Reencuentro
12 de septiembre de 2025, 21:42
Había sido al pie del viejo roble, justo antes de la tormenta.
La guerra no era oficial, pero ya se olía en el viento. Los tribunales eclesiásticos perseguían a todo aquel que hablara de libertad, de ciencia, o simplemente de amor fuera de los márgenes. Y ellos… ellos eran todo eso a la vez.T’Challa debía volver a Wakanda. Su gente lo reclamaba. El Consejo esperaba noticias, y había peligro en las costas por exploradores que buscaban entrar sin invitación. El manto del deber caía sobre sus hombros con el peso de una corona invisible. Sam había sido convocado a las colonias. Había hombres que lo querían líder, otros que lo querían preso. Su palabra era fuerte, y sus ideas — más aún. No podía ignorarlo, aunque le costara la calma. Bucky no tenía un reino, ni un puesto formal. Solo tenía una promesa: protegerlos, aunque fuera desde lejos. Su oficio de herrero lo convertía en una sombra útil. Se quedaría en Europa, cuidando lo que pudiera, enviando cartas que a veces no llegarían jamás.
— Solo será por un tiempo — dijo Sam, con tono que no terminaba de creerse.— El tiempo nunca es breve cuando se lleva en el pecho — respondió T’Challa, abrazándolo.
Bucky les entregó un medallón a cada uno. Un trabajo simple de metal, con una marca grabada a fuego: tres líneas que se cruzaban en el centro. Ninguno dijo que era un símbolo de ellos. No hacía falta.
— Si alguna vez se pierde todo — murmuró Bucky —, aún sabremos reconocernos.
La lluvia comenzó a caer cuando se separaron. No fue dramático. No hubo gritos. Solo una pena honda, quieta, que se llevó el viento. Durante años, ninguno supo del otro. Las cartas fueron retenidas. Los mensajes tergiversados. Y el mundo giró. Pero el recuerdo no desapareció.
Bajo el mismo cielo, aunque no se vieran, todavía se pensaban.
Los años pasaron sin tregua. T’Challa gobernó con justicia, pero cada decisión sin Sam, cada noche sin el silencio de Bucky, lo dejaba incompleto. Sam se convirtió en un líder entre colonos, alzando su voz contra la opresión, aunque cada discurso le supiera a vacío si no tenía a quién volver al final del día. Bucky reparaba armas y fabricaba puentes en pueblos olvidados, con las manos ocupadas y el corazón lleno de nombres que ya no podía pronunciar en voz alta. Ninguno supo del otro, pero los tres conservaron el medallón, cada uno colgado del cuello, cosido al forro de una capa, escondido bajo tablones. Y fue ese símbolo el que, sin querer, volvió a reunirlos. Una feria de primavera, una reunión diplomática inesperada, una cadena de rumores… y una noche cualquiera, el destino hizo lo que ellos ya no se atrevían: los puso otra vez frente a frente.
Fue una carta la que encendió la chispa. O, mejor dicho, tres. Llegaron desde distintos rincones del reino, con sellos reales y caligrafía cuidada. Una invitación a la Feria de la Primavera en Londres, firmada por la mismísima Reina. A T’Challa se le pidió representar a Wakanda en una mesa de comercio; a Sam, como delegado colonial, le ofrecieron un espacio para hablar sobre alianzas marítimas; y a Bucky, ahora reconocido por su habilidad con la herrería y los planos, lo convocaron para mostrar sus innovaciones en el pabellón de oficios. Ninguno sospechó que los otros también asistirían. Ninguno se atrevió a escribir, por si acaso los otros ya no querían saber. Pero al leer la carta, los tres sintieron lo mismo: un tirón en el pecho. Como si algo olvidado los llamara. Así llegaron a Londres… sin saber que el destino, cuidadoso y paciente, había estado escribiendo esa escena desde el momento en que se separaron.
Las calles de Londres estaban cubiertas por una neblina espesa. El eco de los cascos sobre el empedrado se confundía con los gritos de los vendedores y el olor a hierro del río. Nadie se detenía demasiado, no cuando los rumores de guerra y herejía estaban en el aire.T’Challa había llegado en secreto. Su barco, enviado desde la lejana Wakanda, ancló al amparo de la noche. Iba vestido como un mercader del sur, pero se movía con la autoridad de quien alguna vez fue príncipe y guerrero. Sus pasos lo llevaban sin duda a una pequeña casa de ladrillo, casi oculta en los márgenes de la ciudad. Sam había llegado antes. Oficialmente como emisario de las colonias, en realidad había cruzado el océano siguiendo pistas de algo más profundo. No cargaba armas visibles, pero hablaba como un hombre que conocía la batalla. Había alquilado esa casa por prudencia. Por fe. Porque aún creía en la promesa que habían hecho bajo las estrellas de otra tierra. Y entonces llegó Bucky. Nadie sabía cómo lo había hecho, ni en qué barco o tren. Solo apareció una mañana con el abrigo cubierto de polvo y las manos endurecidas por la herrería. Tocó la puerta con tres golpes suaves. Como siempre.
Cuando se vieron, ninguno habló de inmediato. Solo se miraron. Como si todo lo que había pasado –los mares cruzados, los años vividos en soledad, las heridas que no cicatrizaban– pesaran menos en ese instante.
— Pensé que no vendrías — dijo Sam, rompiendo el silencio con voz baja.— Prometí que lo haría — respondió Bucky, y su mano rozó la de T’Challa al pasar.
No hacía falta más.Se sentaron los tres en una mesa de madera. Compartieron pan duro, un poco de queso y vino especiado. Rieron por nada y por todo. Se miraron sin tener que explicar lo que habían atravesado.
— Nunca fue el lugar… — murmuró T’Challa, observando la llama que crepitaba en la lámpara de aceite —. Siempre fueron ustedes.— Y aquí estamos — añadió Bucky, con una sonrisa apenas visible.
Sam asintió. Apoyó una mano sobre las suyas. No hubo grandes declaraciones, ni besos robados, ni gestos dramáticos. Solo un entendimiento profundo. El reencuentro no era solo físico. Era espiritual. Era inevitable.Afuera, la niebla empezaba a disiparse. Y aunque las campanas del reloj marcaban el final de la hora, ellos sabían que algo apenas comenzaba.