Capítulo 16
13 de septiembre de 2025, 16:42
Al día siguiente, las cosas no comenzaron bien para la pareja. Marizza fue retada por Sonia por no haber dormido en casa, mientras que Pablo recibió la noticia de que, por haber rechazado hacer el proyecto de historia con Jimena, tendría que realizar una prueba individual. A regañadientes, decidió quedarse en su apartamento para estudiar. Marizza, queriendo estar cerca de él, lo acompañó mientras hacía las tareas que tenía pendientes, que eran bastantes.
El salón estaba en silencio, salvo por el suave sonido de las hojas de los apuntes al pasar y el rasgueo del bolígrafo de Pablo mientras anotaba algo en su cuaderno. La luz cálida de la lámpara caía sobre ambos. Aunque él parecía absorto en lo que hacía, Marizza no podía evitar mirarlo con una mezcla de diversión. Sin embargo, tras varias horas de estudio, Marizza alcanzó su límite de paciencia.
Se sentó en el suelo, dejando escapar un suspiro que llamó la atención de Pablo. Él levantó la vista apenas un segundo antes de volver a concentrarse en sus notas.
—¿Qué onda? ¿Qué te pasa ahora? —preguntó sin levantar del todo la cabeza, como si temiera que mirarla fuera suficiente para distraerse.
—Nada... pero, posta, llevamos horas acá encerrados. Ya no doy más. —dijo Marizza, acercándose a él, con un tono meloso que sabía que él encontraba irresistible.
Él murmuró algo, tratando de ignorarla, pero Marizza sabía lo que hacía. Se acercó lentamente, el aire entre ellos cargado de tensión. Los primeros besos sobre su cuello fueron suaves, casi tímidos, como si Marizza quisiera medir la reacción de Pablo, saber cuán cerca podía estar de deshacer su autocontrol. Cuando sus labios robaron un beso detrás de su oreja, Pablo cerró los ojos un segundo, luchando por no ceder. Marizza lo sabía, podía sentir cómo sus esfuerzos por mantener la compostura eran cada vez más débiles.
Ella lo miraba, disfrutando del control que había tomado sin que él lo notara. Cada beso que le daba parecía desarmarlo un poco más. El pequeño temblor de su cuello, la forma en que él jadeaba levemente sin querer, todo le decía a Marizza que estaba ganando esa batalla.
Cuando él jadeó, llena de deseo pero intentando mantener la firmeza, Marizza sonrió para sí misma. No era solo que le gustara provocarlo, sino que entendía la fragilidad que Pablo mostraba en esos momentos.
—Marizza... —su voz vibraba con un tono bajo, como si le suplicara que se detuviera, aunque sus labios seguían buscando el contacto con los suyos.
Pero Marizza no se detuvo. Era un juego, y estaba decidida a ganar. Los besos sobre su piel se intensificaron, cada uno más demandante que el anterior, con una suavidad que se deshacía en la presión de sus labios sobre la piel de Pablo. Lo veía cerrar los ojos, luchando por concentrarse en sus estudios, pero era inútil. Todo en él mostraba que estaba perdiendo la batalla. Esa fue la parte que más disfrutaba Marizza: ver cómo Pablo se derrumbaba poco a poco bajo su toque.
Cuando sus labios llegaron al lóbulo de su oreja, se detuvo un segundo, dejando que el aliento caliente de ella lo recorriera antes de presionar un beso suave. Ahí, en ese pequeño momento, fue cuando vio la lucha interna de Pablo, ese instante en que todo en él deseaba ceder, pero su autocontrol intentaba mantenerlo a raya.
—Ahora no es el momento... —dijo él, pero no con la firmeza que esperaba. Su voz sonó más baja, como una súplica que no quería admitir.
Marizza sonrió, esa sonrisa traviesa que sabía que lo desarmaba, y le miró fijamente. La mirada de Pablo, por un segundo, dejó escapar una pizca de duda, como si se sintiera perdido en la forma en que ella lo miraba, como si tuviera el control absoluto sobre él. Y a ella le encantaba, disfrutaba con cada pequeño gesto que él hacía, cada vez que cedía a su juego.
Ella lo sabía. No necesitaba que él lo dijera. Sus miradas lo decían todo, pero cuando intentó acercarse más, él se echó para atrás, separándose de ella. Fue un movimiento sutil, casi imperceptible, pero lo suficientemente claro para Marizza. Sus ojos se entrecerraron, y por primera vez en mucho tiempo, la sensación de rechazo la golpeó con fuerza.
Su rostro, antes lleno de diversión, se congeló por un segundo, y su mirada buscó la de Pablo, como si intentara encontrar algún indicio de que estaba jugando. Pero no lo encontró. Él se había alejado de ella, y sus ojos, que siempre brillaban con complicidad, ahora se veían distraídos, como si su mente estuviera en otro lugar. Marizza se detuvo, incapaz de ocultar la sombra de decepción que cruzó su rostro. Fue un rechazo claro, algo más que una simple resistencia: era la confirmación de que, en ese momento, Pablo realmente no quería ceder.
Pablo notó el cambio en su expresión y suspiró, bajando la voz mientras intentaba explicar:
—De verdad, Marizza. Necesito aprobar este examen. Es re importante y no me puedo mandar ninguna cagada. —dijo con sinceridad, acariciando su mejilla. Luego, esbozó esa sonrisa cómplice que siempre lograba derretir las tensiones entre ellos—. Pero te prometo algo: cuando me sepa todo, voy a ser completamente tuyo. Para hacer lo que quieras, donde quieras. ¿Te parece?
Marizza parpadeó, procesando sus palabras, y no pudo evitar que una sonrisa pícara curvara sus labios. Sabía que tenía razón, pero esa promesa, dicha en un tono tan insinuante, le hizo olvidar momentáneamente su rechazo.
