ID de la obra: 911

Marizza & Pablo - Tercera temporada (Pablizza)

Het
NC-17
Finalizada
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
505 páginas, 191.839 palabras, 31 capítulos
Descripción:
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Capítulo 14

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El dolor de cabeza fue lo primero que Pablo sintió al abrir los ojos. Una punzada constante le recorría las sienes, y la boca seca le recordaba todo el alcohol que había bebido la noche anterior. Había estado bebiendo en exceso, intentando ahogar la angustia que le había causado la noticia de que su padre, Sergio, podría salir de la cárcel. La idea de que ese hombre, que le había hecho la vida imposible – a él y a muchas personas más-, volviera a estar en libertad le revolvía las entrañas. ¿Cómo podía enfrentarse a eso? Soltó un quejido y se cubrió los ojos con el antebrazo, tratando de bloquear la luz del sol que se filtraba a través de las cortinas. El malestar físico era lo de menos en ese momento; lo que realmente lo estaba matando era la incertidumbre de lo que venía, ese peso en el pecho que no sabía cómo sacar. Cuando finalmente se sentó en la cama, notó el suave ruido de los pasos al otro lado del comedor. Giró la cabeza y vio a través de la puerta entre abierta a Marizza recogiendo unas latas vacías de la mesa de centro. Su cabello corto estaba atado en un pequeño moño improvisado, y llevaba una camiseta suya demasiado grande que le quedaba como vestido. No le devolvió la mirada. —¿Qué hora es? —murmuró Pablo, con la voz áspera, la garganta aún adolorida por el alcohol. —Las diez pasadas —respondió ella sin volverse, llevando las latas hacia la cocina. Pablo se frotó el rostro con las manos y suspiró. Se levantó de su cama levantándose con cuidado y tambaleándose un poco, se fue directo a la puerta. Algo no estaba bien, y no solo era la resaca. Había una distancia palpable en Marizza, y eso le hizo saltar todas las alarmas. Aunque no podía evitar pensar en lo que había pasado la noche anterior, sentía que algo más estaba ocurriendo. —Che, ¿estás enojada conmigo? —preguntó. —No, no estoy enojada —respondió ella, mientras comenzaba a doblar una manta que había dejado sobre el sofá. —No me mientas, Marizza. Lo veo en tu cara. Si es por lo de anoche... ya sé que me pasé, y lo siento. No tenía que tomar tanto. Ella lo miró por un breve instante, pero no dijo nada. En lugar de eso, siguió doblando la manta, con los labios apretados. Pablo sintió cómo la incomodidad crecía en su pecho. No solo era la resaca, sino la presión de no saber qué estaba pasando entre ellos. —Dale, háblame. ¿Qué hice? —insistió, acercándose a ella con las manos en los bolsillos. —No hiciste nada, Pablo. Te lo dije, no estoy enojada. Pero su tono era distante, casi como si estuviera en otro lugar. Pablo se quedó mirándola, tratando de descifrar lo que pasaba por su cabeza. Había algo que no le estaba diciendo, y eso lo ponía nervioso. —¿Entonces por qué estás así? ¿Por qué no me mirás? Marizza dejó de doblar la manta y respiró hondo, como si estuviera buscando fuerzas para responderle. Finalmente se giró hacia él, y fue entonces cuando Pablo lo notó. Sus ojos estaban vidriosos, a punto de romperse en lágrimas, aunque hacía un esfuerzo sobrehumano por contenerlas. —Estoy cansada, eso es todo —respondió, con una voz que apenas logró mantener firme. —No, no. Eso no es todo —dijo él, dando un paso más cerca—. Estás rara desde que me desperté. Si no estás enojada, ¿entonces qué? Ella intentó apartar la mirada, pero Pablo ya había visto el brillo de las lágrimas acumulándose en sus ojos. Había algo que no le estaba contando, algo que él no sabía y que le dolía no poder entender. —Marizza, ¿qué pasa? Decime, por favor —suplicó, bajando el tono, preocupado de verdad. Ella soltó un suspiro tembloroso y se pasó las manos por el rostro, como si quisiera borrar cualquier rastro de debilidad. —No pasa nada, Pablo. —No me digas eso, porque claramente no es verdad. Marizza, ¿por qué estás llorando? —dijo, al notar cómo una lágrima se deslizaba por su mejilla. Ella intentó limpiarla rápidamente, como si no quisiera que él la viera débil, aunque las palabras se quedaban atrapadas en su garganta. Sabía que estaba preocupada, y probablemente era por él, por lo de Sergio, aunque no pudiera decirlo en voz alta. Marizza negó con la cabeza, tragándose las lágrimas. —Es que no puedo hablar de esto ahora, ¿ok? Pablo sintió cómo se le encogía el pecho. No sabía qué estaba pasando, pero verla así, tan vulnerable y cerrada al mismo tiempo, lo descolocaba por completo. Y, por más que intentaba no pensar en ello, no podía dejar de sentir el peso de su propia situación con Sergio, de la amenaza inminente de que su padre saliera de la cárcel. Eso lo estaba destruyendo. —Si no me lo decís, ¿cómo querés que te ayude? —preguntó con suavidad, tratando de comprenderla, pero también buscando consuelo en ella, aunque sabía que su propio dolor era lo que realmente lo dominaba. Ella dejó la manta sobre el sofá, evitó su mirada y se fue en dirección a la habitación en busca de su ropa. —No es por vos, Pablo —dijo finalmente, casi en un susurro, como si esas palabras fueran lo único que podía decir sin quebrarse. —¿Entonces qué es? Marizza, no me hagas esto. Sabés que me mata verte así. Ella volvió a mirarlo, y esta vez una lágrima silenciosa escapó de sus ojos, recorriendo su mejilla. Se la limpió rápidamente, como si quisiera borrar cualquier evidencia de lo que estaba sintiendo. Pablo la observó en silencio mientras ella empezó a vestirse. -Marizza. —No puedo, Pablo. De verdad no puedo hablar de esto ahora. Pablo estaba a punto de insistir, pero antes de que pudiera decir algo más, Marizza agarró su bolso y se dirigió hacia la puerta. —¿A dónde vas? —preguntó él, con la voz teñida