanudarse, de forma entrecortada y acelerada ante aquellas palabras. Claro que le pertenecía, ambos se pertenecían el uno al otro. Pero siempre había quedado eso muy claro entre ambos, ¿por qué decirlo ahora? No eran celos, eso era seguro; como el mismo Reclutador había dicho, y con mucha verdad en las palabras escogidas, "le deseaba demasiado para ello". Pero entonces, ¿por qué? Y de repente, todo cobró sentido en su cabeza. El juego no se trataba solo de un castigo por el hecho de que fumara o no (aunque sabiendo lo sensible que era El Reclutador con ciertos olores estaba seguro de que algo de relación existía), sino en la búsqueda del dominio. De seguir sometiendo su fiereza con el esfuerzo de sus cuidados y caricias. Fase de entendimiento. Ahora ambos sabían a que estaban jugando: ganarle los nervios al Reclutador y hacer que se saliera de aquel personaje lleno de contención o ser sometido bajo el placer que pretendía provocarle y que fuera el propio Reclutador quien lograra ganarle a él los nervios. Un juego de poder. Fase de competición y participación propiamente dicha en el juego. —¿Soy tuyo? —dijo Gi-hun, con un tono cargado de soberbia. —¿De quién si no? —preguntó a su vez El Reclutador, volviéndole a tentar con el roce de sus labios. —¿No se supone que la pertenencia se conquista? El Reclutador sonrió levemente. —Veo que has descubierto en qué consiste el juego de hoy... —Y no he dicho mi palabra de seguridad —completó Gi-hun, aún con más arrogancia. La sonrisa de El Reclutador se amplió notablemente. —Joder, me encantas... —susurró. Y, antes de que Gi-hun pudiera siquiera pensar en la posibilidad de contestar, se abalanzó sobre él, conectando sus labios en un beso feroz y salvaje que terminó por demoler los últimos cimientos de cordura que podía quedar entre ellos. Grandes columnas de humo rojo parecieron surgir en sus mentes, cegándoles de todo aquello que no fueran sus labios moviéndose de forma rítmica y constante en la boca contraria. Saboreando sus anhelos y la tensión acumulada hasta el momento. El aire siendo expulsado con cada gemido que emitían de forma inconsciente sus gargantas, como si el alivio las estuviera consumiendo en cada nuevo movimiento que les permitía conocer más de sus bocas. Las lenguas no tardaron en encontrarse, entrelazándose en un baile de pasión y lucha feroz que iba cambiando de terreno cada pocos segundos. Con la saliva entremezclándose y manchando sus labios con la dulzura de su sabor. Por fin, se separaron. Sus respiraciones, cálidas y jadeantes, se encontraron en el pequeño espacio que cruelmente les distanciaba. —¿Listo para perder? —le susurró burlonamente El Reclutador, observando los ojos llenos de lágrimas por el placer y la falta de aire. —Yo soy un ganador —respondió Gi-hun con toda la fuerza que fue capaz de reunir en la voz. —Ni siquiera sabes si yo también lo soy. —Pero sé que ahora no lo vas a ser. El Reclutador soltó una pequeña carcajada y se mordió el labio inferior con complacencia. Siempre supo que había algo diferente en Gi-hun. Desde el momento en el que le reclutó para su edición en los juegos, supo que había algo que le distinguía del resto. Algo que permanecía oculto bajo aquella nobleza que tanto le caracterizaba. Era noble y bueno, pero también existía un guerrero entre todas esas capas de inocencia y virtud. Un guerrero que no podía permitirse perder, ya fuera emocional o físicamente. Sus batallas eran únicas, y las peleaba derramando toda la sangre que fuera necesaria. Y eso, resultaba excitante. Al fin, le soltó la cabeza, reprimiendo el instinto de volver a besarle, y se alejó nuevamente de su cuerpo. Una vez estuvo a un par de pasos de distancia de la cama, y bajo la atenta mirada de Gi-hun, metió los dedos por debajo del nudo de su corbata. Pronto, el nudo comenzó a suavizarse, hasta formar un hueco perfecto por el que sacó su cabeza. Lanzó la tela a un lado, como si no le importara lo más mínimo, y volvió mover sus manos hacia las solapas de su americana. Al retirar esta pieza de su traje hacia atrás, la tela de la camisa que se encontraba justo debajo, a la altura de sus hombros, se tensó, enfrentándose