ID de la obra: 900

Por favor, No Seas El Héroe (001 x 456) Angst/Fluff

Slash
R
Finalizada
2
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26 páginas, 10.070 palabras, 2 capítulos
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Por favor, No Seas El Héroe

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In-ho caminaba, aún cubierto por su vestimenta y máscara negras, de un lado a otro en la sala del Líder. Sus ojos, de forma inevitable y nerviosa, volvían una y otra vez al lugar exacto en el que, hacía tan sólo unos minutos, había permanecido arrodillado Gi-hun. «Tengo que sacarle de aquí», pensaba una y otra vez, «Debo conseguir que renuncie a sus ansias de heroísmo, ¡o acabará muerto!» —Está listo, señor —le anunció una voz, sacándole de golpe de sus pensamientos. In-ho se giró apresuradamente, encontrando frente a él a uno de los guardias, el que tenía una forma cuadrada en la máscara, que había enviado para supervisar a Gi-hun. —¿Es la máscara? —preguntó, señalando la pequeña caja de color que sostenía entre sus manos el guardia. —Sí, señor. —¿Y estás seguro de que no podrá reconocer mi voz? —Estoy convencido de ello, señor —asintió efusivamente el guardia—. Tiene el mismo modulador que la máscara completa, así que tampoco notará ningún cambio con la voz que ya conoce. In-ho miró de nuevo la caja por unos segundos antes de tomarla entre sus manos. Luego, la abrió. En su interior se encontraba un pequeño dispositivo rectangular con dos correas que se unían mediante un enganche de metal. Se trataba de una máscara que había ordenado fabricar al inicio de los juegos, consciente de que en algún momento iba a querer encontrarse con Gi-hun. Esta nueva máscara tan sólo le tapaba la boca y, según lo que le había dicho el guardia, disimulaba de la misma forma su voz. Esto, le permitía mantener aún oculta su identidad por medio de la voz pero le ofrecía la posibilidad de ver perfectamente a su alrededor, sin las restricciones que le cargaba su máscara típica de Líder. —Bien —dijo, sacando su nueva máscara y entregándole la caja ya vacía al guardia—. Ahora, lárgate. El guardia hizo una ligera inclinación de cabeza y, sin decir nada, se marchó por donde había venido. Cuando In-ho escuchó la puerta de salida cerrándose, se quitó la capucha de su traje de Líder y desenganchó la máscara. Luego, se dirigió hasta la mesilla que flanqueaba su sillón, aquel desde el que podía ver cómodamente la pantalla en la que se retransmitían los juegos, y colocó la máscara encima. La luz de la lámpara, impactando sobre los ángulos rectos de la misma, le daban un aspecto realmente escalofriante. Se detuvo por apenas unos segundos, reflexionando sobre qué podía haber sentido Gi-hun al verle con aquel aspecto, antes y después de disparar a esa basura de Jung-bae. Posiblemente había tenido miedo pero, de lo que estaba muy seguro, es que no había pensado siquiera por un instante en abandonar. Y eso, no era bueno. Suspiró con pesar, y el brillo dorado del whiskey que permanecía intacto en el vaso junto a la máscara llegó hasta sus ojos como un pequeño recuerdo de que debía mantener la serenidad. Tomó el vaso y, casi sin respirar, se bebió todo el contenido. El alcohol fluyó por su garganta, quemándola muy levemente a lo largo de todo su recorrido. Respiró profundamente, echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos para poder disfrutar de como aquel ardor se desplazaba lentamente por todo su ser. Cuando, pasados unos segundos, la sensación comenzó a desvanecerse, dejó el vaso sobre la mesilla y volvió a prestar atención a la máscara que le había entregado el guardia. Había llegado el momento. Con rapidez, acercó el pequeño rectángulo