de incredulidad. —Necesito salir un rato. —¿Así, sin explicarme nada? —dijo él, sintiéndose impotente, su preocupación por ella chocando con el dolor de lo que sentía por dentro. Su padre, la cárcel, la libertad... todo eso lo estaba abrumando. Ella se detuvo en el umbral de la puerta y lo miró por última vez, con los ojos aún húmedos y una tristeza que lo desarmó por completo. —Por favor, no me lo hagas más difícil. Y sin más, cerró la puerta detrás de ella, dejando a Pablo solo en la sala, completamente perdido. Se dejó caer en el sofá, con la cabeza entre las manos, sintiéndose culpable y a la vez desesperado por no entender qué estaba pasando. Lo que sentía por su padre lo había consumido, pero ver a Marizza así, tan cerrada, tan distante... era como si estuviera perdiendo dos batallas a la vez. ****** Pablo estaba inquieto. El reloj marcaba las 2 de la tarde y Marizza aún no había vuelto. Se encontraba en el sofá, mirando su teléfono sin ganas de hacer nada, solo dándole vueltas a todo. ¿Había hecho algo mal? Apenas recordaba lo sucedido la noche anterior, solo que se emborrachó en la fiesta de anoche y que, al final de la noche, todos se fueron al boliche, y Marizza se quedó con él. Eso era lo que más le preocupaba, que ella estuviera allí, preocupada por él y por todo lo que estaba pasando en su vida. Pero, ¿había algo más? ¿Algo que no había notado? Su mente volvía una y otra vez al mismo lugar: Sergio. El regreso de su padre, la posibilidad de que saliera de la cárcel, todo eso le estaba comiendo por dentro. La conversación con Marizza sobre ese tema lo había dejado más angustiado. Tal vez ella estaba tan tensa porque también lo sentía, porque se preocupaba por él y por lo que sucedería con su padre. No era solo el hecho de que Sergio pudiera salir. Era lo que significaba para él, para su futuro, y cómo afectaría a su relación con Marizza. Abrió el móvil y marcó el número de su madre. Necesitaba saber si había alguna novedad sobre la situación de Sergio. Tenía que entender lo que iba a pasar, cómo podía reaccionar ante la posibilidad de que su vida se desmoronara aún más. Mientras esperaba a que su madre respondiera, notó la sensación de vacío en el estómago. Lo peor era que no tenía idea de cómo manejar la tensión con Marizza. Al no recibir respuesta de su madre, miró el reloj nuevamente. Nada. Decidió llamarla. El teléfono sonó unas cuantas veces antes de que finalmente Marizza respondiera. —¿Qué pasa, Pablo? —dijo su voz, un poco cansada. —Marizza, ¿dónde estás? No has vuelto —preguntó, la preocupación colándose en su voz. —Me fui a casa, Sonia me llamó —respondió ella, con una calma tensa que no pasó desapercibida para Pablo. —¿Estás bien? —preguntó él, aunque ya intuía que algo no iba bien. Hubo un silencio breve antes de que ella respondiera. —Sí, estoy bien, no te preocupes —dijo ella, pero la frialdad en su tono no lo convenció. Algo pasaba, y Pablo lo sabía. Colgó el teléfono y se sintió aún más desorientado. Esa mañana Marizza había estado rara, casi llorando, pero no quería hablar de lo que pasaba. ¿Qué estaba pasando con ella? Decidió dejar de darle vueltas al asunto y meterse en la ducha para despejarse un poco. El agua caliente no lo relajó como esperaba. Mientras se secaba, no dejaba de pensar en todo lo que le había dicho Marizza, en lo que había sentido ella al verlo tan vulnerable. A medida que se vestía, pensó en ir a casa de Tommy y Guido. Quizá hablar con ellos le ayudaría a aclarar sus ideas, aunque en el fondo sabía que no tendría muchas respuestas. Cuando llegó a su casa, el timbre lo sacó de sus pensamientos. Tommy abrió la puerta, con el rostro desordenado, medio dormido, todavía con los efectos del boliche de anoche. —¿Pablo? ¿Qué tal, man? —dijo Tommy, sin mucho ánimo. —Te vi fatal anoche, ¿cómo estás? —preguntó al notar que Pablo tenía el rostro cansado. —Resaca del carajo —respondió Pablo, frotándose la cara con las manos, sintiendo el peso de la resaca y la preocupación en su pecho. Tommy le dejó pasar y, al verlo entrar, añadió: —¿Y cómo estas vos con lo de tu viejo? —sabía lo que Sergio significaba para Pablo. Pablo suspiró y se dejó caer en el sofá, sin ganas de hablar. Sabía que no podía esconder la verdad. —Jodido, tío. Muy jodido. No sé qué va a pasar si vuelve a salir. No quiero que eso sea real, que todo lo que ha pasado vuelva a mi vida. Guido apareció en ese momento, medio adormilado, con el cabello revuelto. —¿Qué pasa, Pablo? ¿Todo bien? —preguntó Guido, rascándose los ojos mientras se sentaba junto a ellos. Pablo lo miró, sabiendo que no podía seguir cargando con todo esto solo. —No. No está bien —respondió con la voz quebrada. —Anoche... me preguntaba si le hice algo a Marizza. Esta mañana estaba rara, casi llorando, y no me ha querido decir qué pasa. Estoy preocupado, no sé si hice algo mal, no lo recuerdo bien. ¿Ella me dijo algo ayer? Tommy lo miró serio, como si entendiera la gravedad de la situación. —Creo que se preocupó por vos, Pablo. Ayer la vi muy angustiad por vos y por lo de tu viejo. Estaba bastante tensa. Pablo asintió, pero su preocupación no desapareció. —Creo que es algo más —murmuró, mirando al suelo—. No es solo lo de mi viejo. Ella está... distante. No sé cómo explicarlo, pero siento que hay algo que no me está diciendo. Guido se estiró y, con una sonrisa irónica, dijo: —¿Quizás está en esos días del mes? —su tono era relajado, pero Pablo lo fulminó con la mirada. —¡Cállate, Guido! —exclamó, enfadado. No era el momento para bromas. Tommy lo miró. —Oye, hermano, no te estreses tanto. Tal vez solo está preocupada por vos y Sergio. Pablo respiró hondo, sintiendo cómo el peso de la incertidumbre lo aplastaba. —Es lo que me preocupa —respondió, casi en un susurro. —¿Qué pasa si la pierdo de nuevo a Marizza por mi viejo? Tommy y Guido se miraron en silencio, sabiendo