ID de la obra: 888

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Mezcla
R
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2
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planificada Mini, escritos 287 páginas, 80.926 palabras, 65 capítulos
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SESENTA Y CINCO

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Chase mantuvo sus manos en los ojos de Marshall, para evitar que viera. —¿Sabes que igual puedo escuchar todo? Ambos caminaban con cuidado, en especial Chase, que buscaba no tropezar por tener a Marshall frente a él. Marshall estaba nervioso, en especial por escuchar a tanta gente a su alrededor. En particular, a los niños gritando y jugando. No sabía dónde estaba, pero podía darse una idea. —Llegamos —dijo Chase, para después quitar sus manos de sus ojos. Unas pocas horas de camino en el bus lo habían llevado a... un arcade. UN ARCADE. —¡No puedo creerlo! No supo por qué, pero su cuerpo comenzó a moverse solo. Dio pequeños saltos en su lugar. Él siempre vio ese tipo de lugares en películas e incluso lo invitaron en varias ocasiones durante la escuela secundaria, pero... nunca pudo ir por los trabajos que tenía para ayudar con los gastos de su hogar. —¡Chase! ¡Chase! ¡Es un arcade! ¡Es un...! —Al darse cuenta de cómo estaba zarandeando al moreno y de que este lo miraba con una sonrisa, se detuvo, avergonzado—. Lo siento. Digo, claro que es un arcade. Se abrazó a sí mismo como una forma de contención. Chase solo pasó su brazo por los hombros del albino para comenzar a caminar dentro. Al entrar, fueron recibidos por montones de máquinas con juegos. —¿Cómo supiste que siempre había querido venir? Era una pregunta inocente, pero que, sin embargo, dejó nervioso a Chase. —Uh... —Tenía que pensar rápido. No iba a decirle a Marshall que lo supo tras inspeccionar toda su habitación y encontrar varias revistas con las hojas del lugar extrañamente resaltadas con marcador—. No lo sabía. Solo pensé en algo divertido que podríamos hacer juntos. Investigué un poco y encontré este lugar. Lo dijo de la manera más indiferente que pudo, mientras Marshall sonreía al escucharlo. Tras un poco de duda y nerviosismo, el albino buscó la mano de Chase para sujetarla. Sus mejillas se tornaron rojas. Solo pudo acercarse al moreno para abrazarlo de manera afectuosa. Era un acto simple y sencillo, pero significaba mucho, en especial teniendo a tantas personas alrededor observándolos. Chase sintió su corazón latir con mucha fuerza por el acto. El albino iba a matarlo de una taquicardia un día de esos. Al comenzar a caminar, notaron que necesitaban una tarjeta, así que fueron a comprar una y llenarla de créditos. Iniciaron con juegos sencillos, algunos de garra, donde tras varios intentos se ganaron llaveros a juego. Uno azul y uno de color rojo. Dentro de uno había una imagen de fuego y en el otro, una estrella. —Son lindos —dijo Marshall, para luego buscar dónde lo colocaría. Tras no ver un lugar donde ponerlo, decidió solo guardarlo en su bolsillo. Tal vez podría ponerlo en su maleta una vez que emprendieran camino a su siguiente misión. Lo siguiente que hicieron fue jugar distintos juegos competitivos que daban tickets para premios. Chase ganaba la mayoría. Al final, decidieron pasar un rato en el área de boliche, donde tomaban pausas para comer un poco y platicar de cualquier tema. Por momentos no podían evitar coquetear entre ellos, con indirectas un poco directas sobre el otro, buscando ponerse nerviosos entre ellos. Si Marshall tuviera que describir lo que había aprendido de Chase esa tarde, sería que es alérgico a los gatos y las plumas, que ama la carne con algo de vino, y que participó en más de tres deportes por año durante sus años de escuela secundaria. Chase aprendió de Marshall que tiene miedo a volar y que, siempre que le toca viajar en avión, tiene que tomar medicamento para las náuseas. También que le gusta bailar y que, tras un año de rebeldía durante su pubertad, se escapó de su casa con un amigo, donde aprendió a conducir y que varias veces participó en carreras ilegales. Cuando dieron exactamente las diez, decidieron dejar el arcade y regresar a casa. Como era de noche, el horario de camiones era distinto, así que la última parada que hizo fue frente a un parque no tan lejos de la casa de Marshall. Tras hablarlo un poco, decidieron pasar un poco de tiempo en el lugar. —Bien, bien, bien. Pero no has respondido mi pregunta, Chase —Marshall se rió, mientras caminaba al lado de Chase, sujetando su mano. Ninguno de los dos caminaba recto, sino un poco en zigzag, chocándose por momentos de manera consciente. —Ya... Es que... no veo mi vida fuera de lo militar. ¿Entiendes? —Pero de eso se trata. Si no fueras un militar, ¿qué te hubiera gustado ser? Chase evitó ver el rostro de Marshall. Podía sentir su mirada sobre él y sabía que se quedaría embobado viéndolo si volteaba. Tras pensar un poco más, finalmente habló. —Supongo que... me hubiera gustado ser policía. —¿Policía? —Sí, son cool. Ya sabes —alzó los hombros, indiferente—. Eso o un detective. Marshall no pudo evitar sonreír ante lo dicho. Sí, sonaba como un trabajo perfecto para Chase, en especial si tomaba en cuenta que, como militar, él era un policía. —¿Y tú, albino? Marshall salió de sus pensamientos. —Bombero. La ceja de Chase se alzó. —¿Bombero...? —Sí. Sé que soy médico y lo que quieras, pero me hubiera gustado mucho ser un bombero. Ya sabes, salvar vidas y tal... no participar en la guerra... Chase asintió, sintiendo un escalofrío en la espalda. Por un segundo, olvidó el hecho de que estaban en guerra. De que tanto él como Marshall eran soldados que sacrificarían sus vidas por sus ideales... Que pronto toda la paz que tenían se les iría de las manos. Tragó saliva con fuerza, recordando la fotografía que tomó del álbum de Marshall. Aún la tenía, guardada entre sus cosas. Tenía que decirle a Marshall... ¿Verdad? ¿Debería preguntarle qué es lo que sabía del hombre de la fotografía? ¿Marshall sabía si acaso estaban relacionados? ¿Siquiera sabía de esa foto? Sí... si Marshall veía esa fotografía... ¿Cambiaría algo? Salió de sus pensamientos cuando, repentinamente, Marshall dejó de sujetar su mano. Volteó a verlo; había caminado un poco más al frente hasta dar con un área sin tanta vegetación, que dejaba a la vista el cielo estrellado y la luna. La dichosa luna que los ha acompañado desde el inicio de lo que sea que tuvieran juntos. Y, bajo su luz, iluminando la blanca piel de Marshall y su cabello blanco, supo que era el momento perfecto. Quería estar con él, aun si hubiera muchas mentiras a su alrededor, porque sabía que sus sentimientos por Marshall eran lo más real de su vida. Se acercó a Marshall sin prisa, con el nerviosismo inundando su pecho. Se sentó en el pasto a un lado de él, tratando de no mirarlo tanto. Era hermoso. —Gracias, Chase. Soltó el albino de manera repentina, siendo él quien inició el contacto físico otra vez, inclinando su cabeza un poco a la izquierda para posarla junto a la de Chase. —No fue nada... pero... ¿sabes? Con todo lo que pasó hoy me he dado cuenta de algo importante. —¿Mh? —Chase siguió mirando al cielo, en dirección a la luna, al igual que Marshall. —Me gustas. Mucho. —No esperó respuesta del albino—. Y me gustaría pasar más tiempo contigo... seguir compartiendo nuestra rutina como lo hemos hecho... Y... sé que no será muy sencillo por todo lo que tenemos que hacer... pero quiero estar contigo. Me gustaría poder llamarte mío... ser parte de tu vida, y tú de la mía. Sé que es muy fantasioso todo lo que te pido, pero no te defraudaré. Antes de que pudiera seguir hablando, sintió cómo era callado por los labios del albino sobre los suyos. En un beso lento y tranquilo. Expresando lo que no era necesario decir con palabras. Porque Marshall le creía. Marshall confiaba en él y en su palabra. —También me gustas, Chase. Quiero estar a tu lado. Quiero que estemos juntos. Yo... yo sé que no soy la mejor persona del mundo, que tengo muchos errores. Y... no entiendo cómo tú podrías ver a alguien como yo y aun así sentir lo que sientes, pero—mierda—... no dudo en querer estar a tu lado. —¿Entonces aceptas mis sentimientos? ¿Me aceptas como parte de tu vida? —No seas tonto. ¿Tienes que preguntar, Chase? —Solo quiero asegurarme. Chase lo tomó del rostro para volver a besarlo. Profundo, cálido. Real. Al final, regresaron a casa, y en cuanto sus pies cruzaron la entrada principal y la puerta se cerró, se besaron con urgencia, sin poder contenerse. No supieron cómo lograron llegar a la habitación de Marshall sin tropezar y caer en el intento, pero lo lograron. No hubo contención, pero sí hubo cuidado y cariño. Lograron expresar lo que con solo besos y palabras no podían. Se entregaron tanto en cuerpo como en alma. Enlazaron sus vidas y sus futuros, entregando todo de sí al otro. Confiando. Amándose.
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