La Mirada de un Héroe
13 de septiembre de 2025, 11:04
Las lágrimas ya se habían secado en sus mejillas, pero el odio y la rabia seguía ardiendo en su corazón.
Su mente continuaba atormentándolo con ráfagas de imágenes, que le recordaban la sangre y los ojos llenos de muerte de su amigo Jung-bae, y los gorjeos ahogados y desesperados de Young-Il.
Aún sentía el dolor de su cuerpo, provocado por los intentos hechos por los guardias en el afán de reducirlo y evitar que atacara al Líder...
El Líder...
Aquella figura ennegrecida y llena de maldad que parecía flotar en cada uno de los rincones de su vida, como si formara parte de una pesadilla sin final.
Ese hombre le había matado, a sangre fría y sin un sólo temblor, como si la vida de Jung-bae no valiera nada. Tratándolo como basura, como un pequeñísimo engranaje dentro de su máquina de dolor y muerte.
Había muerto a sus manos, y la única reacción de aquel ser infernal había sido girarse y subir las escaleras.
No había prestado atención a la sangre de aquella persona que consideraba basura, ni a los gritos desesperados (y que en pocos segundos se habían transformado en ira) que se proferían tras su espalda.
Porque tan sólo era un caballo de carreras menos.
Tras aquello, y luego de que sus debilitados músculos cedieran ante la fuerza de los guardias, le habían atado las manos tras la espalda con una cuerda y le habían arrastrado hasta la habitación en la que ahora permanecía.
Era una habitación muy lujosa, con suelos de mármol y paredes de diseños geométricos completamente negros. La oscuridad de sus tonos se veía resuelta por la presencia de múltiples lámparas, que desprendían luz dorada que moldeaba cada ángulo y contorno.
En cuanto al mobiliario, cuando le habían metido a empujones allí tan sólo había llegado a reconocer un lujoso sillón de cuero, una mesita baja que lo flanqueaba, y que servía de soporte para una gran botella de whiskey y un vaso de elegante decoración. Un poco más lejos de aquellos dos objetos, un pequeño escenario con figurillas que parecían representar una banda de música y una gran pantalla apagada.
Todo aquello había logrado captar en los pocos segundos que había podido permanecer de pie en la sala, antes de que uno de aquellos asesinos vestidos de rosa le golpeara el gemelo y le obligara a caer de rodillas, dejándolo de espaldas a la pantalla de televisión y frente al sillón de cuero.
Inmediatamente, había agachado la cabeza.
Estaba seguro de que pronto se encontraría cara a cara con El Líder, puesto que resultaba evidente que aquella habitación le pertenecía, y prefería llorar y desahogarse por la muerte de sus compañeros antes de tener que enfrentarse a su asesino.
Poco le importaba lo que los dos hombres que lo custodiaban pudieran pensar de él mientras lo hacía puesto que, si eran tan cobardes como para matar personas con la excusa del juego..., ¿qué interés podía tener él en lo que pensaran de sus lágrimas?
A fin de cuentas, el llanto, las súplicas y el dolor es lo que habían escogido como materiales intrínsecos a su trabajo.
Así pues, dejó escapar sus lágrimas, que empaparon nuevamente sus mejillas y poco a poco provocaron el ardor de sus ojos. Su garganta se contraía en cada sollozo y los pulmones luchaban por no dejar escapar el aire con fuerza.
Una cosa era que no le importara lo que pensaran de él mientras lloraba, y otra muy distinta el querer ofrecer un espectáculo que resultaría una delicia para cualquier sádico y perturbado..., como ellos.
Apretó los dientes y los puños con fuerza.
La rabia pareció mezclarse con la tristeza que cargaba, haciendo aún más difícil la tarea de controlar su respiración y sus nervios. Deseaba con ansia cargar contra ellos, lograr desatarse de alguna forma y golpearles con cualquier cosa hasta la muerte...
Tú no eres ese tipo de persona.