—Dale, te doy un poco de chance. —concedió, cruzando los brazos mientras lo miraba con fingido enfado—. Pero ojo, ¿eh? Más te vale cumplir después.
—Siempre cumplo mis promesas —respondió él con un guiño, volviendo a sus apuntes.
—Aunque me sorprende que Pablo Bustamante quiera estudiar antes que curtir.
Pablo apartó la mirada de sus papeles y la observó, arqueando una ceja.
—Ni loco elegiría estudiar antes que hacer el amor con vos... —dijo Pablo con seriedad. Sus ojos se encontraron con los de Marizza, y en ese instante, la intensidad de su mirada hizo que el corazón de ella diera un pequeño salto. Continuó—: Pero necesito aprobar esta materia, en serio.
Marizza se quedó mirándolo, su sonrisa desvaneciéndose lentamente. Esas palabras, hacer el amor, resonaron en su mente. La frase había salido de manera casual, como si fuera lo más natural del mundo, pero para ella tuvo un peso completamente distinto. No era la primera vez que lo decía. Hacer el amor con vos. No era simplemente la forma en la que lo dijo, sino lo que implicaba. Ella sabía que Pablo no se daba cuenta del significado que esas palabras podían tener, pero para Marizza lo decían todo.
"¿Cuándo dejó de ser el chico mujeriego que veía a las chicas como un juego y empezó a hablar como alguien que realmente le importaba?", pensó Marizza mientras lo observaba. Había algo profundo en esa frase, algo que él parecía ignorar por completo.
—Me encanta lo que decís, pero igual no entiendo cómo podés resistirte a esto —dijo, señalándose a sí misma con un gesto teatral y siguiendo el juego.
Pablo dejó escapar una risa suave, apoyando los codos sobre sus rodillas mientras se inclinaba hacia ella.
—¿Resistirme a vos? No tenés idea de lo difícil que es. Pero el problema es que, cuando empiezo, no puedo parar.
El tono bajo y serio con el que lo dijo la dejó sin palabras durante un segundo, pero pronto esa chispa traviesa que siempre la caracterizaba volvió a aparecer.
—¿Y desde cuándo eso fue un problema? —provocó, inclinándose hacia él con la mirada desafiante.
Pablo se acercó lo suficiente como para que sus rostros casi se tocaran. Ella creyó que iba a besarla, pero en lugar de eso, él tomó su rostro entre las manos y le dio un beso rápido en la frente antes de apartarse.
—Tiene de malo que después me vas a sarmonear si saco un uno —bromeó, volviendo a su cuaderno antes de que ella pudiera protestar.
Marizza lo miró boquiabierta, como si no pudiera creer lo que acababa de hacer. Se quedó en silencio por unos segundos antes de empezar a reírse, sacudiendo la cabeza mientras lo observaba.
—Sos un idiota, Pablo Bustamante —dijo entre risas, lanzándole un cojín que él esquivó por poco.
Pablo la miró desde detrás de su cuaderno, con una sonrisa ladeada.
—El problema no soy yo, Marizza Andrade. El problema sos vos, que tenés un talento innato para distraerme... con tus juegos, tus bromas y toda vos, que no me dejan concentrarme ni dos minutos. Y lo peor es que lo sabés.
Aunque intentaron mantener el aire serio, ambos terminaron riendo.
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Las horas pasaron lentamente, y ya era de noche, y aunque Pablo seguía concentrado, era evidente que empezaba a cansarse. Sus respuestas eran más lentas, sus anotaciones menos entendibles. Marizza, que lo había estado observando en silencio, notó cómo se frotaba los ojos y pasaba la mano por su cabello, frustrado.
—No doy más —murmuró él, dejando caer el bolígrafo.
Marizza sonrió, viendo la oportunidad perfecta para intervenir. Se inclinó hacia él, su rostro lleno de esa picardía que tanto la caracterizaba.
—¿Sabés cuál es tu problema? —preguntó, apoyando el mentón en su mano mientras lo miraba fijamente.
—A ver, sorpréndeme —respondió Pablo, agotado pero también curioso.
—Que esto es demasiado aburrido. Necesitás algo que te motive de verdad.
Él arqueó una ceja, sospechando que se traía algo entre manos.
—¿Y qué proponés?
Marizza se enderezó, su sonrisa ensanchándose mientras cruzaba las piernas con coquetería.
—Un juego. Por cada pregunta que aciertes, me quito una prenda.
Pablo la miró fijamente, su mente intentando procesar lo que acababa de escuchar. Por un momento, pensó que había entendido mal, pero el brillo en los ojos de Marizza no dejaba lugar a dudas.
—¿Qué? —preguntó, como si necesitara confirmación.
—Lo que escuchaste. Si acertás, yo me quito algo. Pero, si fallás... —hizo una pausa, disfrutando del suspenso—, tendrás que quitarte una vos. ¿Aceptás?
Pablo se quedó callado, debatiéndose internamente. Sabía que lo correcto sería decir que no, que necesitaba concentrarse en el estudio. Pero al mismo tiempo, la idea de mezclar un poco de diversión con el esfuerzo no sonaba tan mal. Además, ¿cómo podía decirle que no a Marizza cuando lo miraba de esa manera?
Pablo la miró de arriba abajo, a su cuerpo mientras se mordía el labio.
—Está bien, acepto. Pero que conste que solo estoy estudiando. No hay otra intención en esto...—advirtió, señalándola con el bolígrafo.
—Obvio, solo estamos estudiando —dijo ella, con la mirada llena de picardía mientras agarraba uno de los libros.
