Prólogo
No podía respirar, el aire era más pesado cuando decidió finalmente bajar, siguiendo el juego retorcido de Jinx, como siempre lo hacía. Caitlyn descendió con cautela los peldaños metálicos que llevaban a un nivel del que nunca había conocido. Las luces parpadeaban sobre su cabeza, pariendo sombras en movimiento en cada esquina. El aire estaba sucio, cargado de óxido, polvo y electricidad estática. Bajó una, dos, tres docenas de escaleras. Cada paso más frío. Cada peldaño más ruidoso. Ese lugar... no estaba en los planos. Ni siquiera durante la reconstrucción había aparecido en los mapas internos. El subsuelo de la academia era un rumor enterrado, un susurro silenciado por el tiempo. Y sin embargo, ahí estaba. Vivo. Podrido. Esperándola . Porque Jinx había desenterrado cada piedra. —¡Jinx ya sal! ¡Déjate de juegos estúpidos y da la maldita cara! —Exclamó. Pero nadie respondió. Con un salto finalmente sus pies tocaron el suelo fuera de las escaleras, observe el pasillo frente a ella. Tubos reventados colgaban del techo, ya los costados, los paneles de concreto estaban manchados de humedad y algo más oscuro. Sangre vieja. Sangre seca . A medida que avanzaba, la luz azulada de los neones revelaba dibujos infantiles adheridos a las paredes. Crayones desvaídos, figuras temblorosas: soldados sin rostro, niños con ojos vacíos, y en uno... una pequeña figura abrazando a un peluche de conejo bajo un cielo lleno de cruces. Y más sangre. Caitlyn tragó saliva. Aquello no era parte de una decoración infantil. Eran testigos. Fragmentos de trauma convertidos en arte desesperado. Fue entonces cuando el primer dispositivo se activó mostrando grabaciones, la imagen se proyectó en las paredes, llenas de estática, pero visibles para Caitlyn. "Prueba 004. Estímulo visual. Paciente 7A . Edad: 13 años" El video mostraba una habitación blanca, con una camilla metálica y un niño atado, sollozando. Voces frías, metálicas, daban órdenes que no se entendían del todo. Luego, un estallido de luz, y el niño gritó, su cabeza explotó llenando las paredes de sangre. "Siguiente prueba fallida. Preparar siguiente sujeto" La proyección se apagó. Caitlyn avanzó, más rápido. Pero cada pocos pasos, otro dispositivo se activaba. "Prueba 012. Reprogramación neural, etapa 3. Sujeto 3F " "Paciencia... paciencia... observa la respuesta al estímulo de castigo" Decía una mujer ajustando cadenas en las muñecas de una niña, probablemente de unos 12 años. Si la cabeza estaba cubierta por herramientas de metal. Su boca abierta y sus ojos forzados a mantenerse sin pestañar. La grabación se apagó y luego solo fue un audio: "¡Vi! ¡Vi no me dejes!" Esa última voz la paralizó. El audio de una niña. Desgarradora. Caitlyn giró hacia la fuente. Un grabador pequeño colgaba del techo, envuelto en cintas color magenta y celeste. Su corazón latió fuerte. Sabía muy bien de quién se trataba. —¡Jinx, hablo enserio, ya basta de esto! —Volvió a gritar—. ¡Deja de jugar conmigo, solo hablemos por favor! No hubo respuesta, de nuevo. Garabatos empezaban a cubrir las paredes ahora. Estaban por todas partes: ojos cruzados, cráneos deformados, números tatuados dentro de siluetas infantiles. Pintura neón. Azul celeste y magenta, los colores de ella. Los colores de Jinx. El color de aquellos ojos que tantos suspiros le habían sacado. Caitlyn empezaba a comprender. Todo ese recorrido, cada prueba, cada dibujo, cada palabra escrita en sangre... era un juego. Un juego demente y sádico. Una trampa. Una trampa para ella. Y sin embargo, no se detuvo. Porque sabía que eran de Jinx, eran hechos por la criminal. Le gustaba cuando eran hechos por ella. Al fondo del pasillo había una puerta doble, oxidada y ligeramente entreabierta. Caitlyn empujó con fuerza. Crujió como si no hubiera sido abierta en años. Y del otro lado, una sala inmensa, iluminada