Las palabras de Sae-byeok, aquella mujer que había conocido en sus primeros juegos y que había muerto a manos de Sang-woo, volvieron a su mente como un suspiro del más allá. La presión en sus manos y en su boca se aflojó al instante al recordar como nunca pudo protegerla, devolviéndole con ello todo el dolor que albergaba su corazón.
Siempre era dolor...
Siempre parte de un plan para destruir y dañar...
Siempre incapaz de proteger y de cuidar...
Siempre el fracaso...
Las lágrimas comenzaron a caer de forma rítmica en el suelo, creando pequeñísimos charcos sobre el mármol, que resplandecían con la cálida luz de las lámparas.
Se sentía miserable y abatido, porque nunca había podido salvar a la gente que apreciaba y su mente, confundida y agotada, parecía decidida a hacerle entender que todo era por su culpa.
De pronto, un sonido lento pero fuerte irrumpió en su mente, acallando al instante todo aquel torbellino de pensamientos que lo atormentaban: unos pasos que se acercaban.
Sin perder un segundo, comenzó a restregar sus mejillas contra los hombros, en un intento desesperado por ocultar las lágrimas que por ellas se deslizaban. Aquellos pasos, tan estúpidamente lentos, casi como si trataran de demostrar la condescendencia e hipocresía que dominaban a su dueño en cada uno de sus golpes, no podían pertenecer a otra persona más que a El Líder.
Las imágenes de sus amigos, y de todas aquellas personas que había perdido a lo largo de aquellos primeros juegos, tras éstos y en los que ahora se encontraba, aparecían en su mente por tan solo unos segundos, como si hicieran coro de aquellas pisadas que poco a poco le estaban incendiando los nervios.
De pronto, la mano de uno de los guardias cayó sobre su hombro derecho y le sujetó con fuerza, como si temiera que él, un hombre maniatado, herido y agotado, pudiera hacer algo contra otra persona y tratara con su gesto de mantener la seguridad. El otro, siguiendo los ridículos pasos de su compañero, le agarró con fuerza del pelo, y le obligó a alzar el rostro.
Gi-hun hizo el amago de quejarse, pero su gemido de dolor murió rápidamente en su garganta cuando lo vio.
Aquella figura ágil y elegante, pero también oscura y malvada, que se movía al son de las pisadas y que representaba todo aquello por lo que luchaba. La razón en carne y hueso de que estuviera de nuevo dentro de los juegos. La máscara sin vida ni sentimientos que había mirado los últimos instantes de Jung-bae.
El Líder.
Su mandíbula se tensó, como si su cuerpo entero temiera que el dolor le impulsara a gritar sin control, porque hacía tiempo que sabía que su corazón, luchador y agonizante, funcionaba sin tener en cuenta lo que su mente o razón le decía. Y eso, era lo que le había llevado hasta aquel instante.
Pero, como siempre, su corazón estaba destinado a ganar las batallas.
—Miserable... —susurró, luchando contra el agarre de los guardias.
El Líder continuó caminando, pero pareciera que sus pasos se habían acelerado, y no tardó mucho en posicionarse frente a él. Con gesto pausado, colocó sus manos tras la espalda y miró directamente a Gi-hun.
Su prisionero le devolvió la mirada con fiereza, con los ojos envueltos por el enrojecimiento de la tristeza y el brillo de la ira contenida.
—¿Se puede saber que estás haciendo? —preguntó y, antes de que Gi-hun pudiera responder, apartó la vista hacia arriba y exclamó—. ¡Suéltale!
El agarre en su cabeza desapareció de forma repentina, pero ya no volvió a agacharla. No quería perder de vista a aquel hombre, su objetivo en todo aquello y la mente tras todo su dolor y sufrimiento.
—Vuelve a tocarle y te arranco las manos —amenazó El Líder.
—Sí, señor —respondió sumisamente el guardia rosa.
Tras aquella respuesta, la atención de El Líder volvió a fijarse en Gi-hun.