Marizza se acomodó frente a él en el filo del sofá, como si estuviera a punto de tomarle un examen.
—Primera pregunta. ¿En qué año se declaró la independencia de Argentina?
—1816 —respondió él con seguridad.
—Muy bien. —Marizza se inclinó y, con toda la calma del mundo, se sacó una de las zapatillas. La dejó caer al suelo con un gesto exagerado y volvió a sentarse—. Sigamos.
—Eso ni cuenta como prenda —protestó él, riendo entre dientes.
—Ah, bueno, ¿querés que empiece con ropa más importante? Eso depende de vos. Acertá las demás preguntas.
-Sos una tramposa.
- Shhh, - le mandó callar Pablo, antes de continuar-, segunda pregunta: ¿quién fue el primer presidente de Argentina?
Pablo sonrió con confianza.
—Bernardino Rivadavia.
—Correcto. —Esta vez, Marizza se sacó la otra zapatilla, asegurándose de que el movimiento fuera lo suficientemente lento como para que él no pudiera apartar la vista. - Siguiente pregunta: ¿quién fue el autor del Himno Nacional Argentino?
Pablo arqueó una ceja, seguro de su respuesta.
—Vicente López y Planes.
—Correctísimo. —Esta vez, Marizza se quitó ambas medias, dejando caer los pies descalzos sobre el suelo. Luego los movió un poco, estirándose como si fuera la cosa más natural del mundo—. Vamos bien, pero cuidado, se viene una más difícil.
—¿Difícil? Dale, tírame la que quieras —dijo él, confiado mientras se recostaba en el sofá mirándola con picardía a sus pechos. Se moría por verla sin ropa y su espíritu competitivo le hacia no querer fallar ni una pregunta y que fuera ella quien perdiera la ropa.
Marizza, sintió la mirada de su novio en su cuerpo, y sintió el familiar deseo en su estómago. Y es que después de tantas que veces que habían tenido relaciones, ya sabía cuando Pablo la estaba devorando con sus miradas. Ella trato de ignorar su mirada, no sin antes dar una rápida mirada a su cuerpo, a sus vaqueros para verle, e intuyó como su erección se empezaba a formar. Le hacía sentir tan deseada que Pablo se excitará de esa forma por ella. Ella decidió ignorar esto y tomó uno de los libros y fingió buscar algo complicado, aunque ya tenía la pregunta preparada.
—¿Qué batalla fue clave para la victoria del Ejército de los Andes en la campaña libertadora? – Preguntó al fin.
Pablo, con una mirada y sonrisa de suficiencia, respondió.
—Batalla de Chacabuco.
Marizza hizo un gesto de aprobación, pero esta vez no se movió enseguida.
—Perfecto, pero ahora creo que te merecés algo más interesante, ¿no? —murmuró, llevándose las manos al cuello de la campera vaquera que tenía puesta. Lentamente, comenzó a deslizarla por sus hombros, revelando la camiseta ajustada que llevaba debajo. Cuando finalmente dejó caer la prenda al suelo, le dedicó una mirada cargada de picardía—. ¿Así está mejor?
Pablo carraspeó, moviéndose incómodo en su lugar. Mientras la mirada se paso por el cuerpo de su novia, ese que había visto en diferentes ocasiones desnuda pero que le volvía loco. Empezó a sentir como la erección se apretaba en sus pantalones y aún no estaba desnuda.
—No me estás ayudando a concentrarme, Marizza.
—Ese no es mi problema, ¿no? Vos aceptaste jugar —respondió ella, encogiéndose de hombros con malicia, antes de pasar a la siguiente pregunta—. Vamos con otra. ¿Quién redactó el Estatuto Provisional del Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1815?
Pablo frunció el ceño.
—Eh... ¿Artigas?
Marizza chasqueó la lengua.
—¡No! Fue Carlos María de Alvear. —Su sonrisa se ensanchó mientras lo señalaba con un dedo—. Te toca.
Pablo suspiró, pero no podía evitar reírse de la satisfacción en el rostro de Marizza. Se quitó la camiseta de manera rápida, sin darle tiempo a disfrutarlo demasiado.
—Ah, no, no, no. Así no es la cosa. Si yo me tomo mi tiempo, vos también tenés que hacerlo —protestó ella, apoyando una mano en su cadera.
—No pienso hacer un desfile —respondió él, divertido.
—Veremos si seguís tan seguro más adelante. Vamos con otra.
Marizza se inclinó hacia él, sosteniendo el libro en una mano mientras jugaba con un mechón de su cabello con la otra.
—¿Qué presidente argentino sancionó la Ley Sáenz Peña del voto secreto y obligatorio?
—Roque Sáenz Peña, fácil.
—Muy bien.
Marizza llevó sus manos al borde inferior de su camiseta y tiró lentamente hacia arriba, revelando primero su cintura, luego su abdomen, hasta que finalmente la prenda quedó en el suelo. Su nuevo corpiño negro de encaje hacía resaltar sus pequeños, pero tan perfectos senos. Marizza respiró profundamente cuando vio la mirada de él centrándose en sus pechos y se lamió los labios.
—¿Vos estás segura de que esto me está ayudando a estudiar? —preguntó él, tragando saliva.
—Obvio, porque te estás concentrando en no fallar. Si querés que yo siga perdiendo ropa, vas a tener que demostrar cuánto sabés de historia.
Pablo negó con la cabeza, frustrado, pero con una sonrisa. Estaba disfrutando de este jodido juego.
—Ok, dale. Seguimos. –Instó Pablo a continuar.
—¿Cómo se llamó el tratado que firmaron las provincias argentinas en 1852 para reorganizar el país después de la caída de Rosas?
Pablo dudó un momento, frunciendo el ceño mientras pensaba.
