Un Buen Perro
13 de septiembre de 2025, 10:37
—¿Por qué siempre tienes la oficina tan alegre?
In-ho alzó la vista de los papeles que estaba firmando para enfrentar al hombre que acababa de entrar.
—¿Y tú por qué siempre tienes que ser un cabrón arrogante?
El Reclutador esbozó una amplia sonrisa.
Sus ojos volvieron a echar un pequeño vistazo a su alrededor:
In-ho nunca había sido un hombre demasiado extravagante en sus gustos y su oficina, de suelos y paredes negras apenas iluminadas por unos descuidados brochazos de pintura dorada y algunas lámparas desperdigadas en zonas estratégicas para sumirla en la penumbra, bien reflejaba dicha sobriedad.
Los únicos elementos personales que había exigido para "decorar" de alguna forma su oficina habían sido la colocación de un elegante escritorio de caoba oscura y el recubrimiento de la pared que se situaba tras éste por una bonita colección de espejos que se alzaban desde el suelo hasta el techo.
Una sola pared era todo lo que necesitaba aquel hombre que amaba que todo aquel que osara cruzar la puerta de su oficina se viera reflejado en los espejos y comprendiera al instante cuál era su posición...
O, al menos, eso era lo que buscaba con la mayoría de las personas que entraban allí.
Porque El Reclutador conocía una verdad más allá de esa explicación que parecía complacer a cualquiera que preguntara, convencidos por la perfecta vinculación que parecía asociar aquel razonamiento con la personalidad autoritaria del hombre que todos conocían como "El Líder".
Ese Líder al que solo El Reclutador podía llamar In-ho.
—¿Así recibes a tu trabajador estrella? —protestó éste con tono divertido—. He logrado que el señor Seong me dé por muerto —su postura se irguió con orgullo al tiempo que situaba sus manos tras la espalda—, estará aquí para los próximos juegos.
—No te des tanta importancia —habló In-ho, dejando a un lado su bolígrafo. Luego, situó sus manos frente a él, apoyadas sobre el escritorio cubierto de papeles y con los dedos entrelazados—. La idea de que usaras una de nuestras pistolas trucadas, balas y sangre falsa fue de ambos.
El Reclutador enarcó una ceja de forma altiva.
Su mandíbula estaba apretada y todo en su semblante indicaba el desagrado que aquellas palabras habían traído a su ego.
Si bien In-ho no había dicho ninguna mentira, nada le quitaba el mérito de haberse atrevido a dejarse ver por los hombres de Gi-hun y, en consecuencia, de ser perseguido por ellos.
Confiaba en su destreza a la hora de pelear cuerpo a cuerpo, y se había cuidado de buscar a aquellos mercenario que había identificado como los más torpes y de peor condición física, pero no eliminaba el peligro sufrido.
De hecho, uno de ellos le había sorprendido en el transcurso de la pelea al sacar una pequeña navaja.
¿Qué hubiera ocurrido si aquel hombre hubiera sido más diestro en su uso y le hubiera herido?
¿Y si eso les hubiera permitido capturarlo e interrogarlo?
Podía soportar cualquier tortura que quisieran imponerle, su entrenamiento bien lo había demostrado en múltiples ocasiones, ¿pero acaso eso eliminaba si quiera un poco de su valentía al atreverse a enfrentarlos?
—Pero buen trabajo —continuó In-ho, aún con tono serio.
El Reclutador, sin embargo, se quedó callado, manteniendo su mirada fija en él como quien busca más alabanzas.
—¿Solo venías a pavonearte o querías algo más? —preguntó In-ho.
La mirada de El Reclutador pareció brillar con interés: allí estaba ese tono, el que siempre usaba In-ho cuando tan solo buscaba que las palabras reafirmaran sus sospechas.
—Creo que sabes a lo que he venido —contestó, dispuesto a jugar en el terreno de la provocación.
In-ho mantuvo en todo momento el semblante serio y la mirada fija en él.
Claro que lo sabía.
Conocía demasiado bien al hombre que tenía enfrente como para saber que no se había presentado en su oficina bajo el único interés de expedir un comentario sobre los movimientos del molesto jugador 456.
Pero esa no era la respuesta correcta.
No era la respuesta que quería escuchar..., y él lo sabía.
—Dilo —ordenó, levantándose de su asiento con un movimiento lento y calculado.
—Quiero mi recompensa.
Ante aquella respuesta, In-ho no pudo evitar sonreír.
—¿Acaso la mereces? —cuestionó burlonamente—. El jugador 456 no es muy listo que digamos, así que no creo que te haya costado mucho engañarle.
El Reclutador volvió a enarcar una ceja con arrogancia. Todo en su semblante dejaba en claro que la respuesta a aquella pregunta era afirmativa y, por lo mismo, decidió mantener el más absoluto silencio.
—Contesta —le ordenó In-ho.
Había comenzado a moverse, rodeando el elegante escritorio hasta quedar frente al mismo, de forma que entre El Reclutador y el solo existiera una pequeña distancia.
Apenas tres pasos.
—No acostumbro a responder preguntas estúpidas —escupió El Reclutador.
Aquellas palabras, cargadas de un veneno perfectamente medido y formulado, dieron con lo que tanto ansiaba: una reacción impulsiva.
Sin que apenas pudiera percibir el movimiento, In-ho avanzó con pasos rápidos hasta romper la distancia que los separaba. Lanzó la mano izquierda, aquella con la que podía ejercer una mayor fuerza, hacia el nudo de su corbata y lo retorció con furia, mientras con la mano derecha le agarraba el mentón.
La tensión en su cuello y la estrechez generada por su propia corbata hizo que la tarea de respirar se convirtiera en todo un reto para El Reclutador.
Una sonrisa satisfecha cruzó sus labios de forma descarada.
—Puto engreído —siseó In-ho, empujándole hacia atrás—. ¿Y aún crees que mereces una recompensa?
El cuerpo de El Reclutador chocó bruscamente contra la pared y un ligero gemido de angustia escapó de sus labios cuando su cabeza rebotó, haciendo que la opresión de su tráquea fuera mucho más asfixiante.
Sus dedos crispados trataban de agarrarse a la lisa superficie que tenían al alcance, justo a sus espaldas, y que no ofrecía ningún apoyo consistente para iniciar un contraataque.
—Claro que me la merezco —respondió con la voz estrangulada pero cargada de la misma soberbia de siempre.
In-ho le obligó a ladear ligeramente la cabeza y acercó su boca para que sus labios quedaran junto a la oreja.
—Vienes aquí con tus putos aires de grandeza —susurró con los dientes apretados—, exigiendo una recompensa por hacer tu trabajo...
—Estás deseando dármela, In-ho —respondió con un hilo de voz El Reclutador.
Cada una de las palabras que pronunciaba tan sólo acentuaba la sensación de control de In-ho, que continuaba apretando el nudo de la corbata sobre su cuello. La sangre pulsaba hacia sus oídos y apretaba su mandíbula, tal y como si todo su cuerpo quisiera reprenderle por malgastar el poco oxígeno que le llegaba en palabras destinadas a provocar al hombre que tenía justo frente a él.
Ese mismo hombre que podía decidir seguir apretando la tela contra su garganta y arrebatarle todo el aire hasta matarle.
—Sigo creyendo que la misión ha sido demasiado sencilla como para que te merezcas si quiera pensar en una recompensa...
—Déjame demostrártelo... —dijo El Reclutador, notando como su cerebro comenzaba a perderse en una neblina de semiinconsciencia.
Su cabeza estaba apretada contra la pared y los dedos de In-ho le aprisionaban la mandíbula con fuerza, como si quisiera marcar toda su autoridad ante el alma rebelde que se atrevía a hablarle de una forma tan poco respetuosa y altiva.
Esa personalidad que amaba y le desquiciaba a partes iguales...
—¿Cómo? —cuestionó In-ho, empujándole más la cabeza y disfrutando de cómo el aumento de la sensación de ahogo hacía que El Reclutador pusiera sus ojos en blanco y la garganta se moviera de forma desesperada en busca de recuperar el aire—. ¿Cómo pretendes demostrarlo?
—Con..., un informe... —jadeó El Reclutador, luchando aún por mantener la serenidad en su voz.
Aún no se había derrumbado, In-ho y él lo sabían: era demasiado pronto para ello.
Y, sin embargo, el hecho de que le hubiera logrado arrebatar algo tan esencial y preciado como el aire representaba un primer paso en favor de In-ho.
La corbata en el cuello casi parecía haberse convertido en una serpiente que apretaba de forma constante y se iba estrechando sobre la tráquea del Reclutador conforme pasaban los segundos.
