Capítulo 13
13 de septiembre de 2025, 16:42
Pablo y Jimena estaban en la biblioteca del colegio, rodeados de libros y apuntes. Habían estado allí por más de una hora, y aunque Pablo intentaba concentrarse en el trabajo, su incomodidad crecía con cada minuto. Jimena encontraba cualquier excusa para acercarse, como si trabajar en equipo significara invadir su espacio personal. Cada vez que inclinaba un poco más su cuerpo hacia él, Pablo tensaba los hombros.
Sabía muy bien cuáles eran sus intenciones, pero no quería provocar un conflicto innecesario con Marizza. Ya había suficiente tensión entre ellos últimamente, y lo último que quería era empeorar la situación. Decidió mantenerse firme.
—Creo que podrías encargarte de esta parte, Pablo. Sos tan bueno explicando, seguro lo hacés perfecto —dijo Jimena, inclinándose hacia él con una sonrisa descarada.
Pablo asintió brevemente, fingiendo buscar algo en su mochila para evitar su mirada. No quería ser grosero, pero tampoco iba a darle el gusto. Justo en ese momento, la puerta que daba al hall se abrió.
Marizza entró, y su presencia llenó la estancia como un golpe de aire fresco... o una tormenta a punto de estallar. Su mirada recorrió la escena con rapidez, captando al instante la proximidad incómoda entre Jimena y Pablo. Aunque intentó mantener su expresión neutral, no pudo evitar que una punzada de celos la atravesara.
—¿Interrumpo algo? —preguntó, cruzándose de brazos mientras su mirada alternaba entre ambos.
Pablo levantó la vista, viendo la chispa en los ojos de Marizza que podía volverse una llama en cuestión de segundos. Sentía que todo podía salirse de control si no manejaba bien la situación.
—No, claro que no. Sólo estamos trabajando —respondió rápidamente, esforzándose por sonar tranquilo.
Jimena, notando el cambio en el ambiente, recogió sus cosas apresuradamente.
—Bueno, parece que es un buen momento para irme. Nos vemos mañana, Pablo —dijo, lanzándole una última sonrisa antes de salir. Al pasar junto a Marizza, le dedicó una pequeña y tensa sonrisa que no ayudó en absoluto.
Cuando la puerta se cerró, el silencio cayó entre ellos como una losa. Pablo suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—¿Qué pasa ahora, Marizza? —preguntó, con el ceño fruncido—. ¿De verdad pensás que estaba pasando algo?
—No lo sé, Pablo. ¿Debería pensar otra cosa? —respondió ella, con un tono cargado de ironía. Dio un paso hacia la mesa, apoyando las manos en el borde mientras lo miraba fijamente—. Esa mina no quiere trabajar, quiere algo más. Y vos lo sabés.
—¡Claro que lo sé! —exclamó Pablo, poniéndose de pie de golpe—. Pero no le doy cabida, Marizza. No me interesa. ¿Qué más querés que haga?
—No sé, Pablo. Tal vez podés empezar por no dejar que se te acerque tanto. ¿No ves cómo te mira? —Su voz temblaba ligeramente, y su esfuerzo por mantenerse firme no pasaba desapercibido para él.
Pablo la observó por un momento, en silencio. Había algo en la forma en que sus ojos evitaban los suyos, en cómo mordía ligeramente su labio inferior, que le hizo entender. Dio un paso hacia ella, bajando la voz.
—Esto no es sólo por Jimena, ¿verdad? —dijo suavemente—. Pensás que no sos suficiente para mí. Que... yo podría querer algo más.
Marizza apartó la mirada, mordiendo su labio con más fuerza. No dijo nada, pero el silencio era más revelador que cualquier palabra.
—¿No confiás en mí? —preguntó Pablo, con más intensidad, su voz cargada de emoción—. Marizza, esto ya lo vivimos antes. ¿Te acordás de lo que pasó?
Marizza apretó los labios, incapaz de responder, mientras él continuaba, dando un paso más hacia ella.
—¿Sabés lo que sentí cuando lo dejamos? Me rompió en mil pedazos, Marizza, porque no podía estar con alguien que no confiara en mí. Sentí que no importaba cuánto hiciera, nunca era suficiente para demostrarte lo mucho que te amo. Y ahora... siento que estoy de nuevo en ese lugar.
Ella cerró los ojos con fuerza, como si las palabras de Pablo hubieran dado justo en el centro de sus inseguridades.
—No es eso, Pablo... —susurró, pero su voz era un temblor apenas audible.
—¿Entonces qué es? —dijo él, exasperado pero dolido—. ¿Por qué no podés ver que no hay nadie más? Que sos vos y sólo vos.
Finalmente, Marizza lo miró, con los ojos brillantes de lágrimas contenidas. El corazón de Pablo se encogió al verla tan vulnerable, algo que no era típico de ella.
—Es que... a veces siento que no tengo nada que hacer contra las demás.
El dolor en su voz lo desarmó. Pablo respiró hondo, tratando de calmar la mezcla de frustración y tristeza que lo invadía. Dio un paso más hacia ella, su tono ahora más sereno, pero firme.
—¿Las demás? No hay "demás", Marizza. Sos vos. Siempre sos vos. ¿No entendés que no miro a nadie más porque no hay nadie más como vos? Sos la única que me importa.
—Pablo... —murmuró ella, y una lágrima rodó por su mejilla, rompiendo la barrera de control que siempre trataba de mantener.
Pablo la abrazó entonces, envolviéndola con fuerza como si quisiera protegerla no sólo del mundo, sino de sus propios miedos.
—Nunca voy a dejar que lo que pasó antes nos vuelva a separar —susurró contra su cabello—. Pero necesito que vos también confiés en mí, Marizza. Porque no puedo seguir adelante si siempre estás esperando que haga algo que te lastime.
Ella asintió lentamente, aferrándose a él como si fuera su ancla.
