El Juicio De Los Invisibles
12 de septiembre de 2025, 21:41
La lluvia repicaba suave contra los ventanales del despacho. Foggy estaba sentado sobre la mesa, el traje desordenado, los dedos temblando apenas sobre la rodilla de Matt, que permanecía frente a él, demasiado cerca, respirando con el pecho agitado.
-Te amo tanto — susurro Matt besándolo en el cuello.
Foggy gimió mirándolo, y luego lo abrazó, hundiendo la frente en su cuello. El contacto fue un alivio que quemaba. Se besaron. Primero con torpeza, como si ambos temieran romper algo sagrado. Luego con hambre. Como si el tiempo perdido hubiera sido demasiado. Las manos de Matt se aferraban a la espalda de Foggy, buscando equilibrio, mientras los labios se encontraban una y otra vez, y el mundo desaparecía en ese despacho mal iluminado.Entonces la puerta se cerró.No de un portazo. No con violencia. Solo con esa firmeza silenciosa que anunciaba poder.
Matt lo supo antes de que hablara. El aire había cambiado.
-Vaya… — dijo Fisk desde la penumbra — . ¿Interrumpo algo?
Foggy retrocedió al instante, jadeando, pero Matt no se movió. Solo bajó la cabeza, como si el peso del momento lo venciera.
-Sal de aquí, Fisk — susurró.
Pero Fisk no obedecía órdenes. Caminó hasta quedar frente a ellos, con las manos unidas detrás de la espalda. Lo observaba todo como un espectador paciente, como si ya hubiera previsto esa escena.
-¿De verdad quieres que me vaya, Matthew? — preguntó, acercándose — . ¿O solo quieres que finja que no ver lo que eres?
La tensión era un hilo a punto de romperse. Foggy lo miraba todo con los labios entreabiertos, como si no pudiera creerlo… y, sin embargo, no se apartó. Fisk se inclinó. Le tocó el rostro a Matt con una suavidad que contrastaba con su estampa imponente. Y Matt no lo detuvo. Pero Fisk giro el rostro a último momento y sus labios se encontraron con los de Foggy. La sorpresa los paralizó por un instante, pero luego Foggy respondió suave, seguro, con hambre
-Matt, no ama a nadie sin destruirlo — le murmuró Fisk — . Pero aquí estamos… los dos. Y él. Sabiendo que tarde o temprano nos arrastrarás contigo.
Matt se acercó para unirse al beso. Uno que no era posesivo. Era lento, como una rendición tácita entre los tres. Como si los secretos, el odio, la culpa y el amor se disolvieran por un instante en un gesto compartido. Nadie dijo una palabra más. Las manos buscaron calor. Las caricias fueron leves, dudosas al principio. Y cuando Matt cerró los ojos, ya no supo si temblaba por miedo, por deseo o porque, en ese instante, se sintió verdaderamente visto.
Se sentó de golpe en la cama con la respiración entrecortada. A tienda busco, hasta encontrar su mesita de noche, del cual tomo un portarretrato. Eran Foggy y él abrazados. entonces no pudo más y lloro. Lloro por su amor perdido. Lloro por sentirse preso del deseo por Fisk. Lloro por traicionarse a sí mismo, sin posibilidad de escapatoria, ni redención. Solo lloro,
El día había comenzado sin luz. Aunque era temprano, el cielo permanecía cubierto de un gris sucio que no dejaba filtrar el sol. La noche se le había ido entre respiraciones entrecortadas y el eco hueco del silencio en su apartamento. Se levantó con movimientos lentos, como si cada articulación pesara más que el día anterior. No encendió ninguna luz. Se orientaba por costumbre, por memoria. El aire olía a madera seca, a café frío en la taza que no terminó anoche, y al polvo que se acumulaba sobre los libros que Foggy solía hojear cuando esperaba que Matt bajara del tejado.Foggy ¡Como dolía!
