Drabbles Mystrade

—¿Me das un abrazo Disney? Mycroft miró perplejo a Greg, que mostraba sus relucientes y blancos dientes con una sonrisa llena de emoción.  —¿Qué te de un qué? —Un abrazo Disney... —repitió algo desconcertado el inspector, torciendo el gesto con angustia. No sabía cómo interpretar la contestación de Mycroft. El mayor de los Holmes era una persona dada al sarcasmo y la ironía, pero no entendía si la pregunta que le había hecho de verdad podía haber desencadenado una reacción así. No sabía si se trataba de una manera extraña de rechazarle o una duda real. —¿Qué es eso? —preguntó Mycroft rompiendo con cualquier pregunta que siguiera rondando la cabeza de Lestrade. —¿Nunca has oído hablar de la norma que tienen los empleados de Disney?  —Me pregunto que hay en mi comportamiento que te haga pensar que estoy bien relacionado con el mundo Disney —le dijo Holmes, conteniendo una risotada. Greg puso los ojos en blanco y, con una media sonrisa, comenzó a explicar:  —Existe una regla, que no ha sido del todo confirmada, que indicaría que cuando un niño se acerca a alguno de los personajes para abrazarle, el trabajador no puede detener en ningún caso el abrazo; debe dejar que sea el niño quien decida cuando finalizarlo. Los ojos de Mycroft parecieron inspeccionar cada tramo de su cara, mientras su mirada se llenaba con el brillo de la ternura.  —Quieres uno de esos abrazos que parecen durar una vida entera, ¿verdad? —le preguntó por fin. Ante el asentimiento de su pareja, extendió los brazos hacia arriba, a la altura de los hombros, y proclamó—. Ven aquí, mi pececillo dorado. Greg sonrió tanto que sus ojos parecieron desaparecer entre sus pómulos. Sin pensarlo dos veces, se abalanzó contra él, con el ansia de todo enamorado cuando por fin va a reencontrarse con el calor que lo mantiene a salvo de las crueldades humanas.