Larga Vida al Rey
12 de septiembre de 2025, 20:42
Sherlock no tardó ni diez minutos en conseguir que Moriarty lo acompañara a su habitación, bajo la promesa de pagar de manera satisfactoria los servicios exigidos. El traje al completo del criminal había volado por los aires y ahora se encontraba cuidadosamente doblado (por cortesía de Sherlock) encima de una silla situada en una de las esquinas de la sala.
Toda la ropa se encontraba allí…, sí, a excepción de la corbata, que había sido utilizada para atar tras la espalda las muñecas del criminal, quien ahora reposaba de rodillas sobre la cama y con la mejilla pegada al colchón. Sherlock se paseaba, con paso lento y desquiciante, por los alrededores, observando con cuidado los detalles del cuerpo de Jim, asegurándose de que todo marchara según lo planeado.
—Quizás lo correcto sería comenzar con las preguntas —expuso.
—Un adelanto en el pago podría convencerme de responder —dijo Jim, con un tono coqueto.
Sherlock entrecerró los ojos con satisfacción ante el comentario y se acercó a una de las mesillas que flanqueaban la cama de matrimonio; abrió uno de los dos cajones que allí se encontraban dispuestos y sacó del mismo un bote grande que fue rápidamente abierto y situado por encima de las nalgas expuestas del criminal.
—Recuérdame tu palabra de seguridad, por favor —pidió el detective, dejando caer un pequeño hilo de lubricante directamente sobre la entrada de Moriarty.
Un escalofrío placentero recorrió la espalda del criminal ante el contacto de aquella sensación fría y pegajosa, provocando el acto reflejo de sus muñecas, que se apretaron con fuerza contra sus ataduras.
—Cuervo —suspiró con los ojos cerrados.
—Bien —dijo complacido Sherlock, dejando a un lado la botella.
Al mismo tiempo que pronunciaba estas palabras, introdujo un primer dedo, arrancándole un ligero gemido satisfecho.
—Primera pregunta —habló el detective, deslizando suavemente el dedo dentro de Moriarty—: ¿por qué Henry mató a Aemilia en lugar de a Arthur?
—Que específico, Sherlock —contestó Jim, con los dientes apretados y los ojos aún cerrados—. ¿Yo qué sé? Las reacciones de un hombre engañado son un completo misterio lejano de cualquier probabilidad o cálculo…
—Según las estadísticas —le interrumpió Sherlock, metiendo un segundo dedo—, el 70% de los hombres que encuentran a sus parejas siéndoles infieles se lanzan a atacar al amante, y me parecería demasiado curioso que justo este caso fuera parte de ese 30% restante.
—¿Cada vez que alguien destroce tus porcentajes vamos a follar? —se burló Moriarty, resistiendo como podía los golpes ejercidos contra su ano.
—Hay algo más, Jim —insistió el detective, aumentando la velocidad—, reconócelo.
Los sonidos húmedos provocados por el lubricante y el choque de pieles llenaron la habitación y las primeras gotas de presemen cayeron sobre las sábanas.
—Si estás tan seguro… —dijo el criminal, reprimiendo un gemido cuando el tercer dedo entró dentro de su cuerpo—, haz más preguntas, tal vez llegues a algo.
El desafío era claro, como también lo era la firme convicción y entusiasmo de Sherlock por ganar aquel juego preparado por su pareja. Moriarty era plenamente consciente de su capacidad de aguante, pero conocía a la perfección la habilidad que había desarrollado Sherlock a lo largo de su relación para doblegarlo. Aquello no había supuesto ningún problema, es más, había descubierto lo mucho que le encantaba empujar al detective hasta ese extremo.
—Creo que vamos a necesitar algo mejor —contestó Sherlock, extrayendo con un estallido los dedos de aquel cuerpo.
Moriarty soltó un fuerte jadeo al verse liberado de aquella deliciosa presión y su cuerpo tembló levemente como protesta ante la privación de la misma. Escuchó los pasos del detective moviéndose hacia el extremo contrario de la cama y levantó la cabeza cuanto pudo para ver el recorrido seguido. Sherlock se encontraba situado entre las dos puertas del armario de la habitación y rebuscaba entre las diferentes prendas que se encontraban desperdigadas por el suelo del mismo.
Al fin, se detuvo y se giró con una gran sonrisa en los labios. Entre sus manos se encontraba un aparato conformado por una base plana sobre la que descansaban dos figuras redondas (que Jim no tardó en identificar como motores) y un largo brazo mecánico que tenía en el extremo encajado un consolador de color negro.