—Perdón —susurró, con la voz rota—. A veces no puedo evitar volver a cuando eras diferente... cuando estabas con tantas minas o parecía que nunca ibas a tomarte nada en serio. Ni siquiera entiendo por qué alguien como vos quiere estar conmigo de verdad.
Pablo cerró los ojos un momento, acariciando su cabello con ternura.
—Marizza, cometí errores en el pasado, pero ya no soy esa persona. Estoy con vos porque te amo, porque quiero estar con vos. Nunca dudes de eso.
Ella lo miró, aún con lágrimas en los ojos, y sintió el peso de sus palabras.
—¿Vamos a mi depa? —preguntó él, buscando aliviar la tensión, mientras limpiaba suavemente sus lágrimas.
Marizza simplemente asintió, dejando que su amor por él hablara más fuerte que sus miedos.
++++++
Cuando llegaron al departamento de Pablo, la calma entre ambos era casi palpable. Marizza se había limpiado las lágrimas durante el trayecto, aunque sus ojos seguían ligeramente enrojecidos. La tensión que los había envuelto antes ahora parecía desvanecerse, reemplazada por una sensación más cálida, íntima.
—Veo que has hecho limpieza —dijo Marizza con una pequeña sonrisa al ver que no estaba sucia como días atrás, mientras dejaba su chaqueta en el respaldo del sofá.
Pablo la miró en silencio, sus ojos recorriendo cada detalle de su rostro, desde las sombras aún visibles de sus emociones hasta esa sonrisa que siempre lograba encender algo dentro de él. Se acercó a ella con paso firme pero tranquilo, y antes de que pudiera girarse, sus brazos la rodearon por detrás. Marizza dejó escapar un leve suspiro al sentirlo tan cerca, el calor de su cuerpo envolviéndola por completo.
—¿Sabés algo? —susurró Pablo contra su oído, su aliento cálido rozando su piel—. Me encanta que estés aquí conmigo.
Marizza cerró los ojos, dejando que la suavidad de su voz y el peso de sus palabras calaran profundamente. Él deslizó sus labios hacia su cuello, dejando un rastro de besos delicados pero llenos de intención. Su boca rozó la curva de su mandíbula, y el cosquilleo que le provocaba hizo que un pequeño escalofrío recorriera su espalda.
—Pablo... —murmuró ella, apenas un susurro.
—Shhh... no digas nada —contestó él, su tono bajo y envolvente, mientras sus manos recorrían lentamente sus brazos, trazando un camino que parecía destinado a reconfortarla y encenderla al mismo tiempo.
Marizza se giró ligeramente, buscando su mirada, pero Pablo no le dio tiempo. Sus labios se encontraron en un beso que comenzó con ternura, casi como si quisiera recordarle cuánto la amaba, pero que pronto se volvió más profundo, más apasionado.
Ella respondió con la misma intensidad, sus dedos aferrándose a la camiseta de Pablo mientras sentía que el mundo a su alrededor se desvanecía. En ese momento, no había espacio para dudas, para miedos, ni para el pasado. Sólo estaban ellos dos, juntos, en el presente.
Cuando se separaron apenas unos milímetros, ambos respiraban entrecortadamente. Pablo apoyó su frente contra la de ella, sus manos descansando en su cintura, sosteniéndola como si no quisiera dejarla ir.
—Sos tan hermosa, Marizza... —murmuró, su voz cargada de sinceridad y deseo—. Nunca voy a cansarme de decirlo.
Ella sonrió, esta vez sin reservas, y llevó sus manos al rostro de Pablo, acariciando suavemente sus mejillas.
—Y yo nunca me voy a cansar de esto. De vos —respondió con un tono que era mitad broma, mitad promesa.
Pablo rió suavemente antes de besarla nuevamente, esta vez con más calma, como si tuviera todo el tiempo del mundo para disfrutar de ese momento.
Cuando los labios de Pablo se fundieron nuevamente con los de Marizza, esta vez no hubo prisa ni tensión. Cada beso era más lento, profundo, como si quisieran grabarse en la memoria del otro. Las manos de Pablo recorrieron su espalda con una mezcla de delicadeza y firmeza, atrayéndola más hacia él, como si no pudiera soportar la idea de que estuviera lejos ni siquiera un centímetro.
Marizza dejó que sus dedos se deslizaran por su nuca, enredándose en su cabello, mientras sentía cómo el calor entre ellos comenzaba a intensificarse. Cuando Pablo la alzó ligeramente, obligándola a llevar sus piernas alrededor de su cintura y la guió hacia su habitación, sus risas suaves y los suspiros compartidos llenaban el espacio, haciéndolo todo más íntimo.
La luz tenue de la habitación se mezclaba con las sombras, creando un ambiente que parecía envolverlos. Pablo la miró a los ojos, sus dedos acariciando la línea de su mandíbula antes de descender hacia su clavícula, deteniéndose como si quisiera memorizar cada curva de su cuerpo.
—¿Estás bien? —preguntó en un susurro, su voz cargada de emoción.
Marizza asintió, sus ojos brillantes y fijos en él. No necesitaba palabras; su confianza en ese momento estaba escrita en su sonrisa.
Se dejó caer suavemente sobre la cama mientras Pablo se inclinaba sobre ella, apoyándose en un brazo para no dejar todo su peso sobre su cuerpo. Sus caricias eran lentas, explorando cada rincón de su piel con una devoción que hacía que Marizza se sintiera completamente adorada.
Los dedos de Pablo rozaron el dobladillo de su blusa, y cuando ella asintió casi imperceptiblemente, comenzó a retirarla, dejando al descubierto su piel. Solo con un corpiño negro. Marizza sintió cómo el aire fresco chocaba con el calor de su cuerpo, pero al instante fue reemplazado por los labios de Pablo, que descendían por su cuello y hombros, dejando un rastro de besos que parecían encender cada centímetro que tocaba.
