Capitulo 17
13 de septiembre de 2025, 16:42
Estaban enojados.
Muy enojados.
Acababan de salir de una reunión con Jonnhy Guzmán y había sido un completo desastre. Tras lo sucedido con el manager y Marizza, todos estaban dispuestos a cambiar de representante, pero Jonnhy no estaba de acuerdo.
Había restringido el contrato. Y con ello, los cinco conciertos que estaban preparando para una posible vuelta.
Marizza suspiró, molesta, frustrada y, en el fondo, con una punzada de culpa. Mientras sus compañeros de banda discutían sobre qué discográfica debían probar en ese momento, ella permanecía sentada en el sofá de Sonia y Franco, con los brazos cruzados y la mirada perdida en la alfombra.
—No, no me parece bien —decía Pablo, caminando de un lado a otro con nerviosismo—. Tenemos que ir a todas las discográficas y presentarles nuestras canciones. Son buenas.
Manuel, sentado al lado de Marizza, asintió, mientras Mía se mordía los labios, dubitativa.
—No sé si va a ser tan fácil...
—Mi amor, hemos llenado estadios en toda Argentina. Estoy seguro de que nos van a tener en cuenta —le aseguró Manuel.
—Y obvio —añadió Pablo, con firmeza.
De repente, Mía la miró con atención, como si acabara de notar algo extraño.
—¿Y vos, nena? —le preguntó—. No decís nada. ¿Qué te pasa? ¿Desde cuándo no estás armando quilombo por esto?
Pablo y Manuel desviaron la mirada hacia ella, percatándose de que Mía tenía razón. En otras circunstancias, Marizza ya estaría gritando, lanzando cosas al aire y peleando con todo el mundo. Sin embargo, estaba callada. Demasiado callada para ser ella.
Pablo frunció el ceño y se acercó, inclinándose un poco para mirarla mejor.
—¿Marizza?
Ella exhaló con frustración y se pasó una mano por el pelo.
—No sé... ¿qué quieren que diga? —murmuró sin levantar la mirada—. Tal vez Jonnhy tiene razón.
—¿¡Qué!? —saltó Pablo, indignado—. ¿Desde cuándo vos te ponés de su lado?
—No estoy de su lado —bufó ella—. Solo digo que... no sé, tal vez es una locura empezar de cero. Cambiar de manager, ir de discográfica en discográfica rogando que nos escuchen.
—¿Vos escuchás lo que estás diciendo? —intervino Manuel—. Esto no es empezar de cero, Marizza. Ya tenemos un nombre, la gente nos sigue.
—Sí, pero... —Tragó saliva, incómoda.
No podía decirlo en voz alta, pero lo sentía. Algo dentro de ella se había apagado. Todos estaban listos para pelear, para recuperar lo que Jonnhy les había arrebatado. Todos menos ella.
Tal vez... tal vez era momento de parar.
Era una idea que le cruzaba la mente más seguido de lo que quería admitir. ¿Y si este era el final? ¿Y si todo esto era una señal? El año que viene, quizá, ya no estarían juntos. Eran jóvenes, pero la vida se movía rápido. Sus caminos podían separarse en cualquier momento.
Y eso... eso le dolía más de lo que estaba lista para asumir.
Amaba Erreway con toda su alma. Amaba la música, los viajes, la adrenalina de cada concierto. Y, aunque se negara a admitirlo, también amaba a sus compañeros de banda.
Porque, por mucho que Mía la sacara de quicio, por mucho que a veces no soportara a Manu o que con Pablo tuvieran más altibajos que una montaña rusa, ellos eran su familia.
Y perderlos... significaba perder una parte de ella.
Sintió un nudo en la garganta. Quiso tragarlo, pero ahí estaba, oprimiéndole el pecho.
Mía la miraba con el ceño fruncido, como si pudiera leerle la mente.
—Decime la verdad, ¿vos no querés pelear?
Marizza no respondió. No podía.
Hubo un breve silencio y Pablo la miró con más atención.
—Vos no tenés la culpa de esto —le dijo con seriedad—. Si Jonnhy nos quiere joder, lo va a hacer igual.
Marizza bajó la mirada.
