Misión peligrosa
12 de septiembre de 2025, 21:42
La sala de estrategia de Wakanda estaba iluminada con un resplandor suave de luz violeta que emanaba del suelo. T’Challa revisaba los últimos datos proyectados sobre una mesa holográfica, sus ojos oscuros fijos en el mapa tridimensional de África Central. A su lado, Bucky ajustaba los protectores de su brazo izquierdo, mientras Sam afinaba detalles de sus alas plegadas, colocadas sobre una mesa cercana.
— Esto no es un simple operativo de extracción — murmuró T’Challa sin apartar la vista de los datos —. Es una trampa.— Lo sabemos — dijo Bucky, secándose las manos con un paño de microfibra —. Pero también es la única manera de sacar a los rehenes con vida.— La última vez que enfrentamos un grupo con tecnología Stark robada, terminé enterrado bajo un muro — añadió Sam, ajustando una correa —. Esta vez, me gustaría conservar todas mis costillas.— Lo intentaré — respondió Bucky con una sonrisa ladeada.
T’Challa levantó la cabeza. Su expresión era serena, pero sus ojos decían otra cosa: vigilancia, tensión. Había aprendido a confiar en sus instintos, y esos le decían que algo no encajaba.
— No nos separamos — dijo finalmente —. Entramos y salimos como uno solo.— Como siempre — afirmó Sam.
El plan era claro: interceptar un convoy en el desierto de Libia donde HYDRA había ocultado un microreactor de energía, junto con tres científicos wakandianos secuestrados. El convoy estaba custodiado por un grupo armado con armas avanzadas y drones autónomos modificados. El margen de error era mínimo. Pero ellos ya no eran soldados desorganizados ni aliados temporales: eran un equipo con ritmo propio.
Al llegar al punto de encuentro, descendieron desde el Quinjet en pleno crepúsculo. Las dunas teñidas de rojo ocultaban los movimientos enemigos, pero también dificultaban los suyos. Sam surcó el aire con alas extendidas, vigilando desde arriba. Bucky cubría el flanco izquierdo con su rifle de precisión, mientras T’Challa, con su traje de vibranium con nanotecnologia, se movía como sombra entre las rocas, abriendo paso con el sigilo de un depredador.Los helicópteros no se escuchaban desde la superficie. El silencio subterráneo se sentía más vivo que el aire. A cada paso, el concreto crujía bajo las botas. Las luces parpadeaban como si supieran que los intrusos se acercaban. T’Challa avanzaba primero, sigiloso como un espectro. Bucky lo cubría desde el flanco derecho, con el fusil cargado y la mandíbula tensa. Sam iba detrás, controlando el escáner de energía que vibraba con frecuencia cada vez más corta. Ya no hablaban. Lo habían dicho todo en el quinjet. Ahora era solo acción.
Habían entrenado para esto. Habían trabajado juntos antes. Pero esta vez, se sentía distinto. No porque el enemigo fuera más peligroso — que lo era — sino porque el terreno se parecía demasiado a un recuerdo que no les pertenecía, pero que dolía igual. HYDRA había vuelto. No como organización, sino como rastro. Como enfermedad mal curada. El laboratorio estaba abandonado en la superficie, pero sus raíces seguían latiendo bajo tierra.
-Dos niveles más abajo — susurró Sam, y T’Challa asintió sin girarse.
Bajaron. Despacio. Coordinados.En el segundo nivel, la trampa se activó.Una explosión cegó la entrada y separó al equipo. Bucky rodó por el suelo y se levantó con la vista nublada. Gritó sus nombres. Nadie respondió. El zumbido en sus oídos le recordó un túnel distinto, otra vida, otra máscara.Respiró hondo. Una. Dos veces.
Se movió hacia la izquierda, siguiendo las pisadas frescas en el polvo. La sangre marcaba un rastro en la pared. Sabía que era de Sam. Lo supo por el olor, por el tipo de corte. No era profundo, pero dolía igual. Lo encontró detrás de una compuerta semiabierta, presionando una herida en el brazo.
-Estás bien — murmuró Bucky, y no sonó como una pregunta.-Tú también — respondió Sam, sin sonreír.