—Lo compré hace algunas semanas —explicó Sherlock con una leve sonrisa marcada en los labios—, si estás de acuerdo…
—No recuerdo haber usado mi palabra de seguridad —le interrumpió el criminal, observando con los ojos brillantes por la lujuria el artefacto.
Sherlock asintió visiblemente alegre por dicha contestación. Con paso rápido, se acercó de nuevo hasta la cama y colocó la máquina detrás de Jim. Tomó de nuevo el bote de lubricante y humedeció el consolador antes de alinearlo con la entrada palpitante de éste.
—Has hecho hincapié varias veces a la pareja como el “matrimonio Clark” —dijo el detective, rozando la punta del juguete contra el ano de su pareja, con el más puro interés de torturarle—, está claro que te interesa ese apellido.
—¿Necesitas información con respecto a eso? —preguntó irónico Moriarty, resistiendo el impulso que lo empujaba a echar sus caderas hacia atrás y autopenetrarse.
—Sé quienes son la familia Clark —aclaró Sherlock con ademán ligeramente ofendido—. Grandes propiedades…, pasado nobiliario… —recitó—. Nada diferente con otras tantas familias inglesas enriquecidas bajo el paraguas inmobiliario.
—Excepto, ¿por qué…? —insistió Jim.
—Varios escándalos —respondió el detective—, rumores según los informes oficiales, por supuesta violencia ejercida a algunos miembros de la familia por parte de Hugh Clark, el patriarca… —reflexionó—. ¿Una de las víctimas fue Henry?
—No lo sé, dímelo tú —respondió divertido Moriarty.
—No existen fuentes oficiales que confirmen algún nombre —protestó Sherlock.
—Entonces supongo que la respuesta es que no —se burló Jim.
La punta del consolador entró repentinamente dentro del criminal, abriéndole con decisión y prendiéndole fuego de inmediato a su sistema nervioso. Moriarty apretó los dientes para evitar que un gemido escapara de su garganta (lo que supondría una pequeña victoria para el detective) y levantó ligeramente el pecho del colchón, invadido por la fuerte sensación de placer repentino.
—Te dije que quería respuestas, Jim —sentenció Holmes.
—N-no estás haciendo las preguntas adecuadas, cariño —balbuceó el criminal.
Sherlock bufó. Con un ágil movimiento extrajo del bolsillo de su abrigo un pequeño mando y se inclinó hacia adelante para mostrárselo a Moriarty.
—Control remoto —identificó éste con una suave sonrisa dibujada en los labios—. Suena interesante Sherlock, veamos si consigues hacer que lo sea.
Aquella provocación fue todo lo que necesitaba para poner en marcha la máquina. Apretó el botón de la velocidad más suave y los motores comenzaron a girar, haciendo que el brazo metálico se deslizara hacia adelante y enterrara el consolador dentro de Moriarty con un movimiento lento y pausado. Jim suspiró de placer y cerró sus puños ante la extensión de su ano.
—Sigamos —habló Sherlock con un ligero tono cómico—. ¿Por qué Henry violó a su mujer? ¿Se lo propusiste tú? ¿Te parecía divertido?
—Oh, Dios mío, Sherlock —protestó Jim—. Entiendo que disfrutes de esto, pero no me puedes hacer esa pregunta tan mediocre. ¿Dónde está mi Sherlock? El que nunca cree en las pruebas por evidentes que sean.
—Los estudios revelaron que el semen era de Henry —se defendió Holmes.
—Te tienes que masturbar más —sonrió Moriarty, sintiendo como la máquina aceleraba un poco sus movimientos.
—El semen se encontraba dentro del cuerpo —recordó el detective.
—Lo que sólo indica que, como mucho, al momento de la eyaculación el pene se encontraba dentro de Aemilia —insistió Jim.
Aquello tenía cada vez menos lógica.
¿Qué sentido tenía matar a tu mujer y sentirte lo suficientemente moral como para no violarla pero sí para masturbarte junto a su cadáver y eyacular dentro del cuerpo?
La cabeza de Sherlock comenzó a correr como el fuego lo hace tras un reguero de pólvora tratando de encontrar el camino correcto a seguir. Moriarty estaba usando todo su desconocimiento sobre los sentimientos y el amor corriente para hacerle naufragar en sus intentos de descubrir la verdad.
Sexo…, amor…, infidelidad…
Conceptos todos ellos mezclados por la sangre y el dolor en un caso que tan sencillo parecía pero tan complejo se volvía por la intervención de una mente brillante y oscura como la de Jim Moriarty.
—Sé que tienes otro detalle que no te cuadra —la voz de Jim sonó por encima de sus pensamientos.