Segundos que pasaban como minutos...
Minutos de aire perdido...
Respiraciones constreñidas e insuficientes para sus pulmones.
Y, justo cuando El Reclutador se había convencido de que se desmayaría, toda la fuerza usada desapareció de forma repentina.
A pesar de que sus pulmones le suplicaban que aprovechara la oportunidad para llenarse de aire fresco y nuevo antes de que la presión volviera a estrangularlo, todo lo que hizo ante su recobrada libertad fue tratar de respirar lentamente, desoyendo cualquier comportamiento lógico que pudiera cruzar su mente, y recolocar su cabeza hacia adelante.
Podía sentir unas ligeras lágrimas en la comisura de sus ojos, fruto del instinto de su cuerpo ante la falta de oxígeno y la angustia que el ahorcamiento había generado en todo su cuerpo.
Pero esas lágrimas no significaban nada.
Ninguna reacción biológica, o casi ninguna más bien, sería jamás una respuesta aceptable para In-ho ni para él mismo con la que celebrar un triunfo.
—Estoy de acuerdo —dijo con voz suave, casi susurrada, In-ho.
Al mismo tiempo, usó ambas manos para sujetar el nudo de la corbata que aún pendía del cuello del Reclutador, ya no con un afán controlador y objeto de autoridad, sino enredando sus dedos sobre la tela con la intención de desenredarla.
—Espero que lo lleves puesto —continuó hablando, una vez tuvo la corbata desatada en su poder.
Su voz había sonado baja y peligrosa, como si sus palabras trataran de esconder una amenaza que era perfectamente palpable.
No quería escuchar un "no".
Un "no" lo iba a empeorar todo..., y no de una forma que fuera a gustar al Reclutador.
—Nunca me lo quito —respondió éste, logrando reunir en su voz de nuevo la arrogancia y un tono juguetón.
—Sabes lo que te conviene...
—Sé lo que te gusta —le corrigió El Reclutador.
Sus ojos seguían con gran interés las suaves caricias que los dedos de In-ho estaban efectuando sobre la tela de la corbata, deseando a cada instante que el nuevo destino de aquellas manos estuviera en su piel, recorriéndola con interés y llenándola con un fuego que solo ellos conocían.
Una media sonrisa, satisfecha y arrogante, surcó los labios de In-ho ante aquella respuesta.
—Ponte en el centro de la habitación y desnúdate —ordenó con firmeza.
Luego, tal y como si sus palabras no hubieran podido ser más banales, giró sobre sus talones y se dirigió directamente hacia su escritorio, sin mirar en ningún momento hacia atrás.
El Reclutador pudo observar, aún desde su posición, como el traje de Líder revoloteaba a su alrededor con cada paso que daba, llenando el aire con los suaves sonidos de la tela chocando entre sí y contra su cuerpo.
Siempre le había fascinado como aquel atuendo ennegrecido parecía dotar con un aura tan misteriosa y maligna a su portador. Una figura tan fascinante y cautivadora como intimidante y peligrosa, que parecía perfectamente diseñada para él.
O, al menos, esa había sido la conclusión que había sacado de su propia mano tras haberse probado esa indumentaria en tantas ocasiones pasadas, aprovechando que In-ho se encontraba sumido en el cansancio propio del post coito.
—Más te vale empezar a obedecerme —dijo In-ho, sacándole repentinamente de sus pensamientos.
Los ojos de El Reclutador se movieron instintivamente hacia él y, de forma natural, hacia el escritorio donde se habían dispuesto diversos objetos: una botella grande lubricante, unas pinzas unidas por una larga cadena de metal, un anillo para el pene y un pequeño objeto de color rosa con forma ovalada y unos botones distribuidos por la superficie.
—Te dije que sabía lo que te gustaba... —susurró con picardía.
—Que me obedezcas —le interrumpió In-ho, tomando el pequeño objeto ovalado.
—No —dijo El Reclutador, negando enérgicamente con la cabeza—, te gusta hacer que te obedezca —le corrigió.
Apenas terminó de decir aquellas palabras cuando una fuerte sacudida le atravesó toda la columna vertebral como si de una descarga eléctrica se tratara.
El vibrador que tenía en su interior, aquel que se había negado a sacar de su cuerpo a no ser que fuera estrictamente necesario y que se había convertido en parte del juego en el que ambos participaban, ahora le torturaba las entrañas, enviando pequeñas olas de placer a lo largo de todo su sistema nervioso.
En realidad la introducción de aquel juguete dentro de su relación había sido cosa suya; una forma de demostrarle a In-ho que aún ofreciéndole una ventaja, que se mantendría de forma permanente, tendría que hacer mucho durante sus encuentros para someterle.
Y, en esta ocasión, In-ho parecía pretender usar esa ligera provocación totalmente en su contra: el mando de control, aquella forma ovalada que había visto encima del escritorio, tenía al menos diez velocidades para escoger.
A juzgar por la alta intensidad, ahora debía estar por lo menos en el siete.
El Reclutador movió la cabeza hacia atrás, apoyándola contra la pared, al tiempo que enterraba sus uñas sobre la superficie y cerraba los ojos. Su respiración volvió a perder el ritmo conforme las oleadas de placer le atravesaban, incendiando sus nervios y haciendo que sus músculos se contrajeran violentamente contra la tela de su traje.
Apretó los labios y los dientes con fuerza, tratando de reprimir al máximo los sonidos que su cuerpo parecía ansioso por emitir.
No iba a gemir.
In-ho aún no se lo merecía.
De forma tan repentina como había llegado, la sensación de vibración y placer desapareció de su cuerpo.
—Ponte en el centro de la habitación y desnúdate —ordenó nuevamente In-ho, aunque esta vez su voz parecía tener mucha más autoridad, como si quisiera dejar en claro que no aceptaba réplicas.
El Reclutador sonrió y, aún tratando de regular su respiración agitada, comenzó a caminar hacia adelante, acercándose hacia el lugar que In-ho le había indicado. Sus pasos parecían perfectamente calculados y lentos, y en cada uno de ellos demostraba su deseo y derecho de pavonearse frente a aquel hombre que pretendía someterlo.
In-ho le observó con calma, registrando en su memoria cada uno de los movimientos de El Reclutador como si pretendiera castigarlo por toda la arrogancia que destilaban.
Parecía sacado de una jodida pasarela de modelos.
Cuando por fin llegó hasta el centro de la sala, volvió a erguir la postura, separó los pies a la altura de los hombros y colocó sus manos detrás de la espalda.
Nada en su semblante parecía evidenciar que hacía pocos minutos había estado al borde de morir asfixiado por el hombre que tenía frente a él y que, con tan sólo pulsar un botón, podía infringir una respuesta involuntaria en su cuerpo.
En cambio, todo en su mirada y la forma de sus músculos apretando contra su camisa blanca indicaba un claro desafío, casi como si supiera que él también podía ganar en aquel juego de poder y dominación.
Sabía que era una amenaza para el ego de In-ho.
Una amenaza que buscaba ser sometida y controlada por quien sabía que podía lograrlo y buscaba que lo hiciera.
—Como me hagas repetir la orden una vez más —le advirtió In-ho, levantando la corbata y el control remoto a la altura de su cara—, voy a hacer que te corras hasta que lo único que te salga de la polla sea sangre.
—¿Me estás proponiendo un premio o un castigo? —respondió socarronamente El Reclutador.
Aún bajo aquella burla, sus manos no tardaron en moverse hacia las solapas de su traje, abriéndolas hacia los lados y moviéndolas hacia atrás.
—Puedes empezar —volvió a hablar In-ho, una vez que la chaqueta cayó al suelo.
Una sonrisa pícara apareció en los labios de El Reclutador, al tiempo que su ceja se enarcaba hacia arriba, continuando con aquella expresión arrogante.
—Como me ordenó —dijo al fin, acercando sus manos hacia el primer botón de su camisa—, localicé a los objetivos más débiles de la red y logré que me siguieran...
—Debes ser más específico —le interrumpió In-ho con voz seria—. En los detalles se encuentra la elegancia y la perfección de un informe.
Sus palabras precedieron la aparición de una ligera vibración, casi imperceptible teniendo en cuenta lo que había soportado con anterioridad, dentro de El Reclutador.
Nivel uno: apenas una reprimenda.
Tan nimia fue la sensación que El Reclutador apenas se habría percatado si no fuera porque el juguete se encontraba colocado demasiado cerca de su próstata. Aún así, y sin un mínimo temblor, pasó su manos hacia el segundo botón, exagerando en la lentitud de sus movimientos.