Beso entre medio de sus pechos, por encima de su ropa interior y por todo su estomago hasta el ombligo.
Marizza arqueó la espalda ligeramente, dejándose llevar por las sensaciones que él despertaba. Sus manos también buscaron deshacerse de la camiseta de Pablo, ansiosa por sentir su piel contra la suya. Cuando lo logró, sus cuerpos se encontraron sin barreras, piel contra piel, y ambos dejaron escapar un suspiro al unísono, como si ese contacto fuera lo único que necesitaban para sentirse completos.
Pablo la miró nuevamente, asegurándose de que ella estuviera cómoda, y cuando Marizza lo atrajo hacia sí, cerrando la distancia entre ellos, la pasión entre ambos se desbordó. Sus movimientos eran un baile sincronizado, una mezcla de deseo y ternura que sólo ellos podían compartir.
Pablo paso sus manos por su cuerpo, acariciándole hasta sus vaqueros y desató el botón, antes de arrastrar la prenda por las largas piernas de ella. Allí está ella en la cama, solo con la ropa interior mientras sus miradas se conectaban.
Él arrodillado entre medio de sus piernas empezaba a acariciar sus largas piernas con sus manos, mientras sus labios tocan su rodilla tan suavemente que es más un toque que un beso. Pablo vuelve a hacerlo en la parte interna del muslo, antes de morder ligeramente su piel antes de besar de nuevo más arriba de su muslo.
Marizza suspira y lleva una de sus manos hacia su cabeza, comenzado a acariciar sus cabellos, no sabe muy bien que está haciendo él, pero se siente tan bien la forma en que le está adorando que no quiere que pare.
Pero él se levanta su mirada y él la insta para que se separé de la cama y pueda llegar al sujetador y lo desabrocha para quitárselo de su cuerpo. Él suspira profundamente cuando su pecho desnudo aparece a su vista, sin acostumbrarse a la belleza de su cuerpo. Pablo pasa sus manos sobre ellos, amasándolos y acariciándoles, antes de besar sus labios arduamente y volver a bajar por ellos, por cada uno de sus pezones, dándole atención, pero no tanto como Marizza esperaba.
Y es que Pablo baja su cabeza contra su vientre y lo besa y le pasa la lengua. El quiere hacer algo, quiere bajar más la cabeza y besarle ahí, justo entre las piernas. Lleva deseando hacer esto desde que la vio desnuda bajo suyo. Quiere probarla.
Pero ella todavía tiene ropa y la quiere ver desnuda... Él lleva sus manos a las bragas y se las baja, quitándole la última prenda de su esbelto cuerpo. Y entonces él empieza a besarla en el hueso de la cadera hasta los senos. Dándole atención ahí, antes de que con sus manos viajen a la parte interna de su muslo y Marizza no puede evitar reprimir un gemido.
Marizza está hermosa acostada completamente desnuda frente a él, y Pablo no puede evitar sentir que su erección se ponía más duro. Y no mejora cuando los dedos de él rozan su centro y siente lo mojada que está.
-Oh, dios, Pablo... - gime cuando sus dedos se deslizan suavemente entre sus pliegues resbaladizos y empiezan a frotarlo. Pablo sonríe con malicia.
Sus labios encuentran su pezón izquierdo y lo succiona suavemente al principio, lo mordisquea un poco y lo hace girar contra su lengua. Pablo levanta su cabeza hacia su oreja: "Voy a hacerte venir muy fuerte, amor"
Marizza gime a sus palabras y echa la cabeza hacia tras para que dejar que él le devore por el cuello, mientras él sigue con sus manos y labios por todo su cuerpo. Marizza no puede más y empieza a tirar la ropa que aún tiene puesta él.
Cuando sus dedos deslizan la cremallera de sus jeans para quitarle los pantalones, él agarra ambas muñecas y las aparta por encima de la cabeza. Y sonríe.
-Aun no...
En protesta, Marizza hace un puchero con su rostro y levanta su pierna para frotarse contra él, a mover sus caderas contra él sin pudor. Pero Pablo tiene que evitar que lo toque, porque ya está a punto de explotar, y todo terminará demasiado rápido si deja que ella le toque y haga lo que quiera con él.
Ella se suelta de su agarre y mete una mano dentro de sus pantalones. Agarra su erección y siente su pene contraerse por su toque. Pablo echa la cabeza hacia atrás y gime.
-No hagas eso todavía, nena... -exhala y le agarra de nuevo su mano apartándole de él-, no he acabado contigo.
Sorprendida por sus palabras, Marizza hace lo que le pide, hay algo en su tono de voz que hace que se deje sucumbir a lo que él quiere hacerle. Pablo empieza a besar y tocar todo su cuerpo de camino hacia el sur, hasta que él agarra sus muslos y la atrae su centro contra su boca.
Marizza no se esperaba eso y algo explota dentro de ella en cuanto la boca carnosa de Pablo toca su centro.
-Pablo... que... -no encuentra las palabras exactas para definir nada y solo puede sentir su lengua entre sus pliegues haciéndole gemir muy fuerte. –Si...
Marizza agarra sus cabellos y sacude sus caderas de forma inconsciente, quiere empujar su cara contra ella porque se siente tan bien.
-Dios... Marizza... tienes un sabor tan rico...
Marizza está al borde, tan al borde, que necesita suplicar. Y ella no es de las que suplica nunca.
-Por favor, más, Pablo...
Su lengua sigue dibujando patrones en su clítoris, y sus manos le abren aún las piernas mientras ella se retuerce y gime debajo de él. Marizza no puede quedarse quieta mientras Pablo sigue chupando y lamiendo.
-Más rápido... pide ella.
Una de sus mansos agarra sus cabellos rubios con más fuerza y lo empuja mas hacia ella. Y esto provoca un gemido de él, como un animal, disfrutando de lo que esta haciendo.