Sherlock le miró con cierto asombro.
Era cierto.
—Arthur… —dijo, a modo de confirmación—. Tardó veinte minutos en llegar a la Greenwich Police Station, la comisaría de policía más cercana. Pero la distancia que separaba el almacén y la estación es de apenas un kilómetro, y se puede recorrer en un lapso de diez minutos con facilidad, dejando de lado que la prisa debía ser mayor al encontrarse desnudo y querer evitar las miradas de la gente. Además, Deptford Creek es una zona eminentemente industrial por lo que no existe la posibilidad de retraso por el tráfico o atascos…
—¿Y eso qué nos demuestra, Sherlock? —preguntó divertido Jim.
—Que Arthur tardó más de lo que ha declarado en salir del almacén.
—Merezco un premio —dijo Moriarty, girando su cabeza para cruzar sus miradas.
Su mirada era tan audaz y desafiante como siempre, pero tenía un ligero brillo, casi imperceptible pero presente y evidente ante los ojos de Sherlock: Jim se estaba quebrando y se estaba dejando arrastrar por los instintos primitivos de la carne y el placer. Holmes pulsó de nuevo un botón del control remoto y la máquina aceleró un poco más sus movimientos, golpeando con una firmeza más eficiente el cuerpo de Moriarty. La sensación de placer inundó por completo los sentidos del criminal y alejó las últimas resistencias hacia el hecho de gemir.
El sonido robótico de la máquina mezclado con los gemidos, cada vez más intensos, de Jim, terminaron por endurecer la erección de Sherlock, que hasta el momento había conseguido controlarse, a pesar del maravilloso espectáculo que se presentaba ante sí, tan embebido como se hallaba en la necesidad de resolver el caso. Llevado por un impulso primitivo e instintivo, se acercó hasta el criminal y se inclinó para situar su boca por encima de la espalda.
—Buen chico —susurró contra la temblorosa piel.
Su cálido aliento golpeó el cuerpo de Jim, pero no le preparó para el mordisco que poco después hizo que los dientes de Sherlock se marcaran contra aquel lienzo blanco y perfecto. Sus músculos se contrajeron ante la presión de la boca ajena y el dolor que la acompañaba. A ese primer mordisco se le unieron otros tantos que terminaron por convertir la espalda de Moriarty en un rastro de pequeñas marcas de dientes brillantes por el efecto de la saliva.
—No había marcas de pelea en la escena —aclaró Sherlock, separándose, al tiempo que retiraba los restos de saliva que habían quedado impregnados en la comisura de sus labios y pulsaba otro botón para frenar levemente el ritmo de la máquina y permitir a Jim contestar.
—¿Por qué supones que tendría que haberlas? —jadeó éste con dificultad.
—¿No se quedó Arthur de más para pelear contra Henry?
—Te recuerdo que los amantes se estaban acostando cuando fueron encontrados, las pistas de una pelea se pueden ocultar fácilmente en una cama desordenada —repuso Jim.
—¿Sin sangre? —cuestionó Sherlock—. Henry tenía un cuchillo.
—Hasta donde yo sé en la cama había la suficiente sangre, por cortesía de la señorita Clark, como para ocultar más sangre. Y dudo que la Scotland Yard se haya molestado en analizar los rastros para determinar si hay diferentes tipos.
No se equivocaba. Las muestras extraídas de aquella habitación se habían limitado a las manchas de semen que tanto escándalo habían provocado dentro de la policía.
—Aunque tengas razón, sabes que me estás mintiendo —reclamó Sherlock—. Arthur no apareció herido en la comisaría.
—Sólo estoy siguiendo el hilo de tus pensamientos —se excusó el criminal—. Se te veía muy ilusionado imaginando un enfrentamiento directo y violento —hizo una breve pausa antes de añadir con una sonrisa—. Me encanta cuando eres tan sanguinario…
—Puedo serlo mucho más si quieres —sugirió Sherlock, inclinándose de nuevo hacia adelante para clavar sus dientes en los omóplatos contraídos de su pareja.
—¡Dios, Sherlock! —chilló Moriarty, levantando su torso de la cama como si de un resorte se tratara.
Los dientes del detective se cerraron una vez más sobre la carne de Jim, haciendo que el dolor más intensamente placentero le inundara. Cuando el primer hilo de sangre se deslizó por el costado, Sherlock aflojó la fuerza de su mandíbula y se apartó para contemplar su obra: Jim tenía la espalda llena de marcas de mordiscos que lo identificaban como suyo y el temblor de su cuerpo, provocado por la excitación de la máquina que lo penetraba y el placer de las atenciones de su pareja, se extendía por todos lados, envolviéndole en un aura de calor y sensualidad, que le estaba volviendo loco.
