ID de la obra: 938

Severus Snape VS El bosque prohibido

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planificada Midi, escritos 52 páginas, 28.980 palabras, 8 capítulos
Descripción:
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Capítulo 8: Peter Pettigrew VS La tienda de pociones.

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Sirius la había cagado la noche anterior. No, no por el ritual; eso salió excelente. Otra vez había tenido uno de sus momentos de quiebre mental y se descargó injustamente con sus amigos. Esta no era la primera ni la última vez que tendría un quiebre. El último lo tuvo el mes pasado con el incidente del bosque, pero la violencia fue tanta que su cuerpo solo supo entrar en ese estado extraño de shock en donde no entendía ninguna lengua que se le hablase, ni era consciente de su alrededor; los cuales normalmente eran las últimas fases de sus crisis, siendo la primera el arremeter contra lo que sea que estuviera al frente. Desde la aparición de Canuto y Canis, estos quiebres eran más manejables. Sabía cuándo se aproximaba uno y retroceder antes de caer en el pozo, pero eso, al parecer, era solo un juego de probabilidades si el detonante en cuestión le generaba suficiente estrés emocional. Las discusiones a gritos de Canuto y Canis eran su advertencia, una más amable y manejable que lo que fue en su momento sus ancestros, quienes solo sabían criticar cada paso que daba y juzgarlo, desestabilizándolo más rápido y dejándolo a merced de su propia mente. Debía disculparse. Ni sus amigos ni Lily eran culpables de lo que sea que estuviera mal con él. Se armó de valor (como un buen Gryffindor). —Chicos —inició, mientras sus amigos pararon un momento su rápido acicalamiento—. Sé que la cagué anoche, no debí decir todas las cosas que dije y realmente no creo en nada de lo dicho, es solo que... Pero James no lo dejó terminar. —Tuviste una crisis mental, lo sabemos —la forma en que lo dijo, un poco despectiva y cansada, pesó en el corazón de Sirius. —No es excusa, Sirius, pero lo entendemos —intervino Remus. —Si Quejicus no interviene hubiéramos tenido un mínimo de Sirius Patata por treinta minutos, en una situación tan importante —se quejó Peter, aunque no podía contradecir la realidad. Estaba arrinconado, no sabía por cuánto tiempo aguantarían este comportamiento de su parte. ¿Cuánto soportarían ellos antes de desecharlo? James pareció (como siempre) prácticamente leerle el pensamiento. Dio un suspiro y dijo: —Sabemos que no es a propósito y estás perdonado, Siri, pero eso no significa que no nos preocupe. —Hizo una pausa y se despeinó más el nido de pájaros que llamaba cabello—. Te amamos, Sirius, de verdad, eres familia para nosotros, pero no podemos ayudarte como nos gustaría, necesitas ayuda profesional. Ahí va otra vez, el mismo tango de siempre. —La buscaré, lo juro —desviaba la mirada mientras lo decía—. Cuando terminemos de solucionar esto y algunas cosas que tengo pendientes yo... —Irás a San Mungo —esta vez fue Remus quien dio la estocada—. Llevas un tiempo prometiéndonos eso, ¿esta vez cumplirás? Sus palabras dolían. Canis le reclamaba por dejar que un hombre lobo le reclamara algo así y tenía razón, pero no era momento de replicar. —Lo haré esta vez, además, Quejicus mostró ser de ayuda ayer. Podría ser de utilidad hasta que terminemos con todo esto —sugirió. Los demás lo miraron escépticos, pero no dijeron nada más. —Entonces... —los nervios se lo comían vivo. —Estamos bien, hermano, ven aquí —dijo James mientras abría sus brazos para un abrazo que Sirius nunca rechazaría. Sirius hizo acto de presencia en el Gran Comedor y, como siempre, las miradas voltearon y se escucharon susurros. Iba a seguir a sus amigos hasta la mesa de Gryffindor, pero fue detenido por una mirada de James, recordándole su “plan”, el cual, como fue idea suya, debía apegarse o deshacerse de él, él mismo. Con el dolor de su corazón, volteó su camino a la mesa de Slytherin, donde pudo observar al "maravilloso" dúo dinámico de su hermano el supremacista y Quejicus el wannabe. —Sirius, qué sorpresa que hayas decidido unírtenos en esta mañana —las elegantes palabras del ridículo de su hermano estaban llenas de desdén. Decidió por su bienestar mental ignorarlo. Posó sus manos en los hombros de