Prólogo (2)
14 de septiembre de 2025, 1:41
Prólogo (2)
En la penumbra de la madrugada, en lo alto de una montaña, los ecos de una feroz batalla resonaban entre las sombras de los árboles. Senji Muramasa, apenas de 12 años, se movía con letalidad impecable, eliminando uno a uno a los miembros de una organización criminal conocida como “Dragones Azules,” una amenaza constante en el submundo japonés. Para el Clan Muramasa, esta era solo una misión más de limpieza.
Los criminales se ocultaban en una base improvisada, una cueva reforzada con paredes de acero y varias entradas vigiladas, pero el factor sorpresa y la habilidad del joven Senji les otorgaban la ventaja. Su mirada era fría y decidida, sin piedad ni flaqueza. Los miembros restantes de Dragones Azules apenas tenían tiempo para reaccionar antes de caer bajo el filo de su katana. Los hombres del Clan Muramasa, curtidos en la guerra y en la violencia, aseguraban que no quedara rastro alguno de la presencia de esa organización criminal.
Finalmente, con el primer rayo de sol iluminando las cumbres de la montaña, Senji salió del escondite y señaló con una mano hacia la carretera, donde los vehículos negros del clan esperaban pacientemente. Las puertas de los autos se abrieron, y Senji, seguido por sus hombres, descendió de la montaña.
A medida que bajaban por el sendero sinuoso hacia la carretera principal, Senji se hundió en sus pensamientos, pero un destello en el borde del camino captó su atención. A la distancia, notó dos pequeñas figuras andando con pasos vacilantes, y algo en ellas le hizo detener el auto.
—Alto aquí —ordenó con voz firme.
Los autos se detuvieron, y Senji bajó, observando a las dos niñas con curiosidad. Se acercó con paso seguro, observando los rostros y la apariencia desaliñada de ambas. Eran dos niñas de cabello negro largo y ojos rojizos, sus vestimentas raídas y sucias, y sus rostros reflejaban una mezcla de cansancio y desconcierto.
Con cuidado, extendió una mano hacia una de las niñas y tomó suavemente un mechón de su cabello entre sus dedos. La textura y la profundidad del negro le recordaron a algo familiar.
—Me gusta —dijo en voz baja, mirando fijamente a las niñas—. Formarán parte del Clan Muramasa desde ahora.
Akame y Kurome, sorprendidas, se miraron entre sí, confundidas. Sin embargo, no tenían un hogar al cual regresar ni una razón para rechazar la oferta. Con un leve asentimiento, ambas aceptaron la propuesta sin cuestionar demasiado las consecuencias.
Tiempo Actual - Niigata
Los rumores de una organización criminal, una remanente de los “Dragones Azules” que habían vuelto a emerger en Niigata, llegaron rápidamente a oídos del Clan Muramasa. La respuesta fue rápida y contundente. Ahora, años después de aquel encuentro en el camino, Akame y Kurome, convertidas en letales asesinas entrenadas, lideraban a varios grupos del clan en una misión de limpieza en las calles de Niigata.
Ambas se movían en silencio por las sombras, limpiando los restos de aquella organización que intentaba revivir. No había compasión en sus miradas; el entrenamiento del Clan Muramasa había perfeccionado sus habilidades y moldeado su lealtad. Los pocos criminales que intentaban escapar se encontraban con el filo de sus espadas, incapaces de comprender cómo el clan había llegado tan rápido y con tanta precisión.
Finalmente, tras acabar con los últimos integrantes de la organización, Akame y Kurome intercambiaron una mirada de satisfacción. Sabían que, en el clan, no había cabida para las ratas y que ellas eran la fuerza silenciosa encargada de mantener el orden desde las sombras.
Mientras Akame y Kurome terminaban la última fase de limpieza en Niigata, un hombre del Clan Muramasa apareció entre las sombras, acercándose con una inclinación respetuosa. Vestía el uniforme oscuro característico del clan y portaba un semblante serio, señal de la importancia del mensaje que traía.
—Akame-sama, Kurome-sama —dijo con voz firme—. Acabamos de recibir una llamada urgente de Senji-sama. Se les ordena dirigirse inmediatamente al Aeropuerto de Tokio. Dos adolescentes llegarán en breve: Kurumi Tokisaki y Sawa Yamauchi.