—Kim Jeong-rae, un antiguo prestamista de nuestro querido Gi-hun. Cuarenta y seis años y sin familia —recitó El Reclutador con indiferencia—. Y Choi Woo-seok, un empleado del señor Kim, cuarenta años, casado hace un par.
Con el desprendimiento del segundo botón, El Reclutador se dio a la tarea de separar un poco las solapas de la camisa, mostrando con picardía su pecho.
Un ligero "click" le anunció que el pago por aquella gratuita provocación era el aumento de las vibraciones que debía experimentar su cuerpo.
Nivel tres: no te hagas el listo.
—Puedes seguir —insistió In-ho, observando con gran interés como las manos de El Reclutador habían adquirido un ligero temblor, casi imperceptible para cualquiera que no estuviera dispuesto a notarlo.
Una pequeña fisura en la coraza.
—Ambos estaban destinados en la Estación de subterráneos de Jonggak —continuó hablando El Reclutador, logrando mantener la voz serena y relajada—. Debo admitir que fue una hermosa coincidencia porque me permitió seguir un poco mi honorario y entablar una conversación con el joven Lee Myung-gi... —hizo una pequeña pausa y curvó su sonrisa con soberbia—. ¿Necesitas detalles sobre él también?
Un nuevo "click" y el aumento de la vibración contra su próstata le obligó a cerrar sus ojos.
—Estoy siendo amable contigo —dijo In-ho, con un tono que, aunque pretendiera sonar serio e indiferente, destilaba veneno en cada palabra—. Podría subir esto al máximo y tenerte jadeando como un perro en cuestión de segundos —le aseguró, volviendo a levantar el control remoto—, pero, en cambio, te estoy dando la oportunidad de mostrarte menos arrogante...
—Amas que lo sea —le interrumpió El Reclutador, haciendo un gran esfuerzo para no gemir.
—No me impide castigarte por ello...
—Y nada me impide seguir provocándote.
De nuevo, el chasquido de un botón al ser pulsado se extendió por toda la habitación y, esta vez, El Reclutador no pudo reprimir un pequeño jadeo.
Nivel seis: estás agotando mi paciencia.
—Bonito sonido —se burló In-ho, notando como el ligero temblor de las manos de El Reclutador se había convertido ahora en algo perfectamente evidente.
Los ojos de El Reclutador volvieron a abrirse, revelando una mirada aún llena de desafío, aunque quebrantada en su fiereza por unas diminutas lágrimas que surcaban, brillantes y ligeras, las comisuras de su párpados.
—Me gusta darte pequeños regalos —respondió con fingida indiferencia.
Su voz sonaba estrangulada y demasiado artificial como para ser tomada en serio y, aunque ambos sabían que aún no estaba siquiera cerca de la rendición, si era perceptible que los pasos dados por In-ho estaban generando poco a poco sus frutos.
—Te voy a dar yo uno —dijo In-ho, presionando de nuevo un botón del control.
El Reclutador contuvo la respiración, tratando de prepararse para un aumento de la vibración, pero negándose a apartar de nuevo la mirada.
Sin embargo, el pequeño vibrador dentro de su cuerpo lejos de torturar con más intensidad su próstata, pareció relajar sus movimientos, dándole un leve descanso. El Reclutador apretó los labios con impotencia al comprender que es lo que había hecho In-ho.
Nivel cuatro: misericordia.
Aquel gesto, aunque fue recibido por cada fibra de su ser como un alivio celebrado, tan solo sirvió para humillarlo. Cada gesto de In-ho en favor de que "pudiera aguantar más" tan solo representaba un intento más de demostrar su poder sobre él.
Una forma sutil y venenosa de dejarle en claro que debía ayudarle porque de lo contrario no podría con todo lo que podía darle sin que terminara destrozado por el camino.
Esa afirmación silenciosa hería su orgullo. E In-ho lo sabía. Como él mismo era un hombre que tenía en alta estima su propio ego y le dolía terriblemente que otros lo atacaran (cosa que hacía constantemente El Reclutador) sabía qué puntos sensibles tocar para hacer daño a un hombre engreído.
—Eres un blando —se burló El Reclutador, acercando sus manos con rapidez hacia los botones que quedaban por deshacer en su camisa y soltándolos de un solo movimiento.
—Puedes decir lo que quieras —le contestó In-ho, esbozando una media sonrisa y bajando su mirada hacia los pantalones de El Reclutador—, pero creo que será mejor que pienses en quitarte eso si no quieres que el botón explote.
Sin responder, El Reclutador hizo una mueca de desagrado. Era perfectamente consciente de cómo su erección había empezado a crecer conforme los minutos habían ido pasando y como ahora apretaba con fuerza dentro de sus pantalones.
Suplicando ser atendida por el hombre que siempre sabía complacerla.
—Eres muy observador —dijo, retirándose la camisa ya completamente desabotonada—. ¿Tantas ganas tienes de verla?
Sus músculos tensos y fuertes brillaron bajo la tenue luz de las lámparas, ofreciendo un hermoso espectáculo que In-ho se encargó de repasar a consciencia, analizando cada una de las líneas en sus brazos y la forma en la que la piel parecía luchar por no desgarrarse en cada movimiento bajo la presión de aquel tonificado cuerpo.
Siempre había admirado la belleza de aquel joven que tantos dolores de cabeza y gemidos le había arrancado a lo largo de los años. Ese joven que podría presentarse como un digno adversario de la escultura del David y, en opinión de In-ho, vencerle sin mayor esfuerzo en hermosura.
Aquel Reclutador al que había culpado de todo tras salir como ganador en su promoción de Los Juegos, pero que había sido el encargado de enseñarle la lógica que estos escondían y le había facilitado la tarea de adaptarse dentro de los mismos al convertirse en Líder.
El mismo hombre que, con el paso de los días, había suscitado su curiosidad y la había alimentado hasta convertirla en una obsesión.
Una obsesión compartida, según pudo descubrir cuando, al cabo del primer año, compartieron las primeras caricias, los besos desfilaron de nuevo por sus labios que ya creía indignos de amor y las palabras que nunca pensó decir de nuevo aparecieron en sus bocas con una sinceridad hasta entonces desconocida:
Te amo.
—¿Te estoy aburriendo?
La pregunta de El Reclutador le trajo de vuelta a la realidad.
Mientras él andaba entretenido en sus cavilaciones que le trasportaban a los inicios de su relación, su pareja ya se había deshecho de los pantalones y de la ropa interior.
Ambas prendas ahora descansaban junto al resto de su ropa en un rincón lejano de la habitación, donde parecían evidenciar el poco cuidado y tacto con el que habían sido desterradas.
Dejaban atrás un cuerpo ahora vulnerable, pero no indefenso, ante un hombre dispuesto a devorar hasta el último rincón de aquella tersa y pálida piel.
—Buen chico —respondió fríamente In-ho.
Luego, se obligó a apartar la vista, consciente de que de lo contrario sus ojos buscarían permanecer enterrados en cada zona de aquel cuerpo que veneraba y que había convertido en el único templo donde sus pecados no sólo no eran redimidos sino que aumentaban en cada ocasión que lo visitaba.
—¿Alguna vez respondes a lo que te preguntan?
—Si la pregunta no es demasiado estúpida...
El Reclutador amplió su sonrisa pero no dijo nada. En cambio, se limitó a observar como In-ho avanzaba, con el paso tan lento y elegante que le caracterizaba y que tanto le desesperaba a él. En sus manos sostenía la corbata deshecha de El Reclutador y el anillo para el pene ya lubricado.
—Te llegabas por la parte en la que los dos hombres te siguieron —le dijo In-ho, una vez que llegó frente a él.
La mano que sostenía el anillo se había movido hacia adelante, tendiéndoselo como si le invitara a tomarlo.
—¿Me quieres obligar a que me torture a mi mismo? —preguntó con una ligera sonrisa—. ¿Y si me niego...?
—Sé lo de los panes —le interrumpió In-ho, ignorándolo por completo para dejarle en claro que no tenía esa opción—, te lo puedes saltar.
—Fue tan solo una pequeña estrategia —replicó burlonamente El Reclutador, tomando el anillo entre sus manos y comenzando a colocárselo sobre su polla ya erecta—, siempre es más fácil capturar a un objetivo si le das la confianza de que no tienes razonamientos lógicos...
—He dicho que te lo saltes —insistió seriamente In-ho.
El Reclutador hizo un ligero puchero y terminó de ponerse el anillo, permitiendo que este se ajustara de forma cómoda a la base de su pene.
—Al salir del parque Tapgol y convencerles de que era un desquiciado...
