CAPITULO 1: LOS INVASORES PREVALECEN
13 de septiembre de 2025, 0:14
La luz de la mañana se filtraba intensamente a través de las ventanas de una cafetería olvidada, ubicada en un tramo solitario de la carretera hacia Las Vegas. Como todo lugar de paso, el edificio era sencillo, de un solo piso, pintado de blanco con toldos rojos. En la parte superior, un letrero grande con el nombre Susie's parpadeaba con luces de neón rojo, apagado por el desgaste del tiempo y el horario.
Dentro, el piso de mosaicos rojos y negros guiaba hacia un asiento junto a la ventana. El sonido del bacon friéndose en la cocina detrás de la barra se mezclaba con el delicioso aroma del café recién hecho. Una mujer caminaba hacia aquel asiento, ocupado por el único cliente en el local. Era una mesera rubia, alrededor de los 40 años, sorprendentemente guapa para su edad y muy bien conservada. Llevaba un vestido rojo con un mandil blanco, el nombre de la cafetería bordado en el lado izquierdo, y una cafetera en las manos, lista para servir.
El hombre en la mesa, cabizbajo, parecía tener unos 30 años, quizas por su apariencia descuidada. Su cabello castaño oscuro estaba desordenado, y una cicatriz en forma de "M" cubría su ojo derecho. Su barba frondosa y su aspecto desaliñado dejaban claro que no se preocupaba demasiado por su apariencia. Vestía una chaqueta marrón, jeans gastados, zapatos negros y una camiseta verde.
— Pide lo de siempre, señor Madrox —dijo la mesera mientras vertía un chorro de café en su taza.
— Por favor, Linda —respondió el hombre, jugando con el café con una cuchara.
— Anímese, por el sol, parece que el día será bueno —la mujer le devolvió una sonrisa amable.
— Gracias —la voz de Madrox sonó cansada, casi imperceptible.
Jamie Madrox era su nombre. Si uno entraba al lugar y observaba su imagen, probablemente pensaría en un vagabundo que había desperdiciado su vida, alguien que había sido golpeado por los años. No estarías equivocado del todo, ya que así se sentía él: confundido, abrumado y, sobre todo, insatisfecho. Absorto en sus pensamientos, no notó la llegada de una mujer.
Era alta, de cabellera negra y cuerpo atlético. Llevaba un traje de spandex con refuerzos de Kevlar en tonos amarillos, rojos y negros. Entró con paso decidido y se dirigió rápidamente al asiento frente a Madrox.
— Señor Madrox, le habla Jessica Drew, soy agente de A.M. —su voz firme lo sacó de su inmersión—. Hemos hablado por teléfono.
— ¿De qué se trata todo esto? —Madrox detuvo su jugueteo con la cuchara y levantó la mirada.
— No se trata de ninguna broma, ni está usted involucrado en actos ilícitos —Jessica no apartaba los ojos de él—. La razón de mi visita es ofrecerle una propuesta: trabajar con nosotros.
— Creo que hubo un error. Mire mi hoja de vida, no tengo nada que ofrecer —Madrox dio un largo sorbo a su café, su mirada fija en la taza.
— Señor Madrox, sus habilidades únicas lo convierten en el candidato perfecto para nosotros. No intente ocultarnos su identidad, sabemos quién es —Jessica dejó caer un folder manila sobre la mesa.
— No pensé que podría despertar la curiosidad de una agencia como S.H.I.E.L.D. —Jamie hojeó el folder—. Así que, ¿trabajar para ustedes?
— ¿No está convencido? —Jessica arqueó las cejas, su tono desafiante.
— ¿Por qué tendría que entregarle mi vida a los tipos que encierran y matan a personas como yo?
— Usted es un hombre inquieto, viaja mucho, evita cualquier lazo que lo haga quedarse en un lugar. Estoy segura de que le encantará trabajar con nosotros. Además de un salario millonario, será un fantasma para los gobiernos del mundo.
Jamie apartó la mirada, perdido en sus pensamientos. La mesera se acercó con el pedido.
— Aquí tiene, señor Madrox, panqueques con miel... —se percató de la presencia de otro cliente—. Oh, buenos días, cariño. Te traeré el menú mientras tanto. ¿Te apetece un poco de café?
Jessica observaba a Madrox, esperando su respuesta. La mesera dejó una taza para la señorita Drew.
— Linda, que sea para llevar —Madrox dejó unos billetes sobre la mesa y miró a Jessica—. Me han investigado bien.
— Es nuestro trabajo. Le sorprenderá la cantidad de archivos que tenemos —Jessica apartó su mirada por un momento, como si algo hubiera captado su atención a través de la ventana.
— Parece que no tengo otra opción. Es esto, o seguir moviéndome como una rata de un lado a otro —Jamie dio otro sorbo a su café.
— Tendrá todos nuestros beneficios a cambio de sus habilidades y experiencia —la señorita Drew se levantó, lista para irse—. Decídase, señor Madrox. Puede seguir tomando su café aquí o realmente hacer algo por este mundo.
La mesera llegó con el pedido de Madrox envuelto en una bolsa de papel. Él tomó la bolsa y se levantó de su asiento.
— Vivir al día o un empleo millonario. Qué difícil decisión —Madrox sonrió pícaramente.