que no había respuestas fáciles para Pablo. Pablo se quedó callado, mirando al frente, sintiendo que el mundo entero se le venía encima. No sabía cómo manejar la situación con Marizza ni cómo lidiar con el regreso de su padre. Estaba atrapado en un torbellino de emociones y pensamientos, pero lo único que sabía con certeza era que todo se estaba complicando más de lo que podía manejar. ****** Marizza estaba sentada en el sofá, la televisión encendida frente a ella, pero no veía nada. Las imágenes parpadeaban en la pantalla, pero su mente estaba en otro lugar, atrapada en sus propios pensamientos. El ruido de la tele solo servía para llenar el vacío en la habitación, el mismo vacío que sentía dentro de ella. No podía dejar de pensar en Pablo, en todo lo que había sucedido, en lo que estaba por venir. Sonia entró en la sala, notando la expresión distante de su hija. Se acercó a ella, preocupada. —Marizza, ¿cómo está Pablo con todo lo de su padre? —preguntó, con suavidad. Sabía que esa situación le estaba afectando mucho. Marizza levantó la mirada lentamente, como si tuviera que esforzarse para enfocarse. Finalmente, sus ojos se encontraron con los de su madre. —Está... jodido, mamá. Anoche se emborrachó por todo lo que está pasando con su padre. Está devastado —respondió, su voz quebrada por la preocupación. Había algo en el tono de Marizza que decía más de lo que estaba dispuesta a contar. Pero Sonia no insistió. Ella entendía cómo era su hija, cómo tendía a guardarse las cosas para sí misma. Sonia se agachó junto a ella, posando una mano sobre su hombro con ternura. —Pobre, si necesita algo, Pablito, ya sabe que puede contar con nosotros mientras Mora esta en Londres. Ya sea abogados o lo que sea. —dijo, intentando ofrecerle consuelo. Marizza asintió, agradecida por el apoyo, pero el peso de la situación seguía ahí, dentro de ella. No solo por lo de Sergio, sino por lo que había sucedido con Pablo, por cómo las cosas entre ellos se sentían tan frágiles, tan inciertas. No sabía qué iba a pasar después de todo eso. Sonia la miró fijamente, intuía que algo más estaba ocurriendo, algo que Marizza no le quería contar. Pero sabía que no podía forzarla. Siempre había sido así, su hija necesitaba tiempo para procesar las cosas a su manera. Sonia suspiró, comprendiendo el silencio de Marizza. —¿Hay algo más, mi ciela bella? —preguntó con suavidad, su voz cargada de amor y preocupación. Marizza negó con la cabeza, pero la mentira salió tan natural que ni ella misma se lo creyó. —No, mamá. Solo estoy preocupada por él. Nada más —respondió rápidamente, sin atreverse a mirar a su madre a los ojos por completo. Sonia la miró un momento, leyendo sus ojos, sabiendo que no le estaba diciendo toda la verdad, pero decidió no presionarla más. En lugar de eso, le acarició el cabello y le dijo con una sonrisa suave: —Si necesitas hablar, ya sabes dónde estoy. Marizza asintió, agradecida, pero sin palabras. Sonia se levantó y se dirigió a la puerta. —Voy a ver a la wedding planner, ¿me querés acompañar? —dijo Sonia, tratando de distraerla con algo más. Pero Marizza, aunque apreciaba el intento, no tenía ganas de eso. —No, mamá. No tengo ganas —respondió, sin mucha energía. Sonia la miró por última vez antes de salir, dejando la puerta entreabierta, dándole su espacio. Marizza se quedó allí, sola. Su mente volvió a lo que la estaba atormentando. El retraso en su periodo. El miedo le apretó el estómago y las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos. ¿Y si estaba embarazada? No podía ser. No podía afrontar eso, no ahora. No después de todo lo que había pasado con Pablo y lo de su padre. ¿Qué iba a hacer si eso fuera cierto? No quería ser como Feli, no quería esa vida para ella. No quería tener que cargar con una responsabilidad tan grande, y mucho menos ser madre tan joven y con todo lo que estaba ocurriendo en su vida. Las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas, lentas y pesadas. Ni siquiera las detuvo. Estaba demasiado asustada, demasiado perdida en sus propios pensamientos. No podía imaginar cómo le afectaría todo esto a Pablo, especialmente después de lo que había sucedido con él, después de la forma en que había reaccionado a todo lo de Sergio. La idea de cómo se lo tomaría la aterraba. Su teléfono vibró de nuevo. Era un mensaje de Pablo. Otro intento de contacto. Pero Marizza no lo abrió. No podía. No sabía si estaba lista para hablar, ni cómo lo haría. La duda la consumía. ¿Debería decirle la verdad? ¿Debería hacer la prueba sola o con él? Todo parecía tan complicado, y, en ese momento, lo único que sentía era miedo. Siguió mirando el techo, sin moverse, sintiendo el peso de las decisiones que tenía por delante. No sabía qué hacer, pero sabía que algo en su vida estaba a punto de cambiar para siempre. ****** El lunes por la mañana, Pablo no podía dejar de mirar su teléfono, con el pulso acelerado, temeroso de que Marizza no respondiera de nuevo. Después de un fin de semana entero de mensajes breves y monosílabos, su preocupación crecía. Estaba sentado en la cafetería con Guido y Tomás, intentando mantener la mente ocupada, pero lo único que podía pensar era en ella, en lo que pasaba entre ellos, y en cómo estaba. Marizza estaba demasiado distante, y no podía entender por qué. De repente, vio a Mia entrando, acompañada de Vico. Su corazón dio un vuelco. Se levantó rápidamente, cortando la conversación con sus amigos, y fue directo a ella. —¿Mia, has visto a Marizza? ¿Está contigo? —preguntó con urgencia. Mia, con una expresión preocupada, lo miró. —Sí, está con Luján, pero... está de muy mal humor desde todo el fin de semana. No sé qué le pasa. —respondió Mia. Pablo no dijo una palabra más. Su instinto lo empujó hacia las taquillas, entre la multitud. Miraba a su alrededor, buscando a Marizza con desesperación. Fue entonces