En sus años controlando los juegos, jamás había visto unos ojos tan llenos de oscuridad y rabia como los que le miraban ahora. Y, resultaba aún más extraño, cuando todavía era posible ver pequeños destellos de luz, bondad y amabilidad en estos.
Le estaba mirando con todo el odio que podía resistir su corazón, eso era obvio, pero también lo era que dentro de su mente, alimentando esa ira, se encontraban los recuerdos de sus amigos y la gente que amaba, y que significaban los pequeños destellos de luz.
Una mirada cargada por la certeza de que la victoria es la única opción, lo único que atraería la paz para los que ya no están y para los que temen no estar.
La luz fundiéndose con la oscuridad como lo hacen los atardeceres, bajo la promesa de que tras la negrura siempre volverá a brillar el sol.
La mirada..., de un héroe.
Un escalofrío le atravesó como un rayo toda la columna vertebral.
—¿Sabéis cuáles son vuestras órdenes? —preguntó, apartando la vista para dirigirla de nuevo hacia sus subordinados. Ambos asintieron al unísono—. Bien —dijo.
Acto seguido, giró sobre sus talones y se marchó por donde había venido, dejando a Gi-hun desconcertado y completamente a merced de los guardias. Cuando el ruido de una puerta lejana cerrándose llegó hasta sus oídos, ambos guardias le tomaron por los brazos y le pusieron en pie.
Resultaba evidente que la amenaza de El Líder había hecho efecto en ellos puesto que, a pesar de la débil lucha que trató de ofrecer Gi-hun, ellos continuaron arrastrándolo hacia su destino con calma y paciencia.
Al principio, Gi-hun trató de aprenderse el recorrido seguido, pero el dolor en su cuerpo y el agotamiento comenzaron a distraerlo de su objetivo. Poco a poco, el mar de colores amarillos, rosas y verdes se entremezclaron sin ningún tipo de sentido y su mente terminó desistiendo.
De todas formas, ¿qué importaba el camino si no podía escapar?
Al fin, los guardias se detuvieron frente a una puerta de un color amarillo chillón que quemaba a la vista. Un agudo pitido precedió su apertura, revelando tras ésta un lujoso baño de azulejos blancos y negros donde, con un pequeño empujón, le hicieron entrar.
—No te atrevas a moverte —le dijo uno de los guardias, que tenía impreso en la máscara un cuadrado blanco, y, al momento, Gi-hun pudo notar el cañón de una pistola apoyándose contra su nuca.
Tampoco tenía muchas intenciones de incumplir con lo que decían puesto que sentía demasiada curiosidad de saber lo que ocurriría a continuación y cuánto de ello podría usar como información adicional en su lucha para destruir aquellos juegos.
Pudo sentir las manos del otro guardia sobre sus ataduras, aflojándolas con la habilidad de quien tiene práctica en ello.
Ese pensamiento le dio arcadas.
Como El Reclutador le había dicho, todos los guardias podían llegar a pasar muchos años trabajando en los juegos, y parecía lógico que aquellos que llegaban a puestos de mayor responsabilidad resultaban ser los más sádicos y despiadados.
¿Acaso no era posible que ese guardia en su vida lejos de los juegos fuera un asesino y torturador profesional?
¿Cuántas personas habrían sido liberadas de sus ataduras, ya muertas, luego de que aquel posible monstruo se divirtiera con sus cuerpos indefensos?
—Desnúdate.
Aquella voz le devolvió de golpe a la realidad.
Se había ensimismado tanto en su propios pensamientos que no se había percatado de que el guardia que le había desatado, y en cuya máscara pudo distinguir un círculo blanco dibujado, se encontraba ahora frente a él, sujetando dos pares de esposas de cuero, unidas por una larga cadena.
—Desnúdate —repitió el guardia tras él, golpeándole levemente la cabeza con su pistola, en un ademán impaciente.