Jessica condujo a Madrox afuera del lugar, hacia el desierto abrasador. Los rayos del sol golpeaban el suelo, y el sonido de un helicóptero se hacía cada vez más fuerte. Sobre ellos, una sombra se agrandaba conforme el helicóptero descendía, parando a unos 40 metros de distancia.
Mientras las hélices se detenían, Madrox reflexionaba sobre la incertidumbre que lo había acompañado toda su vida. Su mente estaba llena de recuerdos rotos, pero, sobre todo, de un extraño déjà vu: un lejano y borroso pensamiento que lo perseguía.
El helicóptero alejaba a Jamie del calor abrasador de Texas. Con cierta incertidumbre, miró por la ventana de la aeronave, observando una última vez aquel restaurante. Jessica lo notó pensativo, pero prefirió no molestarlo y se concentró en leer el expediente de Madrox. Con el paso del tiempo, la interminable carretera del desierto dio lugar al resplandor de una metrópolis en su máximo esplendor.
Jamie dejó escapar un suspiro. Sabía perfectamente dónde estaba: lo confirmó al distinguir a lo lejos la icónica mansión blanca. Sin embargo, el helicóptero no se dirigía allí. En su lugar, giró ligeramente hacia otro destino que Jamie también reconocía bien: el Triskelion.
Ubicado en el corazón de Washington D.C., el Triskelion era un complejo de edificios imponentes. Su estructura central, la más alta, alcanzaba aproximadamente los 20 metros de altura. A su izquierda se extendía un hangar exclusivo, reservado para el Helicarrier, un portaaviones volador propulsado por cuatro enormes hélices que lo mantenían en el aire como una ciudad flotante lista para despegar.
Las oficinas de Archives Marvel eran colosales, estas estaban ubicadas cerca del Triskelion. El rascacielos, que se alzaba imponente con 50 pisos, destacaba por su estilo Art Deco. Con 206 metros de altura, sus 5447 ventanas y 65 ascensores, el edificio era un centro neurálgico de actividad. En la parte superior, las letras gigantes de poliestireno que formaban el nombre Archives Marvel eran claramente visibles desde lejos. La entrada principal estaba flanqueada por imponentes puertas giratorias, adornadas con dinteles de mármol tallado. El lugar estaba siempre abarrotado de gente, con una constante corriente de personas entrando y saliendo.
En el interior, la recepción era atendida por una joven secretaria vestida con un traje rojo. Los pisos estaban revestidos con mosaicos rectangulares de mármol en tonos ocres, y las paredes estaban adornadas con columnas griegas jónicas, cada una de ellas decorada con intrincados motivos florales. La luz provenía de paneles LED, lo que aportaba un toque elegante y moderno al ambiente.
Jamie Madrox se encontraba en el piso 49, en una lujosa suite con vistas panorámicas al río Potomac y la ciudad de Washington. Cerca de su cama, de sábanas beige, había un traje verde con detalles amarillos, una gabardina marrón y un fotocheck con su nombre y un alias: Múltiple Man.
— ¿Múltiple Man? — Jamie tomó el traje con cierta incredulidad, observando los detalles.
— Señor Madrox, espero que los últimos dos días hayan sido productivos —dijo Jessica, entrando por la puerta doble con una sonrisa pícara. — Luce más acorde a su edad. Le sugiero que se ponga el uniforme. Le ayudará a sacar el máximo provecho de sus habilidades.
— Estos dos días en la suite han sido agradables, pero... ¿quién está pagando por todo esto? — Jamie miró su cicatriz en el espejo, pensativo.
— Archives Marvel se encarga de todo —respondió Jessica, mirando pensativa la vista desde la ventana.
— Eso es obvio, pero... ¿quién es tu jefe? — Jamie levantó una ceja, intrigado.
— Ah, ya veo. No eres de los que simplemente aceptan el trabajo sin hacer preguntas —Drew arqueó las cejas, ligeramente molesta. — El cuarto hombre fundó esta organización. Él paga todo esto.
— ¿El cuarto hombre? — La voz de Jamie denotaba asombro.
— No sabemos quién es exactamente —explicó Jessica, notablemente frustrada. — Podría ser Steve Jobs, Elon Musk, Tony Stark o algún millonario excéntrico y aburrido. Lo llamamos el cuarto hombre de Archives Marvel.
Siempre financia todo sin preguntar, y es el líder del grupo de campo.
Jamie se puso el traje. Al instante notó la comodidad y resistencia del material, que parecía estar hecho de spandex reforzado con kevlar y fibra de carbono. Los detalles amarillos no eran meramente decorativos; cables de cobre recorrían el traje, redirigiendo energía hacia un motor electromagnético en su pecho.
— ¿Entonces tenemos que usar estos alias extraños? — Jamie se miró en el espejo mientras se ajustaba el fotocheck.
— Es parte de ser un agente encubierto. Es importante mantener la identidad de nuestro alias durante las operaciones. El mío es Spider Woman —Jessica se dirigió hacia la puerta con una sonrisa juguetona. — Por cierto, te sienta mejor estar afeitado y arreglado.
— ¿Spider Woman? ¿Hablas con las arañas o algo así? — Jamie no pudo evitar burlarse, pero su tono se apagó cuando vio la expresión de decepción en el rostro de Jessica.