contra la fuerte musculatura de su cuerpo. Tiró la americana a un lado, con el mismo descuido con el que se había deshecho de su corbata, y rápidamente colocó sus manos sobre su cuello para comenzar a desabotonar su camisa. —Te voy a destrozar —amenazó. Pero Gi-hun no respondió, ensimismado como estaba en la revelación que poco a poco se ejercía del cuerpo contrario ante sus ojos. La piel del pecho comenzó a asomarse tras la tela, permitiendo que las luces rojizas de la habitación fluyeran por sus pectorales primero y luego por las líneas que delimitaban su abdomen, fuerte y marcado. Gi-hun observó con atención como la camisa era retirada de aquel cuerpo, permitiendo que el torso de El Reclutador se viera bañado por completo de rojo. Como bañado en sangre. Las manos siguieron moviéndose, disfrutando de ser seguidas por los ojos de Gi-hun, hasta los pantalones del traje y se enredaron inmediatamente sobre el botón que allí se encontraba. Al mismo tiempo que se deshacía del botón, sus piernas se movieron con rapidez, expulsando de sus pies los elegantes y caros zapatos negros que llevaba y lanzándolos descuidadamente a un lado. Una vez los tuvo lejos, agarró la cinturilla de los pantalones y tiró hacia abajo, llevándose consigo la ropa interior. Cuando se incorporó de nuevo, Gi-hun pudo ver entre sus piernas una reluciente erección, firme y apretada, que le llenó por completo la vista y los instintos. —Veamos si has escogido bien el sabor —dijo El Reclutador, caminando hacia él. Tras él dejaba aquellos pantalones de traje que hasta hacía unos escasos minutos le habían cubierto, pero no le importaba. Gi-hun pudo leer claramente en sus pasos, que ya no eran tan firmes ni elegantes, sino rápidos y ansiosos, que en aquel momento ya no tenía frente a él a ese hombre que siempre trataba de mantener un aspecto impecable. Frente a él, tenía la versión más salvaje y desquiciada de El Reclutador. Esa versión a la que no le importaba saltar sobre panes en una plaza llena de gente, ni despeinarse o arrugar su elegante traje en el ejercicio de dicha tarea (no era la primera vez que lo hacía, y estaba seguro de que no sería la última). O esa a la que no le intimidaba colocarse una pistola sobre la cabeza y apretar el gatillo casi sin pestañear. Esa versión dispuesta a devorarlo. Por fin, se detuvo a los pies de la cama y se inclinó para tomar el bote de lubricante que había dejado junto a Gi-hun. Al incorporarse, se encargó de hacer sonar de forma estruendosa la tapa al abrirlo. Luego, colocó el bote justo a la altura de sus ojos, de forma que Gi-hun pudiera observarlo bien, y le dio la vuelta, al tiempo que situaba su mano izquierda debajo. Un fino hilo de color rojo comenzó a fluir con delicadeza hasta estrellarse contra la palma. Cuando tuvo una buena cantidad, esparció el lubricante por toda su erección y cerró la botella. Después, alzó de nuevo su vista, encontrándose de frente con la mirada expectante de Gi-hun. —A ver qué puedes hacer —le desafió, haciendo rodar el bote de lubricante junto a la pistola, situada a la izquierda de Gi-hun. Movió su mano derecha (que se encontraba libre) hasta la parte posterior de la cabeza de Gi-hun y le tomó por el pelo mientras que con su mano izquierda sujetaba su dura erección hacia arriba. Luego, presionó ligeramente la cabeza de Gi-hun, incitándole a inclinarse hacia adelante. Por fortuna, había tomado la precaución de no subir demasiado la altura de las cadenas, con lo que los hombros de Gi-hun lograron rotar hacia atrás sus brazos para lograr que su cuerpo bajara. Pronto, sus labios rozaron directamente con el glande enrojecido de El Reclutador. Quizás, si tuviera la mente más clara, Gi-hun se habría resistido un poco, casi tratando de lograr que El Reclutador le suplicara. Pero, bajo aquellas circunstancias, con el delicioso olor a sandía inundándole las fosas nasales y la tensión en los músculos de sus brazos, lo único de lo que podía estar seguro es que lo que menos había dentro de su cabeza era claridad. Sin pensarlo más, abrió la boca y permitió al glande entrar en su boca. —Joder... —jadeó El Reclutador, cuando pudo sentir como la cálida sensación