Sin comprender de qué iba aquello, pero sin otra opción que pudiera tomar, Gi-hun obedeció. Se quitó la chaqueta con rapidez pero, cuando iba a tirarla al suelo, se detuvo un instante, al reconocer una mancha de sangre justo sobre el hombro derecho.
Un nuevo toque de la pistola le hizo continuar, lanzando a un lado la chaqueta, mientras sentía como comenzaba a formarse un nudo en su garganta.
La camiseta siguió el mismo camino, dejando su torso desnudo y haciéndolo sentir terriblemente vulnerable. Aún así, continuó con sus pantalones y, aunque trató de pensar en quedarse con la ropa interior, el silencio de los guardias fue toda la indicación que necesitaba para deshacerse también de ellos.
Trató de controlar el sentimiento de humillación que comenzó a crecer dentro de él y de mantenerse sereno y tranquilo, recordando que posiblemente aquellos hombres habrían colaborado miles de veces en desnudar a los jugadores para dotarlos de las prendas típicas con las que se despertaban (y que, por desgracia, se convertía en la última vestimenta de muchos).
La pistola se mantuvo pegada a su cabeza mientras el guardia con el círculo le colocaba un juego de esposas alrededor de las muñecas y el otro en los tobillos.
Se sentía como uno de aquellos presos que había visto tantas veces en las películas estadounidenses aunque, a diferencia de ellos, los dos juegos de esposas que le atrapaban no se encontraban conectados entre ellos ni vestía un uniforme naranja.
Cuando hubo comprobado que todo estuviera bien, el guardia simplemente se levantó y se giró hacia una bañera, que se encontraba situada justo al final del baño. Al mismo tiempo, Gi-hun pudo notar como el cañón de la pistola que le amenazaba se movía por su cabeza hasta llegar a la sien izquierda.
—Tienes todo lo necesario para limpiarte ahí—le dijo el guardia con el cuadrado, señalando a la bañera, donde su compañero ya estaba trabajando en llenarla de agua—. Hazlo, y cuando termines, golpea la puerta para que te traigamos toallas limpias.
Aquellas palabras le sorprendieron tanto que, por un momento, se olvidó del inminente peligro que significaba la pistola junto a su cabeza y la giró levemente para mirar la inexpresiva máscara del guardia.
—No hagas ninguna tontería —le advirtió éste—. No hay nada en esta sala con lo que puedas hacerte daño ni atacar, así no te molestes en buscarlo.
Estaba seguro de que decía la verdad porque, de otra forma, ¿cómo iban a permitir que se quedara sin supervisión alguna?
—¡Está lista! —anunció el guardia con el círculo, sacando una mano enguantada del agua y levantándose del suelo.
Gi-hun miró muy brevemente al guardia, que ya se acercaba hacia ellos, antes de volver a mirar al que le apuntaba con el arma, como tratando de buscar alguna nueva información que le hiciera entender mejor de qué iba todo aquello.
—Tómate tu tiempo —le dijo éste, apartando al fin el arma de su cabeza—. Nos han dado orden de llevarte perfectamente limpio, así que no nos obligues a hacerlo por ti —le advirtió, con un tono burlesco.
Gi-hun ni siquiera le contestó, limitándose a mirarle fijamente, mientras sentía como una sensación de asco comenzaba a formarse en su garganta. Pensar en aquellos asesinos tocándole el cuerpo a sus anchas le ponía enfermo.
Por fin, el guardia bajó su arma y se giró para dirigirse a la puerta. El otro guardia le siguió rápidamente y, cuando ambos estuvieron fuera, la puerta se cerró con suavidad, dejando a Gi-hun completamente solo.
Ante su soledad, todo su cuerpo pareció relajarse al instante. Llevaba demasiado tiempo ansiando un espacio en el que pudiera sentirse medianamente seguro y poco controlado.
Un espacio en el que sus pensamientos y emociones pudieran navegar con mayor libertad.
Miró hacia la bañera: el vapor ascendía del agua, demostrando la calidez que desprendía. Suspiró. Deseaba tener aquella visión sin las preocupaciones de su mente y los dolores de su corazón..., pero sabía que no era posible.