Quejicus, masajeando un poco sus hombros "amorosamente", bajó su cabeza a la altura de la de él que estaba sentado (Qué bien huele) y era hora del show: —Buen día, mi príncipe, anoche te fuiste sin decir adiós. Me dejaste con ganas de más —dijo con su mejor voz seductora, un toque aquí y allá y todos le creerían. A pesar de que Quejicus parecía un resorte a punto de estallar, más que una pareja agasajada. Un pequeño sonrojo se hizo presente en las mejillas del de piel cetrina y apretó (fuertemente) una de las manos en su hombro como señal de saludo y advertencia. —Buen día a ti también, Bl... —paró notando su error— Sirius. —Sabes, pensaba al entrar aquí en poder desayunar con mi bebé —el Black mayor se fue sentando al lado de Severus, haciendo rodar a un estudiante que ocupaba el sitio—. Ya sabes cómo siempre hemos querido desde que ocultábamos nuestra relación, que ya no es secreta. Severus sabía que debía frenar el dramatismo del tonto mayor o atraería demasiadas sospechas. —Por favor, sabes que soy tímido —dijo mientras tomaba la mano de Black y daba lo mejor de sí para no hacer cara de asco—. Me gustaría más que nuestros afectos solo queden entre nosotros. —Como quieras, mi príncipe —Black respondió con una mirada extraña y oscura. Regulus observó el intercambio con una calma glacial, tomando un sorbo de té como si estuviera viendo una telenovela de las tardes. —Veo que ya has iniciado el cortejo, Sirius. —¿Cuál cortejo? ¿De qué hablas, Bobulus? —replicó Sirius con saña. —¡Te dije que me dejaras de llamar así! Regulus normalmente era un tipo frío con bastante paciencia e inteligencia social, pero cuando se trataba de Sirius se convertía en un personaje desconocido. —¿Cómo? ¿Tu nombre? —el mayor sonreía, sabía lo que hacía—. Si te lo cambiaste me debías informar, o tal vez no lo merezco por no ayudarte el verano con la confección de tu... —¡CÁLLATE! —Regulus perdió la compostura por primera vez delante de Severus—. ¡UNA PALABRA MÁS Y LE DIRÉ A MAMÁ! —Ah, estamos involucrando a la gran jefa en esto —la sonrisa del hermano mayor se ensanchaba más y el menor se ponía rojo de la ira. Severus, que nuevamente estaba en medio de todo, pudo ver que la escalada del conflicto entre hermanos llamaba la atención de todos en el comedor, en especial de los demás Slytherins. Regulus, rey de las cachetadas a guante de seda y aristocracia, se le había escapado el control, y Sirius, el traidor, parecía más cómodo que nunca en el caos. La escena era digna de un drama shakespeariano, solo que con tostadas y zumo de calabaza en lugar de espadas. Con el pesar de su alma y ganas de vomitar del asco, debía intervenir, si no quería que lo involucraran en más tonterías. —Querido —inició, Merlín que se lo llevara ya la parca—. Por favor, no hay necesidad de hacer semejante escena en nuestro desayuno —apretó la mano de Black en advertencia y trató de dar su mejor interpretación de ama de casa desesperada—. ¿No sería mejor discutir los asuntos familiares en privado? Black (alabado sea Merlín) pareció escuchar. —Tienes razón, mi príncipe —va a llover hacia arriba—. Siempre sabes cuándo intervenir —llevó la mano que tenían entrelazada hacia su boca y la besó, eso acalló a medio comedor. Regulus los miró con profundidad, para luego proceder a volver a su expresión de apatía elegante. —Que disfruten su desayuno entonces —dijo mientras se ponía de pie—. Tengo clases que atender, nos veremos después, Severus. Ni siquiera volteó a ver a su hermano. El Black mayor se moría de la risa, mientras se recostaba en los hombros de su enemigo declarado. Severus llevó su mano a la cabeza de Black, aparentando una caricia que en realidad era un jalón. —Ya acabó el espectáculo —susurró—. ¿Qué se te ofrece esta mañana, Black? —¿No podía saludar a mi amorcito? —rió un poco más y Severus jaló más fuerte—. Ay, cuidado, a diferencia tuya yo sí cuido mi cabello. —Habla ya —perdía la paciencia ante tanta tontería—. Así podrás irte más rápido. —Ya, ya. Teníamos que hacer creíble el rumor y qué mejor forma que venir a pasar mis primeras horas del día contigo. Snape hizo cara de asco. —Vamos, no es taaaan malo —Merlín le diera paciencia con Black y su cara de cachorro, hablando de cachorros. —Estuviste espiando mis conversaciones con Lily en tu forma