ID de la obra: 825

Esta noche mando YO (Smut)

Slash
NC-17
Finalizada
2
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Esta noche mando YO

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Lestrade esperaba sentado en el capó del lujoso Jaguar XJ de Mycroft, el coche en el que habían llegado a la fiesta. Estaba decidido a quedarse allí, pero el frío de la noche se hizo tan insoportable que comenzó a pasear de un lado a otro mientras esperaba. De pronto, unos brazos lo rodearon por la espalda y la boca de Mycroft impactó en su cuello, arrancándole un suave escalofrío. —Has..., ha tardado..., mucho —le dijo, retorciéndose del placer. —Lo siento —se disculpó Mycroft, sin despegar del todo su boca de la piel—. Te prometo que lo compensaré —dijo reanudando los húmedos besos mientras se pegaba más al cuerpo de Lestrade. Pero Greg no se lo iba a poner tan fácil. Le había hecho esperar y quería seguir provocándole..., llevarle al límite del deseo. Con agilidad, consiguió separarse de Holmes, que lo miró confuso. Sin previo aviso, se dio la vuelta, tomó de las solapas del traje a Mycroft, y, con fuerza, lo estampó contra la carrocería del coche. —Me puedo arrepentir de permitirte jugar hoy a ti —le dijo, antes de juntar de nuevo sus labios. —¿Me lo quieres poner difícil? ¿Eso te pone? —le preguntó Mycroft, tras el beso, mirándole fijamente—. Te mostraré de lo que soy capaz. Acto seguido, tomó las muñecas de Lestrade entre sus manos y lo arrastró hasta la parte de atrás del coche . Abrí la puerta, pero presionó a Greg contra el lateral trasero. Le quitó la chaqueta y la lanzó al suelo a través de la abertura. —¿Te estás poniendo cachondo? —le preguntó Lestrade, sin intención de recibir una respuesta. Sólo quería seguir alimentando el fuego que había encendido en Mycroft. Holmes no le respondió. Le besó con fuerza mientras le desabrochaba la camisa, pero no se la quitó, tenía algo más urgente que hacer. Le dio la vuelta, apretándole aún contra la chapa y le quitó las esposas del cinturón. Aquella manía tan extraña de Lestrade por llevarlas, justificada por la más pura paranoia, le serviría en los planes que tenía previstos para aquella noche. Una vez las tuvo en su poder, empujó a Lestrade dentro del vehículo. Greg cayó de bruces contra la tapicería y antes de que pudiera darse cuenta, Mycroft ya se había subido encima de él y le esposaba las muñecas tras la espalda. Las esposas se cerraron con un chasquido que anunciaba el inicio de un juego que prometía una enorme diversión para ambos. Mycroft se inclinó hacia adelante, le agarró por el pelo de la nuca y con un tirón, que no llegó a ser insoportablemente doloroso, le obligó a levantar la cabeza y parte del cuerpo. —Esta noche mando yo —le susurró al oído. Lestrade sonriendo. Había conseguido provocar a Mycroft. Le había llevado al límite y estaba dispuesto a pagar las consecuencias. —Demuéstrame que mereces ese poder —le desafió. Mycroft se mordió el labio inferior. Sabía lo que estaba haciendo Greg: provocarle. Y lo había logrado, pero ahora le mostraría lo que era el verdadero placer. Le soltó de su agarre, dejando caer a su pareja contra el asiento, se giró y cerró la puerta del coche. Ahora que tenían privacidad total, aprovechó la posición que aún mantenía sobre Lestrade para levantarle un poco las caderas y comenzar a rebuscar bajo su cuerpo. Al fin, sus manos dieron con la hebilla del cinturón que fue rápidamente abierta. Holmes retiró con cuidado el cinturón de cuero negro y, una vez lo tuvo en sus manos, lo observó con picardía. —No lo voy a dejar muy lejos —anunció, apoyando el objeto en la alfombrilla que quedaba justo bajo su asiento—. Puede que me