cuando vio a Luján, que estaba de pie junto a ella, conversando en voz baja. Y ahí, en el rostro de Marizza, vio lo que temía: un malestar que no podía disimular. Luján parecía preocupada. En cuanto Luján se dio cuenta de que Pablo estaba cerca, su mirada hacia él fue fulminante, y se alejó rápidamente, lanzando una mirada que mostraba que ella estaba igual de perdida que él. Pablo se acercó rápidamente, su corazón latiendo con fuerza en el pecho. Marizza lo vio llegar, pero apartó la mirada, como si no quisiera enfrentarse a él. Eso hizo que la preocupación de Pablo se intensificara. —Marizza —dijo él, suavemente, acercándose un poco más—, ¿podemos hablar un momento? Marizza no respondió. Su rostro se contrajo un poco, como si luchara por controlar las emociones que estaban a punto de desbordarse. No quería mirarlo, porque sabía que al hacerlo las lágrimas volverían a brotar, y no quería llorar otra vez. Había llorado todo el fin de semana en silencio, a escondidas de todos. —Marizza, por favor... —insistió Pablo, su tono más suave ahora, pero lleno de preocupación—, ¿qué pasa? ¿Te hice algo la noche en que me emborrache? ¿Es por lo de Sergio? Marizza sintió una oleada de angustia al escuchar su nombre. Algo dentro de ella se quebró. Pablo estaba preocupado, pero ella no podía seguir ocultando lo que la estaba atormentando. No quería preocuparlo más, pero no podía seguir con esto sola. Necesitaba decirlo, aunque sabía que todo cambiaría. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no las dejó caer. Miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie más cerca y, cuando se sintió segura, suspiró profundamente. —Pablo... —dijo, con la voz temblorosa—, tengo un retraso de ocho días. Las palabras colapsaron en el aire entre ellos. Pablo se quedó inmóvil, como si todo el aire de la habitación hubiera desaparecido. La expresión en su rostro cambió, y por un momento no supo qué hacer. Estaba en shock, completamente desconcertado. —¿Cómo? —susurró, casi sin creerlo—, pero... ¿siempre hemos tomamos precauciones? Marizza bajó la cabeza, sintiendo la culpa que se acumulaba dentro de ella. —No en el campo de deportes... —murmuró, y las palabras parecieron pesarle como una losa, al recordar su momento en los vestuarios. Y efectivamente no habían tomado precauciones. Pablo cerró los ojos, dando un golpe en su frente, incrédulo, había olvidado que ese día se habían dejado llevar. —La puta madre... —dijo en voz baja, su tono lleno de frustración y desesperación—, ¿cómo pude ser tan idiota? Pablo la miró entonces, buscando sus ojos, con la ternura que siempre había intentado transmitirle, pero también con un rastro claro de miedo. —¿Te has hecho la prueba? —preguntó, ansioso. Marizza negó con la cabeza, su rostro aún con una sombra de incertidumbre. —No. No me he atrevido. He pensado en comprarla, pero... no sé si debería hacerlo sola o con... vos Pablo, aunque confundido y preocupado, la miró profundamente, el miedo disipándose en sus ojos para dar paso que necesitaban ambos. —Vamos. A mi apartamento, ahora. No puedes seguir así, Marizza —dijo, con firmeza, pero sin dejar de tocar su brazo con suavidad, como si necesitara que lo sintiera cerca. Marizza lo miró, sorprendida por la calma que él lograba transmitirle en medio de tanto caos. No sabía qué pensar, pero en ese momento, solo quería que todo estuviera bien, y si alguien podía ayudarla, era él. —Estoy con vos. Vamos a hacerlo juntos. Todo va a estar bien. ***** Pablo estaba de pie frente al baño de su departamento, apoyado contra la puerta, el corazón a mil. Habían pasado unos minutos desde que Marizza entró al baño con la prueba en la mano, y él no paraba de pensar en todo lo que había pasado, su mente no dejaba de dar vueltas. ¿Y si todo salía mal? ¿Y si ella estaba embarazada? —¿Todo bien? ¿Necesitas ayuda? —preguntó con suavidad, esperando que ella lo escuchara desde el otro lado. Desde el baño, la voz de Marizza se escuchó, irónica, como siempre que intentaba esconder lo que realmente sentía. —Pablo, sé cómo mear sola, gracias. —respondió con un toque de sarcasmo, pero él pudo notar la tensión en su voz. Pablo no pudo evitar sonreír un poquito, pero el nerviosismo seguía latente. Se quedó ahí, esperando, pero no podía calmar su mente. Necesitaba que todo esto terminara, pero sobre todo, que ella estuviera bien. Finalmente, la puerta se abrió. Marizza salió, con la prueba en la mano, con una expresión que decía más de lo que sus palabras podían contar. —Tenemos que esperar tres minutos más —dijo, mirando la prueba que sostenía. Pablo suspiró, pero no dijo nada, sólo abrió sus brazos, invitándola a acercarse. -Vení. Marizza lo miró, indecisa por un segundo, y luego, como si todo lo que había estado guardando se desbordara de golpe, caminó hacia él. Se metió en sus brazos, apoyó la cabeza en su pecho y, en ese instante, algo dentro de Pablo se rompió. La abrazó fuerte, sintiendo todo lo que estaban viviendo. Ella empezó a llorar, en silencio, mientras él le acariciaba el cabello. —Todo va a estar bien, Marizza. —dijo en voz baja, mientras la sostenía contra él—. Yo estoy acá. No tenés que tener miedo. Vamos a pasar por esto juntos. Marizza levantó la cabeza, con los ojos enrojecidos, y le habló entre sollozos. —No quiero quedarme embarazada, Pablo. —dijo con un nudo en la garganta—. Tengo tantas ganas de estudiar, de viajar, de hacer una carrera... quiero una vida antes de ser madre. Pablo la miró, comprendiendo más de lo que pensaba. No era solo el miedo a la prueba, era el miedo a cambiar su vida para siempre. —Lo entiendo, Marizza —dijo, acariciándole la cara—. Yo también quiero lo mejor para vos, para nosotros. Y pase lo que pase, yo voy a estar acá, a tu lado. Siempre. Marizza se quedó en silencio por un momento, mirándolo, como si quisiera decir algo más, pero no sabía