—No es momento de rendirse, boluda —dijo Mía con una sonrisa pequeña—. Es momento de pelear. ¿O me vas a decir que la Marizza que yo conozco se va a quedar de brazos cruzados?
Marizza los miró, luego a Manuel, luego a Pablo. Los tres la observaban con expectación.
Sintió ganas de decirles la verdad, de admitir que tenía miedo, que sentía que todo estaba a punto de derrumbarse, que no estaba segura de si quería seguir peleando.
Pero, en cambio, sonrió.
Sonrió como si nada pasara, como si todo estuviera bien. Como si no sintiera esa angustia en el pecho.
Pablo la miró, evaluándola, y por un momento pareció dudar. Él la conocía demasiado bien. Pero ella sostuvo la sonrisa, asegurándole sin palabras que todo estaba bien.
Aunque, en el fondo, sabía que no lo estaba.
*************
A pesar de sus sentimientos contradictorios, Marizza se dejó llevar y, finalmente, contactaron con varias discográficas. Las respuestas no tardaron en llegar. Algunas mostraban interés en ellos como banda, pero un par tenían una mirada diferente, más calculadora.
Marizza lo sintió enseguida en las reuniones. No los veían como artistas, sino como una oportunidad de marketing. A ella la querían por ser la hija de una vedette famosa, como si su talento tuviera menos valor que su apellido. A Pablo lo observaban con ese brillo oportunista en los ojos: el hijo del exintendente, el chico rebelde que traía consigo una historia jugosa para la prensa.
Ella podía notar el enfado latente en Pablo, la tensión en su mandíbula cada vez que un ejecutivo hacía preguntas sobre su pasado en lugar de enfocarse en la música. Manuel y Mía intentaban mantener la calma, pero todos sabían que no era tan sencillo.
Y, sin embargo, avanzaban.
La banda seguía en pie, enviando demos, coordinando reuniones, respondiendo correos. Había algo en todo aquello que le recordaba a cuando empezaron, a los primeros días de Erreway, cuando soñaban con llenar estadios. Y lo habían logrado. Habían recorrido el país, habían sentido el rugido del público en cada presentación.
Pero... ¿y ahora?
Marizza no podía sacarse de la cabeza la sensación de que algo estaba cambiando. Que quizás se estaban aferrando a un sueño que poco a poco se les escapaba de las manos. Miró a Manuel y Mía escribiendo correos, a Pablo revisando nervioso su teléfono. Sabía que ellos querían seguir. Pero, en el fondo, también sabía que nada dura para siempre.
Y eso le dejaba un nudo en la garganta.
******
Pablo estaba inquieto.
Mientras esperaba en el aeropuerto, su corazón latía acelerado, golpeando contra su pecho como si quisiera escapar. Se pasó una mano por el pelo, rascándose la nuca, mientras sus ojos recorrían la pantalla de vuelos. Mora aterrizaría en cualquier momento.
Un mes y medio sin verla. Aunque a veces se sentía estúpido por estar tan nervioso, no podía evitarlo. Aún quedaba en él ese miedo infantil, ese temor irracional de que ella no volviera, de que algo la hiciera alejarse de nuevo.
Por eso, el hecho de que su madre regresara por él significaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
A su lado, Marizza se movía inquieta, mordiéndose el labio, cambiando el peso de un pie a otro. Había insistido en acompañarlo, y Pablo le agradecía profundamente. Sin embargo, verla tan nerviosa lo ponía aún más tenso.
—¿Podés parar? Me estás poniendo más nervioso.
Marizza levantó la mirada hacia él, sonriendo con picardía.
—Perdoname —dijo ella, con una risa traviesa—. Es que tengo muchas ganas de ver a Mora.
Pablo la miró, alzando una ceja, algo divertido.
—Ni que fuera tu mamá.
Marizza se echó a reír, y en su risa había un destello de complicidad que hizo sonreír a Pablo sin quererlo.
—Bueno, sabés que siempre me he llevado bien con ella. Además, es una mujer increíble... Y te ha bancado siempre con todo lo de tu papá.
Pablo tragó saliva, sintiendo cómo su pecho se apretaba al recordar a su padre. No quería hablar de él.
