Huyamos
12 de septiembre de 2025, 20:42
Las conversaciones que no paraban de golpear los oídos de Mycroft le parecían tan absurdas como aburridas. A veces, quisiera que su poder no tuviera como consecuencia la asistencia a las elegantes fiestas que los importantes miembros de la sociedad británica celebraban como un momento de reunión y alardeo. Nunca se le había dado bien tratar con el resto de personas, todo le parecía demasiado aburrido y superficial.
Miró a su alrededor y su ojos engulleron con asco la vista de los cuerpos masculinos embutidos en elegantes trajes por cuyos cuellos escapaban las enormes papadas, fruto de las continúas comilonas que se proporcionaban sus dueños. Los brillantes vestidos de las mujeres, recargados de lentejuelas y detalles extravagantes, hacían sus ojos arder.
Dio un nuevo trago a su copa de champán y, al devolver su vista al frente, sus ojos chocaron con los de Greg Lestrade; su pareja.
Mycroft le había pedido que le esperara mientras él hacía la ronda de cortesía entre algunos de los presentes. No quería someter a tal sufrimiento a Lestrade y consideró mejor mantenerlo al margen.
Pero, según lo que sus ojos podían ver, un grupo de ricachones se le había acercado, seguramente con intenciones de establecer algún vínculo amistoso con él. Un vínculo que, por supuesto, se encontraba envenenado por el interés que suponía ser cercano a la pareja de “El Gobierno Británico”.
Lestrade le lanzó una súplica con la mirada que Mycroft captó al vuelo, dirigiéndose directamente hacia el círculo de personas que lo rodeaban.
—Ruego me disculpen —dijo al llegar—. ¿Sería posible que me dejen hablar con el inspector Lestrade? —pidió con amabilidad, mientras intercalaba su mirada entre los presentes y su pareja—. Se trata de un asunto de extrema urgencia —aseguró.
—Por supuesto, señor Holmes —respondió el hombre más gordo del grupo que, sin duda, parecía el “líder” de todas aquellas sabandijas.
—Muy amables —agradeció Mycroft, con su peculiar sonrisa y, con un elegante gesto, hizo brindar su copa al aire antes de marcharse.
Lestrade inclinó la cabeza en forma de despedida y siguió con prisa poco fingida a su pareja. Rápidamente le dio alcance y, con un movimiento veloz, le tomó por una de las mangas de la chaqueta. Mycroft se sorprendió al notar como Greg le adelantaba, aún sujetando la manga de su traje, y tiraba de él para dirigirlo a una dirección desconocida.
Ambos hombres esquivaban como podían las grandes masas de gente que se agolpaban en grupos por toda la sala. Por fin, llegaron a los lavabos. Lestrade abrió con una patada la puerta del baño de caballeros y entró, arrastrando a Mycroft en el proceso.
Una vez dentro, le soltó y, tras cerciorarse de que todos los cubículos estaban desocupados, se dirigió a la puerta de entrada, bajo la atenta mirada de su pareja, que lo observaba sin entender nada.
Mycroft dejó su copa en uno de los lavamanos, que se encontraban pegados a la pared contraria de los inodoros, y se giró para ver como Greg cerraba la puerta con pestillo.
—Siento haberte dejado sólo —se disculpó, algo asustado al ver la rápida caminata que emprendía el otro en su dirección—. Sabes que tengo que guardar las apar-...
Pero no pudo terminar la frase.
Lestrade se lanzó sobre él, con ansia. Le sujetó la cara con ambas manos y le robó las palabras con un beso lleno de deseo. Mycroft, sorprendido, apenas pudo seguir el ritmo de los movimientos de su pareja, que lo empujaba hacia atrás. Al fin, notó su espalda chocar contra la pared de baldosas y consiguió reaccionar, siguiendo con las mismas ganas el beso iniciado por Greg.
Cuando se separaron, ambos jadearon, tratando de recuperar el aire. Había sido tan intenso y necesario que ninguno había podido notar como sus pulmones se vaciaban con el paso del tiempo ni habían pensado en respirar.