canina. —Mmm, espiar es una palabra muy fuerte, yo diría más bien pasar tiempo con ustedes de manera inadvertida —ante ese comentario fue empujado de los hombros de Severus. —¿Qué querías, maldito chucho? —Snape poseía una mordacidad aún mayor a la usual—. No me digas —la pausa dramática y la sonrisa sarcástica fue sorpresa—. ¿Tú estúpidamente pensabas que Lily y mi persona hablarían intimidades al aire libre, donde todo el mundo nos escucharía? ¿No es así? Sirius solo lo pudo ver, atrapado con las manos en la masa, pero Snape no había acabado. —Pensabas que obtendrías algo para manipular la situación a tu antojo —la sonrisa triunfal y aterradora (sexy) seguía en su cara—. Tienes que trabajar más duro para eso, hombre tonto. Ahora mismo tienes más que perder que yo, será mejor que te comportes. —Ya veremos, grasoso —no podía mostrar debilidad ante Quejicus, quien claramente nunca dejaría de atacarlo y casi se olvidó de ese detalle de su maravillosa personalidad ante todo el estrés que ha tenido encima—. Tengo una pregunta para ti. —¿Qué podría ser? —La cantidad de acónito que necesitas —los negocios eran más importantes que cualquier enemistad. —Unos doce kilos —Sirius abrió sus ojos en asombro, esa era una cantidad considerable—. No trato de envenenar a nadie, pero en caso de que algo salga mal no tendremos que conseguir más y si todo sale bien tendré suficiente para dos lunas más. —Razonable. Entonces lo tendré para ti esta noche, te veré en el mismo salón después del toque de queda —dijo Black con una mano en su barbilla. Empezó a levantarse para irse y Severus pudo sentir que la calma volvía a él. Pero claramente Black no se lo dejaría tan fácil. —Otra cosa —señaló antes de levantarse por completo—. Estamos a mano en cuanto a espionaje. Viste dentro de mi mente, ayuda o no, no tenías mi consentimiento. —No hay gran cosa que ver ahí, ya sabes, las luces están encendidas pero la casa está vacía —la burla era más que clara—. En todo caso no te ayudaré a salir más de cualquiera de tus... "episodios". No es que me interese. Sirius le frunció el ceño. No creía para nada que su cabeza estuviera en blanco en ese momento. —Podría ser necesario en caso de algún incidente futuro, no queremos que el plan se dañe por una de mis tonterías, ¿no? El juego salió de los ojos de Snape, para dejarlos maquinando como siempre. —Bien, tienes razón. Si te vuelvo a ver husmeando en tu forma real, te vas a arrepentir. No necesito hechizos para hacerte sufrir y menos con Lily de mi lado. —Como sea —aunque amargado, tuvo que volver a colocar una máscara, el show debía finalizar—. Que tengas excelente día, mi príncipe —tomó rápidamente la mano de Snape y la besó, para luego huir hasta la mesa de Gryffindor, dejando un Slytherin sonrojado y mortificado. James estaba cabeceando en Aritmancia. Tenía más que claro el contenido de esta clase y no podía ser más aburrido el estar aquí antes de su práctica de Quidditch. —Hermano... pss... Hermano —algo estaba molestando su momento de disociación—. James, no te hagas el loco, ese soy yo —susurró Sirius. —Viejo, estaba a punto de dormir con los ojos abiertos. —Te quería decir, que tomaré prestadas la capa y el mapa esta tarde. —¿Esta tarde cuándo? —sospechaba algo y solo quería comprobar. —Esta tarde después de clases, ¡dah! —Sirius respondió con una mueca grosera—. Iré a Hogsmeade por los ingredientes para el matalobos que preparará Quejicus, ¿recuerdas? Lo hablamos anoche. Sospechas comprobadas. —¿Olvidaste que tenemos práctica de Quidditch esta tarde o simplemente estás sugiriendo que no irás? —cuestionó Potter con seriedad. Por la expresión en su hermano del alma puede deducir que su pregunta directa lo sorprendió, pero no sabía si era por atraparlo con las manos en la masa o si de verdad no lo recordaba, viniendo de él todo era posible. —De verdad lo olvidé —dijo abatido—. Hermano, tú eres el capitán, sabes lo importante que es esto. ¿No podrías, no sé, dejarme ir o acabar la práctica más temprano? —Sirius canalizó su canuto interior. —Hermano, no puedes estar hablando en se... —fue interrumpido por la sombra de la profesora Séptima Vector. —¿Les gustaría a los señores Potter y Black comunicar al resto de la clase su conversación? —su mirada aseguraba un castigo si no respondían con