—Sí, es genial —dijo en voz baja, rascándose la nuca, mirando hacia otro lado.
Marizza lo miró con una ternura que lo descolocó.
—Me alegra verte tan feliz —dijo ella, casi en un susurro—. Te mereces tanto esto.
Pablo sonrió de vuelta, sintiendo cómo su corazón se hinchaba, como si ella estuviera dándole una pequeña parte de la felicidad que tanto le costó alcanzar.
— pero hay algo que me tiene un poco preocupada de su vuelta—admitió ella, jugando con las puntas de su cabello, evitando mirarlo directamente.
Pablo la miró, interesado. La curiosidad lo picó.
—¿Qué?
Marizza dio un paso hacia él, bajando la voz como si fuera un secreto solo entre ellos.
—Estoy feliz de que tu mamá vuelva, pero... —hizo una pausa, mirándolo fijamente, con una sonrisa más provocadora que nunca—. Sé que eso significa que no estaremos solos en tu apartamento.
Pablo levantó una ceja, comprendiendo a dónde quería llegar. La tensión comenzó a aumentar entre ellos, pero esta vez era diferente, más eléctrica.
—¿Ah, no? —preguntó, su tono suavizándose, ahora más cercano, como si el mundo a su alrededor se hubiera reducido a ese instante.
Marizza se mordió el labio inferior, una chispa de desafío brillando en sus ojos, algo que Pablo no podía resistir.
—¿Cómo crees que me siento sabiendo que no podré arrastrarte a tu cama en cualquier momento... o jugar a las preguntas sin que tu madre nos interrumpa? —dijo, su voz cargada de un deseo que lo hizo encenderse.
Pablo se echó a reír, y por un momento, el aire entre ellos pareció volverse denso. Se acercó un poco más, sintiendo la proximidad de ella, la tensión palpable entre sus cuerpos.
—Bueno, siempre podemos... Buscar otro lugar, ¿no? —dijo, bajando su tono aún más, acercando su rostro al de ella, como un susurro.
Marizza lo miró, su sonrisa juguetona se expandió aún más, como si supiera exactamente cómo lo tenía. Ese brillo en sus ojos, lleno de ganas, de complicidad.
—Oh, ni lo dudes, eso no me va a detener, te voy a atacar en cuanto menos te lo esperes —respondió mientras ella miró sus ojos y después a su boca.
Marizza no pudo evitar morderse el labio inferior. Se acercó un poco más, apenas rozando su brazo con el suyo, dejando que la electricidad entre ellos se incrementara. Sus labios se rozaron y entonces, la lengua de él entro en su boca. De repente, la voz de Mora rompió el encantamiento.
—Vaya, parece que el vuelo se retrasó... pero ustedes encontraron una forma muy entretenida de pasar el tiempo —dijo, con una falsa seriedad que hizo que Pablo se sintiera muy incomodo.
Se separaron al instante, girándose rápidamente, sus corazones aún palpitando fuerte. Mora los miraba con una sonrisa divertida, los brazos cruzados sobre su pecho, y la valija descansando a su lado.
—Mamá —murmuró Pablo, con el corazón latiéndole fuerte.
—No se preocupen, eh —dijo ella, con falsa seriedad—. No me molesta que mi hijo se divierta mientras me espera. Pero, por favor, la próxima vez avísenme para traerles un cartelito de "No molestar".
Pablo resopló, algo avergonzado, mientras Marizza soltaba una risa suave. Él negó con la cabeza, tratando de disimular la vergüenza.
—Hola, Mora —saludó Marizza, todavía con la sonrisa en los labios.
Mora la miró, y su rostro se suavizó con una ternura que Pablo reconocía perfectamente.
—Hola, mi amor —le dijo, abrazándola con cariño antes de girarse hacia su hijo—. Y vos... ¿No me vas a dar un abrazo después de todo este tiempo?
Pablo no pudo evitar sonreír. Resopló y, sin más, se acercó a su madre. En cuanto la envolvió en un abrazo, cerró los ojos y la apretó con fuerza, como si necesitara sentir su presencia, esa cariño que le había faltado durante tanto tiempo.