—Eh... ¿El Tratado de San Nicolás?
—¡Correcto! —dijo ella, quizá con demasiado entusiasmo.
Se levantó y Pablo le siguió con la mirada, cuando ella se giró sobre sí misma, dándole la espalda y quedando su culo a la altura de sus ojos. Luego miró hacia él por encima del hombro—. ¿Ves? Estás en racha.
Pablo no pudo evitar soltar una carcajada nerviosa mientras observaba como Marizza se bajo la falda delante de su rostro y su cola quedo al descubierto ya que estaba utilizando una tanga.
-Dios mío, Marizza. –Suspiró pablo cuando toda la sangre disponible se fue hacia su entrepierna y los vaqueros empezaban a apretarle.
Marizza estuvo unos segundos más así, para que él disfrutará de las vistas. Ella se estaba divirtiendo demasiado con este juego, y entonces, en ese momento, sintió la mano grande él amasándole la nalga derecha.
Marizza se giró rápidamente.
-No, -dijo ella con tono insinuante- está terminantemente prohibido tocar... al menos de momento. Cuando me quede sin ropa entonces me podrás tocar.
Pablo soltó un gruñido de frustración.
- Me estás matando. – dijo él - Ok, seguí preguntando, pero te advierto que no pienso perder.
—Ah, ¿no? – Dijo con un tono insinuante y entonces, Marizza supo que tenía que ponérselo difícil. Volvió la mirada libro y busco otra pregunta. - Bueno, veamos. ¿Qué figura histórica lideró el Éxodo Jujeño?
Pablo sonrió, confiado.
—Manuel Belgrano.
Marizza lo aplaudió lentamente,
—Muy bien, muy bien.
Marizza con la mirada fija en él, llevó sus manos hacia el tirante del corpiño se lo bajo se sonrojó cuando llegó a su espalda y desabrochó su sostén, sintiendo caer de sus hombros mientras ella lo sacó de su cuerpo.
-Puff, Marizza. - susurró en voz baja, mientras Marizza sintió que sus pezones se endurecen instantáneamente bajo una combinación de aire frío y la mirada intensa de Pablo.- Eres perfecta.
Marizza suspiró excitada, mientras él se lamio los labios sin dejarla de mirar. Ella se raspeó la garganta.
—Continuamos... Ahora, sí que se viene lo difícil. No te lo voy a poner fácil. Prestá atención, porque si acertás... ya sabés lo que toca. – Marizza vio como Pablo dirigió la mirada a la última prenda, que tapaba su cuerpo. Que, dicho sea de paso, la tanga apenas le tapaba gran cosa.
-Te aseguro que voy a hacer quitarte la última prenda.
Marizza se rio y buscó la última pregunta mientras Pablo la observaba y se daba un apretón en su entrepierna por encima de sus vaqueros buscando algo de alivio.
-¿Cuál fue el tratado que puso fin a la guerra entre España y las Provincias Unidas del Río de la Plata en 1820?
Pablo frunció el ceño, inseguro.—¿El Tratado de Madrid? —aventuró.
Marizza negó lentamente con la cabeza, una sonrisa de triunfo iluminando su rostro.—¡No! Fue el Tratado del Pilar. —Se cruzó de brazos, mirándolo con satisfacción—. Ya sabés lo que tenés que hacer.
Pablo suspiró teatralmente, aunque no pudo evitar reírse de la situación. Se puso de pie y llevó las manos al botón de sus pantalones, desabrochándolos con calma. Su erección se marcaba bajo los boxers.—¿Así está bien o querés que haga un show como vos? —bromeó.
Marizza lo observaba con los brazos aún cruzados bajo sus senos desnudos, disfrutando cada segundo.—Tomate tu tiempo, amor, nadie te apura.
Pablo se deslizó los pantalones por las caderas hasta que cayeron al suelo, dejándolo en ropa interior y el bulto enorme en ellos. Cuando volvió a sentarse, sintió la mirada fija de Marizza recorriéndolo.
—¿Contenta? —preguntó, arqueando una ceja.
—No, quiero verte sin nada. —Ella le guiñó un ojo, inclinándose hacia él con una picardía evidente—. Aunque esto se está poniendo cada vez más interesante, ¿no te parece?
Pablo rió, ya completamente atrapado en el juego.—Solo si me hacés preguntas fáciles a partir de ahora.
Marizza negó con la cabeza, con una risa traviesa.—Ni en tus sueños, Pablito. Vamos con otra.
Marizza se quedó mirándolo fijamente, disfrutando de cómo el juego empezaba a ponerse más intenso. Con el libro aún en la mano, fingió buscar una pregunta más complicada, aunque ya tenía una en mente.
—Ok, prestá atención. Si fallás esta, no sé si vas a poder concentrarte después. —Hizo una pausa dramática antes de continuar—. ¿Qué provincia fue la última en incorporarse a la República Argentina?
Pablo frunció el ceño, claramente dudando. Se mordió el labio inferior mientras pensaba, pero el silencio de Marizza, expectante, lo ponía nervioso.
—¿Tierra del Fuego? —aventuró finalmente.
Marizza abrió mucho los ojos, fingiendo sorpresa, y luego negó con un gesto exagerado.—¡No! Fue Jujuy, en 1834. —Su sonrisa se ensanchó mientras se inclinaba hacia él—. Hora de pagar, Pablito.
Pablo dejó escapar una carcajada nerviosa, pasándose una mano por el cabello. Sabía lo que venía y no podía evitar sentirse expuesto, pero el brillo en los ojos de Marizza hacía que todo valiera la pena.
-No se vale, lo estás haciendo a posta para que pierda. –Dijo enfurruñado.