sabiduría. —Sí... eh, nosotros... —empezó James tratando de salvar el show como siempre—. Conversábamos acerca de teorías que podrían resolver la ecuación que está explicando, señorita. —¿Es así entonces, señores? —dijo la maestra alzando una ceja con ironía—. Entonces podría el señor Black pasar al frente ha demostrárnoslo. Merlín sea bueno, ya la regaron. Sirius no era un lastre en Aritmancia, pero no estaba tan metido en ella como James como para demostrar las complejas teorías que podrían solucionar la ecuación en la pizarra. —¿No le gustaría más bien que yo...? —James empezó a dar patadas de ahogado. Tras él pudo escuchar a Remus dándose una palmada en la frente. —Dije señor Black. —Sí, señora —contestaron ambos al unísono. Sirius se levantó y James supo que tendrían que hacer uso de todas sus habilidades de charadas aprendidas a través de los años. Si Sirius pensó que su momento de calvario había acabado después de la clase, estaba muy equivocado. James no lo dejaría huir y salirse con la suya, iban a hablar le gustara o no. Agarró a Sirius por los hombros antes de que tomara velocidad en los pasillos y se lo llevó a un lugar más aislado. —¿Qué carajos, Jamey? No tienes que ser tan agresivo —dijo el Black mientras se quitaba a James de los hombros. —Pensabas huir —Sirius usó el silencio—. No puedes mentirme, ni evadir, ¡te conozco! —no fue efectivo. —Bien, pero es que, hermano, te pones como loco cuando se nos acerca un partido contra cualquier casa. —¡NO es cualquier casa! Son los Ravenclaw y este año están a nada de sacarnos la copa de las manos, además por algo soy el capitán, me tomo muy en serio mi papel. —Entonces, ¿insinúas que no me tomo mi papel como bateador principal en serio? —Sirius rebatió. —¡NO, maldita sea, Sirius! —James Potter se iba a arrancar los pelos de la cabeza gracias a los constantes dramas de Sirius—. Tienes que delegar tareas, no eres el único en este plan, no solo a ti te importa Remus. A Sirius le cayó como un balde de agua helada, esto no era realmente una discusión acerca de su asistencia a las prácticas de Quidditch. —Lo sé, hermano, pero... —el Black iba a preparar uno de sus ridículos discursos dramáticos. —Pero nada —lo paró James—. Sé que Remus no podría ni acercarse al acónito, pero está Peter que también está muy metido en este lío y, coincidentemente, es amigo de Remus. Sirius sentía que el mundo lo tiraba para abajo. —James, sabes que esto es muy delicado —trató de hacerlo reconsiderarlo. —Lo sé, no estás solo en esto, Sirius. No hagas las cosas como si lo estuvieras entonces. Se miraron a los ojos durante un minuto, como midiendo algo que solo ellos sabían. —Está bien, hablemos con Peter. Peter a veces (muchas veces) cuestionaba su amistad con los otros Merodeadores. No lo malinterpreten, los chicos son agradables, graciosos y populares, un excelente grupo para pasar sus años escolares. Nunca se aburría, pero últimamente, más que diversión, le estaban conllevando a un montón de problemas. —¿Y por qué no va Sirius? —cuestionó. —Porque él ya hizo su parte con el ritual, además de que hoy tiene práctica de Quidditch. Si queremos que nadie sospeche, debemos mantener la rutina —respondió su autoproclamado líder. Sirius hizo la expresión de alguien a quien le acaban de dar una patada en el hígado al atestiguar su discusión. —Chicos, no habría problema si yo... —iba a intervenir con alguna salvajada el Black pero James lo detuvo con un gesto de su mano. —No, Peter. Remus no se puede ni acercar a esas plantas, tienes que ir tú, además eres el único desocupado después de clases. Peter miró a James y James le devolvió la mirada, juzgando quién de los dos podría ceder más rápido; claramente fue Peter, si no, no estaría en el lío en el que está. Irritado y equipado con el mapa que construyeron en tercero y la capa de invisibilidad que James encontró en el sótano de sus padres, buscaba los pasadizos secretos que lo conducirían directamente de Hogwarts a Hogsmeade. Como decía al inicio, estaba seriamente cuestionando sus andadas con sus compañeros de habitación. Al principio no traían más que beneficios, ser parte de los Merodeadores o, mejor dicho, ser "amigo" de James Potter y Sirius Black, traía un inherente respeto y temor por parte del resto de sus compañeros de casa y se extendía