Tatuaje
12 de septiembre de 2025, 21:42
Tinta Y Destino
La tarde era lenta, con un sol tibio filtrándose por las ventanas del departamento que compartían desde hacía unas semanas. Cada uno se encontraba en lo suyo: Sam cocinaba algo ligero en la cocina, T’Challa hojeaba un libro en el sofá, y Bucky dormía boca abajo sobre la alfombra, rodeado por los tres gatos que se repartían su calor como si fueran dueños del mundo.Ninguno hablaba demasiado. No hacía falta.
¿Alguien ha visto mi camiseta gris? — preguntó Sam, abriendo la puerta del armario sin éxito —. La que tiene el dibujo del halcón en la espalda.Está en la cesta de ropa limpia — murmuró Bucky desde el suelo, sin abrir los ojos —. Te la puse allí esta mañana.
Sam fue hasta la cesta y, de paso, arrojó una toalla limpia en dirección a T’Challa, que acababa de salir del baño. El movimiento fue rápido, instintivo, pero en ese momento sucedió.La toalla no alcanzó a cubrir del todo el torso de T’Challa, y Bucky, que ahora sí tenía los ojos abiertos, se quedó observando una pequeña figura tatuada en su costado derecho. Una silueta curva, elegante, como un lobo estilizado con líneas wakandianas.
¿Eso es nuevo? — preguntó, incorporándose con lentitud.
T’Challa alzó una ceja. Bajó la mirada hacia su costado y negó con la cabeza.
Lo tengo desde antes de conocerlos — respondió —. Es el símbolo de protección que usaba mi madre cuando era niño. Me lo hice en París, hace años.
Sam, que ya regresaba con la camiseta en la mano, escuchó la conversación desde la cocina.
— ¿Un lobo? — preguntó con curiosidad —. Yo tengo una pantera en el omóplato. No sé por qué lo hice... solo sentí que tenía que tenerlo. Me lo hice cuando salí de la academia. ¿Qué tiene que ver un lobo contigo?
— No es solo un lobo. Es un inkundla. En mi cultura, representa vigilancia silenciosa y lealtad. No es agresivo, pero nunca olvida. Mi madre decía que yo era así.
Bucky bajó el cuello de su camisa y dejó ver, por primera vez, lo que parecía el contorno preciso de un halcón en pleno vuelo. Alas abiertas, cuerpo firme, mirada frontal.
— Yo me hice esto en Madripoor — explicó en voz baja —. Después de todo el caos… necesitaba algo que me recordara que podía seguir volando. Que todavía era yo.
El silencio que siguió fue raro. No incómodo, solo… lleno de eco.
Sam se acercó con cuidado, levantó un poco la camiseta de T’Challa y comparó las líneas. T’Challa hizo lo mismo con la camisa de Bucky. Los tatuajes no eran iguales. Pero al mirarlos juntos… encajaban.
— Es como si fueran parte de algo más grande — susurró Sam.
— ¿Cómo es què nunca vimos esto? — dijo T’Challa.
— estábamos ocupados viéndonos otras cosa — replicó Bucky, con una media sonrisa haciendo sonreír a los otros —. Pero me gusta que esté ahí.
Ninguno preguntó por qué. Ninguno cuestionó si era una coincidencia. Solo sabían que los tres habían llevado, desde mucho antes, marcas que de algún modo hablaban de los otros. Como si sus cuerpos hubieran anticipado el encuentro. Como si ya supieran.
Esa noche, mientras Panther se acomodaba sobre el regazo de Sam, Figaro ronroneaba entre los pies de T’Challa y Alpine dormía con la cabeza sobre el hombro de Bucky, los tres se quedaron mirando sus tatuajes por última vez antes de apagarse la luz.
No dijeron nada más. No hacía falta. Porque ahora sabían que, incluso antes del amor, habían llevado señales de que ese amor iba a existir.