cómo. Finalmente, suspiró, y con una tristeza profunda, confesó: —Es que no quería decírtelo, Pablo. Justo te habías enterado de lo de Sergio y no quería cargarte con más preocupaciones. Ya estabas mal que no quería que esto te afectara más. Pablo la miró, su mirada se hizo más suave y un poco más firme a la vez. —¿Y por qué no me lo dijiste antes, eh? —le preguntó, con suavidad, pero una pizca de tristeza en su voz—. ¿Desde cuándo lo sabías? Marizza, al principio, evitó su mirada, pero después, como si una parte de ella se hubiera rendido, lo miró directamente. —Lo supe el sábado por la mañana, me di cuenta que mi periodo no había venido ... —sus ojos se llenaron de incertidumbre y miedo, como si todo eso que había estado cargando se le viniera encima. Pablo cerró los ojos un momento, tomándose un respiro. No podía creer lo que escuchaba, pero al mismo tiempo entendía. No quería presionarla, no quería que se sintiera más sola. —No podés cargar todo esto sola, Marizza —dijo, tomándola por los hombros, mirándola fijamente—. Yo soy tan culpable como vos de esto, ¿me escuchás? Tenés que decirme las cosas. Siempre. En ese momento, el sonido de la alarma de la prueba los interrumpió. Ambos se miraron, y la ansiedad volvió a hacerse presente. Marizza miró la prueba, pero Pablo la detuvo antes de que ella pudiera hacer algo. Suspiraron al mismo tiempo. En el aire, la tensión era palpable. Finalmente, Marizza miró la prueba, y su cara se iluminó con una mezcla de alivio y confusión. Sólo había una línea. No estaba embarazada. Pablo sonrió, pero luego, Marizza lo miró con una pequeña duda. —¿Y si no funciona bien? —preguntó, casi sin voz, todavía con algo de miedo. Pablo negó con la cabeza, acariciándole la cara con ternura. —No, Marizza. Está todo bien. No estás embarazada. Es solo el estrés, o lo que sea. No tenés que preocuparte más por eso. Marizza lo miró, aún un poco incierta, y suspiró profundamente. —Si querés, podemos comprar otra prueba mañana y la hacemos de nuevo. Lo que te haga sentir mejor. Pablo la abrazó de nuevo, con una sonrisa de alivio. Aunque las dudas aún rondaban, por un momento, al menos, todo parecía estar bien. —Vamos a estar bien, Marizza. Vamos a estar bien. ****** Era un día gris, el sol apenas se asomaba por la ventana, y la tensión de todo lo vivido aún pesaba en el aire. Pablo y Marizza se habían saltado las clases, y no tenían intenciones de regresar. Habían pasado horas en la casa de Pablo, encerrados en su propio mundo, con los teléfonos vibrando de vez en cuando. Guido, Tomás, Luján e incluso Jimena les habían escrito, preocupados por su ausencia, pero a ellos no les importaba. Nada les importaba más que estar juntos en ese momento. —Nunca más, Pablo... —dijo Marizza, casi en un susurro, mientras se acomodaba en el sofá, mirando al frente pero sin realmente ver nada. Pablo se sentó a su lado, mirándola con una intensidad que no podía disimular. Había algo en su voz que le rompía el corazón. —Lo prometo. —La miró fijamente—. Nunca más sin protección. Fue un error, lo sé. No sé qué nos pasó, jamás me había olvidado. Marizza suspiró y se echó hacia atrás, sintiendo una mezcla de alivio y culpa. —Estabamos demasiado excitados, y no pensé, me olvidé por completo... Pero no puede volver a pasar, Pablo. Pablo la miró, pero no dijo nada. La culpa los envolvía a ambos, pero lo que más le dolía a Pablo era la forma en que Marizza hablaba, como si la responsabilidad recayera únicamente sobre sus hombros. —No es solo tu culpa, es mía también. Te prometo que voy a ser más cuidadoso. Noq quiero tener otro susto como este. —Su voz se quebró un poco al final, pero Marizza le dedicó una mirada llena de comprensión. La conversación cayó en un silencio, pero era un silencio cómodo, como si ambos pudieran sentir la presencia del otro sin palabras. Fue entonces cuando Marizza rompió el silencio, su voz más firme, aunque con una leve inquietud. —Pablo, hay algo que... he estado pensando mucho. Cada vez estoy más segura de que quiero irme a Nueva York. —Lo miró con algo de duda, pero también con determinación—. Quiero estudiar interpretación, vivir la experiencia de estar allá, de hacer algo por mí antes de que me comprometa con otras cosas, antes de quedarme en un solo lugar, aquí. Pablo la observó atentamente, notando la seriedad en su mirada. —¿Nueva York? —dijo, con una pequeña sonrisa, aunque en sus ojos brillaba el desconcierto—. ¿Estás segura de eso, Marizza? Es un gran paso... una decisión grande. Marizza asintió, y en sus ojos brillaban un sinfín de sueños por cumplir. —No lo tengo claro aún, pero cada día que pasa siento más que es lo que necesito hacer. Es como si... como si necesitara ir allí para encontrarme a mí misma. Quiero estudiar lo que me apasiona, quiero ver el mundo. Es mi oportunidad. Pablo la miró, y a pesar de la sorpresa y la incertidumbre que sentía por dentro, no pudo evitar sentir admiración por la valentía con la que hablaba. La apoyaba, sin dudas, pero también había algo en su pecho que le apretaba al pensar que Marizza podría irse tan lejos. —Marizza... si eso es lo que realmente quieres, te voy a apoyar. Sabés que quiero que seas feliz, que sigas tus sueños... Y no quiero que nada te detenga en eso. —Suspiró, tocando suavemente su mano—. Pero me preocupa que va a pasar con nosotros. Marizza sonrió suavemente, pero también sentía una mezcla de incertidumbre y alegría. —No sé cómo lo haríamos, Pablo. Pero en el caso que vos querés, podrías venir conmigo. No sé, vivir juntos y estudiar allá. Pablo suspiró con muchas dudas, no estaba seguro de querer viajar, pero no queria perderla, así que por ahora él solo quería tenerla cerca y ya discutirían eso cuando fuera el momento. Pablo la abrazó suavemente, la sintió cerca. —Lo haremos, Marizza. Si el futuro nos lleva por ese camino, lo haremos. Pero