No desayunó. No tenía hambre. Ni fuerzas. Se limitó a pasar los dedos por la tela de un traje colgado a medio ordenar. No era el rojo. Tampoco el negro. Era un traje común, el de abogado. El que usaba cuando aún tenía a alguien con quien compartir el estrado. Se afeitó con precisión. Se vistió con la misma rutina silenciosa de siempre. Pero algo había cambiado: ya no había urgencia en sus movimientos. Solo una pesada inercia. El mundo seguía girando, pero para él todo parecía haber perdido dirección.La ciudad murmuraba a través de las ventanas. Taxis, pasos, máquinas, bocinas lejanas… pero Foggy ya no estaba. Y eso convertía todos esos sonidos en ruido muerto. La vida vibraba más allá de las paredes, indiferente a su pérdida, pero para él ya nada tenia sentido real.
Tomó el bastón. Salió del apartamento. La humedad del aire lo golpeó al instante. Caminó sin prisa, contando cada baldosa, cada esquina, cada semáforo como un castigo silencioso. Algunos lo miraban; nadie lo detenía. Pasó por la panadería donde Foggy solía comprar bollos de canela. Por el quiosco donde discutían sobre partidos de los Mets. Por la parada del autobús que nunca tomaban, pero donde se reían al ver a otros corriendo tarde.Todo seguía allí. Todo, menos él.
El ascensor del viejo edificio rechinaba como siempre. El pasillo olía a café barato y a tinta de impresora. Matt subió las escaleras del último tramo, como hacía cada vez que quería retrasar el momento de llegar. Y cuando finalmente abrió la puerta de la oficina, el silencio fue absoluto.Nelson, Murdock & Page.Solo quedaba un nombre.Matt entró, cerró la puerta detrás de él, y por primera vez en meses… se permitió quedarse quieto, como si fuese del peso que caía sobre sus hombros.
Desde temprano, el bufete bullía de murmullos y pasos apresurados. Kirsten McDuffie hojeaba expedientes con el ceño fruncido, mientras Cherry recorría el pasillo con su café en mano. Matt se mantenía en silencio, sentado ante la carpeta del caso Ayala.
-¿Estás seguro de esto? — preguntó Kirsten sin alzar la vista — . Defender a alguien acusado de matar a un policía no es precisamente la mejor carta de presentación para el nuevo año.-No lo hizo — dijo Matt con calma — . Lo sentí en su voz, en su pulso. No miente.
Héctor Ayala había sido arrestado la semana anterior. Su historia era sencilla y trágica a la vez: vio a un civil en peligro, intentó intervenir y terminó acusado de homicidio cuando un oficial encubierto cayó a las vías del metro. El tren no perdonó. Matt imaginaba su rostro: joven, desgastado, más cansado de lo que debería. Cuando lo visitó en la celda, su voz temblaba no de culpa, sino de impotencia. Decía que sólo intentaba ayudar. Que no sabía que eran policías.La sala de juicios olía a madera vieja y tensión. El juez parecía agotado, y el fiscal venía preparado para crucificar a Héctor en menos de media hora. Matt se levantó con serenidad, expuso los hechos con firmeza, desmenuzó los testimonios con su precisión habitual. Pero lo que lo alertó fue lo que no se decía. Héctor guardaba algo. Había un silencio en sus respuestas, un ritmo contenido que sólo alguien como Matt podía notar.Y entonces lo supo: Ayala era más que un simple buen ciudadano. Esa noche, tras la audiencia, Cherry encontró una pista. Regresó pálida al despacho.
-Lo encontré en su armario — susurró — . Es un traje... y un amuleto. Tiene las garras de White Tiger.
Matt lo entendió todo. Héctor había intervenido porque era un vigilante. Porque había jurado proteger a los suyos, aunque eso implicara ensuciarse las manos. ¡Vaya que lo entendía!Kirsten quería retirarse del caso. Matt no se lo permitió.
-Seremos lo que la ciudad ya no espera de nosotros — dijo simplemente — . Justicia, aunque no vista de traje.
Mientras tanto, en la cima del ayuntamiento, Wilson Fisk tomaba posesión como nuevo alcalde. Su voz retumbaba en las calles con un discurso potente “Limpiaré esta ciudad. De arriba a abajo. Ya no habrá lugar para los que se ocultan tras máscaras”. Matt lo escuchó desde el despacho. Cerró el expediente con fuerza. Sabía que esa declaración no era una promesa, sino una amenaza directa a él.