Se acercó lentamente hasta la orilla y metió una mano dentro del agua para comprobar la temperatura. Estaba bastante caliente, aunque no tanto como para arder.
Sacó la mano y se puso a comprobar la longitud de las cadenas en sus pies, descubriendo que no eran lo suficientemente largas como para levantar las piernas y entrar.
Se sentó en el borde y, poco a poco, comenzó a girarse para poder meter primero su pierna derecha. Cuando esta comenzó a hundirse en el agua suspiró, notando como sus pies y gemelos se relajaban ante el calor que los rodeaba. Rápidamente, metió la otra pierna, deleitándose con la intensificación de aquella placentera sensación.
Luego, atendiendo a los ruegos de su cuerpo maltrecho y adolorido, apoyó sus manos en cada lado de la bañera y comenzó a introducirse dentro de la misma.
El agua caliente llegó hasta sus muslos, ascendiendo por su cadera y rodeando su cintura hasta que por fin llegó al pecho. Apoyó la espalda sobre la cerámica que tenía tras él, y se dejó envolver por el placer de aquel encuentro entre el agua y su piel.
Cerró los ojos, tratando de alejar su mente de todo, del dolor y la sangre que cubrían cada rincón de su cuerpo y de las continuas torturas a las que le sometía su mente.
Los gritos...
El miedo...
La desesperación...
La estupidez...
Volvió a tomar aire con fuerza, mientras su cerebro se inundaba de cruces y círculos, recordándole la responsabilidad que había puesto sobre sus hombros para salvarlos a todos.
Era su responsabilidad, como la de todos los ganadores que le habían precedido, hacer algo por evitar que los juegos siguieran ocurriendo. No sabía si era el primero en intentarlo, pero si estaba seguro de que quería ser quien lo consiguiera.
Porque, ¿cómo iba a permitir él que siguiera desarrollándose aquella atrocidad en un mundo en el que habitaba también su hija?
Su pecho pareció hundirse al recordar a su pequeña Ga-yeong, la hija que llevaba tres años sin ver y a la que seguía amando tan profundamente.
Todo, aquello por lo que peleaba y lo que le motivaba a continuar en el círculo de dolor y muerte, era motivado por el deseo de poder mirar a su hija de nuevo a los ojos.
Mirar esos ojos sin sentir el peso de tantas vidas sobre sus hombros. Sin sentir las almas de todos aquellos que habían muerto susurrándole al oído sus súplicas.
Para que un día, pudiera darle el regalo tan increíble que le había prometido, sin sentir que le entregaba un paquete lleno de sangre y carne descompuesta.
Abrió los ojos.
Luego, en un intento desesperado por apartar aquellos pensamientos tan horribles de su mente, comenzó a inspeccionar los alrededores de la bañera.
Junto a sus pies, a una altura un poco más elevada del borde de cerámica, se encontraban colocados, de forma muy ordenada y calculada, una serie de botellas de diferentes tamaños y colores.
Cada una de ellas parecía más cara que la anterior.
Se levantó un poco para poder inspeccionarlas más a fondo y, recordando las palabras del guardia, seleccionó aquellos que parecían tener las mejores propiedades para limpiarse.
Tomó una botella alta, de color negro con detalles dorados en forma de enredaderas cuya etiqueta indicaba su nulo contenido de jabones y su eficacia ante pieles con heridas. También tomó otra botella marrón, cuyo tapón plateado le llamó especialmente la atención, y que reconoció como champú.
Estaba seguro, debido a la presencia de aquel gel de baño para uso específico en pieles maltratadas, que quien hubiera hecho esa selección contaba con el uso de aquella habitación para la presencia de cuerpos maltrechos.
Ese pensamiento le sacó un escalofrío.
¿Cuántas personas habrían estado en sus mismas circunstancias? O, peor aún, ¿cuántas habrían muerto en aquella bañera?