hasta su boca, dejándolo perfectamente encajado sobre la misma, y abrochó los enganches tras su cabeza. Se movió un par de veces, asegurándose de que estaba perfectamente ajustada, antes de convencerse de ello. —Hola —dijo, y la voz que le caracterizaba con la máscara de Líder llegó hasta sus oídos—. Perfecto. Cerró los ojos e inhaló una vez más por la nariz, tratando de ordenar sus pensamientos, antes de volver a abrirlos y dirigirse hacia la puerta de salida. Caminó por los coloridos pasillos con paso rápido y urgente. Un giro a la izquierda, dos a la derecha y tres de nuevo a la izquierda. Continuó moviéndose por aquel laberíntico espacio hasta que al fin llegó hasta una puerta. Una nueva respiración. Alzó la cabeza y el escáner reconoció los patrones de su nueva máscara. —Acceso autorizado —dijo la voz artificial de una mujer, precediendo la apertura de la puerta. La empujó y entró en la sala. Era el momento. —Hola, jugador 456 —saludó, cuando la puerta se cerró tras él. Frente a sus ojos, tendido en una camilla blanca se encontraba aquel hombre que tanto le fascinaba: Seong Gi-hun o, como él se veía obligado a llamarle debido a las circunstancias, el jugador 456. Su cuerpo, pálido y semidesnudo, emitía un brillo dorado bajo la luz de la lámpara que pendía del techo. Se maravilló al contemplar cómo la belleza de su figura no se veía rota por la presencia de aquellas heridas brillantes por la sangre ni por los apagados moratones que cubrían algunas zonas de sus piernas con colores verdosos y morados. Sin embargo, esa presencia le causaba una gran tristeza al pensar en todo el dolor que habría experimentado Gi-hun para que aquellas marcas llegaran hasta su piel. Gi-hun no contestó a su saludo, por lo que pudo entretenerse aún un par de segundos en analizar cada línea de su cuerpo, deleitándose con los cambios de forma que experimentaban los músculos contra la piel en cada pequeño movimiento. «Es tan hermoso», se permitió pensar, notando como el calor subía por sus mejillas y el corazón se aceleraba en su pecho. —¿Qué tal te está sentando tu regreso a los juegos? —preguntó, acercándose un par de pasos hacia su prisionero, mientras trataba de mantener una actitud serena—. ¿Te han agradecido ya tus compañeros que hayas venido a salvarles? —V-vete a la mierda... —murmuró Gi-hun, revolviéndose incómodo en la camilla. Una media sonrisa se formó bajo la máscara que le cubría la boca. Colocó las manos tras su espalda y se irguió, adoptando una postura firme. Estaba claro que Gi-hun no le había reconocido, por lo que permitió a su cuerpo librarse de toda la tensión provocada por los nervios. —¿Es que acaso sigues creyendo que esa escoria puede cambiar? —cuestionó con marcada ironía. —¡Cállate! —explotó, para su sorpresa, Gi-hun—. ¡La única escoria aquí eres tú y todos los imbéciles que trabajan para ti! —Menudo ímpetu —dijo, con una admiración envenenada, In-ho—. ¿Por qué reaccionas así? ¿Piensas en alguien en concreto? —hizo una pequeña pausa para pensar—. ¿Tu amiguito Jung-bae quizás? —¡No te atrevas a pronunciar su nombre! Escuchar el nombre de su amigo muerto saliendo de los labios del hombre que lo había matado en verdad le había dolido. No tenía derecho a mencionarlo porque, para él, solo significaba un caballo más dentro de sus carreras..., un caballo que había decidido sacrificar. Un nudo se formó en su garganta, y tuvo que hacer un esfuerzo considerable para evitar llorar de nuevo. Su mente, de forma imprudente, había vuelto a llenarse de escenas de sangre y muerte. —Oh, pero, Gi-hun —continuó hablando In-ho, sacándole de sus pensamientos repentinamente—. ¿Cómo puedes ser tan ingenuo? Jung-bae se ganó a pulso su divorcio y decidió