solo por las luces parpadeantes del techo, reveló su secreto: columnas de estanterías repletas de expedientes. Cientos. Miles. Algunos rotos, otros en sobres de metal, todos marcados con códigos. Papeles en el suelo, hojas manchadas, etiquetas con números de tres cifras. —¿Qué mierda...? —Caitlyn se inclinó y tomó uno de los archivos tirados. Expediente 014: Paciente colapsó en la quinta sesión de reprogramación cerebral. No responde a comandos. Cráneo comprometido. Desechar. Volvió a dejarlo. Respiró hondo. Tomó otro. Expediente 006: Nivel de obediencia: 97%. Sujeto apto para campo de batalla. Protocolos finalizados. Empezó a recorrer los estantes. La sala parecía extenderse más y más, como si se moviera con ella. Como si el mismo lugar quisiera confundirla. —¡Jinx esto no me gusta, basta! —su voz hizo eco—. ¡Te prometo que no quiero lastimarte mucho, solo romperte uno que otro hueso, te daré chocolate después si sales voluntariamente! Una risa la acompañó en el silencio. Era esa risa... su risa. Sonrió apenas, confirmando la presencia de Jinx en el lugar. Pero aún sin verla. La buscó con la mirada, pero entonces vio algo diferente. Una flecha pintada en la pared. Roja, no, carmesí. Era sangre y marcaba una dirección específica, entre dos columnas. Caitlyn siguió la pista. Otra flecha. Y otra. Hasta llegar a una mesa aislada, bajo una luz pálida. Allí, una pequeña caja musical oxidada, con una manivela. Decorada con calcomanías infantiles y garabatos. Unos cupcakes, una pistola. Un nombre escrito con crayón magenta: Powder. Caitlyn giró la manivela. La melodía sonó rota, temblorosa. Infantil y macabra. Su cuerpo se tensó. Algo dentro de ella se movió. Un recuerdo, fugaz, no narrado, pero insoportable. Esa melodía, la misma que había escuchado cuando era adolescente. La caja se abrió. Dentro, plastificado, estaba un único archivo. Aquel que Jinx tanto quería que encontrara. EXPEDIENTE 019 Apodo asignado: La bala perdida Nombre: Powder Resultado: Fault Y Caitlyn lo tomó entre las manos. Leyó. No supo cuánto tiempo se quedó allí, de pie, con los ojos fijos en la hoja amarillenta. Leía. Releía. Sus pupilas se movían de una línea a otra, el temblor en sus dedos lo decía todo. Su respiración era lenta, pesada, casi contenida. No parpadeaba. No pestañeaba. Se cubrió la boca con una mano al terminar de leer y soltó un gemido cuando sus ojos se llenaron de lágrimas. Y de pronto, lo sintió. Un cambio en la luz. Un cambio en el aire. Jinx estaba ahi. La luz parpadeó. Luego se apagó por un segundo. Y volvió. El zumbido eléctrico creció. Algo se movía tras las columnas. Caitlyn cerró el archivo. No giró. No hizo un solo sonido. Sabía quién era. Lo supo en cuanto la presencia la rozó como un viento cálido. Aquel olor a pólvora y perfume dulce. Tan dulce... Unas botas resonaron suavemente contra el concreto. Lentas. Controladas. Casi sensuales. Caitlyn mantuvo su postura erguida, firme. Pero el archivo temblaba entre sus dedos. Podía imaginarla con esa sonrisa en su rostro, sus ojos magenta brillando junto a los pasos de sus botas decoradas con crayones. Tembló y entonces una mano—delicada, fría, ligeramente larga—se posó en su cuello. Caitlyn ocultó una sonrisa. —¿Fue divertido buscarme como si fueras una cazadora, cuando todo este tiempo era yo quien te guiaba a la trampa, Kilyn? El apodo flotó entre ellas como una palabra antigua. No era la sheriff. No era Caitlyn. Era Kilyn. Algo nacido entre obsesión y recuerdo. Algo solo de ellas, del juego que jugaban desde hace meses. Caitlyn cerró los ojos por un segundo. No por miedo. Sino por certeza. —Jinx... —susurró, sin girarse aún. La risa de Jinx fue baja, melancólica. Se deslizó hasta quedar frente a ella. Sus ojos magenta brillaban bajo la luz parpadeante, y su cabello celeste estaba más enredado que nunca. Tenía manchas de pintura