primero, hay que estar preparados, ¿no? Marizza asintió, cerrando los ojos un momento, dejando que sus miedos y dudas se disiparan en el aire. No sabía qué iba a deparar el futuro, pero tenía claro que quería seguir luchando por lo que deseaba, y queria que Pablo estuviera en ese futuro. Si Pablo estaba dispuesto a acompañarla, eso era todo lo que necesitaba. El sonido del teléfono de Pablo interrumpió el momento. Miró la pantalla y vio el nombre de su madre desde Londre, Mora. Suspiró y se alejo un poco de Marizza antes de contestar, pero aún no había dejado de pensar en lo que le había dicho. —Hola, mamá, ¿qué pasa? —respondió Pablo, tratando de sonar relajado, aunque Marizza notó el cambio en su tono. Mientras Pablo hablaba con su madre, Marizza se acomodó en el sofá, sin querer escuchar la conversación, pero sintiendo que algo en el aire había cambiado. No estaba segura de qué, pero no vio a Pablo muy convencido sobre lo que Nueva York. Escuchó fragmentos de la conversación de Pablo con Mora, hablando sobre Sergio y una posible reducción de condena. Algo no estaba bien. No entendía los detalles, pero la incertidumbre en el rostro de Pablo la hizo sentir incómoda. Cuando la llamada terminó, Pablo se acercó a ella con el rostro algo preocupado. —Marizza... —dijo, suspirando—. Es posible que Sergio consiga una reducción de condena... Una de las pruebas en su contra fue desestimada, y ahora todo está en el aire. Marizza no sabía cómo reaccionar. -Vaya, lo siento. —No es seguro, pero no voy a dejar que esto nos afecte. Nada va a separarnos.   Marizza sonrió levemente, agradecida por el amor y la comprensión que Pablo le brindaba. Aunque su futuro aún estuviera lleno de dudas, en ese momento, sentía que todo lo que necesitaba era estar cerca de él.   Después de la conversación sobre Nueva York, Marizza y Pablo se quedaron un rato en silencio, procesando todo lo que se habían dicho. El ambiente era cálido, y la presencia del otro los reconfortaba, aunque las preocupaciones seguían rondando en sus mentes. Marizza miró su teléfono y vio que había recibido varios mensajes, pero no tenía ganas de responder a nadie, no después de todo lo que habían vivido ese día. Miró a Pablo y, con un suspiro, le dijo: —Pablo, ¿puedo quedarme a dormir acá? No quiero irme a casa hoy y quiero dormir con vos. -por mí, podés quedarte cada vez que querás, pero Sonia... - Dijo acercándole -¿te parece si le llamo a Sonia? Digo, para avisarle que... me quiero quedar a dormir aquí. Está bien, ¿no? Pablo asintió, aunque en su rostro se notaba la preocupación por todo lo que había sucedido con Sergio. Pero a pesar de todo, se sentía aliviado de que Marizza estuviera allí, con él, en su casa. Marizza llamó a Sonia, que atendió después de un par de timbres. La voz de Sonia al otro lado de la línea no sonaba tan tranquila como de costumbre. —Hola...—dijo Marizza, tratando de sonar lo más natural posible. —Hola, Marizza, ¿Dónde estás? ¿Por qué no estás en casa? —preguntó Sonia con un tono que dejaba claro que ya se había dado cuenta de que algo no estaba bien. —Es que... Pablo está mal, por las novedades sobre lo de Sergio, y... bueno, no quiero dejarlo solo. ¿Puedo quedarme a dormir en su casa? —preguntó, sintiendo una mezcla de culpa por tener que pedir permiso y el alivio de poder quedarse con Pablo. Hubo una breve pausa, y Marizza pudo escuchar cómo Sonia suspiraba al otro lado de la línea. —Bueno... está bien, Marizza. Quédate allí si lo necesitas. Pero no solo por esta vez, ¿sí? —respondió Sonia, aunque se notaba que no estaba del todo convencida. —Gracias, Pablo lo necesita. —Marizza sintió un nudo en el estómago al decirlo, pero le agradeció en silencio la comprensión de Sonia. Colgó la llamada y se giró hacia Pablo, que la miraba con una mezcla de ternura y preocupación. —Listo, ya le avisé. Sonia dijo que está bien. —dijo Marizza, mientras se acurrucaba junto a él. Pablo sonrió levemente, pero la tensión en su rostro no desapareció. Cenaron en el sofá con la poca comida que Pablo tenía en la heladera mientras hablaron e incluso rieron sobre algunas de las locuras que Marizza había hecho en sus antiguos colegios. ' Y entonces tras cenar, Marizza comenzó a sentirse extrañamente cansada. Se fueron a la cama donde se acurrucó en los brazos de Pablo, buscando consuelo, y cerró los ojos. Ninguno de los dos quería que pasara nada aquella noche, solo querían estar juntos, ya habría otras noches para hacer el amor. —Estoy tan agotada... —murmuró, mientras Pablo acariciaba su cabello. —Descansa, Marizza. —respondió Pablo, con voz suave, mientras la rodeaba con sus brazos. Marizza no tardó en quedarse dormida, su respiración calmada y tranquila. Pablo la observó un momento, notando lo vulnerable que se veía, pero también lo fuerte que había sido en todo lo que había pasado ese día. Sin embargo, unas horas después, cuando la oscuridad de la noche ya envolvía la habitación, Pablo se despertó para ir al baño. Al levantarse, notó algo extraño: las sábanas que los cubrían estaban manchadas. Miró a Marizza y vio que, mientras dormía, había comenzado a manchar. Con suavidad, se inclinó hacia ella y la despertó con una caricia ligera en su mejilla. —Marizza... —susurró con delicadeza—. Amor, estás con el periodo. Marizza, aún medio dormida, se sintió avergonzada al principio, pero Pablo la miró con naturalidad, sin mostrar ningún signo de incomodidad. —Ay, Pablo... qué vergüenza... —dijo Marizza, sin poder evitar que sus mejillas se tiñeran de rojo. Pablo sonrió con suavidad y, con calma, le acarició el cabello. —No pasa nada, amor. Es completamente normal. Anda, ve a cambiarte mientras yo cambio las sábanas. —su voz era tan cálida y reconfortante que Marizza no pudo evitar sonreír, aliviada. Marizza se levantó lentamente, aunque aún algo avergonzada, y fue al baño a cambiarse. Mientras