conscientemente seguir hundiéndose después éste —insistió, notando como su voz se cubría por un tono paternalista peligrosamente cercano a los celos—. Ese hombre tan solo podía volver a arrastrarte de nuevo al pozo del que lograste salir al ganar los juegos, tienes suerte de que ya no esté... —¡Qué te calles! —volvió a explotar Gi-hun, revolviéndose violentamente. Las cadenas chocaron de forma terrible contra los ganchos que las sujetaban. Tiraba con fuerza de sus ataduras, deseando lograr soltarse y abalanzarse sobre aquel hombre tan despreciable. Mientras, In-ho esperaba pacientemente, observando con admirable serenidad, cada uno de sus movimientos. Pasaron algunos segundos más, en los que los golpeteos de las cadenas y los gritos llenos de improperios fueron lo único que reinaba en la sala, hasta que, fruto del cansancio y el dolor de garganta, la calma poco a poco volvió a restablecerse. La respiración entrecortada y jadeante fue reemplazando poco a poco los gritos, y el sonido de las cadenas fue perdiendo fuerza hasta desvanecerse. —Demuéstrame que me equivoco —propuso entonces In-ho. Gi-hun, aún tratando de recuperar el aire, movió levemente su cabeza hacia un lado, con la intención de que su cara quedara mirando en su dirección. —Dime un solo jugador, de entre todos los que has conocido en estos juegos, que no sea una completa basura y se merezca o mereciera estar aquí. El silencio se instauró por unos instantes y, cuando In-ho se disponía a romperlo con un nuevo comentario cargado de veneno, Gi-hun se le adelantó. —Young-il —respondió con firmeza. Un fuerte golpe impactó sobre el corazón de In-ho. ¿Por qué era él la primera persona en la que pensaba para responder a aquella pregunta? —¿El corrupto?—cuestionó, tratando de disimular el nudo que se había formado en su garganta—. No me hagas reír —se burló, dirigiéndose hasta el carrito metálico que había junto a la camilla—. Si ese imbécil es tu primera opción va a resultar demasiado fácil desmontar tus palabras. Gi-hun bufó, visiblemente molesto, antes de volver a girar su cabeza, dejando que su cara mirara hacia el techo. —Si que debo de ser un ingenuo —susurró—, solo así se explica que haya pensado que es posible argumentar con un psicópata. —Me juzgas con demasiada severidad —protestó In-ho, inspeccionando los diferentes objetos que había sobre el carrito—. No soy tan insensible como crees. —Ya, claro... —Lo digo en serio Gi-hun... —susurró, deteniéndose al instante al darse cuenta del error que había cometido. —¿Desde cuándo soy más que un número? —se burló Gi-hun, con un marcado tono de desprecio—. ¿Ahora me vas a decir tu nombre y seremos amiguitos por siempre? —No te hace falta saber mi nombre —respondió con rapidez In-ho—. Pero considero de buena educación referirme a ti por el nombre..., a fin de cuentas no somos unos completos extraños —hizo una ligera pausa—. Hay pocas cosas que unen a los seres humanos tanto como lo hace el odio y la enemistad. —Entonces somos uña y carne —escupió Gi-hun—. Porque yo te aborrezco. —Nuevamente, me juzgas peor de lo que deberías —repitió In-ho. Luego, tomó una de las gasas y vertió un poco de líquido de uno de los botes, el más alto de todos, sobre la misma—. Tan sólo ofrezco a la gente la oportunidad de jugar para escapar de la pobreza, y no fuerzo a nadie a elegir este camino. —¿Y qué hay de los que querían marcharse? —¿Y qué ocurre con los votantes de un partido que pierde las elecciones? —respondió con serenidad In-ho, dándose la vuelta hacia él, con la gasa empapada en la mano—. ¿No es lo que indica la democracia? Para bien o para mal, la mayoría decide. —¡Te aprovechas de gente en situaciones desesperadas! —De nuevo —le interrumpió