de aquella lengua y boca lo recibían—. Eres un buen chico... Los gemidos y jadeos se entremezclaron en el aire, acompañando el suave movimiento de sus caderas, que buscaban desesperadamente encajar toda su erección dentro. Por fin, pudo sentir como su pelvis chocaba contra los labios abiertos de Gi-hun y una descarga eléctrica le recorrió la columna vertebral como un chispazo. Su mano, aún enredada en el pelo, continuaba apretando hacia adelante, impidiendo a Gi-hun escapar. Éste, anticipando aquel comportamiento por parte del Reclutador, trataba de mantener su respiración controlada y tranquila, usando únicamente su nariz para llenar de aire sus pulmones y manteniendo su garganta relajada para evitar las arcadas. Ambos sabían que El Reclutador tan solo estaba probándole, midiendo cuánto era capaz de aguantar en aquella postura que no podía representar una mejor oportunidad de ganar. Porque, ¿qué más pruebas se necesitan para dar una victoria si Gi-hun se rendía teniendo su polla atascada en la boca? Pero era una apuesta arriesgada. ¿Acaso El Reclutador sería capaz de aguantar sin moverse mucho más tiempo? Se mantuvieron así durante lo que pareció una eternidad hasta que el paso de los segundos, el calor y la impaciencia terminaron por dar un veredicto. —Mierda... —susurró El Reclutador, retirando levemente sus caderas para luego volver a balancearlas hacia adelante. Gi-hun sonrió, aún con la boca ocupada. Para él, tan solo había sido una batalla ganada (aún quedaba mucho por delante que pelear) pero, al menos, ya le llevaba ventaja al Reclutador. —Como sigas sonriendo así pienso reventarte la puta garganta —le amenazó El Reclutador, lanzando un potente golpe de sus caderas. Gi-hun gimió ante aquel movimiento repentino, pero rápidamente se recompuso y, sin apartar la sonrisa de su boca, comenzó a mover su lengua de un lado a otro, rozando tanto como le era posible la polla que le estaba embistiendo. Las estocadas se volvieron más fuertes; El Reclutador había leído perfectamente lo que significaba aquella iniciativa de su parte: Atrévete. El chasquido húmedo de su polla rozando contra los labios llenó toda la habitación, acompañando sus gemidos ahogados, los jadeos incontrolables de El Reclutador y las respiraciones entrecortadas y pesadas de ambos. Aquello se mantuvo por unos instantes más hasta que, de pronto, de una forma repentina y brusca, un tirón del pelo apartó a Gi-hun. Un fino hilo de saliva cayó de sus labios hasta el colchón. Frente a sus ojos vidriosos por el esfuerzo, se alzaba, aún dura y rígida, la erección de El Reclutador, impregnada por una fina capa de su saliva que la hacía relucir al contacto con las luces rojizas. —¿Qué pasa? —preguntó un jadeante Gi-hun, tratando de marcar en su tono la burla—. ¿Casi hago que te corras? El Reclutador le tiró del pelo con fuerza, inclinándole hacia atrás la cabeza y haciendo que sus miradas se encontraran. —Solo has ganado una ronda —le espetó éste, con la voz levemente temblorosa—. Aún puedo destrozarte. —¿Puedes? —volvió a burlarse Gi-hun, aún tratando de recuperar el aire—. Tal y como estás temblando lo dudo... —Cabrón arrogante —escupió El Reclutador, apretando más su agarre sobre el pelo y provocando que Gi-hun gruñera de dolor en respuesta—. Voy a hacer que te arrepientas de cada una de tus provocaciones. Y, dicho esto, le soltó el pelo y volvió a tomar el bote de lubricante. Untó una buena cantidad del mismo sobre los dedos de su mano izquierda y volvió a apartarlo a un lado. Luego, tomó su pistola, que había permanecido en todo momento junto a las piernas de Gi-hun, y rompió por completo el pequeño espacio que les mantenía separados, llegando incluso conectar sus cuerpos. La piel de sus pechos se unió y sus penes se rozaron. Todo volvió a arder. De pronto, Gi-hun pudo sentir como el cañón de la pistola se apoyaba de nuevo bajo su mentón y, al mismo tiempo, los dedos impregnados de lubricante de El Reclutador se introducían entre sus nalgas, acariciando muy suavemente su entrada. —¿Puedes sentirlo, Gi-hun? —preguntó empujando hacia arriba la pistola, de forma que la cabeza de éste se inclinara un poco más hacia