—E-estás en lo correcto, Sherlock —tartamudeó Moriarty—. Henry y Arthur no se pelearon en esa habitación.
—¿Se pelearon en otra parte? —cuestionó el detective, saboreando el gusto metálico de la sangre sobre su lengua.
—Dios mío, parece mentira que me estés metiendo un consolador en el culo —se burló el criminal—. ¿Por qué dentro de tus deducciones nunca tienes en cuenta el sexo?
Aquella respuesta desconcertó hasta el extremo a Sherlock. ¿De verdad era posible que…?
—¿Me estás diciendo que Henry y Arthur se acostaron después de que el propio Henry asesinara a su mujer? —preguntó, alzando una ceja en un gesto confuso.
Moriarty se echó a reír.
—¡Bravo, Sherlock! —exclamó—. Has descubierto la clave para resolver el misterio.
El detective apagó repentinamente la máquina. Jim afrontó la pérdida del movimiento con cierta serenidad exterior, aunque por dentro le consumieran los salvajes instintos que lo empujaban a querer balancearse hacia atrás para recuperar las sensaciones placenteras de la penetración.
—Quiero que me lo cuentes todo, Jim —indicó Sherlock, moviéndose hacia los pies de la cama al tiempo que se deshacía de su abrigo—, con detalle.
—¿Te rindes?
—No, quiero que confirmes lo que pienso —aseguró el detective.
—¿Eso es una orden? —se burló Moriarty—. Acostumbro más a darlas.
—Estoy seguro de que estás cansado de que todos besen el suelo que pisas —dijo Sherlock, mientras se inclinaba para acariciar las marcas de los mordiscos.
—Pocas cosas se le niegan a un rey —dijo en tono amenazante y con una sonrisa sarcástica Jim—, puedo cortar cabezas.
—Pero ahora no puedes hacerlo —respondió su pareja, tomándole con fuerza por el mentón para obligarle a alzar la cabeza y centrar su mirada en su cara—. En esta cama, eres mío. Todo mío, Majestad.
—¿Esto podría ser considerado infidelidad? —preguntó Jim, tratando de sonar irónico y arrebatar el poder que otorgaba la atención a Sherlock—. No es tu polla la que está entrando en mi culo.
—Pero yo controlo que esté entrando en tu culo —respondió Sherlock, sin soltar a Moriarty y volviendo a poner con su mano libre en su primera velocidad a la máquina—. Adelante Jim, te escucho —insistió, liberando por fin al criminal de su agarre.
El placer comenzó a estimular de nuevo su cuerpo pero no con la suficiente intensidad como para que los gemidos le impidieran hablar. Jim al fin se rindió; se había cansado de jugar a las deducciones. Quería terminar con aquello y sentir el cuerpo de Sherlock golpeándole con fuerza y llevándole sin remedio hacia el orgasmo.
—Arthur y Henry se presentaron hace dos meses ante mí —comenzó a explicar, tratando de impedir que su voz revelara en exceso la lujuria y la necesidad que lo consumían—. Yo reconocí a Henry como Henry Clark, perteneciente a la generación más joven de la familia. Me contó que su familia, y en especial su abuelo Hugh Clark que, como bien has señalado, Sherlock, es un hombre que carga sobre sí con la sombra de la violencia, se habían posicionado muy en contra de sus decisiones de vida al descubrir que era homosexual y que su pareja, a quien nosotros ya conocemos como Arthur, era un amigo del instituto. En cuanto el chico cumplió los 16 años, edad a la que se permite el matrimonio en este país con el consentimiento de los padres, presionaron a sus progenitores para que concedieran dicho permiso y comenzaron a buscar una esposa entre familias menos importantes aunque de estatus.
—La estupidez de siempre —comentó con cierta rigidez Sherlock.
Moriarty esbozó una ligera sonrisa antes de continuar:
—La chica escogida fue Aemilia, de quien me permitirás saltarme la parte biográfica pues carece de interés para el caso que nos ocupa —Sherlock asintió—. Se casaron hace tres años, como bien sabes, pero Henry y Arthur nunca dejaron de verse. Resistieron estoicamente el hecho de tener que vivir así su relación hasta que les permití contactar conmigo…
—¿Por qué? —le interrumpió Sherlock.
—Soy bastante accesible cuando huelo sangre cerca —dio por respuesta Jim, con un tono irónico impregnado en la voz.
—Has dejado bastante en claro que querías llamar mi atención.