In-ho, esbozando una media sonrisa—, bienvenido a la democracia. Gi-hun apretó los labios, negándose a responder ante aquella provocación, y la sonrisa de In-ho se amplió bajo la máscara. Luego, volcó un poco más de líquido sobre la gasa antes de apartar la botella. Sus pasos alteraron visiblemente a Gi-hun, que pudo notar su presencia acercándose hacia él. Tiró con fuerza de las esposas, creando un círculo blanco alrededor de las muñecas que se agrandaba conforme a los pasos se oían más y más cerca. Su corazón comenzó a latir con fuerza y los músculos de sus brazos se tensaron. Cada zona de su cuerpo pareció prepararse ante el inminente tormento..., que nunca llegó. En cambio, pudo sentir como una superficie húmeda se asentaba sobre una de las heridas de su pecho, enviándole pequeñas descargas de dolor. —No me toques —gruñó, tratando de alejar su cuerpo de aquella sensación. Sin embargo, aquella humedad volvió a asentarse sobre su herida—. ¿Qué crees que estás haciendo? —Evitar que se te infecten las heridas —respondió In-ho, apretando de forma continua y suave en la zona afectada. —¿Es que ahora estamos jugando a las enfermeras? —se burló Gi-hun con ironía. —¿Preferirías que te devuelva así a los juegos? —cuestionó In-ho, antes de apartar la gasa ya cubierta de sangre. —Preferiría que no existieran. —Estamos hablando de realidades posibles... —dijo, dándose la vuelta hacia el carrito para preparar una nueva gasa. —Por eso lo digo —le interrumpió de forma brusca y seca Gi-hun. In-ho giró la cabeza para observarle. En su rostro ya no podía ver esa mirada que tanto le había llamado la atención en su primer encuentro dentro de la habitación del Líder y, sin embargo, cada una de las expresiones faciales de Gi-hun le indicaba que su determinación y valentía permanecían intactas... Y eso le asustó terriblemente. ¡Tenía que convencerlo! ¡Convencerlo de que debía salir de allí! —Gi-hun, sabes tan bien como yo que los juegos no van a terminar, hay demasiado dinero involucrado y las personas que mueven ese dinero no están dispuestas a que se desperdicie. Trató de mantener el tono de su voz firme y serio, deseando que la mención de gente tan poderosa le amedrentara... —No me importa lo más mínimo —respondió Gi-hun, destruyendo con ello todas sus aspiraciones—. Los jugadores recapacitarán en cuanto vean la masacre a la que nos habéis sometido. —Masacre que tú has liderado —puntualizó In-ho, regresando su atención al carrito, de donde tomó una gasa nueva y volvió a empaparla con el líquido de antes. —¡Para salvarles! —¿Salvarles de qué, Gi-hun? —preguntó, colocándole la nueva gasa sobre otra de sus heridas, que le recorría buena parte de las costillas. Gi-hun apretó los dientes mientras sus músculos tiraban de las cadenas, sorprendidos ante el dolor repentino. Trató de contener el aire en sus pulmones mientras notaba como las venas de su cuello se hinchaban conforme éste se estiraba y tensaba. —Nosotros tan sólo nos hemos defendido —continuó hablando, aprovechando el silencio del otro—. No os estabamos haciendo nada y vosotros vinisteis a atacarnos, ¿quién puede culparnos por responder con la misma fuerza? —Joder..., eres un hipócrita de mierda... —susurró Gi-hun. —Piénsalo —insistió In-ho—, la mayoría de los jugadores quieren quedarse aquí, ¿y sabes por qué? Su prisionero volvió a mover su cabeza en su dirección, mostrándole una mandíbula apretada con rabia. —¡Porque no les importa una mierda lo que les pase! —exclamó, apretando de forma más intensa la gasa contra la herida. De forma instintiva, Gi-hun arqueó la espalda y dejó escapar parte del aire por sus pulmones. Su reacción asustó a In-ho, quien inmediatamente aflojó la presión. No pretendía