seca en la mejilla. Y algo de sangre en los labios. No se sabía si era suya. —¿Qué es todo esto? —preguntó Caitlyn al fin, voz baja, firme. Jinx ladeó la cabeza, sus dedos aún en la base de su cuello rozando el uniforme de la comandante. —El secreto que he querido que sepas desde hace tanto. Te tomaste tu tiempo —respondió la menor, sus ojos fijos en los de Caitlyn. —No me dejaste muchas opciones. Jinx río ante eso y apoyó ambos brazos alrededor del cuello de Caitlyn. Se inclinó hacia ella, aún de puntillas, la sheriff solo bajó la cabeza, sin huir ante el acercamiento. —¿Sabes qué es lo mejor de los secretos, Lyn? —musitó, acercándose tanto que sus narices casi se rozaron. Las manos de Caitlyn se posaron en su cintura. Sosteniéndola, manteniéndola de puntillas ante su juego de tensión. Miró a Jinx a los ojos esperando que completara su propia pregunta. —Que no hay vuelta atrás cuando los entiendes. —concluyó la Zaunita. La distancia entre ellas se redujo aún más. Jinx la tocó más. Esta vez, una caricia en la mejilla. Su dedo dejó una marca carmesí sobre la piel impecable de Caitlyn. Era sangre seca. —Tú querías que lo encontrara, no te estuviste hasta lograrlo. —Tenía qué. Ahora que el juego acabó, desgraciadamente tengo que matarte, arrancar la piel de tu lindo rostro con mis uñas. Acabar con tu correcta vida. —sentenció Jinx. Caitlyn sonrió. —No vas a matarme. No puedes lastimarme—. Demandó la sheriff, sus manos apretándo el agarre en la cintura de Jinx—. No quieres. —Eres la única que no me teme, que no tiembla a la idea de lo que puedo hacerle —dijo la menor con una sonrisa torcida—. La única que me ve como algo más que una bomba andante. Por eso me caes tan bien. El silencio fue absoluto. La tensión entre ellas era grande, apretada, sofocante. La sheriff lejos de alejarse solo la miró a los ojos. El celeste húmedo por las lágrimas buscaba respuestas. El magenta al contrario solo quería jugar con ella. —No me mires con esos ojos... —susurró Jinx, interrumpiendola—. Como si intentaras salvarme, Preciosa. Eso ya lo hiciste una vez. O lo intentaste, al menos. Sus labios se acercaron. Caitlyn no se inmutó siquiera. Sus respiraciones se mezclaron. Los dedos largos de Jinx se movieron hasta sostener a la sheriff entre el cuello y la cabeza. Pero justo cuando parecía que la distancia desaparecería, la Zaunita ladeó la sonrisa, como si saboreara algo que sólo ella entendía. Se inclinó al oído de Caitlyn, suave, peligrosa, triunfante. —Ahora... es mi turno de salvarte. Y entonces, sin previo aviso, sintió el pinchazo. Una aguja en el cuello. Rápido. Preciso. Caitlyn se sobresaltó su mano fue por instinto a su cuello, arrancando la aguja aún clavada en su piel. Dando un medio paso atrás, mirando a Jinx con incredulidad. Bajó la mirada, en su mano temblorosa, la jeringa vacía todavía goteaba un resto de líquido transparente. —¿Qué… qué hiciste? —alcanzó a decir en un jadeo. Jinx se acercó con calma de nuevo, levantó una mano hacia ella. Le acarició suavemente el cuello, como si pidiera perdón con esa misma mano con la que la había herido. —Tranquila... Kilyn —susurró—. No es veneno. No esta vez. Caitlyn cayó de rodillas primero. Luego se dejó caer contra Jinx, que la sostuvo con firmeza, casi con ternura mientras la sheriff no podía moverse o reaccionar. —Me cansé de verte jugar con ellos —le dijo Jinx al oído—. Quiero que juegues conmigo... como antes. Los párpados de Caitlyn empezaron a caer. Su visión se nublaba. Pero no de miedo. De abandono. De traición. —Pero por ahora... —murmuró Jinx mientras la abrazaba, respirando el caro perfume de Caitlyn—. Solo sueña conmigo. La sheriff se rindió en los brazos ajenos. Y justo antes de que la oscuridad la envolviera, Jinx le susurró con voz suave, casi quebrada: —No me dispares cuando despiertes… o al menos, no al corazón. No podía