Sí, definitivamente, estaba feliz de verla de vuelta. Un suspiro escapó de sus labios mientras se aferraba a ella.
*******
Marizza subió las escaleras de dos en dos hacia su habitación, después de dejar a Mora y Pablo a solas en el departamento. Estaba convencida de que madre e hijo tendrían mucho que contarse. Era tarde y Sonia y Franco seguían enfrascados en otra de sus interminables discusiones sobre la boda: ¿deberían elegir pétalos de rosa o arroz?
Marizza rodó los ojos y estaba a punto de entrar en su habitación cuando escuchó fragmentos de una conversación. Se detuvo frente a la puerta de la habitación de Mia y vio, entre la rendija, a Mia y Luján sentadas en la cama. Era raro verlas juntas, pero desde que Luján había pasado a formar parte de la familia, esas situaciones se habían vuelto algo más frecuentes. Marizza se acercó un poco más para escuchar mejor y pudo notar que Mia sollozaba, mientras Luján la consolaba.
-Hola... -dijo Marizza, sorprendiendo a ambas, que se giraron rápidamente. Mia se limpió las lágrimas, tratando de recomponerse.
-¿Qué pasa? -preguntó Marizza.
-Eso mismo quiero saber -respondió Luján, con tono preocupado. Mia lleva rato llorando y no me quiere contar qué le pasa.
-No es nada... -murmuró Mia, bajando la cabeza-. Es algo íntimo.
Marizza dio un paso al frente y se adentró un poco más en la habitación de casitas de muñecas de Mia, sentándose en la cama junto a ellas.
-¿Íntimo? ¿Es sobre sexo? -preguntó Marizza, sin poder evitarlo, con tono directo.
Ambas se quedaron paralizadas, con los ojos muy abiertos, sorprendidas por la pregunta. Mia miró a Luján y luego a Marizza, antes de hablar.
-Dime qué pasó, Mia. -insistió Marizza, viendo que no podía seguir guardando silencio.
Mia, completamente roja, frotaba sus manos nerviosa, sin saber muy bien por dónde empezar. Su voz apenas se escuchaba, pero algo en su interior la empujaba a compartir lo que había pasado, aunque le costaba mucho. La vergüenza la tenía ahogada.
-Lo hicimos... -murmuró finalmente, casi en un susurro. Su rostro estaba completamente rojo, y se notaba lo incómoda que se sentía.
Luján, al escucharla, se quedó un momento en silencio. Ella no era de hablar de estos temas, ni siquiera con Marizza, y mucho menos con Mia. Pero la mirada expectante de ambas chicas la hizo reaccionar, aunque la incomodidad era evidente.
-¿Y cómo te fue? -preguntó Luján, intentando sonar tranquila, pero sin poder ocultar el nerviosismo en su voz.
Mia, mirando al suelo, se mordió el labio y, entre lágrimas, dejó escapar su confesión.
-No sentí nada... -dijo, con voz temblorosa, apenada. -Solo... dolor. ¿Está bien? No sé qué pasa, ¿es normal?
Luján, al escuchar a Mia, respiró profundo. Ella también había pasado por lo mismo, aunque nunca lo había hablado con nadie.
-No te preocupes, Mia... Es normal sentir dolor. A todas nos pasa, al principio todo está un poco... Raro. No significa que hayas hecho algo mal. -dijo Luján, buscando dar algo de consuelo, aunque ella misma no estaba completamente convencida de su respuesta.
-Pero... es que pasó tan rápido... Apenas disfruté. - dijo Mia, con una pequeña sonrisa triste.
-Sí, la verdad es que esta demasiado sobrevalorado el sexo. -Dijo Lujan - Cuando empiezas a disfrutar, todo se acaba... Apenas hay disfrute.
Marizza, que había estado en silencio todo este tiempo, ya no pudo quedarse callada. Aunque no era una experta, sus experiencias con Pablo, aunque muy diferentes, la hacían sentir que podía aportar algo que quizás ayudaría a las dos.
-Mi experiencia es un poco diferente. -dijo Marizza, mirando a las otras dos con una sonrisa. - Yo nunca me he quedado a medias. Y lo disfruto mucho.