-Si no querés seguir, podés rendirte. – le propuso ella.
—Ni loco.
—Dale, quítate lo que te queda... —Le exigió Marizza, mientras lo vio levantarse y con sonrisa resignada, metió los pulgares en el elástico de su bóxer, dejándolos caer y entonces la erección complemente dura quedo libre.
Marizza le miró y se mordió el labio.
-Dale, seguí preguntando. —Pablo estaba completamente metido en el juego ahora, decidido a no perder más terreno. -Pero te aviso que, si te quitas este juego se termina acá.
Marizza rió suavemente, inclinándose para susurrarle al oído.—Ni lo sueñes, Pablito. El juego se acaba cuando lo dijo yo.
Pablo negó con la cabeza y sabía que realmente ella tenia el control. Como siempre. Marizza tomó aire, adoptando una expresión pensativa mientras hojeaba el libro con exageración.—Ok, a ver esta... ¿Qué figura política firmó el Pacto Federal en 1831?
Pablo sonrió, esta vez confiado.—Juan Manuel de Rosas.
Marizza chasqueó los dedos, claramente insatisfecha.—Correcto. Muy bien, entonces me toca.
Se puso de pie y, sin prisa, bajó lentamente los tirantes de la tanga que llevaba, dejando que se deslizara por sus piernas con sensualidad. Cuando quedó completamente desnuda, levantó la vista hacia él, sus ojos chispeando con picardía.
Pablo la observó e iba a sentarse cuando él le impidió hacerlo.
-Espera... Sólo ... quédate allí por un segundo. - Se echó hacia atrás en su asiento un poco, mientras sostenía la mirada en su raja brillante, húmeda, con la boca ligeramente abierta. -Abre las piernas más- pidió con amabilidad, y Marizza lo hizo, sintiendo como se excitaba – Quiero comerte-, dijo Pablo.
Marizza se quedó allí, de pie respirando con dificultad, mientras los ojos de Pablo no dejaban de mirarle haciendo que su humedad brotaran de ella.
-P-pablo...-, respondió ella, con la garganta apretada incapaz de articular palabras.
Él se adelantó, pasó el dedo hasta el centro de su raja separando, recogiendo algo de su excitación en su dedo. Pablo gimió al sentir su humedad y acarició la punta de los dedos contra su clítoris.
Marizza gimió ante la sensación, sintiendo tan excitada, que sacando fuerzas de no sabe donde se separó de su mano, apretó las piernas juntas y se sentó. Pablo llevó el dedo a los labios y lo chupó, frunciendo el ceño con frustración, Marizza pasando la cara con las manos, tratando de ver la página en frente de ella.
Pablo tragó saliva, intentando mantener la compostura, pero su mirada traicionó sus pensamientos mientras recorría el cuerpo de Marizza. El ambiente ya era de pura lujuria, y aunque ambos sabían que estaban jugando, también sabían que estaban cruzando una línea que haría difícil concentrarse en los estudios nuevamente.
—¿Seguimos con las preguntas o...? —Marizza dejó la frase en el aire, desafiándolo con la mirada.
Pablo sonrió, sacudiendo la cabeza mientras se inclinaba hacia ella.—Dale, preguntá.
Pablo respiró hondo, intentando mantener la concentración, pero la presencia de Marizza completamente desnuda frente a él hacía que su autocontrol pendiera de un hilo. Ella se acomodó frente a él y vio su erección fuerte a escasos centímetros de ella y como él se acarició a sí mismo para aliviar un poco la tensión.
—Bien, siguiente pregunta. —Marizza tomó el libro y fingió leer algo importante, aunque sus ojos no se apartaban de Pablo ni un segundo—. ¿Cuál fue la batalla decisiva para consolidar la independencia en el norte de Argentina?
Pablo frunció el ceño, su mente trabajando a toda velocidad. Por un lado, quería acertar para ganar el juego; por otro, no estaba seguro de cuánto más podía soportar antes de rendirse por completo a las provocaciones de Marizza.
—¿Batalla de Tucumán? —respondió, con un tono de duda en su voz.
Marizza ladeó la cabeza, disfrutando del momento.—¡No, Pablito! Fue la Batalla de Salta.
—¡Ay, dale! Es casi lo mismo. —Pablo soltó una carcajada nerviosa, pero la mirada triunfante de Marizza lo detuvo.
—"Casi" no cuenta.
—Esta bien, pero ya no hay prendas. ¿Y ahora qué? —preguntó, cruzándose de brazos con una sonrisa.
Marizza recorrió su cuerpo con la mirada, mordiéndose ligeramente el labio inferior.—Vamos a cambiar las reglas un poquito.
—¿Qué querés decir?
Ella se inclinó hacia adelante, acercándose tanto que sus labios casi rozaron los de él. Su voz bajó a un susurro.—A partir de ahora cada acierto, me podés tocar solo una parte del cuerpo. Pero solo con una parte del cuerpo. ¿Entendés?
Pablo arqueó una ceja, claramente intrigado.—¿Y si fallo como ahora?
-Si fallas-, Marizza miro hacia su erección, - te tocaré yo.
-Esta bien, te toca entonces.
Para decepción de Pablo, quien necesitaba que le tocaran en otras partes, Marizza se inclinó y empezó a besar suavemente su cuello. Pablo gimió cuando ella pasó la lengua en su cuello.
De repente, Marizza se alejó de él, para seguir preguntando. Marizza tomó aire, adoptando una expresión más seria, como si realmente estuviera evaluando qué pregunta sería la indicada.—Continuemos. ¿Qué fecha marcó la llegada de José de San Martín al territorio de Mendoza para organizar el Ejército de los Andes?