Akame y Kurome intercambiaron una breve mirada. Era inusual recibir una instrucción de Senji en medio de una misión, lo cual sugería que estas dos personas debían ser de considerable importancia para el clan. Ambas asintieron con un gesto apenas perceptible y, sin perder más tiempo, se dirigieron a uno de los vehículos estacionados cerca, listos para iniciar el viaje hacia Tokio.
Durante el trayecto, la mente de Akame comenzó a llenar de preguntas. Kurumi y Sawa... no recordaba haber escuchado esos nombres antes, y Senji nunca antes había mostrado interés en recibir a desconocidos de esa forma. El silencio en el vehículo reflejaba la seriedad de la misión, y tanto Akame como Kurome se enfocaron en anticipar los posibles motivos por los cuales Senji les había asignado esta nueva tarea.
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Aeropuerto de Tokio
Kurumi Tokisaki y Sawa Yamauchi descendieron del avión, sus pasos firmes y decididos mientras avanzaban entre la multitud que llenaba la terminal del Aeropuerto de Tokio. Las dos habían crecido bajo la guía de Shiroyasha, quien las había llevado al exterior de Japón para vivir con un tiempo con ella.
El reencuentro con Senji, cuando finalmente ocurrió en Italia, había sido inesperado. Ambas sabían que su padre también había renacido, pero el fenómeno de la reencarnación era siempre una incógnita, y no existía certeza sobre cuándo o dónde volverían a cruzarse sus caminos. Años atrás, Senji había buscado sin éxito a sus hijas reencarnadas en Japón, sin saber que ya no estaban allí, que sus vidas se desarrollaban en otro continente bajo la atenta mirada de Shiroyasha. Ese largo tiempo de espera había hecho de esta reunión algo mucho más profundo.
—Es raro pensar que estamos de vuelta aquí después de todo este tiempo —comentó Sawa en voz baja mientras miraba a su alrededor, como si tratara de reconciliar los recuerdos del pasado con el presente.
Kurumi asintió, sus ojos carmesíes observando la terminal llena de gente. Aunque Japón siempre había sido parte de su identidad, sentía que el país le era un poco ajeno, como si una parte de su vida estuviera dividida en dos mundos. Pero la sonrisa en sus labios mostraba que, en el fondo, había algo de satisfacción en este regreso. Sabían que alguien del Clan Muramasa las estaría esperando.
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Akame y Kurome se encontraban esperando en la entrada del aeropuerto, manteniendo su postura tranquila, pero alerta, como acostumbraban en cada misión. Aunque sabían que esta vez no se trataba de una misión convencional, las dos hermanas permanecían en silencio, observando el flujo de gente que pasaba, buscando entre la multitud a las personas que Senji les había ordenado recoger.
De repente, ambas notaron a dos chicas avanzando por la terminal, atrayendo miradas a su paso. Akame y Kurome, por un instante, se quedaron sin palabras al verlas. Eran adolescentes de su misma edad, pero había algo en ellas que irradiaba una presencia especial.
La primera joven tenía el cabello negro y largo, que caía en dos coletas perfectamente atadas con cintas rojas, dándole un aspecto elegante y enigmático. Sus ojos rojizos, idénticos a los de Akame y Kurome, brillaban con una intensidad casi hipnótica, como si guardaran secretos profundos. La muchacha vestía un elegante vestido negro que parecía envolverla en un aura de misterio, con detalles que resaltaban su figura esbelta y que combinaban perfectamente con su porte y confianza.
A su lado, caminaba otra joven igual de hermosa, pero con una esencia completamente distinta. Su cabello castaño estaba recogido en dos trenzas que caían delicadamente sobre sus hombros y pasaban por encima de su pecho. Sus ojos marrones, cálidos y profundos, complementaban su aspecto suave y tranquilo. Llevaba un conjunto claro y sencillo, de colores suaves que contrastaban elegantemente con la presencia oscura de su compañera, resaltando su propio estilo con una delicadeza natural. Mientras que la primera irradiaba un aura de misterio, esta segunda muchacha tenía una calma y serenidad que resultaban casi reconfortantes.