Trató de tranquilizarse y alejar ese pensamiento al comprobar que las botellas se encontraban intactas y llenas. Sin pensar más en ello, dejó a un lado el champú y tomó el gel de ducha.
Volcó una buena cantidad sobre la palma de su mano y comenzó a esparcirlo con mucho cuidado por su cuerpo, aflojando la presión cuando se encontraba con una de sus heridas.
No sabía en qué momento se había hecho tantos cortes pero, ahora que podía analizar su cuerpo en mayor profundidad, encontraba en cada movimiento una nueva marca. Pequeñas y grandes líneas a lo largo de todo su cuerpo, resaltando sobre su pálida piel con una intensidad caótica, contando todas ellas la historia de la violencia que había sufrido.
Cuando terminó de limpiarse las costras de sangre seca y la primera capa de suciedad y polvo, comenzó a empaparse el pelo. Dejó el gel a un lado y tomó el champú para comenzar a lavarse la cabeza.
Allí, también logró encontrar pequeñas marcas, aunque éstas formaban parte de su pasado. Ese pasado en el que las deudas y el juego le habían llevado a convertirse en la víctima de matones y acreedores ansiosos por arrancarle hasta el último pedazo de piel.
Recordaba cada golpe, y el dolor parecía remitir por unos instantes al hacerlo.
Luego de que su pelo quedara completamente enjabonado, volvió a tomar el gel, con la intención de asegurarse de no dejar ni un solo rastro de sangre o sudor en su cuerpo, mientras dejaba actuar el producto en su cuero cabelludo.
Recorrió cada tramo de su piel, con la plena intención ahora de hacerse consciente de cada una de sus heridas. Descubrió tras sus muslos y gemelos múltiples moratones, fruto de las muchas ocasiones en las habían recurrido a golpearlo en aquella zona para doblegarlo. Su vientre, costillas y pecho eran los más afectados por los cortes.
Mientras recorría aquella zona, sus dedos chocaron con una pequeña protuberancia: la cicatriz nacida de la puñalada que Sang-woo le había dado en sus primeros juegos, aquellos en los que había tenido que verle morir frente a él.
Una garganta...
El cuchillo cortando la carne...
La sangre saliendo a borbotones...
Apartó la mano de la cicatriz, logrando espantar aquellos espantosos recuerdos. Respiró con suavidad, tratando de calmarse.
—Sang-woo... —susurró, sintiendo como su corazón se llenaba de nostalgia y tristeza.
Sacudió la cabeza, convenciéndose una vez más de que debía ser fuerte y alejar todo aquello de su mente para mantenerse enfocado en su objetivo: destruir los juegos.
Cuando terminó de enjabonarse, rebuscó en el fondo de la bañera el tapón de la misma y tiró de él. Al instante, todo el agua, ya fría, comenzó a escapar por el filtro. Tomó la alcachofa de la ducha, que se encontraba situada junto al grifo de la bañera, y la abrió.
Un chorro de agua caliente impactó directamente contra su pecho.
Comenzó a mover el difusor para que el agua le aclarara cada rincón del cuerpo, mientras escuchaba el golpeteo metálico de las cadenas que conectaban sus esposas contra la cerámica de la bañera.
Era un sonido realmente lamentable, porque le recordaba en cada movimiento que aquel espacio de libertad no era más que una ilusión temporal que, al regresar los guardias, se vería irremediablemente rota.
Retiró cualquier resto de jabón de su cuerpo y pelo antes de cerrar nuevamente el grifo y levantarse. El frío impactó contra su piel, haciéndole temblar. Salió con cuidado de la bañera, evitando resbalar con la humedad, y se dirigió hasta la puerta.
Tomó aire de forma profunda, en un intento desesperado de reunir todo el valor y serenidad que pudiera, a sabiendas de lo que ocurriría en cuanto tocara la puerta.
Dejó escapar todo el aire y dio dos golpes secos en la madera antes de alejarse con prudencia.