Pablo se quedó pensativo, mordiéndose el labio. Era una pregunta complicada, y lo sabía. Y tenia que acertar si quiera tocar el cuerpo tan hermoso de su novia.
—Eh... ¿1816?
Marizza soltó una carcajada, divertida y claramente satisfecha.—¡Si! Fue en 1816.
-Ahora puedo tocarte. -Preguntó él para asegurarse. Ella asintió.
Antes de que pudiera decir nada más, su boca fue directamente a su pezón derecho. Marizza gimió al sentir sus labios contra su cuerpo. Pablo succionó suavemente y lamió su pezón. Ella le miró y estuvo a punto de saltarse sus propias reglas, y tuvo el impulso de llevar sus manos a su erección y tocarle. Pablo cambio de pecho y dedicó la atención al otro.
-Podría pasarme todo el día haciendo esto. –Susurró él, mientras pasaba la lengua por su pezón.
Marizza se dejó caer contra el sofá disfrutando de las atenciones de Pablo, hasta que de mala gana, ella le separó.
-P-para Pablo. –Susurró ella, aunque tuvo que decírselo un par de veces más, antes de que finalmente se apartará de mala gana.
Pablo estaba suspirando fuertemente que estaba jadeando cuando Marizza siguió preguntando.
—¿Qué día exacto se formó la Primera Junta durante la Revolución de Mayo?
-Mierda, lo sé. – Dijo Pablo mientras se obligó a concentrase, necesitaba volver a acariciar a Marizza, aunque ya tenía pensando otra cosa. –lo acabo de estudiar.
Marizza sonrió mientras le observaba.
-¿25 de mayo de no sé qué año... de 1810? – pregunto finalmente. Marizza estaba tan excitada mirando a su novio que tuvo que volver a revisar el libro.
-Sí. ¡Pablo!
De nuevo, antes de que pudiera decir nada, Pablo se adelantó, agarró su muñeca y la instó a levantarse, Marizza estaba confundida.
-Pon tu pierna acá.
Marizza se quedó sin aliento, cuando le obligo a poner su pierna encima del sofá quedando su centro completamente abierto para él. Y antes de que pudiera decir nada, Pablo pasó la lengua por su centro empapado, de arriba abajo. Marizza le observó y sus miradas deseosas coincidieron.
-Mmmm... - gimió Marizza.
Pablo siguió pasando la lengua por su centro, mientras ella llevó sus manos a su pelo, apretandole a su cuerpo. Sus dedos se apretaron a cuero cabelludo, mientras continuo lamiéndole en su centro. Él gruño ante el placer que le estaba dando y repitió la acción, mientras revestia su lengua en la humedad.
-Oh, Pablo... - Susurró ella, cuando él empezó a explorar más de ella con su lengua y a la misma vez soltaba suaves gemidos de interés mientras le lamia sus pliegues, antes de dedicar su atención a su clítoris.
Ella gimió alto, mientras él enterraba su rostro en ella sin piedad. Marizza sintió las manos de él en sus muslos y le apretó guiandola hacia abajo para que se sentará en el sofá. Por un momento Marizza pensó que el juego había acabado, cuando él se arrodillo frente a ella y le observaba la imagen de ella con las piernas abiertas.
-Eres tan sexy. - Susurró Pablo con deseo mientras ella abrió sus piernas más amplia en respuesta.
Pablo le instó para que se acomodará algo más y llevó la mano y deslizo un dedo hacia arriba y habia abajo de su hendidura y encontró su clítoris con facilidad y comenzo a acariciarlo. Marizza gimió cuando deslizó dos dedos profundamente dentro de ella. En respuesta, levantó las caderas y llevó sus propias manos a sus pechos, mientras Pablo le empezaba a masturbar, deslizando sus dedos dentro y fuera de ella, y retorciendo sus dedos en su interior.
No tardo mucho en evitar inclinarse hacia adelante y volver a llevar su boca a su clitoris, mientras seguia deslizando sus dedos dentro y fuera de ella. Marizza gimió y se retorció, tratando de no desmayarse como Pablo comenzó a atacar su clítoris con movimientos húmedos, llevando sus dedos fuera de ella para luego chupar su humedad, antes de enterrarlos de nuevo en su interior y bombardear más duro y más profundo.
Él la estaba comiendo vorazmente, intercambiando sus dedos por su lengua, enterrandola en ella, agarrando su culo con sus manos y tirando de su cuerpo a la boca. Pablo no podia dejar de mirar su rostro, y pronto se percato que de que Marizza no iba a poder soportar por mucho tiempo más el placer. Marizza sintió una repentina escalada de tensión en su estomago, antes de que explotó todo sobre la boca y la lengua de Pablo. Él lamió toda su excitación hasta que ella comenzó a estremecerse y le hizo una seña para que se detuviera.
Marizza sintió su cuerpo inerte mientras Pablo se apartó de ella limpiando su boca con una mano.
-Uff, Pablo... -Suspiró ella, aun acomodada en el sofá. La sonrisa de picardia de él se mostraba en su rostro.
-¿Vas a continuar con las preguntas o...?
-¿En serio querés continuar? -Preguntó Marizza acomodandose en el sofá mientras su cuerpo aun temblaba por el orgasmo.
-Y obvio, no he acabado con vos. -Respondió él.
Marizza estaba segura que Pablo tras esto no iba a querer seguir jugando e iba a querer ir a la cama directamente. Pero por lo visto estaba bastante equivocada. Así que Marizza decidió jugar su juego también.
-Esta bien. Estás seguro que vas a acertar, verdad.
-Por supuesto. Seguí preguntando que quiero seguir ganando.
-Esta bien, lo que vos querrás- Dijo centrando la mirada en los libros de nuevo.