—No puedo decir que se equivocaran —volvió a interrumpirle burlonamente In-ho y, ante el gruñido que emitió en protesta El Reclutador, no pudo evitar esbozar una ligera sonrisa. Luego, bajó la mirada hacia las manos de éste y le ordenó—: Junta las muñecas y continua.
El Reclutador obedeció casi sin inmutarse, esbozando una sonrisa mientras sus manos se movían hacia adelante hasta quedar a la altura de la pelvis. In-ho tomó la corbata y giró sus muñecas para crear en el centro de la tela dos círculos de tamaño similar. Luego, hizo que uno de estos círculos pasara por dentro del otro de forma que se crearan dos nuevos círculos unidos por un grueso nudo.
Una vez creada esta nueva forma, hizo que las manos de El Reclutador pasaran por dentro de estos últimos círculos y tiró de la tela sobrante, hasta que las ataduras improvisadas se ajustaron perfectamente al diámetro de la muñeca.
—He dicho que continúes —le recordó In-ho, soltando el sobrante de la corbata para que colgara bajo las manos.
No había pasado desapercibido para ninguno de los dos hombres el silencio, poco común, en el que se había sumido El Reclutador. La presión en sus muñecas, provocada por su propia corbata (lo que aumentaba el erotismo de la sensación) se estaba uniendo con la ligera vibración que le ofrecía el juguete en su interior en la tarea de darle placer.
Y eso le estaba matando.
Porque por mucho que tratara de molestar a In-ho y le obligara hacer las cosas así para someterle, amaba que lo hiciera hasta la última fibra de su ser. Amaba la forma en la que ese hombre que tan patético le había parecido en su primer encuentro, hacía ya más de cinco años, se había convertido en el poderoso hombre que ahora podía marcar cada uno de sus pasos con autoridad y destreza.
Había demostrado desde el primer momento tener la madera suficiente como para asumir la tarea de convertirse en Líder y eso había hecho que los poderosos hombres que financiaban los juegos (y a quienes llamaban simplemente como "Vips"), se permitieran ser aconsejados por el propio Reclutador y tomaran la decisión de ofrecer dicho puesto a quien ellos solo habían conocido como "el jugador 132".
Tenía carácter y sangre fría, por lo que rápidamente se convirtió en uno de los favoritos del viejo y ya difunto Oh Il-nam, logrando así consolidar su posición.
Siempre había confiado en él, desde el día en el que le reclutó hasta el último día de los juegos en los que, tras matar a otro jugador, se levantó con la sangrienta victoria entre las manos, demostrándole que no se había equivocado al hacerlo.
Estaba orgulloso del hombre en el que se había convertido.
Y ahora le amaba.
—Conseguí que me siguieran hasta una zona más apartada —continuó hablando, al sentir como la figura de In-ho se alejaba un poco—. Les obligué a pensar que podían perderme al meterme por pequeñas callejuelas hasta que les empujé a atacarme.
—¿Te hirieron? —preguntó In-ho, comenzando a moverse a su alrededor.
Parecía un depredador.
Un depredador que ya tiene localizada su víctima y pretende examinar cada uno de sus ángulos en búsqueda de una buena oportunidad para atacarla.
—Confías demasiado poco en mis habilidades, In-ho —respondió con falsa indignación El Reclutador.
In-ho ya había dado casi media vuelta a su alrededor, y podía sentir sus ojos recorriéndolo de arriba a abajo, saboreando cada tramo de su piel con intensidad.
—Contesta —le susurró éste junto a su oído derecho.
El Reclutador sintió un pequeño escalofrío cuando su cálido aliento chocó contra la piel del cuello.
Debía estar demasiado relajado con la presencia del otro como para no haber notado el momento en el que se había acercado..., pero no le molestaba. A fin de cuentas, él había sido su maestro en el arte de ser escurridizo e indetectable.
Como una sombra oscura y mortal.
—Uno de ellos llevaba una navaja —respondió, y en su voz se pudo entrever un ligero temblor que rápidamente trató de esconder—, pero, como he dicho, eran los objetivos más débiles y torpes.
Una pequeña sonrisa apareció en sus labios al recordar los gritos aterrados que el hombre que parecía más joven había proferido al ver como, de un solo golpe, había logrado dejar inconsciente a su compañero.
—No fueron difíciles de capturar —concluyó, alzando una ceja con arrogancia.
—¿Y luego? —insistió In-ho, recuperando su caminar lento y metódico.
La sonrisa de El Reclutador se amplió hasta convertirse en una mueca siniestra.
Los gritos ahogados por las mordazas...
El olor de la pólvora y el chasquido del tambor al ser girado...
El gatillo pulsando bajo la yema de su dedo...
Y, lo mejor de todo, aquel delicioso disparo que precedió la salida de sangre, tejido cerebral y pequeñas astillas de hueso.
—Les llevé a jugar un juego para que supieran cómo funcionamos —respondió simplemente.
Por fin, In-ho dio la vuelta completa y sus ojos volvieron a encontrarse.
Se situó frente a él, dejando apenas un pequeño espacio entre sus cuerpos antes posicionar su postura de forma erguida, casi militar, y llevar sus manos tras la espalda.
—¿Resultado? —preguntó, posando sus ojos brillantes en los de El Reclutador.
—Una factura de 900 mil wones en una tintorería a cargo de la cuenta de Kim Jeong-rae —respondió éste, alzando el mentón con orgullo—. Suerte que no tenía familia para heredar...
Sin embargo, sus palabras se vieron violentamente acalladas cuando In-ho, en un rápido y ágil movimiento, situó la mano izquierda sobre su nuca, obligándole a inclinarse hacia adelante y haciendo chocar sus labios.
El beso fue tan repentino como feroz y desesperado.
In-ho movía su boca constantemente, ansioso por recorrer cada uno de los rincones que aquellos labios poseían y en los que había navegado en otras tantas ocasiones, sin cansarse nunca de hacerlo.
El Reclutador no se quedó atrás, disfrutando como de pronto sus fosas nasales eran abruptamente inundadas por el fuerte perfume de In-ho (ese que siempre se ponía solo por la elegancia de poder gastar miles de wones en cada frasco) y sus labios eran cubiertos por las profundas caricias del hombre que amaba.
Aún con las manos atadas, se aferró a la parte delantera del traje de Líder, instándole a que no se apartara.
Casi de forma simultánea, abrieron sus bocas y permitieron a sus lenguas encontrarse, fluyendo en un intercambio de saliva y pasión desenfrenada.
Y así se mantuvieron por unos instantes, saboreando la boca del otro y la agilidad de sus lenguas, mientras desafiaban a sus propios pulmones, carentes de oxígeno.
Pero nada importaba.
El mundo de ambos se había reducido a la boca del otro y poco podía importarles si los pulmones reventaban sus costillas, echaban a arder o comenzaban a desgarrarse.
Solo estaban ellos.
Cuando por fin se apartaron, más por la necesidad creciente de continuar su pequeño juego que por satisfacer la fuerte necesidad de aire, sus ojos vidriosos se encontraron, atravesando la neblina que el deseo había tejido entre ellos.
—Buen trabajo —jadeó In-ho, sin tratar de disimular la falta de aire presente en su voz.
Luego, le soltó y se alejó un poco, creando un espacio de menos de un metro entre ellos. Metió la mano en el bolsillo derecho de su traje de Líder y, tras recuperar su postura rígida y firme, volvió a mirarle directamente a los ojos
—De rodillas —le ordenó con voz autoritaria, aunque su tono aún reflejaba la falta de aliento.
Las paredes de El Reclutador se contrajeron de forma inmediata contra el juguete cuando, seguido de aquellas palabras, volvió a aumentar en la intensidad de sus vibraciones.
El gesto casi parecía un incentivo, una amenaza disfrazada de sugerencia para que obedeciera.
Pero al Reclutador no le hacía falta ninguna de esas dos cosas; estaba demasiado inmerso en el aura que les dominaba a ambos como para preocuparse de darle una pequeña victoria a In-ho.
Un sonido hueco y duro resonó en toda la habitación cuando sus rodillas impactaron al mismo tiempo sobre el suelo de moqueta negra. In-ho, que había seguido el recorrido de su cuerpo cayendo frente a él, le observó desde su posición más elevada.
—Buen chico —susurró con genuina satisfacción.
Una media sonrisa apareció en sus labios y El Reclutador no pudo evitar pensar que una parte de aquella satisfacción residía en el cambio de circunstancias que ofrecía su nueva situación: por unos pocos instantes, In-ho podía sentirse como el más alto de la habitación (cosa que, dada la gran altura de su pareja no era habitual) lo que le ayudaba a marcar mejor su papel dominante.
—¿Qué hiciste con el superviviente de tu jueguecito? —preguntó In-ho.