Inmediatamente, los dos guardias que lo habían custodiado hasta el momento entraron en la sala. El círculo, que cargaba con un par de toallas blancas, se acercó a él al momento, mientras el otro se encargaba de cerrar la puerta.
—Sécate —le ordenó el guardia de las toallas.
Gi-hun tomó una de las que le eran tendidas y comenzó a restregarla por su cuerpo y cabeza, tratando de eliminar cualquier resto de humedad. Mientras, pudo sentir como ambos guardias mantenían su atención fija en él, tal y como si estuvieran comprobando si debían intervenir en la limpieza que se había realizado.
—Has hecho un buen trabajo —se burló el guardia más cercano a la puerta, confirmando sus sospechas—. El jefe estará contento.
Aquella afirmación le recordó la rareza de la situación. El baño, lógicamente, había sido idea del Líder y, eso, establecía miles de posibilidades, a cada cual más perturbadora, sobre las intenciones que éste podía tener.
¿Acaso pretendía establecer un lienzo en blanco para nuevas heridas y moratones?
¿Quería reconocer cada nueva marca en su cuerpo?
¿O acaso solo quería hacerle consciente de todo el dolor y sufrimiento por el que había pasado?
Todas aquellas posibilidades resultaban tan realistas que difícilmente podría escoger una como la verdadera hasta tenerla delante.
Terminó de secarse el cuerpo, aunque el pelo quedó aún un poco húmedo, y le devolvió la toalla al guardia que se la había entregado. Éste, la dejó en el lavabo, junto a la otra que no había sido utilizada y, al girarse de nuevo, Gi-hun vio que sostenía un par de bóxers de color gris.
—Póntelos —le ordenó.
Gi-hun los agarró, confundido y agradecido por no tener que moverse desnudo por las instalaciones, como sabía que sería la intención de los guardias. Al colocarlos, sin embargo, parte de la vergüenza que había logrado desterrar regresó, al comprobar que se trataban de unos calzoncillos de corte slip que marcaban demasiado su entrepierna y no le cubrían la parte de las ingles.
El guardia que se encontraba junto a la puerta se acercó y tomó la cadena que conectaba las esposas de sus muñecas.
—Recuerda, sin tonterías —le advirtió, antes de comenzar a tirar, aún de forma suave, de la cadena.
El movimiento hizo que Gi-hun se viera obligado a avanzar hacia adelante, siendo seguido de inmediato por el otro guardia. Y así, escoltado por aquellos dos asesinos, fue conducido a lo largo de los grandes pasillos pintados de colores fluorescentes y chillones.
En esta ocasión ni siquiera hizo el intento de aprenderse el camino puesto que, desde el inicio del mismo, no sabía en qué parte de aquella enorme estructura se encontraba, por lo que lo juzgo infructuoso.
Caminaban con paso lento, lo que le permitía asegurar sus pasos y no tropezar con la cadena de sus pies, pero también firme y seguro. Estaba muy claro que conocían el lugar a la perfección y eso, resultaba muy interesante.
«Si logramos atrapar de nuevo a uno de ellos», pensó Gi-hun, «Debemos mantenerlo con vida, porque puede guiarnos por este infierno»
Sus pensamientos se vieron rápidamente interrumpidos por la brusca parada del guardia que tenía frente a él, con quien chocó accidentalmente. Se apartó con rapidez, temiendo acabar con la paciencia de aquel asesino, pero éste ni se inmutó.
En cambio, se limitó a soltar la cadena de sus esposas y a girarse un poco, quedando de frente a una puerta que estaba junto a ellos. Alzó la cabeza y una línea horizontal de color rojo se deslizó por su máscara.
—Acceso autorizado —anunció una voz robótica.
Acto seguido, la puerta se entreabrió de forma automática y el guardia la empujó para que se abriera al completo. Luego, entró. Un empujón desde atrás le indicó a Gi-hun que también debía avanzar y éste comenzó a moverse, desconfiado de lo que podía encontrarse en la habitación, y siendo seguido de cerca por el guardia con el círculo.