por fuera de esta, y por si fuera poco, lo posicionó en la cima de la cadena alimenticia escolar. No era el blanco de bullying, era el bully. No era lo óptimo pero nadie podría ponerle las manos encima. Nadie excepto los propios Sirius y James o la nueva figura a considerar, los problemas ministeriales que podrían acarrear ese par de huracanes. Encontró la pared rodante (como la llamaron), una pared que si realizabas el patrón rítmico correcto en sus ladrillos inferiores abría un pasadizo a Hogsmeade, uno de los 10 encontrados por ellos en sus exploraciones y añadido en secreto en el mapa. Este en específico fue descubierto y desentrañado por Remus. A veces sentía que fue aceptado entre los Merodeadores solo para que James y Sirius no sintieran que desplazaban a Remus, el cual era tan cobarde que aunque lo hicieran realmente jamás los confrontaría. Tras eso, los baches mentales de Sirius lo estaban empezando a asustar. Desde que son oficialmente animagos ilegales, el chico está más errático de lo normal. James quiere tapar el sol con una mano, pero Peter piensa que el siguiente hogar de Sirius posiblemente sea el ala psiquiátrica de San Mungo. Peter respiró hondo por última vez antes de entrar al mohoso y polvoriento pasillo, oscuro como el alma de Quejicus y posiblemente infestado de ratas como él. Lo peor de todo en este momento de desgracias en la vida de Peter era que su pasión, motor de su ser, peligraba. Su carrera como el mejor periodista de Hogwarts (porque él no es un chismoso) peligraba. La maldita de Rita Skeeter y sus dos compinches, la Slytherin loca de los gatos (Dolores Umbridge) y el Hufflepuff sin cerebro (Gilderoy Lockhart). Angosto y oscuro, con olor a humedad, Peter sudaba y los nervios se le crispaban a pesar de tener la seguridad de la capa de invisibilidad y la certeza de estar solo en el mapa. No deja de pensar en que si algo sale mal, el castigo mínimo sería una sanción educativa que haría dar el grito al cielo a su madre, su único progenitor. Para él, su familia (su madre y él) eran la viva prueba de que ser sangre pura no basta, lo importante es el dinero y poder que arrastra tu apellido. Como sea, volviendo a los problemas reales, Skeeter y sus compinches estaban llegando más rápido a las noticias de última hora en la escuela. No solo eso, se enteraban de cosas que eran básicamente imposibles de averiguar a menos que fueras invisible, y poco a poco, con su “capacidad investigativa”, estaban creando un lugar fijo como los mejores periodistas escolares en el periódico escolar, desplazando a Peter. El pasillo lo llevaría hasta la trampilla detrás de los barriles de cerveza de Las Tres Escobas, en donde tendría que tener aún más sigilo si no quería ser atrapado, para luego correr hacia Pociones J. Pippin, comprar los doce kilos de acónito y volver a entrar al bar sin ser visto para volver al castillo. Pan comido, según James, quien jamás era la carne de cañón. De todas formas, tiene que averiguar cuál era el nuevo as bajo la manga de su rival periodístico. ¿Sería un nuevo hechizo? ¿Tendría a su disposición algún objeto encantado? O peor aún, ¿logró ser un animago ilegal como él? Esa última parecía demasiado alocada para ser verdad, pero dada su situación, no cree que sea imposible. Skeeter no deja de ser una Ravenclaw. Llegó al fin a la trampilla, volvió a colocar encima de sí la capa, midió el peso del portillo para saber si había alguien de pie en ella o a su alrededor, esperó un momento a estar seguro para salir sin sospechas y abrió la pequeña puerta. El bar estaba a tope de los habitantes del pueblo bebiendo y conviviendo, un momento perfecto para su plan, ajenos a su presencia y a lo que ocurrió en el bosque prohibido. Por la cantidad de personas abarrotadas en el local y el frenesí de los camareros, la mejor opción sería rodear la sala pegado a las paredes para que nadie tropezara o pisara la capa y su tapadera cayera. Esperaba de todo corazón que Quejicus cumpliera y que Sirius tuviera razón en confiar en el grasoso, si no, él mismo lo internaría en San Mungo. Sirius, estaba nervioso, confiaba en sus amigos, sí, pero Peter era el más torpe de los cuatro y esto era como súper mega importante para él. Quejicus puede tener muchísimos defectos, pero nunca falta a su palabra sin