Y, sin que El Reclutador hubiera dado aún una respuesta, giró sobre sus talones y volvió a dirigirse hacia su escritorio.
—Le interrogue para saber porque me estaba siguiendo —respondió El Reclutador, consciente de que debía hacerlo—. Cuando me confirmó que era el señor Seong para quien trabajaba, le sonsaqué la dirección completa del lugar en el podía encontrarle.
—Fue muy inteligente de tu parte la idea de generar una víctima para hacerle creer a Gi-hun que no sabíamos nada de sus actuales planes —alabó In-ho. Luego, se dio la vuelta para volver a enfrentarle—. ¿Después?
El Reclutador dirigió instintivamente la mirada hacia sus manos, donde se podía entrever un pequeño trozo de cadena.
—Fui hacia el Motel Rosa y esperé en la habitación 410, que es la que usa habitualmente el señor Seong para dormir —continuó hablando, sin apartar en ningún momento su atención de In-ho, que ya comenzaba a acercarse—. Cuando llegó, parecía encantado de verme —añadió con un tono sarcástico.
—¿Quién no se alegraría de verte? —respondió In-ho, con un tono que buscaba ser burlón pero que escapó de su boca con más dulzura de la que pretendía.
Una suave pero sonora carcajada resonó en la garganta de El Reclutador; estaba claro que él también había notado ese matiz en sus palabras. In-ho frunció los labios con desagrado. Su debilidad por aquel hombre a veces era tan notable que temía que algún día socavara por completo su autoridad.
—A ver si esto te hace tanta gracia —dijo, deteniéndose al fin frente a él.
Sus manos se abrieron por completo hacia adelante y El Reclutador finalmente pudo ver lo que en ellas escondía: las pinzas que había visto al principio de su encuentro, justo encima del escritorio.
Tenían un color negro metálico y el borde de las mismas era plano y liso. Además, ambas pinzas se encontraban unidas por una fina cadena que, según lo que pudo calcular a plena vista El Reclutador, debía medir unos sesenta centímetros de largo.
—Siempre puedes pedirme perdón por ser un arrogante e impertinente.
El Reclutador alzó la cabeza para que sus ojos volvieran a encontrarse con los de In-ho. En su rostro no pudo encontrar nada que no fuera una soberbia desmedida; parecía plenamente convencido de aquel nuevo elemento era capaz de derrotarle.
Pero se equivocaba.
Una sonrisa pícara apareció en los labios de El Reclutador, siendo acompañada en la acción por una ceja enarcada de forma engreída y altiva. Usó toda la fuerza de sus piernas para impulsar su cuerpo un poco hacia adelante, cuidándose de mantener el equilibrio para evitar caer de bruces.
—Que. Te. Jodan —dijo, deteniéndose en la pronunciación de cada palabra como si estuviera saboreando las letras que las conformaban.
—Lo suponía —resopló In-ho, fingiendo decepción.
Pero, en realidad, todo su cuerpo estaba saltando de alegría; llevaba demasiado tiempo queriendo probar aquello y, hacía unas semanas atrás, El Reclutador había aceptado usarlas en alguno de sus próximos encuentros.
Hoy era ese día.
Sin esperar un momento, se inclinó un poco hacia adelante, sosteniendo en cada mano una de las pinzas. Mantuvo la mirada fija en los ojos llenos de desafío e interés de El Reclutador, mientras que sus manos armadas avanzaban de forma simultánea hacia sus pezones.
Y, al fin, las pinzas se cerraron contra la sonrosada y sensible carne, enviando una fuerte descarga de dolor a lo largo de todo el sistema nervioso de El Reclutador. La sensación era abrumadora, y podía notar como todos sus sentidos colapsaban al mismo tiempo.
Sus músculos se tensaron contra la piel, como si trataran de amenazar a In-ho, dominados bajo el más puro instinto de supervivencia. La adrenalina explotó en sus venas, respondiendo a la orden que inconscientemente había dado su cerebro para tratar de minimizar la fuerte sensación que estaba torturándole.
Podía notar como ligeros pellizcos, como pequeñas descargas eléctricas, se expandían a lo largo de su pecho y su cuello, haciendo que la sensación de estrés y estimulación fueran aún más notables.
Y, sin embargo, no todo en su cuerpo parecía indicar una reacción negativa.
Ante la repentina sensibilidad, las suaves vibraciones del juguete que se encontraba tan cercano a su próstata parecieron volverse aún más fuertes, aunque In-ho no había tocado en ningún momento alguno de los botones en el control remoto, y su polla parecía haberse hinchado, desafiando la eficacia del anillo que apretaba su base.
El Reclutador apretó los dientes con fuerza y cerró los ojos, haciendo que la casi ya nula visión que tenía de In-ho desapareciera por completo.
—Esa reacción es perfecta —se burló éste.
El Reclutador intentó responder, pero su boca se negó a abrirse para emitir una palabra siquiera, demasiado enfocada en tratar de administrar el dolor a través de una mandíbula tensa y rígida.
—Pero no pienses que esto se va a quedar aquí —continuó hablando In-ho, aprovechando su silencio, mientras acariciaba la cadena que unía ambas pinzas y que ahora reposaba sobre el abdomen apretado y palpitante de El Reclutador.
Sin perder un instante, tomó la cadena y comenzó a levantarla hasta que llegó a la altura de los ojos de El Reclutador. Y, antes de que éste pudiera analizar cuáles eran las intenciones del otro hombre, la cadena desapareció de su campo de visión.
Pocos segundos después, notó como volvía a caer sobre su piel.
Pero, en esta ocasión, la cadena se encontraba tras su cabeza, enrollada de forma parcial en su nuca. A la fuerte presión experimentada en sus pezones se le añadió la sensación provocada por la tirantez de la cadena que, al ver reducido su espacio de acción, se veía obligada tensarse por completo, torturando en el proceso la carne que sujetaban las pinzas.
—Hijo de puta... —jadeó El Reclutador, agachando un poco la cabeza para reducir el estiramiento de la cadena.
—Esa no es tu palabra de seguridad —canturreó In-ho con sorna.
El Reclutador soltó un bufido ofendido.
—Que te jodan... —susurró, aún con los dientes apretados.
Luego, ignorando cualquier pensamiento lógico, alzó su cabeza para enfrentarle, provocando con ello que la cadena tirara con más intensidad de sus pezones.
—¿Crees que esto es suficiente para ganarme? —escupió con arrogancia, transformando su mueca de dolor en una gran sonrisa que hacía resaltar sus blancos dientes—. Me subestimas, In-ho, puedo con mucho más que esto.
In-ho le observó desde arriba, admirando como aquel hombre, que era perfectamente consciente de cómo todo su cuerpo delataba la poca veracidad de sus palabras, trataba aún de mostrarse fuerte y altivo.
Y, una vez más, eso le hizo recordar por qué lo amaba tanto.
Era un completo imbécil, siempre dispuesto a soportar más para no rendirse y confiado de sus propias capacidades para aguantar cualquier tortura, fuera auto impuesta o no.
Aquello les unía: dos imbéciles, cabezotas y testarudos, que estarían dispuestos a dejarse atormentar durante largas horas sin que en ningún momento les obligaran a decir o hacer algo a lo que no estaban dispuestos, y, mucho menos, a mostrarse derrotados.
—Eres adorable —dijo In-ho, haciendo un puchero extremadamente burlesco con los labios y ladeando la cabeza.
El Reclutador puso los ojos en blanco: In-ho podía ser terriblemente desesperante, incluso para él, cuando se lo proponía.
—¿Crees que Gi-hun pensó lo mismo mientras jugábamos a la ruleta rusa? —preguntó divertido—. No supe como interpretar su mirada mientras me metía la pistola en la boca...
—¿Acaso eso es importante para ti? —le interrumpió In-ho, con un tono sumamente molesto en la voz.
El Reclutador se mordió el labio inferior, reprimiendo una amplia sonrisa.
—Eres tan adorable cuando te pones celoso... —respondió, pronunciando cada palabra con ademán provocativo—. Pero no tienes de qué preocuparte, In-ho, solo te amo a ti.
Ahí estaba su contraataque.
—Joder, eres insoportable —gruñó In-ho.
Sin embargo, no podía negar ni por un momento que lo que había dicho El Reclutador era cierto.
Pensar que pudiera estar con alguien más, o que otra persona pudiera tener en sus pensamientos, ya fueran románticos o sexuales (o ambos), le ponía enfermo.
Ese hombre le pertenecía y él le pertenecía al Reclutador.
Y no había espacio para nadie más dentro de su relación.