haga falta. —Si esperas alguna instrucción... —habló Lestrade—, no te la pienso dar, tu has decidido estar al mando. —No lo requiero, querido —aseguró Mycroft, con una sonrisa burlona—. Solo informar queríate. Dicho esto, desabrochó también el botón del pantalón de Lestrade y le bajó la cremallera del mismo. Lo deslizó hacia abajo hasta que pudo retirarlo por completo y lo lanzó al asiento del conductor. Mycroft se detuvo a contemplar aquel cuerpo semidesnudo y no pudo resistir la tentación de acariciar y besar las piernas. Lestrade comenzó a gemir ya arquear la espalda. La lengua de Holmes le causaba muchas cosquillas pero adoraba sentir como aquel hombre se permitía el tiempo de acariciar su piel y electrificarla con el deseo. De manera imprevista, la mano de Mycroft chocó contra el pene aún recubierto de tela de Greg. —Me molesta —dijo, alzándose un poco para desnudar por completo a su pareja. Lestrade rio ante la ternura que le provocó la lucha iniciada contra su ropa. Los calzoncillos acompañaron a sus pantalones en el asiento delantero y Mycroft por fin pudo contemplar sin restricciones lo que tanto deseaba. Masajeó las carnosas pero firmes nalgas de Greg y las abrió para observar su ano, enrojecido y palpitante por la excitación. —Sé exactamente lo que necesitamos —dijo, levantándose para llevar su cuerpo hacia los asientos delanteros y tomar el lubricante que siempre guardaba en la guantera para casos como aquellos. A su vuelta, masajeó con su mano libre la nalga derecha de Lestrade, deseoso de introducir alguno de sus dedos dentro. Pero aún no podía, no hasta que él se lo pidiera. Deslizó su dedo hasta el ano y comenzó a acariciarlo. —Dime Greg, ¿Quieres que te prepare? —preguntó, apretando ahora el dedo con suavidad—. Suplícame que lo haga y lo haré. —Tendrás que convencerme para que te suplique —le respondió éste, desafiante. —Con gusto —aceptó Mycroft. Holmes dejó caer la botella de lubricante sobre la espalda de Lestrade y se inclinó para introducir su cara entre sus nalgas, lamiendo con esmero cada rincón de la entrada. —¡Dios Mycroft! —gritó al instante Greg. Mycroft permaneció por algunos minutos lamiendo cada espacio del año y con cada movimiento de su lengua podía notar como éste se contraía con la humedad y el calor de su aliento. Disfrutaba, además, de los escalofríos que no cesaban de recorrer el cuerpo de Lestrade, acompañados de los fuertes gemidos que no paraban de fluir por su garganta. —Por favor... ¡ah! —Eso ha sido rápido —se burló Holmes—. Pídelo —insistió, antes de devolver la cara a su lugar. —Por favor... Mycroft..., ¡ah!... Quiero que me folles con tus dedos —rogó, aún temblando, el hombre esposado. Holmes sonoramente y apartó su cara del trasero de Lestrade. Se quitó la chaqueta y la lanzó al suelo, luego, desabrochó los botones de su chaleco y dobló las mangas de su camisa para permitir mayor libertad a sus movimientos. Tomó de nueva la botella de lubricante, roció una generosa cantidad en sus dedos y frotó el espeso líquido sobre la entrada enrojecida antes de medir el primero de ellos. —¡Dios! ¡Ah! —comenzó a gemir Lestrade. —¿Te gusta? —preguntó Mycroft, moviendo con suavidad su dedo dentro de la policía. —Mucho, ¡ah! —fue la respuesta de Greg, que apenas si podía controlar su respiración—. No pares..., ah..., por favor... Mycroft se siente emocionado, satisfecho por los efectos que estaba teniendo su juego sobre Lestrade. Pero aún quedaba algo más, algo que había pasado por su mente como una idea fugaz pero que ahora regresaba para inspirarle. Mantuvo el ritmo mientras se inclinaba a un lado para recoger el cinturón de Lestrade, que había dejado caer anteriormente. Entonces, detuvo