—Inicialmente no pensé que este caso pudiera ser utilizado para esos fines… —aclaró el criminal—, pero es una suerte que se haya dado. Mira que bien lo estamos pasando —jadeó con exageración Moriarty.
Sherlock apretó el botón de máxima velocidad y permitió que el juguete penetrara con fuerza e ímpetu la entrada de su pareja. Moriarty arqueó inmediatamente la espalda y llenó con fuertes gemidos incontrolables la habitación. Pasados algunos segundos, Holmes volvió a presionar el botón de la mínima potencia y el cuerpo de Jim cayó de golpe contra el colchón entre temblores.
—No te vuelvas a atrever a hacer sonidos fingidos —amonestó—. Continua.
Moriarty respiró profundamente y relamió sus labios antes de decidirse a hablar.
—V-vinieron juntos…, a pedirme una solución —volvió a tomar aire para calmar su tartamudeo—. Querían huir, escapar para siempre y vivir en libertad; pero sabían que la familia de Henry les perseguiría allá a donde fueran, así que necesitaban algo que hiciera que los Clark no quisieran saber nada de él. La solución era evidente: convertir a Henry en un monstruo despreciable del que toda la familia se quisiera desvincular.
—¿Y qué tenía que ver Aemilia en todo esto?
—Daños colaterales, Sherlock —respondió Jim con sorna, pero ante la mirada disgustada de su pareja añadió—. Oh, no sientas pena por ella, cariño. Según fui informado por la bonita pareja ella era bastante parecida al abuelo Clark. Henry me enseñó unas marcas bastante curiosas que posee en las muñecas. Se ve que a la señorita Clark también le gustaba atar a las personas —dijo, removiendo sus propias muñecas inmovilizadas—, pero no se encontraba especialmente familiarizada con el tema del consentimiento.
Sherlock asintió con delicadeza invitándole a seguir con la narración de los hechos.
—Ellos me explicaron que, debido a la naturaleza de su relación, se habían cuidado de evitar que Arthur y Aemilia se encontraran, por lo que ésta desconocía la situación emocional y sentimental que habían mantenido en el pasado y que había sido la causa más directa del matrimonio entre Henry y ella —continuó Jim—. Con esto, les ofrecí un plan: Arthur debía encargarse de seducir a Aemilia hasta que ésta cayera rendida ante sus encantos. He de decir que esta parte fue bastante sencilla puesto que evidentemente el matrimonio Clark no era especialmente feliz ya desde sus inicios y Aemilia se encontraba bastante descontenta con el mismo.
》He de admitir también, Sherlock, que tomé como referencia algunos de los regalos que tu me has dado durante estos últimos meses para inspirarme a la hora de aconsejar al galán —dijo, con una pequeña sonrisa en la boca, antes de proseguir—. Aemilia apenas tardó dos semanas en caer bajo las constantes muestras de cariño y atenciones que cuidadosamente le proporcionaba Arthur, y fue entonces cuando le dije que la propusiera acondicionar una habitación dentro de unos almacenes de Deptford Creek que, aunque de manera extraoficial, me pertenecen y cedí con sumo gusto. Aemilia accedió y pasaron las siguientes semanas encontrándose en aquel lugar para acostarse “a escondidas” de Henry.
—¿Por qué Henry accedió a que Arthur se acostara con Aemilia? —interrumpió Sherlock.
—Por la misma razón que hizo que Arthur lo permitiera entre Aemilia y Henry —fue la respuesta de Moriarty—. Hacemos cosas muy extrañas por amor.
—Elimina de tu lista de regalos para estas Navidades el asesinato, por favor —sonrió el detective.
—Las relaciones humanas son más complicadas de lo que crees, Sherlock —insistió Jim, con un tono igualmente divertido.
—¿Nos lo vas a decir a nosotros, Napoleón del Crimen? —se burló el detective, pulsando el botón que aumentaba la velocidad de la máquina—. Tengo la sensación de que vas a terminar pronto con la historia y no me gustaría encontrarte sin preparar —se excusó, deslizando la cremallera de sus pantalones y bajando la cintura de su ropa interior, liberando con ello la erección que lo atormentaba.
Los ojos de Jim brillaron con deseo ante la visión del pene de Sherlock y no pudo evitar seguir los movimientos que éste hacía al tiempo que se desnudaba por completo: primero, desabrochando la camisa y desprendiéndose de ella con agilidad, luego, bajándose por completo los pantalones y lanzándoles lejos, junto con los zapatos.
—Oh…, Sherlock… —susurró Moriarty.