-Vamos, Marizza.... – Le dice y ella levanta la mirada para verle como él sigue lamiéndole, pero sus ojos azules no apartan de su hermoso rostro.
-Me quiero... correr cuando estés dentro... de mi...
Madre de dios. Piensa Pablo, esa mujer le va a volver loco.
Pablo se da cuenta de que está luchando para no echar la cabeza hacia atrás y gritar. Por un segundo él levanta la cabeza y su lengua abandona su humedad.
-No te preocupes. Haré que te corras otra vez, ahora solo quiero que te corras en mi boca. –Dijo mientras sustituyo sus dedos el lugar de su boca para poder mirarla mejor.
Cuando vuelve a lamerla y él empuja su lengua profundamente dentro de ella, ella grita y gime, porque el orgasmo que la invade es fuerte y exprime su último aliento y haciéndola temblar tanto que siente que se desmorona. Ni siquiera puede contener de gemir su nombre con jadeos cada vez más silenciosos.
-Pablo, oh dios...
Todo el cuerpo de ella tiembla y Pablo la agarra por las caderas tratando de mantenerla firme y la observa mientras se deshace, mirándola fijamente. Es lo más sexy que ha visto nunca. La forma en que se deja llevar. La forma en la que se mueve.
Ella parece un ángel caído tendido frente a él. Una criatura sensual, excitada y sonrojada, que ni siquiera puede creer que ella sea real.
Él le lame una última vez y ella se estremece porque su toque. Pablo se mueve hacia arriba y besa su boca, dejándola que pueda saborearse a si mima en sus labios y lengua.
Rápidamente, Marizza le envuelve con sus brazos, mientras él hace maniobras mientras se sostiene con una mano y con la otra se baja los jeans y los boxers.
-Si supieras- empieza a decir en un susurra, irrumpe con un beso ates de continuar- si supieras lo qe me haces, Marizza...
Marizza no puede procesar sus palabras, está demasiado excitada, exhausta como para comprender que quiere decir, solo quiere sentirlo dentro suyo.
Pablo se arrodilla entre sus piernas, mientras agarra un condón y se lo pone, vuelve a ponerse encima de ella. Inmediatamente ella envuelve sus piernas alrededor de su cintura, y por accidente se frota su pene donde acaba de poner su boca.
La humedad cálida y resbalosa lo vuelve loco.
Tiene que hacer muchos esfuerzos para que no correrse ya. Suelta un suspiro cuando ella levanta las caderas y se frota contra él por segunda vez.
Pablo le besa suavemente, y ella suspira fuertemente.
-Te amo – susurra Marizza.
Y eso es todo lo que necesita para que Pablo con un empujón firme, se deslice dentro de ella, hasta el fondo. Ambos jadean por la sensación.
-Eres tan hermosa – murmura entre dicentes mientras se retira lentamente dentro de ella. Porque como siente que con solo entrar dentro de ella y mirarla a esos ojos marrones, se correrá.
Las manos de ella recorren su espalda desnuda y luego agarran su trasero y lo obliga a volver a dentro de ella.
-Pablo...- gime- más rápido.
Pablo encuentra un ritmo y ella responde a sus embestidas, mientras sus gemidos se hacen más fuertes y él no puede dejar de besarla. Quiere escuchar sus sonidos de placer.
Él sabe que, si ella se corre ahora, lo arrastrará él también. Pablo mete una mano entre sus cuerpos para estimular esa parte de Marizza que sabe que la hará deshacerse y entonces, cuando lo toca, él observa como ella se desmorona por completo debajo de él. Marizza deja del lado todas sus inhibiciones e inseguridades y arque la espalda.
Pablo gime su nombre cuando finalmente él llega al orgasmo y ella gime palabras incoherentes mientras clava sus uñas en su piel. Dos embestidas después Pablo no puede sostener su propio peso porque sus brazos tiemblan y cae sobre sobre ella jadeando en el hueco de su cuello. Durante unos minutos se quedaron así, sin querer moverse, cansados y agotados.
Y a ella le encanta sentir su peso encima de ella. Pablo intenta moverse, ella se niega y lo abraza más fuerte.
-Estar dentro de ti es la mejor sensación del mundo. –Susurra, aun sin aliento.
Ella no puede evitar reírse de su sinceridad, su tono parecia aun niño pequeño. Se besan mientras el ritmo cardiaco se vuelve a la normalidad, pero él sigue contra ella. Pablo apoyó su frente contra la de ella, sus respiraciones mezclándose mientras ambos sonreían, agotados pero llenos de una felicidad serena.
—Te amo —murmuró Pablo, acariciando suavemente su rostro.
Marizza lo miró, con los ojos aún brillantes y la sonrisa más genuina que él había visto.
—Y yo a vos —respondió, antes de acercarse para besarlo nuevamente, más suave esta vez, pero con la misma intensidad de emociones.
Se besan largo y tenido durante algunos minutos más, lento y despacio, como memorizando cada uno de esos momentos, para más tarde levantarse, a regañadientes cuando su hora de volver a casa se acerca.
*******Una tarde en casa de Sonia y Franco, se encontraron Marizza, Mia, Pablo y Manuel quienes tras hablar sobre el próximo show se habían quedado hablando entre ellos. Marizza estaba sentada en el sofá, con las piernas cruzadas mientras acababan de decidir si ir a cenar juntos o en casa, mientras que Manuel y Pablo, sentados en la mesa del comedor, conversaban entre ellos, aunque sus oídos estaban atentos a la conversación de las chicas.
—Por cierto, ¿Te acordás que nuestro cumpleaños es la semana que viene? —soltó Mia de repente.
Marizza levantó la vista, arqueando una ceja.
—¿Y? ¿Qué pasa con eso?
—Estaba pensando... Podríamos celebrarlo juntas otra vez. Como cuando hicimos nuestra fiesta de 15—sugirió Mia con una sonrisa pequeña.
Marizza bufó, fingiendo desinterés.