sus movimientos y sacó el dedo, provocando un gruñido por parte de su pareja. —Por favor... —suplicó Greg. —Escúchame —le ordenó Mycroft—. Te voy a proponer algo y quiero que me escuches bien —Lestrade tan solo contestó con su respiración agitada—. Si eres capaz de aguantar tres dedos sin gemir, te prometemos que te follaré inmediatamente. Pero, si no lo consigues, me vestiré y volveré a la fiesta, y tú te quedarás aquí esposado hasta que vuelva. En realidad Mycroft no tenía ninguna intención de volver a aquella reunión aburrida y estúpida, pero le causaba una gran excitación pensar en cuánto sería capaz de soportar su pareja con tal de tener su polla embistiéndolo. —P-por favor, Mycroft —suplicó de nuevo Lestrade, temblando—. N-no lo voy a conseguir. —Tranquilo, para ayudarte un poco te voy a dar esto —le dijo, metiéndole en la boca el cinturón doblado por la mitad—. Puedes morder cuanto quieras y no te harás daño en tu preciosa boquita —explicó—. ¿Aceptas mi propuesta? Gregoson ascendió. Sabía que el cinturón podía ayudarle de cierta manera a esconder su placer, y en verdad quería sentir de una vez por todas la polla de Mycroft rompiéndole. Holmes se roció nuevamente lubricante en la mano e introdujo su índice de dedo. —Uno... —contó, deslizándose con suavidad. Greg trató de controlar su respiración para permitir que su cuerpo se mantuviera relajado, de esta forma, el dedo lo atravesaba con menor dificultad y, por tanto, con menor fricción. Pero no tardó en entrar el segundo dedo, que tomó por sorpresa a Lestrade. El inspector tuvo que morder con fuerza el cuero para evitar que un gemido fatal escapara. Apretó su cara contra la tapicería del coche y cerró los ojos para concentrar sus esfuerzos en mantener el silencio. —Dos... —contó de nuevo Mycroft, cada vez más excitado por la fortaleza de su pareja. Holmes notó la presión que ejercía su erección contra su ropa y decidió abrir, con su mano libre, el botón y la cremallera de sus propios pantalones. Sintió un alivio instantáneo pero temporal, él también deseaba entrar en Lestrade y notar como sus cálidas paredes lo recibirían. Embriagado por estos pensamientos aceleró el ritmo de sus movimientos. —Lo estás haciendo muy bien, Greg —felicitó—. Sólo te queda un dedo más y podrás gemir todo lo que quieras cuando tengas mi polla dentro, ¿Estás preparado? Greg tan solo pudo murmurar algo que fue entendido como un "Hazlo, por favor" por Mycroft, quien metió inmediatamente el tercer y último dedo y aumentó la velocidad. Eran los últimos momentos que sus dedos iban a poder disfrutar de aquella calidez y sin duda los iba a disfrutar. Lestrade abría y cerraba sus manos esposadas sin control, y ya no era capaz de regular su respiración. Las lágrimas de placer comenzaron a escapar de sus ojos y por un momento creyó que perdería en aquel juego; Notaba como su garganta raspaba por el esfuerzo de mantener ocultos los gemidos. Pero, sin previo aviso, sintió el vacío dentro de su cuerpo: Holmes había sacado los dedos. Greg sacudió su cabeza y escupió el cinto, consciente de que aquel gesto por parte de Mycroft tan solo podía significar su rotonda victoria. Efectivamente, al girar un poco su cabeza pudo observar como su pareja frotaba una gran cantidad de lubricante en su pene mientras lo miraba con deseo. Debía ser un espectáculo digno de ver: esposado, bañado en sudor, la boca rodeada de saliva, con el pelo revuelto y la cara enrojecida por el esfuerzo de mantener el silencio. Cuando vio a Mycroft apartar la botella de lubricante recondujo su vista al frente; sólo quería permitirse sentir como cada centímetro lo llenaba hasta el fondo. Pronto sintió el peso de las caderas