tanto, Pablo comenzó a quitar las sábanas manchadas, asegurándose de que todo estuviera limpio y en orden para cuando Marizza regresara. Y también muy tranquilo de que esto confirmaba lo que la prueba de embarazo le había dicho. Cuando volvió, se metió nuevamente en la cama, y Pablo, después de haber arreglado todo, la abrazó con cuidado, como si quisiera protegerla de cualquier preocupación. —Todo está bien, Marizza. —le susurró, abrazándola fuerte, dándole todo el consuelo que necesitaba—. Y no pienses en nada más. Marizza, agotada por el día, se acurrucó en sus brazos una vez más, y finalmente, pudo dormir tranquila, rodeada del amor y la seguridad que Pablo le ofrecía. Y ahora si, con la tranquilidad de que no estaa embarazada. ****** Al día siguiente, la luz del sol comenzaba a filtrarse suavemente por las cortinas del departamento de Pablo. Marizza aún estaba medio dormida, envuelta en las sábanas, cuando sintió el aroma del café recién hecho y el sonido suave de los utensilios en la cocina. Pablo, ya despierto, estaba en la pequeña cocina del departamento preparando el desayuno. Con una sonrisa en el rostro, se concentraba en hacer dos tazas de café y unas tostadas. Quería que el día comenzara con calma, después de todo lo vivido el dia anterior, que había sido demasiado intenso. Después de unos minutos, escuchó un suspiro suave, y cuando miró hacia la habitación que estaba la puerta abierta, vio que Marizza estaba despertando. Ella frotó sus ojos con las manos y, al ver a Pablo, le sonrió débilmente, todavía algo cansada pero más tranquila. —Buenos días, amor. —dijo Pablo, con voz suave y cálida, mientras se acercaba a la mesa con el desayuno. Colocó una taza de café humeante frente a Marizza y una pequeña bandeja con tostadas. —Mmm, huele delicioso... —Marizza sonrió, aún con voz somnolienta, mientras se sentaba en la silla y tomaba la taza. El café estaba perfecto. —¿Dormiste bien? —preguntó él, sentándose frente a ella con su propia taza de café. Marizza asintió mientras tomaba un sorbo. —Sí, más tranquila... —respondió, con una expresión pensativa. Luego levantó la mirada hacia Pablo—. Gracias por estar a mi lado ayer... de verdad. Fue muy importante para mi que estuvieras conmigo. Pablo le sonrió, viendo la sinceridad en sus ojos. —No tenés que darme las gracias, Marizza. Estaré siempre a tu lado, en lo que necesites. —le dijo, tocándole la mano con ternura. Después de un momento en silencio, Marizza dejó la taza en la mesa y miró a Pablo, como si estuviera esperando algo. —Hoy tenemos que ir a clase, ¿no? —preguntó con cierto aire de duda, como si aún no estuviera segura de que todo lo que pasó no fuera un sueño. Queria volver a quedarse ahí y olvidarse del mundo. Pablo suspiró y asintió, aunque no parecía muy convencido de la idea. —Sí, no se vos pero no podemos saltarnos más clases o no superamos 5 año. —dijo, aunque sus ojos delataban que no quería separarse de Marizza. Sabía que ambos necesitaban un poco de tiempo para procesar todo lo ocurrido. -Si, tenemos que ir... Marizza se quedó en silencio unos segundos, mirando la taza de café. Luego levantó la vista, buscando los ojos de Pablo con una sonrisa tenue. Desayunaron compartiendo miradas, caricias y conversaciones triviales mientras que Pablo la miró con cariño, aliviado de verla tan tranquila a diferencia del día anterior. Finalmente, Marizza se levantó de la mesa y miró a Pablo con decisión. Después se fueron a la habitación y se dispusieron a cambiarse ropa. —Bueno, creo que es hora de ir a clase. —dijo, tomando su bolso—. Pero antes, necesito que me des un beso. Para darme fuerzas. Pablo no pudo evitar sonreír ampliamente y se acercó para darle un beso tierno, lleno de cariño. —Listo. Y así, se prepararon para salir de la casa de Pablo y enfrentarse a un nuevo día. ***** Habían pasado más de dos semanas desde entonces y Pablo seguía sin tener noticias sobre la posible salida de su padre. Los noticieros estaban constantemente hablando sobre ello pero no había nada seguro. Pablo estaba intentando que todo ello no le estuviera afectando demasiado y se estaba centrando en los ensayos y en las nuevas canciones que iban a sacar Erreway. Bautista, el nuevo manager del grupo, un joven ambicioso, estaba tratando de darle una vuelta al grupo y ayudando a que todo fuera mejor que bien. Llevaban reuniéndose con Erreway casi a diario en la biblioteca de la escuela. En el centro, los papeles desparramados sobre la mesa mostraban las fechas del próximo tour, los lugares y un montón de anotaciones. Todos estaban sentados alrededor del manager, que lideraba la conversación con su tono seguro y persuasivo. Desde un rincón, casi imperceptible, Jimena observaba. Había llegado antes que nadie, pero había optado por quedarse al margen, fingiendo revisar sus mensajes. Sin embargo, sus ojos no se apartaban de Pablo y Marizza. —Este show es clave, chicos. Estamos hablando de un teatro más grande, lleno de prensa y productores importantes. Si hacemos esto bien, no solo aseguramos nuevos contratos, sino que subimos de nivel como banda —anunció el manager con entusiasmo, mirando a cada uno de los integrantes como si intentara inyectarles su misma pasión. Pablo cruzó los brazos, adoptando su típica actitud de ligero escepticismo. —Suena bien, pero todavía tenemos que cuadrar horarios. Estamos complicados con el colegio. Manuel soltó una carcajada. —Claro, porque vos sos un ejemplo de asistir a clases, ¿no? —le pinchó, ganándose una mirada de advertencia de Pablo. —Che, dejalo —intervino Mía, riendo también mientras tomaba la mano de Manuel—. Todos estamos igual de ausentes. —Bueno, sea como sea, esto tiene que salir perfecto —dijo Marizza con un tono firme. Su presencia era magnética, y cada palabra suya parecía tener más peso que las demás. El manager sonrió, satisfecho. —Eso me