—Sí, claro. ¿Acaso no te acordas que me tiraste de una ventana? —dijo, encogiéndose de hombros.
Mia suspiró, apoyándose en el respaldo del sofá.
—Eso fue hace años, Marizza. Éramos unas nenas. Ahora nos llevamos mejor... ¿o no? —preguntó, con un tono ligeramente desafiante.
Marizza la miró de reojo, pero no respondió directamente. Manuel, que había estado escuchando en silencio, decidió intervenir.
—Vamos, Marizza. No te hagas la difícil. Si vos y Mia se llevan bien ahora, ¿por qué no celebrarlo juntas? —dijo, con una sonrisa divertida.
—¿Quién dice que yo la banque a Mia? —respondió Marizza rápidamente, intentando sonar despreocupada.
Pablo dejó escapar una pequeña risa desde la mesa.
—Marizza, no te hagas. Todos sabemos que ahora se llevan mejor. —dijo, mirándola con una mezcla de diversión y ternura.
Marizza lo miró con los ojos entrecerrados, pero no encontró una respuesta rápida.
—Bueno, puede que ya no me caiga tan mal... pero eso no significa que quiera celebrar mi cumpleaños con ella —dijo finalmente, cruzándose de brazos.
Mia rodó los ojos y soltó una risa corta.
—Siempre tan dramática. Mirá, no hace falta que hagamos algo grande. Algo pequeño, con pocos amigos. Por una vez podríamos hacer algo juntas sin que termine en desastre.
—No sé... —murmuró Marizza, fingiendo estar indecisa, aunque la idea no le parecía tan mala como quería aparentar.
Fue entonces cuando Pablo intervino.
—¿Y si hacemos algo en mi departamento? Mi mama no vuelve hasta final de mes—propuso, mirando a ambas chicas—. Nada complicado. Sólo algunos amigos, música, algo para comer y listo. Una fiesta tranquila.
Mia alzó las cejas, interesada.
—¿En serio? ¿En tu departamento?
—Sí. Nada formal. Pocos invitados, cero estrés. Lo organizamos entre todos y listo—insistió Pablo, encogiéndose de hombros como si fuera lo más sencillo del mundo.
Marizza levantó la mirada hacia él, con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—¿Y quién dijo que quiero hacer algo tranquilo? —replicó, pero había un destello de interés en sus ojos.
—No te hagas, Marizza. Sabemos que no querés una fiesta gigante. Además, ¿no decías que odiabas las locuras de tu mamá? —dijo Pablo con una sonrisa traviesa.
Mia rió y asintió.
—Tiene razón. Después del compromiso, lo último que necesito es un evento gigantesco con cientos de personas. Prefiero algo más íntimo.
Marizza fingió pensarlo por un momento, como si estuviera considerando un favor.
—Bueno... supongo que podría soportarlo si es en tu departamento. Pero nada de cosas raras, ¿eh? —dijo finalmente, apuntando a Pablo con el dedo.
—¿Cosas raras? ¿Yo? —respondió Pablo, poniendo una expresión de falsa inocencia—. Marizza, me ofendés.
—Bueno, entonces ya está decidido —intervino Manuel, riéndose—. Fiesta tranquila, pocos amigos, nada de drama.
Mia sonrió y le dio un codazo suave a Marizza.
—Al final, admitilo: te encanta hacer cosas conmigo.
Marizza la miró de reojo, tratando de no sonreír.
—No te emociones demasiado. Lo hago por Pablo —respondió, aunque la sonrisa en sus labios traicionaba sus palabras.
Pablo rió y alzó su vaso.
—Bueno, brindo por eso. Fiesta en mi departamento y hermanas que no se tiran de los pelos. Va a ser memorable.
Marizza negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír. Aunque no quería admitirlo, le alegraba la idea de compartir su cumpleaños con Mia. Esta vez, estaba decidida a que todo saliera bien.
*****
La casa de Sonia estaba tranquila aquella noche. Hilda, con su bata de siempre y una taza de té en la mano, estaba sentada en el sillón viendo el noticiero argentino. La luz azulada del televisor iluminaba el salón en penumbra mientras los presentadores hablaban con tono urgente. Sonia y Franco no estaban en casa; habían salido temprano para asistir a un evento de trabajo relacionado con los preparativos del casamiento, dejando a las chicas con libertad para irse a la fiesta organizada en el departamento de Pablo.
—Noticia de última hora: Sergio Bustamante, condenado por fraude y violencia familiar, podría obtener la libertad anticipada debido a una revisión judicial en curso —anunció el noticiero. La foto de Sergio apareció en pantalla, y el rostro de Hilda se endureció.—¡Mirá a este sinvergüenza! —exclamó, sacudiendo la cabeza con indignación.
Pablo entró en ese momento, vestido con unos jeans oscuros y una camisa de lino que había dejado ligeramente desabotonada. Se detuvo en seco al escuchar el nombre de su padre y al ver su rostro en la pantalla. Era como si el tiempo se congelara. Sus manos se cerraron en puños a los costados, y una sombra se dibujó en su mirada.
Marizza bajaba las escaleras en ese momento, seguida de cerca por Mia y Luján.
Marizza había elegido un vestido negro corto, de corte sencillo pero a su estilo, que destacaba sus piernas largas y su figura estilizada. Llevaba el cabello suelto, con ondas suaves, y un maquillaje sutil que resaltaba sus ojos oscuros. Mia lucía un vestido rojo ajustado hasta la rodilla, con un escote discreto pero sofisticado, y el cabello recogido en una cola alta que dejaba al descubierto sus rasgos delicados. Luján, por su parte, llevaba un conjunto sencillo pero chic: una falda plisada beige y un top de tirantes color blanco, con su melena recogida en un moño casual que acentuaba su rostro fresco y relajado.
Todas parecían listas para una noche de diversión, pero la tensión en el rostro de Pablo detuvo a Marizza en seco.