Ambos caminaron por un largo pasillo hacia el último piso, donde otras personas en traje formal pasaban, incluidos algunos agentes militares y un par de científicos.
— Te presento al otro agente que nos acompañará: el agente Sitwell —Jessica señaló a un hombre que se encontraba junto a la puerta de acceso a las escaleras.
El hombre de apariencia delgada vestía ropa casual: pantalones vaqueros, botas beige y una camiseta con un diseño alternativo. Un collar dorado y dos anillos en la mano izquierda completaban su atuendo, pero la chaqueta negra con el logo de S.H.I.E.L.D. era lo que realmente lo diferenciaba. Tenía el cabello castaño claro, gafas redondas y llevaba varios documentos bajo el brazo.
— ¿Y tú también tienes un alias? — Jamie preguntó, con curiosidad.
—Nombre: The. Apellido: Target —respondió con un tono burlón.
—No le prestes mucha atención, está un poco loco —Drew dijo mientras señalaba al resto para que lo siguieran. — Tiene la capacidad de ver el espectro electromagnético y las ondas.
— Todavía no me han explicado qué hago aquí —Jamie subió las escaleras, mirando la puerta que conducía al último piso.
— El monte Washington —dijo Sitwell, lanzando algunos documentos hacia Jamie, quien los atrapó hábilmente. — Un contacto llamado Roger Marlow nos dio datos sobre una ubicación debajo de esa zona. Extraño, considerando que nuestros escáneres nunca detectaron nada ahí.
Jamie hojeó los archivos, mirando las fotografías del área, y se dio cuenta de que la zona detallada estaba al sur del monte.
— Después de la información que finalmente nos dio Marlow, hicimos un sondeo con un sismógrafo. Detectamos pulsaciones irregulares en todo el monte, pero se concentraban en una zona en particular —Sitwell abrió la puerta, revelando un hangar donde un helicóptero modelo EC 665 Tiger esperaba para despegar.
— El monte Washington —sonrió Jessica, con una mirada decidida. — Ese fue el último lugar donde se vio al Doc. Savage.
Los presentes abordaron el helicóptero con rumbo a Nuevo Hampshire. Al noreste, el monte Washington, el pico más alto de la región, se alzaba imponente, famoso por su clima inclemente y los vientos feroces que azotaban la aeronave. Una tormenta devastadora se avecinaba, más porque el sol se había ido para dejar paso a la noche, y el lugar señalado en los archivos apuntaba a la meseta conocida como Alpine Gardens, un paraje cubierto por glaciares, agresivo y mortal para cualquiera que intentara cruzar sus dominios.
— Con este clima, aterrizar correctamente es imposible —dijo el piloto con tono preocupado.
El viento se transformó en violentas corrientes que sacudían la aeronave, y la turbulencia aumentaba peligrosamente. Sin embargo, ni Jamie, ni Jessica, ni Sitwell parecían inmutarse ante la tormenta.
— ¿Quién es este Doc. Savage? —preguntó Madrox, aferrándose a las barandas a los lados de su asiento.
— No sabemos mucho sobre él. Lo poco que descubrimos proviene de un diario hallado en los archivos secretos de la KGB —respondió Jessica, señalando la compuerta del helicóptero—. Era un hombre importante, nacido en 1900: científico, investigador, visionario. Ya en los años treinta era una figura de renombre, enfrentando situaciones que nunca fueron documentadas. Cosas que ahora estamos intentando entender.
— Es impresionante cómo puedes soltar tantas palabras y seguir sin tener ni idea de nada —Madrox resopló, fastidiado por el viento que le azotaba la cara.
— Oye, no sigas con eso —dijo Sitwell con severidad, mirando a Jamie mientras jugueteaba con una mira de francotirador que golpeaba accidentalmente a Madrox—. Ella puede lanzar un elefante hasta el otro lado de la montaña.
— Y yo te puedo meter esto donde no te quepa si sigues jodiéndome —Madrox detuvo a Jasper, quien seguía burlándose.
— Dios, ahora entiendo por qué has estado solo todo este tiempo —el helicóptero comenzó a descender con dificultad—. Bueno, es hora de que te ganes el sueldo.
Sitwell le dio una palmada en el hombro, mientras Jessica se ajustaba unas gafas especiales de kevlar con lentillas moldeadas al calor. La parte central de las gafas estaba reforzada con fibra de carbono, con detalles rojos y negros, y en medio de la placa, un triángulo amarillo destacaba.
— ¿No se supone que vienes con nosotros? —preguntó Madrox, curioso.
— Yo no voy a ningún lado. ¿Estás loco? —Sitwell señaló el exterior—. Por eso es que estás aquí.
— No recuerdo hacer esto desde Madripoor... ¿bajas primero? —Jamie agarró la escalerilla de embarque.
— No será necesario —dijo Jessica, lanzándose sin más fuera del helicóptero.
Juntó los brazos a su cuerpo y desplegó unas alas similares a un wingsuit, planeando hacia la meseta. A pesar de los vientos furiosos, Jessica se sentía en su elemento, disfrutando del aire en su rostro y la adrenalina del momento. Mientras tanto, Madrox descendía cuidadosamente hacia la superficie. Su gabardina ayudaba a protegerlo del frío, pero el viento lo hacía moverse incontrolablemente.
