Vuelve a casa solo
12 de septiembre de 2025, 20:42
La morgue permanecía fría y lúgubre, iluminada tan solo por las luces artificiales de color blanco que se repartían por el techo de forma simétrica.
Una chica, de tan solo 19 años, se encontraba tendida sobre una camilla metálica situada en el centro de la sala, cubierta desde el pecho hasta los pies con una tela blanca impermeable.
Sherlock Holmes paseaba de un lado a otro, rodeando el cuerpo y observando desde cada ángulo la figura. Identificar la causa de la muerte era sencillo: una enorme raja en el lateral de la garganta destacaba sobre el color blanquecino de la piel muerta.
El detective se inclinó a examinar la herida abierta de aquel joven cuello. Había algo dentro. Tan cubierto por la sangre que apenas se podía distinguir, pero allí estaba.
Introdujo sus largos dedos con cuidado, tratando de dañar en la menor medida la carne viscosa y sangrante, hasta que consiguió hacerse con lo que fuera aquello y lo sacó lentamente.
Era un papel. Un pequeño trozo de papel amarillento doblado sobre sí mismo.
Lo abrió para ver si contenía algo y, entre los coágulos de sangre, pudo ver una frase pintada con tinta azul:
“ Vuelve a casa solo ”.
—Podemos irnos ya?
La voz de John Watson tras de sí lo sobresaltó. El doctor regresó con dos cafés calientes que había ido a buscar de la máquina. Llevaban horas en la morgue examinando el cuerpo de aquella joven, que había aparecido sobre los rosales de Regent's Park.
Sherlock llevó sus manos hacia atrás, tratando de esconderlas.
—Por supuesto —dijo con calma, limpiando los dedos sucios por la sangre con la tela negra de su gabardina—. Ya he visto todo lo que necesitaba.
Se dirigió hacia la puerta, pasando muy cerca de Watson, y la atravesó con prisa. Su compañero apenas pudo seguir los largos pasos que daba por el pasillo que llevaba a la salida.
—¡Sherlock!
La voz que lo llamaba sonó con urgencia. El detective se detuvo y giró sobre sí mismo con cierta impaciencia. Pudo ver al inspector Lestrade, acercándose con paso rápido hacia él y dio unos pasos hacia adelante, a fin de que el encuentro se diera lo antes posible.
— ¿Qué tenemos? —preguntó Greg, al llegar junto a Sherlock.
—Creo que es evidente.
—Sorpréndeme —dijo el inspector, poniendo los ojos en blanco.
—Quizás otro día, Greg —respondió el detective, con un claro nerviosismo en la voz—. Tengo que volver a casa.
Dicho esto, se dio la vuelta para volver a tomar la dirección hacia la salida.
—Pero antes… —dijo, deteniendo sus pasos. Giró sobre sí mismo con un movimiento rápido y se dirigió directamente hacia el inspector—, permíteme felicitarte por la relación que mantienes con mi hermano —añadió, abrazando a Lestrade.
Greg se quedó totalmente petrificado durante los breves segundos que duró el abrazo. Sherlock era conocido por su total desconexión de lo emocional y su repudio del contacto físico por lo que, recibir un abrazo suyo era casi tan improbable como enamorar a Mycroft Holmes.
Y ahora, Greg acumulaba ambos logros.
—G-gracias… —balbuceó Lestrade, observando como Sherlock se daba la vuelta de nuevo y se dirigía a la puerta.
John, que había observado el inusual gesto de su compañero con gran asombro, le dio los dos vasos de café al inspector, se despidió de éste con una inclinación de la cabeza y persiguió a Sherlock a través de las puertas de salida.
— ¿Qué demonios ha sido eso? —le preguntó, cuando consiguió darle alcance.
—¿El qué?
—Eso —insistió John—. El abrazo.
— ¿Qué pasa con eso?
—¡Por Dios, Sherlock! —exclamó Watson, frustrado. Tomó por el antebrazo a su amigo y detuvo sus pasos—. ¿Por qué le has abrazado?
—Juraría que lo he dicho —respondió Holmes poniendo los ojos en blanco. Y, al ver la expresión seria de John, añadió—. Supe que mi hermano había iniciado una relación romántica con el inspector Lestrade y quería mostrarle mi absoluto apoyo.
—Tu…, ¿¡Le apoyas!?
—Tan raro es? —preguntó Sherlock, alzando una ceja.
—¡Si! —respondió inmediatamente John.
Sherlock sonrojándose.
—Bueno pues así es. Si mi hermano Mycroft ha decidido que quiere compartir su vida con el inspector, aunque se trate de alguien de tan limitadas características intelectuales, ¿Quién soy yo para cuestionar a su pececillo dorado?
—Eso ya es más propio de ti, aunque sigue siendo raro —dijo Watson soltando a Sherlock de su agarre—. ¿Entonces? ¿Volvemos a casa?
—No. Yo vuelvo a casa —le corrigió Sherlock—. Necesito que esta noche no pases por Baker Street, tengo que ocuparme de unos asuntos urgentes y requiero de la máxima soledad.
—Está bien, lo que tú digas —dijo John sacudiendo la cabeza—. Nos vemos mañana aquí entonces, creo que a Greg le gustará saber tu opinión sobre este caso.
—Por supuesto —fue la escueta respuesta de Sherlock.
El detective salió de la morgue, enfrentándose a la gélida noche que ya comenzaba a abrirse paso por las calles de Londres.
Caminaba con paso rápido, con las manos dentro de los bolsillos de su gabardina y acariciando el papel que había guardado en uno de ellos, con sus dedos.
En su mente, una sola palabra retumbaba con fuerza.
Moriarty.