—Dios… Como te he echado de menos —dijo Lestrade, aún recuperando el aliento.
—N-no me digas —se rio Mycroft, con dificultad, apretando su cabeza contra la pared.
Lestrade aprovechó la postura que había tomado su pareja para apoyar su mano sobre la garganta del contrario. Mycroft abrió los ojos, y vio brillar el deseo en los ojos del inspector.
—Y algo me dice que no solo estás echando de menos mis besos —dijo, con una sonrisa en los labios.
—Si supieras… —admitió Greg, apretando un poco más el cuello de Mycroft—. ¿Podemos irnos? —pidió—. Tengo ganas de follarte.
—¿Y que te hace pensar que me voy a dejar? —le respondió juguetón Holmes, apartando con suavidad la mano de su pareja.
—¿Quieres jugar a eso? —preguntó desafiante Lestrade.
Con un rápido movimiento Mycroft tomó por el cuello a Greg e intercambió sus posiciones, apretando al policía contra las baldosas. Se inclinó a la altura de su oreja y con voz suave le susurró:
—Quizás hoy sea yo quien quiera jugar contigo.
A Lestrade se le erizaron los pelos de la nuca.
Siempre habían sido muy libres en cuanto a los roles en el sexo, pero habitualmente era él quien terminaba dentro de Mycroft. Sin embargo, le era fácil admitir que le gustaba cuando Mycroft peleaba por el cambio de papeles; resultaba excitante. Cuando esto pasaba, le gustaba provocar a su pareja, hasta llevarlo al borde, para hacer que el sexo fuera mucho más divertido.
—Te estás portando muy mal Mycroft Holmes, quizás tenga que castigarte esta noche.
—¿A sí? —le respondió Holmes, apretándole más el cuello—. Me siento intrigado —se burló—. ¿Qué tenías pensado?. Tal vez tome anotaciones.
—A lo mejor te tengo chupándome la polla toda la noche —propuso Greg con picardía—. O a lo mejor me divierto un rato usando alguno de nuestros juguetes.
—Suena bien —dijo Mycroft y añadió, soltándole—. Pero yo tengo una idea mejor.
Lestrade masajeó su cuello, que aún sentía los dedos del otro presionándolo. Para cuando devolvió su mirada a Mycroft vio como este se acomodaba la corbata, que se había movido durante el beso. Greg no pudo evitar pensar en lo atractivo que estaba con ese elegante traje de tres piezas que remarcaba de manera tan provocativa su figura.
—Te veo en diez minutos en el coche —le indicó Holmes, antes de darse la vuelta y añadir—. No me hagas esperar o te lo haré pasar peor —amenazó, mientras le daba la espalda y se dirigía a la salida.
—Nos vemos en quince minutos entonces —le respondió juguetón Lestrade.
—No tientes a la suerte —fue lo último que le dijo Mycroft antes de tomar su copa casi vacía y atravesar la puerta.
Lestrade sonrió.
Tenía que arreglarse un poco para salir o sino todos sospecharían lo que había ocurrido entre ambos hombres. Se acercó al lavabo, abrió el grifo y se lavó la cara. Notaba su rostro arder fruto de la excitación. Miró hacia el espejo y, mientras retocaba su peinado, pudo sentir cuán grande era su erección.
Tenía que darse prisa. Aunque hubiera bromeado con llegar más tarde de lo acordado y, de cierta forma, le excitaba provocar de esa manera a su pareja, no se veía capaz de aguantar mucho más.
Se recolocó el pantalón y abrochó la chaqueta de su traje para tratar de disimular lo mejor posible el bulto. Salió con rapidez del baño y navegó entre las personas en dirección de la puerta principal.
Aún antes de salir pudo ver a Mycroft, despidiéndose de un grupo de personas. Éste le dedicó una breve pero reveladora mirada traviesa que hizo a Lestrade salir con urgencia.