atrás—. ¿Puedes notar como tu cuerpo me reclama? Gi-hun apretó los labios, negándose a responder. Claro que lo estaba sintiendo. Todo su cuerpo le estaba traicionando, deseoso de que aquel hombre le tomara de una vez. Su entrada palpitaba ansiosa contra los dedos de El Reclutador, suplicándole que se hundiera en lo más profundo de su ser y no saliera nunca de sus entrañas. Podía notar su piel ardiendo bajo el frío metal de la pistola y como los músculos de sus piernas estaban reuniendo la poca cordura que le quedaba para evitar que su pelvis se empujara hacia adelante, buscando un contacto más profundo con el pene de El Reclutador. —¿Dónde está tu sonrisa ahora? —continuó burlándose El Reclutador, intensificando la presión de los dedos sobre su ano pero sin entrar. —V-vete a la mierda... —titubeó Gi-hun, fracasando en su intento de mantener la voz serena. Sin embargo, cualquier nuevo intento que hubiera planeado de hablar quedó atrapado en su garganta cuando el dedo índice de El Reclutador se metió de golpe en su interior. Un jadeó escapó de forma rápida e instintiva de su pulmones. Aquel dedo, favorecido por la presencia del lubricante, avanzó con suma rapidez por su cuerpo, encajándose hasta el fondo casi de un golpe. —Es agradable, ¿verdad? —susurró El Reclutador, inclinando su cabeza hacia un lado para que su boca quedara a pocos centímetros del cuello de Gi-hun, al tiempo que su dedo comenzaba a deslizarse hacia dentro y fuera—. Pues así pienso conseguir que te rompas... Apenas terminó de decir aquello cuando hizo que un segundo dedo se deslizara por el interior de Gi-hun, ganándose por ello un gemido ahogado de sorpresa. —Eso es... —volvió a susurrar, deleitándose con los suaves temblores que comenzaron a expandirse por los brazos de Gi-hun. Pero eso no era suficiente; quería hacer que se desplomara ante él. En un movimiento rápido, hizo que su boca conectara con el cuello de Gi-hun y comenzó a chupar y morder cada tramo de piel que encontraba a su paso. En un acto reflejo, motivado por la sobreestimulación sufrida, Gi-hun trató de alejarse, pero le resultó completamente imposible. Las cadenas que lo mantenían sujeto al techo también restringían en buena medida el rango de movimiento al que podía acceder, por lo que tan solo pudo resignarse a ser atacado por ambos frentes. Apretó los labios, tratando de contener o, al menos, minimizar sus gemidos, aunque sabía que aquello no servía de mucho puesto que, a parte de cumplir su función de restricción, las cadenas se habían vuelto en el altavoz perfecto que anunciaba la forma casi constante en la que todo su cuerpo parecía temblar. Aun así lo intentó..., hasta que llegó el tercer dedo. Cuando aquel nuevo dedo penetró en su interior, sus pequeños intentos de disimular todo el placer que le estaba recorriendo el sistema nervioso cayeron como un enorme castillo de naipes. Los tres dedos en su interior le golpeaban constantemente el cuerpo, haciendo que su piel ardiera y obligando a su boca a emitir sin control alguno todos los jadeos y gemidos que había estado reprimiendo hasta el momento. —Mucho mejor así... —dijo El Reclutador, esbozando una enorme sonrisa arrogante en los labios, justo antes de volver a atacar el cuello. A Gi-hun le habría encantado responder. Le habría encantado decirle que se fuera a la mierda. Pero no podía hacerlo porque, ahora, su boca no podía atender a nada más que no fueran gemidos y jadeos escapando de lo más profundo de sus entrañas. De pronto, y como si fuera parte de una estrategia más para vencerle, los dedos de El Reclutador comenzaron a embestir directamente contra su próstata, sin fallar ni una sola vez en los empujes. Era demasiado. —J-joder..., por favor... —gimoteó Gi-hun, sintiendo como sus ojos se llenaban de lágrimas de placer y su cuerpo se consumía en el fuego del deseo. Gi-hun era consciente de que al emitir dichas palabras con tantísima desesperación había perdido de forma definitiva el juego que habían iniciado y, sin embargo, a aquellas alturas, con su pene a punto de estallar por la desesperación de ser atendido y su próstata siendo golpeada sin parar, ya no le importaba. Una fuerte