respirar, el aire era más pesado cuando decidió finalmente bajar, siguiendo el juego retorcido de Jinx, como siempre lo hacía. Caitlyn descendió con cautela los peldaños metálicos que llevaban a un nivel del que nunca había sabido. Las luces parpadeaban sobre su cabeza, pariendo sombras en movimiento en cada esquina. El aire era sucio, cargado de óxido, polvo y electricidad estática. Bajó una, dos, tres docenas de escaleras. Cada paso más frío. Cada peldaño más ruidoso. Ese lugar... no estaba en los planos. Ni siquiera durante la reconstrucción había aparecido en los mapas internos. El subsuelo de la academia era un rumor enterrado, un susurro silenciado por el tiempo. Y sin embargo, ahí estaba. Vivo. Podrido. Esperándola. Porque Jinx había desenterrado cada piedra. —¡Jinx ya sal! ¡Déjate de juegos estúpidos y da la maldita cara! —Exclamó. Pero nadie respondió. Con un salto finalmente sus pies tocaron el suelo fuera de las escaleras, observó el pasillo frente a ella. Tubos reventados colgaban del techo, y a los costados, los paneles de concreto estaban manchados de humedad y algo más oscuro. Sangre vieja. Sangre seca. A medida que avanzaba, la luz azulada de los neones revelaba dibujos infantiles adheridos a las paredes. Crayones desvaídos, figuras temblorosas: soldados sin rostro, niños con ojos vacíos, y en uno... una pequeña figura abrazando a un peluche de conejo bajo un cielo lleno de cruces. Y más sangre. Caitlyn tragó saliva. Aquello no era parte de una decoración infantil. Eran testigos. Fragmentos de trauma convertidos en arte desesperado. Fue entonces cuando el primer dispositivo se activó mostrando grabaciones, la imagen se proyectó en las paredes, llenas de estática, pero visibles para Caitlyn. "Prueba 004. Estímulo visual. Paciente 7A . Edad: 13 años" El video mostraba una habitación blanca, con una camilla metálica y un niño atado, sollozando. Voces frías, metálicas, daban órdenes que no se entendían del todo. Luego, un estallido de luz, y el niño gritó, su cabeza explotó llenando las paredes de sangre. "Siguiente prueba fallida. Preparar siguiente sujeto" La proyección se apagó. Caitlyn avanzó, más rápido. Pero cada pocos pasos, otro dispositivo se activaba. "Prueba 012. Reprogramación neural, etapa 3. Sujeto 3F " "Paciencia... paciencia... observa la respuesta al estímulo de castigo" Decía una mujer ajustando cadenas en las muñecas de una niña, probablemente de unos 12 años. Si cabeza estaba cubierta por herramientas de metal. Su boca abierta y sus ojos forzados a mantenerse sin pestañar. La grabación se apagó y luego solo fué un audio: "¡Vi! ¡Vi no me dejes!" Esa última voz la paralizó. El audio de una niña. Desgarradora. Caitlyn giró hacia la fuente. Un grabador pequeño colgaba del techo, envuelto en cintas color magenta y celeste. Su corazón latió fuerte. Sabía muy bien de quién se trataba. —¡Jinx, hablo enserio, ya basta de esto! —Volvió a gritar—. ¡Deja de jugar conmigo, solo hablemos por favor! No hubo respuesta, de nuevo. Garabatos empezaban a cubrir las paredes ahora. Estaban por todas partes: ojos cruzados, cráneos deformados, números tatuados dentro de siluetas infantiles. Pintura neón. Azul celeste y magenta, los colores de ella. Los colores de Jinx. El color de aquellos ojos que tantos suspiros le habían sacado. Caitlyn empezaba a comprender. Todo ese recorrido, cada prueba, cada dibujo, cada palabra escrita en sangre... era un juego. Un juego demente y sádico. Una trampa. Una trampa para ella. Y sin embargo, no se detuvo. Porque sabía que eran de Jinx, eran hechos por la criminal. Le gustaba cuando eran hechos por ella. Al fondo del pasillo había una puerta doble, oxidada y ligeramente entreabierta. Caitlyn empujó con fuerza. Crujió como si no hubiera sido abierta en años. Y del otro lado, una sala inmensa, iluminada solo por las luces parpadeantes