Sin decir una sola palabra más, dio un par de pasos hacia atrás y, bajo la atenta mirada de El Reclutador, movió sus manos hacia la cremallera que se encargaba de cerrar la gabardina que formaba parte de su traje de Líder.
—¿Pensaste en mí?
—Lo hago constantemente —respondió El Reclutador con una mezcla entre diversión y deseo fluyendo en la voz—. ¿Quién es el que necesita ser más específico ahora?
—Mientras te metías la pistola en la boca —puntualizó In-ho, deslizando hacia abajo la cremallera—. ¿Pensabas en mí mientras lo hacías?
Los dientes de metal crujieron a lo largo de todo el recorrido, permitiendo que con cada paso dado, los ojos de El Reclutador se deleitaran con un nuevo trozo de su piel.
Cuando la gabardina quedó completamente abierta, In-ho no tardó en quitársela, dejando que la suave luz de las lámparas impactara directamente contra su cuerpo musculado y tonificado.
El Reclutador pudo notar como la boca se le hacía agua.
—Contesta —le exigió In-ho, moviendo sus manos ahora hacia el cierre de su pantalón.
—Me la metí hasta la garganta, ¿tú qué crees?
A pesar de que la respuesta había sonado terriblemente insolente, In-ho pareció muy satisfecho con sus palabras por lo que, en un rápido movimiento, se deshizo de sus zapatos y los lanzó descuidadamente hacia un rincón, mientras que sus manos se dedicaban a desabrochar el cierre de sus pantalones.
Pronto, los pantalones y la ropa interior fueron igualmente desechados al mismo rincón en el que ahora se encontraban los zapatos, dejando tras de sí el cuerpo desnudo de In-ho.
Los ojos de El Reclutador se deslizaron por cada línea de aquel cuerpo, contemplando cómo los músculos parecían respirar bajo la piel y los huesos de sus caderas y costillas apretaban con fuerza, como si quisieran enmarcar aún más la belleza que irradiaba su pareja.
—Bueno —dijo In-ho, agachándose hacia la gabardina que se había quitado para rebuscar entre los bolsillos—, creo que voy a necesitar una demostración práctica de eso —hizo una pequeña pausa para morderse el labio inferior—, ya sabes, para incluir más detalles al informe.
Al levantarse, El Reclutador pudo ver que en su mano izquierda sostenía el control remoto.
—Por supuesto —respondió con una media sonrisa—, en los detalles se encuentra la elegancia y la perfección de un informe.
Tras aquellas palabras, In-ho volvió a acercarse, y el Reclutador pudo notar como su paso, normalmente lento y calculado, se había vuelto rápido e impaciente.
Ambos estaban al límite.
Cuando por fin se situó frente al Reclutador, no tardó ni un segundo en situar su mano libre en el pelo perfectamente peinado y engominado de su pareja, agarrando un buen puñado para dirigir su cabeza hacia adelante, de forma que sus labios chocaran contra la punta de su pene.
In-ho no dijo nada; en cambio, apretó uno de los botones del control remoto y el juguete comenzó a vibrar con intensidad dentro de El Reclutador.
Los gemidos llenaron de forma incontrolable la garganta de éste, mientras miles de descargas de placer comenzaban a atormentar su próstata.
El cambio había sido tan gigantesco que El Reclutador tuvo muy claro el nivel en el que ahora se encontraba el juguete.
Nivel diez: obedece o sufre.
Tampoco habían hecho falta palabras: ni el Reclutador ni In-ho las necesitaban.
La orden estaba muy clara.
Hazlo.
Sin dudar, El Reclutador aprovechó su boca abierta para engullir de una sola estocada todo el pene de In-ho.
El gruñido de alivio y sorpresa que éste emitió cuando su piel se vio envuelta por la cálida sensación de la saliva rodeándolo constituyó parte de su venganza.
A fin de cuentas, aunque In-ho mantenía su agarre en el pelo, no había propiciado el encuentro entre el pene y su boca por lo que, aquella reacción le pertenecía íntegramente a él.
Pronto, apretó los labios contra la carne, buscando generar más fricción mientras trataba de mantener una respiración controlada y regular.
Sin la ayuda de sus manos para disminuir los impactos del glande contra su garganta, solo podía confiar en su habilidad adquirida con los años y la información que tenía sobre In-ho para evitar emitir una arcada.
Hacerlo significaría un derrota demasiado clara.
—Joder... —jadeó In-ho, echando la cabeza hacia atrás mientras disfrutaba de cómo aquellos labios se movían a lo largo y ancho de su pene—. Joder..., sí...
Sus dedos se apretaron con más fuerza sobre el pelo de El Reclutador pero no intentaron en ningún momento intervenir en el ritmo pausado y profundo que éste estaba marcando.
Era una libertad que, incluso bajo aquel contexto, podía permitirse dar.
Al menos por un rato.
Los gemidos, altos y sonoros en el caso de In-ho, ahogados y amortiguados en el de El Reclutador, inundaron la sala y se entremezclaron en el aire con los dulces chapoteos que la saliva emitía al contacto con la piel.
Las muñecas de El Reclutador se tensaban contra sus ataduras, su propia corbata, mientras el juguete seguía vibrando en su interior y sus propios movimientos de cabeza hacían que las pinzas tiraran de sus pezones.
La estimulación era constante pero tan insatisfactoria por la presencia del anillo en la base de su pene que por un momento pensó que no sería capaz de aguantar más.
Ahora, tenía más que clara cuál era la estrategia de In-ho: sobrestimularlo para obligarle a rendirse y suplicarle que lo follara hasta permitirle correrse.
Y, en ese instante, con todo su cuerpo comenzando a temblar y su mente ahogándose por la adrenalina y la dopamina, supo que iba a perder.
Como si hubiera leído sus pensamientos, In-ho por fin decidió tomar partida en la acción, iniciando una serie de embestidas que parecían motivadas por el simple hecho de destruir las últimas barreras de su resistencia.
—E-esto..., ah..., es mejor que..., ah ..., u-una pistola..., ¿v-verdad? —jadeó divertido.
Los movimientos, ahora más amplios, de su cabeza provocaron que la cadena tras el cuello se tensara más y tirara de los pezones con fuerza.
La mente de El Reclutador, alarmada ante la sensación, le traicionó, haciéndole olvidar la importancia de mantener su respiración controlada y provocándole una arcada angustiada en la siguiente embestida que In-ho dirigió contra su boca.
Se había derrumbado.
Al instante, la vibración en su interior se frenó de golpe y un fuerte tirón de pelo le obligó a sacar de golpe todo el pene de In-ho de la boca. Su cabeza se vio inclinada hacia atrás y su respiración, acelerada y descontrolada, al fin pudo disfrutar de un poco de calma para recomponerse.
—Pídemelo —le susurró In-ho a pocos centímetros de sus labios—. Pídeme que te folle.
El Reclutador tragó saliva.
Sabía que resultaría inútil tratar de negar que aquello es lo que más deseaba en el mundo.
—P-por favor, In-ho... —susurró con la voz entrecortada—. Q-quiero que me folles..., n-no..., no aguanto más...
Tras aquellas palabras In-ho por fin permitió a sus labios juntarse; pero, en aquella ocasión, el beso no fue algo feroz, sino lento y amoroso.
El Reclutador supo al instante que era su forma de "disculparse". In-ho podía ser un persona tremendamente fría y distante cuando así lo deseaba, y era la personalidad más común que adoptaba cuando trataba con otras personas, pero con él siempre había un matiz diferente.
Era peligroso y posesivo..., pero le amaba y, por ello, cualquier indicio claro de su malestar buscaba remediarlo a toda costa.
Para cuando por fin se separaron, las miradas de ambos volvieron a cruzarse. Los ojos se buscaron con ansia, hambrientos de encontrar la misma pasión y deseo que rugía en sus propios pechos.
De pronto, In-ho rompió el contacto visual, le liberó de su agarre en el pelo y se inclinó más hacia adelante. Por instinto, El Reclutador bajó la mirada y vio como In-ho usaba su mano ahora libre para tomar el trozo de su corbata que colgaba libremente bajo las muñecas.
Acto seguido, In-ho se levantó y tiró con fuerza de la tela hacia arriba.
—Levántate —le ordenó con una seriedad demasiado destrozada por la impaciencia, justo antes de lanzar el control remoto al montón de su propia ropa.
—No soy el único que está ansioso —se burló con una gran sonrisa El Reclutador, mientras obedecía.
Cuando ambos estuvieron de pie, y en un movimiento casi imperceptible, In-ho agarró con su mano libre uno de los lados de la cadena, que se escurría tensa y rígida por los hombros de El Reclutador, y la movió por encima de la cabeza, haciendo que de nuevo colgara delante de su cuerpo.