Akame y Kurome intercambiaron una rápida mirada, entendiendo que aquellas dos adolescentes debían ser las personas a las que Senji les había ordenado recibir. La mezcla de contrastes entre el negro y el blanco, lo enigmático y lo sereno, las hacía destacar en el ambiente bullicioso del aeropuerto.
Kurumi y Sawa avanzaron entre la multitud en dirección a Akame y Kurome, quienes, al notar su aproximación, se mantuvieron firmes, observándolas con una mezcla de curiosidad y respeto. Había una conexión inmediata entre las cuatro, algo que parecía fluir de manera natural, a pesar de ser la primera vez que se encontraban cara a cara.
Al llegar a donde estaban las hermanas, Kurumi fue la primera en romper el silencio, esbozando una sonrisa amistosa y elegante. Con un tono suave y educado, preguntó:
—¿Podrías responderme una pregunta, si no es mucha molestia?
Akame, sorprendida por la amabilidad de Kurumi, asintió con un leve movimiento de cabeza.
—Por supuesto —respondió, su tono directo y calmado.
Kurumi continuó, sus ojos rojizos brillando con una curiosidad genuina:
—Me preguntaba… ¿cómo ingresaron al Clan Muramasa?
Akame intercambió una breve mirada con Kurome antes de responder. Recordaba con claridad el momento en que conocieron a Senji, la decisión inesperada que él había tomado al encontrarlas en las montañas.
—Fue… extraño, en realidad —dijo Akame, evocando el recuerdo—. Nos encontró cuando éramos apenas unas niñas. Se acercó a mí, observó mi cabello y lo tomó suavemente entre sus dedos. Y entonces, dijo: “Me gusta. Formarán parte del Clan Muramasa desde ahora.”
Al escuchar las palabras, Kurumi sintió una chispa de reconocimiento y casi dejó escapar una risa involuntaria. Aquella reacción de Senji tenía sentido ahora, más de lo que las demás podían imaginar. Con una expresión pensativa, desvió la mirada un instante, entendiendo que, en el fondo, había sido ella quien había provocado aquel interés de su padre por el cabello negro. Todo había sido parte de una sutil manipulación en el pasado, un toque de control mental destinado a crear un gusto en Senji, alineándolo con algo característico de ella misma.
Pensando para sí misma, Kurumi esbozó una sonrisa casi imperceptible, mientras concluía que quizás debería haber corregido ese "detalle" mucho antes.
"Oh, padre… tendré que arreglar ese pequeño problema en algún momento."
Kurumi y Sawa intercambiaron una mirada cargada de significado antes de volver su atención hacia Akame y Kurome. Había algo solemne en su expresión, como si ya supieran lo que el destino les tenía reservado en los próximos meses.
—Akame, Kurome —comenzó Kurumi con tono suave pero firme—, sé que aún no lo saben, pero ustedes dos se convertirán en nuestras guardianas personales.
Akame y Kurome se miraron entre sí, sorprendidas. La noticia era inesperada, pero no tanto como lo que Kurumi añadió después.
—Iremos juntas a la Academia Privada Seiren —continuó Kurumi—. Todas somos de la misma edad, así que es una buena oportunidad para ingresar como estudiantes.
La idea de convertirse en guardianas de Kurumi y Sawa ya era bastante, pero el hecho de asistir a la Academia también les tomó por sorpresa. Kurome, sin poder evitar su confusión, levantó una ceja y preguntó con cierta inquietud:
—¿Hay algún motivo especial para esto? ¿Es que acaso... pasará algo grave en la Academia?
Sawa, que hasta ese momento había permanecido en silencio, sonrió tranquilamente y negó con la cabeza, respondiendo en un tono tranquilizador:
—Por ahora, no hay nada de qué preocuparse. La Academia es solo un lugar de estudio… por el momento.
Sin embargo, el énfasis en las últimas palabras de Sawa no pasó desapercibido para Akame y Kurome. Aunque el peligro no fuera inmediato, quedaba claro que algo importante podría suceder allí en el futuro. Y como parte del Clan Muramasa, su deber sería estar preparadas para cualquier situación.
Kurumi se cruzó de brazos y añadió en tono enigmático:
—Nada está escrito aún, pero nuestra presencia en la Academia será necesaria… más de lo que imaginan.