Una luz cálida y suave le recibió dentro de la nueva habitación. Sus ojos se movieron velozmente, tratando de asimilar cada detalle del espacio que lo rodeaba.
Como todo en aquel lugar, la sala parecía increíblemente lujosa. Las paredes se encontraban recubiertas por azulejos dorados y negros, el suelo era de madera oscura. En el techo, una lámpara de cristal llenaba con su luz cada rincón, haciendo brillar las paredes.
Pero no fueron los reflejos dorados lo que más llamaron su atención: justo en el centro de la sala, se encontraba una camilla, parecida a las que se utilizan en los establecimientos dedicados a los masajes. Y, en las paredes cercanas a la zona donde era habitualmente colocada la cabeza y los pies sobresalían unos pequeños ganchos. Además, junto a la camilla, se encontraba situado un carrito metálico que contenía gasas, paquetes de algodón y botes blancos de diferentes tamaños.
Mientras él continuaba inspeccionando el carrito, el guardia con el cuadrado le tomó de nuevo por la cadena y tiró de ésta. Por inercia, avanzó un par de pasos hasta la camilla.
La puerta tras él se cerró con un chasquido.
—Estate quieto —le ordenó, alzando de nuevo su pistola.
Antes de que Gi-hun pudiera siquiera tratar preguntar qué era aquel lugar, una venda negra cayó sobre sus ojos, anulándole por completo la visión.
El corazón comenzó a latirle con fuerza en el pecho y todas las alarmas se encendieron en su mente.
Sin embargo, logró mantenerse lo suficientemente quieto para parecer sereno.
No solo por el peligro que representaba el arma cuya presencia seguía sintiendo cercana, sino porque se encontraba harto de que aquellos hombres fueran testigos una y otra vez de sus miedos.
Sin darle mucho más tiempo para asimilar su nueva posición, un tirón de las esposas le hizo avanzar más. Luego, fue obligado a girar sobre sí mismo antes de ser lanzado hacia atrás.
Su cuerpo impactó contra una superficie acolchada, que supuso que era la camilla que había visto al entrar, y rápidamente fue forzado a tumbarse sobre la misma.
Con una velocidad admirable, los guardias tomaron las cadenas que unían las esposas de sus pies y muñecas y, aprovechando la longitud de las mismas, las enredaron en los ganchos que se situaban justo por encima de su cabeza y a sus pies, sobresaliendo de la pared.
—Jodidos miserables... —susurró con impotencia Gi-hun, tirando muy levemente de sus cadenas, consciente de que cualquier esfuerzo por liberarse resultaría inútil—. ¿Qué vais a hacer conmigo?
Estaba preparado para todo, porque desde que había entrado de nuevo en los juegos había sabido que aquello no iba a significar nada más que dolor y sufrimiento..., pero sus motivos para luchar lo merecían, así que estaba dispuesto a pelear hasta el final y recibir cada consecuencia.
Pudo escuchar los pasos de los guardias moviéndose de un lado a otro. Apretó los dientes, preparándose para recibir en cualquier momento una lluvia de golpes o nuevos cortes en su piel..., y, sin embargo, nada de lo que esperaba ocurrió.
Los pasos, de forma inesperada, se dirigieron hasta la salida.
—Cobardes de mierda... —escupió Gi-hun, sintiendo como la rabia se asentaba de nuevo en su pecho mientras escuchaba la puerta abriéndose—. ¿¡A dónde creéis que vais!?
—No tengas miedo, jugador 456 —le dijo una voz tranquila y burlona—. No estarás solo por mucho tiempo, hay alguien ansioso de hablar contigo —agregó, con la voz sonando cercana a la risa.
Antes de que Gi-hun pudiera volver a gritar, la puerta se cerró, dejándole completamente sólo y con la certeza de comprender a quien se refería el guardia con sus palabras:
—El Líder... —susurró con angustia.