motivo. Lo sabe por carne propia, el Slytherin nunca faltaba a una amenaza dada, jamás eran infundadas, y si le cumplían, él cumplía su parte. Esta situación lo estaba haciendo bajar su rendimiento como bateador estrella y James como capitán estaba cada vez más alterado, gritando y dando órdenes. Peter se arrastraba a través de la pared de Las Tres Escobas, cada que alguien cercano a esta movía una silla el corazón se le quería salir del pecho. Los acercamientos involuntarios de los camareros con sus bandejas y bebidas, no colaboraban. Había momentos en que sentía que la señorita Rosmerta podía ver a través de la capa. Fue un alivio el poder salir del ambiente festivo del bar sin incidencias, pero la verdadera carrera iniciaba ahora en las calles de Hogsmeade. —Sirius, ¿qué carajos te pasa? Si sigues bateando así, tendrás que irte a la banca para el próximo partido —exclamó James en su modo capitán de equipo. —Disculpa, James, tengo cosas en la cabeza —Sirius quiso excusarse. —Serán las tetas de alguien —algún graciosillo del equipo decidió que era el momento de meterse con él, sus demás compañeros rieron. Sirius frunció el ceño, para luego sonreír como si nada y James ya sabía para dónde iba eso. —¿Qué pasa? Te da envidia que yo tenga el privilegio de pasar tiempos íntimos con las chicas y tu fea cara no. —James tenía que intervenir antes de que Sirius la regara más. Posó su escoba entre el bateador y el buscador del equipo. —Sirius, deja de caer en las provocaciones de Collins —volteó su mirada hacia el otro jugador—. Y tú, guarda esa lengua afilada para nuestros contrincantes, te recuerdo que somos un equipo. Collins volteó su rostro con disgusto y Sirius hizo un gesto intimidante con su bate, pero ambos se callaron. Peter corría por toda la calle con tanta prisa que no notó las anómalas figuras que se presentaban en varias tiendas del pueblo hasta que llegó a su objetivo, Pociones J. Pippin, en donde encontró, para su absoluto terror, aurores interrogando al vendedor. Agradecía a Merlín por tomar la sabia decisión de no quitarse la capa de invisibilidad antes de entrar en la tienda. En la tienda se encontraban el señor Pippin con cara de seriedad, pero con los puños apretados y dos aurores (un calvo y una dama con un rodete) quienes cuestionaban al dueño de la tienda, buscando información de nada más y nada menos que el incendio del bosque prohibido. Peter se arrinconó cerca de la puerta aun con la capa, listo para, si se daba la necesidad, huir. —Le repito, el incendio en el bosque prohibido, ¿sabe usted algo de ello? —preguntó con firmeza la auror. —He escuchado rumores de caos en la comunidad causado por criaturas mágicas que huían, pero no sabía que fue causado por un incendio en el bosque —respondió el señor Pippin extrañado. —Las inminentes investigaciones realizadas al incidente y los testimonios de los seres del bosque, nos confirmaron que no fue un accidente. Existen rastros mágicos y se encontraron frascos de ingredientes de esta tienda —esta vez explicó el calvo. —¿Qué ingredientes? Podría darle información de a quién se lo vendí si es lo suficientemente raro. Peter empezó a sudar frío, la torpeza de Quejicus los iba a mandar a Azkaban. La auror sacó la evidencia de su bolso: cuatro frascos de ingredientes medio abiertos y en diferentes estados de rotura. Ya está, no habrá juicio, esos son unos buenos veinte años en Azkaban. Los posó sobre el mostrador y Pippin los empezó a analizar. Después de unos minutos en los que Peter se sentía cada vez más cercano a un ictus, dijo: —Efectivamente, los cuatro frascos son de mi tienda, el de belladona y fluidos de dragón son recientes pero no fueron comprados. —El hombre fruncía el ceño, molesto—. El de polvo de mandrágora es el que está más destrozado, así que no sabría decir con certeza la fecha de su compra y el último le arrancaron la etiqueta y tiene un poco de acónito adentro. —¿Acónito? —intervino el calvo—. ¿Qué cree que quisieran hacer con esos ingredientes? —Posiblemente algún pocionista con ganas de experimentar con venenos o el nuevo invento de Belby. —¿Qué nuevo invento? —cuestionó la mujer. Peter sentía que se iba a morir. —Una poción capaz de mantener cuerdo a un hombre lobo en luna llena, impresionante ¿No lo cree? Los aurores se miraron