Esa noche, las calles olían a humedad y a hierro oxidado. Matt se despojó del traje de abogado, no del todo del otro. Siguió a los policías implicados en el caso de Héctor. Había algo sucio allí, un encubrimiento, una mentira sistemática. Los encontró en un apartamento, golpeando a un joven testigo, Nicky, que había visto la verdad.No lo pensó dos veces.Se lanzó sobre ellos con la furia contenida de un año en silencio. Golpeó con precisión quirúrgica, sin piedad. Uno cayó con la nariz rota, el otro gritó al sentir cómo se le quebraba el brazo bajo su bota. No fue elegante. Fue necesario. Cuando el chico huyó, Matt se quedó unos segundos más, respirando entre las sombras. Sintió el latido acelerado de la ciudad. Estaba vivo. Demasiado vivo. Al regresar a casa, se quitó los guantes manchados. Miró sus manos. No se había puesto el traje. No lo necesitaba. El Diablo seguía ahí, con o sin máscara.
-Volviste — dijo la voz risueña detrás de Matt, por lo que el abogado giro alerta — siempre vuelves-¿cómo entraste aqui? — siseo intentando saber si había alguien mas-Digamos que... es mi casa — dijo la voz acercándose — , puedo hacer lo que quiera-¡Largate! — exigió Matt levantando el rostro hacia el contrario e intentado alejarse-No fui yo — dijo acariciándole el rostro pero Matt lo empujo — ¿para que mataría a Foggy, si al final no importa con quien te vayas — Matt volvió a dar un manotazo intentando alejarlo — yo soy tu dueño?-¡Para robarme a quien amo! — dijo Matt comenzando a temblar-Vine a recordarte que Nueva York no necesita héroes ya — dijo — quédate en casa. Relájate. Mi oferta sigue en pie-Ser tu juguete oficial — dijo Matt asintiendo distraídamente — , gracias, pero voy a declinar. No me interesa — y sonrió-Siempre lo serás — dijo el hombre — , mejor ya deja de pelear contra tu destino. Sueño con el día en el que te lleve del brazo frente a todos — y lo tomo del cuello — . Que sepan que me perteneces. Quizás un par de hijos-¡Pídeselos a tu mujer! — dijo Matt luchando por meter aire en sus pulmones, mientras golpeaba el brazo que lo sujetaba intentando zafarse-Los quiero de tu vientre — dijo acercando su boca a la de Matt, quien peleaba con más ahincó — . Pondré el mundo a tus pies, solo acéptame
Matt forcejeaba, con el rostro rojo por el esfuerzo y los dedos arañando el brazo que lo sujetaba del cuello. El aire le faltaba, pero no se rendía. Cada músculo de su cuerpo reaccionaba con rabia y humillación. La cercanía lo asfixiaba más que la presión física. Era su voz. esa voz, la que perforaba lo más profundo, y de la que no lograba huir.Ese hombre no se inmutaba. Su mirada brillaba con un deseo que no nacía del amor, sino del control. Del hambre por poseer, por doblegar, por reducir a Matt al reflejo que él quería: vulnerable, derrotado, suyo.
-Pondré el mundo a tus pies, solo acéptame — repitió en un susurro casi tierno.
Matt apretó los dientes, pero ya no podía gritar. Apenas gruñía entre jadeos, su fuerza menguando. Y entonces sintió el beso. Fue un choque brutal, frío y sofocante. Su boca se apoderó de la de Matt sin permiso, sin dulzura. No había amor en ese beso, solo una afirmación del poder que creía tener sobre él. Matt se debatía aún, golpeándolo, intentando romper el contacto, pero no lograba apartarlo. Una mano se colocaba por la parte de atrás entre sus pantalones. Otra, lo sostenía con firmeza, como si al romper su voluntad en ese instante pudiera convertirlo en parte de su imperio íntimo. El objetivo era más que claro. Quebrarlo complementeHabía pasado mucho tiempo desde última vez que su cuerpo había recibido a alguien dentro suyo, así que el temblor de Matt no era solo de furia o de deseo : era también de dolor. Porque una parte de él, enterrada bajo capas de culpa y deseo reprimido, había cedido muchas veces antes y volvería a ceder esa noche Finalmente, el hombre se apartó.