hacerle daño, y la expresión que el otro tenía impresa en la cara, contraída de dolor y angustia, le llegó justo al corazón. Pero no podía detenerse ahora. No pretendía ni buscaba dañarle, pero tampoco podía disculparse por ello, aunque quisiera. Tenía que seguir empujándolo hacia el abismo y convencerle de que aquel lugar era el mismo infierno. Y si con ello, Gi-hun le odiaba más, no importaba..., sólo quería que estuviera a salvo. Todas las posibilidades de decirle lo que sentía se habían desvanecido en el mismo momento en el que se había visto obligado a fingir la muerte de Young-il, aquel nombre que había adoptado para acercarse a Gi-hun. Y, rotas todas sus tontas e ingenuas esperanzas de abrazarle por las noches hasta quedarse dormidos y de besarle la frente con ternura, lo único que le quedaba era salvarle de aquel infierno, aunque eso significara alejarle de forma definitiva de él. Ese sería el único acto de amor que, aunque no fuera comprendido como tal, podía entregarle. —¡Porque son escoria! —volvió a gritar, tratando de ocultar la rabia que sentía al hacerlo—. ¡Un montón de basura que no vale nada! —¡Tú no tienes derecho a decir eso! —le respondió con furia Gi-hun girando su cabeza para enfrentarlo mientras se revolvía violentamente contra sus ataduras, luchando por liberarse una vez más. —¿¡En serio sigues creyendo que esos imbéciles te seguirán después de ver como todos aquellos que lo han hecho hasta ahora han muerto!? —chilló In-ho, notando como su corazón se partía en mil pedazos con cada palabra—. ¿¡Cómo crees que te recibirán cuando vean que regresas sin Jung-bae ni Young-il y sepan que no eres capaz de proteger ni a tus amigos más cercanos!? El silencio pareció invadir por completo la sala justo cuando terminó de decir aquello. Gi-hun se había quedado quieto, y las cadenas ya no chocaban entre sí. Las respiraciones entrecortadas, producto de la tensión acumulada, rompieron muy levemente ese silencio y, sin decir nada, Gi-hun volvió a mover la cabeza hasta su posición inicial. In-ho trató de decir algo, pero un leve sonido le detuvo en seco: un sollozo. Observó con más atención a Gi-hun, y pudo descubrir como, al compás de sus respiraciones, la garganta tragaba saliva. Reconoció perfectamente lo que significaba aquello, porque era lo mismo que él hacía cuando quería reprimir las lágrimas. —Gi-hun... —murmuró de forma instintiva In-ho, sin poder controlarse. Aquello le estaba partiendo el corazón, pero resultaba necesario para mantenerle a salvo. No estaba dispuesto a perderle..., a él no. Su corazón no le perdonaría jamás que él muriera... —N-no me importa lo que digas... —tartamudeó con dificultad Gi-hun, luchando por contener las lágrimas—, sólo quiero volver y acabar con vuestros estúpidos jueguecitos... —añadió, con marcado desprecio y asco en la voz. In-ho volvió a sentir un pinchazo en el corazón. Le estaba destrozando, pero no era capaz de derrotarlo ni de alejarlo de los objetivos que, inevitablemente le llevarían a la muerte. Le dolía..., todo en su pecho parecía arder..., pero ni siquiera podía recriminarle que fuera así, porque precisamente su resistencia y lucha eran parte de los motivos que le habían llevado a enamorarse de él. —¿De verdad merece la pena? —le dijo con mucha más suavidad, mientras se giraba de nuevo hacia el carrito. Dejó la gasa ensangrentada que había usado en la herida de las costillas y comenzó a quitarse los guantes—. ¿Merece la pena sufrir tanto? —¿Me vas a juzgar tú a mí ahora? —cuestionó Gi-hun, apretando los dientes con una sonrisa llena de sarcasmo—. Das pena... In-ho dejó caer los guantes con frustración encima del carrito. Sabía que se merecía cada una de las palabras de