entre sí, sin delatar sus conclusiones con Pippin e inadvertidamente con Peter. —Bien, esto sería todo por hoy, volveremos con una orden para poder ver la lista de sus compradores del mes pasado, que tenga buen día, caballero —exclamó el calvo. Ambos aurores se dieron la vuelta y se dirigieron a la salida. Y Peter... Peter estaba jodido. Por más que tuviera más que suficientes galeones de James y Sirius a su disposición, si su nombre aparecía en esa lista de compradores, sería un claro sospechoso con la cantidad que debía conseguir de acónito. Necesitaba pensar, no podía ir a conseguirlo al bosque porque ni siquiera podría entrar sin que lo cazaran. Slughorn no tenía esa cantidad de acónito, si no Quejicus mismo se lo hubiera robado. Tendría que nuevamente cruzar los dedos y decepcionar a su madre, debía robarlos, no había más salida. Su forma animaga tomaba un sentido burlesco ante el uso que le daría. Se transformó en Colagusano, como habían decidido llamar a su forma animaga, bajo la capa; era extraño estar en la piel de la rata, sus instintos se afilaban, no pensaba tan claro y todo era un posible peligro. El suelo estaba sucio, Pippin limpiaba su mostrador y él tendría que explorar la tienda para buscar donde guarda el vendedor el acónito. Acomodó la capa en una esquina y empezó a olfatear el aire de la tienda, era pesado con olores de distintos ingredientes queriendo superponerse los unos a los otros, Lunático y Canuto estarían en el infierno, buscaba el olor como a perro mojado de las flores de acónito (el olor de Canuto). Pudo percibir un vistazo de ese olor al pasar por la puerta que daba a la trastienda, debía entrar, pero la puerta estaba cerrada. Por un momento su cerebro animal ganó y trató de pasar por debajo de la puerta e incluso empezó a mordisquearla, solo volvió al mundo de la razón cuando escuchó un jadeo asustado, Pippin lo había visto. El mundo paró para ambos por un segundo, ambos se vieron a los ojos esperando que el otro realizara el primer movimiento. El cual fue Pippin tomando una escoba, Peter chilló como nunca lo había hecho. La escoba de Pippin descendió con un siseo que resonó en los oídos de la rata, golpeando el suelo con un ¡bam! justo donde Colagusano había estado un segundo antes. El tendero no era un cazador experimentado, pero la escoba era un arma formidable en sus manos. Peter empezó a rezarle a Merlín y a Morgana, todos los instintos de Colagusano gritaban HUIR, pero la lógica humana no lo dejaba, debía volver con ese acónito fuera como fuera. El instinto animal de Colagusano le dijo que era momento de saltar a un costado y eso hizo, en ese preciso instante pudo sentir a su lado un nuevo golpe de la escoba en el piso, el hombre no se rendía y él tampoco. Esta vez pudo ver cómo Pippin alzaba la escoba para dejarla caer sobre él, a lo cual rodó sobre su lomo y solo sintió la ráfaga de viento de la colisión con el suelo. Se armó de valor, era esto o Azkaban o vivir una vida de rata que era lo mismo. Dio un salto, Pippin chilló, él mordió el mango de la escoba, el hombre empezó a sacudir la escoba pero Colagusano se aferró a ella con uñas y dientes literales ¿objetivo? El mostrador. Pippin empezó a girar con la escoba y la rata mordiendo la punta, Colagusano aprovechó la fuerza centrífuga y voló hacia el mostrador, el dueño de la tienda parecía a punto de desmayarse. Colagusano daría un salto de fe, del mostrador a la perilla de la puerta, su salto tendría suficiente fuerza para abrirla, si es que llegaba. Se preparó, su cuerpo temblaba de pura adrenalina, su pelaje estaba levantado amenazante. Tomó impulso, corrió por el mostrador, propulsó sus cuatro patas y saltó al vacío. Era una mota gris voladora, llena de fe y un sueño: abrir la puerta. Colagusano voló, estiró sus patas delanteras, ya podía sentir el metal del picaporte, Pippin gritaba. Y él cayó... En el picaporte. Abrió rápidamente la puerta y entró, para luego cerrarla con su peso al caer. Tenía segundos antes de que el dueño de la tienda entrara y nuevamente lo intentara asesinar. Empezó a olfatear rápidamente, analizando la dirección del olor del acónito, lo encontró en el estante a su derecha, el más alto y para colmo estaba en un frasco hasta arriba. En ese frasco había más de doce kilos pero no le