Aquello fue un gran alivio para El Reclutador, que vio como sus posibilidades de movimiento se veían mínimamente aumentadas. Luego, In-ho se dio la vuelta, dirigiéndose hacia el escritorio, y el firme agarre que mantenía sobre la corbata instó al Reclutador a seguirle.
Mientras recorrían aquel pequeño espacio, El Reclutador pudo ver el reflejo de ambos en los espejos, aquella extraña exigencia de In-ho que había disfrazado de autoridad y muestra de poder pero que, en el fondo, servía para complementar el papel que estaban a punto de representar.
Ambos se veían tan destrozados y hambrientos del contacto ajeno que casi daban pena. Sus cuerpos relucían por el sudor de la actividad y la excitación, y estaban tan hermosos y agotados como anhelantes y desesperados.
Las erecciones de ambos goteaban entre sus piernas, hinchadas y enrojecidas, y especialmente la de El Reclutador parecía al borde estallar.
Por fin, In-ho llegó hacia el lateral del escritorio. Con un rápido movimiento, dio la vuelta sobre sí mismo y colocó su mano sobre el hombro de El Reclutador. De un momento a otro, éste se encontró con los antebrazos apoyados sobre la madera y el trasero completamente expuesto.
La cadena de las pinzas se arrastró con un chirrido por la superficie.
El Reclutador sonrió y giró la cabeza hacia los espejos para poder seguir los movimientos de In-ho, que ya había rescatado la botella de lubricante que había visto al inicio, junto con las pinzas y el control remoto.
In-ho abrió el lubricante y dejó caer una buena cantidad del mismo sobre su mano izquierda antes de mirar también hacia los espejos, encontrando los ojos interesados de El Reclutador.
El contacto visual duró tan solo un instante, pero fue suficiente para que ambos supieran cuánto deseaba el otro continuar.
Rápidamente, In-ho cerró la botella y acercó sus dedos lubricados hacia las nalgas de El Reclutador, acariciando suavemente la entrada sonrosada y palpitante que allí se escondía.
En aquel mismo sitio, estirando con fuerza los bordes arrugados de la carne, se encontraba el vibrador que tanto había colaborado para destruir los nervios de El Reclutador.
—Esperemos que haya hecho su trabajo —murmuró In-ho, acariciando los bordes, suaves y lisos de el juguete.
Luego, encajó parte de la yema de sus dedos en el espacio que quedaba entre la carne y el plástico, y volvió a mirar hacia los espejos.
—¿Listo? —preguntó, buscando la confirmación de El Reclutador.
Un asentimiento fue todo lo que necesitó para reconducir su mirada hacia el juguete y comenzar a tirar para sacarlo. Acto seguido, una serie de gemidos bajos llenaron la garganta de El Reclutador, quien se vio obligado a apretar con más fuerza sus antebrazos contra la madera, tratando de contener el cúmulo de sensaciones.
In-ho, en un acto de misericordia, posicionó su mano libre en la cadera de El Reclutador, ayudándolo en la tarea de mantenerse firme ahora que sus piernas empezaban a temblar.
—J-joder... —susurró El Reclutador, apretando con fuerza sus dientes y cerrando sus ojos.
No pasaron ni un par de segundos más hasta que el juguete salió por completo, arrancándole un fuerte jadeo en el proceso.
—Eres un muy buen chico —le susurró In-ho, inclinándose hacia adelante para que su cabeza quedara junto a su hombro, y permitiendo con ello que su cálido aliento le envolviera la piel, y la mano que sostenía el juguete lo colocara sobre la mesa, a la vista de El Reclutador.
Éste, abrió un poco los ojos, dejándolos entrecerrados mientras su respiración volvía a acelerarse como protesta por la pérdida del juguete. Frente a él, el gran bulbo de color negro que tantos gemidos le había arrancado hasta el momento le saludaba de forma descarada, cubierto por una capa de sus propios fluidos corporales.
Aquella visión, de pronto, le hizo consciente de cómo su entrada comenzaba a palpitar, contrayéndose contra el aire de forma desesperada y ansiosa, como si suplicara volver a ser llenada.
—I-In-ho... —tartamudeó.
Pero, antes de que pudiera completar la frase, dos dedos llenos de lubricante se deslizaron en su interior, haciendo que su respiración se descontrolara y su garganta se inundara de gemidos sonoros y rápidos.
—Shhh... —siséo In-ho, justo antes de atraparle el lóbulo de la oreja entre los dientes.
Por fin, los dedos llegaron al fondo, haciendo chocar los nudillos contra la piel llena de nervios. El Reclutador jadeó con alivio. Por su parte, In-ho movió la mano que hasta entonces había permanecido sobre la cadera de El Reclutador hacia el cuello.
—Me perteneces... —le susurró con delicadeza, mientras sus dedos comenzaban a moverse hacia fuera—. Eres mío..., y solo mío...
Cuando tan solo quedaban la punta de los dedos dentro de El Reclutador, In-ho volvió a penetrarlo con fuerza, metiendo de golpe los dos dedos hasta lo más hondo y rozando, casi sin buscarlo, la próstata.
—Joder..., sí... —jadeó El Reclutador, consumido por una fuerte ola de placer.
Los dedos iniciaron un ritmo acelerado marcado más por el ansia de arrancarle gemidos y jadeos que por la labor de prepararle que, como bien había notado ya In-ho, había sido una tarea perfectamente realizada por el vibrador que aún reposaba sobre la mesa, a pocos centímetros de El Reclutador.
Y es que In-ho amaba aquella sensación.
A lo largo de su vida le habían regañado por ser demasiado posesivo e intenso en sus relaciones, y eso había provocado que se refugiara en una figura fría y distante, aquella misma que usaba para evadirse de todo lo que representaban los juegos y que, en parte, creía que había sido la que le había ayudado a ganar cuando él mismo había sido un jugador.
Pero con El Reclutador todo era diferente.
Las cadenas de las pinzas chocaban contra la madera de su escritorio, entremezclando su ruido metálico con los fuertes gemidos de placer que sus propios dedos estaban logrando arrancar. Podía notar en su pecho como los pulmones de El Reclutador se esforzaban por llenarse de aire, mientras esté escapaba sin control por su nariz y boca.
Todo lo que le estaba provocando a aquel hombre, con toda su carga posesiva y dominante, no estaba siendo sólo "aceptado" sino recibido con curiosidad y anhelo.
Con El Reclutador, todo aquello que le gustaba y era parte de su naturaleza, era alabado y correspondido. Y, de la misma forma, amaba cada una de las cosas que El Reclutador le había enseñado que pertenecían a su propia naturaleza.
—In-ho... In-ho...—le llamó El Reclutador, con la voz rota por el deseo.
Interpretando perfectamente lo que quería, In-ho detuvo el movimiento de sus dedos y los sacó con un chasquido, ganándose con ello un gruñido desesperado. Luego, llevó sus dedos hasta la boca, que seguía junto a la oreja de El Reclutador, y comenzó a lamerlos.
—Sabes bien —le susurró con picardía.
Luego, se recolocó entre las piernas de El Reclutador y volvió mover la mano, esta vez para tomar su propia erección y alinearla con el ano.
—¿Preparado? —preguntó, acariciando su glande contra aquel cúmulo de nervios.
—Joder, In-ho —protestó El Reclutador, ya completamente desesperado—, te juro que como no la metas ya te voy a...
Pero la amenaza murió en su garganta cuando, con un ligero movimiento de pelvis, el glande de In-ho se enterró en su interior, arrancándole un fuerte gemido en su lugar.
—Tranquilízate —le susurró burlonamente In-ho, mientras continuaba introduciendo centímetro a centímetro su polla, con una lentitud horrorosamente inaguantable—. No hace falta ponerse tan agresivo...
—Vete a la mierda... —gimió El Reclutador.
In-ho sonrió y, por toda respuesta, bajó un poco su cabeza para que sus labios quedaran junto al cuello de El Reclutador, y comenzó a esparcir suaves besos húmedos por cada rincón de la piel mientras su pene seguía avanzando en su interior.
—H-hijo de puta... —jadeó El Reclutador, apretando con fuerza sus muñecas contra la tela de su corbata.
Por fin, la pelvis chocó contra sus nalgas y ambos suspiraron al unísono. In-ho se mantuvo ahí por unos segundos, permitiendo al Reclutador adaptarse a la nueva sensación mientras seguía llenando su cuello de besos y pequeñas mordidas.
—M-muévete... m-muévete, In-ho...
Ante aquellas palabras, In-ho pudo notar como su polla se hinchaba dentro del Reclutador y, sin resistirse, hizo retroceder sus caderas para luego volver a encajarse con fuerza.