-¿Nunca? -preguntaron Luján y Mia al unísono, sorprendidas.
-No... -respondió Marizza, sonriendo con algo de confianza-. Siempre he disfrutado mucho. Pero no solo con Pablo, también... a solas.
Las dos chicas se quedaron calladas, un poco sorprendidas, como si lo que Marizza acababa de decir les pareciera una locura.
-No me miren así, no me digan que nunca se tocan -dijo Marizza, levantando las manos, divertida.
Luján y Mia se miraron entre ellas, negando con la cabeza, pero en sus ojos se leía la duda.
-¿En serio nunca lo han hecho? -insistió Marizza.
-No... -respondió Mia, un poco avergonzada.Marizza sonrió y las miró con un toque de picardía.
-Chicas, haganlo de verdad. Van a saber lo que les gusta y lo que no. Es básico para disfrutar.
Las otras dos se quedaron calladas, procesando lo que acababa de decir Marizza, pero la incomodidad seguía allí.
-Pero... aún así eso no ayuda a que él aguante más. -dijo Luján, completamente roja.
Marizza asintió, pero sus ojos brillaban con la confianza que había ganado con el tiempo.
-Para mí todo esto es cuestión de confianza... -empezó, mirando a ambas. - Desde que hablo abiertamente de estas cosas con Pablo, nuestra relación es otra. Ya sé que él era más experimentado, pero hablar de todo esto nos ayudó un montón... Yo ya no tenía miedo de decirle lo que me gustaba, lo que no me gustaba, lo que sentía. Hablar de estas cosas hace que todo fluya mucho mejor, sin tensiones.
Mia, un poco sorprendida por la tranquilidad de Marizza, levantó la vista.
-¿De verdad le dices todo? -preguntó, algo incrédula. -Eso debe ser raro, ¿no? Yo nunca podría hablar de esas cosas tan abiertamente.
Marizza sonrió y asintió, segura de lo que estaba diciendo.
-No es raro, Mia. Al principio puede costar, pero es necesario. Y de verdad, a ellos les da mucha información que no saben. Y a nosotras de ellos.
Mia, que sentía que la conversación estaba tomando un giro que no esperaba, intentó responder con algo más positivo.
-Yo... yo he escuchado que el orgasmo es algo que todas podemos llegar a tener, ¿no? Pero yo senti nada.
Marizza la miró con comprensión, pero también queriendo dar su perspectiva.
-Yo solo puedo hablar por mí, Mia. Pero creo que sí, que todas podemos llegar. A veces me cuesta más, sí... Pero no significa que sea un problema. He tenido momentos en los que es más fácil y otros en los que no llega tan rápido, y está bien. A veces pasa. No hay que forzarlo. Simplemente disfruto del momento.
Luján, que había estado escuchando en silencio, se sentó erguida, cruzando los brazos y mirando hacia el suelo. Ella no compartía la misma visión optimista que Marizza sobre el tema.
-Yo nunca he llegado... -dijo, casi en un susurro, como si le costara admitirlo. -No sé si estoy haciendo algo mal, o si soy rara, pero nunca he tenido esa experiencia. Siempre ha sido... como si fuera todo muy vacío. A veces solo dejo que Marcos haga y ya.
Marizza se quedó callada un momento, mirando a Luján, quien por primera vez hablo sobre esto.
-¿Y has probado a tocarte vos primero y ver si llegas sola? -Lujan pestañeo confusa. - yo fue lo que hice. Primero, descubrí como llegar y desde entonces, con Pablo ha sido todo WoW. Pero chicas tomen la iniciativa también, no esperen a que sea quien se lance.
Luján miró a Marizza, agradecida pero aún dudosa.
-No sé... -respondió, con una expresión triste. -Siempre he tenido miedo de que algo esté mal conmigo, pero no me atrevo a hablar de esto con Marcos. Ni siquiera sé si me atrevería a decirle lo que me pasa.
Marizza la miró, comprensiva, pero también decidida a cambiar su perspectiva.