importaba, se lo iba a llevar todo. Decidió que debía arriesgarse, se des-transformó, pero ni en su forma original lograba llegar al frasco así que trepó el estante y agarró el frasco para posicionarlo a sus pies. En el instante en el que volvió a ser Colagusano, Pippin entró a la habitación, sorprendido y enojado de que la maldita rata le estuviera robando su reserva de acónito. Colagusano no vio más salida, se montó encima del frasco rodándolo de lado, gracias a Merlín el tapón del bote era resistente o todo su contenido se volcaría. Y así empezó a rodar. La escena parecía sacada de un circo muggle. Pippin lanzando hechizos (sin atinar) a la rata mientras que esta rodaba en un frasco de acónito en movimiento, cada vez que un hechizo pasaba zumbando cerca, el corazón de Peter daba un salto, con cada hechizo mal atinado que podría haberle volado la cabeza. En una de esas a Pippin le llegó la iluminación y planeó una estrategia menos directa. Apuntó a una caja de mandrágoras gritonas secas en un estante, que al caer hicieron tal estruendo que los bigotes de Colagusano temblaron, a la vez que llenaba de polvillo el suelo que para su estatura diminuta era un nubarrón que no lo dejaba ver su camino, haciéndolo rodar sin control. Al tocar las mandrágoras el suelo y verse en un estado vulnerable estas empezaron a chillar, aturdiendo tanto a Pippin como a Colagusano, quien perdió el control del jarrón de acónito, el cual empezó a rodar para estrellarse contra una pared. Con la pérdida del control del jarrón de parte de la rata, empezó una carrera humano contra roedor por el jarrón de acónito. Colagusano vio sus cortos quince años pasar frente a sus ojos, no iba a permitir la pérdida de su botín. Dio un salto y tomó la delantera. El dueño del local estaba por tomar su preciado botín, pero Colagusano le dio un coletazo en su mano para alejarlo, persuadiendo así al hombre por un momento ante el shock de ser atacado por un roedor, pero ese duró lo suficiente; Peter opuso su cuerpo entre la pared y el frasco, siendo aplastado en el proceso. Cuando se volviera a transformar estaría magullado, pero el frasco se salvó. Volviendo a tomar el control del frasco, Colagusano localizó el rincón en donde guardó la capa y decidió que ese era su boleto de salida. A altas velocidades no alcanzadas antes de hace dos meses cuando pasó el incidente™, con toda la fuerza que podía ejercer en sus patas delanteras, la rata empujaba el frasco hacia el rincón donde sabía estaba la capa. Pero Pippin no se iba a quedar atrás, el hombre volvió a lanzar hechizos rápidos hacia el animago, dificultando su camino. El frasco, pesado y tambaleante, dificultaba la huida, pero la adrenalina mantenía a Colagusano en marcha. No podía rendirse, no ahora, ya estando tan cerca de finalizar su huida. Un hechizo rebotó en la pared, tan cerca que le chamuscó un bigote. Chilló de puro miedo, pero en lugar de frenar, redobló el esfuerzo. ¡El rincón ya estaba a pocos metros! ¡La libertad ya estaba cerca! Llegó al rincón donde se encontraba la capa, esta vez debía actuar con gran velocidad y precisión, pero contó con que el señor Pippin lo acorralaría. Colagusano realizó un último esfuerzo y empujó con sus patas delanteras el frasco hacia la capa, para luego saltar hacia ella y cubrirse para desaparecer. Eso simplemente hizo enloquecer al dueño de la tienda, cuya primera reacción fue pisotear el área en donde se suponía que debía estar la rata desaparecida. La rata fue más lista y previó esa posible situación al moverse con velocidad más cerca de la puerta antes de transformarse nuevamente en humano. El tendero jadeaba, los ojos desorbitados, el rostro rojo de furia y miedo. Con un rugido de frustración, apuntó directamente al rincón. —¡Finite Incantatem! El encantamiento rebotó contra la pared y rebotó entre las estanterías, golpeando los jarrones con ingredientes que estaban en estas. Pippin, enloquecido, avanzó hacia allí, escoba en una mano, varita en la otra, pateando cajas y pisando lo que quedaba de los frascos. Peter decidió que ante la distracción era el momento adecuado para des-transformarse y salir, dejando a un tendero histérico dando golpes en el suelo con su escoba en búsqueda de una rata inexistente.
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