—Continúa, Jim —ordenó Holmes, al tiempo que tomaba su erección con una mano y comenzaba a masturbarse lentamente.
—A partir de ahí el plan era sencillo —consiguió decir el criminal—: Henry debía aparecer con un cuchillo en el almacén y, con la ayuda de Arthur, asesinar a Aemilia. Luego…
La mano de Sherlock se cerró contra el pelo de su cabeza y tiró con decisión, alzándole la cabeza. Jim pudo sentir la polla del detective chocando contra sus labios y sin perder un segundo abrió la boca para tomar el glande. Sherlock gimió de satisfacción al verse rodeado de la calidez y suavidad de su pareja.
—Luego… —suspiró el detective, continuando con el relato que tan claramente había aparecido ya ante sus ojos—, Arthur y Henry debían acostarse entre ellos para, al momento de la eyaculación, que éste penetrara el cuerpo. Podían haberse arriesgado a dejar el semen de cualquiera de los dos, pero sabían que podía no resultar suficientemente obvio para la policía que el semen fuera de Henry (aunque los amantes se encontraran en pleno acto, lo que hacía imposible que el material genético fuera de Arthur) y prefirieron asegurar el tiro ante una más que posible prueba de ADN.
—Muy…, muy bien, Sherlock —jadeó Moriarty, antes de volver a recoger la polla de su pareja entre sus labios.
—Entonces… —siguió Holmes, acompañando los movimientos con un ligero empuje de sus caderas—, Arthur debía ir hacia la comisaría más cercana, completamente desnudo para dar mayor credibilidad a su estado de shock y presentaría una denuncia. La policía no encontraría, ni vería lógico si quiera buscar, algo que le vinculara con el asesinato y su interrogatorio daría tiempo a Henry para huir hasta ti para que le sacaras de Londres —finalizó, retirando su polla de la boca de Jim.
—Y-ya solo…, ya solo quedaba esperar a que soltaran a Arthur… —jadeó el criminal. Mientras, Sherlock se movió con rapidez hacia el lateral de la cama al tiempo que detenía la máquina por completo—, y les ayudaría a encontrarse.
—Y lo hiciste —dijo Holmes, sacándole el consolador—. Henry desaparecido y en busca y captura, y Arthur igualmente en paradero desconocido.
El ano de Moriarty se contrajo sobre la nada y las sensaciones de vacío comenzaron a destrozar los últimos resquicios de cordura y estabilidad que le quedaban. Le dolían los hombros por la posición de sus brazos atados y se moría de ganas de sentir la polla de Sherlock embistiéndolo con fuerza, haciéndole gemir sin control y obligándole a gritar su nombre mientras se corría. El calor y la excitación eran asfixiantes hasta el extremo.
Sherlock volvió a tomar el lubricante, que había permanecido apoyado junto al costado de su pareja, y echó una buena cantidad del mismo sobre su pene, que fue rápidamente esparcida por toda su longitud. Con los restos que quedaron en su mano comenzó a acariciar el ano de Moriarty hasta que se decidió a meter dos dedos de golpe. Jim cerró los ojos y apretó los dientes.
—Sherlock…, por favor —gimió, sin poder fingir ya su necesidad por el cuerpo del otro—. Quiero que me folles tu…, por favor…
—Responde una última pregunta antes.
Jim gruñó, visiblemente molesto ante esa respuesta.
—¿Por qué les ayudaste? —cuestionó el detective—. No me has querido responder antes, pero sé que hay algún motivo.
—La familia de Henry es bastante rica… —mintió Moriarty.
—Ahora dime la verdad —le interrumpió Sherlock, aumentando la velocidad de sus dedos y provocando un fuerte gemido por parte del criminal.
Jim sonrió con la boca aún abierta.
—Q-quizás me estoy volviendo sentimental… —respondió, aprovechando la repentina parada que hizo su pareja para dejarle hablar—, o quizás me recordaban a nosotros, tan enamorados a pesar de las prohibiciones, tan dispuestos a todo por el otro…
Sherlock asintió, satisfecho con esta nueva contestación. Sin perder tiempo, retiró sus dedos, se subió a la cama y se colocó detrás de su pareja, apreciando como el ano de éste seguía contrayéndose una y otra vez por la excitación. Tomó con una mano su erección y la alineó contra la entrada, provocando un gemido de expectación por parte de Moriarty.
—Buen chico —felicitó, antes de meter la cabeza de su polla dentro de Jim.