Pero no duró mucho. Matt se abalanzó sobre él con un ímpetu salvaje, casi desesperado. Lo empujó contra la pared nuevamente, lo besó con violencia, con rabia, con un hambre que nacía más de la soledad que del deseo. Era una guerra sin cuartel entre cuerpos que no buscaban ternura, sino ruina. Las manos de Matt se cerraron en el cuello de su camisa, desgarrándola sin cuidado. Los labios, la lengua, los dientes… todo era lenguaje de un alma rota que gritaba con el cuerpo lo que jamás admitiría en voz alta. El hombre, por su parte, no se resistía. Sonreía como quien corona una victoria largamente planeada, acariciándole la espalda con una calma que irritaba, como si ya supiera que Matt no podría escapar de su propio abismo.
El mundo, por un instante, dejó de existir.Sus cuerpos chocaban con una furia muda, casi ritual. La habitación se convirtió en un campo de batalla: los gemidos eran rezos, los temblores, penitencia. No había amor, pero sí fuego; no había ternura, pero sí una entrega brutal, desesperada, como si a través del dolor físico se pudiera borrar la culpa espiritual. Matt se aferraba a él como a una condena. Sus suspiros eran plegarias rotas. Sus piernas, anudadas a la cintura del otro hombre, no buscaban calor: buscaban rendición.Y la encontró. La noche los envolvió como un sudario. Solo el crujir de la cama, los jadeos entrecortados y el sudor compartido daban fe de lo que allí se consumaba: no un encuentro, sino una renuncia.
-Dilo ahora — ordeno el hombre rato después acariciándole los muslos — ¿Quién soy? — Matt gimió — vamos, dilo-A quien matare con mis propias manos — gimió Matt retorciéndose de placer-Matt, es pecado mentir — dijo moviendo sus dedos dentro del abogado mientras sostenía su hombría impidiéndole venirse — ¿quién soy? — repitió mientras los dedos eran remplazados por algo mas grueso, tibio y placentero-Un maldito infeliz — gritó Matt retorciéndose de placer-¿Quién soy? — dijo mientras se hundía mas en él — ¡libérate! — pero Matt se resistía — ¡o lo dices o no saldré de ti!-¡Mi dueño! — grito Matt cuando un brutal orgasmo lo golpeo sin contemplaciones, por lo que no escucho la risa cruel de aquel que lo reclamaba como suyo
Horas después, cuando la oscuridad comenzó a retirarse tímidamente por las grietas de las persianas, Matt despertó solo. La habitación olía a sexo, a sudor y a una culpa demasiado familiar. Él ya no estaba. La sábana, arrugada, aún guardaba el calor de su cuerpo, como una cicatriz que no terminaba de cerrarse. Matt se sentó en la orilla de la cama, cubriéndose el rostro con ambas manos. El silencio era absoluto… salvo por el eco de su propio llanto ahogado. Había caído otra vez. No por debilidad. Sino porque, en el fondo, una parte de él nunca había querido levantarse. Y lo sabía.Y sin embargo, ese no era el único peso que le oprimía el pecho. Aún desnudo, con la espalda encorvada y los codos apoyados en sus muslos, Matt sintió un tirón leve, profundo, en el centro de su cuerpo. Un malestar conocido, pero esta vez teñido de una sospecha que no se atrevía a formular en voz alta. No podía ser. No otra vez.Tragó saliva con dificultad.
No era común, ni era visible, pero su existencia había sido marcada desde siempre por una condición casi imposible: el Síndrome de Gonadogénesis Funcional (SGF). Un trastorno genético minoritario y silencioso que permitía, en individuos con ciertas variaciones intersexuales, una doble funcionalidad reproductiva: la capacidad de engendrar… y de gestar. Dependía del estado hormonal, del vínculo corporal, de algo mucho más profundo que el deseo.Y Matt lo sabía. No solo por ciencia. Lo sabía porque lo había sentido antes.
Era una posibilidad remota, una ruleta genética cruel… pero después de una noche como esa, con él, su cuerpo no dejaba de recordarle que no era invulnerable. Que la penitencia podía ir más allá del dolor físico. Más allá de la culpa. Apretó los dientes. No quería pensarlo. No quería darle forma a ese miedo.Pero ya estaba ahí. Infiltrado como un veneno lento. Como una semilla.