de Mycroft sobre las suyas y notó el acolchonamiento cercano a sus brazos hundirse bajo la presión ejercida por las manos de éste al apoyarse. —¿Estás preparado? —le preguntó, acariciando su miembro contra el año. —Por favor —imploró Greg, con los nervios hirviendo—. Métela..., por favor... —Avísame si te hago daño —le pidió su pareja, abandonando por unos segundos su posición de dominante impasible y dispuesto a todo con tal de provocar placer. Volvió a ser Mycroft, el que se preocupaba por él y lo cuidaba, y eso, lo excitaba aún más. El pene de Mycroft entró con lentitud y suavidad dentro de Lestrade, despertando cada nervio y permitiendo a ambos hombres disfrutar de cada sensación. Greg, al fin, pudo emitir un fuerte gemido cargado de alivio y satisfacción. —D-definitivamente..., no vuelvo a impedirte gemir —dijo Holmes echando la cabeza hacia atrás—. Suena muy bonito cuando lo haces. Lestrade no contestó, tan solo se limitó a elevar un poco sus caderas para permitir una entrada más profunda. No había nada que quisiera decir, solo quería sentir como aquella polla lo tomaba, lo hacía suyo y lo llenaba. Sus deseos parecieron ser entendidos por Mycroft, que comenzó a moverse dentro de él. Holmes tocó con los ritmos, primero iba lento, acariciando cada centímetro de su pene con la carne apretada de Lestrade; luego, inició una serie de estocadas rápidas y precisas que arrancaron los fuertes gemidos de ambos hombres. El calor de sus cuerpos y los jadeos comenzaron a empañar los cristales tintados, y el sudor comenzó a gotear por cada extremidad. Lestrade apretaba su cara contra el asiento y disfrutaba de la libertad de gemir como nunca antes lo había hecho. No le importaba si alguien les escuchaba; si el mundo debía enterarse, al menos comprendería que ambos se pertenecían el uno al otro. Mycroft sintió como su juicio se nublaba y su cuerpo tan sólo sintió el calor de Lestrade rodeándolo. Con un suave movimiento, deslizó su mano bajo las caderas de éste y tomó su erección. Al contacto de sus manos Greg reprimió un grito ahogado. Holmes comenzó entonces a deslizar su mano mientras notaba el orgasmo acercarse. —Greg..., ¡ah!..., voy a..., voy a... —Y-yo también —le interrumpió Lestrade, casi sin aire—. N-no pares..., por favor... Eso era todo lo que necesitaba Holmes. Aceleró el movimiento de su mano para llegar antes a Lestrade mientras centraba la penetración en una serie de golpes secos que impactarían directamente contra la próstata de su pareja. Un potente gemido de Greg, seguido de la sensación cálida del semen sobre su mano, le indicó que el inspector había alcanzado el orgasmo. Con rapidez, soltó aquella erección, que ya comenzaba a perder fuerza y ​​embistió con energía el año cada vez más apretado de su pareja. —¡¡Greggg!! —gritó, sintiendo como su esperma escapaba y rellenaba cada rincón del interior de Lestrade. Ambos hombre respiraban con dificultad, tratando de igual todo el placer que estaba recorriendo sus cuerpos y que hacía a sus extremidades temblar sin control. Con las pocas fuerzas que le quedaban, Mycroft salió de Lestrade y se dejó caer hacia adelante, sobre el cuerpo de éste. Poco a poco, sus respiraciones parecieron relajarse e, incluso, coordinarse. Holmes tragó saliva y levantó un poco su cuerpo entumecido para poder besar la cabeza de Greg. El inspector apretaba su cara contra la tapicería como si aquello le ayudara a controlar las sensaciones que lo estaban invadiendo. —Ha sido maravilloso Greg —dijo Mycroft y, antes de desplomarse de nuevo, añadió—. Te amo. —T-te amo —le contestó Lestrade, controlando aún los temblores de su cuerpo.
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