Ambos suspiraron con satisfacción ante la unión de sus cuerpos. Sherlock le sujetó por las caderas y permitió que su pelvis fuera moviéndose hacia adelante lentamente, penetrando con sumo cuidado y delicadeza el ano aún apretado de su pareja. Cuando sus pieles chocaron por fin y su glande rozó el final, aún se detuvo un par de segundos para permitir a Jim acostumbrarse.
—Por favor…, Sherlock…, por favor —comenzó a suplicar Moriarty, desesperado por la intensidad del contacto y con el cuerpo temblando.
—Shh… —le susurró el detective con un aire tranquilizador al tiempo que comenzaba a balancear su pelvis en un movimiento lento pero continuo que atravesaba el cuerpo del criminal y le arrancaba suspiros llenos de anhelo.
Cuando el roce de pieles se volvió menos fuerte, señal de la dilatación del ano, Sherlock se aventuró a endurecer sus empujes, penetrando con más energía y decisión el cuerpo de su pareja, que se entregó a la tarea de gritar cuanto su garganta le permitía.
—¡Sherlock! —gemía—. ¡Sherlock, joder!
Las piernas de Jim se enredaron con las suyas, como si temiera que en cualquier momento se fuera a alejar, privándole de aquello que tanto deseaba. Los músculos de sus hombros comenzaron a contraerse de una manera casi dolorosa por la posición en la que habían sido mantenidos tanto tiempo y, aunque no era exagerado, seguía provocándole cierta desconexión con el resto del placer. Su cuerpo ya había tenido suficiente tensión, y ahora quería disfrutar de aquello en su pura expresión, por lo que se atrevió a alzar la voz por encima de los choques de la piel y sus pensamientos llenos de gemidos.
—Desátame —suplicó, casi en un susurro debido al esfuerzo de producir frases coherentes—. Por favor, Sherlock, desátame.
No había usado su palabra de seguridad. No era necesario hacerlo, pues estaba perfectamente conforme con que Sherlock hiciera caso omiso a sus súplicas como parte del juego de dominación, pero quería probar suerte en que su pareja le premiara cumpliendo con su solicitud. Los choques siguieron su ritmo, hasta el punto en que Moriarty creyó que sus súplicas no serían atendidas, pero al fin una de las fuertes manos de Sherlock abandonó sus caderas y se posó encima de sus muñecas cruzadas. Pocos segundos después, sus manos se vieron completamente libres de las ataduras y se lanzaron directamente contra las sábanas, en donde enredaron los dedos con fuerza.
—Un pequeño regalo…, ah…, por portarte bien —gimió Sherlock.
Las embestidas se volvieron cada vez más profundas y rápidas. Era tal la intensidad, que Jim creyó que conseguiría desgarrar la tela por la fuerza que estaba ejerciendo sobre la misma en un intento por canalizar las sensaciones que no paraban de recorrerlo. La sobreestimulación era intensa debido a todo el juego previo que había tenido que soportar, y el choque de sus cuerpos, unido a la enérgica tarea que estaba llevando a cabo Holmes a la hora de penetrarlo, no estaba ayudando mucho en ralentizar todo.
—Sherlock…, estoy muy cerca… —gimió.
Los movimientos de su pareja se detuvieron al instante, como si aquellas palabras hubieran activado una pausa de emergencia que culminaba en la retirada del pene de Sherlock, y que llegó pocos segundos después.
—Oh.., Sherlock…, por favor —suplicó Jim, ya sin poder controlar sus palabras.
Su cuerpo temblaba sin sentido alguno. Ya no quedaba nada de aquel Moriarty que minutos antes había conseguido resistir al placer en favor de desafiar al detective, tan sólo quedaba la necesidad imperiosa de ser llenado por el hombre que amaba y que era el único capaz de satisfacerle en todos los sentidos.
—Túmbate boca arriba —ordenó Sherlock y, con mayor suavidad en el tono de la voz, añadió—. Quiero verte a la cara mientras te follo hasta que te corras.
Sus palabras causaron un fuerte estremecimiento al criminal, que no dudo en complacerle, levantándose con extrema rapidez y dirigiendo su cuerpo hacia la parte superior de la cama. Una vez allí, apoyó su cabeza en la almohada, flexionó las rodillas y abrió las piernas todo lo que pudo. Mientras tanto, Sherlock había vuelto a tomar la botella de lubricante y se extendía una nueva capa del contenido sobre su pene.
—Oh, vamos, Sherlock —protestó Jim, deslizando una de sus manos hacía su ano—. Estoy perfectamente preparado.
—Tranquilo, Majestad —dijo en un tono irónico Sherlock, arrojando el bote a un lugar apartado de la habitación, mientras apoyaba sus manos en el colchón y caminaba a cuatro patas para situarse entre las piernas del criminal—. No me gustaría hacerte daño y que pienses que es una buena idea cortarme la cabeza —se burló, al tiempo que volvía a hundirse dentro de Jim.