odio y desprecio que Gi-hun le lanzara, pero no por ello dejaban de doler. No podía culparle por sentirse como se sentía, pero resultaba desolador ver cómo la persona por la que estaba arriesgando su vida en su intento de sacarle de aquel lugar le trataba de aquella forma. —No me has respondido —dijo, agradeciendo que el modificador de la máscara ocultara parte del dolor que sentía impregnado en su voz—. ¿Merece la pena sufrir y arriesgar tu vida por personas a las que apenas conoces? Se dio la vuelta con brusquedad, y la tela de su traje pareció crujir contra el aire. Pudo sentir como Gi-hun se sobresaltaba, pero se obligó a continuar con aquel último acto, ese en el que usaría el último recurso que le quedaba. Lo que había estado evitando todo este tiempo mencionar puesto que sabía cuál podía ser la reacción que encontraría al hacerlo y no se creía capaz de soportar la cantidad de gritos e insultos que podía recibir... Pero era lo último que le quedaba, y si eso servía para convencer a Gi-hun, entonces con gusto se arrancaría el corazón y se desgarraría el alma escuchando todo lo que pudiera decirle. Comenzó a caminar, dirigiendo sus pasos hacia las piernas de Gi-hun. Al notar su trayectoria, éste comenzó a revolverse con ansiedad, temiendo por sus intenciones. Al llegar, In-ho aún esperó unos segundos, contemplando con impotencia como las piernas de Gi-hun se movían, haciendo sonar las cadenas con aquellos chirridos tan espantosos. Luego, se atrevió a alzar una mano y a situarla por encima del muslo izquierdo, que era el que se encontraba más cerca de él, y la dejó caer sobre el mismo. —¿Qué haces? —le interrogó inmediatamente Gi-hun, tratando de apartar la pierna. Sin embargo, su lucha fue en vano puesto que In-ho, decidido a llegar hasta el final, le apretaba con fuerza la carne. —¿Merece la pena esto? —dijo, apretando los dientes con rabia, al tiempo empujaba la carne hacia arriba, dejando a la vista unos amplios moratones que se desperdigaban a lo largo de toda la piel—. No es la primera vez que te reducen en el suelo por actuar impulsivamente —continuó—. Y tú sigues empeñado en creer que te saldrás con la tuya, ¿de verdad crees que puedes ganar? —N-no me importa las veces que le digas a tus estúpidos guardias que me detengan —le respondió Gi-hun, aún tratando de liberarse—. Terminaré ganando, porque esa escoria de la que hablas cederá ante lo que es correcto. —¿Y crees que Ga-yeong podrá esperar a que se decidan? Contuvo la respiración. En sus oídos pudo escuchar perfectamente como se prendía la mecha... Era cuestión de segundos que el fuego hiciera estallar la pólvora. —¡No te atrevas a hablar de mi hija, maldito estúpido! —chilló Gi-hun, revolviéndose con fiereza sobre la camilla—. ¡Desgraciado de mierda! La fuerza de su arrebato hizo crujir la camilla. Las piernas golpeaban en todas direcciones y terminaron por obligar a In-ho a soltar el muslo que con tanta firmeza había sostenido. Las cadenas volvieron a chocar entre ellas, pero esta vez la intensidad de los golpes fue mucho mayor, y por un momento In-ho temió que consiguiera arrancar los enganches que las mantenían unidas a la pared. Mientras Gi-hun continuaba deshaciéndose en su lucha y con insultos, él volvió a dirigirse al carrito. Una vez allí se agachó para inspeccionar la parte de abajo, tratando de ignorar los horribles comentarios que estaba proclamando Gi-hun, y allí encontró una pequeña neverita que abrió. Dentro de la misma, se encontró unas cinco bolsas llenas de hielo. Sacó dos y volvió a cerrarla. Luego, se levantó y colocó una de ellas sobre el carrito, quedándose con la otra en la mano. —¡Te juro que si tocas a mi hija te destrozaré, maldito enfermo! —continuaba