Ella siguió la dirección de su mirada y vio la noticia en el televisor. La foto de Sergio seguía en pantalla, y los presentadores hablaban sobre la posible revisión de su caso. Mia y Luján también lo notaron, y el ambiente se tornó tenso al instante.
—Pablo... —dijo Marizza suavemente, acercándose con cautela—. ¿Estás bien?
Él desvió la mirada rápidamente, como si quisiera borrar lo que había visto. Sacudió la cabeza y forzó una sonrisa que no llegó a sus ojos.—Sí, todo bien. No es nada. Vámonos, estamos llegando tarde —respondió, girándose hacia la puerta con demasiada prisa.
Marizza lo observó detenidamente, notando la rigidez en sus hombros y la forma en que evitaba el contacto visual. Mia y Luján intercambiaron una mirada de preocupación, pero ninguna dijo nada.
—Pablo, si querés hablar de esto, estamos acá —insistió Marizza, manteniendo su voz suave, mientras Luján asentía detrás de ella.
Él se detuvo un instante, como si estuviera considerando sus palabras, pero luego negó con la cabeza, sin volverse.—De verdad, no es nada. Mejor vámonos —repitió, abriendo la puerta con un movimiento brusco.
—Voy al auto —murmuró antes de salir al pasillo.
Marizza suspiró, sintiendo una punzada de impotencia. Mia se acercó a ella y le puso una mano en el brazo, mientras Luján seguía mirando hacia la puerta con el ceño fruncido.
—Con todo lo que ha pasado... —murmuró Hilda desde el sillón, con un dejo de tristeza—. Que ahora le dejen afuera...
Marizza apretó los labios, y sin decir nada más, salió detrás de Pablo junto a las otras dos chicas.
El trayecto al auto fue silencioso. Pablo ya estaba en el asiento del conductor, con las manos firmemente agarradas al volante. Marizza tomó el asiento del copiloto, mientras Mia y Luján se acomodaron atrás.
Mia rompió el silencio primero, con cautela.—Pablo, ¿seguro que estás bien? Porque no lo parece.
Él no despegó la vista de la carretera mientras respondía.—Estoy bien. De verdad.
Luján, desde atrás, apoyó una mano en el hombro de Marizza y luego miró a Pablo a través del espejo retrovisor.—Sabemos que esta noticia es un golpe, y no tenés que fingir que no te afecta.
Pablo apretó los labios, como si las palabras no encontraran salida. Finalmente, suspiró y dijo:—Gracias, pero prefiero dejarlo ahí. Sólo quiero que esta noche sea normal, ¿sí?
Las chicas intercambiaron miradas, entendiendo que no era el momento de presionarlo más.
Cuando llegaron al departamento, las luces y la música ya llenaban el aire. Pablo apagó el motor y se quedó inmóvil por un momento, mirando al frente.
—Gracias por preocuparse —murmuró finalmente, con voz baja—. Pero estoy bien.
Marizza lo miró fijamente, tomando su mano antes de que pudiera alejarse.—Sabés que estamos acá. Siempre.
Él asintió, forzando una pequeña sonrisa, aunque la sombra seguía ahí.
******
Las risas y la música retumbaban desde el pasillo, un contraste punzante con el peso que Marizza sentía en el pecho. La puerta del departamento estaba abierta, y al entrar, fueron recibidos por el bullicio alegre de los invitados: globos, serpentinas y una tarta con dos velas brillantes que formaban un "18" sobre la mesa principal.
Manuel y Guido estaban cerca del karaoke, riendo a carcajadas por el intento fallido de Rocco de cantar una canción de Luis Miguel. Pilar y Tommy compartían un plato de snacks mientras Vico conversaba animadamente con Luján. Laura, sentada en un rincón, revisaba su teléfono, pero al ver a Guido entrar, levantó la vista con una sonrisa que intentó disimular.
—¡Al fin llegan las cumpleañeras! —gritó Manuel, levantando su vaso mientras corría hacia ellas para abrazarlas.
—¡Es nuestro cumpleaños, así que no hay abrazos para vos! —bromeó Marizza, empujando suavemente a Manuel. Aunque finalmente le dio un abrazo a su amigo.
Pablo, que había estado en silencio durante todo el trayecto, trató de relajarse. Una sonrisa forzada apareció en su rostro, pero Marizza no pudo evitar observarlo de reojo mientras él se acercaba a la mesa a abrir una cerveza. Al principio sólo fueron unas pocas, pero rápidamente se le fue de las manos. Tomó una, luego otra, y antes de que Marizza pudiera decir algo, ya había vaciado cuatro cervezas. La preocupación en su pecho aumentó.
—¡Marizza! ¡Vení a cantar conmigo! —gritó Luján desde el karaoke, su invitación sincera, pero Marizza no podía apartar la mirada de Pablo.
—¡Enseguida voy! —respondió, aunque sus ojos seguían fijos en él, que ya iba por su quinta cerveza.
Poco después, el escándalo comenzó. Pablo comenzó a reírse demasiado fuerte, gritar y hacer comentarios incomprensibles mientras se tambaleaba de un lado a otro. La gente trataba de ignorarlo, pero el ambiente ya no era el mismo. Tomás se acercó a Marizza, visiblemente incómodo.
—Che, ¿qué onda con Pablo? No está bien —dijo Tomás, preocupado.
Marizza desvió la mirada, mordiéndose el labio inferior, sin saber cómo responder.
—¿Desde cuándo ha vuelto a tomar así? Esto no es normal —añadió Manuel, cruzando los brazos.
—¿Le pasó algo? —preguntó Guido, mirándola fijamente.
Marizza respiró hondo, buscando las palabras.
—Es... complicado. Tiene que ver con Sergio.
Los chicos intercambiaron miradas, confusos.
—¿Qué pasó? —dijo Guido.
Marizza asintió, sus ojos brillando de preocupación.