En un giro espectacular, Jessica plegó sus alas y aterrizó en cuclillas, dejando una grieta en el suelo helado.
— Deprisa, quiero ver lo que hay aquí antes de que me retire —dijo Jessica, señalando una pared de piedra a unos 120 metros de distancia.
— ¿De verdad puedes lanzar un elefante hasta el otro lado de la montaña? —preguntó Jamie mientras aterrizaba y soltaba la escalerilla.
— Lo intenté con un tipo de veinticuatro años que no dejaba de molestar y lo logré. Podría con cualquier cosa —Drew soltó una carcajada burlona.
Ambos caminaron mientras el helicóptero se alejaba, buscando una ruta más segura. Los vientos seguían siendo implacables, y pronto, gotas de agua gruesas comenzaron a caer. Un estruendo similar a una explosión retumbó en el aire, pero nada detuvo a los agentes.
Al llegar a la pared de piedra, Jessica sacó un dispositivo en forma de disco de su bolsillo y lo pegó a la roca, que se abrió como una compuerta.
—Vaya, ¿una puerta falsa? —exclamó Jamie, sorprendido mientras cruzaba el umbral—. ¿Así siempre son las misiones?
—La mayoría de las veces —respondió Jessica mientras entraba, seguido de Madrox.
El interior no era una cueva natural, sino una estructura claramente creada mediante maquinaria hidráulica, similar a un socavón minero. La escasa iluminación y un extraño sonido, como un tambor lejano, impregnaban el ambiente, tornando cada paso un eco en el aire. Las sombras formaban figuras misteriosas que parecían moverse.
Jessica activó un botón en sus gafas, iluminando la zona amarilla en el centro de la placa de carbono.
—¿Hace cuánto existe Archives Marvel? —preguntó Jamie, tratando de orientarse con la luz que emanaba de Jessica.
— No lo sé, ingresé hace seis años. Nadie me dijo si existía antes —respondió Jessica, avanzando rápidamente hacia lo que parecía ser el final del túnel.
—¿Por qué haces esto? ¿Por el dinero? ¿Por los secretos del cuarto hombre?
—Siempre he sido agente. Además, me aburro con facilidad —respondió Jessica, deteniéndose de repente al llegar al final del túnel.
La cueva dio paso a un pasillo largo y amplio, dejando atrás la superficie rocosa. La estructura se asemejaba a una sala de trofeos, con vitrinas a lo largo de las paredes. El cuarto tenía una altura de siete metros y un largo de treinta. Las paredes estaban cubiertas de mosaicos de un beige apagado, y aunque los focos que iluminaban el lugar estaban apagados, la frialdad del ambiente no dejaba de sentirse. El piso, de mayólica blanca, reflejaba la decadencia del espacio. Las vitrinas, con placas de bronce, mostraban nombres grabados en ellas. Al final del pasillo, se vislumbraba una luz azul tenue, pero lo que más destacaba era el caos: vidrios rotos, paredes abolladas o rajadas, y el piso agrietado, como si una gran explosión hubiera tenido lugar.
Lo más impactante, sin embargo, era el contenido de las vitrinas.
—Mira eso — señaló Drew.
En una de las vitrinas, descansaba el esqueleto de una criatura imponente, de aproximadamente 1.98 metros. Su cuerpo estaba vestido con un traje formal púrpura y una capa plateada que caía con majestuosidad. Su cráneo poseía una forma particular, con la parte posterior alargada, y dos colmillos largos, muy diferentes a los de cualquier animal o humano. Además, llevaba una careta con forma de murciélago. En el lado derecho de su saco, junto al pecho, se destacaban varias medallas, entre las que resaltaba una con el símbolo de la esvástica. La placa debajo decía: "El Barón Sangre".
—No es el único, mira el resto — comentó Jamie mientras miraba las vitrinas cercanas.
Al continuar, pudieron ver más vestigios. A un lado del "Barón Sangre", reposaba el casco de una nave, cuya estructura era peculiar. Los detalles de la proa eran distintos: un tono turquesa predominaba, con ornamentos circulares y protuberancias plateadas. Los espejos que servían como parabrisas de la nave reflejaban la luz tenue. La placa debajo del casco rezaba: "Casco de la nave Kree".
Más adelante, había ropajes azules similares a los de un oficial de la SS, con guantes, botas y un cinturón amarillo. También destacaba una medalla con una esvástica. La placa decía: "Ropajes del Master Man". Finalmente, unas vestimentas similares a uniformes de la SS, pero con el cinturón adornado con las banderas de Japón, Alemania e Italia, completaban la colección. Llevaban máscaras con la esvástica en la frente y lentes moldeados con plástico. La placa decía: "Líderes del Axis Mundo".
Jamie y Jessica observaban, anonadados, cada paso que daban. Sus mentes estaban llenas de confusión, no solo por el entorno, sino por los trofeos que se desplegaban ante ellos.
Al final del pasillo, llegaron a un amplio salón gris. Las paredes y el suelo estaban cubiertos de un material liso de ese mismo color. En el centro, una mesa de reuniones ovalada de caoba, de 130 cm de diámetro, yacía destruida en tres pedazos. Alrededor del lugar, yacían cadáveres con trajes extravagantes, algunos de los cuales no parecían humanos. En medio de todo esto, un hombre apuntaba a los dos agentes. Sus piernas estaban destrozadas y deformadas, probablemente debido a los años de inactividad. Detrás de él, flotando en la oscuridad de la habitación, brillaba una grieta, emitiendo una extraña luz azul.