gritando Gi-hun. In-ho se giró inmediatamente al escuchar aquello. —Nadie ha dicho que vaya a ir a por ella —le reprochó, con ademán ofendido—. Tan sólo pretendo que recuerdes que tienes una hija. —¡Yo nunca me he olvidado de ella! —Pues parece que sí lo has hecho —respondió In-ho, dirigiéndose de nuevo a las piernas de Gi-hun—. Pareciera que te importa más demostrar que tienes razón a que tu hija crezca contigo a su lado —continuó, notando como la garganta se le cerraba en cada una de las palabras—. ¿Acaso es lo que Ga-yeong se merece? ¿Vivir una vida sin su padre? Antes de que Gi-hun pudiera responder, le volvió a tomar con fuerza el muslo izquierdo y lo levantó para poder colocar la bolsa de hielo sobre la marca morada y verdosa que manchaba su piel. Gi-hun siseó ante la sensación, deteniendo su lucha al instante. —Yo puedo ofrecerte una alternativa —susurró In-ho, aprovechando la inactividad del otro—. Si prometes no volver a entrometerte en este asunto, yo permitiré que te vayas. Haré que todos crean que has muerto y te sacaré de aquí enseguida..., pero debes dejar todo este asunto atrás, incluso convenciendo a ese policía con el que te has aliado de que todo ha sido fruto de una paranoia sin sentido. Apretó los dientes al recordar a su hermano. Le echaba mucho de menos, pero no debía verle. Cada contacto que mantuviera significaba la posibilidad de incluir a esa persona dentro del turbio círculo por el que se movía, y eso es algo que no quería para Jun-ho. —T-tú has m-mencionado a mi hija —tartamudeó Gi-hun, sacándole de golpe de sus pensamientos—. Pero pareces no entender que ella es la razón de que yo haga esto... —¿A qué te refieres? —preguntó con curiosidad In-ho, antes de dejar caer la pierna sobre la bolsita de hielo, convencido de que el otro no se movería. —Mi pequeña Ga-yeong... —susurró Gi-hun—, llevo tres años sin poder verla..., y seguramente ella sigue creyendo que soy un fracasado... —Pero no lo eres —le interrumpió In-ho, moviéndose hacia el carrito para tomar la otra bolsa de hielo—. Ahora tienes dinero, y puedes darle la vida que merece junto a ti. Gi-hun bufó con ironía. —¿Y cómo crees que podría mirarla después de haber asesinado a más de quinientas personas? —Tú no has matado a nadie —respondió In-ho, agarrando la bolsita de hielo y colocándosela a Gi-hun sobre el pecho, donde otro moratón más pequeño rompía la armonía de su piel. Gi-hun arqueó la espalda y su respiración se volvió más errática y temblorosa. La sensación resultaba demasiado fuerte para él, pero no por ello iba a quedarse sin decir lo que necesitaba. —C-cada uno de los billetes que tengo..., e-está manchado con la sangre de otros jugadores... —dijo, tratando de mantener estable su voz—. ¿P-pretendes que sea un buen padre pagándole con muerte los juguetes? —No seas dramático, Gi-hun —suspiró In-ho, abandonando a su suerte también aquella bolsa de hielo—. Ga-yeong sólo quiere que su padre esté con ella, no tiene por qué saber de dónde has sacado el dinero..., pero si te hace sentir más tranquilo siempre puedo falsificar un billete de lotería para ti. —Se nota que no eres padre. Aquello se sintió como una puñalada. Gi-hun no sabía quién era él, por lo que sus palabras no estaban motivadas por el conocimiento de que aquello iba a doler, pero le habían hecho acordarse de su hijo..., aquel al que nunca pudo conocer. —¿Acaso es requisito para ser padre el no tener sentido común? —preguntó con cierto escozor. —Cuando eres padre —dijo Gi-hun, ignorando por completo su ataque—, en el preciso instante en el que tienes esos pequeños ojillos mirándote como si fueras lo más interesante que existe en este mundo, y esa aguda vocecilla te dice cuanto