—Acaba de salir en el noticiero que Sergio podría salir de la cárcel.
La revelación cayó como un balde de agua fría. Tomás, Guido y Manuel se quedaron sin palabras, mirándola como si no hubieran escuchado bien.
—¿Cómo que va a salir? —preguntó Manuel, incrédulo.
—Salió en las noticias hoy. —explicó Marizza, con un tono mezcla de tristeza y frustración.
—¿Y cómo está llevando eso? —preguntó Guido, aunque la respuesta parecía obvia.
—No lo está llevando. Está intentando evadirlo. Todo esto... —dijo, señalando las botellas vacías que se acumulaban en la mesa—. Es porque no sabe cómo enfrentarlo.
Tomás negó con la cabeza, claramente afectado.
—Ese tipo es una basura. No debería salir nunca.
—Estoy de acuerdo.—añadió Marizza, cruzándose de brazos mientras miraba hacia el sofá donde Pablo se tambaleaba, todavía con una botella en la mano.
En ese momento, Pablo subió al karaoke. Comenzó a gritar más que cantar, derramando cerveza sobre el micrófono y el piso, mientras desentonaba completamente en su intento por interpretar una canción.
—¡Vamos a cantar! —gritó, balanceándose peligrosamente.
Tommy y Manuel corrieron hacia él para bajarlo.
—Pablo, basta, no sigas —dijo Tommy, tomándolo del brazo.
—¡No me digas qué hacer! —gritó Pablo, empujándolo levemente, pero lo suficiente para que todos se quedaran quietos, observándolo con preocupación.
Finalmente, lo ayudaron a sentarse en el sofá. Tomás se inclinó hacia él.
—¿Qué te pasa, hermano? No sos vos cuando estás así.
Pablo bajó la mirada, confundido entre la rabia y el dolor.
—Nada, estoy bien. Solo... quiero ir al boliche. Vamos, ¿no? —dijo, tratando de levantarse.
—No, Pablo, no podés ir así —intervino Guido con firmeza, poniendo una mano en su hombro para detenerlo.
—Guido tiene razón, tenés que calmarte —añadió Tomás.
—¡Estoy bien! ¡Déjenme! —insistió Pablo, pero su tambaleo y mirada perdida decían lo contrario.
—Pablo, por favor, quédate acá conmigo —intervino Marizza, su tono suave pero decidido.
Tomás, Guido y Manuel intercambiaron miradas, incómodos.
—Si querés, nos quedamos también.—dijo Manuel.
—Claro, esto es más importante que ir al boliche —añadió Guido.
Marizza negó con la cabeza, tratando de esbozar una sonrisa tranquilizadora.
—Gracias, chicos, de verdad, pero está bien. Yo me quedo con él. Ustedes vayan y disfruten, es su noche también.
—¿Estás segura? —preguntó Tomás, todavía con un atisbo de duda.
—Sí, yo me encargo —respondió Marizza, mirando a Pablo con ternura pero también con firmeza.
Los chicos dudaron unos instantes más, pero finalmente aceptaron. Manuel le dio una palmada en el hombro a Pablo antes de irse.
—Cuídate, loco. Y escuchá a Marizza.
A pesar de todo, Pablo no protesto, se quedó en el sofá mientras veía a todos sus amigos yéndose. Marizza les dijo a Mia y Lujan que le contaran a Sonia lo que ha pasado y que por eso iba a quedarse con él.
El sonido de la puerta cerrándose y las risas de los demás alejándose por el pasillo dejaron a Marizza y Pablo solos en la sala. La atmósfera estaba cargada de una mezcla de incomodidad y tristeza. Marizza tomó aire, preparándose para lo que sabía que sería una noche larga y emocionalmente desgastante.
*++***
Marizza ayudó a Pablo a ir a la habitación para que se estirara, el silencio entre ellos era casi tangible. La habitación, normalmente llena de risas y ruido, ahora estaba sumida en un silencio denso, casi opresivo, solo interrumpido por los suaves suspiros de Pablo. Marizza lo observaba, acariciando su cabello, tratando de encontrar consuelo en su presencia. Pero en su rostro se reflejaba la misma tristeza que Pablo llevaba consigo, como un peso invisible que los envolvía a ambos.
Marizza sentía una ligera presión en el pecho, el nudo que siempre venía cuando la angustia se instalaba en su corazón. Con cada respiración de Pablo, ella también sentía un eco en su propio cuerpo. Después de un rato, Pablo abrió los ojos, pero su mirada estaba distante, perdida en un rincón oscuro de sus pensamientos.
—Marizza... —su voz salió temblorosa, como si cada palabra le costara más de lo que podía soportar—. Lo siento... arruiné tu fiesta.
—Pablo... no digas eso —dijo ella, bajando la mirada mientras jugaba con un mechón de su cabello—. Sabés que no me importa la fiesta. Lo que no me gusta es verte así.
—Lo sé... pero no puedo evitarlo —respondió él, haciendo una pausa mientras intentaba enfocar su mirada en ella—. Yo ahora estaba bien. Te tenía a vos, a mi mamá... la recuperé. Y ahora... ahora él va a salir libre.
Marizza lo miró, viendo el miedo que se reflejaba en sus ojos.
—No es seguro, Pablí. No sabemos qué va a pasar —intentó tranquilizarlo, pero sabía que sus palabras no eran suficientes.
—No quiero volver a perderte. Ni a vos ni a mi mamá —continuó él, su voz quebrándose. Se llevó las manos a la cara, tratando de contener las lágrimas—. Sé que si él está fuera... todo se pudre. Siempre pasa.
Marizza tomó sus manos, apartándolas suavemente de su rostro.
—No me vas a perder, Pablo. Estoy acá, con vos —le dijo, acariciando su rostro con ternura.