del techo, reveló su secreto: columnas de estanterías repletas de expedientes. Cientos. Miles. Algunos rotos, otros en sobres de metal, todos marcados con códigos. Papeles en el suelo, hojas manchadas, etiquetas con números de tres cifras. —¿Qué mierda...? —Caitlyn se inclinó y tomó uno de los archivos tirados. Expediente 014: Paciente colapsó en la quinta sesión de reprogramación cerebral. No responde a comandos. Cráneo comprometido. Desechar. Volvió a dejarlo. Respiró hondo. Tomó otro. Expediente 006: Nivel de obediencia: 97%. Sujeto apto para campo de batalla. Protocolos finalizados. Empezó a recorrer los estantes. La sala parecía extenderse más y más, como si se moviera con ella. Como si el mismo lugar quisiera confundirla. —¡Jinx esto no me gusta, basta! —su voz hizo eco—. ¡Te prometo que no quiero lastimarte mucho, solo romperte uno que otro hueso, te daré chocolate después si sales voluntariamente! Una risa la acompañó en el silencio. Era esa risa... su risa. Sonrió apenas, confirmando la presencia de Jinx en el lugar. Pero aún sin verla. La buscó con la mirada, pero entonces vio algo diferente. Una flecha pintada en la pared. Roja, no, carmesí. Era sangre y marcaba una dirección específica, entre dos columnas. Caitlyn siguió la pista. Otra flecha. Y otra. Hasta llegar a una mesa aislada, bajo una luz pálida. Allí, una pequeña caja musical oxidada, con una manivela. Decorada con calcomanías infantiles y garabatos. Unos cupcakes, una pistola. Un nombre escrito con crayón magenta: Powder. Caitlyn giró la manivela. La melodía sonó rota, temblorosa. Infantil y macabra. Su cuerpo se tensó. Algo dentro de ella se movió. Un recuerdo, fugaz, no narrado, pero insoportable. Esa melodía, la misma que había escuchado cuando era adolescente. La caja se abrió. Dentro, plastificado, estaba un único archivo. Aquel que Jinx tanto quería que encontrara. EXPEDIENTE 019 Apodo asignado: La bala perdida Nombre: Powder Resultado: Fault Y Caitlyn lo tomó entre las manos. Leyó. No supo cuánto tiempo se quedó allí, de pie, con los ojos fijos en la hoja amarillenta. Leía. Releía. Sus pupilas se movían de una línea a otra, el temblor en sus dedos lo decía todo. Su respiración era lenta, pesada, casi contenida. No parpadeaba. No pestañeaba. Se cubrió la boca con una mano al terminar de leer y soltó un gemido cuando sus ojos se llenaron de lágrimas. Y de pronto, lo sintió. Un cambio en la luz. Un cambio en el aire. Jinx estaba ahi. La luz parpadeó. Luego se apagó por un segundo. Y volvió. El zumbido eléctrico creció. Algo se movía tras las columnas. Caitlyn cerró el archivo. No giró. No hizo un solo sonido. Sabía quién era. Lo supo en cuanto la presencia la rozó como un viento cálido. Aquel olor a pólvora y perfume dulce. Tan dulce... Unas botas resonaron suavemente contra el concreto. Lentas. Controladas. Casi sensuales. Caitlyn mantuvo su postura erguida, firme. Pero el archivo temblaba entre sus dedos. Podía imaginarla con esa sonrisa en su rostro, sus ojos magenta brillando junto a los pasos de sus botas decoradas con crayones. Tembló y entonces una mano—delicada, fría, ligeramente larga—se posó en su cuello. Caitlyn ocultó una sonrisa. —¿Fue divertido buscarme como si fueras una cazadora, cuando todo este tiempo era yo quien te guiaba a la trampa, Kilyn? El apodo flotó entre ellas como una palabra antigua. No era la sheriff. No era Caitlyn. Era Kilyn. Algo nacido entre obsesión y recuerdo. Algo solo de ellas, del juego que jugaban desde hace meses. Caitlyn cerró los ojos por un segundo. No por miedo. Sino por certeza. —Jinx... —susurró, sin girarse aún. La risa de Jinx fue baja, melancólica. Se deslizó hasta quedar frente a ella. Sus ojos magenta brillaban bajo la luz parpadeante, y su cabello celeste estaba más enredado que nunca. Tenía manchas de pintura seca en la mejilla. Y algo de