La mirada entre ellos fue breve pero suficiente. Sin palabras, Sam le entregó el rastreador. La señal de T’Challa aún estaba activa. Lo encontraron en la sala principal, rodeado de cuerpos neutralizados y con la lanza vibranium empapada. Su traje había resistido, pero su expresión no era invulnerable. Jadeaba. Había sangre en su costado.
-¿Alguien va a quejarse de que llegamos tarde? — dijo Sam, y esta vez sí sonrió — T’Challa negó con la cabeza.-Si llegaban diez segundos después, quizás sí.
Bucky corrió hacia la consola. La cuenta regresiva había comenzado: cuarenta y cinco segundos para purgar el sistema. Si los datos se borraban, todo habría sido en vano.
-Cúbranme — dijo, y ellos lo hicieron.
T’Challa protegía el frente, Sam vigilaba las entradas. Bucky trabajaba con una rapidez que solo tenía cuando el mundo se venía abajo. Sus dedos temblaban, pero no fallaban.Lo logró con siete segundos de sobra. La sala tembló.
-Vámonos. Ya. Ya — ordenó Sam.
Corrieron por el pasillo como si el infierno los persiguiera. Y tal vez lo hacía. El colapso comenzó desde la base. Cables reventaban, el techo se agrietaba. T’Challa impulsó a Sam primero, luego Bucky. Él fue el último en subir.El laboratorio quedó sepultado.
El quinjet los recibió con el silencio de los sobrevivientes. Sam revisaba el brazo de carne de Bucky. T’Challa cerró los ojos solo un momento, lo justo para dejar que el corazón se acomodara de nuevo en su pecho.
-Podrías haberme dejado más trabajo. — gruñó Bucky, y T’Challa arqueó una ceja.-Yo creí que estaba haciendo tiempo para ustedes.-¿Eso era una broma? — preguntó Sam.-Una muy sutil.
Wakanda. Tres días después.T’Challa caminaba con paso firme, el traje de vibranio ceñido y elegante, sin adornos innecesarios. A su lado, el polvo del helicóptero recién aterrizado aún flotaba en el aire, agitado por las turbinas que se apagaban poco a poco. Bucky bajó primero, cargando un pequeño maletín con archivos recuperados; Sam descendió detrás de él, revisando un corte superficial en su antebrazo. Los tres iban en silencio, con la gravedad de una misión que había salido bien, pero los había dejado exhaustos.
Al ingresar al palacio, el sonido de la vida cotidiana los envolvió de inmediato. En los pasillos resonaban risas y pasos rápidos: los hijos de T’Challa, Sam y Bucky corrían por el jardín junto a los pequeños de Sarah, que había llegado de visita ese mismo día desde Grand Isle. Toussaint y Cass intentaba que Panther se subiera al columpio, mientras AJ, Azari y Zen perseguían a Figaro y Alphine por los senderos de piedra, bajo la vigilancia indulgente de la Reina Ramonda, sentada en la terraza junto a Shuri.
— Te dejé tres mensajes — dijo Sarah apenas vio a Sam, pero la sonrisa en su rostro le restó dureza a las palabras.— Estábamos en medio de una selva con francotiradores — respondió él, dejando un beso en la frente de su hermana y otro más largo en la coronilla de Zen que había corrido hacia el en cuanto lo vio.— Excusas — murmuró ella, pero luego giró hacia T’Challa y Bucky —. ¿Y ustedes dos? ¿Van a contarme cómo terminó Panther en la lavadora o espero a que lo diga Azari?— Te ruego que no le creas — dijo T’Challa, acomodándose con discreción el brazalete —. Ese niño tiene talento para exagerar.— ¿Y los waffles de bienvenida? — preguntó Bucky mirando alrededor, y soltando una risa ronca, dejó el maletín sobre la encimera y aceptó sin quejarse el vaso de jugo que Sarah le pasó con gesto automático.
— Solo si prometen no hablar de explosivos ni persecuciones durante la cena — replicó Sarah.
Los tres hombres asintieron casi al unísono, dejando atrás la tensión de la misión. Afuera, Toussaint y Cass gritaban que Figaro era ahora un ninja, mientras Azari y AJ intentaban disfrazar a Panther con una capa hecha de servilletas. Zen, que apenas comenzaba a caminar con torpeza, se reía con Shuri, quien lo guiaba entre las macetas del invernadero. La Reina observaba la escena en silencio, su rostro sereno.La guerra podía esperar. En casa, solo eran familia.