te quiere..., te juras a ti mismo que no permitirás que alguien les haga daño. In-ho pudo notar como la voz de Gi-hun se quebraba en cada nueva palabra que era pronunciada y, sin embargo, parecía más sereno que nunca. —Esa escoria de la que tú hablas, en algún momento fue la promesa de alguien —continuó hablando—. Y ese alguien no pudo cumplir esa promesa porque no sabía que estos juegos existían... Gi-hun hizo una ligera pausa, recordando a la madre de Sang-woo, quien nunca sabría lo que en verdad había ocurrido con su hijo. Apretó los puños, tratando de controlar su rabia, antes de seguir hablando: —¿Cómo pretendes entonces que yo, que sí sé que existen, permita que continúen celebrándose en un mundo en el que vive mi hija? —cuestionó, sintiendo como su corazón se aceleraba imaginando a su pequeña dentro de aquel infierno—. Mi hija no va a convertirse en una promesa sin cumplir... Y, tras aquellas palabras, no pudo evitar que las lágrimas comenzaran a brotar de sus ojos. In-ho le observó en silencio. Su corazón estaba completamente destrozado y, sin embargo, con cada una de las lágrimas que veía fluyendo por la cara de Gi-hun podía sentir como se rompía en miles de pedazos más. —Nunca permitiría que tu hija entrara aquí —afirmó, tratando de reprimir el nudo en su garganta. Una sonrisa rota se formó en los labios de Gi-hun, mientras éste continuaba llorando. —N-no has entendido nada —susurró, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Pero eso ya me lo esperaba... —¿Y qué quieres que haga? —preguntó In-ho, sintiendo como una daga comenzaba a clavarse en su corazón, convencido de saber cuál iba a ser la respuesta. —Déjame regresar a los juegos. La daga se clavó hasta lo más hondo de su alma y su corazón. Había fracasado. —Por favor..., Gi-hun... —tartamudeó, ya sin poder controlarse—. No tienes por qué ser el héroe... La cabeza de Gi-hun se movió ligeramente para que quedara en su dirección. —¿Quién eres? —preguntó con clara curiosidad—. ¿Por qué te afecta que quiera volver? ¿Te conozco? In-ho movió los ojos de un lado a otro, recorriendo sin parar su cara. —Por favor, no seas el héroe Gi-hun —repitió, ya sin importarle lo que el otro pudiera pensar. —Devuélveme a ellos o detenlos —exigió Gi-hun, con aire firme. Las lágrimas de impotencia comenzaron a llenar las mejillas de In-ho. No había nada que quisiera más que detener toda aquella locura, pero hacía demasiado tiempo que pertenecía a la misma como para cortarla sin más. Y, sin embargo, el no hacerlo significaba perder a la única persona que había logrado que su corazón volviera a latir. Sin poder aguantar más aquella situación, se dio la vuelta y dirigió sus pasos hacia la salida. —¡Jodido miserable! —gritaba a su espalda Gi-hun—. ¡Tú y todos tus guardias son la verdadera escoria! ¡Asesinos! La puerta se cerró con chasquido, dejando a Gi-hun completamente sólo y con una pregunta en mente: ¿El Líder puede ser un aliado? Mientras, In-ho caminaba con pasos rápido hacía su habitación, retirando como podía las abundantes lágrimas que no cesaban de empapar sus mejillas. Al llegar a su destino, se dejó caer contra una de las paredes y permitió a su cuerpo deslizarse hasta el suelo. —L-lo siento t-tanto Gi-hun... —tartamudeaba, cubriendo su cara con las manos—. Y-yo te amo... Y esas palabras, terminaron de romperle. Porque esas palabras implicaban una confesión que no había sido capaz de pronunciar hasta entonces. Una confesión que jamás sería oída por el hombre a quién iba dirigida, porque la valentía de éste inevitablemente le llevaría hacia la muerte. Una muerte, en la que él nunca confeso In-ho, se convertiría en verdugo.
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