sensación comenzó a crecer en su pelvis y, justo cuando creyó que podría correrse, los dedos en su interior, junto con la pistola y el cuerpo de El Reclutador desaparecieron repentinamente. La sensación de pérdida fue desoladora. —Mírate —dijo El Reclutador—, estás hecho un completo desastre, Gi-hun... Su tono era terriblemente altivo, motivado sin duda por conocimiento de su victoria. Gi-hun trató de apartar la vista, pero una mano le atrapó la mandíbula con rapidez para impedírselo. —No te enfades —volvió a hablar El Reclutador, con un tono de voz más suave—. Lo has hecho muy bien. Acto seguido, le besó la punta de la nariz, en un gesto que casi podría ser tierno. —P-por favor... —susurró Gi-hun, temeroso de que El Reclutador decidiera, como parte de su castigo, que aquello terminara allí. Su cuerpo temblaba todavía, y aún con más intensidad que antes, producto de la adrenalina que seguía fluyendo por su torrente sanguíneo, despertando cada uno de sus nervios y generándole una gran frustración por la pérdida de contacto. —Eres tan tierno cuando súplicas... —dijo El Reclutador, caminando hacia el lateral de la cama hasta situarse a sus espaldas. Gi-hun volvió a perderle de vista por unos instantes, pero pronto, pudo sentir como la cama crujía bajo el peso de un cuerpo y como, pocos segundos después, el colchón cercano a sus pies se hundía. —Te voy a dar un pequeño regalo por haberte portado tan bien al final —susurró El Reclutador a su espalda. Un chasquido metálico sonó sobre su cabeza y, acto seguido, sus brazos cayeron repentinamente hacia adelante. Estaba tan desorientado en aquellos instantes que, si no hubiera sido porque El Reclutador le sujetó por la cintura, él mismo habría caído al suelo. Una vez estuvo estabilizado, las manos de El Reclutador se movieron para tomarle por las muñecas, donde aún se mantenían atadas las esposas de tela con los mosquetones colgando de las argollas. Luego, tiró de ellas y las colocó tras su espalda. Desde allí, tomó los mosquetones de ambas esposas y las enredó entre ellos, formando lo más parecido a unas esposas típicas. —Date la vuelta —le ordenó. Gi-hun esperó aún unos pocos segundos y, cuando pudo notar y escuchar que El Reclutador se alejaba lo suficiente como para darle margen de maniobra, se decidió a obedecer, moviendo muy lentamente su cuerpo para evitar caer de bruces. Cuando por fin se dio la vuelta por completo, la visión frente a él le dejó paralizado: El Reclutador se había sentado en el extremo contrario de la cama, con la espalda apoyada en el cabecero y sus piernas estiradas frente a él. Con la mano izquierda jugueteaba con su firme erección, que parecía recién lubricada (hecho el cual le fue confirmado al descubrir el bote de lubricante abierto a un lado de su cuerpo desnudo). —Ven aquí —le instó, moviendo su mano libre para enfatizar su invitación. No sin cierto vacile, Gi-hun comenzó a acercarse hacia él y pronto se encontró con las piernas abiertas sobre su regazo. El Reclutador continuaba frotándose la polla con una mano mientras que, con la otra, le acariciaba en un movimiento constante desde la zona del muslo hasta la cintura, deleitándose una vez más con el hermoso cuerpo de su acompañante. De pronto, agarró la carne de sus caderas y alineó la cabeza de su pene con la palpitante y ansiosa entrada de Gi-hun. —Baja —le susurró simplemente El Reclutador. Una punzada de adrenalina explotó en sus venas y un escalofrío escaló por toda su columna vertebral. Por fin iba a tener aquello que había estado esperando con ansia durante aquel juego que parecía haber durado toda una eternidad y que había puesto al límite sus nervios y su paciencia. Sin poder resistir más tiempo, permitió a sus rodillas flexionarse lentamente, cayendo con sumo cuidado sobre el pene de El Reclutador y sintiendo como la presión sobre su entrada iba aumentando hasta hacerse insoportable. Inhaló con fuerza y contuvo el aire en sus pulmones. Ya no podía aguantar más. Como si de un resorte se tratara, su cuerpo al fin se decidió a bajar del todo, auto penetrándose con un golpe seco. El recorrido, que en un primer momento había querido lento, rápidamente se