Akame y Kurome asintieron, captando la indirecta. Con una mezcla de incertidumbre y determinación, aceptaron su nuevo rol como guardianas de Kurumi y Sawa, entendiendo que lo que les esperaba en la Academia Privada Seiren sería más que simples días de estudio.
Las cuatro subieron al vehículo, un auto negro de aspecto sobrio pero lo suficientemente amplio para que pudieran acomodarse cómodamente en el asiento trasero. El ambiente en el interior era silencioso al principio, hasta que Kurome, curiosa y siempre preocupada por su líder, rompió el silencio.
—¿Y qué hay de Senji-sama? —preguntó Kurome, su tono era respetuoso, pero revelaba una genuina inquietud—. ¿No vendrá a Japón?
Sawa, manteniendo la calma que la caracterizaba, sonrió levemente antes de responder.
—Senji-sama pasará aún un tiempo en Italia con nuestra tutora, Shiroyasha. Hablaron de algo… importante, sobre el futuro —explicó, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Así que, hasta ahora, eso es todo lo que sabemos.
Kurumi, escuchando en silencio, asintió ligeramente, con una expresión de comprensión en su rostro. El tiempo y la distancia parecían ser cosas habituales en la vida del Clan Muramasa, y tanto ella como Sawa ya estaban acostumbradas a ello. Akame y Kurome, aunque decepcionadas, también aceptaron la respuesta con respeto; sabían que el liderazgo de Senji siempre involucraba responsabilidades que iban más allá de lo que ellas podían comprender.
A medida que el vehículo comenzaba a desplazarse por las carreteras de Tokio, la conversación cambió gradualmente hacia temas más ligeros, como la expectativa de empezar en la Academia Privada Seiren y la vida en Japón.
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En una sala privada de un club en Italia, el ambiente estaba tranquilo, solo interrumpido por el suave eco de las bolas de billar chocando en la mesa. Senji Muramasa, con su típica calma, observaba el juego, evaluando el mejor ángulo para golpear la bola número 8. Mientras se preparaba, dirigió una mirada hacia Shiroyasha, quien estaba absorta en su propio tiro.
—Así que… el mundo humano podría dirigirse a su perdición —murmuró Senji, con tono despreocupado pero enigmático.
Shiroyasha, sin apartar la vista de la mesa, dejó escapar una ligera sonrisa antes de responder.
—Es eso, Senji. Little Garden o el Mundo Exterior… ambas realidades pueden entrelazarse, y los destinos de ambos mundos están más conectados de lo que muchos imaginan.
Senji asintió levemente, procesando sus palabras mientras observaba a Shiroyasha fallar en su turno. Fue en ese momento que, casi instintivamente, decidió activar uno de sus [Dones], un poder que rara vez consideraba usar: la habilidad para vislumbrar el futuro.
De pronto, sus pensamientos fueron arrastrados a un oscuro escenario de caos y destrucción. Vio el mundo en ruinas, envuelto en un apocalipsis; ciudades reducidas a escombros y la humanidad al borde de la extinción. Sin embargo, en medio de ese sombrío panorama, algo llamó su atención: un grupo de jóvenes que destacaban entre el caos. Un chico lideraba el grupo, rodeado de varias mujeres, todos peleando con una ferocidad que hablaba de una determinación inquebrantable. Juntos, combatían monstruos y enfrentaban desafíos imposibles, demostrando que la humanidad, incluso en sus peores momentos, encontraba formas de sobrevivir y resistir.
Senji sintió una leve sorpresa al contemplar esa visión del futuro. A pesar de la devastación, la humanidad parecía decidida a no rendirse fácilmente. Tal vez, después de todo, el plan de Shiroyasha funcionaría… aunque no de la manera que ella había imaginado.
Al regresar al presente, Senji soltó un suspiro casi imperceptible, volviendo su atención a la mesa de billar.
—Veo que tu idea tiene potencial —comentó, como si la visión solo hubiese sido una pequeña curiosidad—. Aunque parece que el destino tiene algunos giros imprevistos.
Shiroyasha, notando el cambio en la mirada de Senji, esbozó una sonrisa, casi como si supiera lo que él había visto. Sabía que, aunque su plan podría no ser infalible, la voluntad humana tenía un papel impredecible en la historia que estaba por escribirse.