-Yo también tenía mis miedos, pero si no hablas, las cosas no van a cambiar. No significa que todo deba ser perfecto. Pero hablar de lo que te pasa, de lo que necesitas, puede hacer que las cosas mejoren. Por ejemplo, Pablo sabe que amo cuando él me hace eso ahí abajo y desde que se lo dije, lo hace siempre.
Las otras dos chicas se quedaron en shock.
-Eww, Marizza, qué asco... -dijeron a la vez.
-¿Qué? ¡Es lo mejor que hay! -respondió Marizza riendo. -De verdad, no se cierren a probar cosas. Es importante decir lo que te gusta, no dejar todo en manos del otro.
-Manu quiso pero me dio asco. - Confesó Mia completamente roja.
-Mia... Con eso llego al orgasmo en minutos. -Anunció Marizza.
-¿Qué? -Dijeron ambas.
-En serio, chicas, es lo mejor que hay. Miren, no soy una experta ni nada, pero no se cierren a probar. No dejen que el otro lleve siempre la situación, ¡relájense! Díganles lo que les gusta y lo que no. Toquense, aprendan a conocer su cuerpo y, créanme, van a aprender mucho también sobre el de él.
Mia, que había estado escuchando, pareció más tranquila al escuchar las palabras de Marizza.
-Entonces, ¿vos decís que le diga lo que quiero? -preguntó, algo más segura de sí misma.
-Si, claro -respondió Marizza con una sonrisa. - Lo importante es que te sientas bien, que estés cómoda con lo que estás viviendo. Miren, a veces es rápido y otras es simplemente, estar juntos y ya.
Luján, aunque seguía con dudas, pareció un poco más tranquila. No era fácil para ella hablar de estos temas, pero sentir que no estaba sola, que no era rara por no llegar a tener la misma experiencia que otras, la hizo sentirse más aliviada.
-Yo... creo que hablaré con Manu. -dijo, ahora con un poco más de confianza.
-¡Eso es! ¡Hablen, chicas, no tengan miedo de decir lo que necesitan! ¡El sexo tiene que ser algo para disfrutar, no para estresarse por lo que no pasa! ¡Hablar siempre ayuda! Yo jamás pensé que iba disfrtar del sexo así.
******
Marizza estaba recostada contra la barandilla de las escaleras del colegio, mirando distraída el atardecer que se colaba entre los edificios. Con una mano pasaba suavemente por su cabello, esperando a Pablo. De repente, escuchó risas. Miró hacia abajo y vio a un grupo de chicos cuchicheando entre ellos, echándole miradas burlonas. A veces le molestaba que todo el mundo estuviera pendiente de lo que hacía. Se enderezó, con la mirada desafiante y esa actitud que la definía, y les lanzó una sonrisa con un toque de arrogancia.
—¿Por qué no mejor se concentran en lo suyo? —les dijo en voz alta, sabiendo que la escuchaban perfectamente. —Dejen de perder el tiempo metiéndose en la vida de los demás.
Los chicos se quedaron en silencio, sorprendidos por su reacción. Uno intentó contestar, pero Marizza ya estaba dando media vuelta, subiendo los últimos escalones con paso firme. No tenía paciencia para ese tipo de comentarios. Sabía lo que valía y no iba a dejar que nadie le faltara el respeto.
Cuando llegó al último escalón, lo vio. Pablo apareció por el pasillo, caminando hacia ella con paso rápido, como si lo estuviera buscando. En cuanto sus miradas se cruzaron, el rostro de Pablo se suavizó y sus ojos brillaron de inmediato. Marizza no pudo evitar sonreír, y antes de que él pudiera acercarse más, se lanzó hacia él con la energía que siempre la caracterizaba. Lo envolvió con un abrazo fuerte, como si no quisiera soltarlo.
Pablo, sorprendido por la intensidad del abrazo, la rodeó con los brazos al instante, sintiendo el calor de su cuerpo, el perfume que siempre la acompañaba. Marizza levantó la cabeza y lo miró fijamente a los ojos.
—¿Qué tal? —preguntó con una sonrisa traviesa, pero al mismo tiempo había algo de suavidad en su voz. —¿Cómo está tu mamá? ¿Todo bien?