"Dale algo dificil, Marizza" Penso para si misma. Ya se acabo este juego.
-¿Qué tratado puso fin a la Guerra de la Triple Alianza en 1870?
Pablo trato de pensar, pero realmente se le estaba haciendo muy dificil, y ya no podía pensar demasiado.
-¿Tratado de Rio de Janerio?
-No. Fue Tratado de Asunción. -Susurró ella sabiendo que estaba donde ella quería.
Marizza le miró con lujuria, extendió la mano para agarrar su erección con su pequeña mano. Pablo gimió y dejó caer su cabeza contra el respaldo mientras Marizza repasó el pulgar en la punta de su pene que estaba goteando líquido y lo utilizó para lubricar la mano, comenzando a acariciar arriba y abajo de su longitud. Empezó con movimientos suaves pero firmes, tal y como había aprendido que le gustaba.
Pablo no tardó en empujar sus caderas contra su mano, mientras sus ojos se encontraron llenos de lujuria. Marizza estaba tan excitada, que no quería parar, pero de pronto Pablo agarró su muñeca.
-Tienes que para o voy a venir. - le dijo Pablo.
-Quiero hacerlo- contestó Marizza antes de continuar bombandeando su erección.
Ella sabía que el juego le exigia parar y hacer la siguietne pregunta, pero algo dentro de su interior, le impedia apartar la mano de ahí. El rostro de Pablo gimio en placer, y sabía que estaba muy cerca, mientras se dedicó a observar a su novia y dejarse llevar por el placer.
De repente vio como Marizza sin dejar de tocarle, con su otra mano busco en el libro de historia y dijo:
- ¿Cuál fue el verdadero motivo detrás del bloqueo anglo-francés al Río de la Plata en 1838-1850?
-¿Qué? - Pablo le miró confuso.
-¿Cuál fue el verdadero motivo detrás del bloqueo anglo-francés al Río de la Plata en 1838-1850? - Repitió Marizza
-¿No deberias parar de tocarme?
Marizza negó con la cabeza.
-No, solo respondeme. Voy a cambiar las reglas. Si acertás, te podes venir.
Marizza apretó su erección, mientras esperaba que él respondiera.
-¿Y si me equivoco?
-Voy a hacerlo más dificil para que no te vengas.
-Puff, no tengo ni idea ahora mismo, Marizza.
-Venga, Pablo.
-No me acuerdo... -Dijo Pablo mientras seguia acariciando su pene arriba y abajo, apretandole más fuerte.
- Defender los intereses comerciales británicos y franceses en la región....
Antes de que pudiera pensarlo dos veces, Marizza se inclino hacia adelante y cmabio la mano por la boca. Envolvio sus labios alrededor de él y lo chupo. Pablo sacudio las caderas contra su cara, mientras gemia de la sorpresa y placer a partes iguales. Llevo sus manos su pelo como Marizza movio la punta contra su lengua y se deslizo de arriba abajo en su longitud.
-Me estás matando, - gimió Pablo.
Pablo abrió los ojos para mirar la boca de Marizza se deslizaba arriba y abajo de su erección, su cara enrojecida por la excitación mientras lo chupaba como un helado. Sintió la presión en su base como un volcán en erupción, y pronto estaba gruñendo duro como él mismo se metió en la boca.
-Aún no puedes venirte... - le recordó Marizza, antes de continuar lamiendole y Pablo gruñó con frustracción.
Lo agarró con la mano y comenzó a trabajar su base, usa la otra paraacariciar sus testículos mientras se masajeaba su punta con la lengua. Se separó un momento para mirar de refilon el libro.
-¿Quién fue el líder principal de la Revolución de Mayo de 1810?
-Uff, marizza. - Se quejo Pablo, justo cuando Marizza deslizó su lengua arriba y abajo de su longitud por varios más, antes deregresar a su aspiración profunda. Pablo luchó para pensar, sino que toda lasangre de su cerebro se había precipitado hacia el sur. -¿Cornelio Saavedra? -dijo sin aliento incapaz de hablar.
La cabeza de Marizza se elevó mirandole y le sonrió.
-Es correcto. -Respondió ella con orgullo, antes de volver a llevarselo a la boca, aunque sus ojos estaban mirando a su mirada entrecerrada y excitada. Pablo le acariciaba el pelo y entonces, ella se separó: - Te podes venir ahora, Pablo. -le dio permirso, con vehemencia en contra de su punta mientras deslizaba su boca todo elcamino hacia abajo y hacia arriba otra vez.
Pablo la agarró del pelo con fuerza y empujó sus caderas con fuerza contra su boca, gimiendo cuando Marizza siguió con su boca en él hacia su clímax. Y finalmente lo empujó al borde y le espetó líquido caliente en su boca, mientras Marizza le chupó y tragó todo.
Marizza se elevó y le miró como él se recuperaba. Pablo abrió los ojos y se adelantó para besar sus labios con delicadeza, y pasó sus brazos por su cuerpo desnudo para instarla a sentarse encima suyo en un abrazo cariñoso. Marizza escondió su rostro en su cuello, mientras Pablo acariciaba su piel de su espalda y se abrazaban tan amorosamente.
-Creo que el juego ya ha terminado, ¿no? -preguntó minutos después Pablo, haciendo que Marizza se riera.
-Sip, más te vale que apruebes... -, se separó para mirar sus ojos azules y esa sonrisa que le dejaba sin aliento.
Pablo se adelantó y volvió a besarla con suavidad, mientras se reía.
-Te amo. -Dijo él.
-Y yo a vos.
Después ambos compartieron una ducha y Marizza se fue a su casa.