Pablo la miró con los ojos llenos de lágrimas, y su voz salió cargada de dolor:
—¿Sabés lo que se siente...? Sentir que mi viejo nunca me quiso. Que nunca me miró como un hijo. Siempre pensé que, si hacía lo que él quería, tal vez... tal vez podría ser diferente. Pero no lo fue. Y ahora siento que va a arruinar mi vida de nuevo. Que me va a quitar todo lo que amo. No quiero perderte, Marizza. No quiero perder a mi mamá.
—No lo vas a perder todo, Pablo. No voy a dejar que pase.
—Te amo tanto, Marizza... —dijo de repente, interrumpiéndola. Su voz temblaba, y sus palabras salían atropelladas—. No sé si alguna vez te lo dije de verdad, pero sos lo mejor que me pasó. Lo único bueno que tengo. Sin vos, no sé quién soy. No sé qué haría.
Marizza sintió cómo su corazón se encogía al escucharlo, viendo el peso de su dolor.
—Pablo... —susurró, sin saber qué más decir.
—Cuando estoy con vos, siento que todo puede estar bien. Que no importa lo que pase, porque estás acá. Me haces sentir que puedo ser alguien mejor, que puedo dejar todo lo malo atrás. Pero tengo tanto miedo... —continuó, su voz rompiéndose—. Miedo de que te canses de mí. De que te des cuenta de que no soy suficiente para vos.
—¿Cómo podés pensar eso? —preguntó Marizza, con la voz teñida de emoción—. Sos todo para mí, Pablo. Nunca lo dudes.
—Porque vos sos increíble —respondió él, mirándola con una mezcla de adoración y tristeza—. Sos fuerte, tan valiente, sos hermosa, sos inteligente. Y yo... yo solo estoy roto. Tengo tanto lío en la cabeza... No sé qué harías conmigo. No entiendo por qué me querés.
Marizza le tomó el rostro con ambas manos, obligándolo a mirarla a los ojos.
—Porque te amo, Pablo. Con todo lo que sos. Con tus partes rotas, con tus miedos, y porque sos más valiente de lo que crees. Te amo por cómo me mirás, por cómo me cuidás, por cómo me hacés sentir. No te atrevas a pensar que no sos suficiente, porque lo sos. Más que suficiente.
Pablo dejó escapar un sollozo y la abrazó con fuerza, como si temiera que ella pudiera desvanecerse.
—No me dejes, Marizza. No podría soportarlo. Sos lo único que me mantiene de pie.
Ella le devolvió el abrazo, rodeándolo con sus brazos como si pudiera protegerlo de todo el dolor que lo atormentaba.
—No voy a irme a ningún lado, Pablo. Nunca.
Después de un rato, Pablo se separó ligeramente de ella, y con una sonrisa triste, intentó bromear:
—¿Sabés qué quiero ahora? Quiero hacer el amor con vos. Hazme olvidar todo esto, Marizza.
Marizza rió suavemente, acariciándole el cabello.
—Amor, me encantaría, pero no estás en condiciones. Ni siquiera creo que puedas mantenerte despierto. Mañana, cuando estés mejor, prometo que vamos a hacer lo que quieras.
—¿Me lo prometés? —preguntó él, casi como un niño pequeño buscando consuelo.
—Te lo prometo —respondió ella, besándole la frente.
—Nunca me olvidaría de hacer el amor con vos... —murmuró él, su voz apagándose a medida que el sueño lo vencía—. Amo cómo sos, amo tu cuerpo, amo verte cuando te corres, amo tus gemidos... tan hermosa. Sos hermosa, ¿lo sabés?
—Dale, ahora dormí, Pablí.
Antes de que se quedara completamente dormido, Pablo murmuró una última cosa, con los ojos apenas abiertos:
—Te amo muchísimo, Marizza... más de lo que jamás te voy a poder explicar.
—Yo también te amo, Pablo —respondió ella, mientras lo veía quedarse profundamente dormido.
El suave murmullo de la lluvia contra la ventana llenó el silencio que dejó Pablo, y Marizza se quedó junto a él, acariciando su cabello. Sabía que no podía solucionar todos sus problemas, pero en ese momento, lo único que importaba era que estuvieran juntos.
Poco después, Marizza también se quedó dormida, pero cuando despertó a la mañana siguiente, se encontró con que Pablo la tenía abrazada. Estaba profundamente dormido, su respiración tranquila, como si por fin hubiera encontrado algo de consuelo. Marizza, aún medio adormilada, se quedó un momento observándolo, sintiendo una mezcla de ternura y preocupación. No quería moverse demasiado y despertarlo, pero necesitaba ir al baño.
Se levantó con cuidado, procurando no hacer ruido, y fue al baño. La habitación estaba sumida en un silencio tranquilo, y al caminar por el pasillo, una sensación extraña le invadió. Se sentó en el váter, frotándose las sienes, con la mente nublada por todo lo que había sucedido en las últimas horas. De repente, esa sensación en su estómago, un leve mareo que no podía identificar del todo, la hizo sentirse incómoda.
"Debe ser el estrés o mi periodo que está a punto de venir", pensó, mientras se concentraba en la extraña sensación que aún la acompañaba.
Se levantó, se miró al espejo antes de limpiar la cara. Cuando de repente, como si se le cayera la ficha, su mente hizo el cálculo y, de repente, lo comprendió. ¿Mi periodo?
Miró hacia el lavabo, confundida, mientras la preocupación comenzaba a crecer en su pecho. ¿Hace cuánto que no me llega? Se pasó una mano por la frente, tratando de recordar la última vez que tuvo el ciclo. Pensó que no podía ser, que tal vez estaba sobrepensando las cosas, pero no. Estaba segura.
Llevaba un retraso de varios días.
Al regresar a la habitación, miró a Pablo, que seguía dormido, ajeno a su tormenta interna. Fue hacia su bolso donde guardaba su agenda y entonces rebuscó en el calendario.
Y sus peores pesadillas se confirmaron.
5 días de retraso.