Pablo la miró unos segundos, como si estuviera buscando las palabras correctas, y luego le acarició la mejilla con la palma de su mano.
—Mora está bien... —dijo, un poco más serio, acariciando con ternura su rostro. —Me contó sobre mis hermanos, mis sobrinas... Pero lo que más me preocupa es lo de mi viejo. Todo está complicado, Marizza... La situación es un quilombo. No entiendo nada legal pero es posible que le reduzcan la condena.
Marizza lo miró fijamente, sabiendo que las palabras no podían arreglar nada, pero de alguna forma, sentía que su presencia sí podía calmar un poco la tormenta.
—Estoy segura de que todo se va a solucionar, Pablo —dijo con firmeza, abrazándolo más fuerte. —No van a dejar que tu viejo se salga con la suya.
Pablo la miró, agradeciendo el apoyo que le brindaba sin dudarlo, aunque sus ojos aún mostraban la preocupación.
—Eso espero... —murmuró, un poco más tranquilo, pero sin dejar de pensar en todo lo que estaba en juego.
Marizza lo abrazó aún más fuerte, sin soltarlo, como si quisiera transmitirle su fuerza. Y luego, en un susurro, dijo:
—Te extrañé.
Pablo sonrió, una sonrisa suave, y sin pensarlo, bajó la cabeza y la besó en la frente, un gesto simple pero lleno de cariño. Cuando se separaron, él la miró con una sonrisa de medio lado, pero había algo más en su mirada.
—Nos vimos ayer, ¿eh? —dijo Pablo, sonriendo con picardía.
Marizza lo miró con una sonrisa juguetona, pero sus ojos brillaron con algo más profundo. Dio un pequeño suspiro y, con una voz más suave, le respondió.
—Ya sé... —dijo, pero sus palabras venían cargadas de algo más. —Pero... te juro que te extrañé.
Pablo se quedó en silencio por un momento, sorprendido por la sinceridad en su voz. No era común que Marizza se abriera tanto. Era algo nuevo. Algo que no decía con frecuencia.
—¿En serio? —preguntó él, su voz ahora más suave, casi vulnerable. —Yo también te extrañé, Marizza.
Marizza lo miró intensamente, y en ese instante, ambos supieron que esas palabras no eran solo un juego. No era solo un "te extrañé" vacío. Era real. Había una conexión profunda, más allá de lo que los demás pudieran ver. Pablo la abrazó de nuevo, pero más confiado, no sabía como lo hacía pero ella le llenaba de energia. Más fuerte, más intenso, como si quisiera quedarse ahí, como si no pudiera imaginarse su vida sin ella.
—Yo también... —Repitió él contra su oído, con una ternura que solo Marizza podía despertar en él.
Marizza se hundió en su abrazo, sintiendo que, por un momento, el mundo podía esperar. Entre ellos no necesitaban palabras. Solo estaban ellos, su amor adolescente, crudo, intenso y sin miedo a mostrarse tal cual eran.
**************
La tarde pasaba tranquila en el café, un rincón tranquilo lejos del bullicio. Las luces del sol se filtraban a través de las ventanas, bañando las mesas de madera en una luz cálida. Tomás, Guido y Pablo estaban en su rincón de siempre, disfrutando de un rato relajado, riendo y charlando sin mucho rumbo. De repente, la conversación cambió de fútbol a las últimas pelis que habían visto. Pero, como siempre, terminaron hablando de lo mismo: la música.
—No sé qué va a pasar, pero... —dijo Pablo, suspirando profundo, mirando hacia nada en particular—. Extraño esos momentos en el escenario, ver a la gente cantar las canciones, ese eco que resuena en el pecho.
—Y ahora que Sergio no está... Podrías tocar, y Jonnhy Guzmán va y fastidia esta oportunidad —dijo Guido, con su tono habitual de sarcasmo, pero algo en su voz sonaba más pesado esta vez.
—¿Y qué vais a hacer? —preguntó Tomás, curioso.
—No sé... —respondió Pablo, como si ya no tuviera claras las respuestas.
Justo entonces, Guido intentó cambiar de tema para aligerar la situación.
—¿Y si vamos a ver la nueva peli de Marvel? —propuso con su clásica sonrisa, sabiendo que eso podría distraerlos.