gusta, Marizza. Esa actitud es la que hace que seas la estrella del grupo. Pablo desvió la mirada hacia Bautista, tensando la mandíbula. Aunque no lo demostraba del todo, las constantes atenciones hacia Marizza lo incomodaban. —Todos tenemos algo especial —dijo, como si quisiera equilibrar la balanza —Claro, claro. Pero no me malinterpreten —continuó el manager, levantando las manos en un gesto conciliador—. Todos son talentosos, pero Marizza... tiene esa chispa que no se puede enseñar. Desde el fondo, Jimena apretó los labios. ¿Chispa? ¿Marizza? Había algo en esa chica que le hervía la sangre. La conversación continuó unos minutos más hasta que la reunión llegó a su fin. Los papeles fueron recogidos, las mochilas cerradas y los integrantes empezaron a dispersarse. —Nos vemos más tarde. Hay que ir a clases antes de que nos reten —dijo Manuel, levantándose junto a Mía. —Sí, yo también me tengo que ir. Tengo que entregar un trabajo —añadió Mía, colgándose el bolso al hombro. —¿Venís? —preguntó Pablo a Marizza, mientras revisaba su teléfono. Marizza negó con la cabeza. —No, quedo un rato más. Quiero repasar las nuevas posiciones de os próximos conciertos. —Bueno —respondió Pablo, dándole un beso rápido en la frente—. Yo me voy, tengo que hacer unas llamadas sobre Sergio. Nos vemos después. Marizza le devolvió la sonrisa. —Dale, andá tranquilo. Mía y Manuel se despidieron con un gesto rápido y salieron, seguidos por Pablo. El salón quedó en silencio, salvo por el crujido ocasional de una silla al moverse. Jimena, quien hasta ahora había permanecido fuera del radar, no se movió de su escondite. Marizza estaba inclinada sobre la mesa, revisando los papeles con concentración. El manager se acercó lentamente, cambiando su tono profesional por uno más relajado. —Siempre tan comprometida, ¿no? —comentó, apoyándose en el borde de la mesa. —Bueno, si quiero llegar lejos, tengo que trabajar duro —respondió ella, sin levantar la mirada. —Eso es cierto. Pero el trabajo duro no es todo. También hay algo que no se puede enseñar: el carisma. Y vos lo tenés, Marizza. Ella alzó la cabeza, ligeramente incómoda con el comentario. —Gracias. Igual creo que el grupo entero tiene lo suyo. Todos aportan algo especial. El manager sonrió, pero su postura se inclinó ligeramente hacia adelante, invadiendo el espacio personal de Marizza. —Puede ser, pero vos... sos diferente. Tenés algo que llama la atención. Deberías pensar en tu carrera a largo plazo. Podrías ser mucho más que parte de un grupo. Marizza se tensó. La conversación había tomado un giro extraño. —No sé, creo que estoy bien donde estoy ahora. El manager se inclinó aún más, casi en un gesto que pretendía ser íntimo. —No lo digas tan rápido. A veces las oportunidades llegan de formas inesperadas. Marizza, incómoda, dio un paso hacia atrás. —Bueno, gracias por el consejo, pero me tengo que ir. El manager intentó detenerla, colocando una mano en su brazo. —No quise incomodarte. Solo estoy diciendo lo que veo. Marizza se zafó suavemente y tomó su bolso. —Está bien. Pero de verdad me tengo que ir. Salió del salón apresurada, sin mirar atrás, mientras su corazón latía con fuerza por la incomodidad. Marizza caminó rápido, casi tropezando con sus propios pasos y yendo al aula. —¿Qué le pasa a este tipo? ¿Por qué fue tan raro? —murmuró para sí misma, tratando de calmarse. ***** Al día siguiente, Pablo llegó a la escuela más tarde de lo habitual, distraído y con la cabeza aún ocupada por la situación con Sergio. Había pasado la noche preocupado por las noticias de su madre y apenas había dormido. Cuando entró al aula, encontró a Guido y Tomás sentados en sus lugares habituales, hablando de algo que parecía bastante animado. —¡Eh, Pablo! —lo llamó Guido, levantando la mano. Pablo asintió en su dirección y se sentó con ellos, soltando un largo suspiro. —¿Todo bien, che? Tenés una cara... —preguntó Tomás, mirándolo con curiosidad. —No dormí mucho. Lo de Sergio me tiene con la cabeza hecha un lío —admitió Pablo, apoyando los codos en la mesa. Guido abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, un par de compañeros que Pablo apenas conocía pasaron junto a ellos y lo miraron con una mezcla de burla y lástima. —Che, qué mala onda lo tuyo, ¿no? —dijo uno, haciendo que Pablo frunciera el ceño. —¿De qué hablás? —respondió Pablo, confuso. —Uh, parece que no sabe... —dijo el otro, con una sonrisa socarrona, antes de alejarse por el pasillo. Pablo miró a Guido y Tomás, que intercambiaron una mirada incómoda. —¿Qué pasa? ¿Por qué todos están tan raros? —insistió Pablo, ya sintiendo una molestia crecer en su pecho. —No sabemos bien, pero... escuchamos algo en el pasillo. —Guido se rascó la cabeza, visiblemente incómodo. —¿Algo de qué? —demandó Pablo, perdiendo la paciencia. —De Marizza —soltó finalmente Tomás, con cautela. Antes de que pudieran explicarle más, Pablo se levantó bruscamente y salió del aula, decidido a averiguar qué estaba ocurriendo. Mientras caminaba por el pasillo, notó que varias personas lo miraban y murmuraban entre ellas. El ambiente estaba cargado de tensión, y cada paso que daba parecía llenarlo de un presentimiento más oscuro. Cuando giró en la esquina que llevaba al área de los casilleros, su corazón se detuvo por un segundo. Allí, pegada en la pared, había una foto. Marizza estaba en ella, junto su manager, Bautista. Él estaba inclinado hacia ella, en una posición que, vista desde ese ángulo, parecía mucho más íntima de lo que realmente había sido. La imagen capturaba el momento perfecto para sugerir algo completamente diferente: que estaban besándose. Pablo sintió cómo la sangre le hervía al ver la imagen. —¡Pero qué mierda es esto! —exclamó, arrancando la foto de la pared mientras los estudiantes cercanos lo miraban con burla y risitas.
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