sangre en los labios. No se sabía si era suya. —¿Qué es todo esto? —preguntó Caitlyn al fin, voz baja, firme. Jinx ladeó la cabeza, sus dedos aún en la base de su cuello rozando el uniforme de la comandante. —El secreto que he querido que sepas desde hace tanto. Te tomaste tu tiempo —respondió la menor, sus ojos fijos en los de Caitlyn. —No me dejaste muchas opciones. Jinx río ante eso y apoyó ambos brazos alrededor del cuello de Caitlyn. Se inclinó hacia ella, aún de puntillas, la sheriff solo bajó la cabeza, sin huir ante el acercamiento. —¿Sabes qué es lo mejor de los secretos, Lyn? —musitó, acercándose tanto que sus narices casi se rozaron. Las manos de Caitlyn se posaron en su cintura. Sosteniéndola, manteniéndola de puntillas ante su juego de tensión. Miró a Jinx a los ojos esperando que completara su propia pregunta. —Que no hay vuelta atrás cuando los entiendes. —concluyó la Zaunita. La distancia entre ellas se redujo aún más. Jinx la tocó más. Esta vez, una caricia en la mejilla. Su dedo dejó una marca carmesí sobre la piel impecable de Caitlyn. Era sangre seca. —Tú querías que lo encontrara, no te estuviste hasta lograrlo. —Tenía qué. Ahora que el juego acabó, desgraciadamente tengo que matarte, arrancar la piel de tu lindo rostro con mis uñas. Acabar con tu correcta vida. —sentenció Jinx. Caitlyn sonrió. —No vas a matarme. No puedes lastimarme—. Demandó la sheriff, sus manos apretándo el agarre en la cintura de Jinx—. No quieres. —Eres la única que no me teme, que no tiembla a la idea de lo que puedo hacerle —dijo la menor con una sonrisa torcida—. La única que me ve como algo más que una bomba andante. Por eso me caes tan bien. El silencio fue absoluto. La tensión entre ellas era grande, apretada, sofocante. La sheriff lejos de alejarse solo la miró a los ojos. El celeste húmedo por las lágrimas buscaba respuestas. El magenta al contrario solo quería jugar con ella. —No me mires con esos ojos... —susurró Jinx, interrumpiendola—. Como si intentaras salvarme, Preciosa. Eso ya lo hiciste una vez. O lo intentaste, al menos. Sus labios se acercaron. Caitlyn no se inmutó siquiera. Sus respiraciones se mezclaron. Los dedos largos de Jinx se movieron hasta sostener a la sheriff entre el cuello y la cabeza. Pero justo cuando parecía que la distancia desaparecería, la Zaunita ladeó la sonrisa, como si saboreara algo que sólo ella entendía. Se inclinó al oído de Caitlyn, suave, peligrosa, triunfante. —Ahora... es mi turno de salvarte. Y entonces, sin previo aviso, sentí el pinchazo. Una aguja en el cuello. Rápido. Preciso. Caitlyn se sobresaltó su mano fue por instinto a su cuello, arrancando la aguja aún clavada en su piel. Dando un medio paso atrás, mirando a Jinx con incredulidad. Bajó la mirada, en su mano temblorosa, la jeringa vacía todavía goteaba un resto de líquido transparente. — ¿Qué… qué hiciste? —alcanzó a decir en un jadeo. Jinx se acercó con calma de nuevo, levantó una mano hacia ella. Le acarició suavemente el cuello, como si pidiera perdón con esa misma mano con la que la había herido. —Tranquila... Kilyn —susurró—. No es veneno. No esta vez. Caitlyn cayó de rodillas primero. Luego se dejó caer contra Jinx, que la sostuvo con firmeza, casi con ternura mientras la sheriff no podía actuar o reaccionar. —Me cansé de verte jugar con ellos —le dijo Jinx al oído—. Quiero que juegues conmigo... como antes. Los párpados de Caitlyn empezaron a caer. Su visión se nublaba. Pero no de miedo. De abandono. De traición. —Pero por ahora... —murmuró Jinx mientras la abrazaba, respirando el caro perfume de Caitlyn—. Solo sueña conmigo. El sheriff se rindió en los brazos ajenos. Y justo antes de que la oscuridad la envolviera, Jinx le susurró con voz suave, casi quebrada: — No me dispares cuando despiertes… o al menos, no al corazón .Prólogo
13 de septiembre de 2025, 17:13