descontroló, producto del ansia y la excitación que, una vez introducida una pequeña parte del pene, terminaron por colapsar. Los gemidos flotaron en ambas gargantas conforme Gi-hun iba bajando más y más, descubriendo con alivio que siempre quedaban más centímetros que meter en su interior. Hasta que, repentinamente, sus nalgas chocaron contra la pelvis de El Reclutador. —¿Q-qué tal se siente? —jadeó éste, posando ambas manos sobre sus caderas, como si quisiera mantenerle quieto en su lugar. Gi-hun no respondió de inmediato. Su cuerpo estaba en llamas y la consciencia parecía haberse perdido en la neblina de placer que cubría su mente. —Vamos Gi-hun..., ah..., contéstame... —insistió El Reclutador, dando ligeros empujes hacia arriba con sus caderas en un intento por devolverle a la realidad. —S-se siente... b-bien... —gimió Gi-hun con dificultad. Sus músculos temblaban sin ningún tipo de control y parecía resuelto a desplomarse en cualquier momento fruto del placer. Estaba destrozado. —Tranquilo..., tranquilo... —susurró El Reclutador—. Vaya, parece que voy a tener que contenerme un poco para la próxima —añadió con burla. —V-vete a la mierda..., ah..., cabrón egocéntrico. El Reclutador esbozó una media sonrisa. —Awww, ahí está mi Gi-hun de nuevo —continuó burlándose, al tiempo que balanceaba suavemente sus caderas hacia arriba, penetrando con cuidado a Gi-hun y disfrutando de cómo incluso como con unos movimientos tan leves podía seguir haciéndole temblar—. Te voy a ayudar un poco, pero luego quiero que sigas tú... Gi-hun asintió frenéticamente. Tan solo necesitaba recuperar un poco las fuerzas para poder cumplir con aquella exigencia y, mientras tanto, no tenía ningún inconveniente en ser penetrado con tanto cuidado por parte de El Reclutador. Ante su gesto, El Reclutador se atrevió a aumentar un poco la velocidad de sus embestidas, contrayendo su abdomen para que este tomara la fuerza que requería. Sus dedos se enredaron en la carne de las caderas, decidido a no dejarle escapar mientras los gemidos se iban intensificando con el paso de los segundos y la llegada de cada nueva estocada. El lubricante volvió a chapotear, cubriendo con el sonido húmedo de la piel chocando contra piel el espacio que les rodeaba y formando una melodía que retumbaba en las paredes, entremezclándose en el aire con sus gemidos y respiraciones entrecortadas. Poco a poco, el deseo desenfrenado y ardiente volvió a envolverles. —G-Gi-hun…, p-por favor... —jadeó El Reclutador, sin detener en ningún momento el ritmo de sus embestidas—, quiero ver como te mueves sobre mi polla..., por favor... Aquellas palabras terminaron por restaurar las fuerzas de Gi-hun quien, de inmediato, comenzó a corresponder a los golpes de pelvis de El Reclutador, generando un ritmo mucho más salvaje y feroz que el ya debilitado tempo impuesto por éste. Y El Reclutador, con gusto le cedió el control. Porque de aquello se trataba su relación: podían pelearse por el dominio de la situación hasta el punto de destrozarse mutuamente pero, en el momento en el que uno "vencía" al otro, la victoria era respetada por el "perdedor" y, tras pasar su tiempo de disfrute, no tardaban mucho en asumir una dinámica más ligera, en la que ambos, ya agotados por el juego previo, podían mostrarse vulnerables y desesperados con el otro. Las piernas de Gi-hun se movían con rapidez, estrellando sus nalgas contra la pelvis de El Reclutador, buscando que cada movimiento fuera más feroz y devastador que el anterior. El sudor ya había comenzado a asentarse en cada una de sus extremidades y le había pegado el pelo a la frente. Los hombros le dolían, fruto de las incómodas posiciones que había soportado durante el juego de las cadenas y privados ahora del descanso al encontrarse ambas manos esposadas a la espalda. En su lengua aún quedaban algunos restos del lubricante de sandía que había podido saborear mientras se atragantaba con la polla de El Reclutador y su garganta parecía recordar la presión sufrida por las embestidas del mismo en la tarea de someterle. De pronto, un fuerte tirón del pelo le hizo inclinar bruscamente su cabeza hacia atrás, dejando su cara