— Ustedes... más vale que sean de los buenos o... — dijo el hombre con las piernas rotas, apuntando con dos armas en cada mano.
Las pistolas magnum AGL Arms .45 Long Colt que llevaba eran imponentes. El hombre tenía rasgos caucásicos, cabello castaño claro con peinado militar, y una complexión fornida. Su ropa estaba rasgada, con una camisa beige y pantalones de lana caqui quemados y desgastados. Sus botas altas, marrón oscuro, complementaban su vestimenta. Lo más sorprendente, sin embargo, era su piel, completamente de color bronce, llena de cortes y moretones, pero sus heridas ya no sangraban, como si estuvieran selladas.
—Por favor, detente. Esas armas no funcionan conmigo — Jessica se acercó con cautela. — Doctor, necesita ayuda médica.
Madrox, por su parte, observaba fijamente la grieta azul. No podía apartar la vista de aquella fisura en la realidad, a través de la cual podían vislumbrarse infinitos mundos, cada uno diferente al otro.
—¿Quieren ayudarme? Silencio y escuchen — El Doctor Savage intentó incorporarse, aunque su esfuerzo era evidente. Estaba claramente debilitado.
—Dios mío, estás moribundo, ¿y llevas aquí desde...? — Madrox comenzó, pero el doctor lo interrumpió.
—Desde 1945, niño — Su voz sonaba fatigada. — En 1940, encontré la manera de dejar de comer y dormir. En 1942, dejé de envejecer. En 1944, adquirí la habilidad de sanar cualquier herida con solo la fuerza de mi mente. Así que, escucha lo que tengo que decir antes de que no haya más tiempo.
—Si me comprenden, si escuchan y entienden lo que les digo, todo habrá valido la pena. En agosto de 1945, convoqué una reunión en este cuartel secreto. Estuvimos diez años trabajando en ello, hasta que por fin encontramos el lugar perfecto para reunirnos sin ser vigilados por el mundo exterior.
La memoria arrastró al doctor como una corriente silenciosa, y de pronto se encontró cruzando de nuevo el umbral del gran salón. Todo parecía suspendido en un tiempo imposible: la mesa larga se erguía impecable, sin una sola marca del desgaste de los años, y cada objeto resplandecía como si jamás hubiera sido tocado. Sus compañeros estaban allí, inmóviles, contemplándolo desde la penumbra, figuras tan nítidas que parecía imposible que pertenecieran al pasado. El lugar entero irradiaba una perfección incorrupta, como si la memoria misma hubiera pulido cada detalle hasta hacerlo eterno.
—Este lugar era nuestro refugio para descansar, planear y celebrar nuestras grandes hazañas, los trofeos que habíamos obtenido. Pero pronto descubrimos que el mundo era mucho más extraño de lo que pensábamos. Había monstruos y hechos que otros no debían conocer, y nosotros... nosotros éramos diferentes. Teníamos dones, poderes, habilidades que trascendían lo humano. Pero todo cambió en ese agosto de 1945. Dejé a mis socios ese día y me reuní con mis compañeros.
— Llegas algo tarde, doctor — dijo un hombre con un pañuelo negro cubriendo la parte inferior de su cara, acompañado de un gorro y lentes de aviador.
Su traje militar de la Segunda Guerra Mundial era azul, con una bandera de Inglaterra bordada en el pecho. Llevaba guantes azules, un cinturón rojo con una pistola Walther PPK y un cuchillo NR-40 enfundado.
— Todo va estupendamente, Jack. Podemos continuar.
— Mr. Zu y Destroyer querían que esperáramos a que llegaras — un joven de unos 17 años, con cabello castaño, ojos marrones y un traje rojo, saludó al doctor.
— No tenían por qué esperar, Toro.
— Bueno, después de lo que pasó con el Capitán y Bucky, tú eres el líder — dijo un hombre de complexión fornida y altura imponente.
Llevaba un traje militar con pantalones negros y líneas rojas, botas rojas y una máscara griega de teatro, todo complementado con un blazer gris. Se acercó y estrechó la mano de Savage.
— Claro, Marlow. ¿Cómo van las cosas en el frente norte?
— Extrañas — respondió Destroyer.
— Me alegra oírlo — dijo Savage, tomando asiento en la gran mesa de reuniones junto a los demás participantes. — Veo que su majestad ha llegado, ¿viene de Inglaterra?
— De la tierra salvaje — un hombre musculoso y alto, de cabello rubio y ojos celestes, respondió con firmeza.
Llevaba un traje formal azul y un pañuelo de piel de leopardo alrededor del cuello, respondía por el nombre de Ka' Zar
— Estaba de expedición con mi hijo.
— ¿Podemos empezar ya? — Un hombre alto y con una gabardina y fedora plateadas, ropajes oscuros y un simbolo de un cuervo blanco en el pecho caminaba de un lado a otro, impaciente.