Pablo miró su taza. Sus pensamientos volaron hacia Marizza, con quien le había prometido ir a verla.
—Le prometí a Marizza que lo veríamos juntos. —dijo, tan suave que apenas se oyó, mirando su taza con aire perdido.
Guido, rápido como siempre, no dejó pasar la oportunidad de soltar un comentario.
—Claro, Marizza... Siempre Marizza, ¿no? —rió entre dientes, y aunque lo decía en tono de broma, había algo de incomodidad en su voz—. ¿Qué sigue después, eh? ¿Van a hacer todo juntos? Etas hecho un pollerudo.
Tomás se quedó un poco tenso al escuchar el tono de Guido. No era la broma de siempre, había algo más en el aire, algo que lo ponía incómodo, aunque no sabía exactamente qué era. Pablo trató de no darle importancia, pero no pudo evitar sentir que le dolía más de lo habitual. No era la primera vez que Guido se metía con Marizza, pero ahora las palabras lo afectaron de una manera distinta.
—No seas pesado, Guido —dijo Tomás, notando que la conversación estaba tomando un giro raro—. Pablo está feliz con ella. Al final, es su vida.
Pero Guido no se detuvo. Se recostó en la silla y miró a Pablo con aire desafiante.
—Claro, claro... Pero te das cuenta de que ya no eres el mismo. Cada vez más Marizza y menos el Pablo de antes. Ya no sales con nosotros, solo hablas de ella. Y no sé...
La crítica fue directa y fuerte. Pablo se tensó al instante, y un nudo de furia se le apretó en el pecho. No iba a permitir que Guido le hablara de esa manera.
—No me hables así, Guido. No sé qué estás intentando decir, pero ella es reimportante para mí u lo sabés. No entiendo por qué estás armando un drama —respondió, con un tono más duro de lo que había planeado.
Guido, lejos de frenarse, soltó una risa burlona, como si estuviera disfrutando de la tensión.
—No es un drama, Pablo. Es que ya no te reconozco. Te has perdido en ella. Cada vez te alejas más de nosotros, como si ya ni te importara.
Pablo, al borde del colapso, lo miró fijamente, con la rabia y la frustración a punto de estallar.
—¿Qué estás insinuando, Guido? —le preguntó, su voz grave, su mirada fija—. ¿Que Marizza me está separando de ustedes? No voy a permitir que lo digas.
Guido, con una calma que parecía incomodante, se encogió de hombros y lanzó su última bomba.
—No estoy diciendo nada malo de ella. Pero te está cambiando, te está apartando de nosotros. Todo gira en torno a ella, y eso no me gusta.
La ira de Pablo subió de golpe, como una ola que lo arrasaba. Ya no podía más con la conversación.
—Eso es lo que estás haciendo tú, Guido —dijo, levantándose de golpe, haciendo sonar la silla—. Te estás metiendo en mi vida, en mi relación. Si tienes un problema, dilo, pero no toques a ella.
—Sabes lo que creo? Que Jimena tenía razón... Quizá sí tienes cuernos. —La bomba estalló, y Pablo quedó paralizado, sintiendo la furia invadirlo de forma irreprimible.
La rabia le subió como una ola, y su mandíbula se tensó con fuerza. No podía soportarlo más.
—Eso es lo último que vas a decir —respondió con veneno en la voz—. Si vas a meterte en algo que no sabes, mejor cállate.
Guido, sin mostrar arrepentimiento, se levantó lentamente, se puso el abrigo y, sin decir más, se dirigió hacia la puerta. La cerró con un golpe seco que hizo que el aire se volviera aún más pesado.
Tomás miró a Pablo, pero no sabía qué decir. La conversación, que había comenzado como una charla tranquila entre amigos, había explotado y no había vuelta atrás.
—Lo siento, Pablo —dijo finalmente Tomás, sabiendo que las palabras no podían arreglar lo que acababa de pasar.
Pablo, respirando con dificultad, se quedó mirando la puerta cerrada. Las palabras de Guido seguían doliéndole, pero lo que más le afectaba era lo que eso significaba para él y su relación con Marizza.