Repitió la acción un par de veces, deleitándose con la sucesión de gemidos que comenzaron a fluir por la garganta de su pareja, acompañando los chasquidos que el choque de pieles entre su pelvis y las nalgas de El Reclutador provocaban.
—Eres un imbécil por haberte resistido tanto tiempo —susurró In-ho, apartando por un momento sus labios del cuello mientras seguía balancéandose hacia adelante y hacia atrás.
—No seas tan duro contigo mismo... —se burló El Reclutador, tratando de controlar el tono de su voz.
En represalia por su impertinencia, In-ho empujó sus caderas hacia adelante de forma repentina, enterrándose con una brusca embestida e impactando directamente contra la próstata.
El Reclutador gritó con fuerza mientras una ola de placer le subía directamente por la columna vertebral, incendiando a su paso cada nervio. La cadena de las pinzas golpeaba constantemente la madera del escritorio y, con cada empuje, éstas le enviaban pequeños espasmos de dolor desde sus pezones, que no hacían más que socavar las pocas fuerzas que aún poseía.
Las embestidas continuaron sucediéndose, aumentando en su velocidad y fuerza con el paso de los minutos hasta que los gemidos de ambos retumbaban por toda la habitación. In-ho colocó su mano libre sobre las caderas de El Reclutador, buscando mejorar la fuerza de su empuje.
—In-ho..., p-por favor..., n-necesito correrme... —gimió El Reclutador, sintiendo como su orgasmo se veía frustrado por la presencia del anillo apretando en la base de su propia polla.
Deseaba correrse; ya no podía aguantar más tantos estímulos y tanto placer.
Por toda respuesta, las embestidas cesaron de forma repentina y, antes de que El Reclutador pudiera siquiera pensar en protestar, In-ho se retiró y apartó de forma simultánea su agarre de las caderas y el cuello, dejándole con una sensación de vacío terriblemente abrumadora.
Instintivamente, El Reclutador buscó información en el reflejo de los espejos y, en consecuencia, se vio a sí mismo en ellos: tenía el pelo revuelto, la cara roja y sus labios entreabiertos no paraban de jadear.
Estaba destrozado.
Antes de que pudiera girarse para buscar el reflejo de In-ho, un firme golpe en sus nalgas le hizo redirigir la cabeza hacia adelante y apretar los dientes con fuerza. El impacto incendió la sensible piel de su trasero y el escozor del dolor se extendió por todo su sistema nervioso.
—Date la vuelta —ordenó In-ho tras él.
Bajo otras circunstancias, El Reclutador seguramente habría protestado y habría intentado obligar a In-ho a que fuera él mismo quien le diera la vuelta como una forma de enfadarle.
Pero ahora, consumido por un anhelo desenfrenado de correrse, no tenía fuerzas para ello.
Sin perder un instante, se dio la vuelta y enfrentó al hombre que hacía apenas unos segundos le había golpeado. En cuanto estuvieron nuevamente frente a frente, In-ho se abalanzó contra él, capturando sus labios en un beso feroz y ansioso, y le tomó por los muslos para hacer que se sentara sobre el escritorio.
El choque de sus bocas fue una lucha salvaje en la que intervinieron los dientes y las lenguas, y donde la respiración poco a poco fue convirtiéndose en algo cada vez más superficial.
In-ho fue el primero en separarse y, al hacerlo, colocó sus manos sobre los hombros de El Reclutador y empujó hacia adelante, obligándole a caer sobre la madera del escritorio. Una vez le tuvo en esa posición, situó las manos por debajo de las rodillas y le levantó las piernas de forma que los tobillos de éste quedaran situados sobre sus hombros.
—Me encantas joder... —susurró, moviendo una vez más su mano izquierda para alinear su pene con el ano, que nuevamente protestaba ante la ausencia de algo que lo llenara.
Al instante, su polla volvió a desaparecer en las entrañas de El Reclutador y ambos gimieron al unísono.
Luego, usó aquella misma mano para liberarle de la presión del anillo, que fue lanzado sin ningún tipo de cuidado a un lado, y, después, hacia las muñecas atadas de El Reclutador, justo en el punto en el que la corbata las unía.
—Voy a hacer que te corras —le advirtió, agarrándole las muñecas y moviéndolas hacia arriba hasta situarlas por encima de la cabeza de El Reclutador, de forma que los brazos de éste también quedaran apoyados en el escritorio—. Y cuando lo hagas —continuó—, quiero que grites mi nombre.
Dejó su mano izquierda apoyada en las muñecas de El Reclutador y apoyó la derecha, la única que le quedaba libre ya, sobre el escritorio, de forma que le sirviera de punto de apoyo.
—Puto egocéntrico... —susurró divertido El Reclutador.
In-ho sonrió y comenzó a balancear sus caderas, penetrando con un ritmo renovado aquel cuerpo que tanto amaba y le encantaba.
Dada la posición de sus cuerpos, el trasero de El Reclutador había quedado suspendido por unos centímetros de la superficie del escritorio, por lo que las estocadas llegaban mucho más profundas.
Sus rostros ahora estaban a muy pocos centímetros de distancia, y la calidez de sus alientos contribuían a aumentar el ambiente erótico que sus gemidos, ahora fuertes y descontrolados, estaban generando a su alrededor.
La excitación era tal que muy pronto ambos se encontraron consumidos por el calor y el deseo, que les arrastraba de forma irremediable hacia el clímax.
El chasquido de sus pieles al encontrase con cada una de las embestidas.
Los jadeos y gemidos que fluían por sus gargantas como si no existiera nada más.
El sudor que relucía en sus cuerpos y les pegaba el pelo a la frente.
Y la jodida sensación de que se pertenecían el uno al otro.
—N-no puedo... —jadeó El Reclutador, sintiendo como sus músculos se contraían con fuerza y la sensación de hormigueo avanzaba por toda su pelvis.
—R-recuerda..., ah..., gritar mi nombre —le susurró In-ho.
Dicho esto, se apresuró a apartar su mano derecha del escritorio y a situarla en el pene de El Reclutador, donde comenzó a bombear con destreza y fuerza. Al mismo tiempo, se inclinó un poco más hacia adelante y agarró de un mordisco la cadena que unía las pinzas de sus pezones, antes de volver a levantarse.
Las pinzas tiraron salvajemente de la sensible carne de El Reclutador y las atenciones ejercidas sobre su polla no contribuyeron en nada para ayudarle a aguantar.
Aquello era demasiado.
—¡In-ho!
Con aquel grito, El Reclutador se corrió, expulsando grandes cantidades de su propio semen contra el pecho de In-ho quien, víctima de su propio placer y de la presión que el orgasmo de El Reclutador estaba generando sobre su propia polla, terminó por correrse también, llenándolo con su semen tras una fuerte embestida.
Sus cuerpos temblaban, presos del agotamiento y de la excitación, y sus respiraciones eran erráticas y débiles, pero lo que más primaba en la mente de ambos era el placer.
In-ho escupió la cadena y, con cuidado, volvió a inclinarse hacia adelante para juntar sus labios una vez más.
Mientras sus bocas se movían en un beso lento y apacible, lleno de amor y ternura, In-ho se dio a la tarea de salir de El Reclutador, angustiado por la fuerte presión que el cuerpo de éste estaba ejerciendo sobre su pene ahora flácido y sensible.
Cuando por fin estuvo fuera, un pequeño hilo de su propio semen se deslizó fuera de la entrada de El Reclutador.
Luego, detuvo el beso por unos instantes para permitirle bajar las piernas y adoptar una posición más cómoda. Y éste, le rodeó con ambas piernas la cintura y le instó a volver a acercarse.
—¿Te ha gustado tu recompensa? —preguntó burlonamente In-ho.
—Cállate de una vez —le reprendió juguetonamente El Reclutador, frunciendo el ceño.
Ambos se echaron a reír.
—Te amo —le susurró In-ho, inclinándose de nuevo sobre su rostro y rozándole suavemente los labios.
Y, mientras decía aquello, movió su mano derecha sobre una de las pinzas que aún torturaban los pezones de El Reclutador y la retiró, ganándose con ello un jadeo aliviado.
Enseguida, hizo lo mismo con la otra pinza.
—Y-yo también te amo, joder —susurró a su vez El Reclutador, navegando en el repentino descanso que experimentó su cuerpo.
Sus labios volvieron a unirse, como símbolo de que aquellas palabras que ambos habían pronunciado no respondían a nada más que la verdad que sus corazones sentían.
Unos corazones negros, malvados y desquiciados...
Que no hacían otra cosa más que latir el uno por el otro.