Su rostro portaba una máscara blanca similar a la de un cuervo salvo por sus ojos negros llenos de ira. En su gabardina llevaba dos pistolas Colt M1911.
— Siempre tienes asuntos "pendientes" — dijo Destroyer con una mueca de molestia, imitando el sonido silvante del hombre de la máscara de cuervo.
— Está bien, continuemos. Iniciaremos la reunión con los miembros completos de los invasores, en memoria del Capitán América y Bucky Barnes — Savage se levantó de su asiento, dirigiéndose hacia el centro de la mesa. — Todos hemos leído, entendido y manejado los ordenadores que Toro y yo construimos en los 40, ¿verdad?
— Sí, con electrónica y combinaciones binarias — respondió Destroyer, encendiendo un cigarro. — Usando hojas de cálculo electrónicas para procesar las operaciones binarias en dos estados: "encendido" y "apagado".
— Es correcto — replicó Toro.
— Bien. El caso es que hemos diseñado una ampliación del ordenador a un nivel más monumental — Savage levantó un objeto cúbico con detalles de cobre y espejos que parecían proyectores, conectado a un cable largo de color negro. — Algo que me parece sinceramente aterrador.
— El mundo no es solo blanco o negro, encendido o apagado — Toro extendió el cable negro que terminaba en una de las paredes del salón. — Es como los valores grises entre estos extremos, es así como veo el universo, ocupando todas las infinitas posibilidades simultáneamente.
— Es un conjunto de alternativas posibles, ninguna con la probabilidad de suceder en realidad, pero son tantas que juntas componen nuestra realidad misma — un hombre alto y delgado, de rasgos asiáticos, cabello largo y negro, con bigotes prominentes, se levantó de su asiento y explicó. Su nombre era Mr. Zu. — Una máquina capaz de calcular esas probabilidades podría procesarlas simultáneamente, no en serie como lo hace la tecnología binaria.
— Tendríamos un cerebro mecánico que reciclaría energía del magma volcánico, pero nada se acercaría a lo que tenemos aquí — Savage colocó la máquina en el suelo.
— Es más que eso. Un cerebro cuántico que explorará las posibles respuestas en infinitos mundos que creará y destruirá en segundos, hasta encontrar la respuesta correcta — Mr. Zu se paró frente a la máquina y, con un gesto, ordenó que se activara. — Miren.
Doc. Savage presionó el interruptor, mientras Toro activaba un botón cerca de la pared, donde el cable estaba conectado a una fuente de energía. Un extraño zumbido empezó a resonar, similar al de una avispa. Los presentes observaban en asombro cómo de los espejos emergía una luz azul que, al apagarse, dejaba al descubierto una grieta en la realidad. Los tres hombres, Savage, Mr. Zu y Toro, no podían apartar la vista del espectáculo: infinitos mundos flotaban dentro de la grieta.
— Esta es la forma de la realidad: una grieta dimensional con 133,150 mundos. Cada uno de estos mundos gira en su propio universo, pero todos componen la existencia misma. Cada uno es como un átomo en nuestra tierra, y cada rotación crea un nuevo mundo, un multiverso — La voz de Mr. Zu resonaba en todo el salón.
— La máquina genera infinitos mundos, en los que procesa la información dada, creándolos y destruyéndolos mientras busca la respuesta correcta — Toro se colocó detrás de Mr. Zu, observando la hazaña con asombro.
— Podemos utilizar ecuaciones para que la máquina las decodifique y, en segundos, nos proporcione la versión correcta del mundo — Mr. Zu extendió su mano hacia la grieta. — Podemos hacerlo todo. Podemos salvar al mundo.
— Y lo hicimos — Doc. Savage se rindió, dejándose caer al suelo. Sus piernas ya no podían sostenerlo, pero el dolor que sentía era más profundo que el físico.
Jamie y Jessica se acercaron al cuerpo del Doctor y trataron de sostenerlo con cuidado. Drew presionó el intercomunicador en su oreja derecha y llamó al equipo médico de Archives Marvel.
— Todos estuvimos de acuerdo con la idea, y todos pusimos de nuestra parte para hacer realidad este proyecto. No sabíamos, o mejor dicho, no comprendíamos las consecuencias de nuestras acciones —dijo Savage, aferrando sus dedos al suelo con fuerza—. Existía la posibilidad de que la respuesta correcta pudiera reescribir nuestra realidad misma, un mundo que podría no ser lo que pensábamos.
El sonido de las grietas en el suelo resonaba a lo largo de la inmensidad de la cueva, pero, a pesar de ello, se podía oír el zumbido de una avispa a lo lejos. Jamie trataba de mantener la calma mientras procesaba lo que estaba experimentando, mientras que Jessica permanecía inmóvil, como si fuera solo otro día más en su vida.
— Pero aun así lo hicimos —dijo Savage, y una imagen cruzó la mente de Doc., un lejano recuerdo de aquel día en que vio a Mr. Zu tocar los mundos en aquella grieta—. Las matemáticas de Zu abarcaban geopolítica, ciencia, psicología, sistemas climáticos, astronomía y muchas otras disciplinas, mientras intentábamos prever cómo sería el mundo después de la Segunda Guerra Mundial.
Fue entonces cuando los dedos de Doc. Savage rompieron el suelo, revelando el verdadero piso de la cueva. La superficie plomiza dio paso a un vasto sistema de cables, chips, transistores y luces, asemejándose a una gigantesca placa madre de computadora.