Un gemido al unísono se mezcló en el aire cargado por el olor almizclado y espeso que reinaba dentro de la habitación. Ambos sintieron una repentina carga eléctrica ante la fusión de sus cuerpos que no dejaba lugar a dudas de lo que iba a suceder.
—Sherlock…, por favor —suplicó una vez más, sintiendo como el detective iniciaba el reencuentro con una serie de embestidas rápidas que dejaban en claro que una misma necesidad lo consumía—. Por favor, no pares…, ah…, no puedo aguantar más —rogó, entrelazando sus brazos sobre el cuello del otro para obligarlo a que se inclinara y permitir a sus labios unirse en un desesperado baile de deseo y jadeos.
Sherlock cortó repentinamente el contacto y aceleró con brusquedad las embestidas de su pelvis. Sus miradas conectaron entre sí el brillo del deseo que reinaba en sus cuerpos.
—Oh, Dios…, ¡Sherlock! —chillaba Moriarty, consciente de que ya era imposible detener su orgasmo—. ¡Me corro!
El semen escapó con una pequeña erupción que le hizo empapar su propio vientre y parte del contrario. El gruñido de Sherlock, seguido de la fuerte presión que sintió dentro de su cuerpo como parte de la eyaculación que se disparaba contra las paredes de su ano le indicó que su pareja había seguido muy de cerca su liberación.
Sherlock disfrutó por algunos segundos de las contracciones de Moriarty hasta que éstas se volvieron demasiado fuertes para su sensible pene. Salió tan rápido como pudo del cuerpo de Jim, dejándose caer luego a un lado con pesadez y agotamiento. Sus respiraciones, aceleradas por la intensa actividad, comenzaron a sincronizarse mientras sus pulsaciones comenzaban a bajar.
—Quiero hacerte una última pregunta, Jim —dijo con cierta dificultad.
—Pregunta —le invitó su pareja, dando una fuerte inspiración por la nariz.
Holmes tardó aún unos pocos segundos en hablar. Bien fuera por la falta de aire o por la evidente respuesta que sabía que iba recibir, parecía vacilar en formular aquella última duda.
—¿Ayudarles a huir desde el principio no era una opción válida? —preguntó al fin.
Jim se giró sobre su costado, flexionado su brazo para que todo el peso de su cabeza cayera sobre la palma de su mano y su codo, firmemente apoyado sobre el colchón. Con su mano libre se dedicó a trazar pequeños círculos con el dedo índice sobre el pecho del detective.
—Piénsalo, una familia homófoba perseguiría a cualquier miembro de la misma hasta el fin del mundo si fuera necesario para reprenderlo, pero ninguna familia volvería a tratar con un homicida, y encima violador —explicó y, con una sonrisa burlona, añadió—. Apuesto a que ya han mandado a quemar todo lo que vincule a Henry con el apellido Clark.
El silencio se hizo con el control de la habitación. Los ojos de Sherlock permanecieron clavados en el techo de la habitación mientras sentía como los remolinos creados por Moriarty sobre su piel lo adormecían.
—Claro que había formas más sencillas de hacerlo Sherlock —continuó hablando su pareja—, pero imagínate ese escenario. Follando en una escena del crimen, con el cadáver recién asesinado de tu mujer como único testigo del delito cometido y de como le chupas la polla a tu amante, que además ella pensaba como propio. Es poético —determinó—. Una venganza poética contra la injusticia sufrida.
—Me encanta que siempre tengas respuesta para todo, eres el sueño de un detective —suspiró complacido Holmes.
La mano de Moriarty se detuvo repentinamente y, antes de que Sherlock pudiera hacer algo para evitarlo, éste ya se había subido a horcajadas sobre su pelvis y se había inclinado hacia adelante, dejando que sus rostros quedasen a pocos centímetros.
—Yo siempre tengo respuestas, soy el rey —alardeó, rozando con suavidad sus labios contra los de su pareja en un ademán provocativo.
Con idéntica velocidad, Sherlock alzó sus caderas, desestabilizando a Jim y echándole a un lado sobre el colchón para arrebatarle el lugar recién conquistado. Moriarty dejó escapar todo el aire de una vez ante la sorpresa de la acción. Su cuerpo fue firmemente apretado contra la cama bajo el peso de Sherlock, quien se dejó caer para reconectar sus labios en un breve beso que simbolizaba su victoria.
—Larga vida al rey —le susurró con un tono grave y sensual.