en dirección al techo cubierto por espejos. —Mírate, Gi-hun… —le dijo El Reclutador, conectando sus miradas a través de aquellos espejos—. Observa lo bien que me estás follando... Gi-hun observó su reflejo con toda la atención que le fue posible: su cuerpo se movía hacia arriba y hacia abajo, botando sobre la polla de El Reclutador, su cara se encontraba enrojecida por el esfuerzo y su expresión embriagada de placer. Era la viva imagen de la lujuria. Y aquella visión terminó con todas sus fuerzas en un instante: sus caderas volvieron a temblar sin control y perdió el ritmo que había tratado de seguir durante los últimos minutos. —P-por favor... —suplicó con frustración, consciente de cómo poco a poco la intensidad del placer iba menguando—. N-no puedo... Pero no hizo falta que terminara la frase. El Reclutador, ya había previsto aquella reacción por parte del cuerpo de Gi-hun, aquel cuerpo que conocía tan bien, por lo que había estado aprovechando el tiempo que Gi-hun le había estado cabalgando para recuperar parte de sus propias fuerzas. Y, ahora, estaba listo para tomar el relevo. Tensó su abdomen, inclinándose hacia adelante y, con una habilidad asombrosa, logró dar con los mosquetones de las esposas que se encontraban tras la espalda de Gi-hun. Los abrió con un chasquido rápido, con lo que logró liberar las extremidades de éste. Y, sin perder un instante, se abalanzó hacia él, empujándolo para que cayera de espaldas sobre el colchón. Por instinto, Gi-hun movió sus manos hacia adelante, buscando atraparle en una especie de abrazo que contribuyó a impedir que la polla de El Reclutador saliera en ningún momento de su interior durante el recorrido que éste emprendió para situarse encima de él. Una vez adoptada la nueva posición, El Reclutador se inclinó un poco hacia abajo, permitiendo que sus rostros quedaran a pocos centímetros el uno del otro y logrando con ello que sus alientos se entremezclaran en el aire. Pronto, las embestidas volvieron a reanudarse, decididas a recuperar el ritmo que Gi-hun había marcado minutos antes mientras lo montaba. La recuperación del placer impulsó a Gi-hun, ahora que se encontraba libre (en parte) de sus ataduras, a aferrarse con fuerza al cuerpo de El Reclutador. Sumergió las uñas en la carne de la espalda, con lo que se ganó un gruñido de placer y dolor, y alzó las piernas para enredarlas sobre las caderas de El Reclutador, aumentando con ello la profundidad que alcanzaban las embestidas. Además, con aquella cercanía, logró que su pene rozara de forma constante contra el abdomen endurecido de El Reclutador, casi logrando masturbarse con el movimiento que éste realizaba en cada estocada. El placer y el calor que fluía por sus cuerpos se volvió mortal. Y la vista que tenía justo frente a él, El Reclutador balanceándose por encima de sus ojos, con la boca entreabierta por la que no paraban de salir jadeos cortos y magullados, y los pequeños trozos de aquel cuerpo desnudo sobre el suyo que le llegaban por obra de los espejos en el techo, no contribuían en la tarea de controlarse. —¿E-escuchas eso, Gi-hun? —le susurró de pronto El Reclutador, sin detenerse en ningún momento. —¿El qué? —logró responder, casi de forma inconsciente. —Son ángeles... —continuó El Reclutador—, están llorando..., ah..., porque no quieren entender que..., ah..., eres mío... Debía estar delirando pero, ante su explicación, Gi-hun casi habría podido jurar que escuchaba aquellos llantos angelicales. —Diles que eres mío, Gi-hun… —le ordenó El Reclutador, endureciendo sus embestidas, casi como si las dirigiera la rabia—. ¡Grítales que eres mío! —¡Joder! —chilló Gi-hun, tratando de hacer frente a las violentas estocadas—. ¡Soy sólo tuyo! —¡Gi-hun! Y, al instante, ambos se corrieron. El semen de Gi-hun fluyó en diferentes líneas de color blanco que se dibujaron por los abdómenes de ambos mientras que el de El Reclutador salió en borbotones de su polla, chocando contra las paredes del interior cálido y húmedo de Gi-hun. Fase de clímax. —J-joder... —jadeó sin fuerzas El Reclutador, justo antes de desplomarse—, eres un buen chico...
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