Ecos en Hell’s Kitchen
12 de septiembre de 2025, 21:41
La tarde se deslizaba lenta sobre Hell’s Kitchen, tiñendo las fachadas con ese tono dorado que solo el sol de Nueva York podía ofrecer. Matt caminaba entre sombras familiares, el bastón golpeando suavemente el pavimento, flanqueado por Karen y Foggy. Reían con naturalidad, como si el mundo aún tuviera rincones seguros. Karen bromeaba con una ligereza que no ocultaba del todo la tensión en sus hombros. Foggy, por su parte, hablaba animadamente con Kirsten McDuffie, la fiscal adjunta que había aprendido a sobrevivir en el mismo infierno legal donde ellos prosperaban. Se dirigían al bar de Josie, donde los esperaba una celebración discreta: la jubilación del veterano policía Cherry, un hombre duro pero leal, de esos que rara vez cruzaban líneas, salvo cuando la justicia lo exigía. El bar, con su luz tenue y olor a madera envejecida, era casi un santuario para el trío. Allí se permitían ser simplemente amigos.
El teléfono de Foggy y se disculpó para atender. Matt, siempre atento, inclinó ligeramente la cabeza cuando escuchó a Foggy hablar por teléfono con voz grave. No era una conversación cualquiera. Su amigo intentaba calmar a alguien, alguien asustado. Un cliente. Matt frunció el ceño. Foggy lo había escondido en su casa. Lo protegía de un nombre que aún resonaba como una herida abierta: Benjamín "Dex" Poindexter. Bullseye.
Las palabras se quedaron flotando en la memoria de Matt. No tuvo tiempo de analizarlas. El disparo ocurrió antes de que su mente pudiera reaccionar.
En un abrir y cerrar de ojos, la escena cambió. El suelo del bar se cubrió de gritos y confusión. Foggy cayó, el pecho perforado por una bala certera. Karen gritó su nombre, y el corazón de Matt se detuvo por un segundo. Sintió el eco del disparo recorrerle el cuerpo como una descarga eléctrica. En un instante, ya no era el abogado: ahora era el Diablo. Se lanzó tras el tirador, su cuerpo moviéndose por instinto más que por razón. El caos era absoluto. La gente corría, tropezaba, gritaba. La cámara invisible de sus sentidos lo guiaba mientras ascendía por las escaleras, perseguía a Bullseye por corredores desiertos y tejados mojados por el sudor de la ciudad. La pelea fue salvaje. Los puños hablaban más que las palabras. Dex se movía con una violencia que no buscaba escapar, sino destruir todo a su paso.
Matt lo alcanzó al borde del edificio. Lo derribó. Lo sostuvo por un instante y lo clavo sus ojos donde sabía que estaría su rostro. Ya no era a un enemigo. Era quien intentó destruir su mundo. Quien en un solo instante le estaba quitando todo lo que lo hacía humano. Quien atentó contra la vida de Foggy. ¡Su Foggy!. Y entonces, simplemente lo soltó.
El cuerpo de Dex se precipitó hacia el asfalto. El impacto fue brutal. Y por primera vez, Matt supo lo que era matar con intención.
Cuando volvió la vista atrás, el sonido de las súplicas de Karen aún flotaba en sus oídos. Foggy ya no respondía. Y con grito desgarrador que rasgo la noche, se abrieron las puertas del infierno para Matt Murdock
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El cielo sobre Manhattan estaba encapotado. No llovía, pero el aire olía a agua estancada, como si la ciudad misma guardara silencio por respeto. El cementerio de Calvary estaba casi vacío. Apenas unas pocas personas, dispersas y calladas, asistían al entierro de Foggy Nelson. Matt permanecía a un lado de la tumba, inmóvil, con el rostro descubierto, el bastón en la mano y los lentes oscuros ocultando mucho más que sus ojos. Vestía de negro riguroso, pero su silencio era más luto que cualquier traje.
Karen había colocado un ramo de lirios blancos sobre el ataúd antes de que bajara a la tierra. Estaba demacrada. No había llorado en voz alta, pero sus manos temblaban cuando habló:
Foggy… era lo mejor de todos nosotros. El que creía incluso cuando no debía. El que siempre encontraba algo de luz en medio del desastre.
La voz se le quebró. Nadie la interrumpió.
Matt apretó los dedos contra el mango del bastón. Sentía los latidos de su corazón martillándole el pecho. La tierra bajo sus pies parecía más frágil de lo que recordaba. Cada segundo se le hundía como barro.
Cuando le tocó hablar, no pudo. Ellos nunca entenderían, así que lo hizo solo para él y para la tumba. Casi como un rezo
Éramos dos idiotas que creían que podían cambiar el mundo — dijo, sin moverse —. Tú lo hacía con palabras. Yo, con los puños. Y siempre fuiste quien logró más. Porque creías que la gente podía mejorar. Porque nunca te dejaste vencer por el miedo… ni siquiera cuando el mundo se empeñaba en romperte. — Tragó saliva, con dificultad. El viento soplaba entre los árboles como una oración sin nombre. — Yo te arrastré a esta guerra — continuó —. Te mentí, te alejé, te puse en peligro. Y aun así… siempre volvías. Siempre me perdonabas. Como si yo aún valiera la pena. — Matt se arrodilló junto al borde de la tumba. Tocó la madera del ataúd con una mano. El tacto era frío, ajeno, pero en su mente, podía oír la risa cálida de Foggy, sus sarcasmos torpes, sus intentos de mantenerlo humano. — Lo siento, Fog — susurró —. Lo siento por no haber estado allí cuando debí. Por no salvarte. Por no estar a tu altura — Unos pasos se acercaron. Era Karen. Se agachó a su lado y le tomó la mano.
Él te conocía mejor que nadie, Matt — le dijo, en voz baja —. Y eligió quedarse. Hasta el final.
El ataúd descendió. La cuerda chirrió. Y el sonido sordo de la tierra cayendo sobre la madera fue como un latigazo. Matt no lloró. No podía. Pero cada latido parecía una grieta más en su interior.
Al final, cuando todos se fueron, él se quedó un poco más. El viento soplaba con más fuerza. El cielo se oscurecía. Y el teléfono vibró en su bolsillo. Número desconocido. Lo supo por el tono
Lo contestó con lentitud.
Matthew — dijo la voz, gruesa, familiar, dolorosamente íntima —. No importa cuántas veces lo intentes… nunca vas a salir de este infierno. Porque este infierno, somos tú y yo.
Matt cerró los ojos. Reconoció la voz. Esa voz era una marca en su alma.
Se acabó — murmuró.
No — respondió con serenidad —. Solo terminó una etapa. Ahora, solo quedamos tú… y yo.
Matt colgó sin decir más.
Volvió a mirar la tumba de Foggy. El silencio pesaba más que nunca, pero también lo anclaba. Era el recordatorio de todo lo que había perdido. De todo lo que aún debía proteger.
Te fallé — susurró —. Pero no voy a dejar que ensucie tu recuerdo, ni tu nombre pronunciándolo.
Se dio la vuelta, el bastón tocando la tierra húmeda. Y mientras caminaba entre lápidas y sombras, Matt Murdock no sabía si era un hombre, un fantasma… o algo entre los dos.
Pero sí sabía una cosa: la guerra apenas había empezado.
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