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Pablo salió del aula con la hoja del examen en la mano, atravesando los pasillos con paso acelerado. Su corazón latía con fuerza, pero esta vez no era por nerviosismo, sino por una emoción distinta. Un ocho. ¡Había sacado un ocho! Ni él mismo se lo creía del todo, pero ahí estaba la prueba, literalmente, en su mano.
Buscó con la mirada hasta que la encontró en el patio, sentada sobre una de las mesas de madera, con los pies apoyados en el banco. Estaba rodeada de algunos compañeros que hablaban animadamente, pero ella parecía en su propio mundo, moviendo un bolígrafo entre los dedos mientras miraba su cuaderno con el ceño fruncido.
El sol pegaba fuerte a esa hora, y el patio estaba lleno de alumnos. Algunos jugaban al fútbol en un rincón, mientras otros aprovechaban la sombra de los árboles para repasar apuntes o simplemente charlar. La energía era la típica de media mañana: una mezcla entre la pereza de las clases y la impaciencia de que terminara el día.
Pablo no dudó. Se acercó a Marizza con decisión, esquivando a algunos chicos que pasaban corriendo y sin importarle que ella estuviera en medio de una conversación con Luján y otros amigos.
—¡Ocho, Marizza! ¡Saqué un ocho! —exclamó, interrumpiendo sin importarle nada más.
Ella levantó la cabeza de golpe, sus ojos oscuros enfocándolo con sorpresa. Su expresión pasó del desconcierto a la alegría en cuestión de segundos.
—¡Pablo, qué bueno! —dijo, dejando el bolígrafo a un lado y saltando del banco para abrazarlo sin pensarlo dos veces.
Pablo la atrapó entre sus brazos y la alzó apenas, sintiendo su risa vibrar contra su pecho. En ese momento, no le importaba que hubiera gente alrededor, que algunos alumnos los miraran con curiosidad o que Luján levantara una ceja con una sonrisa divertida. Solo importaba ella, su risa, el aroma de su cabello y la calidez de su cuerpo contra el suyo.
Cuando la bajó, no soltó su cintura.
—Es gracias a vos —dijo, sin apartar la mirada de sus ojos—. A la nueva forma de estudiar que me enseñaste.
Marizza sonrió con picardía, cruzándose de brazos.
—¿Viste? Ya sabemos lo que hay que hacer para que apruebes.
Pablo enarcó una ceja, acercándose más.
—Si es como la última vez, apruebo seguro.
La chispa en los ojos de Marizza se encendió al instante.
—Mirá vos... ¿te gustó mi método?
—Digamos que es el único que logró que no me aburriera estudiando.
Ella se mordió el labio apenas, y él supo que estaba recordando lo mismo que él: la noche anterior, su juego de preguntas, las risas, la ropa cayendo pieza por pieza, la intensidad, su boca alrededor suyo, ella desaciendose en su boca.
—Voy a querer repaso para el próximo examen —murmuró Pablo, deslizándole una mano por la espalda.
—Veremos si te lo merecés... —susurró ella, con la misma voz que usaba cuando quería volverlo loco.
Sin pensarlo dos veces, la besó.
El bullicio del patio quedó en segundo plano. No le importó que hubiera alumnos pasando cerca, que Luján rodara los ojos con una sonrisa o que alguien soltara un silbido en broma.
Fue un beso profundo, con desesperación de quien se ha estado aguantando demasiado. Pablo deslizó la lengua entre sus labios, atrapándola en un juego que conocían de memoria. Marizza gimió apenas, aferrándose a su camiseta con fuerza, pegándose más a él.
—Te deseo tanto... —susurró Pablo contra su boca.
—Yo también... —murmuró ella, apenas separándose lo justo para mirarlo con la respiración entrecortada.
Pero en ese momento, alguien los irrumpió.
—¡Ay, por favor! ¿Podrían no comerse la boca de esa manera en público?
Se separaron de golpe, girándose para encontrarse con Mia y Manuel mirándolos con una mezcla de diversión y enfado
—Mia, siempre arruinando momentos —se quejó Marizza, cruzándose de brazos.
—Bueno, qué pena interrumpir la escena de telenovela —dijo Manuel, aunque su expresión se tornó más seria—, pero tenemos un problema.
Pablo frunció el ceño, sintiendo un mal presentimiento.
—¿Qué pasó?
Mia y Manuel intercambiaron una mirada antes de soltar la bomba.
—Johnny Guzmán quiere restringir el contrato, no quiere buscarnos un nuevo manager —informó Manuel con gravedad.
El deseo que lo envolvía un segundo antes se esfumó al instante. Pablo sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Qué?
—Y nos ha cancelado el tour —aclaró Mia, cruzándose de brazos.
El sol seguía brillando con fuerza en el patio, el sonido de los alumnos riendo y conversando seguía llenando el ambiente, pero para Pablo, todo se volvió un ruido lejano. Sabía que esto no era casualidad. No después de lo que había pasado con el manager.
Desde que aquella foto se había filtrado en la escuela, las cosas se habían puesto tensas. Marizza estaba en boca de todos, los rumores se habían disparado, y aunque Pablo sabía la verdad, volver a revivir eso, lo había hecho hervir de rabia. Sabía que no había sido su culpa, pero la bronca seguía ahí, ardiendo en su interior. Y ahora, de repente, Johnny Guzmán quería restringir el contrato.
Pablo apretó los puños.
—Esto no es por la banda —dijo, mirando a Marizza con dureza—. Es por lo que paso por Bautista.
Ella lo miró, comprendiendo de inmediato a qué se refería.
—No pienso dejar que me jodan por algo que ni siquiera hice —soltó, con la misma rebeldía de siempre en los ojos.
Pablo la miró un segundo más y después asintió. No iba a permitirlo tampoco.
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