— Sabíamos que lanzarían la bomba atómica, sabíamos que eso cambiaría el mundo para siempre, no habíamos estado involucrados en la guerra por nada —los ojos de Savage se humedecieron—. Sabíamos lo suficiente para entender que el curso de la civilización cambiaría radicalmente. Había demasiadas variables en juego. No podíamos detener el rumbo de las cosas, ni controlar esas posibilidades.
Doc. Savage siguió rompiendo partes del suelo mientras su voz se quebraba, las lágrimas llenaban sus ojos mientras narraba, un relato lleno de orgullo, pero también de una tristeza infinita.
— Pero la máquina sí podía hacerlo. Podría decodificar esas matemáticas y reescribir la realidad, terminar la guerra con el menor número de víctimas y crear la mejor sociedad posible —Jamie y Jessica escuchaban atónitas, especialmente Jamie, quien tenía muchas preguntas—. Toro introdujo las matemáticas de Zu y yo encendí la máquina, ese fue el inicio del fin.
— Spider Woman, la máquina es toda la cueva, estamos dentro de una computadora —Madrox seguía arrancando trozos del suelo, mientras Jessica sostenía la cabeza del doctor.
— Nuestro fin fue simplemente un descuido de nuestra imaginación. La grieta creaba mundos infinitos, midiendo su duración en segundos... o al menos, esa era la teoría —las lágrimas de Doc. Savage aumentaron rápidamente. No se sabía si el dolor físico o el recuerdo lo afectaba tanto—. Pero lo que no sabíamos era que el tiempo para ellos transcurría de manera normal. Cada universo que nacía vivía miles de millones de años antes de llegar a su muerte.
Doc. Savage recordaba cómo todos los miembros de los invasores se maravillaban ante la cantidad de mundos creados. Eran tantos como había dicho Toro, pequeños planetas tierra que nacían y morían en segundos. La inquietud y el terror invadieron los corazones de los invasores, pero su voluntad y deseo por salvar el mundo eran más fuertes que cualquier adversidad. Sin embargo, la grieta comenzó a comportarse de forma extraña. Los mundos infinitos empezaron a alejarse, mientras uno en particular se hacía más y más grande, hasta abarcar toda la grieta.
— Y al final de esos pocos segundos, en un instante de tiempo... —La imagen vivida de cómo aquel mundo en la grieta provocó una luz cegadora que desorientó a sus camaradas seguía ardiendo en la memoria del Doctor—. Un grupo de individuos nos miró desde el otro lado de la grieta, en una cueva como la nuestra, sabiendo que su mundo perdería toda coherencia y se destruiría en ese instante.
Cruzando el portal, un grupo de personas se paró frente a los invasores. La ira se reflejaba en sus miradas, de ellos emanaba un poder inconmensurable. Los invasores sentían cómo cada fibra de su cuerpo percibía el peligro ante sus ojos. El miedo era tan intenso como el de un antílope frente a un leopardo. Sin embargo, como recordaba el doctor, su voluntad era más fuerte que ese terror, y eso detuvo toda sensación de cobardía en sus corazones.
— Ellos nos atacaron —los recuerdos del doctor eran tan vívidos que los agentes podían revivirlos como si estuvieran allí.
Los seis individuos estaban presentes. El que parecía el líder era un hombre caucásico, alto y fornido, con cabello marrón y ojos azules que, al llenarse de ira, adquirieron un tono purpura intenso. Su atuendo consistía en un traje de spandex rojo con una H blanca que bordeaba su pecho, botas marrones y detalles blancos en muñecas y piernas.
A su lado, una mujer esbelta destacaba por su belleza, que quedaba opacada solo por la furia reflejada en sus ojos. Su cabello, largo, sedoso y negro, caía con elegancia sobre sus hombros. Llevaba un vestido púrpura oscuro, adornado con un collar y brazaletes dorados. En su cintura, un cinto dorado completaba el conjunto, mientras que sus sandalias, también doradas, la hacían parecer aún más majestuosa.
A la izquierda del hombre líder, se encontraba otro individuo de complexión atlética. Su cabello rubio y su barba de pocos días contrastaban con sus ojos azules. Su traje de spandex verde llevaba detalles grises en las rodilleras, y un cinturón con múltiples bolsillos adornaba su cintura. En su mano derecha, un cristal de múltiples colores brillaba intensamente, como si estuviera incrustado en su piel.
Debajo de la mujer, un hombre alto y fornido portaba un traje completamente negro, salvo por los detalles grises que se asemejaban a plumas en su pecho. Un cinturón negro lleno de bolsillos lo ajustaba a la cintura, y su máscara negra, con gafas amarillas brillantes, tenía un contorno que terminaba en un pico, imitando el rostro de un ave.
A un lado del hombre del cristal, se encontraba un sujeto de rasgos afrodescendientes. Su cabello negro y ondulado, cortado a la altura de las patillas, enmarcaba su rostro. Llevaba gafas amarillas y un traje de spandex gris con detalles amarillos que completaban su look.
Finalmente, detrás de todos, estaba un individuo mitad humano, mitad pez. Su piel turquesa brillaba a la luz, y sus extremidades humanas poseían aletas amarillas tanto en los antebrazos como en las pantorrillas. Sus ojos azules reflejaban una mirada intensa, y su cabeza, calva, estaba adornada por unas protuberancias en forma de púas amarillas. Su atuendo consistía en un traje de baño celeste con detalles amarillos, que resaltaban su singular naturaleza.
—Aquella noche salvamos el mundo— las imágenes del doctor y los invasores luchando contra esos seis seres surcaban su mente. Savage sentía que, a pesar de los años, seguía allí, junto a sus compañeros, enfrentando el peligro sin miedo.
—Mis seis amigos no pensaron en ellos mismos, ni en sus planes, ni en su futuro... Solo en detenerlos.
El equipo enemigo tomó la delantera. Su líder, volando con una velocidad impresionante, se abalanzó sobre el Doctor Savage. Mientras tanto, Night Raven desenfundó sus pistolas y abrió fuego contra el hombre de traje negro. La mujer del grupo enemigo atravesó de un solo golpe a Destroyer, perforando su estómago y dejando al descubierto sus intestinos. Cayó al suelo en un charco de sangre, muerto en el acto.
Antes de que la mujer pudiera reaccionar, Ka' Zar la sujetó por los brazos y los apretó con tal fuerza que los quebró al instante. Sin pestañear, Toro encendió su cuerpo en llamas y, concentrando toda su energía, lanzó una ráfaga ardiente que alcanzó al hombre afroamericano, quien corría a gran velocidad por el lugar. El fuego lo consumió por dentro, acabando con su vida.
El doctor forcejeaba con el líder enemigo, quien se elevó hasta el techo, intentando zafarse sin éxito.
—Si no los hubiéramos detenido, habrían exterminado a toda la humanidad para hacer espacio a los de su mundo.
Los recuerdos de sus compañeros caídos llenaban de melancolía a Savage. Ver a Mr. Zu siendo asesinado por aquel ser con un cristal en la mano era una imagen imborrable. El rayo multicolor vaporizador lo atravesó, carbonizando la mitad de su cuerpo y dejando expuestos sus huesos y colgajos de piel. A pesar de su poder, el portador del cristal no fue invencible: Unión Jack lo apuñaló con su cuchillo antes de rematarlo con un disparo en la cabeza. Sin embargo, ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar cuando una criatura mitad pez, mitad humano, se abalanzó sobre él con sus garras, listo para despedazarlo.
—Solo sobreviví yo. Estuvimos a punto de destruir el mundo... Tuvimos que evitarlo a toda costa.
Una última imagen cruzó por su mente: su propio cuerpo destrozado, sus piernas inutilizadas, heridas y moretones cubriéndolo por completo. A su alrededor, el fuego consumía lo que quedaba del cuartel, y los cadáveres de sus amigos yacían en el suelo. Pero él no podía rendirse. La máquina no podía ser desconectada, y abandonarla tampoco era una opción.
Pese al cansancio y el peso de los recuerdos, el Doctor Savage dejó atrás la tristeza. Miró a los dos agentes que lo escuchaban con atención y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que todo su sacrificio había valido la pena.
—Tuve que quedarme aquí. Permanecer despierto, por si llegaba alguien más—el doctor esbozó una leve sonrisa, dejando de lado la seriedad de sus palabras— Supongo que esto debe ser 1975 o algo así, ¿estoy en lo correcto?
Pasados varias horas, el equipo de Archives Marvel llegó. Tres helicópteros surcaban el cielo: dos militares modelo EC 665 Tiger y un civil SB>1 Defiant.
Uno de los helicópteros militares aterrizó primero. Un grupo de soldados con el logo de S.H.I.E.L.D. descendió rápidamente, asegurando el área. Poco después, del helicóptero civil bajó un equipo de médicos con una camilla de primeros auxilios, listos para trasladar al doctor a un hospital. Por último, el segundo helicóptero militar aterrizó con científicos de Archives Marvel, equipados con tecnología avanzada para recoger muestras y recopilar evidencia.
Jessica observó cómo la tormenta se disipaba, revelando un cielo despejado.
—Creo que estará bien. Tenemos hospitales donde podrán ayudarlo adecuadamente —dijo, sintiendo un atisbo de alivio.
—¿Por qué hay tres helicópteros? —preguntó Madrox, aún confundido por todo lo que acababa de presenciar—. Uno es para nosotros y los soldados, el civil para los médicos y el doctor, pero el último... ¿es solo para los científicos?
—Es secreto —respondió Jessica con firmeza, intimidando al agente.
Madrox suspiró, observando el amanecer.
—Más de sesenta años sin descanso... pobre bastardo.
El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, bañando todo con su luz dorada.
—¿Ha encontrado Archives Marvel lo que buscaba, Jessica? —preguntó Madrox.
Jessica esbozó una sonrisa pícara.
—No lo sé... ¿Qué encontramos? Una computadora cuántica construida en la Segunda Guerra Mundial por una sociedad de superseres que desconocíamos, junto con su cuartel general. No nos ha ido nada mal.
—El mundo es maravilloso— Madrox recibió los primeros rayos del alba en su rostro. A pesar de las dudas e inquietudes que aún lo rondaban, sintió que todavía había esperanza en el mundo—Mantengámoslo así.